Crisóstomo - Mateo 42

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HOMILÍA XLII (XLIII)

Si plantáis un árbol bueno, su fruto será bueno; pero, si plantáis un árbol malo, su fruto será malo; porque el árbol por los frutos se conoce (Mt 12,33).

No SE CONTENTA Jesús con los argumentos anteriores, sino que de nuevo pone en vergüenza a los judíos. No lo hace por defenderse de las acusaciones, pues para eso bastaba con lo dicho; sino para llevarlos a enmendarse. Y lo que dice significa lo siguiente. Ninguno de vosotros me reprende por los enfermos curados, como si su curación no hubiera sido verdadera; ni tampoco ha afirmado que sea malo librar a los endemoniados. Es que por muy atrevidos que fueran no podían afirmar tales cosas. Y como no podían acusar las obras, sino que calumniaban al que las hacía, Jesús les demuestra que su acusación está en pugna con la recta razón y con los hechos mismos. Es propio del colmo de la impudencia no solamente obrar con malicia, sino además querer componer entre sí cosas que pugnan contra el sentido común.

Observa cuan lejos está de querer querellarse. Pues no dice: Haced al árbol bueno, puesto que sus frutos son buenos; sino que egregiamente les cierra la boca, demostrándoles al mismo tiempo su propia mansedumbre y la impudencia de ellos. Pues les dice: Si queréis reprender las.obras, no os lo prohíbo; pero vosotros me acusáis de cosas que lógicamente no pueden sostenerse y consiguientemente tampoco alegarse. De este modo podían mejor y más claramente ser advertidos de que impudentemente hablaban en contra de cosas que eran absolutamente manifiestas. Como si les dijera: en vano procedéis malignamente y decís cosas que entre sí se contradicen.

La diferencia de los árboles se conoce por el fruto y no al revés el fruto por el árbol. Ya que aún cuando el árbol es causa del fruto, pero es el fruto el que declara la especie del árbol. De manera que lo lógico habría sido que vosotros reprendierais juntamente las obras y a nosotros; o que si alababais las obras, no nos acusarais a nosotros que las hacemos. Pero procedéis al contrario. Porque no pudiendo calumniar las obras que son el fruto, calumniáis al árbol, al llamarme endemoniado. Esto es el extremo de la locura. Asegura, pues, lo mismo que ya dijo antes: que no puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo darlos buenos. Queda, pues, manifiesto, en conclusión, que las acusaciones de los judíos nada tienen de lógico, nada que responda a la naturaleza de las cosas. Enseguida, puesto que no se defiende a sí mismo, sino al Espíritu Santo, los acomete con acritud: ¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis vosotros decir cosas buenas siendo malos? Palabras son éstas juntamente de quien acusa y de quien da razón y prueba lo que dice. Como si dijera: porque vosotros, siendo árboles malos, no podéis llevar frutos buenos. No me admiro, por tanto, de que tales cosas digáis, pues habéis sido mal educados y descendéis de malos ancestros y tenéis maleado el pensamiento.

Observa cuan cuidadosamente y sin darles ocasión de nada escalonó las acusaciones. Porque no les dijo: ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo estirpe de víboras? Esto no hubiera tenido relación con lo anterior Sino: ¿Cómo podéis decir cosas buenas siendo malos? En cambio los llamó estirpe de víboras, porque se gloriaban de sus progenitores. De modo que, demostrándoles que de ésos nada habían heredado, los excluyó de la genealogía de Abrahán, y les señaló unos progenitores de su misma calidad, desprovistos de la antigua nobleza. Porque de la abundancia del corazón habla la boca. De modo que aquí declara su divinidad, pues conoce los secretos de los corazones; y sabe que ellos no solamente de las palabras, pero aun de los malos pensamientos tendrán que dar cuenta y que Dios conoce tales pensamientos. Pero añade que también los hombres pueden conocerlos, puesto que si interiormente abunda la maldad, luego se derrama afuera por la boca. De modo que si oyes a alguien hablar malas cosas, no pienses que dentro lleva una perversidad cuya medida la den las palabras, sino conjetura que la lleva mucho mayor; puesto que lo que sale por la boca es ya redundancia y desbordamiento de lo interior.

¿Observas cuan amargamente los punza? Puesto que si las palabras que profieren son tan perversas que van conforme a la mente del demonio, piensa que tales serán las fuentes y raíz de donde ellas proceden. Suele, en efecto, suceder así: que la lengua, cohibida por el pudor, no vierte tan excesiva perversidad, mientras que el corazón, que no tiene testigo alguno, engendra allá en el interior cuantos males en gana le vienen; porque de Dios para nada se cuida. De manera que, puesto que lo que se dice luego es examinado y queda expuesto a la crítica de todos, mientras que lo que se oculta en el corazón queda envuelto en sombras, sucede que sean menores los males que salen por la lengua y mayores los que se esconden en el corazón. Pero cuando ya en lo interior la abundancia es enorme, entonces brotan impetuosamente los que estaban ocultos. Así como en los que vomitan, al principio parece como que quieren retener por la fuerza los malos humores que saltan al exterior; pero cuando semejante esfuerzo desfallece, entonces aquéllos feamente brotan, así quienes están llenos del mal propósito, acometen al prójimo con maldiciones. Porque dice Jesús: El hombre bueno, de su buen tesoro saca cosas buenas; pero el hombre málo. de su mal tesoro saca cosas malas.

Como si dijera: no pienses que semejante fenómeno sea propio exclusivamente de los malos, ya que en los buenos pasa lo mismo, de manera que es más grande la virtud que en su interior llevan que la que en sus palabras se muestra. De donde se deduce que los judíos fueron peores que lo que con sus palabras demostraban; y El, en cambio, fue mucho mejor que lo que de sus sentencias se deducía. Alude al tesoro para indicar la abundancia. Luego vuelve a ponerles temor grande diciéndoles que no piensen que no se pasará más adelante y que todo quedará concluido con haberlo condenado en las obras de ellos, pues quienesquiera que así procedan sufrirán el eterno castigo. Y no dijo vosotros, tanto para enseñarnos a todos como para que sus palabras no les fueran demasiado gravosas. Dice, pues: Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio. Y ociosa es toda palabra que no viene a cuento, o contiene mentira o falsedad, o simplemente vana y de esas que algunos dicen que son sólo para mover a risa, o es torpe o desvergonzada o baja.

Porque por tus palabras serás declarado justo, o por tus palabras serás condenado. ¿Observas cómo el juicio no será leve, ni ligero el castigo? El juez sentenciará no por lo que otro dijo de sí, sino por lo que tú dijiste: cosa la más justa de tedas. Ya que en tu mano está decir o no decir. De manera que lo propio es que teman no los que son acometidos con calumnias, sino los que calumnian. Pues no se obliga a justificarse a los injuriados sino a los que injurian, y a éstos amenazan todos los peligros. Por tanto, para nada han de cuidarse los que son maldecidos, pues no serán castigados por las injurias sufridas de otros. En cambio han de temer y temblar los que injurian, pues por tal motivo se les llevará a juicio.

Verdaderamente es diabólico ese pecado que no lleva consigo deleite alguno, sino sólo detrimento. El hombre que lo comete abriga en su corazón un mal tesoro. Si quien tiene malos humores de por sí cae en enfermedad, mucho más caerá quien en sí atesora una perversidad más amarga que la bilis; y será castigado con el último suplicio, pues él mismo se preraró tan grave enfermedad. Enfermedad que se muestra por las cosas que afuera arroja. Y si a otros les causa tan gran dolor, mucho más lo causa a su alma, que tales cosas da a luz. El que a otro arma asechanzas a sí mismo se da la muerte. El que se pone a caminar sobre fuego a sí mismo se quema. Quien hiere al diamante a sí mismo se procura el daño. Quien recalcitra contra el aguijón a sí mismo se cubre de sangre. Pero quien sabe soportar con fortaleza la injuria cuando es herido, ese es el diamante, el aguijón, el fuego; y el que procura herir resulta más débil que el barro.

Así que lo malo no es ser injuriado, sino injuriar y también el no saber soportar la injuria. ¿Cuan injuriado fue David? ¿cuánto injurió Saúl? Pero ¿cuál de ellos fue más fuerte y bienaventurado? ¿quién el más mísero? ¿Acaso no el injuriante? Considera bien el caso. Prometió a David, Saúl, si vencía al extranjero, que lo tomaría como yerno y de muy buena gana le daría por esposa a su hija. Y David dio muerte al extranjero; pero Saúl no sólo no le dio a su hija, sino que procuraba matarlo. ¿Quién resulta más brillante? No fue Saúl, quien se ahogaba de tristeza por obra de un mal espíritu, mientras David resplandecía más que el sol con sus triunfos y la gracia divina. Y acerca del coro de las mujeres que cantaban ¿acaso no se ahogaba Saúl de envidia, mientras David, soportándolo todo en silencio, se atrajo las voluntades de todos y los unió consigo? Y cuando David lo hubo a las manos y lo perdonó ¿quién era entonces el feliz y quién el miserable? ¿quién el débil y quién el fuerte? ¿Acaso no fue David porque no se vengó pudiendo justamente hacerlo? Y con razón. Porque Saúl tenía consigo soldados en armas, pero David tenía de su parte la justicia, mucho más poderosa que infinitos ejércitos.

Sin embargo, ni aun acometido con asechanzas quiso dar muerte a su enemigo, ni aun justamente, cuando aquél lo acometía injustamente. Porque sabía por los anteriores sucesos que resulta más fuerte no el que mal procede, sino el que soporta la injusticia. Y lo mismo puede verse en los cuerpos humanos y en los árboles. ¿Acaso Jacob no fue tratado injustamente por Labán y sufrió que se le hiciera mal? Pero ¿quién fue el más fuerte? ¿El que lo capturó pero no se atrevió a tocarlo, sino que temió y tembló, o el que sin armas ni soldados se le hizo más temible que lo hubieran sido miles de reyes?

Para daros una mayor demostración de lo dicho, volvamos de nuevo el discurso a David, pero considerándolo de modo contrario. El, injuriado, venció; pero éste mismo, cuando injurió, fue vencido y se tornó débil. Cuando cometió la injusticia contra Urías, todo se le cambió en contrario y la debilidad se pasó al injuriante y la fuerza al injuriado. Urías, muerto, despojó a la casa de David. Y por cierto, David, aun siendo rey y estando entre los vivos, nada pudo; mientras que Urías, simple soldado y muerto ya, echó a rodar todo lo de David. ¿Queréis que de otra parte os demuestre más claramente el asunto? Examinémoslo en los que justamente se han vengado. Puesto que quienes injustamente ofenden son vilísimos y causan daño a sus propias almas y es cosa que todos ven claramente. Pero ¿quién fue el que justamente se vengó y sin embargo suscitó males sin cuento y se cubrió de abundantes desgracias y dolores? Joab, eJ general de David, levantó una guerra grande y dura y padeció males sin número, de los cuales ni uno solo habría acontecido si él hubiera sido prudente.

Huyamos, pues, de semejante vicio: ni con palabras, ni con hechos injuriemos al prójimo. Porque no dijo Jesús: si acusas y llevas a los tribunales, sino sencillamente: si injurias, aun cuando sea en privado, sufrirás gravísimo castigo. Aun cuando lo que dices sea verdad, aunque estés persuadido de ello, sin embargo se te castigará. Pues Dios sentenciará no por lo que el otro hizo, sino por lo que tú dijiste. Pues dice: Por tus palabras serás condenado. ¿No oyes al fariseo que dice cosas verdaderas, de todos conocidas y que no revela nada oculto? Y sin embargo, fue duramente castigado. Si pues no es lícito acusar a otros ni aun de las cosas que son públicas, mucho menos lo será acusarlo de las dudosas, puesto que ya tiene su juez el que pecó.

No te adelantes a la autoridad del Unigénito. A El se ha reservado todo juicio. Pero ¿es que anhelas juzgar? Pues bien: hay un juicio muy lucrativo y que no contiene pecado. Allá en tu interior pon a juzgar tu entendimiento y razón, y trae al medio todos tus pecados. Examina los pecados de tu alma; pide a ésta cuentas exactas y pregúntale: ¿por qué te atreviste a tal cosa? Y si se niega y se pone a inquirir las faltas ajenas, dile: yo no te juzgo acerca de ésas, ni hay para qué te justifiques tú de ellas. ¿Qué te importa si el otro es malo? En cambio tú ¿por qué pecaste en esto y en aquello? Establece tu defensa propia y no acuses a otros. Cuida de lo que a ti te toca y no de lo ajeno. Trae con frecuencia a semejante certamen tu razón y a este campo de acusación.

Y si nada tiene que responderte y busca subterfugios, azótala; como se hace con una esclava que se ensoberbece y con una meretriz. Establece cada día este tribunal. Píntale a tu razón aquel río de fuego, aquel gusano venenoso y los demás tormentos. Y no le permitas andar en adelante con el demonio ni le soportes que hable con semejante impudencia y diga: Este me acomete, aquél me pone asechanzas, el otro me tienta. Dile: si tú no consientes, todo eso le resulta en vano. Y si te responde: es que me encuentro ligada al cuerpo y revestida de la carne y vivo en la tierra, respóndele: todo eso son subterfugios. También aquel otro estaba revestido de la carne; y el de más allá, viviendo en la tierra, se portó preclaramente; y tú misma, cuando rectamente procedes, vestida estás de la carne. Y si oyéndote se afli-je, no levantes la mano. Al fin y al cabo, aunque la hieras no morirá. Más aún, la libras de la muerte. Y si de nuevo te dijere: Aquél me irritó, respóndele: pero en tu mano está el no irritarte, puesto que ya varías veces has dominado la ira. Si dijere: la belleza de la mujer del prójimo me inflamó, dile: pero podías vencer esa pasión. Tráele ejemplos de otros que la superaron. Ponle delante el caso de la primera mujer que se excusaba diciendo: la serpiente me engañó, y sin embargo no se libró de la culpa.

Y mientras tales cosas investigas, que nadie se te presente, que nadie te perturbe. Así como los jueces juzgan sentados detrás de un velo, así tú, en lugar del velo, busca un sitio y un tiempo de quietud. Emprende este juicio una vez que te has levantado de la cena y vas a tu lecho. Es un momento muy oportuno. Y el sitio oportuno es tu aposento y tu lecho. Así lo ordenaba el profeta al decir: Meditad en vuestros corazones; en vuestros lechos compungios. Pide exacta cuenta aun de las cosas pequeñas para que nunca caigas en las grandes. Si cada día procedes así, estarás con gran confianza ante aquel tremendo tribunal. Así Pablo, ya purificado, decía: Si nos juzgásemos r nosotros mismos no seríamos condenados. Del mismo modo purificaba Job a sus hijos. Porque sin duda él, que ofrecía sacrificios por los pecados ocultos, pediría cuenta de los manifiestos.

No procedemos así nosotros, sino en absoluto de modo contrario. Una vez que vamos al lecho, revolvemos en nuestro pensamiento toda clase de asuntos seculares. Unos introducen en su alma pensamientos impuros; otros, réditos, pactos, vanos cuidados. Cuando tenemos una hija virgen, con gran empeño la cuidamos; mientras que a nuestra alma, más preciosa que cualquier hija, la dejamos que fornique y se manche e introducimos en ella muchos malos pensamientos. Cualquier amor, ya sea de dineros o de placeres o de bellezas corporales o de ira o de otra cualquiera pasión, lo recibimos con las puertas abiertas y aun lo llamamos y lo dejamos que libremente fornique con nuestra alma.

Pero ¿qué puede haber más bárbaro que el descuidar el alma, que es la cosa más preciosa de todas, y mancharla con tan gran número de fornicarios y dejarla que se les una hasta que ellos queden saciados? Cosa que, por otra parte, nunca se logrará. Por esto, mientras no llega el sueño, ellos no se apartan. Más aún: ni aun entonces se apartan, pues los ensueños traen las imágenes de los mismos fornicarios. Por esto sucede que, una vez que amanece, lo que el alma ha imaginado, luego, por obra de aquellas imágenes, lo pone por obra. No dejas que a la pupila de tu ojo penetre una partícula de polvo, y en cambio ¿negligentemente permites que el alma arrastre semejante carga y montón de males tan grandes?

¿Cuándo, pues, podremos quitar del todo las manchas que cada día admitimos? ¿cuándo podremos arrancar las espinas? ¿cuándo sembrar las simientes? ¿Sabes que ya el tiempo de la siega está próximo? Pero nosotros ni siquiera hemos dado el primer cultivo a nuestro campo. Pues si viniere el agricultor y nos acusare ¿qué excusa le daremos? ¿qué le responderemos? ¿Le alegaremos que nadie nos dio la simiente? Pero es un hecho que cada día se esparce. ¿Que nadie arrancó las espinas? Pero si cada día afilamos la hoz. ¿O que nos arrastran los cuidados seculares y las necesidades de la vida? Pero ¿por qué no te crucificaste al mundo?

Si el que no hizo sino devolver lo que se le había confiado fue reputado entre los perversos por no haber duplicado la suma ¿qué le dirán a quien incluso destruyó lo que le dieron? Si éste, atado de pies y manos fue lanzado al sitio en donde es el rechinar de dientes ¿qué no sufriremos nosotros, pues tenemos tantas cosas que nos atraen a la virtud, pero nos rehusamos y perezosamente las rehuímos? ¿Qué hay que no sea idóneo para excitar la virtud? ¿No observas cuan vil y cuan incierta es esta vida? ¿cuántos trabajos acá se padecen? ¿cuántos sudores? ¿Acaso no es una realidad que no se consigue la virtud sin trabajo, ni aun el vicio sin él? Si pues hay trabajos en ambas cosas ¿por qué no escoges la virtud, que tan grandes ganancias te proporciona? Pero incluso hay virtudes que ningún trabajo llevan consigo.

Por ejemplo: ¿qué trabajo hay en no injuriar, en no mentir, en no jurar, en perdonar y quitar las cóleras contra el prójimo? En cambio, el proceder de modo contrario es laborioso y lleva consigo grandes cuidados. Entonces ¿qué excusa tendremos, ni qué perdón alcanzaremos si ni siquiera esto queremos hacer? Queda, pues, manifiesto que por desidia y pereza rehuimos aquellas cosas que son más laboriosas. Pensando todo esto, huyamos de la perversidad, amemos la virtud, a fin de conseguir los bienes presentes y también los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA XLIII (XLIV)

Entonces lo interpelaron algunos escribas y fariseos y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. El, respondiendo les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta (Mt 12,38-39).

¿QUÉ COSA hay más necia ni más impía? Tras de tantos milagros, como si no hubiera hecho ninguno, le dicen: Quisiéramos ver una señal tuya. ¿Por qué motivo lo decían? Para tener de nuevo ocasión de acusarlo. Como los hubiera reprendido una, dos y muchas veces y hubiera refrenado su lengua impudente, otra vez recurren a las obras. Lo hace notar el mismo evangelista admirado. Entonces lo interpelaron algunos escribas pidiéndole una señal. ¿Cuándo? Cuando lo necesario era aceptar, admirarse, espantarse, apartarse, entonces es cuando no desisten de su perversidad.

Quiero que consideres sus palabras llenas de adulación y de burla. Esperaban de este modo atraérselo. Así que por una parte lo injurian y por otra lo adulan: ya lo llaman Maestro, ya endemoniado, pero siempre con malas intenciones, aun cuando digan cosas encontradas. Tal es el motivo de que el Maestro los acometa con vehemencia. Cuando le preguntaban ásperamente y lo injuriaban, él les respondía con moderación; pero cuando lo adulaban contestaba con acritud y gran vehemencia, demostrándoles así que él era superior a ambas cosas; y que ni por la ira se excitaba ni por la adulación se tornaba dulzón y muelle.

Observa la recriminación y verás que no es simple reprensión, sino que lleva consigo una demostración de la maldad de ellos.

¿Qué les dice? La generación mala y adúltera busca una señal. Como si dijera: nada maravilloso es que vosotros os portéis así conmigo, pues aún no soy conocido de vosotros, siendo así que lo mismo hicisteis respecto del Padre, de cuyo poder tantas pruebas tenéis. Lo abandonasteis y recurristeis a los demonios y os atrajisteis malos amadores. Cosa fue esa que con frecuencia Ezequiel les echó en cara. Lo decía para demostrar su igualdad con el Padre, y que ellos nada insólito hacían. Revela además los ocultos pensamientos de ellos, o sea que su petición procedía de simulación y enemistad.

Por esto los llama generación perversa, pues continuamente se muestran ingratos a los beneficios; y si se les trata con benevolencia, se tornan peores, lo que es el colmo de la maldad. Y los llama generación adúltera, significando con esto su incredulidad antigua y también la presente. Por donde de nuevo se manifiesta igual al Padre, puesto que por no creer en El la llama adúltera. Y tras de estas reprensiones ¿qué dice? No se le dará más señal que la de Jonás el profeta. Con esto anuncia de antemano su resurrección y la confirma con la figura de Jonás. Preguntarás: pero ¿acaso no se les dio alguna señal? No se les dio cuando la pedían. Porque Cristo no hacía milagros para ganárselos, pues sabía que estaban obcecados, sino para enmienda de otros. Hay que afirmar esto o bien que ellos no habían de recibir y aceptar otra señal sino la de Jonás. Porque señal se les dio cuando fueron castigados y conocieron su poder. De manera que aquí, al amenazarlos, habla y deja entender lo mismo. Como si les dijera: Os he hecho infinitos beneficios, pero con ninguno os atraje ni quisisteis adorar mi poder. Ahora, pues, conoceréis mi fortaleza por medios contrarios, o sea cuando veáis destruida vuestra ciudad y los muros derribados y el templo convertido en erial y se os arroje de la ciudad y perdáis vuestra antigua libertad; y de nuevo andéis desterrados y prófugos por toda la tierra. Todo lo cual sucedió después de la crucifixión. Todo esto os servirá de grandísima señal.

Y ciertamente, grande señal es que las desgracias del pueblo judío no sufran cambio y que a pesar de que muchos se empeñan en ello, nadie pueda remediar los males que sobre ellos como castigo se echaron. Esto no lo dice Jesús, sino que deja que se lo aclare el tiempo futuro. Mientras tanto, se fija en la

resurrección, discurso que hasta más tarde descifrarían por los males que les iban a sobrevenir. Pues así como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra. No les dijo abiertamente que resucitaría para que no se burlaran; pero en tal forma lo dejó entender que pudieran creer que lo sabía de antemano. Y consta que ellos lo sabían, pues le dijeron a Pilato: Ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré.- Los discípulos, al revés, lo ignoraban, por ser entonces todavía más rudos que los escribas y fariseos. De manera que éstos por sus mismas palabras fueron condenados.

Advierte cuan cuidadosamente lo deja entender, pues no dijo: en tierra; sino: En el corazón de la tierra, para indicar así el sepulcro, y al mismo tiempo para que nadie imaginara que todo esto se realizaría únicamente en apariencia. Y señaló tres días, para que todos creyeran en su muerte: ya que ésta se confirma no únicamente por la resurrección, sino además porque todos la vieron y por el número de días. El tiempo siguiente íntegra certificaría su resurrección, mientras que su crucifixión, de no haber tenido testigos sin número, no se hubiera creído; y si no se creía en la crucifixión, tampoco se creería en la resurrección. Por esto la llama señal. Y trae al medio la figura para que se dé fe a la verdad. Yo te pregunto: ¿era acaso pura apariencia Jonás en el vientre del cetáceo? Cierto que no podrás afirmarlo. Pues tampoco niegues que Cristo estuvo en el corazón de la tierra. No puede suceder que el tipo sea verdad y la verdad sea sólo apariencia. Por esto anunciamos su muerte en todas partes: en los misterios, en el bautismo y en todo lo demás. Por esto Pablo con penetrante voz exclama: En nada me gloriaré sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Por aquí se ve claro que quienes sufren la enfermedad de Marción, son hijos del diablo, pues quieren abolir lo que Cristo cuidadosamente procuró que no se aboliera; y que, al revés, el diablo cuidadosamente se ha esforzado en que sea abolido: me refiero a la cruz y a la Pasión. Por igual motivo dijo Cristo en otra ocasión: Destruid este templo y en tres días lo levantaré.

Y también: Vendrán días en que les será arrebatado el Esposo. Y aquí: No les será dada otra señal que la de Jonás profeta. Declaró así que El padecería por ellos, pero ellos ningún lucro sacarían de lo mismo. Así lo manifestó El más tarde. Y a pesar de saberlo, sin embargo, murió: ¡tan grande fue su providen cia! No pienses que los sucesos futuros de los judíos serán tales como fueron los de los ninivitas, ni que ellos se convertirán enseguida; ni que así como acá levantó de nuevo la ciudad de aquellos bárbaros que ya se derrumbaban, así los judíos a raíz de la resurrección se convertirán. Más bien oye cómo Cristo declara lo contrario.

Que ellos ningún fruto sacarían del beneficio, sino que sufrirían lo indecible, cosas intolerables, lo declaró enseguida con el ejemplo del demonio. Entre tanto, El se justifica de lo que ellos iban a padecer, explicando que justamente lo padecerían. Ahora, con el ejemplo de los ninivitas deja ver las desgracias y la desolación de los judíos y cómo ellos justamente las padecerán. Así lo hacía en la Antigua Ley. Cuando iba a destruir a Sodoma, primero se justificó ante Abrahán, diciéndole ser poquísimos los que se daban a la virtud, puesto que entre tantas ciudades ni diez se encontraron que vivieran con moderación. Y lo mismo hizo ante Lot, cuando le mostró la inhospitalidad y las torpísimas costumbres y amores pésimos de aquellos hombres, y luego envió el fuego. Igualmente procedió cuando el diluvio, pues justificó su proceder por las obras mismas. Otro tanto encontramos en Ezequiel cuando, mientras vivía el profeta en Babilonia, le puso ante los ojos los pecados que en Jerusalén se cometían. Y cuando a Jeremías le dijo: No quieras orar por ellos, y para justificarse, añadió: ¿No ves lo que ellos hacen?

Y en todas partes procede lo mismo que lo hace en este pasaje. Porque ¿qué fue lo que dijo? Los ninivitas se levantarán en el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque hicieron penitencia a la predicación de Jonás; y hay aquí algo más que Jonás. Porque él era siervo y Yo soy Señor; aquél salió del cetáceo y Yo resucité de la muerte; aquél predicó la destrucción, Yo vine anunciando el reino. Aquéllos creyeron sin ningún milagro, Yo he hecho muchos milagros. Aquéllos nada más oyeron las palabras de Jonás, Yo no he omitido predicar toda clase de virtudes. Aquél vino como ministro, Yo vine como dominador y Señor de todos, y no amenazando ni exigiendo cuentas, sino trayendo el perdón. Aquéllos eran bárbaros, éstos en cambio convivieron con infinitos profetas. A Jonás nadie lo había predicho, a Mí me predijeron y mis obras consonaron con sus profecías. Aquél huyó y se alejó para no ser burlado; Yo me presenté, aun sabiendo que había de sufrir la cruz y las burlas. Aquél no soportó ni siquiera un oprobio en bien de los que fueron librados y salvos; Yo toleré una muerte torpísima y tras de esto envío a otros como apóstoles. Aquél era un extraño y desconocido; Yo, en cambio, según la carne he nacido de sus mismos progenitores. Y así discurriendo, puede cualquiera amontonar muchas otras diferencias.

Pero Cristo no se detiene aquí, sino que propone otros ejemplos diciendo: La reina del Mediodía se levantará en juicio contra esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Este ejemplo es superior al antecedente. Porque Jonás fue a los ninivitas; pero la reina del Austro no esperó a que Salomón la visitara, sino que ella fue a buscarlo: ella, bárbara y desde tan distante lugar y sin que la urgieran amenazas, sin temor a la muerte, movida únicamente del amor a la sabiduría. Pero aquí hay algo más que Salomón. Porque en el ejemplo, la mujer se acercó; Yo en cambio he venido; ella partió de los confines de la tierra, mientras que Yo recorro ciudades y aldeas. Salomón disertaba acerca de los árboles y de las plantas, cosas que no podían servir de mucho a la visitante, mientras que Yo anuncio cosas inefables y tremendos misterios.

Una vez que los hubo condenado, demostrándoles que estaban muy lejos de obtener perdón, y que su desobediencia nacía de ingratitud y no de debilidad del maestro, y esto por medio de muchos argumentos y con los ejemplos de los ninivitas y de la reina del Austro, finalmente les trae a la memoria el suplicio que les aguarda, aunque lo hace enigmáticamente y llenando de abundante terror su narración. Porque dice: Cuando el espíritu, inmundo sale de un hombre, discurre por lugares áridos buscando reposo y no lo halla. Entonces se dice: Me volveré a mi casa de donde salí. Y va y la encuentra vacía y barrida y compuesta

Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él y entran y habitan ahí, viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios. Así será de esta generación mala.

De esta manera les declara que no sólo en el siglo futuro, sino también en el tiempo presente, sufrirán gravísimos castigos. Y pues decía que los ninivitas se levantarán en juicio y condenarán a esta generación, para que por la gran dilación no despreciaran eso y se tornaran más desidiosos, decreta para ellos ya en esta vida gravísimos males que han de padecer. Es lo que amenazaba el profeta Oseas cuando decía: "El profeta es un insensato, presa de delirio el hombre del espíritu". Es decir que serán como los seudoprofetas, hombres furiosos, locos, agitados de malos espíritus. Porque aquí entiende por profeta al loco seudoprofeta, como lo son los adivinos. Significando lo mismo, dice Cristo que habrán de sufrir castigos extremos.

¿Observas cómo de mil maneras los compele para que atiendan a sus palabras, ya con las cosas presentes, ya con las futuras, ya con el ejemplo de quienes bien obraron, como fueron los ninivitas y la reina, ya de quienes fallaron y cayeron como los de Tiro y Sodoma? Del mismo modo procedían los profetas, poniendo delante de los ojos a los hijos de Recabín y a la esposa que no se olvida de su propio ornato ni de su ceñidor, y al buey que reconoce a su dueño y al asno que reconoce su pesebre. Así Cristo en este lugar, declarando por comparación la ingratitud de las almas de los judíos, finalmente les advierte de antemano el castigo.

En conclusión ¿qué es lo que dice? Como los posesos, viene a decir, cuando son liberados de su enfermedad, si se muestran negligentes se procuran una más grave posesión demoníaca, así procedéis vosotros. Porque anteriormente estabais poseídos del demonio, al adorar a los ídolos e inmolarles vuestros hijos con grave demencia; y sin embargo no os abandoné, sino que por medio de los profetas eché de vosotros a ese demonio, y luego vine personalmente a traeros la curación. Pero como no queréis hacer caso, sino que incluso os habéis despeñado a una perversidad mayor (puesto que mucho más grave y malo es dar muerte al Señor que el matar a los profetas), por tal motivo sufriréis castigos mayores; es decir, mayores que los que soportasteis en Babilonia, en Egipto y bajo Antíoco el primero. Porque en realidad fueron más atroces que esos los que les sobrevinieron con los emperadores Tito y Vespasiano.

Por eso les decía: Porque habrá entonces una tan gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrán Ni el ejemplo significaba solamente esto, sino además que ellos se encontrarían vacíos de todas las virtudes y con mayor facilidad que antes se echarían sobre ellos los demonios. Porque anteriormente, aunque pecaran, pero había sobre ellos una especial providencia de Dios y una gracia del Espíritu Santo que miraba por ellos y los corregía y llenaba todos sus oficios para con ellos. Ahora, en cambio, les dice, quedarán vacíos de aquella especial providencia y será más raro el ejemplo de las virtudes, y la fuerza de la desgracia será mayor, y el poder de los demonios más tiránico.

Vosotros, carísimos, sabéis cómo en esta generación, cuando Juliano se enfurecía, los judíos se aliaron con los gentiles y seguían sus costumbres. De modo que al presente, aunque parezcan un tanto moderados (pues por miedo a los emperadores se mantienen en quietud), sin embargo, si no fuera por eso, se habrían atrevido a peores cosas que antes. Pero en las demás perversidades superan a los antiguos, así en las hechicerías como en las artes maléficas y en la lascivia, y todo eso lo ejercitan en forma excesiva. Entre esos crímenes, a pesar del freno que los contiene, con frecuencia han movido sediciones y se han rebelado contra los emperadores en modo tal que se han despeñado en males extremos.

¿Dónde están, pues, los que buscan milagros? Sepan que antes que nada se necesita tener un ánimo bueno y agradecido; y que si éste falta, ningún provecho traen los prodigios. Los ninivitas creyeron sin milagros; mientras que éstos, tras de tantos milagros, se han hecho peores y se han convertido en habitación de innúmeros demonios, y se han procurado infinitas calamidades y desdichas que con todo derecho han venido sobre ellos. Porque cuando alguno, liberado de las desdichas, sin embargo no se enmienda, tiene que soportar otras mayores que las precedentes. Por eso dice: No encontrará reposo, para indicar que las asechanzas del demonio necesariamente vendrán y se apoderarán de él. La razón es porque debieron ser llevados a mejores pensamientos por ambas cosas: por lo que ya habían sufrido y por haber sido liberados. Y aun hay una tercera cosa: la amenaza que se les hace de que algo peor puede sucederles. Y sin embargo, por ninguno de esos motivos se tornaron mejores.

Pero no pensemos que tales cosas se dijeron sólo para ellos, pues también para nosotros son oportunas, una vez que iluminados y liberados de los males antiguos, otra vez nos apegamos a la misma perversidad: con más graves penas seremos castigados por los pecados cometidos después de semejante liberación. Por esto Cristo dijo al paralítico: Mira que has sido curado: no vuelvas a pecar: no te suceda algo peorJ Esto lo dijo a quien había estado enfermo treinta y ocho años. Preguntarás ¿qué cosa más grave que lo anterior podía sufrir? ¡Cosas mucho más duras y peores! Lejos de nosotros el ir a padecer ni siquiera tanto cuanto ya hemos padecido. Porque no le faltan a Dios castigos que imponernos. Pues así como es grande su misericordia, así también es pesada su ira. Por esto Ezequiel acusa a Jerusalén diciendo: Te vi sucia en tu sangre. Te lavé con agua, te ungí con óleo. Te hiciste cada vez más hermosa. Te diste al vicio entregándote a cuantos pasaban? Por eso se te amenaza con males mayores. Pero considera aquí no únicamente el castigo sino también la infinita paciencia de Dios. Porque con frecuencia nos hemos despeñado en los mismos pecados y sin embargo nos tolera. No nos confiemos. Más bien, temamos. Si el Faraón al primer castigo se hubiera enmendado no habría experimentado los que luego se siguieron, ni habría perecido con todo su ejército poco tiempo después. Lo digo porque a muchos conozco que ahora dicen lo mismo que el Faraón: ¡No conozco a ese Dios! Y son los que a sus súbditos los aplican a fabricar ladrillos de barro. ¡Cuántos hay que, ordenándoles Dios omitir las amenazas, no quieren ni siquiera disminuir los trabajos!

Claro es que ya no hay que pasar el Mar Rojo; pero hay que atravesar el piélago de fuego que no tiene comparación con ese mar, porque es mucho más grande y amargo y sus olas son de fuego, fuego en verdad nuevo y horrible y extraño. Este abismo es de llamas durísimas y es enorme. Puede en él contemplarse un fuego que a todas partes discurre, semejante a cruelísima bestia feroz. Si el fuego de acá, sensible y material, saltando como una fiera fuera del horno, se echó sobre los que ahí por fuera estaban, mientras que dentro permanecían los tres jóvenes ¿qué no hará aquel otro en los que en él se precipitan? Oye a los profetas que del dicho fuego aseguran: El día del Señor, cruel, con cólera y furor ardiente. Nadie habrá que se presente a librarnos: ¡jamás verás ahí el rostro manso y sereno de Cristo! Al modo de los condenados al trabajo de las mismas, que son entregados a capataces crueles y no ven ahí a ninguno de sus amigos, sino sólo a los que mandan, así será allá. Mejor aún: no será así sino de un modo mucho más horrible.

Porque acá podemos recurrir al emperador, rogarle y así lograr la liberación de los así condenados; pero allá, de ningún modo. Porque allá no hay perdón, sino que permanecen para siempre entre tormentos y dolores tan graves que no pueden describirse. Si acá nadie puede describir los agudos dolores de quienes se queman, mucho menos pueden aquellos dolores con palabras explicarse. Acá todo acaba, en brevísimo tiempo, mientras que allá el condenado se quema pero no se consume. ¿Qué haremos ahí? ¡Hablo conmigo mismo! Dirás: pues si tú, doctor y maestro, así hablas contigo, a mí ciertamente ya ningún cuidado me da todo eso. Porque ¿cómo maravillarse si yo también, junto contigo, soy castigado?. . ¡No, por favor! ¡os ruego! ¡nadie busque consuelos semejantes! Desde luego porque ahí no hay consuelo alguno. Yo pregunto: ¿no era el diablo un ser incorpóreo? ¿No era superior a todos los hombres? Y sin embargo, cayó y ¿puede alguno buscar algún consuelo en estar con él en el mismo tormento? ¡De ningún modo! Y acerca de los egipcios, todos aquellos ¿no vieron castigados juntamente a los capataces? ¿no vieron todas las casas en llanto? ¿Y por eso se consolaron? ¿descansaron? ¡No, en absoluto, como se ve claro por lo que luego hicieron. Pues como si una llama los azotara, corrieron al rey y lo obligaron a dejar ir al pueblo de los hebreos.

¡Frío consuelo!, grandemente frío es en el tormento con que otros también son atormentados, poder decir: ¡estoy en el mismo caso que los otros! Mas ¿para qué referirme a la gehena? Piensa en los que sufren de podagra: mientras padecen sus terribles dolores, aun cuando les muestren a otros muchos que sufran dolores aún más agudos, no quieren ni prestar atención. Porque la fuerza del dolor no deja lugar para pensar en otra cosa ni en otros, ni sacar de ahí un consuelo. No alimentemos, pues, esa tan fría esperanza: el consuelo que nace de la compañía de otros que padecen el mismo mal, sólo puede tener lugar cuando se trata de males pequeños. Pero cuando se trata de males más graves, y cuando el ánimo es agitado con tan tremendos oleajes, hasta el punto de desconocerse a sí mismo ¿de dónde se recibirá consuelo?

En conclusión, que semejantes objeciones son ridículas y a manera de cuentos de muchachos necios. Porque eso que dices sólo tiene lugar en sufrimientos pequeños, cuando oímos que otros sufren lo mismo. Más aún: a veces ni en los sufrimientos pequeños sucede eso; y mucho menos en aquel inexplicable tormento que se significa con el rechinar de dientes. Me doy cuenta de que al decir esto os causo pesadumbre y dolor. Pero ¿qué puedo hacer? Quisiera poder no decirlo, sino ver que todos vosotros y yo cultiváramos la virtud. Pero> pues muchos de nosotros vivimos en pecados ¿quién me diera poder de verdad hacer que os dolierais y os conmovierais en vuestros ánimos, oyentes míos? Entonces sí dejaría de hablar. Mas, por lo que hace al tiempo presente, temo que incluso algunos menosprecien lo dicho, y que por la negligencia de quienes me escuchan, el castigo sea mayor aún. Porque cuando el amo amenaza, si alguno de los criados lo desprecia, no queda impune, sino que eso le es causa de un castigo mayor.

Os ruego, pues, que, oyéndome hablar de la gehena, nos compunjamos. Nada hay más dulce que semejante exhortación, ya que nada hay más amargo que aquellos tormentos. Preguntarás: ¿cómo puede ser dulce el oír hablar de la gehena? Porque el ir a la gehena es lo más desagradable. Y semejantes exhortaciones, que parecen gravosas, nos lo evitan. Aparte de que también engendran otro deleite, como es la conversión del alma y el encaminarla a la virtud, y elevan la mente y esclarecen el raciocinio y libran del cerco al alma sitiada por las concupiscencias: son su medicina. Permitidme, pues, que, habiendo hablado de la gehena, os hable ahora del pudor y la desvergüenza. Porque así como en aquel día los ninivitas condenarán a los judíos, así muchos nos condenarán a nosotros: muchos que ahora nos parecen inferiores. Pensemos cuántas burlas, cuántas condenaciones habrá. Sí: pensémoslo, comencemos, abramos las puertas a la penitencia. Hablo conmigo mismo. A mí mismo me exhorto. Nadie se irrite como si yo lo acusara.

Entremos por el camino angosto. ¿Hasta cuándo en placeres? ¿Hasta cuándo en ebriedades? ¿No nos hartamos de rencillas, burlas, risotadas, dilaciones? ¿Serán perpetuos los banquetes, las harturas, la opulencia, los dineros, las posesiones, las construcciones, los palacios? Pero ¿en qué acabarán? En ceniza, en polvo, en túmulo, en gusanos, en la muerte Pues emprendamos una vida nueva. Hagamos nuevos cielos y nueva tierra y demostraremos así a los gentiles de qué clase de bienes se encuentran privados. Cuando vean que vivimos una vida correcta, con semejante vista contemplarán lo que es el reino de los cielos. Al vernos modestos, mansos, libres de malas concupiscencias, de envidia, de avaricia, y en todo morigerados, dirán: Si ya en este mundo los cristianos se convierten en ángeles ¿cómo serán cuando salgan de la vida presente? Si acá en donde son peregrinos así resplandecen ¿cómo serán cuando lleguen a su patria?

De este modo también ellos se harán mejores y se extenderá la doctrina de la piedad con no menor celeridad que en la época de los apóstoles Si éstos, no siendo sino doce, convirtieron ciudades íntegras, íntegros reinos, cuando todos seamos maestros mediante vida cuidadosa y bien ordenada, piensa a qué sublimes alturas llegará nuestro catolicismo. Porque no arrastra tanto a los gentiles un muerto resucitado como uno que vive virtuosamente. De sólo verlo quedará estupefacto el gentil, y de aquí sacará ganancia espiritual. La resurrección de un muerto es un hecho que pasa; el buen ejemplo permanece y continuamente va cultivando el alma del gentil. Cuidemos, pues, de nosotros mismos para que también a ellos los ganemos.

Y no pido cosas trabajosas. No digo: no tomes mujer, abandona las ciudades, apártate de los negocios civiles; sino que ocupado en todo eso, te muestres virtuoso. Yo preferiría que florecieran en virtudes los que habitan las ciudades que no los monjes en las montañas. ¿Por qué? Porque de lo primero se sigue grande ganancia, puesto que: No se enciende una lampa)a y se la pone bajo el celemín Por esto, quisiera yo que todas las lámparas estuvieran sobre el candelabro, para que la luz se difundiera en abundancia. Encendamos el fuego de que os hablo. Hagamos que quienes están sentados en tinieblas queden libres del error. No me digas: tengo esposa, tengo hijos, tengo casa, y no puedo ocuparme en eso. Pues aun cuando no los tuvieras, siendo desidioso, todo se desharía. Y aunque estés rodeado de todas esas cosas, si eres diligente, sobresaldrás en la virtud. Lo único que se necesita es la prontitud de un alma generosa y dispuesta. Con esto, nada te impedirán ni la edad, ni la pobreza, ni las riquezas, ni la cantidad de negocios, ni otra cosa alguna. Ancianos, jóvenes, casados, educadores de niños, obreros, soldados, todos han cumplido con todos los mandamientos.

Joven era Daniel, siervo era José, obrero era Aquila, una trabajadora en púrpura estaba al frente de la fábrica, otro era guardián de la cárcel, otro centurión, como aquel Cornelio. Uno estaba enfermo, como Timoteo; otro era un esclavo fugitivo, como Onésimo. Pero nada de todo eso fue obstáculo a ninguno de ellos para llevar una vida virtuosa, ya fueran ancianos o jóvenes, siervos o libres, soldados o gente privada. No busquemos, pues, vanos subterfugios, sino formulemos los mejores propósitos de nuestra voluntad. De cualquier condición social que seamos, entreguémonos a la virtud, para conseguir los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXI





Crisóstomo - Mateo 42