Crisóstomo - Mateo 2

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HOMILÍA II

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán (Mt 1,1).

¿RECORDÁIS por ventura la exhortación que hace poco os hacía para que con silencio profundo y místico recogimiento escucharais todo lo que se os iba a decir? Pues bien: hoy tenemos que acércanos a las sagradas puertas de aquella ciudad; y por este motivo os he traído a la memoria aquella exhortación. Si a los judíos que habían de acercarse al monte ardiente, al fuego y a la nube tenebrosa; o mejor dicho que ni siquiera debían acercarse, sino ver y oír de lejos, se les ordenó abstenerse del uso del matrimonio desde tres días antes y que lavaran sus vestidos; y ellos permanecían juntamente con Moisés en temor y temblor, mucho más nosotros que vamos a escuchar tan solemnes palabras, no permaneciendo lejos del monte envuelto en humo, sino penetrando en el cielo mismo, estamos obligados a mostrar mayor sabiduría y prudencia, no limpiando nuestros vestidos, sino la vestidura del alma, liberados ya de toda mezcla de las cosas mundanas.

Porque no vais a ver la tiniebla ni el humo ni la nube tempestuosa, sino al Rey en persona, sentado en el trono de su gloria inefable y a los ángeles y arcángeles que lo rodean, y junto con su corte incontable, a las multitudes del pueblo cristiano. Porque tal es la ciudad de Dios que en sí contiene la reunión de los antepasados, las almas de los justos, la multitud de los ángeles, la aspersión de la sangre que junta en uno todas las cosas: el cielo recibe en sí los cuerpos terrenos y la tierra los dones celestiales, y se da a los ángeles y a los santos la paz tan de antiguo deseada.

En esta ciudad está erigido aquel brillante y preclaro trofeo de la cruz, están los despojos ganados por el Rey nuestro. Ahora bien, si cuidadosamente atendemos, todo lo encontraremos en los evangelios con plena justeza descrito. Si tú con el conveniente recogimiento vas siguiendo lo que se diga, podremos guiarte por todos los sitios y mostrarte en dónde yace traspasada la muerte con herida mortal, en dónde han suspendido el pecado ya muerto también, en dónde están los exvotos de las victorias ganadas, muchas y maravillosas, en esta lucha y batalla presente. Verás ahí vencido al tirano y a la multitud de esclavos que lo siguen atados; verás la fortaleza desde la que el demonio impuro en los tiempos pasados asaltaba a todo el universo; contemplarás los escondrijos y cuevas de ese ladrón ahora ya destruidos y desmantelados. Porque aún allá se presentó el Rey.

Ni te vayas a cansar, carísimo, ya que no te cansarías escuchando a quien te narrara una guerra como si presente se hallara, con sus trofeos y victorias; más aún, no preferirías a semejante narración ni la comida, ni la bebida. Pues si agradable te resulta semejante narración, más lo es esta otra. Advierte qué cosa tan grande es escuchar cómo Dios allá en el cielo, se levantó de su trono y se lanzó hasta la tierra y aun a los mismos infiernos y se presentó a combatir; y cómo el demonio a su vez encaró contra Dios sus reales; pero no contra Dios simplemente, sino contra Dios oculto en la humana naturaleza. Y lo admirable es que verás la muerte destruida por la muerte y la maldición levantada mediante la maldición; y la tiranía del demonio destruida por medio de las mismas cosas que antes constituían su fortaleza.

¡Ea, pues! ¡despertemos, echemos de nosotros la somnolencia! Ya contemplo delante de nosotros las puertas patentes y de par en par abiertas. Entremos con modesto temor y al punto dirijámonos al dintel. ¿Cuál es en nuestro caso el dintel? Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. ¿Qué dices? ¿Anunciaste que ibas a tratar del Hijo Unigénito de Dios y nos sales con David, varón nacido tras de infinitas generaciones y a éste lo llamas padre y progenitor?…¡Espera! No quieras saberlo todo al mismo tiempo, sino despacio v con lentitud. Estás en el dintel apenas, en la entrada. ¿Por qué te precipitas al interior? Todavía no has examinado bien el exterior íntegro.

Porque aún no te enumero la íntegra genealogía. Más aún, ni la que luego se sigue, secretísima e inefable. Esto mismo te le dijo, antes que yo, el profeta Isaías. Pues prenunciando su pasión y su providencia en el orbe de la tierra, y admirado de que siendo el que es, haya venido a ser lo que es ya y haya descendido tan abajo, exclamó con clara y potente voz: ¿Quién narrará su genealogía?

Pero no tratamos aquí de aquella generación eterna, sino de esta otra inferior y terrena, de la cual hay tantos testigos. De ésta, según la gracia que del Espíritu Santo hemos recibido, y según nuestras fuerzas y capacidad, hablaremos. Aunque a la verdad, tampoco ésta podremos con toda claridad explicarla, pues también ella es sobremanera estupenda. No pienses cuando oyes hablar de ésta, que estás oyendo cosas sin valor. Levanta tu mente y Henéate de un santo escalofrío con sólo oír que Dios ha venido a la tierra. Porque esto es tan admirable, tan inesperado, que los ángeles en coro reunidos cantaron por todo el orbe las alabanzas y la gloria de semejante acontecimiento. Y ya de antiguo los profetas quedaron estupefactos de contemplar que se dejó ver en la tierra y conversó con los hombres. En realidad, estupenda cosa es oír que Dios inefable, inenarrable, incomprensible, igual al Padre, viniera mediante una Virgen y se dignara nacer de mujer y tener por ancestros a David y Abrahán. Pero ¿qué digo a David y Abrahán? Lo que es más que escalofriante: a las meretrices que ya antes nombré.

Tú, al oír semejantes cosas, levanta tu ánimo y no vayan a sospechar vileza, alguna. Más bien admírate de que el Hijo de Dios, verdadero Hijo de Dios, que existe sin haber tenido principio, haya aceptado que se le llamara hijo de David, para hacerte a ti hijo de Dios. Toleró el tener por padre a un esclavo para hacer que tú, esclavo, tuvieras a Dios por padre. ¿Adviertes lo que es el Evangelio, ya desde sus principios? Y si dudas de esa tu filiación, que te muevan a dar fe a ella, las cosas que en él se refieren. Porque es con mucho más difícil para el humano entendimiento que Dios se haga hombre que lo otro de que el hombre llegue a ser hijo de Dios. De modo que cuando oyes que el Hijo de Dios es hijo de David y de Abrahán, ya no dudes de que el hijo de Adán llegará a ser hijo de Dios Pues a la verdad, nunca en tal forma se habría vanamente humillado y para nada, si no hubiera de exaltarnos a nosotros. Nació él según la carne para que tú nacieras según el Espíritu; nació de mujer para que tú dejaras de ser hijo de la mujer. De modo que hubo una doble generación: una, tal que fuera como la nuestra; y otra, que fuera superior a la nuestra. Nacer de mujer es lo propio nuestro. Pero nacer no de sangre ni de voluntad de varón y de la carne, sino del Espíritu Santo, significa otra generación que será superior a la humana y que se nos concederá por obra del Espíritu Santo.

Semejantes a estas fueron todas las demás cosas. Porque así fue también el Bautismo que tuvo algo de antiguo y algo de nuevo. Que Cristo fuera bautizado por un profeta, era lo antiguo; pero que el Espíritu Santo descendiera, era lo nuevo. Procedió Cristo como si un hombre, puesto entre dos que se hallan separados, extendiendo sus manos y tomando con ellas las de los separados, a éstos los uniera. Así unió el Antiguo Testamento con el Nuevo, la naturaleza divina con la humana, sus cosas con las nuestras.

¿Has contemplado el resplandor de la ciudad y cómo centellea ya desde su entrada? ¿Ves cómo desde el dintel inmediatamente muestra al Rey disfrazado en forma tuya? ¡Ahí está, como si estuviera rodeado de su ejército! Porque ahí no siempre despliega el Rey su majestad; sino que, dejando a un lado la púrpura y la diadema, con frecuencia se reviste de los arreos militares. Sólo que allá lo hace de tal modo que no con darse a conocer atraiga a los adversarios sobre sí; acá, en cambio, lo hace en tal forma que no por darse a conocer, haga huir del encuentro al enemigo y embrolle a cuantos son de los suyos: porque todo su empeño fue no castigar sino salvar. Y este fue el motivo de que al punto y desde el comienzo fue llamado Jesús. Este nombre no es heleno. Se le llamó así en lengua hebrea, que en griego significa Sotér, o sea Salvador. Y se le llamó Salvador porque es él quien salva a su pueblo.

¿Adviertes cómo el evangelista levantó el ánimo del oyente, hablándole al modo que nosotros acostumbramos; y cómo con lo que dice nos declara a todas cosas que superan en absoluto nuestras esperanzas? Porque entre los judíos eran conocidísimos ambos nombres: Cristo y Jesús. Había precedido el conocimiento de los nombres, porque habían de realizarse cosas sobre toda expectación; y fue para que ya de antemano se quitara toda ocasión de alboroto por las novedades que luego habían de venir. Jesús se llamó aquel que después de Moisés introdujo al pueblo en la tierra de promisión. Viste allá la figura: contempla ahora la realidad Aquél introdujo en la tierra de promisión; éste, en el cielo y en los bienes del cielo. Aquél, una vez muerto Moisés; éste, una vez muerta y cesada la Ley. Aquél como caudillo del pueblo; éste, como su Rey. Y para que al oír el nombre de Jesús no te fueras a engañar a causa del parecido de los nombres, añadió: Jesucristo hijo de David. Aquel otro Jesús no era hijo de David, sino nacido de otra tribu.

Y ¿por qué titula su libro: de la genealogía de Jesucristo, siendo así que no trata de la sola genealogía, sino que abarca toda la empresa de Jesús? Porque éste es el resumen de todas ellas y el principio y raíz de todos los bienes. Así como Moisés a su libro lo llamó Libro del cielo y de la tierra, aunque no trate únicamente del cielo y de la tierra, sino además de las otras cosas en ellas contenidas, así aquí también Mateo titula su libro con el nombre que resume los bienes de todos y toda la preclara empresa. Al fin y al cabo, lo estupendo y que supera toda expectación es que Dios se haga hombre: puesto ese hecho, de ahí, por legítima consecuencia y lógicamente se deriva todo lo demás.

Pero ¿por qué no dijo primero: hijo de Abrahán y después hijo de David? No fue porque quisiera, como algunos opinan, proceder de lo inferior a lo superior, pues entonces habría procedido como lo hizo Lucas. Pero Mateo va por camino contrario. ¿Por qué pues nombró a David? Porque David andaba en boca de todos, así por el brillo de sus hazañas, como por razón del tiempo, pues había muerto muchos siglos menos antes que Abrahán Y aunque el Señor había hecho las promesas a ambos, pero acerca de Abrahán por ser más antiguo no se hablaba tanto. David en cambio como más reciente andaba en boca de todos. Así decían los judíos: ¿Acaso el Cristo no ha de venir de la descendencia de David y del pueblo de Belén de donde era David?

Nadie lo llamaba hijo de Abrahán, sino hijo de David, porque, como ya dije, David, a causa de ser de época más reciente y del mayor brillo de su reino, era más recordado. Y lo mismo procedían respecto de los reyes posteriores, a quienes ensalzaban: los referían a David. Ni sólo los judíos, sino también Dios. Así Ezequiel y otros profetas les anunciaban que vendría David y resucitaría; pero no se referían al profeta David, muerto ya, sino a los que habrían de imitar su valor. Así dice a Ezequías: Protegeré a esta ciudad por honor mío y de mi siervo David. Y a Salomón le dijo que por atención a David no dividiría el reino viviendo aún Salomón. Porque grande era la gloria de aquel varón ante Dios y ante los hombres. Toma pues el evangelista en primer lugar al que era más conocido y luego pasa al progenitor más antiguo; y por tratarse de los judíos, cree ser inútil llevar más arriba su discurso. Al fin y al cabo, esos dos eran los más admirables: David como rey y profeta; Abrahán como profeta y patriarca.

Preguntarás ¿cómo se demuestra que Cristo descendía de David? Habiendo nacido Jesús no de varón, sino de una Virgen; y no dándosenos la genealogía de la Virgen ¿cómo sabremos que él descendía de David? Porque hay aquí dos cuestiones. Una es por qué no se pone la genealogía de María su madre; otra, por qué trae a la memoria a José, quien para nada intervino en la generación de Jesús. Parece que esto segundo está fuera de lugar; y que en cambio se echa de menos lo primero. ¿Por dónde debemos comenzar? Por investigar cómo la Virgen descendía de David. Y ¿cómo sabremos que descendía de David? Pues oye a Dios que ordenando a Gabriel le dice que vaya a una Virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y familia de David. ¿Qué mayor claridad exiges, pues oyes que la Virgen fue de la casa y familia de David? Pero de aquí se concluye que también José traía el mismo origen. Porque existía una ley que prohibía tomar por esposa a quien no fuera de la misma tribu. Y el patriarca Jacob había predicho que el Cristo nacería de la tribu de Judá: No faltará príncipe de Judá ni jefe salido de sus entrañas, hasta que venga aquel a quien el cetro está reservado; y él será expectación de los pueblos. Semejante profecía asegura que Cristo nacerá de la tribu de David, pero no dice que de la familia de David. ¿Acaso en la tribu de Judá no había otra familia que la de David? Muchas otras había; y podía suceder que fuera de la tribu de Judá, sin que fuera de la familia de David. Pues para que no afirmaras esto, el evangelista suprime toda sospecha, añadiendo que él fue de la familia y tribu de David.

Y si quieres conocer esto por otro camino, no faltan pruebas. Porque según la Ley no sólo no era lícito casarse con una mujer de otra tribu, pero ni siquiera de otra familia, o sea de otro parentesco. Si pues aplicamos a la Virgen las palabras: de la casa y familia queda todo probado. Y si las referimos a José igualmente se comprueba. Pues si José era de la casa y familia de David, ciertamente no tomó esposa de otra casa y familia, sino de su propia parentela. Urgirás diciendo: ¡Bueno! Pero ¿qué si José quebrantó la Ley? Precisamente para que no alegaras esto, se adelantó el evangelista y dio testimonio de que José era varón justo, y así, conociendo su virtud y santidad, supieras que no había quebrantado la Ley. Pues quien tan virtuoso era y tan ajeno estaba a los torcidos afectos, que ni aun urgiéndolo la sospecha quiso intentar un castigo contra la Virgen, ¿cómo iba a traspasar la Ley movido de simple afecto libidinoso? Quien ejercitaba la virtud en grado tal que ni la Ley se lo exigía (puesto que abandonar a su esposa y abandonarla a ocultas era más de lo que la Ley exigía) ¿cómo iba a cometer una falta contra la Ley y por añadidura sin que nada a eso lo constriñera? Queda, pues, manifiesto por lo que precede que la Virgen era descendiente de David.

Pero ahora es necesario explicar por qué el evangelista no puso su genealogía, sino la de José. ¿Cuál fue el motivo? No entraba en las costumbres judías poner las genealogías de las mujeres. Por esto el evangelista, para ajustarse a semejante costumbre, y no parecer que ya desde el comienzo la quebrantaba, pero al mismo tiempo para declararnos el origen de la Virgen, calló sus progenitores, pero en cambio puso los de José. Si la hubiera puesto, no habría escapado a la nota de novelero; y si hubiera callado la genealogía de José tampoco conoceríamos a los ancestros de la Virgen. Así pues, para que conociéramos quién era María y de quiénes nacida, y al mismo tiempo para no quebrantar las leyes, refirió la genealogía del esposo de la Virgen y así demostró ser ésta descendiente de David. Pues una vez demostrado lo primero, juntamente quedaba demostrado que la Virgen traía su origen de la misma casa y familia; ya que, como dije, jamás hubiera querido aquel varón justo tomar esposa de otra familia.

Hay además otra razón más profunda y misteriosa de que se hayan pasado en silencio los progenitores de la Virgen; pero no es tan oportuno el declararla aquí, porque ya bastante hemos dicho. Por lo mismo dando por terminada, por hoy, la investigación, retengamos en la memoria cuidadosamente lo explicado. Es a saber: por qué ante todo y en primer lugar se hizo mención de David; por qué el libro se tituló Libro de la genealogía; por qué se añadió de Jesucristo; por qué su generación es común con la nuestra y sin embargo es diferente; cómo se demuestra que María desciende de David; por qué, pasando en silencio a sus antepasados, se pone en cambio la genealogía de José. Si esto recordáis, haréis que nosotros con mayor prontitud entremos a tratar de lo que sigue; pero si lo queréis olvidar y arrojar de vuestra memoria, nos tornaremos más tardos para explicar lo que sigue.

Es obvio que no cultive el labrador con gusto un terreno que no recibe la semilla. Os ruego, pues, que meditéis en lo dicho. Porque además, de la meditación de tales materias nacen para el alma grandes y saludables bienes. Agradaremos a Dios si en esto ponemos cuidado; y además nuestra boca se purificará de insultos, obscenidades y discusiones, pues se ejercitará en conversaciones espirituales. Podremos así tornarnos más temibles a los demonios, fortificando nuestros labios con las armas de semejantes conversaciones; aparte de que se nos acrecerá la perspicacia de los ojos interiores. Dios puso en nosotros ojos y boca y oídos, para que todos ellos se ocupen en su servicio; de manera que de sus cosas hablemos, en sus obras nos ocupemos y continuamente con himnos lo celebremos, y en acciones de gracias pasemos el día, y de este modo purifiquemos nuestras conciencias. Pues así como el cuerpo que goza de aires puros se torna más vigoroso, así el alma, nutrida con semejante ejercicio, más y más se adhiere a la virtud.

¿No has notado cómo los ojos corporales derraman lágrimas cuando están entre el humo; y en cambio se tornan más perspicaces y sanos cuando están en un aire transparente y en un prado, junto a las fontanas, en los huertos? Lo mismo sucede con los ojos del alma. Si ésta se pasea y alimenta en el prado de las Sagradas Escrituras, su ojo será limpio, claro, perspicaz; mientras que si se sumerge en las humaredas de los negocios seculares, su ojo se cubrirá de llanto y lágrimas así al presente como en lo futuro. Porque los humanos negocios son como el humo. Por lo cual alguien dijo: Mis días se han acabado como el humo. David trata ahí únicamente de la brevedad de la vida y velocidad con que huye nuestro tiempo fugaz. Pero yo creo que ha de aplicarse no a sólo eso, sino también a la fragilidad, como de tela de araña, de los negocios presentes. Pues no hay cosa que tanto afecte y perturbe los ojos del alma como el tumulto de las cosas del siglo y la multitud de las concupiscencias. Son éstas la leña de que brota aquel humo. Y así como cuando el fuego se aplica a unos maderos húmedos, se produce una gran humareda, del mismo modo la concupiscencia, ardiente como una llama, cuando topa con un alma muelle y disoluta, produce mucho humo. Se necesita el rocío del Espíritu Santo y de su viento suave que tales llamas extinga y disipe la humareda y deje libre y ligera y alada nuestra mente.

Quien en semejantes males se encuentre enredado, no podrá ¡imposible! volar hacia el cielo. Debemos pues anhelar el poder tomar el camino sin impedimentos. Más aún: ni eso solo nos bastará, si no tomamos las alas del Espíritu Santo. Siéndonos necesaria una mente libre y además la gracia espiritual para poder subir a tan gran altura, cuando en vez de eso nos cargamos con todo lo contrario como con un peso satánico ¿cómo podremos volar oprimidos de carga tan insoportable? Si alguno quisiera ponderar nuestros pensamientos como poniéndolos en una justa balanza, al lado de mil talentos de cuidados seculares, apenas podría poner cien denarios de conversaciones espirituales y aun quizá no llegara ni a diez óbolos. ¿No es acaso reprobable y además ridículo que cuando tenemos un criado lo ocupemos de ordinario en las cosas que nos son necesarias y en cambio no utilicemos como siervo nuestra boca, miembro nuestro, sino al revés la traigamos ocupada entre negocios inútiles? ¡Y ojalá fuera solamente en cosas inútiles! Pues, por el contrario, la usamos para asuntos que nos dañan y de los que ninguna utilidad nos proviene. Si lo que hablamos nos acarreara utilidad sin duda que con ello agradaríamos a Dios.

Ahora, en cambio, preferimos cuanto el demonio nos sugiere, unas veces entre risas y burlas, otras con urbanas palabras, ya lanzando maldiciones e insultos, ya jurando, mintiendo, perjurando, o mostrando ira o narrando futilezas más vanas que las fábulas de las viejecitas y que para nada nos aprovechan. ¿Quién de vosotros, pregunto, si se le pide que recite un salmo es capaz de hacerlo, u otra parte cualquiera de la Sagrada Escritura? ¡Ninguno a la verdad! Ni es esto lo peor; sino que sois para las cosas espirituales perezosos, pero para las del diablo sois más rápidos que el fuego. Si alguno quisiera preguntaros sobre las canciones diabólicas o las meretrices y los versos lascivos, encontraría muchos que todo eso lo saben perfectamente y aun lo declaman con grandísimo placer. Y ¿cuál es la defensa que contra semejante acusación oponen? Responden: Yo no soy monje, sino que tengo mujer e hijos y necesito cuidar de mis asuntos domésticos. Pues precisamente por eso todo se echa a perder: que os persuadís de que sólo a los monjes toca la lectura de las Escrituras Sagradas, siendo así que a vosotros os es más necesaria que a ellos. Los que andan en escampado y diariamente reciben heridas son los que más necesitan de medicinas. De modo que es mucho mayor mal juzgar como inútil su lectura, que simplemente no leerlas. Semejante defensa no es sino invención del demonio.

¿No escucháis a Pablo que dice: Para corrección nuestra se han escrito todas estas cosas?! Tú, en cambio, si fuera necesario tomar los evangelios sin lavarse las manos, lo huirías por respeto; y en cambio, piensas que lo que en ellos se contiene no es cosa eminentemente necesaria. Por eso andan las cosas como andan. Si quieres saber cuan alta ganancia se obtiene de leer las Escrituras, examínate a ti mismo y observa en qué estado de ánimo te encuentras cuando oyes el canto de los salmos y en cuál cuando escuchas las canciones satánicas. En qué disposición de ánimo te encuentras cuando estás sentado en la iglesia, y en cuál cuando estás sentado en el teatro. Notarás así una gran diferencia en tu alma, aun siendo ella no más que una. Por esto dice Pablo: Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.

Por tal motivo necesitamos a la continua de los cantos del Espíritu Santo. En esto superamos a los brutos aun cuando en otras muchas cosas les seamos inferiores. Esos cantares son el alimento del alma y su adorno y seguridad; y no escucharlos es el hambre y corrupción. Yo les daré, dice, hambre y no de pan; sed y no de agua; sino hambre de oír la palabra de Dios. Pues ¿qué desdicha puede haber mayor que lo que Dios amenaza como castigo, lo atraigas tú sobre tu cabeza voluntariamente, pues echas en tu alma grandísima hambre, con lo que la debilitas mucho más que todo lo que hay débil? Suele el alma mediante las palabras sanar o enfermar, porque con las palabras se enfurece o se apacigua una vez enfurecida. Una palabra lasciva enciende la concupiscencia y una palabra honesta vuelve al hombre casto.

Pues si tan grande poder tiene la simple palabra ¿por qué, dime, desprecias la Sagrada Escritura? Si las simples exhortaciones tanta fuerza tienen, mucho mayor la tendrán cuando a ellas se junte el Espíritu Santo. Una palabra tomada de las Escrituras santas ablanda mejor que el fuego a un alma endurecida y la deja preparada para toda obra buena. Este fue el modo como Pablo, habiendo visto a los corintios hinchados y soberbios, los volvió más modestos y los redujo a la humildad. Ellos se gloriaban precisamente de lo que era motivo de vergüenza y de rubor. Pero, en cuanto recibieron la carta de Pablo, oye cómo cambiaron, según lo testifica el mismo doctor de las gentes con estas palabras: Ved cuánta solicitud os ha causado esa misma tristeza según Dios y qué excusas, qué enojos, qué temores, qué deseos, qué celo y qué vindicaciones.

Pues del mismo modo enseñamos a nuestros criados, hijos, esposas y amigos; y de enemigos procuremos hacerlos amigos. Por esos caminos aquellos excelentes varones, amigos de Dios, se tornaron mejores. Así David, después de su pecado, fue inducido, como fruto de las palabras de una exhortación, a una excelente penitencia. También del mismo modo los apóstoles llegaron a ser tales como los conocemos y así ganaron a todo el orbe. Pero me dirás. ¿Cuál será el fruto si uno oye las sentencias, pero luego no las practica? Pues a pesar de todo, de sólo oírlas se sigue una no pequeña ganancia. Porque quien las oye se condenará a sí mismo y llorará, y finalmente llegará un día en que será llevado a poner en práctica lo que ha oído. En cambio, el que ni siquiera sabe que pecó ¿cuándo dejará de pecar? ¿cuándo aborrecerá sus pecados?

En conclusión, no despreciemos la lectura de las Sagradas Escrituras. Pensamiento satánico es despreciarlas, y tal que nos impide ver el gran tesoro que tenemos para hacernos ricos. Nos inspira ser en vano escuchar las Sagradas Letras, para no ver que por la lectura las ponemos por obra. Sabiendo pues que tal perversidad y artimaña es del demonio, defendámonos por todas partes para que, con tales armas prevenidos, permanezcamos invencibles y le aplastemos la cabeza. Así, coronados con las insignias de la victoria, conseguiremos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.


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HOMILÍA III

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. (Mt 1,1).

ESTAMOS ya en la tercera disertación y aún no terminamos las cuestiones suscitadas en el proemio. De manera que no en vano os decía que estas sentencias son por su misma naturaleza profundas. ¡Ea, pues! Expliquemos ahora lo restante. ¿Qué es lo que investigamos? La razón de que Mateo ponga la genealogía de José, quien en absoluto nada tuvo que ver en la generación de Cristo. Ya indicamos un motivo. Conviene ahora declarar otro más secreto y misterioso. ¿Cuál es? No quería que los judíos, al mismo tiempo que conocían el parto, supieran que nacía de una Virgen. No os conturbe esta inesperada respuesta. No es sentencia mía sino de nuestros Padres y doctores, varones admirables y esclarecidos.

Si allá al comienzo Cristo muchas veces les dijo cosas oscuras, llamándose Hijo del Hombre, sin revelar con claridad en todas partes su igualdad con el Padre ¿por qué tú te admiras de que también este misterio lo dejara en sombras con una grande y admirable providencia? Preguntas ¿qué es aquí lo admirable? El haber salvado el honor de la Virgen y haberla librado de perversas sospechas. Si los judíos desde un principio hubieran oído este misterio, lo habrían interpretado maliciosamente y habrían lapidado a la Virgen y la habrían condenado como adúltera.

Si en otras cosas de las que en el Antiguo Testamento tenían ejemplos, con tan gran impudencia procedían; si cuando Cristo arrojaba los demonios lo llamaban endemoniado; si cuando curó en sábado lo tuvieron por enemigo de Dios, aun a pesar de que anteriormente con frecuencia se había quebrantado la ley del sábado ¿qué no habrían dicho si tal misterio hubieran escuchado? Porque habrían tenido como aliado todo el tiempo pretérito en que nunca jamás semejante cosa había sucedido. Si en presencia de muchos y grandes milagros todavía lo llamaban el hijo de José ¿cómo iban a creerlo nacido de una Virgen antes de los dichos milagros? Por tal motivo se pone la genealogía de José y se desposa a la Virgen. Si José, varón justo y admirable, necesitó de grandes pruebas para llegar a comprender lo sucedido, como fueron la visita del ángel, la visión en sueños, el testimonio de los profetas ¿cómo aquellos judíos perversos, corrompidos, enemigos de Cristo, habrían aceptado semejante versión? Cosa tan nueva, tan inesperada, tenía que perturbarlos profundamente, puesto que en todo el tiempo de sus antepasados, jamás tal cosa había sucedido.

Los que creyeron ser Cristo el Hijo de Dios, ya no pudieron dudar de semejante misterio. En cambio, los que lo creían seductor y enemigo de Dios ¿cómo no iban a escandalizarse de semejante afirmación, en lugar de darle asentimiento? Tal fue la razón de que allá al principio nada dijeron los apóstoles, mientras que amplísimamente se referían a la resurrección, de la que ya en los tiempos antiguos abundaban ejemplos, aunque ninguno tan espléndido. En cambio, que fuera nacido de una Virgen no lo dicen con frecuencia, ni tampoco la Virgen se atrevió a publicarlo. Mira, por ejemplo, lo que ella le dice: Tu padre y yo te buscábamos.- Más aún, si lo hubieran sospechado, ni siquiera habrían creído ser él hijo de David, negado lo cual se habrían seguido muchos males. Por esto ni los ángeles mismos lo revelan, sino únicamente a José y a María. Cuando anunciaron a los pastores el fausto acontecimiento, ninguna alusión hicieron al inefable misterio.

Y ¿por qué motivo, habiendo recordado a Abrahán y añadiendo que engendró a Isaac e Isaac engendró a Jacob, sin nombrar a su hermano Esaú, cuando llegó a Jacob recordó a Judá y a sus hermanos? Dicen algunos que fue a causa de las malas costumbres de Esaú y de aquellos primeros. Por mi parte no lo afirmaría. Pues si ese fuera el motivo ¿cómo, poco después recuerda mujeres de las mismas costumbres? Es que en el caso la gloria de Cristo resplandece más por sus contrarios: es decir no de que tenga grandes progenitores, sino al revés pequeños y aun viles. La gloria mayor de quien es excelentísimo es poder parecer vil y humilde si es posible. ¿Cuál es pues la razón de que no los conmemore? Porque nada tenían de común con los israelitas, pues eran sarracenos, ismaelitas y árabes, y los demás que de éstos tomaron origen. Por esto, dejándolos a un lado, se apresura a nombrar a los progenitores de Cristo y del pueblo judío. Por eso dice: Jacob engendró a Judá y sus hermanos. Aquí queda indicado el pueblo judío. Prosigue: Judá engendró a Fares y a Zara, de Tamar.

¿Qué haces, oh evangelista? ¿Nos traes la historia de una unión criminal? Responde: ¿qué me objetas? En verdad que si narráramos la historia de un simple hombre, con razón alguna habría callado esas cosas. Pero si se trata de la historia de un Dios hecho hombre, eso no sólo no ha de callarse, sino ponerse en clarísima luz, para que así se manifieste su providencia y su poder. No vino para rehuir nuestras vergüenzas, sino para suprimirlas. Así como no admiramos tanto su muerte, como el que haya muerto crucificado, aun cuando esto segundo sea un oprobio -pues cuanto mayor es el oprobio mejor manifiesta el amor que Cristo nos tuvo-, así hemos de pensar acerca de su genealogía. No sólo debemos admirarlo por haber tomado nuestra carne, sino también por haber querido tomar semejantes progenitores, sin avergonzarse nunca de tomar sobre sí nuestras miserias.

E hizo público desde el comienzo de su genealogía, el no avergonzarse de nada de lo nuestro, enseñándonos a que nunca nos avergoncemos por la maldad de nuestros antepasados, sino que nos demos a conseguir únicamente la virtud. A quien la cultiva, aun cuando su progenitor sea un extranjero o haya tenido una madre meretriz o por otros motivos despreciable, de esto ningún daño se le seguirá. Si la vida anterior para nada mancha a quien acoge a un adúltero, muchos menos el varón virtuoso, por haber nacido de una mujer adúltera o meretriz, queda deshonrado con la improbidad de sus progenitores.

Y procedía así Jesús no únicamente para enseñarnos, sino además para humillar la soberbia de los judíos. Habían olvidado la virtud interior del alma y siempre traían en la boca el nombre de Abrahán, creyendo que la virtud de sus ancestros les serviría de defensa. Por eso desde el principio les manifestó que de eso no puede adquirirse gloria, sino solamente de las obras buenas. Además les pone de manifiesto que todos, aun los mismos ancestros, estuvieron sujetos a la ley del pecado. Del patriarca que dio su nombre a ese pueblo, se refiere que cayó en no leve pecado. Tamar lo acusa de fornicación. David del adulterio con una mujer engendró a Salomón. Pues si la Ley no fue guardada por aquellos excelentes varones, mucho menos lo sería por los más pequeños. De manera que no habiéndose cumplido la Ley por ellos, todos pecaron y la venida de Cristo se hizo necesaria.

Por otra parte, el evangelista hizo mención de los doce patriarcas, abatiendo también por este camino aquella jactancia judía por la nobleza de los progenitores. Pues muchos de ellos nacieron de esclava; y sin embargo, esa diferencia de padres no influyó en los hijos, pues todos igualmente fueron patriarcas y jefes de tribu. Esto es para la Iglesia una prerrogativa; ésta es para nosotros la razón de nuestra nobleza y dignidad, de la que en lo antiguo existió la figura. De manera que ya seas siervo, ya libre, por esto nada tienes ni de más ni de menos. Una sola cosa es la que se indaga: la recta voluntad y las buenas costumbres.

Aparte de lo anterior, otro motivo hubo para conmemorar a los dichos. Pues no sin causa en seguida de Fares se puso a Zara. Porque parecía cosa superflua y redundante, tras de la mención de Fares, de donde parte la genealogía de Cristo, nombrar también a Zara. Entonces ¿por qué también a éste lo nombra? Cuando Tamar estaba a punto de darlos a luz, al momento de parirlos, fue Zara quien primero sacó la mano fuera del vientre, viendo lo cual la comadrona, para que fuese él el primogénito, le ató una cinta de púrpura en la mano. Pero apenas la había atado, el niño retiró la mano; de manera que el primero que vio la luz fue Fares y hasta después Zara. Al notar esto la comadrona exclamó: ¡Vaya rotura (en la esperanza) que has hecho!

¿Adviertes la oscuridad del misterio? Porque no sin motivo se nos escribieron estas cosas. Ni era digno de la historia que se nos narrara lo que dijo la comadrona, ni parece que había razón para referir eso de que sacó la mano primero y luego nació después. Entonces ¿qué significa el enigma? Contestamos, atendiendo desde luego al nombre mismo del niño. Porque Fa-res significa división o ruptura. En segundo lugar, por el hecho, pues no parece natural que el niño que primero había sacado la mano, luego, atada ya, la retrajera: no parece cosa natural. Que habiendo uno sacado la mano primero, saliera luego el otro, parecería natural; pero que el primero encogiera la mano para dar salida al segundo no es cosa que suceda en los partos. Sin duda estaba presente el favor de Dios que manejaba a los niños, y por este medio diseñaba una sombra e imagen del futuro.

¿Qué dicen algunos de los que han estudiado estas cosas? Que estos dos niños eran figura de dos pueblos. Y para que entiendas que las instituciones del segundo pueblo brillaron con el nacimiento del primero, el niño extendió la mano, pero no se dejó ver íntegramente; más aún, la retrajo luego; de manera que hasta que salió a luz íntegro su hermano, hasta entonces él apareció: que es exactamente lo que sucedió en los dos pueblos. En los días de Abrahán aparecieron las instituciones eclesiásticas que luego fueron suprimidas. Así apareció el pueblo judaico con sus instituciones legales. Y finalmente vino el pueblo nuevo con sus leyes. Por esto dijo la comadrona: ¿Por qué por tu medio se ha roto el cerco? Porque la Ley al llegar cortó las instituciones del tiempo de Abrahán que se manejaban libres. Con frecuencia la Escritura Sagrada llama cerco a la Ley, como lo dice David el profeta: Destruiste su cerco y la vendimian cuantos pasan al lado del camino. Por su parte Isaías: Y le puse en torno un cerco A Y también Pablo: Deshaciendo la pared y cerco interpuesto.

Otros creen que lo de: ¿por qué por tu medio se ha roto el cerco? se dijo por causa del pueblo nuevo. Porque éste al llegar abrogó la Ley. ¿Observas, pues, cómo el evangelista no sin gran razón hizo recuerdo de la historia íntegra de Judá? Pues por la misma razón mencionó a Rut y a Rahab, de las que una fue extranjera y la otra meretriz: para que entendieras que había venido para borrar todos nuestros pecados. Vino como médico y no como juez. Del mismo modo que aquellos antiguos desposaron a mujeres meretrices, así Dios unió consigo nuestra naturaleza adúltera, tal como ya antes los profetas lo habían afirmado respecto de la sinagoga. Sólo que la sinagoga fue desagradecida con su Esposo, mientras que la Iglesia, una vez liberada de sus males heredados, permaneció en el abrazo del Esposo.

Observa cómo lo que se refiere a Rut concuerda con nuestra situación. Era ella una extranjera reducida a la última pobreza. Pero cuando Booz la vio, ni despreció su linaje bajo ni despreció su pobreza. Exactamente al modo como Cristo admitió como consorte a la Iglesia que le era extranjera y no poseía grandes bienes. Y así como aquélla si no hubiera renunciado antes a sus padres y tenido en menos su casa, linaje, patria y parientes, nunca habría sido digna de semejantes nupcias, así la Iglesia entonces apareció amable a su Esposo cuando hubo renunciado a las costumbres patrias. Así lo declaró el profeta al apostrofarla: "Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre y anhelará el Rey tu hermosura". Eso fue lo que hizo Rut y así fue madre de reyes, como la Iglesia, pues de ella nació David. Tales fueron los motivos por los que el evangelista, avergonzando a los judíos con todas estas cosas y persuadiéndolos a no ser soberbios, tejió la genealogía e hizo mención de aquellas mujeres. Rut, en efecto, a través de sus descendientes, engendró al gran David, y David nunca se avergonzó de semejante origen.

Porque no puede nadie, no puede ser ni virtuoso ni esclarecido ni sin gloria, por la virtud o por la perversidad de sus progenitores. Más aún: si hemos de decir una paradoja, más excelentemente brilla aquel que nacido de perversos progenitores llega sin embargo a ser un hombre virtuoso. En consecuencia, que nadie se ensoberbezca por sus ancestros; sino que, considerando quiénes fueron los progenitores del Señor, rechace toda hinchazón y no se gloríe sino de sus buenas obras. Y ni aun de éstas, pues por esto aquel fariseo del evangelio quedó inferior al publicano. Si quieres hacer algo excelente, no te ensoberbezcas, y con esto ya lo has hecho todo. Si siendo pecadores, cuando lo pensamos y nos tenemos por lo que somos, quedamos justificados, como aquel publicano ¿cuánto más lo estaremos si, siendo justos, nos tenemos por pecadores? Si el pensar con humildad hace justos a los pecadores, aun cuando no sea propiamente humildad sino simplemente justa apreciación; si tanto vale esa justa apreciación en los pecadores ¿qué no hará la verdadera humildad en los justos?

No eches, pues, a perder tus trabajos; no pierdas el mérito de tus sudores; no recorras infinitos estadios corriendo inútilmente y perdiendo tu trabajo. El Señor conoce muchísimo mejor que tú tus obras. Si das un vaso de agua fresca, ni aun eso desprecia; y si un óbolo das de limosna, si un solo gemido lanzas, todo lo recibe El con benevolencia suma, lo recuerda, le señala su premio. ¿Para qué examinas lo tuyo y aun con frecuencia lo publicas? ¿Ignoras que si tú te alabas Dios no te alabará y que si tú te confiesas miserable El nunca cesará en tus alabanzas delante de todos? No quiere El que tus trabajos se tengan en menos. ¡Qué digo se tengan en menos! Ningún medio deja de poner para que aún por mínimos méritos allá arriba recibas tu corona. Da vueltas buscando ocasiones para que puedas librarte de la gehena.

Por esto, aun cuando te entregues al trabajo a la hora undécima, te dará íntegra tu recompensa. Dice: Aun cuando no tengáis ya ocasión de salvaros, lo haré por mi nombre, para que no sea profanado mi nombre. Si gimes si lloras, esto al punto lo toma como ocasión para salvarte. En fin, que no nos ensoberbezcamos: confesémonos inútiles para que seamos útiles. Si te crees digno de alabanza, te inutilizas, aun cuando de verdad seas digno de alabanza. Si te llamas inútil, te vuelves útil aun en el caso de que seas digno de reproche. De manera que el olvido de nuestras buenas obras nos es indispensable. Preguntarás que cómo podemos desconocer lo que de verdad conocemos. Pero ¿qué estás diciendo? Continuamente ofendes al Señor y todavía te alegras y te ríes y ni siquiera te das cuenta de que has pecado y todo lo echas al olvido; y en cambio ¿no puedes prescindir del recuerdo de tus obras buenas? ¡Y eso que el temor tiene más fuerza!

Pero procedamos al contrario. Cada día caemos en pecado y ni siquiera nos acordamos de eso. En cambio, si damos a un pobre una pequeña limosnita, lo publicamos por arriba y por abajo: cosa que es el extremo de la locura y además suma pena para quien recibe la limosna y suma pérdida para quien anda procurando atesorar buenas obras. No hay más seguro depósito de las buenas obras que el olvido de las buenas obras. Así como cuando exponemos en la plaza nuestros vestidos de oro nos preparamos muchos que nos asechan; mientras que si los ocultamos en casa y los encerramos, entonces los tenemos seguros, lo mismo sucede con las buenas obras: si frecuentemente las andamos recordando movemos a ira al Señor, damos armas al enemigo y lo invitamos a que nos robe. Pero si sólo las conoce Aquel que debe conocerlas estarán en plena seguridad.

En consecuencia, no revuelvas en tu memoria con frecuencia tus buenas obras, no sea que alguien te las arrebate, como le sucedió al fariseo que las andaba publicando y así el demonio se las hurtó; y esto a pesar de que las publicaba con acciones de gracias y refiriéndolas todas a Dios. Cosa que no le aprovechó. Porque no es acción de gracias el vituperar a otros, el buscar para sí la gloria de muchos, el ensoberbecerse contra el que peca. Si das gracias a Dios, conténtate con eso y no hagas referencias a los otros hombres, ni juzgues a tu prójimo, porque eso no es dar gracias. Si quieres saber el modo de dar gracias, oye a los tres jóvenes del horno que dicen: Hemos pecado; hemos obrado la injusticia; pero tú, Señor, eres justo en todo lo que has hecho, pues con justo juicio en todo has procedido. Confesar los propios pecados, eso es dar gracias a Dios. El que así los confiesa, se declara reo de innumerables faltas y no rehúsa el castigo.

Cuidémonos de decir algo en alabanza propia: esto nos vuelve odiosos a los hombres y execrables ante Dios. Cuanto más excelentes obras hagamos, más bajamente hablemos de nosotros: entonces alcanzaremos mayor gloria ante Dios y ante los hombres; y no sólo gloria delante de Dios sino grandes recompensas. No exijas premios y recibirás premios. Confiesa que alcanzas tu salvación por simple gracia, para que Dios confiese serte deudor, no únicamente por tus buenas obras, sino también por ese agradecimiento tuyo. Cuando obramos el bien tenemos a Dios como deudor sólo por las buenas obras; pero cuando además pensamos que nada bueno hemos hecho, nos es deudor también por ese sentimiento humilde, más aún que por las mismas obras buenas: de manera que tal sentimiento se equipara a las obras buenas Y si éste falta, las obras no parecerán cosa grande. Porque también nosotros nos agradamos más de nuestros siervos cuando, procediendo ellos con gran benevolencia, piensan que aún no han hecho nada grande y que valga la pena.

Si quieres, pues, que tus buenas obras sean grandes, no las juzgues grandes. Así aquel centurión decía: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, con lo que se hizo digno y más de nuestros siervos cuando, procediendo ellos con gran No soy digno de ser llamado apóstol, y con esto llegó a ser el primero de todos. Así exclamaba el Bautista: No soy digno de desatar la correa de su calzado- y con esto se hizo digno amigo del Esposo, y a su mano que él juzgaba indigna de tocar el calzado de Cristo, la puso éste sobre su cabeza. Igualmente Pedro decía: Apártate de mí que soy hombre pecador y con esto fue hecho fundamento de la Iglesia. Porque nada hay más grato a Dios que el contarse uno como el último de los pecadores. Este es el principio de toda virtud. Porque quien es humilde y vive contrito, no se dejará llevar de la vanagloria, no se irritará contra su prójimo ni lo envidiará, no caerá en ningún otro vicio. Es un hecho que, por más esfuerzo que pongamos, nunca levantaremos en alto una mano que está quebrada. Del mismo modo, si el alma se llena de contrición, aunque infinitas pasiones del corazón pretendan hincharla y ensoberbecerla, no podrá ella levantarse ni un poquito. Si quien deplora los daños temporales, echa de sí todas las debilidades del alma, con mayor razón quien deplora sus pecados alcanzará la virtud.

Dirás: pero ¿quién es capaz de quebrantar hasta ese punto su corazón? Pues oye a David, esclarecido sobre todo por su contrición, y obsérvalo. Tras de infinitas preclaras hazañas, estando a punto de perder su patria, su familia, la vida misma, al tiempo mismo de semejante desgracia, como viera a un mísero y despreciable soldado que lo insultaba y se querellaba, no sólo no se vengó, sino que a uno de sus jefes que anhelaba matar al injuriante, se lo impidió y le dijo: ¡Déjalo! porque así Dios se lo ha ordenado. Y también como los sacerdotes le preguntaran si podía llevar consigo el arca de la alianza, no lo permitió; sino ¿qué dijo?: ¡Vuelva el arca a la ciudad y quede en su sitio! Si encontrare gracia delante del Señor y me librare Dios de los males que me amenazan, volveré a ver su decoro. Pero si me dijere: No te quiero, por mi parte haré lo que le sea agradable.

Y lo que hizo con Saúl una y otra y muchas veces ¡cuán grande virtud manifiesta! Porque fue cosa que estaba por encima de la Ley Antigua y andaba ya muy cerca del precepto evangélico. Cuantos preceptos dimanaban de Dios los abrazaba y no se ponía a razones sobre los acontecimientos, sino que ponía todo su empeño en cumplir en todas partes con la ley divina. Y tras de tantas y tan preclaras hazañas, teniendo delante a un tirano, parricida, fratricida, rijoso y furioso y que trataba de quitarle el reino, ni aún así tropezó en algo, sino que dijo: Si agrada a Dios que yo sea destronado y viva fugitivo y errante mientras él vive entre honores, lo acepto, lo abrazo y doy gracias por los males sin cuento que sufro. No procedió como muchos petulantes y sin decoro que no habiendo llevado a cabo ni la mínima parte de las hazañas que hizo David, cuando advierten que otros andan en prosperidad en tanto que ellos padecen cualquier molestia o aflicción, destrozan su propia alma y la cargan con un sin fin de blasfemias.

No se pareció a ellos David, lleno de preclara modestia; y por esto dijo Dios: Encontré a David, hijo de José, varón según mi corazón. Tengamos nosotros ese mismo ánimo y llevemos con mansedumbre lo que hayamos de sufrir; y antes del reino gocemos desde acá de los frutos de la humildad. Porque dice el Señor: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues bien: para que aquí y en la otra vida disfrutemos de paz, plantemos en nuestra alma la humildad cuidadosamente, porque es ella madre de todos los bienes. Podremos así vadear sin tempestades el piélago de la vida presente y llegar al puerto tranquilo, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


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Crisóstomo - Mateo 2