Crisóstomo - Mateo 44

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HOMILÍA XLIV (XLV)

Mientras El hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte. El, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos (Mt 12,46-49).

Lo QUE HACE poco os decía, que sin la virtud todo es en vano, ahora clarísimamente se demuestra. Os decía que eran inútiles la edad, el natural, el vivir en el desierto, si no existe el buen propósito de la voluntad. Pero ahora aprendemos otra cosa además de aquéllas: que ni aun el haber dado a luz a Cristo y haber tenido aquel parto maravilloso, tendría utilidad alguna sin la virtud.

Esto sobre todo queda manifiesto en este pasaje. Pues dice: Mientras El hablaba a la muchedumbre, alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos te buscan. Pero El dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y lo dijo no porque se avergonzara de su madre o que negara ser Ella su madre; pues si de Ella se hubiera avergonzado, no hubiera salido de su vientre; sino para declarar que de todo ello ninguna utilidad le provendría a su madre, si ella no guardaba todos los preceptos. Porque lo que Ella entonces hacía, nacía de cierta ambición: quería ostentarse ante el pueblo como si aún mandara sobre su hijo, del cual no imaginaba aún nada grande, de manera que se acercó inoportunamente. Considera, pues, la arrogancia de Ella y de los hermanos. Siendo lo propio que entraran y escucharan con las turbas; o si no querían esto, esperar a que se terminara el discurso, para luego acercársele, lo llaman afuera delante de todos, descubriendo así su vana ambición y demostrando que querían aún mandar sobre El con gran autoridad. Por su parte el evangelista lo refiere como en cierto modo acusando, pues dice: Mientras El hablaba a la muchedumbre. Como si dijera: ¿acaso no había otro tiempo? ¿no podían haberle hablado llamándolo aparte? Y ¿qué le querrían decir? Si le iban a tratar acerca de la verdad de su doctrina, convenía que lo expusieran abiertamente y delante de todos, para utilidad común de los otros. Pero, si le iban a hablar de cosas particulares de ellos, no convenía que en esa forma le urgieran. Si El no permitió ir a sepultar a su padre para no impedir a quien deseaba seguirlo, mucho menos debió interrumpir su discurso para cosas de poca importancia. De donde se ve claramente que ellos procedieron así por sola vanagloria. Significando esto, Juan dice: Ni sus hermanos creían en Eli"- Y refiere las palabras de ellos, demasiado locas, y afirma que lo empujaban a Jerusalén no por otro motivo, sino para alcanzar gloria ellos con los milagros de El. Porque le dicen: Nadie hace esas cosas en secreto si pretende manifestarse. Pero El los reprendió y culpó su ánimo aún carnal. Y como los judíos lo despreciaban y decían: ¿No es éste el hijo del carpintero cuyos padre y madie nosotros conocemos? ¿No están entre nosotros sus hermanos?

Vituperaban así su linaje como innoble, por lo cual sus hermanos lo impelían a manifestarse con milagros. Pero El los rechaza, tratando de librarlos de semejante enfermedad. De modo que si El hubiera querido negar a su madre, era la ocasión para que la hubiera negado, cuando los judíos se la echaban en cara como un oprobio. Mas, por el contrario, tan grande solicitud muestra por Ella, que estando en la cruz la encomendó al discípulo a quien más amaba y mostró gran cuidado de Ella. En cambio, en este pasaje no procede del mismo modo, con el objeto de hacerle a Ella un bien y también a los hermanos. Como lo creían puro hombre y se dejaban llevar del anhelo de la gloria vana, echa fuera esa enfermedad, no para oprobio de ellos, sino para enmienda. Mas tú, por tu parte, no consideres únicamente aquellas palabras que contienen una moderada reprensión, sino además la importunidad y atrevimiento de sus hermanos y quién es el que los reprende. Porque no es puro hombre, sino el Unigénito Hijo de Dios.

Y la razón de reprenderlos: pues no quería poner duda sobre Ella, sino librarla de una enfermedad tiránica y llevarla poco a poco a la conveniente opinión de lo que El era y convencerla de que no era solamente hijo suyo, sino también su Señor. Y verás haber sido la reprensión en modo extremo conveniente a quien El es, y útil para su madre; y a la vez sumamente llena de mansedumbre. Porque no respondió: ¡anda y di a esa madre que no es ella mi madre! Sino que dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre? Y logró así, además de lo ya dicho, otra cosa. ¿Cuál? Que nadie, ni aun ellos, fiándose en el parentesco, descuidara la virtud. Porque si a ella en nada le ayudaba ser su madre si no estaba muy firme en la virtud, apenas y ni apenas algún otro motivo de parentesco alcanzaría la salvación. Porque la única nobleza consiste en hacer la voluntad de Dios. Este modo de nobleza es más excelente y mejor que el otro basado en la naturaleza.

Sabiendo esto, no nos envanezcamos por los hijos esclarecidos en la virtud, si no estamos dotados de una virtud como la de ellos; ni tampoco por nuestros buenos y nobles padres si no nos les asemejamos. Y aun pudiera suceder que quien nos engendró no fuera nuestro padre, y quien no nos engendró sí sea nuestro padre. Por eso en otro pasaje, como una mujer clamara: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste, Cristo no le respondió: ningún seno me llevó, ningunos pechos mamé, sino: Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan. ¿Observas cómo no niega en forma alguna el natural parentesco, sino que le añade la afinidad que proviene de la virtud?

También el Precursor, cuando dice: Raza de víboras, no os gloriéis diciendo: Tenemos a Abrahán por padreé no quiso decir que ellos no fueran nacidos de Abrahán según la naturaleza, sino que de nada les aprovechaba ser nacidos de Abrahán si no tenían otro parentesco por medio de las mismas costumbres. Esto mismo declara Cristo con estas palabras: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán. No les niega el parentesco carnal, sino que afirma que hay otro mayor y más verdadero que ése, y que es el que se debe buscar. Lo mismo hace aquí, pero con mayor moderación y suavidad por tratarse de su madre. Porque no dijo: No es mi madre, ni ésos no son mis hermanos, ya que no hacen mi voluntad. Ni sentenció ni condenó, sino que lo dejó al arbitrio de ellos si quisieran serlo, expresándose con la mansedumbre a El conveniente. Pues dice: Quien hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. De manera que si lo quieren ser, que echen por este camino. Y cuando exclamó la mujer y le dijo: Bienaventurado el seno que te llevó, no contestó Cristo: no es mi madre; sino que dijo: Si quiere ser bienaventurada que haga la voluntad de mi Padre. Pues quien así procede, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

¡Ah, ah! ¡cuán grande honor! ¡ah, cuán grande es la virtud! ¡a qué cumbres levanta a quienes la practican! ¡Cuántas mujeres han llamado bienaventurada a la santísima Virgen y a su vientre, y anhelaron ser así madres y rechazar de sí todas las cosas! Pero ¿qué obsta para ello? Ancho camino nos abre la virtud y pueden no sólo las mujeres sino también los varones levantarse a semejante afinidad y aun a una superior con mucho. Porque ésta constituye en una verdadera maternidad más que el parto. De manera que si ser madre es una cosa feliz, mucho más y más verdaderamente lo es eso otro, puesto que es más deseable. En consecuencia, no solamente lo desees, sino emprende con gran empeño la senda que te ha de conducir a lo que anhelas.

¿Has observado cómo primero los reprendió y luego accedió a sus deseos? Es lo mismo que hizo en las bodas de Gana. Porque también entonces a la que inoportunamente le rogaba la reprendió, y sin embargo no le negó lo que le pedía, tanto para curar su debilidad como para manifestar su benevolencia para con su madre. Así aquí, sanó la enfermedad de la vanagloria y juntamente rindió a su madre el honor debido, aun cuando ella le pidiera algo fuera de oportunidad.

En aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Como si dijera: pues queréis ver y oír, salgo ya para hablaros. Y pues ya había hecho muchos milagros, ahora aprovecha a los oyentes mediante la doctrina. Sentado a la orilla del mar, se puso a enseñar y a pescar hombres terrenales. No sin motivo se sienta a la orilla del mar, y así lo dejó entender el evangelista. Escogió esta posición para significar que quería reunir un auditorio con todo cuidado: es decir, de manera de tenerlos a todos vueltos hacia El a su frente y ninguno a sus espaldas. Y se le acercaron grandes muchedumbres. Entonces El, subiendo a una barca, se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa, y El les dijo muchas cosas en parábolas.

No procedió del mismo modo allá en el monte, ni les habló con tal cantidad de parábolas; porque allá estaban solamente las turbas y la plebe, pero acá estaban también los escribas y fariseos. Por otra parte, atiende a cuál sea la primera parábola que propone, y cómo Mateo las pone por orden. ¿Cuál de ellas expone la primera? La que convenía exponer primero para captar la atención de los oyentes. Puesto que iba a predicar en forma enigmática, tenía que poner alerta desde luego el ánimo de los oyentes mediante esta parábola. Por esto dice otro evangelista que los reprendió porque no entendían y les dijo: ¿No entendéis esta parábola? Pero no es el único motivo de hablarles en parábolas, sino también para dar mayor énfasis al discurso y mejor imprimirlo en la memoria y poner las cosas como quien dice ante la vista. Así lo hacían los profetas.

¿Cuál es en fin la parábola? Salió un sembrador a sembrar. ¿De dónde salió el que en todas partes está presente y todo lo llena? ¿cómo salió? No por un movimiento local, sino que mediante su figura y por la providencia con que cuida de nuestros intereses, se nos acercó con la vestidura de la carne. Ya que nosotros no podíamos entrar a El porque nuestros pecados nos cerraban la entrada, El sale a nosotros. Mas ¿por qué motivo salió? ¿Acaso para destruir la tierra cubierta de espinas. ¿O para matar a los agricultores? De ningún modo, sino para cultivar la tierra y curarla y para sembrar en ella la semilla de la piedad.

Llama aquí semilla a la doctrina y campo a las almas de los hombres y a Sí mismo, sembrador. Y ¿qué es lo que sucede con la simiente? Que tres partes perecen y sólo una se conserva. Pues dice: Y al sembrar, una parte cayó junto al camino y vinieron las aves y la comieron. Advierte que no dice haberla El lanzado, sino que ella cayó. Y otra parte cayó en un pedregal, en donde no había mucha tierra, y luego, brotó, porque la tierra era poco profunda; pero levantándose el sol, la agostó; y como no tenía raíces, se secó. Otra cayó entre espinas, las cuales crecieron y la ahogaron. Otra cayó sobre tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos que oiga. De manera que la cuarta parte se conservó. Pero ésta también dio fruto desigualmente, pues hubo gran diferencia. Significa que El habla a todos con abundancia. Pues así como el que siembra no hace distinciones del campo, sino que sencillamente y sin discriminaciones esparce la simiente, del mismo modo El no hace diferencias del rico y el pobre, del sabio y el ignorante, del desidioso y el activo, del fervoroso y el tímido, sino que a todos habla y para todos habla, cumpliendo con lo que le toca, aun conociendo de antemano lo que sucedería, hasta poder decir: ¿Qué más podía yo hacer que no lo hiciera?

Los profetas hablan del pueblo como de una viña. Pues dice Isaías: Tenía mi amado una viña. Y también: Tú arrancaste de Egipto una vida Cristo en cambio habla como de una simiente. ¿Qué significa esto? Que ahora la obediencia será pronta y más fácil y rápidamente producirá fruto. Y cuando oyes: Salió el sembrador a sembrar, no pienses que hay una repetición inútil; porque muchas veces sale el sembrador para otros menesteres, como para abrir surcos en un campo nuevo o para arrancar y cortar las malas hierbas o quitar las espinas, u otras cosas a éstas semejantes. Pero él salió solamente a sembrar.

Yo pregunto: ¿por qué causa pereció la mayor parte de la simiente? No fue por causa del sembrador, sino de la clase de tierra que recibió la semilla, o sea del alma que no quiso oír. Mas ¿por qué motivo no dijo que unos por pereza recibieron parte de la semilla y la dejaron perecer; y otros por ricos la sofocaron; y otros muelles, la traicionaron? Porque no quería acosarlos con mayor vehemencia ni precipitarlos en la desesperación. Por tal motivo eso lo deja a la conciencia de los oyentes. Ni sucedió esto únicamente con la semilla, sino también con la red. Recogió ésta muchos peces inútiles. Pero El echó mano de esta parábola para ejercitar a sus discípulos y enseñarles que si entre los que recibieran la predicación había muchos que la dejaran perecer, no por eso ellos perdieran el ánimo, ya que lo mismo le sucedió al Señor. Y El, aun sabiendo lo que iba a suceder, no desistió de predicar.

Preguntarás: ¿qué objeto tenía eso de sembrar entre las espinas, sobre las piedras, en el camino? Ciertamente si se tratara de simientes y de tierra, no había objeto. Pero tratándose de las almas y de la doctrina, es cosa muy de alabar. A un labrador si tal hiciera se le recriminaría, puesto que no puede una piedra convertirse en tierra, ni el camino dejar de ser camino, ni pueden las espinas dejar de ser espinas. Pero en los seres racionales no sucede lo mismo. Porque puede la piedra convertirse en tierra fértil, y el camino puede dejar de ser trillado por los hombres y hacerse campo feraz. Y las espinas pueden arrancarse de manera que la simiente, libre de ellas, fructifique. Si todo esto fuera imposible, Cristo no habría sembrado.

Ahora bien, que no en todos se haya verificado ese cambio, no ha sucedido por culpa del sembrador, sino de los que no han querido convertirse. El por su parte hizo todo lo que le tocaba. Si ellos dejaron perecer la simiente que del sembrador recibieron, sin culpa permanece el sembrador que tan gran benevolencia les manifestó por su parte. En cuanto a ti, quiero que consideres cómo no es único el camino para la ruina espiritual, sino que hay varias sendas y muy diversas y separadas unas de otras. Porque los hay que se asemejan al camino, como los desidiosos y negligentes y desocupados; otros más bien se parecen a las piedras, aunque son más débiles.

Dice, pues: Lo sembrado en terreno pedregoso es el que oye la palabra y desde luego la recibe con alegría, pero no tiene raíces en sí mismo, sino que es voluble; y cuando se levanta una tormenta o persecución a causa de la palabra, al instante se escandaliza. A quien oye la palabra del reino y no la entiende, viene el Maligno y le arrebata lo que se había sembrado en su corazón; esto es lo sembrado junto al camino. No es lo mismo que la simiente de la palabra se seque sin nadie que la moleste o la maltrate, y que esto suceda cuando prive la tentación. Pero los que se parecen a las espinas son menos dignos de perdón que ésos.

Pues bien, para que nada de eso suframos, cubramos la simiente con la magnanimidad y continuo recuerdo. Pues aun cuando el demonio sea raptor, en nuestra mano está que no nos arrebate la simiente. Ni es efecto del calor el que la simiente se seque. No dice Cristo que ella se haya secado a causa del estío, sino porque no tenía raíz. Ni tampoco la otra fue sofocada por culpa de las espinas, sino de los que las dejaron crecer. Puesto que si quieres, en tu mano está descartar ese mal germen y usar de las riquezas como conviene. Por eso no dijo el siglo, sino la solicitud del siglo; ni dijo las riquezas sino la seducción de las riquezas. No culpemos pues a las cosas, sino a la voluntad corrompida.

Se puede ser rico y no dejarse engañar; vivir en el siglo y no dejarse sofocar por sus seducciones. Porque hay en las riquezas dos vicios opuestos: la seducción que atormenta y ofusca y las delicias que tornan muelle. Y con toda propiedad dijo: la seducción de las riquezas; pues todo en las riquezas es falacia y seducción. Es cuestión de nombres que no se apoyan en ninguna realidad. Placer, gloria, anhelo de la belleza y todo lo a eso semejante, no son sino apariencias y fantasmas, no realidades de cosas. Y una vez que indicó los varios modos de ruina, finalmente puso la tierra buena, no permitiendo desesperar, sino dando esperanzas de penitencia y demostrando que es posible el cambio de las otras clases de terreno a éste. Pero si la tierra es buena y uno mismo e igual el agricultor, ¿por qué una produjo el ciento por uno, otra el sesenta y otra el treinta? También aquí entra la calidad del terreno, pues en donde el terreno es bueno todavía hay diferencia de calidades.

¿Observas cómo no tiene la culpa el agricultor ni la simiente, sino la tierra que recibe la semilla? ¿Observas cómo la diferencia se aprecia según la diversa posición de las voluntades y no de la naturaleza? En todo esto se ve la mucha benignidad de Dios, pues no exige una medida única en la virtud: a los de la primera clase los acoge gustoso; a los de la segunda, no los rechaza; a los de la tercera, les da oportunidad. Y dice El esto para que quienes lo siguen no vayan a pensar que para su salvación les basta con haber oído la doctrina.

Preguntarás ¿por qué no enumera los otros vicios, por ejemplo la concupiscencia de la carne, la vanagloria? Porque con decir los cuidados del siglo y la seducción de las riquezas ya lo dijo todo. La vanagloria y los demás vicios son cuidados del siglo y pueden reducirse a la seducción de las riquezas: por ejemplo, el deleite, la gula, la envidia, la gloria vana y todos los otros semejantes. Añadió lo del camino y la piedra, para significar que no basta con que nos libremos del amor del dinero, sino que es necesario ejercitar las demás virtudes. Porque ¿de qué te aprovecha no estar sujeto a las riquezas pero ser perezoso y muelle? ¿De qué, si no eres perezoso, pero eres tardo para escuchar la doctrina?

No basta con una sola de esas virtudes para la salvación, sino que se necesita en primer lugar la presteza para oír la palabra de Dios; en segundo lugar, recordarla constantemente; luego la fortaleza de ánimo; y finalmente el desprecio de las riquezas y de todas las cosas de este siglo. Por tal motivo Cristo pone en primer lugar el empeño en oír y luego lo demás, porque ese empeño es lo primero que se necesita. Pues dice Pablo: ¿cómo creerán si no oyen? De modo que tampoco nosotros podremos saber lo que hemos de practicar si no ponemos atención. Después pone la fortaleza de ánimo y el desprecio de las cosas presentes.

Oyendo, pues, estas cosas, armémonos por todos los costados, atendiendo a lo que se nos dice y echando firmes raíces y quedando expeditos de todo lo secular. Si practicamos unas cosas y descuidamos otras, de nada nos aprovechará y pereceremos, ya de un modo ya de otro. Pero ¿qué importa, si nos hundimos, que sea a causa de las riquezas o a causa de la desidia o de la molicie? El agricultor igualmente llora si la simiente se le echa a perder de un modo o de otro. No quieras, pues, consolarte porque no te pierdes de todos los modos posibles, sino llora, sea cual fuere el modo como perezcas. Pongamos fuego a las espinas que sofocan la palabra de Dios. Bien lo saben los ricos que ni para esto ni para otra cosa alguna son útiles. Los siervos y los esclavos de los placeres, no son útiles ni aun para los negocios civiles; y si para éstos no, mucho menos para los celestiales. Su pensamiento se halla acosado por una doble peste: la de los deleites y la de los cuidados; y cualquiera de ellas puede hacer naufragar la barquilla. Pero cuando ambas se juntan, ya puedes imaginarte cuan deshecha será la tempestad.

Ni te espantes de que a los deleites los llame espinas. Tú, por estar embriagado con semejante vicio, lo ignoras; pero los que están sanos saben bien que tales deleites punzan más duramente que las espinas. Los placeres derrotan al alma más que las solicitudes y engendran más recios dolores de cuerpo y de alma. Nadie recibe tan graves heridas de los cuidados como de la hartura. Cuando alguno se halla atormentado con insomnios, enfermo de la cabeza y las sienes, y destrozado con dolores en sus entrañas, piensa tú que esto es más grave que muchas espinas. Pues así como las espinas, como quiera que se las toque, ensangrientan las manos, así los placeres echan a perder los pies, las manos, la cabeza, los ojos y todos los miembros; mientras que esos mismos placeres, al modo de las espinas, son áridos e infructuosos y dañan en lo que más importa, más que aquéllas Porque en la vejez prematura, embotan los sentidos, llenan de oscuridad los pensamientos, ciegan la mente dotada de aguda penetración, debilitan el cuerpo, amontonan mayor cantidad de estiércol, acumulan enfermedades y agravan y hacen más pesada la carga: de ahí se siguen fuentes de desgracias, ruinas y cantidad de naufragios.

Te pregunto: ¿Para qué engordas el cuerpo? ¿Eres acaso una víctima que vayamos a inmolar? ¿Te vamos a poner como manjar a la mesa? Con razón engordas tú las aves. Pero ni aun las aves engordas razonablemente, pues cuando ya redundan en grasa resultan inútiles para que quien está sano las coma. Tan grave mal es el demasiado placer en la comida, que aún para los brutos resulta pernicioso. Con su nimia gordura los tornamos inútiles para sí y para nosotros mismos. De semejante grosura provienen las excesivas indigestiones y la húmeda podredumbre. En cambio, los animales que no son así alimentados, sino que en cierto modo ayunan y trabajan, resultan certísimamente muy útiles para otros, así para alimento como para otros variados menesteres. Los que los comen, gozan de más segura salud. Pero los que comen de los otros más gordos, se hacen como ellos y se tornan más pesados, débiles y como ligados con fuertes ataduras. Porque no hay nada más dañoso para el cuerpo que los deleites de la comida: nada lo acaba y lo destroza como la glotonería.

Por tales motivos se admirará sin duda cualquiera de la necedad de tales hombres, pues no se cuidan ni siquiera cuanto otros cuidan de los odres. Los vendedores de vinos no quieren llenar los odres más de lo conveniente para que no se rompan; éstos, en cambio, no juzgan a su propio vientre digno ni siquiera de semejante cuidado; sino que, una vez que lo han repletado y roto, todavía se hinchen de vino hasta las orejas, las narices y las fauces; y se procuran una doble angustia: para el espíritu y para la natural ley que a todo animal gobierna. ¿Se te dio acaso la garganta para que la repletes de vino hasta la boca, lo mismo que de otras materias corrompidas? ¡No, oh hombre! No se te ha dado para eso, sino sobre todo para que cantes a Dios y recites las preces sagradas, leas las ordenaciones divinas y des al prójimo consejos que le aprovechen. Pero tú, como si para sólo aquello se te hubiera dado, no le permites servir ni aun en una mínima parte al divino ministerio, sino que toda tu vida la consagras a tan pésima servidumbre.

Es como si alguno, habiendo tomado una cítara con cuerdas de oro ajustada y bellamente afinada, no la pulsara para obtener una bella modulación, sino que la repletara de estiércol y de lodo: así proceden los que a la gula se entregan. Y llamo estiércol no al alimento, sino al placer y a tan exagerada intemperancia. Porque lo que no es de necesidad ya no es alimento, sino únicamente es peste. El vientre no se nos ha dado sino para recibir el alimento; mientras que la boca y la lengua se nos han dado tanto para el alimento como para otras cosas más necesarias que el alimento. Y mucho menos se nos dio el vientre para recibir de cualquier modo los alimentos, sino solamente en forma medida y moderada. El mismo estómago lo demuestra cuando de mil maneras grita, si con esa exagerada abundancia de alimentos lo dañamos. Ni sólo clama, sino que se venga de ello, como de una injuria, e impone severísimos castigos. Comienza por azotar los pies con la podagra, los pies que son los que nos llevan a tan pésimos convites. Luego, ata las manos que tantas cosas y en tan gran cantidad suministran. A muchos les ha torcido la boca y han soportado dolores de ojos y de cabeza. Y a la manera de un esclavo al que se le ordena llevar a cabo algo que está sobre sus fuerzas, algunas veces, ya irritado y feroz, maldice al que lo manda, así el vientre, cuando se le ha hecho violencia, juntamente con dañar a otros miembros, al cerebro mismo lo destruye y acaba. Dios bellísimamente proveyó que de ese uso inmoderado se siga un daño tan grave que, si no quisieres de buen grado ejercitar la virtud, a la fuerza y a lo menos por el miedo de tan perniciosas consecuencias, aprendas a proceder con moderación.

Sabiendo estas cosas, huyamos de los deleites en la comida y empeñémonos en la moderación, para que gocemos de la salud corporal y nos veamos libres de cualquier enfermedad del alma; y así consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXII


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HOMILÍA XLV (XLVI)

Acercándosele los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y El respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos, no (Mt 13,10-11).

CON RAZÓN debemos admirar a los discípulos que, ansiosos de saber, saben además cuál sea la oportunidad para preguntar. Porque no lo hacen estando presentes las turbas, como lo significa Mateo al decir: Acercándosele. Y no es simple conjetura mía, pues Marcos más claramente lo indicó al decir que ellos se le acercaron aparte. Así hubiera convenido que lo hicieran su madre y sus hermanos, y no llamarlo afuera y ponerse ellos así en evidencia. Advierte, además, su gran caridad para con los otros y cuán grande cuidado tienen de ellos y cómo, antes que nada, buscan lo que a los otros importa y después lo que a ellos. Le dicen: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y no: ¿Por qué a nosotros nos hablas en parábolas? Y en muchas otras ocasiones aparecen con esa buena disposición para con los demás. Como cuando dicen: Despacha las turbas y también: ¿Sabes que se han escandalizado? ¿Qué les responde Cristo? A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos no.

Esto dijo no para significar ni necesidad alguna ni algún sorteo hecho al acaso y a la ligera, sino refiriéndose a que ellos mismos son causa de sus males; y para declarar que eso es gracia y don dado de lo alto. Y no porque sea un don suprime el libre albedrío, como se ve por lo que sigue. Observa cómo, para que en oyendo que es un don ni aquéllos desesperen ni éstos procedan con negligencia, declara que el comenzar está en nosotros. Pues dice: Porque al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que parece tener le será quitado. Lleno está de mucha oscuridad lo que aquí se dice, y demuestra una justicia inefable. Significa lo siguiente: Al que está lleno de deseos y empeñoso, Dios le dará todas las cosas; pero al que está vacío de esos sentimientos y no hace ni lo que está de su parte, tampoco se le dará lo que está de parte de Dios. Pues dice: aun lo que parece tener le será quitado, no porque Dios se lo quite, sino porque él no pone lo que está de su parte. Así procedemos aun nosotros: cuando vemos que alguno oye con pereza lo que se explica y que tras de muchas admoniciones no presta atención, guardamos silencio. Al fin y al cabo si continuamos amonestándolo se le aumenta la pereza. En cambio al ansioso de aprender lo atraemos y largamente le hablamos.

Bellamente dijo: Aun lo que parece tener. Pues ni siquiera eso tiene. Luego aclara esto explicando qué significa: Al que tiene se le dará, con estas palabras: Pero al que no tiene, aun lo que parece tener le será quitado. Por tal motivo, dice, les hablo en parábolas, porque viendo no ven. Dirás que lo propio si no ven, es que se les abran los ojos. Ciertamente si la ceguera les viniera de nacimiento convenía que se les abrieran los ojos, pero siendo voluntaria, no dijo Cristo: no ven, sino: viendo no ven. De modo que su ceguedad nace de su perversidad propia. Habían visto los demonios expulsados, y decían: Por medio del príncipe de los demonios expulsa a los demonios. Lo habían oído cómo los llevaba a Dios y cómo manifestaba una absoluta concordia con Dios, y dijeron: Este no viene de Dios. Demostrando, pues, ellos y afirmando lo contrario de lo que veían y oían, dijo Cristo: yo les quito la vista y el oído, ya que con ellos no logran otra cosa que una mayor condenación. Porque no sólo no creían, sino que lo increpaban, lo acusaban, le ponían asechanzas.

Sin embargo, esto no se lo dice porque no quiere serles gravoso con su acusación. Al principio no discutía con ellos del mismo modo, sino con gran claridad; pero como ellos avanzaran en su perversidad, ahora les habla en parábolas. Luego, para que no creyeran que los calumniaba, ni fueran a decir: nos recrimina porque es nuestro enemigo, aduce al profeta que ya había dicho lo mismo. Se cumple en ellos la profecía de Isaías que dice: Ciertamente oiréis y no entenderéis, veréis y no conoceréis? ¿Observas con cuánta exactitud el profeta los acusa? Porque no dice: no veis, sino: Veréis y no veréis. Ni dice: no oiréis, sino: oiréis y no entenderéis. De manera que ellos se excluyeron a sí mismos, cerrando los oídos, cerrando los ojos, endureciendo sus corazones. Y no sólo no oían, sino que oían con pesadumbre. Y esto lo hacían, dice, para que no se conviertan y los sane. Con lo que daba entender la profunda perversidad de ellos y la aversión cuidadosamente cultivada.

Dice todo esto con el objeto de atraerlos e incitarlos y demostrarles que si se convierten El los sanará. Como si alguno dijera: No me ha querido ver y me alegro, pues si se hubiera dignado verme, al punto me habría doblegado. Habla así para indica;- que se habría reconciliado. Pues del mismo modo en este pasaje, dice: No sea que se conviertan y los sane. Declara de este modo que ellos pueden convertirse y por medio de la penitencia alcanzar su salvación; y que El, por su parte, todo lo hace no buscando su gloria, sino la salud de ellos. Si no los hubiera querido oír y salvar, lo propio era callar y no hablarles ni una palabra. Ahora, en cambio, habiéndoles en forma enigmática los incita. Porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.

Y acerca de que el pecado no provenga de la naturaleza misma ni de una necesidad, oye lo que dice a los apóstoles: Bienaventurados son vuestros ojos que ven y vuestros oídos que oyen. No habla de la vista y del oído corporales, sino de la vista y el oído de la mente. Porque estos oyentes eran judíos, educados del mismo modo; y sin embargo en nada los dañó la profecía, porque tenían bien arraigada la raíz del bien obrar; es a saber, el propósito de la voluntad. ¿Adviertes cómo eso de: A vosotros se os ha dado no lleva consigo necesidad alguna? Porque no se les habría proclamado bienaventurados si esa buena obra no les perteneciera y naciera de ellos. Así que no me arguyas diciendo que les habló oscuramente. Al fin y al cabo, podían también ellos acercarse y preguntar, como lo hicieron los apóstoles; sino que llenos de pereza y desidia, no quisieron. Mas ¿qué digo no quisieron? Incluso recalcitraron. Pues no solamente no le creían ni le daban oídos, sino que lo impugnaban y lo escuchaban grandemente molestos, como lo predijo el profeta acusándolos, cuando les advirtió: Lo oyeron pesadamente.

No fueron así los discípulos y por esto los llama bienaventurados. Además, por otro camino los confirma diciendo: En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron: es decir, mi advenimiento, mis milagros, mi voz, mis enseñanzas. Con semejantes palabras los antepone no solamente a aquellos hombres perdidos y malvados, sino también a los esclarecidos antiguos, puesto que los llama más bienaventurados. ¿Por qué? No sólo porque están viendo lo que los judíos no ven, sino porque ven lo que aquéllos antiguos anhelaban ver. Estos tan sólo lo vieron por fe, mientras que los discípulos lo ven con sus propios ojos, y con mucha mayor claridad.

¿Observas cómo de nuevo enlaza la Antigua Ley con la Nueva, al declarar que aquéllos no sólo vieron lo futuro, sino que además vehementemente lo anhelaron? Si hubieran sido adoradores de un Dios extraño y contrario al del Nuevo Testamento, no habrían deseado ver a Cristo. Dice pues: Vosotros a quienes se ha concedido esto, oída la parábola del sembrador. Y luego les explica lo que ya dijimos antes acerca de la pereza y la diligencia, del temor y la fortaleza, de la riqueza y la pobreza; demostrando por una parte la utilidad que de unas se sigue, y por otra los daños que de las otras provienen.

Pasa luego a explicar los varios modos de ejercitar la virtud. Siendo como es misericordioso, no se contentó con abrirnos un solo camino, ni dijo: Quien no lleve el fruto del ciento por uno ha perecido; sino: Quien lleve el sesenta y aun el treinta por uno, se salvará. Y lo dispuso así a fin de que fuera más fácil el camino de la salvación. ¿No puedes tú guardar virginidad? Cásate castamente. ¿No puedes vivir sin posesiones? Haz limosna de tus bienes. ¿No puedes con esa carga? Divide tus bienes con Cristo. ¿No quieres darle todo? Dale la mitad, dale la tercera parte. Es tu hermano, es tu coheredero: hazlo ya desde acá coheredero. Cuanto a él le des, a ti mismo te lo das.

¿No oyes lo que dice el profeta: A tus consanguíneos no los desprecies? Pues si no conviene desechar a los parientes, mucho menos al Señor que juntamente con el dominio tiene el derecho de parentesco contigo y muchos otros motivos más. El te ha hecho partícipe de sus bienes sin haber recibido nada de ti; y con este inefable beneficio se adelantó a incitarte Pues ¿cómo no será el extremo de la locura que no te muestres benigno con él, tras de don tan grande, y le des alguna cosa en compensación, siquiera una cosa mínima por dones tan eximios?

Te hizo heredero del cielo ¿y tú no le das ni siquiera un algo de los bienes terrenos? El a ti, que ningún bien le habías hecho, sino que eras su enemigo, te reconcilió consigo ¿y tú ni a tu bienhechor y amigo le darás algo, a pesar de que tienes que agradecerle de antemano el reino y todas las otras cosas que de El has recibido y ahora le das? Los esclavos que han sido hechos libertos, cuando invitan al banquete a sus patronos, no juzgan con esto hacerles un favor, sino que ellos lo reciben, pero tú procedes al contrario. Porque no el siervo al Señor, sino el Señor al siervo se adelantó a invitarlo a la mesa, mientras que tú ni aun después de haber sido invitado lo llamas al banquete. El primero te introdujo a su casa; pero tú ¿ni aun en esto lo imitas? El te vistió cuando estabas desnudo ¿y tú a El no lo hospedas ni aun viéndolo peregrino? El el primero te brindó de su cáliz ¿y tú no le ofreces ni siquiera agua fresca? Te dio a beber del Espíritu Santo ¿y tú no apagas ni siquiera su sed corporal? Te dio la bebida del Espíritu Santo a ti que eras digno de tormentos ¿y tú a El sediento lo desprecias aun siendo así que le habías de dar todo lo tuyo, tornándole sus propios dones?

¿Acaso no estimas en mucho el tener en tu mano aquella copa de la que va a beber Cristo y llevarla a sus labios? ¿No caes en la cuenta de que a sólo el sacerdote pertenece entregar a los fieles el cáliz de la sangre divina? Responderás: Yo no desprecio así tan abiertamente tales cosas; y si tú me las das, las recibo. Por mi parte, aunque seas laico, no lo rehuso, ni te pido de vuelta lo que te he dado. No busco ahora tu sangre, sino un poco de agua fresca. Piensa, pues, a quién das de beber y que te tome escalofrío. Piensa en que te haces sacerdote de Cristo, cuando con tu propia mano le das no tu carne, no tu sangre, no un pan, sino un vaso de agua fresca.

El te viste con vestiduras de soldado y lo hace personalmente; pues vístelo tú a lo menos en sus siervos. Te hace glorioso en los cielos, líbralo tú acá del frío y de la vergonzosa desnudez. Te hace conciudadano de los ángeles: recíbelo tú bajo tu techo, recíbelo en tu casa siquiera como a uno de tus criados. No rehusé, dice El, semejante mesón, aun cuando Yo te he abierto toda la morada de los cielos. Te libré Yo de estrechísima cárcel. No espero lo mismo de ti ni te digo que me saques de la cárcel: no te exijo eso, sino solamente te digo que a mí, enfermo, me visites.

Siendo, pues, tan grandes los dones y tan poquísimo lo que se nos pide y que sin embargo no lo damos ¿de qué infierno, por grande que sea, no seremos dignos? Justamente vamos al fuego preparado para el diablo y sus ángeles, pues no tenemos sensibilidad mayor que la de una roca. Te pregunto: ¿de cuán grande necedad no es propio que nosotros, tras de haber recibido tan grandes bienes y tan grandes recibiremos luego, estemos hechos siervos de las riquezas que poco después tendremos que abandonar aun contra nuestra voluntad? Hubo quienes dieran por el reino de los cielos y por tan excelsas coronas su vida misma y derramaran su sangre ¿y tú, en cambio, ni siquiera das de lo superfluo que tienes? Entonces, ¿de qué perdón, de qué excusa serás digno cuando de buena gana arrojas en la tierra la simiente, ni perdonas medio alguno para colocar a rédito tus dineros y en cambio cuando se trata de alimentar al Señor en sus pobres te muestras duro e inhumano?

Pensando todo esto y considerando en nuestro ánimo lo que hemos recibido y lo que habremos de recibir y lo que esperamos, dediquemos todo nuestro empeño a las cosas espirituales. Volvámonos mansos y humanos, para no atraernos un intolerable suplicio. ¿Qué motivo de castigo nos falta cuando gozamos de tantas y tan grandes cosas y no se nos pide nada extraordinario sino únicamente aquello que luego dejaremos aquí aun contra nuestra voluntad, y sin embargo tanto empeño ponemos en los negocios seculares? Cada cosa de ésas es suficiente para que se nos condene. Pero si se juntan todas ¿qué esperanza de salvación nos queda? Así pues, para escapar de semejante condenación, mostremos para con los necesitados a lo menos algo de liberalidad. Gozaremos así de los bienes presentes y también de los futuros. Ojalá nos acontezca a todos alcanzar éstos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

CXIII



Crisóstomo - Mateo 44