Crisostomo Ev. Juan 87

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HOMILÍA LXXXVII (LXXXVI)

Pero Tomás, uno de los doce, el apellidado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Mas él dijo: Si no viere no creeré, etc. (Jn 20,24-25).

Así COMO el creer con simplicidad y sin motivo es propio de la ligereza, así el andar investigando y examinando con exceso es propio de una cabeza muy dura. Y de esto se acusa a Tomás. Pues como los apóstoles le dijeran: Hemos visto al Señor, él no les creyó. No únicamente a ellos no les dio fe, sino que pensó ser la resurrección de los muertos cosa imposible. Porque no dijo: Yo no os creo, sino: Si no meto mi mano no creo.

¿Cómo es que estando ya todos juntos sólo él estaba ausente? Es verosímil que aún no regresara de la dispersión precedente. Pero tú cuando ves al discípulo que no cree, fíjate en la clemencia del Señor, y cómo por sola un alma manifiesta las llagas que recibió; y acude a la salvación de sola ella, aun teniendo Tomás un ánimo más cerrado que otros. Y esta fue la causa de que buscara la fe por el testimonio del más craso de los sentidos y ni a sus ojos diera su asentimiento. Porque no dijo únicamente si no veo, sino además: Si no palpo, si no toco; temiendo que lo que viera se redujera a simple fantasía.

Los discípulos que le anunciaban la resurrección y también el Señor que había prometido resucitar eran fidedignos. Y sin embargo, aun habiendo él exigido muchas más pruebas, Cristo no se las negó. Mas ¿por qué no se le apareció inmediatamente, sino hasta ocho días después? Para que instruido y enseñado por los otros discípulos, cobrara mayor anhelo y quedara para lo futuro más confirmado. ¿Cómo supo que a Cristo le había sido abierto el costado? Lo oyó de los otros discípulos. Entonces ¿por qué una cosa sí la creyó y otra no? Porque lo segundo sobre todo era admirable. Advierte además con cuánto amor a la verdad hablan los apóstoles y no ocultan sus propios defectos ni los ajenos, sino que escriben sumamente apegados a lo que era verdad.

Se presenta de nuevo Jesús y no espera a que Tomás le niegue ni a oír lo que quería decirle; sino que cuando Tomás aún nada decía se le adelanta y le llena sus anhelos, dándole a entender que estaba presente cuando Tomás decía lo que les dijo a los discípulos; puesto que usó de sus mismas palabras y con vehemencia lo increpa y lo instruye para adelante. Pues habiéndole dicho: Trae acá tu dedo y mira mis manos; y mete tu mano en mi costado, añadió: Y no seas incrédulo sino fiel. ¿Adviertes cómo Tomás dudaba por falta de fe? Pero esto sucedió antes de que recibieran el Espíritu Santo. Después de recibido ya no procedieron así, pues habían llegado a la perfección.

Y no lo increpó únicamente de esa manera, sino también en lo que luego añadió. Como el apóstol, una vez certificado del hecho, se arrepintiera y exclamara: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me viste has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Esto es lo propio de la fe: dar su asentimiento a lo que no se ha visto. Es pues fe la seguridad de las cosas que se esperan, la demostración de las que no se venl De modo que por aquí llama bienaventurados no sólo a los discípulos, sino además a los que luego habían de creer.

Dirás que los discípulos vieron y creyeron. Pero ellos no anduvieron en esas inquisiciones, sino que por aquello de los lienzos al punto creyeron en la resurrección y antes de ver el cuerpo resucitado tuvieron fe plena. De modo que si alguno llegara a decir: Yo hubiera querido vivir en aquel tiempo y ver a Cristo haciendo milagros, ese tal que reflexione en aquellas palabras: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Lo que sí tenemos que investigar es cómo un cuerpo incorruptible conservó las cicatrices de los clavos y pudo ser palpado por manos mortales.

Pero no te burles. Fue cosa propia de Cristo, que así se abajaba. Su cuerpo tan tenue, tan leve que entró en el cenáculo estando cerradas las puertas, ciertamente carecía de espesor; pero con el objeto de que se le diera fe a la resurrección, se mostró tangible. Y para que conocieran que era el mismo que había sido crucificado y que no resucitaba otro en su lugar, resucitó con las señales de la cruz; y por eso mismo comía con los discípulos. Y esto sobre todo exaltaban en su predicación los apóstoles, diciendo: Nosotros, los que con El comimos y bebimos? Así como antes de la crucifixión lo vemos andando sobre las olas y sin embargo no afirmamos que su cuerpo sea de naturaleza distinta de la nuestra, así cuando después de la resurrección lo vemos con las cicatrices, no por eso decimos que su cuerpo sea corruptible. El se muestra en esa forma por el bien de los discípulos.

Muchos otros milagros hizo ciertamente Jesús. Lo dice el evangelista porque él ha referido muchos menos milagros que los otros; aunque tampoco esos otros habían referido todos los milagros obrados por Jesús, sino solamente los necesarios para que creyeran los oyentes. Y después continúa: Si se escribieron todos, creo yo que ni en todo el mundo cabrían los libros que se habían de escribir. Consta por aquí que los evangelistas no escribían por lucimiento, sino para utilidad. Quienes pasaron en silencio tantas cosas ¿cómo puede ser que escribieran por jactancia? Pero entonces ¿por qué no refieren todos los milagros? Sobre todo porque son muchísimos y además porque no pensaban que quienes no creyeran con los referidos creerían si se les refirieran muchos más; y en cambio quienes con esos creyeran ya no necesitaban de otros para su fe.

Yo pienso que aquí el evangelista se refiere a los milagros verificados después de la resurrección. Por lo cual dice: En presencia de sus discípulos. Así como antes de la resurrección fueron necesarios muchos milagros para que creyeran ser Jesús el Hijo de Dios, así después de la resurrección fueron necesarios para que se persuadieran de que había resucitado. Por eso dijo el evangelista: En presencia de sus discípulos, pues con solos ellos había conversado después de la resurrección. Por eso dijo Jesús: El mundo ya no me ve. Y para que entiendas que los milagros fueron en bien de los discípulos, continuó: Y para que creyendo tengáis vida eterna en su nombre. -. Hablaba en general a toda la naturaleza humana; y para que se vea que lo hace no en bien de aquel en quien se cree, sino de nosotros mismos, como un don excelente.

En su nombre. Es decir por su medio; puesto que El es la vida. Después de estos sucesos, se manifestó de nuevo a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. ¿Adviertes cómo ya no está con ellos frecuentemente ni como antes? Porque se apareció por la noche y luego se desvaneció. Después de ocho días, otra vez se apareció y nuevamente desapareció. Luego fue junto al lago, con grande estupor. ¿Qué significa: Se manifestó? Queda por aquí claro que sólo por bondad suya era visto, pues su cuerpo era ya incorruptible e inmortal. ¿Por qué el evangelista notó el lugar? Para hacer ver que ya en gran parte Cristo los había librado del miedo, hasta el punto de que se atrevían a salir de su casa y andar por todas partes. Ya no estaban encerrados en el cenáculo, sino que habían ido a Galilea para evitar el peligro de los judíos.

Fue, pues, a pescar Simón Pedro. No estando ya Jesús con ellos continuamente y sin que se les hubiera dado aún el Espíritu Santo ni tuvieran encargo alguno particular ni especial ocupación, habían vuelto a ejercer su arte de pescadores. Se hallaban reunidos Simón Pedro y Tomás, el apellidado Dídimo y Natanael, el de Cana de Galilea y los hijos del Zebedeo y otros dos de los discípulos. No teniendo, pues, ocupación fija, salieron a pescar. Y lo hacían de noche a causa del temor. También Lucas lo afirma, aunque no a este mismo propósito, sino a otro.

Los otros discípulos los acompañaban, pues vivían siempre unidos y anhelaban tratar con pescadores y plácidamente disfrutar de semejante descanso. Se ponen al trabajo; y como les fuera mal, se les presentó Jesús, pero sin dárseles a conocer al punto sino hasta que emprendieron el diálogo. Les dice El: ¿Tenéis algo que comer? Todavía les habla al modo humano y como si les fuera a comprar algo. Como le respondieron que nada tenían, les ordenó echar la red a la diestra; y habiéndola echado cogieron pesca.

Pedro y Juan, en cuanto lo conocieron, procedieron cada cual conforme a su carácter. El primero, más fervoroso; el otro más levantado de pensamiento. Aquel más activo; éste más perspicaz. Por eso fue Juan el primero en reconocer a Jesús; pero Pedro fue el primero en ir hacia El. Ni eran pequeñas las señales. ¿Cuáles eran? En primer lugar que fue grande la cantidad de peces que cogieron. En segundo lugar, que no se rompió la red. En tercer lugar que aún antes de bajar de la barca vieron las brasas y pez puesto encima y el pan. Pues no hacía Cristo estas cosas de materia preexistente, como por cierta providencia las hacía antes de la crucifixión. Pedro, en cuanto lo conoció, todo lo hizo a un lado: peces y redes. Y se ciñó la túnica. ¿Observas a la vez su reverencia y su anhelo? Estaban distantes unos doscientos codos; pero no pudo esperarse a llegar a Jesús en la nave, sino que se fue a él a nado. ¿Qué les dice Jesús?: ¡Venid, almorzad! Y ninguno de ellos osaba preguntarle. No se portaban ya con la acostumbrada familiaridad y libertad, ni se le acercaban para suplicarle algo; sino que con reverencia grande y temor y silencio, permanecían sentados y en espera.

Pues sabían que era el Señor. Por esto no le preguntaban: ¿quién eres tú?: Viéndolo en esta otra forma llena de majestad, estaban en exceso conmovidos y querían preguntarle algo acerca de ella. Pero porque temían y porque sabían que era el mismo y no otro, se abstuvieron y se dedicaban a comer aquel alimento que Jesús con mayor poder había creado. Por su parte Jesús ahora no levanta sus ojos al Cielo ni da aquellas señales humanas, demostrando con esto que las había dado en aquel otro tiempo porque se había atemperado.

Indicó el evangelista que Jesús no solía ya convivir con ellos con frecuencia ni como antes, diciendo: Con ésta era ya la tercera vez que se les aparecía, después de resucitado de entre los muertos. Y les ordenó traer de los peces, para demostrarles que no se trataba de un fantasma en lo que habían visto. Pero aquí no dice el evangelista que comiera con ellos. En cambio Lucas en otro sitio dice: Y comiendo con ellos. ¿Cómo fuera eso? No podemos decirlo porque tales cosas sucedían de un modo maravilloso en gran manera. Jesús lo permitía no porque la naturaleza después de la resurrección necesitase alimentos sino por benevolencia y para demostrar la verdad de la resurrección.

Oyendo estas cosas, quizá sentisteis fervor y llamasteis bienaventurados a los que con Jesús estaban y también a los que con El estarán en la futura general resurrección. Pues bien, pongamos todos los medios para ir a contemplar aquel rostro admirable. Pues si ahora con oír estas cosas nos inflamamos en fervor y hubiéramos querido vivir en aquellos días en que El andaba acá en la tierra y oír su voz y haber visto su rostro y habérnosle acercado y haberlo palpado y haberle servido, piensa lo que será contemplarlo no ya en cuerpo mortal ni procediendo como hombre, sino cercado de ángeles y en cuerpo inmortal y viéndolo gozar de aquella felicidad que supera todo discurso.

Hagamos, pues, todo lo posible para no quedar excluidos de gloria semejante. Nada hay difícil si queremos; nada laborioso si atendemos. Pues dice Pablo: Si pacientemente sufrimos, también con El reinaremos A ¿Qué significa: Si sufrimos? Es decir, si toleramos los trabajos, aflicciones y persecuciones; si vamos por la senda estrecha. La senda estrecha es naturalmente laboriosa; pero con el propósito de la voluntad se toma leve, teniendo en cuenta la esperanza de los bienes futuros. Porque este peso pasajero y leve de nuestras tribulaciones nos produce un eterno caudal de gloria en una medida que sobrepasa toda medida. Y así no vamos al alcance de las cosas que se ven, pues las cosas que se ven son efímeras, mas las que no se ven son eternas. Llevemos nuestras miradas al Cielo y continuamente imaginémoslo y contemplemos de este modo las cosas de allá arriba. Si continuamente nos ocupamos en esto, ya no nos atraerán las cosas dulces de esta vida, ni llevaremos pesadamente las amargas y tristes; sino que de unas y otras nos reiremos y nada podrá sujetarnos a esclavitud ni tampoco ensoberbecernos, con tal de que con el anhelo tendamos siempre a esas regiones y consideremos la caridad y amor que allí reina.

Pero ¿qué digo que no nos doleremos de los males presentes? Ni siquiera les dirigiremos una mirada. Porque así es el amor. A quienes amamos, cuando están ausentes a diario nos los imaginamos; porque la fuerza del amor es muy grande. De todas las cosas se aparta y ata al alma a la cosa que amamos. Si así amáramos a Cristo, todas las cosas de acá nos parecerían sombras y ensueños. Y también nosotros diríamos: ¿Quién nos separará del amor a Cristo? ¿la tribulación o la angustia? No mencionó el apóstol los haberes, los dineros, la hermosura corporal (puesto que tales cosas tan bajas son y tan risibles), sino las que parecen más pesadas, como son el hambre, las persecuciones y la muerte. Todo eso El lo despreció como si fuera nada; mientras nosotros por causa del dinero nos apartamos del Señor, que es nuestra vida y nuestra luz.

Pablo no anteponía al amor de Cristo ni aun la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo futuro, ni creatura alguna. Nosotros, en cambio, si vemos un poquito de oro nos inflamamos de codicia y conculcamos las leyes de Cristo… Si no es posible soportar estas palabras, mucho menos lo es soportar los hechos. Lo grave del caso es que nos horrorizamos de oírlo y no nos horrorizamos de hacerlo; sino que fácilmente juramos, perjuramos, robamos, nos damos a la usura, descuidamos la continencia, abandonamos la oración fervorosa, quebrantamos la mayor parte de los mandamientos; y por causa de los dineros no nos cuidamos de ninguno de los demás, que son miembros nuestros.

Porque quien ama la riqueza causa innumerables males al prójimo y a sí mismo. Fácilmente se irrita, se querella, acude al hado, jura y perjura; y ni siquiera observará los diez mandamientos de Ley Antigua, porque quien ama el oro no puede amar a su prójimo. Pero a nosotros se nos ordena amar incluso a nuestros enemigos por amor al Reino de los Cielos. Y si guardando únicamente los preceptos de la Ley Antigua no podemos entrar al Reino de los Cielos, si nuestra justicia no supera la de los judíos; los que traspasamos incluso esa Ley ¿qué excusa o qué defensa tendremos? Quien ama el dinero, no sólo no amará al enemigo, sino que tendrá a los amigos como enemigos.

Pero ¿qué digo a los amigos? Los que aman el dinero a veces se olvidan aun de la ley natural. Ese tal nada sabe de parentescos ni de amistades; no respeta las edades, no tiene amigos, sino que de todos es enemigo. Pero sobre todo lo es de sí mismo, no únicamente porque pierde su alma, sino porque se atormenta con mil inquietudes, trabajos, incomodidades y tristezas. Acomete viajes, peligros, asechanzas y cualquier otra cosa con tal de tener consigo lo que es raíz de todos los males, y abundar en oro.

¿Qué habrá más duro que semejante enfermedad? El se priva del alimento y de todo placer (cosa en que mucho cae el hombre), y aun de la gloria y del honor. El que ama las riquezas sospecha de muchos y tiene muchos acusadores, envidiosos y calumniadores y quienes le pongan asechanzas. Lo aborrecen aquellos a quienes hace injusticia a causa de lo que los ha hecho sufrir; y aquellos a quienes aún no ha dañado, pues temen no les acontezca cosa igual; y movidos de compasión para con los que han sufrido la injusticia, se ponen de su parte y luchan por ellos. Y también se convierten en enemigos suyos los potentados y los optimates, pues se indignan y enojan contra ellos como contra hombres de inferior condición.

Mas ¿para qué me refiero a hombres? Quien tiene a Dios por enemigo ¿qué esperanza le queda para adelante? ¿qué consuelo, qué descanso? Nunca podrá tener consuelo ni esperanza ni descanso quien ama las riquezas: será siempre un siervo, un guardián, pero nunca un dueño. Como continuamente está empeñado en amontonar más y más3 nunca quiere gastar en nada, sino que ahorra sus mismos gastos y así será el más pobre de todos los pobres, puesto que no puede reprimir sus codicias. Los dineros no son para que los tengamos en custodia, sino para usar de ellos. Si queremos conservarlos enterrados para otros ¿habrá alguien más mísero que nosotros, pues nos fatigamos corriendo a todas partes para adquirirlos y luego los guardamos enterrados y les quitamos su uso natural y común? Porque hay otra enfermedad no menos grave que ésta. Puesto que los avaros entierran sus dineros en el suelo; pero estos otros enfermos los entierran en el vientre, en los placeres, en la embriaguez; y se añaden a sí mismos el otro suplicio de la iniquidad y la lascivia.

Hay también quienes se gozan en despilfarrar el dinero en parásitos, aduladores, juegos y meretrices y en otros gastos parecidos; y se preparan así infinitos caminos para la gehenna, una vez que ya han abandonado la recta y establecida senda que conduce a los Cielos. Ahora bien, el que semejante senda emprende alcanza no sólo una ganancia mayor que esos otros, sino además también mayor placer. Quien dilapida en meretrices, se torna ridículo y acaba deshonrado y tiene muchas guerras y breves placeres. O mejor dicho, ni siquiera breves; pues por mucho que gaste en afeminados, nunca éstos le quedarán agradecidos. Porque dice el Sabio: Tonel sin fondo es la casa extraña.

Por otra parte, petulante es el linaje de las mujeres y Salomón comparó su cariño a la gehenna; y es tal que solamente se aparta cuando ve al amante ya despojado de todo. O mejor dicho, ni aun entonces cesa, sino que más aún se engalla y se desata en injurias contra el caído y lo muestra risible y lo colma de tantos males que ni siquiera podemos describirlos. No es así el placer de los que van por el camino de la salvación. Desde luego este tal no padece rivalidades, sino que todos se gozan con él y dan saltos de júbilo: lo mismo quienes lo ven que prósperamente pasa la vida, como también él.

No hay ahí ira ni tristeza ni vergüenza ni oprimen el alma los oprobios; sino que reina una alegría de conciencia grande y grande esperanza de los bienes futuros, gloria grande y abundante esplendor y más benevolencia de parte de Dios y más seguridad. No hay ahí precipicios, ni temor alguno, sino un tranquilísimo puerto y una plena serenidad en el ambiente. De modo que en conclusión, pensando todo esto y comparando placeres con placeres, elijamos los mejores, para que así al mismo tiempo consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXXXVIII (LXXXVII)

Cuando hubieron almorzado, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan ¿me amas más que éstos? Respóndele: Sí Señor, tú sabes que te amo (Jn 21,15).

MUCHAS COSAS hay que pueden alcanzarnos confianza ante Dios y hacernos ante El brillantes y espléndidos; pero lo que sobre todo lo demás de modo especialísimo nos concilia la benevolencia de allá arriba es el cuidado y caridad con el prójimo; y esto es lo que Cristo exige a Pedro. Porque, una vez que acabaron de almorzar, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Respóndele: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Dícele Jesús: Apacienta mis ovejas. Mas ¿por qué dejando a un lado otras cosas le pregunta acerca de ésta? Era Pedro el más sobresaliente entre los apóstoles, era la boca de los discípulos, era la cabeza del grupo. Por esto Pablo fue a verlo antes que a otros. Además le demostraba Jesús con esto que así convenía para adelante, o sea que borradas ya las negaciones procediera con mayor confianza. Por lo cual le entrega la prefectura de los hermanos; y no hace mención da las negaciones ni lo reprende por ellas. Solamente le dice: Si me amas encárgate de la prefectura de los hermanos. Demuestra ahora aquel ferviente amor que siempre me manifestaste y del cual te gloriabas: esa vida que tú asegurabas que darías por mí, dala por mis ovejas.

Una y dos veces preguntado, Pedro llamó como testigo de su amor al Señor mismo, que conoce los secretos de los corazones. Pero interrogado por tercera vez, se conturbó y sintió timidez a causa de sus anteriores negaciones; porque en aquella ocasión afirmó con tanta vehemencia su fidelidad y sin embargo cayó vencido. Por lo cual nuevamente recurre al testimonio de Jesús. Pues cuando le dice: Tú todo lo conoces, entiende tanto lo presente como lo futuro. ¿Adviertes cuánto ha mejorado, cuánto más modesto se presenta y no contradice con arrogancia como anteriormente?

Se turbó como si a sí mismo se preguntara: ¿Acaso pensando yo que lo amo, quizá en verdad no lo amo? Puesto que anteriormente, pensando yo de mí cosas grandes y afirmándolas, al fin fui vencido. Tres veces Jesús le pregunta, y por tres veces le ordena declarar lo mismo, para demostrar con eso la gran estima que tiene de sus ovejas y que cuidarlas será el más grande argumento de cariño para con El. Y habiendo Pedro confesado el amor que le tenía, Jesús le predice el martirio que sufrirá; con lo cual le declara que no le había preguntado porque desconfiara de su cariño, sino, al revés, por lo mucho que en él confiaba.

Y para ponernos un ejemplo de amor y enseñarnos con qué clase de cariño se le debía amar, le dice: Cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías. Pero cuando seas anciano, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te conducirá a donde no quieres. Esto era lo que Pedro anhelaba y quería, y así se lo había manifestado a Jesús. Pues habiéndole dicho con frecuencia: Yo doy mi vida por Tip- y también: Aunque sea necesario morir contigo no te negaré,2 ahora Jesús le concede su deseo. Pero entonces ¿qué sentido tiene la frase: A donde no quieres? Le significa Jesús la disposición de la carne y su actitud necesaria delante de la muerte; y deja entender que el alma contra su voluntad se separa del cuerpo.

De manera que aún cuando la voluntad racional se había fortalecido y estaba constante y firme, sin embargo la naturaleza seguía siendo débil. Nadie, en efecto, deja sin dolor su cuerpo, habiéndolo así dispuesto Dios como ya en otras ocasiones lo hemos dicho, para que no sucediera que muchos se suicidaran. Pues si dentro de semejante disposición divina, todavía el diablo ha logrado el suicidio y ha empujado a muchos a despeñarse en el abismo, si ese deseo de vivir no estuviera injerto y connaturalizado en el alma respecto del cuerpo, muchos más, sin duda, aun por ligeras tristezas, se habrían dado la muerte.

De modo que la expresión: A donde tú no quieres, sólo designa el natural apego a la vida. Pero ¿por qué habiendo dicho Jesús: Cuando eras más joven, añadió luego: Pero cuando seas anciano? Quiere decir Jesús con esto que Pedro entonces no era ni demasiado joven ni demasiado anciano, sino que estaba en la plena flor de su edad. Y ¿por qué le menciona así su vida anterior? Para darle a entender que en efecto así de libre había vivido. Como si le dijera: En las cosas del siglo el joven eá útil, el anciano es inútil; pero en las mías no es así, sino al contrario: en la ancianidad es cuando hay mayor fortaleza y más prontitud y en nada impide la edad.

No le decía esto para ponerle terror, sino para excitar su fervor; pues conocía su cariño y que por su natural era prontamente arrastrado a obrar. Juntamente le da a entender el modo de su muerte futura. Puesto que Pedro constantemente anhelaba acometer por Cristo los peligros, le dice ahora que confíe: En tal forma colmaré tus deseos que lo que no sufriste en tu juventud lo padecerás en tu ancianidad. Y el evangelista, por su parte, levantando el ánimo de sus oyentes, añadió: Esto lo dijo para indicarle con qué género de muerte glorificaría a Dios. Y no dijo moriría, sino: glorificaría a Dios, para que entiendas que padecer por Cristo es una gloria y un honor.

Y dicho esto, le ordenó: ¡Sigúeme! demostrándole así su gran cariño y el cuidado que de él tenía. Y si alguno pregunta: ¿por qué entonces fue Santiago quien recibió el episcopado de Jerusalen y su trono? le responderé que Pedro no fue constituido doctor para sentarse en el trono de Jerusalen, sino para el universo todo.

Se volvió Pedro, y vio que lo iba siguiendo aquel discípulo a quien amaba Jesús, el que en la cena se reclinó en su pecho; y dijo: ¡Señor! y éste ¿qué? ¿Por qué motivo el evangelista menciona aquí el haberse reclinado en el pecho de Jesús? No lo hace sin causa, sino para declarar cuán grande confianza había recobrado Pedro después de las negaciones. Pues el mismo que en la cena no se atrevía a preguntar, sino que hacía señas a otro para que preguntara, ahora recibe la prefectura de los hermanos. Ahora no sólo no encomienda a otro lo que le interesa, sino que personalmente interroga al Maestro sobre la suerte del otro: callando Juan, habla él.

Por otra parte, aquí deja ver Pedro el cariño que le tenía a Juan, pues entrañablemente lo amaba, como se ve por lo que sigue. Y a través de todo el evangelio se trasluce este cariño, lo mismo que en los Hechos de los Apóstoles. Como Cristo había predicho a Pedro grandes cosas y le había encomendado el orbe y le había profetizado el martirio y le había mostrado mayor amor que a los otros, queriendo Pedro tener por compañero en todo a Juan, pregunta: Y éste ¿qué? ¿Acaso no nos acompañará en el mismo camino? Así como allá cuando él no se atrevía a preguntar echó a Juan por delante, así ahora le paga en la misma moneda; pues pensando que Juan quería preguntarle a Jesús acerca de su suerte futura pero que no se animaba, Pedro pregunta en su lugar.

¿Qué le contesta Cristo?: Si yo quiero que éste quede así hasta que yo vuelva ¿a ti qué? Como Pedro hizo la pregunta con crecido afecto, pues no quería ser separado de Juan, Cristo, para demostrarle que por más grande que fuera su amor a Juan, de ninguna manera se igualaba al que El mismo le tenía, le dice: Si yo quiero que éste quede así ¿a ti qué?, enseñándonos en esta forma a no preocuparnos ni andar investigando más allá de lo que quiere su divino beneplácito. Respondió Jesús a Pedro, porque éste constantemente se mostraba ardiente e inclinado a semejantes preguntas, y así reprimió su excesivo fervor y le enseñó a no investigar demasiado.

Corrió, pues, entre los hermanos el rumor, es decir, entre los discípulos, de que aquél no morirá. Mas no le dijo Jesús: No morirá, sino: Si quiero hacerlo quedar así hasta que Yo vuelva ¿a ti qué? Como si le dijera: No pienses, Pedro, que Yo tengo un mismo modo de providencia para con todos. Procedía así Jesús para cortar de raíz aquel inoportuno afecto de Pedro. Pues había de tener el cuidado de todo el orbe, no convenía que en esa forma se lo uniera, ya que de eso se seguiría en lo futuro gran detrimento al universo. Fue3 pues, como si le dijera: Ya tienes tu empresa señalada. En ella ocúpate y llévala a cabo, y para ella lucha y combate. Si yo quiero que este otro quede aquí ¿a ti qué? Tú atiende a lo tuyo y pon en ello tu solicitud.

Considera aquí cuán ajeno estaba el evangelista de ensoberbecerse. Pues habiendo referido la opinión de los discípulos, al punto la corrige, como si éstos no hubieran comprendido bien lo que dijo Cristo. Porque añade: No dijo Jesús: no morirá, sino: Si quiero hacerle quedar. Este es el discípulo que da fe de estas cosas y las ha escrito. Y sabemos que su testimonio es fidedigno. ¿Por qué, no haciéndolo ningún otro, solamente Juan declara esto y ya por segunda vez da testimonio de sí mismo y parece salir al encuentro y adelantarse a sus oyentes? ¿Cuál es el motivo? Se dice que fue el último de los discípulos en escribir, moviéndolo Dios; y por esto con frecuencia recuerda el cariño de Jesús, dejando así entrever la causa de haberse puesto a escribir. Y con frecuencia lo recuerda para dar fuerza y fe a su narración y hacer ver que fue ése el motivo que lo condujo a redactar.

Como si dijera: Yo sé que es verdadero lo que se dice; de modo que si muchos no llegan a creer por otros motivos, a lo menos por éste deben dar su asentimiento. ¿Por cuál? Por lo que enseguida añade: Hay todavía otras muchas cosas que realizó Jesús, que si se redactaran, creo yo que ni en todo el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Por donde se ve que yo no he escrito para conquistarme favores. Pues yo, que pudiendo decir tantas cosas, ni siquiera he dicho tantas como dijeron los otros evangelistas, sino que muchas las pasé en silencio, y traje al medio las asechanzas de los judíos y sus lapidaciones, odios, injurias y oprobios, y referí cómo tuvieron a Jesús por endemoniado y lo llamaron engañador, evidentemente no he hablado por agradar. Pues quien hablara para agradar convenía en absoluto que procediera de un modo contrario, o sea, ocultando lo penoso y refiriendo lo glorioso y brillante.

Habiendo, pues, escrito el evangelista lo que certísimamente le constaba como verdadero, no rehúsa presentar su propio testimonio, invitando a examinar y explorar cosa por cosa. Es costumbre general que cuando nos parece que referimos algo verdaderísimo, no rehusemos nuestro testimonio. Pues bien, si nosotros así procedemos, mucho más podía hacerlo Juan, que escribía movido por el Espíritu Santo. Si nosotros así procedemos, con mucha mayor razón los apóstoles procedían así y decían: De estos hechos nosotros somos testigos, así como también el Espíritu Santo que otorgó Dios a los que son dóciles?

Juan había estado presente a todo; no había abandonado a Cristo en la cruz; Jesús le había encomendado su Madre: señales todas del amor que Cristo le tenía y de que Juan conocía con exactitud todas las cosas. Y si afirma que tan admirables milagros se verificaron, no te admires, sino que, pensando en el poder inefable del que los realizaba, recibe el dicho del discípulo como fidedigno. Pues así como a nosotros nos es fácil hablar, así lo era para Jesús, y aun mucho más, el hacer cuanto quisiera. Le bastaba con sólo su querer, y al punto se verificaba todo.

Atendamos, pues, con diligencia a sus palabras y no cesemos de explicarlas e interpretarlas, puesto que de revolverlas con frecuencia algún bien conseguimos. Así podremos purificar nuestras vidas y arrancar de nuestro campo las espinas. Porque espinas son molestas y sin fruto el pecado y las preocupaciones seculares. Así como la espina que no se saca, punza en todas partes al que la lleva, así los negocios del siglo, como quiera que los emprendas, dañan al que los emprende. No así las cosas espirituales, sino que se parecen a piedras preciosas, que como quiera que las manejes deleitan los ojos.

Por ejemplo: hace alguno limosna, y no sólo se nutre con la esperanza de los bienes futuros, sino que se alegra con los bienes de esta vida, y anda siempre lleno de confianza en Dios. Vence una mala pasión; y antes de llegar al reino celestial ya desde acá obtiene provecho, puesto que es celebrado y ensalzado por todos los demás y por la propia conciencia. Y cada una de las buenas obras es de la misma naturaleza; así como, por el contrario, los malos procederes, aun antes de la gehenna y ya desde acá atormentan la conciencia. Si pecas y piensas luego en lo futuro, aun cuando nadie te castigue por entonces, andas lleno de temor y temblando. Y si piensas en lo presente, hallas muchos enemigos y vives siempre en sospechas y no puedes ver ya de frente a quienes te causan daño; pero ni aun a los que en nada te dañan. Porque no recibimos de los pecados tanto placer cuanta es la tristeza, pues nuestra conciencia reclama en contra, y en lo exterior nos reprueban los demás hombres, y Dios queda irritado, y nos espera con sus fauces abiertas la gehenna, y no hay descanso en los pensamientos.

Cosa pesada es, cosa pesada y laboriosa el pecado; y más pesada que el plomo. Quien la carga, no puede ni levantar un poco los ojos, por insensible que sea. Acab, aunque era sumamente impío, porque sentía ese peso caminaba cabizbajo, adolorido, miserable. Por eso se vistió de saco y lloraba con abundancia. Imitémoslo en esto, y si como él nos dolemos y echamos lejos nuestros pecados, como Zaqueo, también nosotros alcanzaremos perdón. Como suele suceder en las hinchazones y fístulas, que si no se detiene el mal humor que está molestando en la llaga, en vano se emplean remedios, pues el mal sigue continuamente adelante, así sucede en nosotros si no apartarnos nuestras manos de la avaricia y reprimimos ese mal humor: si no hacemos limosnas, en vano pondremos otros remedios. Pues aun cuando éstos curen algo del mal, la avaricia, echándose encima, todo lo arruina y echa por el suelo y causa una llaga peor que la precedente.

Cesemos, pues, ya de robar y ésa será una forma de compasión. Pero si a nosotros mismos nos arrojamos al precipicio ¿cómo podremos tener ni un respiro? Si uno anda levantando al caído (cosa que hace la limosna); y otro lo empuja con violencia a caer (cosa que hace la avaricia), no se seguirá de ahí otro resultado, sino el destrozar al hombre. Para que esto no nos acontezca y no suceda que empujándonos al abismo la avaricia, la limosna desaparezca y nos abandone, procuremos nosotros mismos tornarnos ligeros y volar a lo alto; para que libres de males y llevados a la perfección mediante las buenas obras, consigamos los bienes eternos, por gracia y bondad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual sea al Padre juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el honor y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Crisostomo Ev. Juan 87