Crisóstomo - Mateo 48

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HOMILÍA XLVIII (XLIX)

Cuando hubo terminado Jesús estas parábolas, se alejó de ahí (Mt 13,53).

¿POR QUÉ el evangelista dijo éstas? Porque Jesús iba luego a decir otras. ¿Por qué se apartó de ahí? Para sembrar por todas partes la palabra. Y viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de ellos. ¿A cuál llama ahora su patria? Me parece que a Nazaret. Porque: no hizo ahí muchos milagros, dice Mateo. En cambio, en Cafarnaúm hizo muchos milagros. Por lo cual decía: Y tú, Cafarnaúm ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados por ti, hasta hoy subsistiría.X En cambio, acá no hizo muchos milagros para no encenderlos más en envidia; y para que a causa de su mayor incredulidad, no cayeran en más grave condenación. En cambio, les propone una doctrina no menos admirable que los milagros.

Pero aquellos hombres necios, cuando debían haber quedado estupefactos y admirarlo por la fuerza de sus sentencias, por el contrario, lo desprecian creyendo que había nacido de un tal padre, a pesar de que había muchos ejemplos en los tiempos antiguos de varones nacidos de padres humildes. David fue hijo de Jesé, humilde agricultor. Amos era hijo de un cabrero y cabrero él mismo. El legislador Moisés nació de un padre que le era muy inferior. De manera que debiendo ellos precisamente honrarlo y admirarlo porque, nacido de tan humildes orígenes, tales discursos pronunciaba, pues era cosa clara que esto no le venía de humanos estudios, sino de la gracia divina, lo desprecian por lo que debían apreciarlo y admirarlo.

Acudía con frecuencia a las sinagogas, para que no lo acusaran de enemigo de la ciudad y de las turbas, si continuamente viviera en el desierto. Confusos, pues, y dudosos, decían: ¿De dónde le vienen a éste tal sabiduría y tales poderes? A los milagros llaman poderes o tal vez a su misma sabiduría. ¿No es éste el hijo del carpintero? Pues esto precisamente era el mayor milagro y digno de admiración. Su madre ¿no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas ¿acaso no están todas con nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se escandalizaban en él. Advierte cómo todo esto se dijo en Nazaret ¿Acaso no decían: sus hermanos son fulano y fulano? Pero esto ¿qué importaba? Precisamente lo propio era que esto mismo os infundiera fe. Pero cosa mala es la envidia y que con frecuencia se contradice. Lo que por ser inaudito era admirable y podía atraerlos, eso les sirve de tropiezo.

¿Qué les dice Jesús?: Sólo en su patria y en su casa es menospreciado el profeta. Y no hizo ahí muchos milagros por la incredulidad de ellos. Lucas dice: Y no hizo ahí muchos prodigios. Dirás que debía haberlos hecho. Puesto que si logró que se le admirara, como en realidad se le admiró, ¿por qué no obró milagros? Porque no tenía como finalidad la vana ostentación, sino la utilidad de aquellos hombres. Y como por este camino nada se lograra, se abstuvo de lo que era exclusivo suyo, para no aumentarles el castigo. Llegaba a ellos tras de largo tiempo y tras de haber obrado tantos milagros; pero ni aun así lo recibieron y soportaron, sino que ardían de envidia. Entonces ¿por qué, sin embargo, hizo unos pocos milagros? Para que no tuvieran razón al decir: Médico, cúrate a ti mismo; o también: es enemigo y contrario nuestro y desprecia a sus domésticos. Y para que no pudieran alegar y decir: Si aquí hubiera hecho milagros, habríamos creído también nosotros. Por esto hizo algunos milagros, pero pronto dejó de hacerlos. Y los hizo, tanto para cumplir con lo que a El tocaba, como para no aumentarles el castigo.

Medita tú, en cambio, la fuerza de sus sentencias. Aun comidos de envidia, no dejaban de admirarlo. Pero así como en sus obras no reprenden las cosas en sí, sino que fingen las causas y dicen: Por el poder de Beelzebul expulsa este los demonios? así aquí tampoco reprenden su doctrina, sino que acuden y se refugian en lo bajo de su linaje. Por tu parte, considera la moderación del Maestro, pues no los vitupera, sino que con gran mansedumbre les dice: Sólo en su patria es menospreciado el profeta. Y no se detuvo en esto, sino que añadió: y en su casa. Yo pienso que aludía a sus hermanos. En Lucas, Jesús pone ejemplos de lo mismo y dice: No fue Elías enviado a los suyos, sino a una viuda extranjera; y ningún leproso fue curado por Elíseo, sino el extranjero Naamán. En cambio, los israelitas no recibieron ningún favor ni hicieron ningún beneficio, sino sólo los extranjeros. Dijo esto para demostrarles su perversa costumbre y declararles así que nada nuevo le acontecía.

Por aquel tiempo, llegaron a Herodes el tetrarca, noticias de Jesús. Había muerto ya Herodes, su padre, el que degolló a los niños. No sin motivo el evangelista anota el tiempo, sino para que conozcas el fausto y la desidia de Herodes hijo. Desde luego, no tuvo noticias desde un principio, sino después de largo tiempo. Suelen así los príncipes fastuosos saber tardíamente semejantes cosas, porque las tienen en poco. Por tu parte, considera cuán grande cosa sea la virtud. Herodes temía a Juan muerto y discurría acerca de su resurrección. Pues dice el evangelio: Dijo a sus servidores: ese es Juan el Bautista a quien yo di muerte, que ha resucitado de entre los muertos y por eso obra en él un poder milagroso. ¿Observas su gran temor? No se atrevió a decir eso en público, sino que a solos sus servidores habla así. Sin embargo, esa absurda opinión tenía ya mucho de combativa. Porque muchos habían resucitado de entre los muertos, pero nadie había obrado tales milagros. A mí me parece que tales palabras tienen un sabor de ambición y a la vez de temor. Con frecuencia los ánimos enloquecidos conciben una mezcla de encontrados afectos. Lucas refiere lo que decía el pueblo: Este es Elías o Jeremías o uno de los profetas; pero el rey se persuadía ser más prudente en lo que él decía que los otros.

Es verosímil que al principio, cuando decían que Jesús era Juan (pues muchos lo afirmaban), Herodes lo negara y dijera: A éste yo le di muerte, gloriándose de ello con insolencia. Porque Marcos y Lucas refieren que dijo: Yo degollé a Juan. Pero como la fama prevaleciera, finalmente él afirmó lo mismo que los otros. A continuación el evangelista nos narra esa historia del degüello. ¿Por qué no antes? Porque estaba totalmente ocupado en referir los hechos de Cristo, y los evangelistas no se distraían a contar nada fuera de su asunto, a no ser que tuviera conexión con su propósito. De manera que no habrían referido esta historia si no hubiera sido por lo que se conecta con lo de Cristo y si Herodes no hubiera dicho lo de Juan resucitado. Marcos dice que Juan gozó de honor grande delante de Herodes, aun cuando Juan lo reprendía. ¡Tan gran cosa es la virtud! Luego continúa así la narración: Es de saber que Herodes había hecho prender a Juan, lo había encadenado y puesto en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de Filipo, su hermano. Pues Juan le decía: No te es lícito tenerla. Y quiso matarlo, pero tuvo miedo a la muchedumbre que lo tenía por profeta. ¿Por qué Juan no habla a Herodías, sino a Herodes? Por ser éste el principal. Observa en qué forma hace menos molesta la acusación, hasta el punto de que más bien parece una simple referencia que no una acusación.

Al llegar el cumpleaños de Herodes, bailó la hija de Herodías ante todos y gustó a Herodes. ¡Oh diabólico convite! ¡oh espectáculo satánico! ¡oh baile perverso! ¡oh precio de aquel baile, más inicuo aún! Se llevaba a cabo una muerte la más criminal de todas las muertes; y aquel que merecía ser coronado y ensalzado, fue degollado estando en su plenitud el banquete. En aquella mesa se erigió el trofeo de los demonios. Y el modo como se obtuvo la victoria fue digno de las demás hazañas. Porque dice el evangelista: Bailó la hija de Herodías delante de todos y agradó a Herodes. Por lo cual con juramento le prometió darle cuanto le pidiera. Y ella, inducida por su madre, le dijo: Dame aquí en la bandeja la cabeza de Juan el Bautista. Doble crimen: que bailara y que agradara; y que así agradara que mereciera como recompensa una muerte.

Observa cuan cruel, cuan insensato, cuan demente era Herodes. Se ligó con juramento y dio facultad a la joven para pedirle lo que a ella se le antojara. Mas, cuando vio el mal que de ahí se había seguido, dice el evangelista que se contristó. Esto a pesar de que ya desde el principio se había ligado a sí mismo. Entonces ¿por qué se contrista? Tal es la virtud que aún entre los perversos es admirada y alabada. ¡Oh mujer enloquecida! ¡cuando lo conveniente era admirar y venerar a Juan, que incluso trataba de rehabilitarla, ella misma trama toda la tragedia, tiende el lazo y pide un favor satánico! Y dice el evangelista: Pero él temió a causa del juramento y de los convidados. Mas ¿por qué no temiste lo que era más grave? Si acaso temías tener testigos de tu perjurio, mucho más convenía que temieras el asesinato tan perverso, pues tantos testigos de él tenías.

Creo que muchos ignoran el origen de aquella acusación que fue causa de aquella muerte; y así es necesario tratar también esto, a fin de que conozcáis la prudencia del Legislador. ¿Cuál era esa ley antigua que Herodes pisoteaba y que Juan defendió? Era necesario dar al hermano la esposa de quien muriera sin descendencia. Por ser la muerte un mal sin consuelo; y porque para conservar la vida nada hay que no se intente, estatuyó la ley que el hermano que viviera, desposara a la mujer del hermano difunto; y que al hijo que de ese desposorio naciera, le pusieran el nombre del hermano muerto, de manera que no desapareciera su casa. Porque si el muerto no dejaba hijos, que son en el caso de muerte el mayor consuelo, se seguiría un duelo intolerable. Tal fue el motivo de que el Legislador, Moisés, inventara este consuelo para aquellos a quienes la naturaleza no hubiera dado hijos; y ordenó que el futuro vástago se llamara con el dicho nombre. Pero si el difunto dejaba algún hijo, entonces los desposorios del hermano con la viuda eran ilícitos.

Preguntarás la razón; puesto que si podía celebrar los desposorios otro cualquiera, mucho más podría hacerlo el hermano del difunto. Pero no era así, pues quería el Legislador que se multiplicaran las afinidades, y por lo mismo que hubiera muchas ocasiones de entrar en parentesco. Mas ¿por qué, muerto el hermano sin hijos, no podía otro contraer ese matrimonio? Porque en este caso el hijo que naciera no podía ser tenido por ninguna razón como hijo del difunto. En cambio, siendo el hermano el que fecundara a la viuda, había un punto de apoyo probable para aquello en semejante unión. Por otra parte, un extraño no habría creído deber suyo sustentar la casa del difunto, mientras que del otro modo, estaba de por medio el derecho de parentesco.

En consecuencia, habiendo Herodes tomado la mujer de su hermano, que sí tenía hijos, con razón lo acusaba Juan, aunque lo hizo con moderación y al mismo tiempo con libertad de espíritu. Por tu parte, considera en cuántos modos ese espectáculo íntegramente es satánico y diabólico En primer lugar todo él era de embriaguez y placeres, de donde nada razonable puede nacer. En segundo lugar constaba de espectadores corrompidos y de un rey que a todos recibía. En tercer lugar, se trataba de un género de deleite irracional. En cuarto lugar, la muchacha por la que el desposorio de Herodes resultaba ilegal y a la que más bien convenía ocultar, puesto que era una injuria para la madre, sale al público y se muestra, superando ella, doncella, la desvergüenza de todas las meretrices.

El tiempo mismo nos da ocasión no pequeña para acusar de perverso aquel espectáculo. Pues cuando lo conveniente era que Herodes diera gracias a Dios por haberle concedido ver la luz en día semejante, entonces es cuando él lleva a cabo tan grave perversidad. Cuando convenía poner en libertad al encadenado, añadió a las cadenas el asesinato. Escuchad esto vosotras todas las que os atrevéis, seáis vírgenes o mujeres casadas, a manchar los ajenos desposorios con bailes, saltos descompuestos que deturpan el honor de la común naturaleza humana. Escuchadlo también vosotros, los varones que andáis tras de los costosos banquetes y las embriagueces que los llenan. ¡Temed el abismo del demonio! A aquel infeliz rey en tal manera lo absorbió que vino a jurar que daría la mitad de su reino. Así lo afirma Marcos: Júrale: Cualquier cosa que me pidas te la daré, aun la mitad de mi reino. ¡En tan poco estimaba sus dominios! ¡tan esclavo del placer estaba que tal concesión hacía a un baile!

Mas ¿por qué te admiras de que entonces tal cosa sucediera, cuando aun ahora, después de que tan insignes enseñanzas hemos recibido, muchos, a causa de los bailes de semejantes joven-cilios afeminados han perdido sus almas, aun sin estar constreñidos por los vínculos del juramento? Cautivados por la voluptuosidad, son llevados, a la manera de bestias, a donde el lobo los arrastra. Es exactamente lo mismo que en aquel tiempo sufrió el rey loco, que cometió dos crímenes vergonzosísimos: el haber enloquecido a tal grado a aquella mujer, ebria y que ante ningún crimen se detenía, y el haberse atado a sí mismo con la fuerza del juramento. Pero, aun siendo el rey tan perverso, la mujer fue más perversa que el tirano y que la muchacha. Porque fue ella la que tramó íntegro el drama criminal, cuando debió haber estado agradecida al profeta. La hija, obedeciéndola, obró torpemente y bailó y pidió el asesinato, y Heredes quedó de ella cautivo, como un pez en la red.

Observa cuan oportunamente Cristo dijo: El que ama al padre o a la madre más que a mí no es digno de mí. Si la muchacha hubiera observado este precepto, nunca habría violado tantas leyes, ni habría cometido semejante asesinato. ¿Qué hay peor que semejante brutalidad? Pedir como premio una muerte, una muerte inicua, una muerte en mitad del convite, una muerte que se pide pública e inverecundamente? Porque no se apartó para pedirla, sino que en público, quitada la máscara, descubierta la cabeza, asistida del patrocinio del diablo, habló con el rey. Porque obra fue del demonio que ella bailando agradara y así cautivara a Herodes: porque en donde hay baile, ahí está el demonio. No nos dio Dios los pies para eso: para que los usemos con desvergüenza, sino para que hagamos debidamente nuestro camino; no para que a la manera de los camellos bailemos (pues los camellos cuando saltan producen un espectáculo desagradable, pero mucho más desagradable lo dan las mujeres), sino para que acompañemos los coros de los ángeles. Al fin y al cabo, si en semejantes acciones el cuerpo resulta vergonzoso, mucho más el alma: ¡así bailan los demonios! ¡así adulan los ministros del diablo!

Pero considera ya la petición misma. Dice: Dame aquí en la bandeja la cabeza de Juan el Bautista. ¿Observas a esta desvergonzada que totalmente se ha entregado al demonio? Echa por delante la dignidad de Juan, pero no por eso se avergüenza; pues como si se tratara de un manjar, así pide que se le lleve en un plato aquella sacra y bienaventurada cabeza. No da razón alguna, ni podía darla. Simplemente busca ser honrada mediante la ajena desgracia. No dijo al rey: ¡tráelo acá y mátalo! Porque no habría podido soportar la franqueza del que iba a morir. Temía oír la voz terrible de Juan aun ya sacrificado. El profeta, aun en el paso de sufrir la muerte, no habría callado. Por esto dice: Dame aquí en la bandeja, porque anhelo ver ya muda esa lengua. Ni sólo intentaba huir de sus reprensiones, sino insultarlo y burlarlo ya caído.

Y Dios lo permitió y no envió de lo alto un rayo que abrasara aquella cara impudente ni ordenó a la tierra abrirse y absorber todo aquel perverso banquete, pues quería más brillantemente coronar a aquel varón justo, y dejar así un gran consuelo a cuantos posteriormente habían de padecer injusticia. Oigamos esto todos cuantos viviendo rectamente sufrimos de parte de los perversos graves padecimientos. Entonces permitió Dios que sufriera la muerte por medio de una muchacha desvergonzada y de una meretriz corrompida aquel varón que había vivido en el desierto, vestido de un cinturón de piel y de cilicio, y que era profeta mayor que los otros profetas y que nunca de mujer había nacido uno que lo superara; ¡y todo esto mientras él defendía las leyes divinas!

Considerando todo esto, llevemos generosamente todo cuanto padezcamos viendo cómo entonces aquella mujer sanguinaria y perversa se vengó a su placer de quien le había causado penas y sació toda su ira, y Dios lo permitió; y eso que Juan a ella nada le había dicho, en nada la había acusado, sino únicamente a Herodes. Pero la conciencia le servía de cruel acusador. Por eso se lanzaba a males mayores, doliente y agitada de remordimientos. Y juntamente echó sobre sí la deshonra y sobre todos los demás: sobre la hija, sobre el esposo abandonado, sobre el rey adúltero que aún vivía. Se esforzaba en superar sus crímenes anteriores. Como si dijera: ¿Te dueles de que el rey sea adúltero? Pues bien: yo lo haré además homicida y asesino de su acusador.

Oíd esto todos los que procuráis agradar a las esposas más allá de lo lícito. Oídlo los que lanzáis juramentos sobre cosas inciertas y dais a otros facultad para arruinaros y os caváis vosotros mismos un abismo. Así se arruinó Herodes. Pensó que la muchacha pediría algo propio del banquete; y que en semejante solemnidad y entre los manjares, pediría alguna cosa agradable y alegre, pero no la cabeza del Bautista; y se engañó. Mas nada de eso lo justificará. Pues aun cuando la muchacha tuviera un ánimo propio de hombres que luchan con las fieras, sin embargo, a él no le estuvo bien ponerse en el caso de ser engañado, ni obedecer el tiránico mandato de la joven.

Desde luego ¿quién fue el que no se horrorizó al ver aquella cabeza destilando sangre, llevada entre las viandas? Pero… ¡no! ¡no es perverso Herodes! ¡no es execrable aquella mujer! Al fin y al cabo así son las prostitutas: las más desvergonzadas y crueles de todas las mujeres. Si nosotros, al oír esto, nos estremecemos ¿cuál debemos pensar que sería el ánimo de quienes con sus ojos lo contemplaban? ¿Qué sufrirían los comensales al ver en mitad del banquete puesta ahí la cabeza cortada y la sangre ahí presentada? Pero no se conmovió con semejante espectáculo aquella mujer sanguinaria y más feroz que las furias, sino que saltaba de gozo. Y esto a pesar de que si no por otros motivos, a lo menos por el solo aspecto de aquella cabeza era necesario que se engendraran asco y náuseas. Nada de eso sufrió aquella mujer sedienta de la sangre del profeta.

¡Tal es la fornicación! ¡no hace únicamente lascivos, sino además homicidas! Las mujeres ansiosas de adulterio siempre están preparadas para dar muerte a los varones a quienes ellas mismas hacen injuria; y fácilmente procuran no una sola, ni dos, sino innumerables muertes. Muchos testigos hay de semejantes crímenes. Pues eso fue lo que hizo entonces Herodes, con la esperanza de que crimen tan grave fuera al fin relegado al olvido Pero aconteció todo lo contrario, pues en adelante Juan clamó con voces mucho más penetrantes. Es que la perversidad no mira sino al tiempo presente y es a la manera de los que sufren fiebre cuando piden inoportunamente agua fría.

Si ella no hubiera degollado al que acusaba su crimen, éste no habría tenido tan gran publicidad. Los discípulos de Juan cuando éste fue encarcelado, nada publicaron del crimen; pero cuando fue asesinado se vieron obligados a publicar el motivo y el hecho, y refirieron todo el crimen. Y se vieron obligados a publicar la causa verdadera de la muerte, para que nadie sospechara alguna otra perversa, como sucedió con Teu-das y con Judas. En conclusión: cuanto más te esforzares en ocultar tu crimen, por los mismos caminos más lo divulgarás. Nunca el pecado se encubre añadiendo pecados, sino que se borra con la penitencia y la confesión.

Advierte la moderación con que narra todo esto el evangelista; y cómo, en cuanto se puede, aminora el crimen. Pues dice que Herodes lo cometió por temor del juramento y de los comensales y que incluso se entristeció. Y acerca de la joven dice haber sido amonestada de antemano por su madre; y que llevó la cabeza de Juan a su madre, como si dijera que la muchacha no hizo sino cumplir lo que la madre le ordenaba. Lo hace el evangelista porque los justos suelen todos dolerse no de quienes sufren males, sino de los que los causan, pues en último término son éstos los perjudicados. En efecto: Juan no fue dañado, sino los que tramaron todo el crimen.

A esos justos imitemos nosotros y no injuriemos a los prójimos por sus pecados, sino que, en cuanto sea posible, disimulémoslos. Revistamos de virtud nuestro ánimo, como el evangelista que, en cuanto se pudo, habló con moderación de aquella mujer adúltera y sanguinaria. Porque no dijo: Avisada de antemano por aquella sanguinaria y malvada, sino solamente: avisada de antemano por su madre, usando así de más comedidas palabras. Tú, en cambio, injurias y querellas a tu prójimo, y de tu hermano que te ha injuriado no logras hablar tan comedidamente como el evangelista lo hizo acerca de aquella meretriz; sino que lo haces con feroces oprobios y lo llamas criminal, perverso, astuto, necio y con otras palabras semejantes.

Porque nosotros nos ponemos totalmente como fieras y hablamos al otro como si fuera un extraño, y lo maldecimos y lo colmamos de injurias y dicterios. No lo hicieron así los santos. Estos, más bien, lloran por los pecadores en vez de maldecirlos. Pues hagamos nosotros otro tanto: lloremos a esa Herodías y cuantas la imitan. Porque aún ahora muchos banquetes como ése se celebran. Y aun cuando no se sacrifique a Juan, pero se desgarran con mayor gravedad los miembros de Cristo. Los que en ellos bailan no piden en una bandeja la cabeza de Juan, sino las almas de los comensales. Y una vez que las han reducido a servidumbre y las han empujado a ilícitos amores y a convivir con las meretrices, no cortan las cabezas sino que degüellan las almas, volviéndolas adúlteras, afeminadas y muelles.

Ni me vayas a decir que tú, ebrio y harto de vino, contemplas sin movimiento alguno de concupiscencia a la bailarina que habla obscenidades, y que no te vence la lascivia ni te lleva a la voluptuosidad. Ciertamente sufres algo horrible, como es hacer de los miembros de Cristo, miembros de una meretriz. Pues aun cuando no esté presente la hija de Herodías, pero el demonio que entonces por medio de ella bailaba, ese mismo ahora por medio de estas danzas que él dispone se lleva cautivas las almas de los comensales Y aun cuando podáis vosotros evitar la embriaguez, sois, sin embargo, copartícipes del pecado ajeno en forma gravísima, ya que semejantes banquetes tienen como base económica infinitas rapiñas.

No atiendas a las carnes que tienes delante ni a los bizcochos sino a cómo se han conseguido: verás que proceden de avaricia, violencia y hurto. Instarás diciendo que tu banquete no se prepara así. ¡Desde luego! ¡ni yo lo deseo! Pero aun cuando por este capítulo tus banquetes están limpios, sin embargo, los banquetes costosos no están en absoluto libres de crimen. Oye cómo los reprende el profeta, aun estando libres de los pecados que ya dijimos. ¡Ay de los que bebéis vino escogido y os ungís con ungüentos los más exquisitos! ¿Ves cómo reprende los placeres? Porque con esas palabras no condena la avaricia, sino sólo el abuso de los placeres. Comes tú sobre medida cuando Cristo no tiene ni aun lo necesario. Tú devoras en abundancia los bizcochos cuando Cristo no tiene ni siquiera pan árido. Bebes tú vino de Tasos, cuando a El no le has dado ni un vaso de agua fresca en su sed. Te acuestas en un lecho delicado y con adornos mientras El yace rígido al aire frío. Por esto, aun cuando tus banquetes se hallen libres de avaricia, sin embargo, son perversos, pues todo lo consumes más allá de lo necesario y a Cristo no le das ni aun lo indispensable, siendo así que si vives entre placeres es por los bienes que El te ha dado.

Si fueras tutor de algún niño y administrador de sus bienes, y estando él en necesidad extrema lo descuidaras, tendrías diez mil acusadores y recibirías el castigo conforme a las leyes. En cambio, habiendo tú recibido los bienes que a Cristo pertenecen y despilfarrándolos a pesar de todo vanamente ¿no piensas que tendrás que dar cuenta de eso? Y no hablo de los que llevan a sus mesas a mujeres meretrices (pues de ésos habría que hablar como de perros), ni de los que mediante el robo hinchen los vientres ajenos, pues no me meto con ellos (como no lo hago con los cerdos ni con los lobos), sino de quienes disfrutan los bienes que les son propios, pero nada dan a los demás. Hablo de los que vanamente despilfarran los bienes paternos.

Tampoco éstos están libres de culpa. Porque yo pregunto: ¿cómo puedes estar libre de culpa y acusación cuando repletas el vientre del parásito, lo mismo que el de un perro que se halla presente, mientras a Cristo no lo juzgas digno ni aun de ese beneficio? Cuando el bufón que te hace reir recibe de ti tantas cosas ¿cómo estarás sin culpa cuando a Cristo que te ofrece el reino de los cielos en pago, no le das ni aun la más pequeña parte de ellas? Para que diga algo gracioso, el bufón se marcha repleto; y Cristo, que nos enseña doctrinas tales que si no las aprovechamos en nada nos diferenciamos de los canes, ¿no recibe ni siquiera ese beneficio?

¿Te horrorizas oyendo esto? ¡Horrorízate de hacerlo! Echa fuera a los parásitos y pon a Cristo a tu mesa. Si comunica contigo tu sal y tu mesa, será para ti tu Juez lleno de mansedumbre: porque El sabe respetar la mesa. Puesto que si así suelen hacerlo los ladrones ¿cuánto más el Señor? Piensa en qué forma alabó desde la mesa a la meretriz, como ya justificada, y en cambio, reprochó a Simón: No me diste el ósculo. Sin hacer tú eso, todavía El te alimenta; pues mucho más te colmará de mercedes si lo haces. No desprecies al pobre porque se te acerca pálido y mugroso. Piensa que en él Cristo visita tu casa. No sigas insultándolo con duras palabras: esas con que sueles meter a los que se te acercan, llamándolos importunos, perezosos y usando aun de palabras más duras.

Yo quisiera que cuando tales cosas dices pensaras en lo que hacen para ti los parásitos y en sí acaso te son útiles en algo doméstico. Dirás que añaden suavidad al banquete. Pero ¿cómo es eso de que lo hacen más agradable cuando se dan bofetones y hablan liviandades? ¿Puede haber cosa más desagradable que el abofetear a quien es imagen de Dios? ¿Te deleitas en eso y haces de tu hogar un espectáculo y llenas de mimos tu banquete imitando a los vulgares comediantes, siendo así que tú eres noble y nacido de condición libre? Porque lo que ahí se ven son bofetadas y risadas. ¿A esto llamas tú deleite? te pregunto. ¿A esto que es digno de lágrimas, de llanto y de gemidos? Cuando debías exhortarlos a llevar una vida virtuosa y cumplidora de su deber ¿los provocas al perjurio y a palabras soeces? ¿ya eso llamas deleite? Lo que conduce a la gehena ¿lo tienes tú como motivo de placer? Porque cuando los parásitos no logran decir algo gracioso, se desquitan con juramentos y perjurios. Pero tales cosas ¿son dignas de risa? ¿no lo son más bien de lágrimas y llanto? ¿quién que no esté loco puede afirmar tal cosa?

No digo esto con el objeto de que no se les suministren alimentos, sino para que no sea ese el motivo. Aliméntalos por beneficencia y humanidad y no por crueldad; ¡esté presente la misericordia y no las injurias! Alimenta al parásito porque es pobre y porque en él alimentas a Cristo, y no porque dice palabras demoníacas y mancha su vida. No lo atiendas cuando ríe, sino examina su conciencia y encontrarás que él mismo maldice miles de veces y llora sus procederes. Si lo oculta es por tus respetos. Procúrate comensales pobres, libres, no perjuros ni comediantes. Si quieres que en alguna forma te lo paguen, ordénales que si algo notan menos decoroso, te lo reprendan, te amonesten y procuren el bien de tu casa y tu familia. ¿Tienes hijos? Que tus comensales les sean padres como tú, y maestros y te alcancen bienes a Dios agradables. Introdúcelos en las negociaciones del espíritu. Si observas que alguno necesita de auxilio, ordena que le suministren el auxilio. Por medio de ellos anda a caza de los peregrinos, viste a los desnudos, envíalos a las cárceles, alivia las necesidades ajenas. Que sea este el pago que te den por los alimentos, pago que a ti y a ellos aproveche y que jamás se les pueda reprochar.

Por estos medios os uniréis con más estrecha amistad. Pues ahora, aunque piensen que se les ama, sin embargo, se avergüenzan como si gratuitamente vivieran contigo. En cambio, si llevas a cabo lo que he dicho, procederán de mejor gana y con mayor libertad, y tú con más presteza los admitirás a tu mesa, puesto que en eso no haces gasto sin fruto. Vivirán ellos contigo confiadamente y con la debida libertad; y tu casa, que antes era un teatro, se convertirá en una iglesia. Huirá de ella el demonio y entrará Cristo con el coro de los ángeles. Y en donde están Cristo y sus ángeles ahí está el cielo: ¡hay ahí una luz más espléndida que la del sol!

Y si deseas obtener de ellos otro consuelo, ordénales que lean en algún libro las leyes divinas. En esto te obedecerán más gustosos que en otras cosas. Esto a ti y a ellos los torna más decentes; mientras que las otras cosas que acabo de recordar, a todos los deshonran: a ti como querelloso y ebrio; a ellos como a miserables y esclavos del vientre. Y si por querellosos los alimentas es peor que si los mataras. Pero si por utilidad y fruto lo haces, más lucrativo es eso que si ya condenados a muerte los libertaras. Ahora, en cambio, los afrentas más que si fueran esclavos, pues los siervos gozan en tu casa de mayor libertad y confianza que ellos. En cambio, del otro modo los igualas a los ángeles. Libérate, pues, a ti mismo y a ellos; y quita de en medio ese título de parásitos y llámalos comensales. Quita ese nombre de aduladores y dales el nombre de amigos. La amistad la hizo Dios no para daño de amantes y amados, sino para bien y utilidad de ambos. La otra clase de amistades es peor que cualquier enemistad Porque de los enemigos, si queremos, podemos obtener algún provecho, mientras que de esas amistades necesariamente salimos con daño.

No retengas amigos que son maestros en dañarte. No retengas amigos que más cuidan de la mesa que de la amistad. Todos éstos, si suprimes los placeres de la comida, terminan con su amistad. Quienes viven contigo por razones de virtud, permanecen perpetuamente a tu lado sobrellevando cualesquiera vicisitudes de la fortuna. En cambio, los parásitos con frecuencia se vengan de ti y difunden mala fama de ti. He conocido a muchos honorables varones que por aquí alcanzaron pésima fama y fueron acusados: unos, de actos maléficos; otros, de adulterio; otros, de corruptores de menores. No teniendo los parásitos oficio ni beneficio, sino llevando una vida a como haya lugar, caen en sospechas de ejercer el mismo vergonzoso oficio de muchachos prostituidos.

En consecuencia, para apartar semejante fama y antes que nada para evitar la gehena futura y para hacer lo que a Dios agrada, desterremos esta diabólica costumbre. Haciéndolo así, ya comamos, ya bebamos, procediendo en todo a gloria de Dios, seremos consortes de su gloria. La que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos Amén.

CXVI


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HOMILÍA XLIX (L)

A esta noticia, Jesús se alejó de ahí en una barca, a un lugar desierto y apartado; y habiéndolo sabido las turbas, lo siguieron a pie desde las ciudades (Mt 14,13).

Observa cómo Jesús se aparta lo mismo cuando Juan fue encarcelado que cuando fue muerto y también cuando los judíos oyeron que él hacia muchos discípulos. Quería en muchas cosas proceder al modo humano, pues no había llegado aún el tiempo de revelar su divinidad. Por igual motivo ordenaba a los discípulos que a nadie dijeran ser El el Cristo. Quería que esto no se hiciera público y sabido, hasta después de su resurrección. El mismo motivo tuvo para no ser severo con los judíos que antes de ese tiempo no creyeron en El, y fácilmente los perdonaba.

Al apartarse ahora, no va a ninguna ciudad sino al desierto, y cruza el lago en una barca a fin de que nadie lo siga. Considera cómo los discípulos de Juan desde entonces más se le adhirieron. Porque fueron ellos los que le llevaron la noticia de lo que se hizo con Juan el Bautista. Por esto lo abandonaron y a sólo El se refugiaron. Así procedió Jesús tras de aquella no pequeña calamidad y tras de haber dispuesto todo correctamente, después de que le dieron la noticia. Mas ¿por qué no se apartó antes de que se la dieran, ya que conocía bien todo el negocio desde antes que se lo anunciaran? Para demostrar en todo la verdad de la nueva providencia y economía de su encarnación. Quería confirmar no sólo con lo que ellos veían, sino también con sus obras, que estaba al tanto de las astucias del demonio, el cual no dejaba piedra por mover para deshacer semejante opinión. Tal fue la causa de haberse apartado. Pero ni aun así lo dejan las turbas, sino que lo siguen y se le adhieren, sin que la muerte de Juan las aterrorizara. Así es el cariño, así es el amor: todo lo pesado y molesto lo supera y hace a un lado. Y por esto al punto recibieron su premio.

Porque dice el evangelista: Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella y curó a todos sus enfermos. Pues aun cuando era grande el empeño con que lo seguían, pero el premio que de Cristo recibían superaba con mucho al empeño de ellos. Y así el evangelista pone la razón de aquellas curaciones, que es la compasión: ¡la compasión profunda! lo repito. Y los curaba a todos. Aquí no exige la fe. Pues el que se le acerquen, el que abandonen las ciudades, el que lo busquen con empeño, el que permanezcan con él aun con la amenaza del hambre, declara bien su fe. Y El va a proporcionarles alimento. Pero no lo hace espontáneamente, sino que espera a que se lo pidan. Guarda su costumbre, como dije, de no proceder a obrar milagros si no se le piden. Mas ¿por qué ninguno de la turba se le acerca a suplicarle los alimentos? Por la gran reverencia que le tenían y por el ansia de seguirlo y oírlo no sentían el hambre. Tampoco los discípulos, por ser aún algo imperfectos, le rogaron que diera alimento a las turbas. Pero ¿qué fue lo que sucedió?

Dice el evangelista: Llegada la tarde se le acercaron los discípulos y le dijeron: El lugar es desierto y es ya la tarde; despide, pues, a la muchedumbre para que vayan a las aldeas y se compren alimentos. Si los discípulos después de verificado el milagro lo olvidaron; si después de haber recogido las espuertas con los restos, todavía creían que Jesús les hablaba de panes cuando a la doctrina de los fariseos la llamó fermento, mucho menos podían ahora sospechar nada de lo que Cristo iba a hacer, sobre todo porque nunca habían visto un milagro semejante. Aunque antes había Jesús curado a muchos enfermos, los discípulos no esperaban lo que haría acerca de los panes: tan imperfectos eran aún.

Pero tú considera la sabiduría del Maestro y cómo claramente los conduce a tener confianza. Porque no les dijo inmediatamente: Yo los alimentaré, porque no le hubieran dado fácilmente crédito. Entonces ¿qué fue lo que les dijo?: No tienen necesidad de ir; dadles vosotros de comer. No dijo yo les daré, sino dadles vosotros; porque aún pensaban ser El puro hombre. Pero ellos, ni aun así levantaron más arriba sus pensamientos, sino que le responden como a un hombre: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. Por esto Marcos añadió que ellos no entendían lo que decía, pues tenían su corazón embotado.

Pues bien: como ellos anduvieran tan rastreros, finalmente procede Cristo como quien es y les dice: Traédmelos acá. Aunque el sitio sea desierto, pero está presente el que alimenta al orbe. Aunque ya es pasada la hora, pero aquel que no está sujeto a las horas es el que habla. Juan dice que los panes eran de cebada. Y no lo dijo sin motivo, sino para enseñarnos a despreciar las mesas opíparas. Así era la mesa de los profetas. Y mandando a la muchedumbre que se sentara sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces; y alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y se los dio a los discípulos y éstos a la muchedumbre. Y comieron todos y se saciaron y recogieron de los fragmentos sobrantes doce cestos llenos, siendo los que habían comido unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

¿Por qué alzó los ojos al cielo y bendijo? Para que se creyera que El había salido del Padre y era igual a El. Pero las pruebas de ambas cosas parecían contradecirse. Demostraba la igualdad el que todo lo hacía con potestad propia; pero que hubiera venido del Padre no lo habrían creído sino viéndolo obrar todas las cosas con humildad y refiriéndolo todo al Padre e invocándolo para las obras que llevaba a cabo. Por tal motivo, no hace ni sólo una cosa, ni sólo la otra, para confirmar ambas verdades: hace los milagros con plena potestad unas veces y otras invocando al Padre. Y para que no pareciera que en esto había contradicción, en las cosas de menor importancia alza sus ojos al cielo; pero en las de mayor importancia procede con potestad propia: para que comprendas que también en las cosas menores su potestad no la recibe de otra parte, pero que honra a su Padre.

Cuando perdonó los pecados y abrió el paraíso para introducir al ladrón, y cuando con imperio abrogó la Ley antigua y cuando resucitó innumerables muertos y cuando enfrenó el mar y descubrió los secretos de los corazones y creó los ojos -obras todas propias de sólo Dios y no de otro-, jamás se dice que rogara; en cambio cuando procuró que los panes superabundaran -cosa que es, con mucho, inferior a esas otras-, alza los ojos al cielo, demostrando así lo que ya dije; y enseñándonos a no sentarnos a la mesa antes de dar gracias a Dios que nos proporciona el alimento.

Mas ¿por qué no creó los panes de la nada? Para cerrar la boca de Marción y de los maniqueos que afirman no ser Él el Creador; y para enseñarnos por las obras mismas, que todas las cosas visibles son obras y criaturas suyas; y que es Él quien proporciona los frutos. El, que allá a los principios dijo: Germine la tierra hierba verdeé Y también: Hiervan las aguas de animales. Pues no es esta obra menor que aquella otra. Al fin y al cabo, si esos seres brotaron de donde no los había, pero ciertamente salieron del agua. Ni es menos de cinco panes producir tantos otros y del mismo modo multiplicar los peces, que sacar de la tierra los frutos y de las aguas animales vivientes. Señal de que El imperaba en la tierra y en el mar.

Y pues para los enfermos hacía milagros siempre, ahora hace uno en beneficio universal, a fin de que muchos no sólo fueran espectadores de lo que a otros sucedía, sino que además disfrutaran del don por sí mismos. Lo que a los judíos antiguos les parecía en el desierto admirable y decían: ¿Podrá también darnos pan y prepararnos la mesa en el desierto? eso ahora lo hizo Cristo. Y los llevó al desierto para que no recayera sospecha alguna sobre el milagro, y nadie pensara que de algún pueblo cercano había provisto las mesas de pan. Por esto el evangelista recuerda no sólo el sitio sino además la hora. También aprendemos aquí la prudencia de los discípulos que demostraban en las cosas necesarias y en cuan alto grado despreciaban los placeres. Pues siendo ellos doce, no tenían sino cinco panes y dos peces. Hasta tal punto despreciaban las cosas materiales y sólo cuidaban de las espirituales. Más aún: ni aun eso poco que tenían se lo guardaron, sino que en cuanto se les pidió, lo entregaron.

Aprendamos por aquí que, aun cuando sea poco lo que poseemos, lo ofrezcamos a los pobres. Pues los apóstoles, mandados presentar los cinco panes, no exclamaron: Entonces ¿de dónde nos alimentaremos después? ¿cómo podremos aplacar el hambre? Sino que al punto obedecen. Aparte de la razón que ya adujimos, parece que Cristo con estos panes hizo el milagro, para llevar los discípulos a la fe, pues aún eran débiles en ella. Por esto mira al cielo. Tenían ya muchos ejemplos de otra clase de milagros, pero de ésta ninguno.

Habiendo, pues, tomado los panes, los partió; y por medio de los discípulos los repartió, confiriéndoles este cargo de honor. Ni sólo lo hizo para honrarlos, sino para que, palpando la realidad del milagro, no le negaran la fe ni se olvidaran luego del suceso, del que sus manos mismas daban testimonio. Y permitió que primero las turbas sufrieran el hambre y esperó a que los discípulos se acercaran y le preguntaran. También por medio de ellos hizo que las turbas se recostaran en la hierba, y por medio de ellos distribuyó los panes, queriendo así anticiparse y comprometer a cada uno por confesión propia y por sus obras. Por esta causa, de ellos recibió los panes, a fin de que se multiplicaran los testimonios del milagro y tuvieran ellos documentos y recuerdos del prodigio. Pues si tras de tantos preparativos todavía lo olvidaron ¿qué habrían hecho si Jesús no lo hubiera de tantos modos preparado? Y ordenó que se recostaran en la hierba, enseñándolos así a vivir austeramente. Porque no deseaba únicamente que los cuerpos se alimentaran, sino que las almas quedaran enseñadas.

De manera que por el lugar, por no suministrarles sino panes y peces, por haber ordenado que a todos se les diera lo mismo y en comunidad lo tomaran, de manera que ninguno recibiera más que otro, enseñó la humildad, la templanza y la caridad; y quiso que todos amaran a todos con igual afecto y tuvieran todas las cosas comunes a todos. Y habiendo partido los panes, los dio a los discípulos, y los discípulos los dieron al pueblo. Les dio los cinco panes ya partidos; y estos cinco panes, como si fueran una fuente, se multiplicaban y brotaban de las manos de los discípulos.

No terminó con esto el milagro; sino que hizo Jesús que no solamente los panes sobreabundaran, sino también los pedazos, para que se viera que estos pedazos eran de aquellos panes y pudieran también los que no estaban presentes saber lo que había sucedido. Para esto permitió que las turbas padecieran hambre; a fin de que nadie pensara que todo se reducía a meras apariencias. Permitió que sobraran doce canastos, para que incluso Judas llevara el suyo. Podía simplemente haber apagado el hambre en las turbas, pero los discípulos no habrían experimentado su poder, pues así sucedió en tiempo de Elías. En esta ocasión los judíos quedaron de tal manera estupefactos que quisieron constituirlo rey, cosa que en los otros milagros no habían intentado.

Pero ¿quién podría con palabras expresar en qué forma los panes brotaban como de una fuente? ¿cómo fluían en aquel desierto? ¿cómo vinieron a quedar saciados tantos hombres? Porque eran cinco mil, sin contar las mujeres y los niños. Grande alabanza era para el pueblo que mujeres y niños siguieran a Cristo. ¿Cómo se hicieron los fragmentos sobrantes? Porque esto no es menor milagro que lo otro. Y fueron tantos los fragmentos que los canastos igualaron al número de los apóstoles y no fueron ni más ni menos. Y habiendo recogido los fragmentos, Jesús no los adjudicó a las turbas, sino a los discípulos, porque aquéllas eran más imperfectas que los discípulos.

Luego, habiéndoles hecho una seña, obligó a los discípulos a subir en la barca y precederle a la otra orilla, mientras él despedía a la muchedumbre. Para que, si estando él presente pareciera que lo sucedido eran meras apariencias y no la realidad, a lo menos una vez él ausente, vieran que no era así. Por esto, dejando el hecho a que lo examinaran cuidadosamente, ordenó que se apartaran los que habían recibido el beneficio y las pruebas y constataciones del milagro. En cambio, en otras ocasiones, tras de hacer grandes prodigios, apartaba de sí juntamente a las turbas y a los discípulos, para persuadirnos que jamás se ha de buscar la gloria vana de los hombres ni el aura popular, ni procurar atraerse las multitudes.

Cuando dice el evangelista que los obligó significa con esto que los discípulos estaban muy fuertemente adheridos a su presencia. Los despachó al parecer para evitar el concurso de las multitudes; pero lo que él quería era subir al monte, para enseñarnos así que ni se han de frecuentar continuamente las muchedumbres ni tampoco se han de huir; sino que hay que hacer ambas cosas mirando siempre a la utilidad, de manera de proceder ya de un modo ya de otro, según convenga.

Aprendamos a adherirnos a Cristo Jesús, no para alcanzar favores en las cosas sensibles, no sea que esto nos acarree desdoro, como a los judíos. Pues Cristo les dijo: Vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Por eso Jesús no hizo muchas veces semejante milagro, sino solamente dos, para que aprendiéramos que no se ha de servir al vientre, sino que hay que ocuparse asiduamente en las cosas del espíritu. Ocupémonos en ellas y busquemos el pan del cielo, y una vez recibido echemos fuera todos los cuidados del siglo. Pues si aquellos hombres, habiendo abandonado su casa, parientes y ciudades y todo, se mantenían en el desierto y no se apartaban ni aun apretándolos la necesidad del hambre, mucho más debemos nosotros, cuando a semejante mesa nos acercamos, mostrar mayores virtudes, mayor amor de las cosas del cielo, y buscar las cosas sensibles sólo en segundo término.

No acusó Jesús a los judíos porque lo buscaran a causa de los panes, sino porque lo hacían a causa solamente de los panes y sobre todo por los panes. Si alguno desprecia los dones que son de mucho valor y se apega a otros menores que aquel que los concede desea sean despreciados, pierde también los mayores. Por el contrario, si deseamos los dones de alto precio, se nos añadirán los de menos precio, puesto que estos segundos se dan como añadidura de los primeros, por ser tan viles, aun cuando parezcan grandes, si con los grandes se comparan. En consecuencia no busquemos empeñosamente esos dones pequeños, sino mantengámonos indiferentes en cuanto a poseerlos o perderlos. Así lo hizo Job, quien ni se apegaba a los bienes presentes ni se quejaba de que le fueran quitados. Las riquezas se llaman ¡remata, no para que las enterremos, sino para que según convenga las usemos. Así como cada artífice posee su propio arte, así el rico que ignora la herrería ni sabe construir embarcaciones ni manejar el telar ni construir casas ni otra alguna de esas artes; pero si aprende a usar de las riquezas en la forma que conviene y a repartirlas entre los pobres, acabará por ser maestro en un arte que es mejor que todos los otros.

Porque este arte es más elevado. Su oficina la tiene construida allá en el cielo; y no usa instrumentos fabricados con hierro y bronce, sino la buena voluntad y la bondad. Maestro de este arte es Cristo, lo mismo que su Padre. Pues dice El: Sed misericordiosos como vuestro Padre que está en los cielos. Y es cosa admirable que precediendo este arte en excelencia a todos los otros en tan alto grado, no necesite de trabajo alguno, ni de tiempo, para ejercitarse, pues basta con querer y todo está hecho. Pero veamos también cuál sea tu finalidad. ¿Cuál es, en conclusión? El cielo y los bienes celestiales: es decir, aquella gloria inefable, aquel tálamo espiritual, aquellas lámparas brillantes, aquel habitar con el Esposo, y otras cosas que con palabras no pueden declararse ni con pensamiento alguno concebirse. De manera que por este lado semejante arte en gran manera difiere de todos los otros. La mayor parte de las artes solamente nos son útiles en el tiempo presente, pero éste lo es para la vida futura. Pues si tanto difiere de las otras artes que nos son necesarias en la vida presente, como la medicina, la arquitectura y otras semejantes, mucho más diferirá de esas otras que, si alguien bien las examina, verá que ni a artes llegan; de manera que yo a esas otras superfluas ni las tengo por artes.

¿Para qué nos son útiles las artes culinarias y las de los condimentos? En verdad, para nada. Peor aún: son harto inútiles y aun dañosas, pues enferman el alma y el cuerpo y acarrean pomposamente un deleite que es madre de todas las enfermedades y padecimientos. Más todavía: ni a la pintura ni al bordado de variadas labores y colores los llamaría yo propiamente artes, pues nos llevan a gastos inútiles. Las artes que son necesarias para el sustento de nuestra vida, conviene que nos aporten y preparen lo que necesitamos. Para esto nos puso Dios en el ánimo la sabiduría, para que encontremos modos de conservar nuestra vida. Pero representar en las paredes y en los vestidos animalillos, pregunto yo: ¿qué utilidades trae? Mucho habría que recortar de las artes de los zapateros y de los tejedores, puesto que con mucho han contribuido al lujo, mientras que sí han suprimido de lo que sí era necesario, mezclando con su arte un pésimo artificio: lo mismo que sucede en el arte de construir.

Sin embargo, así como a este último arte, mientras construya casas y no teatros y edifique lo necesario y no lo superfluo, lo llamaré arte, lo mismo que al de tejer con tal de que fabrique vestidos y mantos y no se dedique a imitar arañas excitando así grande hilaridad y generando grande molicie, también lo llamaré arte. Y el arte zapateril, mientras fabrique zapatos, no lo privaré del nombre de arte. Pero mientras convierta a los hombres en figura de mujeres y con las formas del calzado los torne afeminados y muelles, lo pondré entre las artes dañosas y superfluas. Ya sé yo que a muchos les parece que me entretengo demasiado en minuciosidades, pero no por eso me abstendré de hacerlo. Ciertamente la causa de todos los males es que semejantes pecados parezcan de poca importancia y por eso se descuiden.

Preguntarás: pero ¿qué pecado habrá más leve que el llevar zapatos adornados y brillantes y bien ajustados a los pies, si es que tal cosa ha de llamarse pecado? ¿Queréis, pues, que acometa a quien tal objeción pone, y le demuestre cuán grande torpeza hay en la naturaleza misma de eso? ¿No os irritaréis? Pero…¡vamos! ¡aun cuando os irritéis no me preocuparé por ello! Al fin y al cabo, sois vosotros mismos los causantes de semejante falta de sentido común: vosotros los que juzgáis que tal cosa ni siquiera es pecado y así nos obligáis a combatir ese lujo. ¡Ea, pues! Exploremos el asunto y veamos cuan grave mal sea. Desde luego, eso de mezclar en el calzado hilos de seda que ni siquiera es honroso poner en el vestido ¿cuan grave afrenta es y cuan digno de burla? Y si desprecias mi parecer, oye a Pablo, quien con suma vehemencia lo prohíbe y por ahí comprenderás la ridiculez de la cosa. Y ¿qué es lo que dice?: Sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos.

Pues ¿de qué perdón serás digno si cuando Pablo no permite a tu esposa usar costosos vestidos, tú llevas semejante lujo hasta en el calzado y de mil maneras te proporcionas una cosa tan ridícula y molesta? Para que tú la uses se construye la nave, se alquilan remeros, se amaestran patrones y timoneles, se despliegan las velas, se cruza el mar dejando abandonada a la mujer, a los hijos, a la patria; y el comerciante expone su vida a las olas y se va hasta las regiones de los bárbaros y se enfrenta con infinitos peligros: todo para que tras de tantas cosas, tú en tu calzado lleves cosidos unos hilos y adornes la piel del zapato. ¿Hay cosa más loca que ésta?

No eran así los calzados de los antiguos, sino tales como convenían para hombres. De manera que me temo que, andando los tiempos, los jóvenes vengan a usar calzado de mujer, sin que esto les cause vergüenza. Y lo que es más grave aún, sus padres lo ven y no se indignan sino que lo llevan con indiferencia. ¿Queréis que os presente algo más grave aún? Pues bien: todo eso se hace al mismo tiempo que muchos se hallan oprimidos por la miseria. ¿Queréis que os presente aquí en medio a Cristo hambriento, desnudo, cercado por todos lados y aprisionado y atado? Pues ¿de qué rayos no seréis dignos cuando a El necesitado de alimento lo descuidáis, mientras tan cuidadosamente andáis adornando las pieles de vuestros zapatos? Cuando El imponía la ley a sus discípulos no les permitió ni aun el llevar calzado, ¿mientras que nosotros no sólo no soportamos caminar con los pies descalzos, pero ni aun calzados de modo decente?

¿Qué hay peor que semejante absurdo? ¿qué hay que sea más ridículo? En verdad que eso es propio de un ánimo afeminado, inhumano, en exceso curioso y vanísimo. ¿Cuándo podrá ocuparse en lo que es necesario quien a tales superfluidades se entrega? ¿Cuándo un joven así podrá cuidar de su alma? ¿o siquiera pensar que la tiene? Vanísimo será quien se halle necesitado de admirar tales cosas. Cruelísimo será quien ocupado en ellas, descuide a los pobres. Sin virtud estará quien ponga todo el empeño de su vida en semejantes anhelos. El que anda cuidadoso de esos hilos de seda y del brillo de los colores y de la belleza de las hiedras que de semejantes tejidos nacen ¿cuándo podrá mirar al cielo? ¿Cuándo admirará la hermosura de allá arriba quien inclinado a la tierra, anda extasiándose en la belleza de las pieles de su calzado?

Dios extendió los cielos y encendió el sol para arrastrar tus miradas a lo alto; y tú en cambio a ti mismo te obligas a mirar al suelo, al modo de los cerdos, y le das gusto al demonio. Porque fue el mismísimo malvado demonio quien inventó semejante desvergüenza, para apartarte de aquella otra hermosura. Para eso te arrojó en aquélla. Para que a Dios que te muestra los cielos lo pospusieras al demonio que te muestra las pieles. O mejor dicho, no pieles, pues al fin y al cabo éstas son obras de Dios, sino cierta molicie y pésimo artificio. ¡Allá va el joven inclinado al suelo! ¡él, a quien se le ha ordenado el ejercicio de la virtud y pensar en el cielo! ¡y se gloría más de su calzado que si hubiera llevado a cabo alguna gran empresa; y muelle y delicadamente cruza la calle y la plaza; y se cubre de tristeza y de dolor por el miedo de que la lluvia le manche con el barro su calzado o el estío se lo cubra de polvo!

¿Qué dices, oh hombre? A causa de semejante lujo has arrojado al lodo toda tu alma ¿y en cambio con tan grave angustia piensas en tu calzado? Reflexiona en el uso que éste tiene y avergüénzate de tenerlo en tanta estimación. El calzado se inventó para calcar el lodo y el cieno y las otras horruras que hay en el pavimento. Si pues no te es posible dejar que se manche, desátalo, póntelo al cuello o en torno de tu cabeza… ¿O& reís vosotros al oír esto? Pues yo me derrito en lágrimas viendo la locura de semejantes jóvenes y de semejantes cuidados. Porque de mejor gana dejarían que todo su cuerpo se manchara, antes que su calzado. Y por aquí se tornan ligerísimos de espíritu; y por el otro motivo, ávidos de riquezas. Quienes se han acostumbrado a dejarse llevar de tan loco empeño es obvio y aun necesario que mucho gasten en sus vestidos y en todas sus cosas. Y si tienen un padre lleno de ambiciones, se les acrece su absurda codicia. Pero si lo tienen avaro, entonces se ven obligados a entregarse a varias torpezas para lograr un poco de oro para sus gastos. Por este camino muchos jóvenes han vendido su hermosura y acabaron en parásitos de gente rica y en ocuparse en otros viles servicios para por este medio comprar los modos de satisfacer su codicia.

Y que un joven así se convierta en amante del dinero y en ligerísimo de espíritu y del todo perezoso para las cosas de obligación, y por aquí se vea necesitado de cometer muchos pecados, es cosa que queda en claro por lo que ya se dijo. Y que además se tornará cruel y ansioso de vanagloria, nadie hay que lo niegue. Y así, como inhumano que es, cuando vea a un pobre, se dejará llevar del amor de sus propios adornos y no se dignará dirigirle una mirada; y aun cuando el pobre se muera de hambre, lo despreciará. Y como anheloso de la vanagloria, se le encontrará bien amaestrado en captarse la estima de los que lo ven aun en cosas que son simples nimiedades. Porque yo pienso que ni un capitán se gloría de sus ejércitos y de sus triunfos, como ese joven depravado del ornato de sus zapatos, de la amplitud de sus vestidos, de la cabellera de su cabeza. Y esto, siendo así que todas esas cosas, obras son de otros artífices.

Pues si nunca acaban de gloriarse de esas obras ajenas ¿cuándo lo harán de las propias? Y aun añadiría yo cosas más graves que éstas; pero con éstas es ya suficiente. Conviene, pues, que aquí termine mi discurso. Lo dicho es contra los querellosos litigantes que afirmaban no haber nada absurdo en lujo semejante. Sé bien que muchos de los jóvenes no hacen caso de lo que dejo dicho: ¡hasta tal punto están embriagados y presos de semejante enfermedad! Pero no por eso convenía callar. Los padres que no estén locos podrán reducirlos a la modestia debida, aun contra la voluntad de ellos. Ni diga el joven: ¡total, nada de nada! Porque esto es precisamente lo que ha echado a perder todo. De todos modos, convenía instruirlos y volverlos decentes en estas cosas al parecer mínimas y hacerlos magnánimos despreciadores de tales ornatos. Por este otro camino los hallaremos más tarde preclaros y eximios para las grandes empresas.

¿Qué hay más despreciable que el aprendizaje de las letras primeras? Pero por ellas se forman los oradores, los sofistas, los filósofos. Si ellos ignoran aquéllas, nunca llegarán a eso otro. Y lo decimos no únicamente para los jóvenes, sino también para las jóvenes y las mujeres; pues se hallan del mismo modo expuestas a los mismos pecados; y tanto más cuanto más conviene que las doncellas usen de mayor modestia. Pensad, pues, como dicho para vosotras cuanto se dijo de los jóvenes, a fin de que no tengamos necesidad de repetir eso mismo. Porque tiempo es ya de que cerremos la predicación con las acostumbradas oraciones.

Rogad, pues, juntamente con nosotros, para que los jóvenes que pertenecen a la iglesia puedan vivir en especial modestamente y llegar honorables a la ancianidad. Pues para los que no viven con templanza no hay que desear que lleguen a la vejez. Pero para los que siendo jóvenes imitan a los ancianos, por mi parte oro para que lleguen hasta una ancianidad extrema y engendren hijos excelentes que sean el gozo de sus padres, y antes que nada de Dios, creador de todos. Y ruego a Dios que aparte de ellos toda enfermedad espiritual; no solamente esa que trasluce en el calzado y en el modo de vestir, sino toda otra cualquiera. Porque la adolescencia, si se descuida, es como la tierra sin cultivo, que por todas partes brota espinas. Metamos ahí el fuego del Espíritu Santo y quememos esas malas pasiones. Cultivemos esos campos incultos, para que puedan recibir la simiente. Mostremos a nuestros jóvenes más sabios que los ancianos extranjeros. Cosa admirable es que en la juventud resplandezca la templanza; pues no merece gran premio quien en la ancianidad se muestra temperante, ya que la edad le ayuda. Lo admirable es gozar de paz en medio del oleaje y no quemarse entre las llamas y en la juventud guardar la pureza.

Pensando en esto, imita al bienaventurado José, que en todo eso resplandeció, a fin de que consigamos las mismas coronas que él consiguió. Ojalá todos las disfrutemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXVII



Crisóstomo - Mateo 48