Crisóstomo - Mateo 50

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HOMILÍA L (LI)

Una vez que hubo despedido a la turba, subió a un monte apartado para orar; y llegada la noche, estaba ahí El solo. La barca, ya en medio del mar, era agitada por las olas, pues el viento le era contrario (Mt 14,23).

¿POR QUÉ sube al monte? Para enseñarnos que para orar a Dios es cómoda la soledad y el desierto. Por esto con frecuencia se retira a sitios desiertos, y ahí pasa la noche en oración. Nos amonesta así que es necesario buscar sitio y tiempo oportuno para orar con tranquilidad. La soledad es madre de la tranquilidad y puerto de la quietud, que nos libra de todo alboroto. Por esa causa subió Cristo al monte, mientras los discípulos andaban agitados por las olas, y como en otrora iban azotados por la tempestad. Sólo que en la otra ocasión sufrían teniéndolo a El en la barca, pero ahora se encuentran solos y separados de Jesús. Es porque El los va conduciendo poco a poco a más altos grados de virtud a fin de que luego todo lo soporten con fortaleza. Por eso, cuando al principio tenían que experimentar el peligro, estaba él presente, aunque dormía, para acudir prontamente en auxilio de ellos. Ahora, en cambio, para ejercitarlos en más perfecta paciencia, no procede así, sino que está ausente. Permite que se levante la tempestad estando ya ellos en medio del mar, con el objeto de que no les quede prácticamente esperanza de salvación. Y los deja agitados por las olas durante toda la noche, creo que para despertar su corazón adormecido; porque tal es el efecto del terror que producen las tempestades y la noche. Y mediante ese terror, los inflamó en más desearlo y que tuvieran una más continua memoria en El.

Tales fueron los motivos de que no les acudiera enseguida. Pues dice el evangelista: En la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar. Les enseñaba así a no buscar un acabe inmediato de los males, sino llevar con fortaleza lo que les acontecía. De modo que mientras esperaban ser liberados, se acreció el peligro y el temor subió de punto. Pues dice Mateo: Al verlo ellos andar sobre el mar, se turbaron y decían: Es un fantasma. Y de miedo comenzaron a gritar. Así procede siempre Jesús. Cuando se prepara a borrar las tristezas, echa por delante otras más pesadas y tremendas, como sucedió en este caso. La tempestad no menos que aquella visión los perturbó. Pero, como ya dije. El ni aclaró las tinieblas, ni se descubrió inmediatamente, ejercitándolos con el continuo terror y enseñándoles a tener paciencia.

Así procedió con Job cuando iba a quitarle el terror y la tentación. Permitió que el final fuera más terrible aún, no por la muerte de sus hijos, ni por las injurias de su mujer, sino por los insultos de sus amigos y de sus criados. Y al tiempo en que Jacob fue librado en tierra extraña de sus trabajos, fue cuando Dios permitió que fuera perseguido y sufriera mayor perturbación. Pues fue cuando su suegro lo amenazó de muerte. Y luego cayó en extremo peligro con la visita de su hermano Mas, como no convenga que los justos sean tentados por muy largo tiempo, Dios, cuando van ya a salir del certamen, les aumenta las pruebas para su mayor ganancia. Lo mismo procedió con Abrahán, cuyo certamen postrero fue el de inmolar a su hijo Isaac. Porque lo intolerable, entonces se torna tolerable cuando viene estando ya uno, como quien dice, en la puerta y se acerca la liberación.

Así lo hizo entonces Cristo. No se les dio a conocer hasta que gritaron de miedo. Pero cuanto mayor había sido el terror, tanto más grata fue su presencia. Cuando clamaron, dice el evangelista, al punto les habló Jesús y les dijo: Tened confianza; soy yo, no temáis. Estas palabras les quitaron el temor y les infundieron confianza. Como no lo podían entonces conocer por su rostro y a causa de aquel modo inaudito de caminar y ser de noche, se les dio a conocer por la voz. Y ¿qué hace Pedro? Es siempre fervoroso, y siempre se adelanta a los demás. Y le dice: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. No le dice ruega, ni suplica, sino manda. ¿Observas su gran fervor y cuánta es su fe? Aunque por esto con frecuencia se hallara en peligro, por emprender lo que estaba sobre sus fuerzas. Aquí pedía algo exorbitante, pero sólo por amor a Jesús y no por vana ostentación. Porque no dijo: Manda que yo ande sobre las aguas; sino ¿qué?: Mándame ir a ti. Es que nadie lo superaba en el amor. Lo mismo hizo después de la resurrección, pues no soportó el ir al sepulcro con los demás, sino que se adelantó corriendo. De modo que da pruebas no solamente de su amor, sino también de su fe. Ni creyó que sólo Jesús podía andar sobre las aguas, sino que podía dar a otros la misma facultad; y anhelaba llegar hasta El cuánto antes.

Y Jesús le contestó: Ven. Y habiendo bajado de la barca Pedro, anduvo sobre las aguas y vino hacia Jesús. Pero viendo el viento fuerte, temió; y comenzando a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Al instante Jesús le tendió la mano, lo tomó y le dijo: Hombre de poca je ¿por qué dudaste? Esto es más admirable que lo primero, y por eso aconteció enseguida. Porque tras de haber demostrado que imperaba sobre el mar, hizo luego un mayor milagro. En la ocasión anterior únicamente imperó a los vientos Pero ahora anda él sobre las aguas y concede a otro que también ande así. Si allá al principio le hubiera dado ese mandato, Pedro quizá no habría hecho lo que ahora hizo, pues aún no tenía tanta fe.

Mas ¿por qué se lo concedió? Porque si le hubiera contestado: No puedes hacerlo, Pedro, fervoroso como era, le habría contradicho. Por esto quiso que se persuadiera por el hecho mismo, a fin de que para en adelante fuera más modesto. Mas Pedro, ni aun así se pudo contener. Y habiendo bajado de la barca, lo sacudían las olas porque él temía. Las olas hacían que él se agitara; el viento, que temiera. Juan añade que ellos querían recibir a Jesús en la barca; y que la nave llegó al punto a tierra, a donde iban. Viene a significar lo mismo, o sea que, cuando ya estaban para tocar tierra, El subió a la barca.

Habiendo, pues, Pedro bajado de la barca, iba hacia Jesús, no tan gozoso de andar sobre las aguas como de acercarse a Cristo. Pero habiendo logrado lo que era más, peligró en lo que era menos. Es decir por el ímpetu del viento y no por el mar. Tal es la humana naturaleza: con frecuencia, tras de vencer en lo grande, es vencida en lo pequeño. Así le sucedió a Elías con Jezabel y a Moisés en Egipto y a David con Ber-sabé. Y lo mismo a Pedro. Todavía con el terror de la visión se atrevió a andar sobre las olas; y en cambio no se pudo sostener contra el ímpetu del viento, y eso que ya estaba al lado de Cristo. De nada te aprovechará estar al lado de Cristo si no estás junto a El por la fe.

El suceso demostró la gran distancia que había entre el Maestro y el discípulo, y sirvió a los otros de consuelo. Porque si más tarde se irritaron por la petición de los dos hermanos, mucho más se habrían irritado en el caso presente, pues aún no habían recibido el Espíritu Santo. Más tarde ya no fueron así, porque en todo conceden el primado a Pedro y para la pública predicación le ceden el primer lugar, aunque pareciera algo más rudo que los otros. Mas ¿por qué no imperó a los vientos, que se aplacaran, sino que extendió su mano y tomó a Pedro? Porque se necesitaba el acto de fe de Pedro. Porque cuando no hacemos lo que está de nuestra parte, también cesa lo que a Dios toca. Y así, demostrando a Pedro que aquel su hundirse no se debía a los vientos impetuosos, sino a su poca fe, le dice: Hombre de poca fe ¿por qué dudaste? De modo que si no hubiera sido débil su fe, aun contra la fuerza del viento se habría él mantenido fácilmente. En tomándolo Jesús, dejó de soplar el viento, demostrando así que en nada lo habría dañado si hubiera sido firme su fe. A la manera que al polluelo salido del nido antes de tiempo y ya casi desplomándose, la madre lo sustenta sobre sus alas y lo vuelve al nido, así Cristo hizo con Pedro.

Y habiendo subido a la barca cesó el viento. Antes decían: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen? Pero ahora no. Pues dice el evangelista: Los que estaban en la barca se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. ¿Observas cómo lentamente los va conduciendo a todos a cosas más sublimes? Porque anduvo sobre las aguas y porque ordenó a Pedro hacer lo mismo, y cuando peligraba lo salvó, se les acrecentó la fe en gran manera. En la otra ocasión increpó al mar; ahora no lo increpa, demostrando su poder de otro modo más excelente. Por esto decían los discípulos: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. Y ¿qué? ¿acaso los reprendió porque así hablaban? En absoluto al contrario. Los confirmó en lo que decían cuidando más poderosamente de los que se le acercaban, y no como anteriormente.

Terminada la navegación, dice el evangelista, vinieron a la región de Genesaret; y reconociéndolo los hombres de aquel lugar, esparcieron la noticia por toda la comarca y le presentaron todos los enfermos, suplicándole que los dejase siquiera tocar la orla de su vestido, y todos los que lo tocaban quedaban sanos. Porque ya no hacían como anteriormente, ni lo llevaban a sus casas, ni le pedían que los tocara con su mano y que lo ordenara con su palabra; sino que, con más alta sabiduría y con mayor fe, alcanzaban la curación. La mujer que padecía flujo de sangre sirvió de maestra a todos para esta forma de fe. Y para mostrar el evangelista que ya mucho antes Jesús había ido por aquellas tierras, dice: Y reconociéndolo los hombres de aquel lugar, esparcieron la noticia por toda la comarca y le presentaron todos los enfermos.

El tiempo en que lo vieron no sólo no acabó con su fe, sino que la acrecentó y la conservó floreciente, ¡Ea, pues! toquemos también nosotros la orla de su vestido. Más aún: si queremos, podemos íntegro poseerlo. Pues ahora se nos ha puesto delante su cuerpo; no únicamente su vestido, sino su cuerpo; y no para que solamente lo toquemos, sino para que lo comamos y nos saciemos. Acerquémonos, pues, todos los que andamos enfermos. Porque si los que tocaban la orla de su vestido, tan gran virtud participaban ¿cuánto mayor la participarán quienes íntegro lo reciben? Pero recibirlo con fe no es solamente recibir el cuerpo que se nos ofrece, sino tocarlo con un corazón limpio y con tales afectos como que a Cristo en persona te acercas. Pero ¿es que no oyes su voz? Mas lo ves yaciendo en la hostia. Más aún: percibes su voz que te habla por medio de los evangelistas.

Tened, pues, fe en que ahora se celebra aquella misma cena en la que El se recostó; porque ésta en nada difiere de aquélla. No es que ésta la celebre el hombre y aquélla Cristo; sino que ambas las celebra Cristo. En consecuencia, cuando ves al sacerdote que te entrega la hostia, no pienses ser el sacerdote quien eso hace, sino que esa mano que se alarga es la de Cristo. Pues así como cuando el sacerdote bautiza, no es él quien bautiza sino Dios que con su invisible virtud toca la cabeza, de manera que no se atreve a acercarse y tocar ni un ángel ni un arcángel ni otro alguno, así sucede acá. Como Dios es el único que regenera, eso es don de sólo El.

¿No has visto cómo entre nosotros, cuando alguno es adoptado por hijo, no se encomienda eso a los criados, sino que los adoptantes personalmente se presentan ante el juez? Pues del mismo modo, tampoco Dios ha encargado semejante ministerio a los ángeles, sino que está presente en persona y ordena y dice: No llaméis padre a nadie sobre la tierra. Y no es porque desprecie a los padres, sino para que antepongas a ellos tu Creador, que te ha inscrito entre sus hijos. Quien te dio lo que era más, o sea a sí mismo, mucho más se dignará darte su cuerpo. Demos, pues, fe a los sacerdotes y a los encargados por ellos, acerca del más grande don que se nos ha concedido. Oigámoslos y temblemos. Nos ha dado su sacratísima carne en comida; se nos ha puesto a la mesa El mismo inmolado. ¿Qué excusa tendremos cuando con tal alimento apacentados en tal forma pecamos? ¿cuando comiendo el Cordero nos convertimos en lobos? ¿cuando comiendo la Oveja luego robamos a la manera de leones? Misterio tan grande nos obliga no sólo a vivir siempre limpios de rapiñas, sino aun de la más leve enemistad.

Porque este misterio es misterio de paz, que no nos deja apegarnos a las riquezas. Si Cristo por nosotros no se perdonó a Sí mismo ¿de qué castigo no seremos dignos si nos adherimos a las riquezas y descuidamos el alma, por la que El no se perdonó a sí mismo? Instituyó Dios que los judíos anualmente celebraran fiestas para recordar sus beneficios; pero a ti te los recuerda diariamente, mediante estos misterios sagrados. No te avergüences de la cruz, porque estos son nuestros motivos de honor, estos son nuestros misterios, este don es nuestro ornato: ¡de él nos gloriamos! Si yo dijera que Dios extendió los cielos y la tierra y derramó los mares y envió profetas y ángeles, no habré dicho nada que iguale a este misterio. Porque este es el resumen de todos los bienes: que no haya perdonado a su propio Hijo para salvar a los que le eran enemigos.

En consecuencia, que no se acerque a esta mesa ningún Judas, ningún Simón Mago, pues ambos perecieron por su avaricia. Huyamos de semejante abismo. No pensemos que nos basta para la salvación el que, tras de haber despojado a viudas y pupilos, ofrezcamos al altar cálices de oro con adornos de piedras preciosas. Si quieres de verdad honrar este santo Sacrificio, ofrece tu alma por la que Cristo fue inmolado. A ella hazla de oro. Pero si es de calidad inferior al plomo y aun al barro ¿qué lucrarás con que el cáliz sea de oro? No cuidemos, pues, únicamente de ofrecer cálices de oro, sino que éstos sean fabricados de lo adquirido en justo trabajo Entonces serán más preciosos que el oro, pues provendrán no de avaricias ni de rapiñas. No es la iglesia orfebrería ni platería, sino reunión de ángeles; de manera que lo que necesitamos son almas, ya que los cálices Dios los admite en vista de las almas. No era de plata la mesa aquella ni de oro el cáliz aquel en que Cristo dio su sangre a los discípulos; y sin embargo, mesa y cáliz eran a la vez preciosos y temibles, porque todo estaba lleno del Espíritu Santo.

¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando anda desnudo. No lo vayas a honrar aquí dentro con paños de seda, mientras allá fuera lo olvidas a El, afligido del frío y la desnudez. El que dijo: Esto es mi cuerpo, y de verdad realizó lo que decía, ese mismo dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer; y también: Cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis. El cuerpo sagrado no necesita aquí de vestido, sino de un alma pura; en cambio allá fuera necesita de muchos cuidados. Aprendamos a ser sabios y a honrar a Cristo en la forma que él quiere. Porque para quien recibe honor, el honor más grato es aquel que él mismo desea y no el que nosotros ideemos. Pensaba Pedro honrar a Cristo cuando le impedía lavarle los pies; pero eso que él intentaba no era honor, sino todo lo contrario. Pues también tú hónralo en la forma que El mismo ordenó con ley, repartiendo tus riquezas con los pobres. No necesita Dios de vasos de oro, sino de almas de oro.

Y no digo esto para prohibir que semejantes dones se ofrezcan, sino rogándoos que juntamente con ellos y aun antes que ellos, se haga limosna. Cristo acepta esos dones, pero mucho más la limosna. Porque en esos dones solamente el que los ofrece saca utilidad, pero en la limosna también el que lo recibe. En aquéllos puede haber ocasión de vanagloria y vana ostentación; pero en la limosna solamente hay benignidad. ¿Qué utilidad se sigue de que la mesa de Cristo esté cargada de vasos de oro, mientras El perece de hambre? Antes que nada sacia tú al hambriento, y luego, de lo sobrante, adorna a Cristo en su mesa. ¿Cáliz de oro fabricas y no das un vaso de agua? ¿Qué necesidad hay de ornamentar la mesa con telas tejidas de oro y en cambio no dar a Cristo ni siquiera lo necesario para el indispensable vestido? ¿qué utilidad se saca de eso?

Porque, ven acá y dime: si vieras tú a uno privado del necesario sustento, pero dejándolo así muerto de hambre, te pusieras a adornar la mesa revistiéndola de oro y nada más hicieras ¿te daría ese pobre las gracias? ¿acaso no más bien se encolerizaría? Y ¿qué si lo vieras vestido de ropas desgarradas y aterido de frío y tú, omitiendo darle vestido, le erigieras columnas de oro y pregonaras ser en su honor lo que hacías? ¿Acaso no pensaría que lo burlabas y que le hacías la mayor de las injurias? Pues piensa del mismo modo acerca de Cristo, cuando pasa El errabundo y necesitado de hogar; mientras que tú, tras de negarle el hospedaje, te pusieras a exornar el pavimento y los capiteles y las columnas y a suspender lámparas con cadenas de plata; y a él, encarcelado y atado, ni siquiera te dignaras dirigirle una mirada.

Y no digo esto para prohibir que semejantes adornos se empleen, sino para que juntamente se cuide de ambas cosas. Más aún: yo os exhorto a que primero hagáis las limosnas y después lo demás. A nadie se le ha acusado por no haber proporcionado semejantes adornos; mientras que a quienes descuidan la limosna, les está preparada la gehena y el fuego inextinguible y han de tolerar semejante suplicio en compañía de los demonios. No por adornar tu casa, descuides a tu hermano que se halla en aflicción; porque él es templo más precioso que este otro material. De éste pueden arrancar los cimientos los reyes paganos, los tiranos, los ladrones; pero cuanto hagas benignamente por tu hermano hambriento, peregrino, desnudo, no puede arrebatarlo ni el demonio mismo, sino que queda guardado en el tesoro aquel intangible.

¿Qué dice Jesús?: A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a Mí no siempre me tendréis. Esto sobre todo debe movernos a misericordia: que no siempre, sino solamente en esta vida, tendremos a Cristo hambriento. Y si quieres penetrar el sentido íntegro de su sentencia, óyelo. Esto no lo dijo a los discípulos, aun cuando así parezca, sino que fue acomodado a la debilidad de la mujer aquella. Por ser aún imperfecta y porque ellos la molestaban, habló así a fin de consolarla. Y se ve claro por lo que dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Que a El siempre lo tengamos con nosotros, El mismo lo afirmó: Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundofi Queda pues en claro, de todo eso, que Cristo no dijo aquello sino para que la reprensión de los discípulos no dañara la fe que brotaba en aquella mujer.

No opongamos, pues, este pasaje, que fue dicho en aquellas circunstancias; sino que, leyendo cuantas leyes hay en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, pongamos gran cuidado en hacer limosna. Esto limpia del pecado. Pues dice Cristo: Dad limosna y todo será puro para vosotros. Ella vale más que los sacrificios, pues dice: Misericordia quiero y no sacrificio. Ella abre los cielos, pues al centurión Cornelio le dijo el ángel: Tus oraciones y limosnas han sido recordadas ante Dios.S Más necesaria es la limosna que la virginidad, pues por haber olvidado aquélla las vírgenes necias fueron excluidas del tálamo, mientras las otras eran recibidas.

Sabiendo todo esto, sembremos largamente para recoger con mayor abundancia; y que así consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por todos los siglos. Amén.

CXVIII


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HOMILÍA LI (LII)

Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos, etc. (Mt 15,1).

ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando hizo infinitos milagros; cuando curó a los enfermos al contacto de la orla de su vestido. Declara el tiempo el evangelista para manifestar la enorme perversidad de aquellos hombres que por nada cedían. ¿Qué significa eso de fariseos y escribas venidos de Jerusalén? Lo dice porque aún cuando estaban dispersos entre todas las tribus y divididos en las doce partes, pero los de Jerusalén eran los más perversos, porque disfrutaban de más crecidos honores y eran muy arrogantes. Observa cómo por su mismo modo de preguntar quedan cogidos. Porque no dicen: ¿por qué traspasan la Ley de Moisés? sino: la tradición de los ancianos. Por aquí se ve que los sacerdotes habían metido muchas innovaciones, a pesar de que Moisés con terrores grandes y muchas amenazas había prohibido que algo se añadiera o quitara a la Ley: No añadirás nada a lo que yo os prescribo ni nada quitarás." Sin embargo, ellos añadían novedades como era eso de no comer sin lavarse las manos y sin lavar las copas y vasos de bronce y purificarse. Y precisamente cuando ya era tiempo de eximirse de tales observancias fue cuando ellos más se ataron a ellas. Temían que alguien les arrebatara el principado y anhelaban hacerse más temibles con su papel de legisladores.

Llegó a tales términos la perversidad que sus preceptos se guardaban y en cambio se violaba la Ley de Dios. Y en tal manera se habían impuesto, que era pecado violar sus mandamientos. Había en esto una doble falta: que introducían innovaciones y que, sin tener en cuenta lo de Dios, vindicaban en forma tan rígida lo suyo. Ahora, haciendo a un lado lo de las medidas y lo de las copas de bronce, que eran cosas ridículas, traen al medio lo que les pareció de mayor importancia; y esto con el objeto, según me parece, de concitar contra Cristo la cólera del pueblo. Por lo mismo, trajeron a la memoria los ancianos, como si Cristo los despreciara, y tomar de aquí ocasión de acusarlo.

Nosotros debemos ante todo examinar por qué los discípulos comían sin lavarse las manos. ¿Por qué causa comían así? No lo hacían deliberadamente y con torcida intención, sino que para atender a lo necesario omitían lo superfluo. Tampoco tenían como ley el comer con las manos lavadas o sin lavar, sino que hacían lo uno y lo otro según se presentaba la ocasión. Si no se cuidaban del necesario sustento ¿por qué se iban a cuidar con diligencia de eso otro? Como esto aconteciera a los discípulos muchas veces en que de pronto y como fortuitamente tenían que hacerlo, por ejemplo cuando comían en el desierto y cuando arrancaron las espigas, los escribas y fariseos, que siempre descuidaban lo importante y en cambio cuidadosamente procuraban lo superfluo, tomaron ocasión de aquello como si fuera un pecado, para acusar a Cristo. ¿Qué hace Jesús? No atiende a eso ni rechaza la acusación, sino que al punto los recrimina, con el objeto de reprimir su audacia. Y para manifestar que quien cae en pecados mayores no debe tan cuidadosamente indagar las faltas pequeñas de otros Como si les dijera: Vosotros que debíais ser acusados, acusáis.

Quisiera yo que consideres cómo Jesús, cuando quiere abrogar alguna de las prescripciones legales, lo hace como si quisiera excusarse. Y así procede ahora. Porque no procede inmediatamente a tratar de las transgresiones, ni dice: Esto no tiene importancia, pues habría vuelto a los escribas y fariseos más feroces aún, sino que primero les humilla su audacia, trayendo al medio un crimen de ellos mucho mayor y echándoselo en cara. Tampoco dice de ellos que obren rectamente en las transgresiones para no darles agarradera, ni los reprende para no parecer que confirma la Ley, ni tampoco acusa a los ancianos como perversos y malos, pues lo habrían odiado como a querelloso; sino que haciendo a un lado todo eso, echa por otro camino Aparentemente parece redargüir a los que se le acercaron, pero en el fondo alude a los que semejante ley pusieron, sin nombrar para nada a los ancianos, aunque reprobándolos también a éstos en la acusación que pone contra aquéllos y pone de manifiesto que cometen un doble pecado: el no obedecer a Dios y el proceder así por agradar a los hombres.

Como si les dijera: precisamente esto es lo que os ha perdido, que en todo obedezcáis a los ancianos. No lo dice claramente, pero lo deja entender cuando les responde: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones? Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldijere a su padre o a su madre sea muerto? Pero vosotros decís: Si alguno dijere a su madre: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda, ése no tiene que honrar a su padre; y habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. No dice por la tradición de los ancianos, sino vuestra, y también: vosotros de--cís. No dice ancianos para que la contestación resultara menos molesta. Pues los escribas y fariseos intentaban demostrar que los discípulos eran transgresores de la Ley, Cristo les prueba que son ellos los trangresores verdaderos, y que los discípulos están libres de culpa. Ni es ley lo que los hombres establecen, y por eso la llama tradición, que es cosa propia de hombres en exceso perversos. Y como el mandato de lavarse las manos no era contrario a la Ley, El les trae al medio otra tradición que sí era contraria a la Ley.

Lo que dice Jesús significa lo siguiente. Los escribas y fariseos enseñaron a los jóvenes, so capa de piedad, a despreciar a sus padres. ¿Cómo y por qué medio? Si algún padre decía a su hijo: dame esa oveja que tienes, o ese ternero u otra cosa cualquiera, el hijo respondía: Eso que quieres que te dé es don prometido a Dios y tú no puedes recibirlo De donde se seguía un doble mal. Pues ni lo daban a Dios y en cambio defraudaban a sus padres bajo la excusa de ser aquello oblación hecha a Dios; de manera que les hacían injusticia en nombre de Dios, y a Dios en nombre de los padres. Pero Jesús no les dice esto al punto, sino que primero les recuerda la Ley, por la que Dios manifiesta su voluntad absoluta de que se honre a los padres. Porque dice: Honra a padre y madre para que vivas largo tiempo sobre la tierra. Y también: Quien maldijere a su padre o a su madre, muera. Cristo, dejando a un lado el premio que recibirán los que honren a sus padres, enuncia lo que es más tremendo, o sea el castigo que recibirán los que no los honren. Y lo hace tanto para apartarlos de ese crimen como para atraer a los que sean prudentes. Además por aquí hace a los escribas y fariseos dignos de muerte. Porque si quien con palabras no honra a sus padres es castigado, mucho más lo seréis vosotros: como si les dijera -pues los deshonráis con obras. Y no sólo los deshonráis, sino que enseñáis lo mismo a otros.

Entonces ¿por qué vosotros, que ni aun debíais estar entre los vivos, acusáis a los discípulos? No es de maravillar que contra mí, a quien hasta ahora no conocíais, os mostréis tan rijosos cuando lo mismo hacéis respecto de vuestros padres. Porque por todas partes afirma y demuestra que de esta raíz les ha nacido toda su arrogancia. Hay algunos que interpretan este pasaje de otro modo, es decir, aquello de: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda. Es decir: No te debo honor alguno; si te honro lo hago sin obligación, puesto que todo podía yo convertirlo en oblación a Dios. Pero Cristo aquí no trató de esa forma de injuria. Marcos lo dice más claro: Corbán, esto es ofrenda, sea todo lo que de mí pudiera serle que propiamente no significa don o regalo, sino oblación en sentido estricto.

Una vez que Cristo les demostró que quienes pisoteaban la ley de Dios no tienen derecho a reprender a otros, por haber traspasado la tradición de los ancianos, luego aduce la prueba con las palabras del profeta. Y tras de haberlos redargüido con vehemencia, prosigue adelante, como lo hace siempre citando las Escrituras, para demostrar además que El está de acuerdo con la palabra de Dios. ¿Qué es lo que dice el profeta?: Este pueblo se me acerca sólo de palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí; y su temor de mí no es sino un mandamiento humano A ¿Ves cuan exactamente consuena la profecía con lo dicho, y cómo ya de antiguo predice la perversidad de ellos? Lo que ahora Cristo dice acusándolos eso mismo ya anteriormente lo había dicho Isaías, o sea que despreciaban los mandatos de Dios.

Porque dice: Sólo me honra con los labios, mientras que cuidan grandemente de sus propios preceptos, enseñando mandatos de hombres. Con razón, pues, los discípulos no los guardan. Dado este golpe mortal y reforzada su acusación por los hechos, las propias sentencias de ellos y lo del profeta, ya no se ocupa de aquellos escribas y fariseos, puesto que era imposible enmendarlos; sino que se vuelve con su discurso a las turbas para exponerles una verdad sublime, grande, llena de alta sabiduría. Y tomando pie de lo dicho, explicó algo más eximio aún y excluyó la diferencia de alimentos. Pero atiende a la ocasión. Habiendo limpiado al leproso, removió la ley del sábado, se declaró rey de tierras y mares, estableció leyes, perdonó pecados, resucitó muertos y dio infinitas pruebas de su divinidad; y finalmente ahora habla de los alimentos. Porque todo el judaismo a esto se había reducido; y si esto suprimes, a todo él lo habrás suprimido. Porque partiendo de aquí demuestra que también es necesario abrogar la circuncisión. Aunque esto último no lo aclaró por entonces, por ser un precepto más antiguo y que con mayor reverencia y piedad se guardaba. Más adelante lo abrogó por medio de sus discípulos. Era un precepto tan magno que cuando los discípulos quisieron abrogarlo, pasado ya mucho tiempo, comenzaron por practicarlo y hasta al fin lo abolieron.

Considera en qué forma Cristo induce la ley. Dice el evangelista: Y llamando en seguida a la multitud, les dijo: Oíd y entended. Porque no simplemente lo anuncia a las turbas, sino que primero procura, mediante el honor y la oficiosidad, ganar atención para sus palabras. Esto es lo que deja entender el evangelista cuando dice: Y llamando enseguida. Lo mismo procura aprovechando la oportunidad del tiempo. Una vez que había refutado victoriosamente a los escribas y fariseos y los había confundido con la autoridad del profeta, entonces comienza a legislar, o sea cuando más fácilmente podían captar lo que les decía. Y no sólo llama a las turbas, sino que las hace atentas diciendo: Entended, es decir, meditad, levantad vuestros ánimos, porque digna es de atención la ley que luego quedará escrita.

Porque si ellos, fuera de oportunidad, quebrantaron la ley por causa de su tradición y vosotros les habéis dado oídos, mucho más conviene que ahora me oigáis a mí que oportunamente os llevo a más alta sabiduría. No dijo: la distinción de alimentos nada es; ni tampoco: Moisés erróneamente mandó eso; ni tampoco: lo hizo para acomodarse a vosotros; sino que, entre amonestando y aconsejando y apoyándose en la naturaleza de las cosas, les dijo: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca. Atendiendo a la naturaleza de las cosas, profiere su ley y establece su parecer. Cuando esto oyeron no lo contradijeron ni le alegaron y objetaron: ¿Qué es lo que dices? Habiendo Dios dado innumerables preceptos acerca de la discriminación de alimentos ¿tú ahora estableces esta ley? Sino que, puesto que con vehemencia los había reprimido, no solamente refutándolos sino poniendo de manifiesto su dolo y revelando lo que ellos a ocultas tramaban y los secretos de sus corazones, se apartaron en silencio.

Pero tú considera cómo ni en público ni claramente había Cristo hablado de los alimentos. Por esto ni siquiera los nombró diciendo alimentos, sino: Lo que entra no mancha al hombre. Cosa que podían ellos suponer referirse a las manos no lavadas. Hablaba de los alimentos, pero podía entenderse de las manos no lavadas. Pues tan sagrada era la discriminación de alimentos, que aún después de la resurrección, Pedro decía: Señor, nunca he comido nada común o inmundo? Pues aun cuando esto lo decía por causa de otros y preparándose una defensa contra sus acusadores y mostrar así que se había resistido, sin embargo con esto demuestra la gran estima y cuidado que en la discriminación de animales se tenía.

Por eso Cristo a los comienzos no habló claramente acerca de los alimentos, sino que dijo: Lo que entra por la boca. Y también cuando luego más claramente parece haber hablado, no lo dio a entender sino hacia el fin, cuando dijo: Pero comer sin lavarse las manos eso no contamina al hombre; como si por aquí comenzara su discurso y que las otras cosas solamente las había intercalado. Por eso no dijo: la comida de los alimentos no contamina al hombre, sino que habló como si tratara de otra cosa, para que nada le pudieran objetar. Añade el evangelista que oyendo esto se escandalizaron, no ciertamente las turbas, sino los fariseos. Porque dice: Se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos al oírte se han escandalizado? Y sin embargo, Cristo nada había dicho contra ellos. Y ¿qué hace Cristo? No se pone a contradecir el escándalo, sino que los increpa diciendo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada. Porque sabía él muy bien cuándo se ha de despreciar el escándalo y cuándo no. Porque en otra parte dice: Mas, para no escandalizarlos, vete al mar y echa el anzuelo. Aquí, en cambio, dice: Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa.

Lo que dijeron los discípulos no fue tanto porque se condolieran de los fariseos, sino porque ellos mismos sentían un poco de turbación. Pero como no se atrevían a decirlo de sí mismos, querían aclarar la cosa contándola como de otros, Y que esto sea así, oye cómo el fervoroso Pedro, que siempre se adelantaba a los demás apóstoles, le dice: Explícanos esta parábola. Declaraba así la turbación de su ánimo, pero sin atreverse a decir abiertamente que aquello le molestaba, sino rogando que mediante la interpretación se le apaciguara su turbación. Pero entonces él a su vez fue reprendido. ¿Qué le dijo Cristo?: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada.

Los enfermos de maniqueísmo alegan este pasaje como dicho de la Ley; pero con lo que ya explicamos les quedan cerradas las bocas. Si de la ley lo decía ¿cómo es que poco antes la defendió y argumentó en su favor diciendo: Por qué traspasáis vosotros el mandato de Dios por vuestras tradiciones? ¿Cómo es que alega el testimonio del profeta que dice: Este pueblo me honra con los labios, etc.? ¡No! ¡esto lo afirma hablando de ellos y de sus tradiciones! Pues si Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre ¿cómo puede ser que lo que El dijo no sea implantación de Dios? También lo que sigue demuestra que Cristo hablaba de los fariseos y de sus tradiciones. Porque añade: Son ciegos y guías de ciegos. Si hubiera tratado de la Ley, habría dicho que ella es guía de ciegos. Pero no dijo así, sino: Son ciegos y guía de ciegos, vindicando así a la Ley de toda acusación y refiriéndolo todo a ellos. En seguida, para apartarles las turbas y que no las despeñaran al abismo, dice: Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya.

Gran mal es la ceguera. Pero ser ciego y no tener guía y además ofrecerse como guía es doble y triple crimen. Pues si es cosa peligrosísima que el ciego no tenga guía, es más peligroso aún que él se ofrezca como guía. Y ¿qué hace Pedro? No dijo: ¿por qué has dicho eso? Sino que pregunta como si le molestara la oscuridad de lo dicho. Ni dice ¿por qué has hablado en contra de la Ley? Pues temía que lo tuvieran por escandalizado. Tal es el motivo de que hable como si la cosa fuera oscura. Pero es cosa clara que no lo dijo por la oscuridad del dicho, sino por haberse escandalizado, ya que en lo dicho no había tal oscuridad.

Por esto Cristo lo increpa y dice: ¿Tampoco vosotros entendéis? Quizá las turbas no entendieran lo que Cristo decía, pero los discípulos sí se escandalizaron. Por lo cual al principio, como si preguntaran acerca de los fariseos, pedían una explicación. Pero cuando le oyeron que pesadamente conminando decía: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada; y luego: Son ciegos y guías de ciegos, se contuvieron. Por su parte Pedro, siempre ardoroso, ni aun así pudo callar, sino que dijo: Explícanos esta parábola. Cristo le responde con vehemencia: ¿Tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis? Lo dijo en tono de reprensión para quitarles el prejuicio y opinión preconcebida. Y no terminó aquí, sino que añadió: Todo lo que entra por la boca va al vientre y se expele en la letrina. Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no contamina al hombre.

¿Observas con cuánta vehemencia los increpa? Además toma sus argumentos de la naturaleza misma de las cosas, para de este modo rectificarles sus ideas. Pues cuando dice: Va al vientre y se expele en la letrina, todavía les habla en el bajo sentido de los judíos, pues dice que esas cosas no permanecen en el hombre, sino que se expelen. Pero aun cuando permanecieran, no manchan al hombre. Pero esto aún no podían entenderlo. Por esto el legislador le concede tanto tiempo cuanto el alimento permanece dentro; pero cuando ya ha salido, no, sino que ordena por la tarde lavarse y estar limpios, midiendo cuidadosamente el tiempo de la digestión y de la expulsión.

En cambio, lo del corazón, dice, permanece dentro, y cuando sale es cuando mancha y no mientras está dentro. Y pone en primer lugar los malos pensamientos, que era lo propio de los judíos. Y no argumenta aún por las leyes naturales, sino por lo que sale del vientre y del corazón, y de que unas cosas sale: y otras no. Pues unas cosas de fuera entran y salen de nuevo; otras, en cambio, nacidas dentro, cuando salen, manchan; y sobre todo al salir. Pero ellos no podían aún entender esto con la debida sabiduría, como ya dije. Marcos añade que Cristo lo dijo para declarar puros todos los alimentos. Pero Cristo no dijo abiertamente que comer tales alimentos no mancha al hombre; sin duda porque no le hubieran dado oídos si tan claramente les hablara.

Aprendamos, pues, qué cosas manchan al hombre: sepámoslo y apartémoslas. Porque veo que hay en la iglesia una costumbre de venir con los vestidos muy limpios y con las manos lavadas, pero en cambio, no se preocupan de presentar al Señor un alma limpia. Y no lo digo prohibiendo lavarse las manos o la boca, sino que yo prefiero que os lavéis no con agua, sino como debe ser con el baño de las virtudes. Las suciedades de la boca son las maldiciones, las blasfemias, las querellas, las palabras llenas de ira u obscenas, los chistes y payasadas. Si tienes conciencia de no haber dicho tales cosas y que no estás manchado con semejantes horruras, acércate confiadamente. Pero si en esto tienes innumerables manchas ¿para qué en vano te lavas con agua la lengua, mientras llevas en ella esas mugres dañinas y perniciosas?

Porque, dime: ¿Si tuvieras en tus manos estiércol y lodo te atreverías a orar? ¡De ningún modo! Y sin embargo, eso no causa daño alguno; mientras que lo otro es dañosísimo. Entonces ¿por qué en lo que es indiferente te muestras pío, mientras que eres negligente en lo que está prohibido? Dirás: ¿qué pues? Entonces: ¿no se ha de orar? En verdad que es necesario, pero no manchado con horruras, no cubierto de tanto lodo. Pero ¿y si por casualidad he caído? ¡Limpíate! ¿Cómo? Llora, gime, haz limosna, ponte de acuerdo con aquel a quien injuriaste, reconcíliate con él, limpia tu lengua, para que no irrites a Dios más gravemente.

Si alguien se te acercara como suplicante a tocar tus pies con las manos llenas de excremento, sin duda que no sólo no lo oirías, sino que a puntapiés lo rechazarías. Entonces ¿cómo te atreves a presentarte así a Dios? Porque manos del que suplica es la lengua y con ella toca las rodillas de Dios. ¡No la manches, para que no te diga: Cuanto multiplicáis las plegarias yo no escucho. Y también: La muerte y la vida están en el poder de la lengua. Y además: Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado. Guarda, pues, tu lengua más que la pupila de tus ojos. Corcel regio es la lengua. Si le pones freno y la enseñas a caminar rítmicamente, el rey se sentará en ella con quietud; pero si la dejas ir sin freno y que ande saltando, será cabalgadura del diablo y de los demonios. Cuando tú has dormido con tu mujer, cosa que no es pecado, no te atreves a orar; y en cambio, tras de la querella y las injurias, merecedoras de la gehena ¿te atreves a levantar en oración tus manos antes de purificarte?

Pero yo pregunto: ¿cómo es que no te horrorizas? ¿No oyes a Pablo que dice: El matrimonio sea tenido por todos en honor y la unión conyugal sea sin mancha? Pues si levantándote de esa unión que es sin mancha, no te atreves a orar, cuando lo haces de una unión diabólica ¿cómo te atreves a invocar aquel tremendo y venerando nombre? Porque lecho del demonio es querer lavarse con oprobios y querellas. La ira a la manera de un dañino adúltero, nos acomete con gran deleite y arroja en nosotros simientes perversas y engendra enemistades diabólicas y hace todo lo contrario del desposorio. Porque el desposorio hace que dos sean uno en una carne, mientras que la ira a los que estaban unidos los separa y aun rasga y hiere al alma misma. En consecuencia, para que te acerques confiadamente a Dios, no des cabida a la ira que te acomete, sino apártala como se hace con un can rabioso. Pues Pablo ordenó: Levantando las manos puras, sin ira ni discusiones.

No manches tu lengua, pues ¿rogará ella por ti no teniendo ya tú confianza? Adórnala con la modestia y la humildad en las palabras; hazla digna de Dios a quien ella ruega; llénala de bendiciones mediante la limosna Porque también con la lengua puedes hacer limosna. Pues dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don; y también: Responde al pobre con mansedumbre y con palabras amables. Y el resto del tiempo, adórnala con la narración de las leyes divinas. Tu conversación sea toda según la ley del Altísimo. Acerquémonos al Rey eterno adorándolo en esta forma y caigamos en sus rodillas no sólo corporalmente, sino también con la mente. Pensemos a quién nos acercamos y en favor de quiénes y con qué finalidad. Nos acercamos a Dios ante el cual los serafines apartan su rostro porque no pueden soportar su esplendor, y a quien la tierra al verlo tiembla. Nos acercamos a Dios que habita en una luz inaccesible. Nos acercamos para que nos libre de la gehena y para alcanzar perdón de nuestros pecados; para vernos libres de aquel intolerable suplicio; y para conseguir el Cielo con todos los bienes que allá están preparados.

Postrémonos, pues, ante El con el cuerpo y con la mente, para que El, a nosotros postrados, nos levante. Hablémosle con toda modestia y mansedumbre. Preguntarás: ¿quién hay tan miserable e infeliz que no sea humilde en su oración? El que al orar lanza maldiciones contra sus prójimos y está lleno de furor y clama contra sus enemigos. Si quieres acusar, acúsate a ti mismo. Si quieres aguzar la espada de tu lengua, agúzala contra ti mismo, contra tus pecados. No hables del mal que otro te ha causado, sino del mal que tú le has hecho: lo contrario sería el mayor de los males. Porque nadie puede dañarte si tú no te dañas a ti mismo. Si quieres, pues, levantarte contra los que te dañan, levántate primero contra ti mismo. Nadie te lo impide. Si acometes a otros saldrás con mayor daño.

Pero ¿qué injuria que se te haya hecho puedes alegar? Dirás que fulano me injurió, me arrebató mis bienes, me puso en peligro. Pero esto, si estamos vigilantes, no nos es dañoso, porque todo eso puede sernos de gran provecho. El dañado es aquel que causó esos males, no el que los sufre. Y esto sobre todo es causa de todos los males: que no caemos en la cuenta de quién es el que daña y quién el dañado. Si bien lo supiéramos, nunca nos vengaríamos, nunca pecaríamos contra otro, sabiendo ya que nadie puede dañarnos. Que no es daño ser robado, sino robar. Si robaste, acúsate a ti mismo; si otro robó lo tuyo, ora por el ladrón, pues en gran manera te ha aprovechado. Pues aun cuando él no pensara en aprovecharte, tú, si con fortaleza lo sufres, habrás logrado máximas utilidades. Al ladrón las leyes divinas y humanas lo llaman mísero, mientras que a ti, como a dañado, te celebran y te coronan.

Si uno que padece fiebre arrebata a otro un vaso lleno de agua y así satisface su dañoso deseo de beber, nunca diremos que ha sido dañado por aquel a quien arrebató el vaso, sino que se ha dañado a sí mismo aquel que lo arrebató, porque a sí mismo se aumentó el ardor de la fiebre e hizo más grave su enfermedad. Piensa tú lo mismo acerca del codicioso de dineros y riquezas. Porque éste, más aún que el enfermo de fiebre, con la rapiña enciende su propia llama. Si alguno furioso arrebata a otro la espada y con ella se atraviesa ¿quién es el que recibe daño? ¿aquel a quien arrebató la espada o aquel que la arrebató? Ciertamente éste. Pues pensemos lo mismo acerca del robo de las riquezas. Lo que es la espada para el loco, eso son las riquezas para el avaro.

Y aun son más dañosas. Porque el que está loco furioso y se traspasa con la espada, al fin queda libre de su locura y no recibe ya nuevas heridas. En cambio, el avaro, día por día recibe nuevas y más graves heridas, sin que se vea libre de semejante locura; antes bien, la aumenta cada día. Cuantas más son las heridas que recibe, tanto mayor ocasión presenta de recibir otras mayores. Considerando estas cosas, huyamos de semejante espada, de semejante locura; y aunque sea tardíamente, vigilemos. Razonablemente a tal virtud le damos el nombre de continencia, no menos que a la otra que así comúnmente se llama. Porque en ésta se lucha contra la tiranía de una sola concupiscencia; pero en aquélla otra se hace necesario vencer muchas y variadas concupiscencias. Nadie hay más necio ¡nadie! que quien es esclavo de la riqueza. Cree que reina y es súbdito; le parece que señorea y es siervo; cuando se ata con cadenas, se goza; mientras vuelve cada vez más feroz a la fiera, se alegra; mientras es llevado cautivo, salta de gozo; mientras ve al can atacado de rabia y que acomete a su alma, mientras convenía encadenarlo y domarlo por el hambre, él largamente lo alimenta, para que con mayor vehemencia lo acometa y se torne más feroz.

Pues bien: pensando todo esto, rompamos las ataduras, demos muerte a la fiera, echemos de nosotros semejante enfermedad, librémonos de esa locura, para que disfrutemos de tranquilidad y tengamos verdadera salud; y así con abundante placer lleguemos al puerto sereno y sin olas, y alcancemos los bienes eternos. Ojalá que todos los obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



CXIX



Crisóstomo - Mateo 50