Crisóstomo - Mateo 4

4

HOMILÍA IV

Así pues, todas las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce generaciones. Y desde David hasta la vuelta de Babilonia, catorce generaciones. Y desde la vuelta de Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. (Mt 1,27).

Dividió el evangelista en tres partes todas las generaciones, demostrando con esto que, aun cuando muchas veces cambiaron los judíos las formas de gobierno político, nunca se hicieron mejores. En los mismos males se encontraron, ya obedeciendo a una aristocracia, ya a un rey, ya en una forma republicana. No se vio en ellos una mayor virtud ni administrando la cosa pública los jueces, ni los sacerdotes ni los reyes.

Mas ¿por qué hacia la mitad omitió a tres reyes? ¿por qué en la última división, habiendo puesto solamente doce generaciones dice que son catorce? La primera cuestión os la dejo para que vosotros la resolváis, pues no parece necesario que todo se os dé resuelto, a fin de no causaros fastidio. Explicaremos, pues, la segunda. Me parece que aquí el tiempo de la cautividad se cuenta como una generación y que el mismo Cristo completa la tercera, pues el evangelista siempre lo refiere a él todo. Razonablemente enumera la cautividad para notar cómo ni aun en ese tiempo los judíos se mejoraron, de manera que en absoluto era necesaria la venida de Cristo.

¿Por qué no hizo lo mismo Marcos, y ni siquiera puso la genealogía de Cristo, sino que todo lo abrevia? Yo creo que fue Mateo quien el primero puso mano a la obra; y por eso cuidadosamente escribe la genealogía e insiste en las cosas que eran necesarias. Marcos escribió después, y por eso cuida de abreviar, como quien refiere cosas ya sabidas y dichas. Pero entonces ¿por qué Lucas vuelve sobre la genealogía y aun se alarga más en ella? Quiso enseñarnos algo más, una vez que ya lo había precedido Mateo y le había preparado el camino. Cada discípulo imitó a su maestro: Marcos, a Pedro, que buscaba la brevedad. Lucas, a Pablo, que supera en su elocuencia arrebatada a los torrentes.

Y ¿por qué Mateo no comenzó como el profeta diciendo: Visión que contemplé, o bien: Palabra que me fue dicha? Porque escribía para hombres sobrios y que llenos de atención lo escuchaban. En ese tiempo ya los milagros clamaban y los que recibían el evangelio eran de verdad fieles. En cambio, en tiempo de los profetas, no se hacía tal cantidad de milagros que a ellos los autorizara, aparte de que brotaban turbas de seudoprofetas, y a éstos les hacían más caso los judíos. De modo que entre ellos fue necesario aquel género de exordios. Pues cuando se obraban prodigios era por causa de los bárbaros, a fin de que creciera el número de prosélitos. También se verificaban los prodigios para demostrar el poder de Dios, cuando los adversarios derrotaban a los judíos y pensaban haberlos vencido con el auxilio y poder de sus dioses: así sucedió, por ejemplo, en Egipto, de donde salió aquella turba abigarrada; y lo mismo después en Babilonia, en lo referente al horno y a los ensueños.

También hubo milagros mientras, ya libres, caminaban los judíos por el desierto, como también los hay en nuestros tiempos. Pues cuando los cristianos salíamos del error, hubo grande cantidad de milagros. Pero más adelante, extendida ya la religión católica por todas partes, han cesado los milagros. Más aún, aunque ya salidas las tribus del desierto hubo milagros, pero fueron menos y raros, como cuando el sol se paró y retrocedió. Y en los tiempos actuales también se han podido ver prodigios. En nuestros días, bajo el emperador Juliano, que superó a todos en la impiedad, se han verificado muchos y muy admirables. Así por ejemplo, cuando los judíos intentaban reedificar el templo, salió fuego de los cimientos y puso terror a todos; y cuando Juliano desató su cólera contra los vasos sagrados, el Questor y el tío del mismo Juliano y de su mismo nombre fueron castigados. El primero murió comido de gusanos; y el otro reventó partido por en medio. Y como se hubieran ahí ofrecido sacrificios, se secaron las fuentes; y el hambre misma que se extendió por todas las ciudades, imperando Juliano, fue un estupendo y gran milagro.

Suele en esas ocasiones Dios obrar milagros. Cuando llegan los males a su colmo, cuando sus fieles se hayan entre graves aflicciones, cuando ve que sus enemigos se enloquecen con sus poderes tiránicos, entonces El manifiesta su poder. Así lo hizo en Persia con los judíos. Así pues, por lo dicho queda manifiesto por qué el evangelista dividió en tres partes, no sin motivo, a los progenitores de Cristo. Pero tú advierte en dónde comienzan y en dónde acaban. De Abrahán a David, de David a la cautividad de Babilonia y desde ésta a Cristo. Porque en la primera serie incluyó a los dos, David y Abrahán; y luego al recomenzar la genealogía, de nuevo nombró a los dos. Fue porque, como ya dije, a ellos se les habían hecho las promesas.

Mas ¿por qué no hizo mención de la bajada a Egipto, como la hizo de la transmigración a Babilonia? Porque ya no temían a los egipcios, mientras que sí temían a los babilonios: lo de los egipcios era ya cosa antigua; lo de los babilonios era cosa reciente y sucedida como quien dice hace poco. Aparte de que a Egipto no habían sido llevados por sus pecados; en cambio a Babilonia sí habían sido transportados por sus transgresiones. Y si alguno quisiera acometer la interpretación de los nombres, encontraría grande materia de contemplación, que mucho le ayudaría para la inteligencia del Nuevo Testamento. Por ejemplo de los nombres de Abrahán, Jacob, Salomón, Zorobabel, pues no al acaso se pusieron esos nombres. Pero para no causaros molestias con largas digresiones, dejemos esto aquí y vengamos a lo que es más necesario.

Una vez que el evangelista enumeró todos los nombres y llegó a José, no se detuvo en el nombre, sino que añadió: Esposo de María, manifestando de este modo que por ella había tejido toda la genealogía. Y para que en oyendo Esposo de María no pensaras que Cristo había nacido según la común ley de la naturaleza, mira cómo añade lo que puede corregir semejante opinión. Como si dijera: ¿Has oído el nombre del Esposo y el de la Madre y el que al Niño se le puso? Pues oye también el modo de su generación.

Y la generación de Cristo fue así. Por mi parte, pregunto: ¿A qué generación te refieres? Porque ya me dijiste quiénes fueron sus padres. Responde: es que voy a narrarte el modo como fue engendrado. ¿Observas cómo suscita la atención del oyente? Promete explicar el modo de la generación, como quien va a decir algo nuevo. Advierte la óptima disposición para la historia. Porque no comienza al punto con la generación, sino que primero nos enseña cuánto dista Cristo de Abrahán y cuánto de David y de la transmigración de Babilonia; y mediante el cómputo de los tiempos invita a quien con diligencia lo escucha a examinar el asunto, demostrándole que en realidad este es el Cristo predicho por los profetas. Y una vez que hayas contado las generaciones, y por el cómputo de los tiempos veas que éste es el Cristo, fácilmente admitirás el milagro de su nacimiento.

Y como había de referir algo excelente y grande, es a saber: que había nacido de una Virgen, antes de decirnos en qué tiempo nació, algo oscuramente dice: Esposo de María, contando el orden de la genealogía. Enumera los años, para advertir al oyente que éste mismo es el que anunció Jacob que vendría, una vez que faltaran los príncipes de la casa de Judá; y el que el profeta Daniel predijo que vendría, una vez que hubieran pasado aquellas muchas semanas de años. Y si alguno quisiera contar los años señalados por el ángel a Daniel en el número de sus semanas, desde la reedificación de la ciudad de Jerusalén hasta llegar al nacimiento de Cristo, encontrará que perfectamente coinciden.

Explícanos, pues, oh evangelista, cómo fue su generación. Estando desposada su Madre María. No dijo virgen, sino simplemente madre, para que mejor se le entendiera. De modo que, habiendo preparado al oyente de antemano para oír algo de lo que de ordinario sucede, y habiéndole fijado en eso su atención, finalmente hace que se admire con indicarle un hecho milagroso, mediante estas palabras: Antes de que convivieran se halló haber concebido María por obra del Espíritu Santo. No dice: antes de que fuera llevada a la casa del esposo, pues ya había sido llevada. Porque entre aquellos antiguos, era costumbre tener cuanto antes en sus casas a la desposada, como aún puede verse. Así los yernos de Lot habitaban con él. De modo que María habitaba en casa de José.

Preguntarás: ¿por qué no concibió antes de los esponsales? Fue, como ya lo dije, para que el negocio permaneciera secreto y escapara la Virgen de cualquier sospecha de los perversos. Cuando aquel que más podía ser presa de los celos no la denunciaba ni la infamaba, sino que la recibía en convivencia y cuidaba en todo a la que estaba encinta, claro era que no lo habría hecho así a no estar perfectamente persuadido de que ella había concebido por obra del Espíritu Santo: de lo contrario ni siquiera la habría retenido a su lado ni en cosa alguna la hubiera servido. Y oportunamente añadió el evangelista: Se halló haber concebido. Expresión que se usa para indicar algo sorpresivo y estupendo y que sucede fuera de toda expectación y de lo que se pudiera esperar.

Detente, pues, y no investigues más allá de lo que se te dice, ni digas: ¿Cómo operó esto el Espíritu Santo en la Virgen? Si nadie puede explicar cómo se forma el niño cuando obra simplemente la naturaleza ¿cómo podremos explicar el modo con que obraba maravillosamente el Espíritu Santo? Y para que no molestaras al evangelista, ni lo urgieras con importunas cuestiones, él mismo, con decir quién fue el autor del milagro, se libró de ellas. Como si dijera: Yo otra cosa no sé, sino que esto lo hizo el Espíritu Santo. Avergüéncense los que andan curiosamente investigando la eterna generación. Si ésta, que consta por infinitos testigos y fue tantos siglos antes predicha y que se hizo al tacto y a la vista, nadie la puede explicar ¿a qué abismo de locura no se lanzan los que con vana curiosidad andan escrutando y examinando aquella otra, en absoluto arcana? Ni Gabriel ni Mateo pudieron decir otra cosa más, sino que es obra del Espíritu Santo y nacido de EL Cómo y de qué manera haya nacido del Espíritu Santo, ninguno lo explicó ni es cosa que pueda hacerse.

Ni vayas a pensar, por haber oído: por obra del Espíritu Santo, que ya lo sabes todo. Tras de conocer esto, aún ignoramos muchas cosas. Por ejemplo, cómo sea posible que el inmenso quede encerrado en el seno de la Virgen; cómo el que todo lo contiene, sea contenido en el seno de una mujer; cómo sea que una Virgen dé a luz y permanezca virgen. Yo te pregunto: ¿cómo el Espíritu Santo construyó ese templo? ¿cómo no tomó de la Virgen toda la carne, sino sólo una parte que fue la que hizo crecer y la modeló? Que Cristo procedió de la carne de la Virgen lo declaró el evangelista con estas palabras: Porque lo en ella nacido… Y Pablo: Hecho de mujer. De mujer, dice, cerrando así la boca de los que luego dirían que Cristo pasó a través de María como por un canal. Mas para eso: ¿qué necesidad había de vientre? Aparte de que según eso, nada tendría de común con nosotros, pues su carne no pertenecería a la masa humana nuestra.

Pero si fuera así ¿cómo se cumpliría lo de nacer de la raíz de José? ¿cómo sería su vara, cómo Hijo del hombre, cómo su flor, cómo María sería su Madre? ¿Cómo descendería del linaje de David? ¿Cómo habría tomado en sí la forma de siervo? ¿Cómo se habría hecho carne el Verbo? ¿Con qué razón dijo Pablo a los romanos: De los cuales nació Cristo según la carne, El que está sobre todo y es Dios. Queda, pues manifiesto, conforme a lo dicho, que vino a luz, tomando nuestra carne y naciendo del seno de María; cosa manifiesta también por otros muchos testimonios, que prueban no haber sucedido lo contrario. No investigues pues curiosa y vanamente ese misterio, sino recibe lo que da la revelación y no examines con vana curiosidad lo que el evangelista calla.

Y José su Esposo, siendo justo y no queriendo denunciarla, pensó en abandonarla secretamente. Después de afirmar que Cristo nació por obra del Espíritu Santo y sin coito alguno, va a demostrar lo mismo por otra vía. A fin de que nadie le diga: ¿de dónde consta eso? ¿Quién lo supo, quién jamás oyó cosa semejante? A fin de que no sospecharas que él como discípulo había inventado eso en favor del Maestro, trae como testigo a José, que da testimonio por los mismos sufrimientos que soportó. Como si dijera el evangelista: si no me crees a mí, si mi testimonio te resulta sospechoso, da fe al testimonio de aquel varón. Porqué dice: José, su Esposo, como era varón justó. Justo aquí significa dotado de todas las virtudes; porque a ser justo pertenece no ser avaro, y la justicia, en fin, es una palabra que abarca todas las virtudes. La Sagrada Escritura en especial usa la palabra justicia en ese sentido. Por ejemplo cuando dice de Job que era hombre justo y veraz; y lo mismo cuando dice de Joaquín y Ana que ambos eran justos.

Siendo, pues, José justo, es decir benigno, moderado, quiso abandonarla ocultamente. Narra el evangelista lo que sucedió antes de que José supiera la verdad, para que no niegues tu fe a lo que sucedió después de que conoció la verdad. Por cierto, si María hubiera sido infiel no sólo era digna de que se la denunciara, sino que la Ley misma ordenaba que fuera-lapidada. Pero José cuidó no sólo de evitar eso que era tan grave, sino además de lo que no era tanto, es decir del pudor de la Virgen. Porque no sólo no quería castigarla, pero ni aun" denunciarla. ¿Has advertido la virtud de este hombre, desnudo en absoluto del tiránico afecto de los celos? Vosotros conocéis-qué enfermedad tan terrible es esa de los celos. Quien bien la conocía, dijo de ella: Porque los celos del marido lo ponen furioso; y no perdona en el día de la venganza. Y también se dijo: Los celos son duros como el infierno.

Muchos hemos conocido que preferían morir a caer en sospechas y celos. Y en el caso de José no se trataba de simples sospechas, pues el abultamiento del vientre hacía todo manifiesto. Mas José hasta tal punto estaba libre de esa enfermedad del alma, que no quería causar a la Virgen la menor molestia. Pareciéndole, pues, que conforme a la Ley no podía retenerla consigo; y viendo que denunciarla y llevarla al tribunal necesariamente era condenarla a muerte, nada de eso hizo, sino que comenzó a manejarse como quien ha superado la Ley. Pues convenía que acercándose ya el reino de la gracia, se presentaran también muchas señales de la nueva forma de vivir. A la manera que el sol, aunque todavía no deje ver sus rayos, ilumina ya desde lejos gran parte del orbe, así Cristo, al ir a nacer de aquel vientre de la Virgen, ya antes de salir iluminaba a todo el universo.

Por la misma razón antes de aquel parto ya saltaban de gozo los profetas y las mujeres predecían lo futuro y Juan estando aún en el seno de Isabel saltaba de placer. Y en semejante paso José demuestra su virtud, pues no acusó a María, no la reprendió, sólo pensó en abandonarla. Estando así de difícil el negocio y situación, vino el ángel a quitarle toda su angustia. Bien está examinar por qué no vino el ángel antes de que José cayera en semejante pensamiento, sino que vino cuando ya estaba en él. Porque dice: Mientras pensaba en esto José, vino el ángel En cambio a María sí fue el ángel aun antes de que ella concibiera; de donde nace otra cuestión. Pues aun cuando el ángel nada había dicho al esposo, pero la Virgen ¿por qué motivo calló lo que había oído del ángel y aunque advirtió la angustia de su esposo, sin embargo nada hizo para suprimirla? O ¿por qué el ángel no le declaró todo al esposo antes de que éste cayera en la turbación?

Conviene desde luego resolver la cuestión primera. ¿Por qué el ángel no le descubrió de antemano el secreto a José? Pues para que no fuera a incurrir en infidencia y le pasara lo que a Zacarías le sucedió. Fácil era creer, teniendo delante las cosas; pero antes de que las advirtiera no era fácil dar su asentimiento. Por esto nada le reveló el ángel con anterioridad, y por el dicho motivo guardó el secreto María. No habría creído que su esposo le diera crédito al comunicarle cosa tan increíble. Más aún: habría temido que él se irritara, como si ella le ocultara alguna falta. Si ella, que tan enorme gracia iba a recibir, sufrió algo de humano, de manera que dijo: ¿cómo será esto, pues yo no conozco varón?, sin duda con mayor razón habría dudado su esposo, sobre todo por saberlo de su misma esposa, por lo que ya se le habría hecho sospechosa.

Así pues, la Virgen nada dijo y el ángel vino en el tiempo oportuno. Preguntarás: ¿Por qué no hizo lo mismo con la Virgen dándole su mensaje hasta después de la concepción? Para no lanzarla a una perturbación terrible. Pues podía temerse que ella, no teniendo conocimiento claro de lo que le sucedía, pensara en tomar una resolución amarga; y aun, no pudiendo soportar la deshonra, echara mano de un lazo corredizo o de una espada. Porque era Virgen admirable. Y Lucas declara su virtud diciendo cómo, una vez que escuchó la salutación del ángel, no se entregó inconsideradamente al gozo, ni se abrasó con las palabras del ángel; sino que con turbación preguntó qué significaba aquel saludo.

Estando, pues, ella en semejantes disposiciones, se habría consumido de tristeza al reflexionar sobre la infamia que se le vendría encima, puesto que no podía esperar que persuadiría a los que la oyeran, que no había caído en adulterio. Y para que nada de todo eso sucediera, el ángel se le presentó antes de la concepción. Convenía que ningún temor sacudiera aquel seno en donde el Creador de todas las cosas iba a entrar; y que aquella alma que había de intervenir en tan altos misterios, estuviera en absoluto libre de toda perturbación. Por estas razones el ángel habló a la Virgen antes de la concepción y a José cuando la Virgen ya estaba encinta.

Algunos no bien avisados pensaron que aquí había una contradicción. Porque Lucas dice que el ángel habló a María y Mateo que habló a José. No advirtieron que sucedieron ambas cosas. Y es necesario tener esto en cuenta en toda la narración; porque del mismo modo resolveremos muchas que parecen contradicciones o diferencias. Llegó, pues, el ángel cuando ya José se encontraba turbado. Difirió su visita tanto, por las razones que ya expusimos; pero además para que brillara la virtud de José. Cuando fue el momento oportuno, al fin se presentó: Mientras esto pensaba José, se le apareció en sueños el ángel. ¿Adviertes la mansedumbre y dominio de sí mismo que tuvo José? No sólo no castigó a su esposa, sino que guardó silencio y a nadie dijo nada, ni siquiera a la Virgen misma, en quien recaía la sospecha; sino que en secreto pensaba el asunto y procuraba ocultar a la Virgen el motivo de apartarse de ella. No dice el evangelista que José quisiera arrojarla de sí, sino abandonarla. ¡Hasta tal punto llegaba su bondad y dominio propio! Y mientras pensaba en eso, el ángel en sueños se le apareció.

¿Por qué no se dejó ver abiertamente y en vigilia como lo hizo con Zacarías y con los pastores y también con la Virgen? Porque era José varón fidelísimo y no necesitaba ese género de apariciones. La Virgen, a quien se le comunicaba cosa tan grande, mucho más que la comunicada a Zacarías, necesitaba de una visión angélica, aun antes de realizarse el misterio. Los pastores, como gente un tanto agreste, necesitaban también una más amplia manifestación. José, en cambio, acometido después de la concepción por una mala sospecha, pero preparado en su alma para aceptar la buena esperanza, si alguien a ella lo conducía, recibe este otro género de revelación. Por esto, entrado ya en la sospecha, se le da la buena noticia, a fin de que esto mismo le sirviera de segura demostración de lo que se le decía. No habiendo él dicho nada a nadie, y solamente pensándolo en su ánimo, cuando oyera al ángel hablarle de aquello mismo, sería para él señal cierta que de parte de Dios había venido el ángel a consolarlo: ya que para Dios patentes están los secretos del corazón humano.

Advierte cuántas cosas se logran con esto. Se declara la virtud de José; las oportunas palabras del ángel lo confirman en su fe; y se quita de ellas toda clase de sospecha. Y el ángel ¿en qué forma hace creíbles sus palabras? Óyelo y admírate de la prudencia de sus dichos. Se le acercó y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a tu esposa. Desde luego le trae a la memoria a David, de quien había de nacer el Cristo. Y no deja que se perturbe, pues recordándole el nombre de sus antepasados le trae a la memoria la promesa hecha a todo el género humano. Mas ¿por qué lo llama hijo de David? Le dice: no temas. En otra ocasión no procedió así Dios. Pues como alguien pensara cosas no congruentes sobre la esposa de Abrahán, echó mano de amenazas y terrores en sus palabras, a pesar de que aquel rey procedía por ignorancia también, puesto que al acercarse a Sara ignoraba quién fuera ella y a pesar de todo Dios lo aterrorizó. Con José en cambio procede mansamente. Grande era la importancia de los misterios de que se trataba y grande también la diferencia entre ambos varones, por lo cual acá no se necesitaba la increpación.

Al decirle el ángel no temas, hace manifiesto que José temía ofender a Dios si aceptaba una esposa adúltera: si no hubiera sido así, por cierto que ni siquiera habría pensado en abandonarla. Pues bien: por todos estos medios manifiesta el ángel que su venida es de parte de Dios, pues expresó y declaró todo lo que José llevaba en su pensamiento y lo que sufría. Y cuando el ángel hubo pronunciado el nombre de María, no paró ahí sino que añadió: tu esposa. No la hubiera llamado así, si ella hubiera sido violada. Y llama aquí esposa a la desposada, al modo como suele la Escritura llamar yernos a los desposados antes ya de las nupcias.

Pero ¿qué significa aquel recibir? Significa conservar en la casa. Porque José en su ánimo ya la había abandonado. Pues, oh José: a esa que ya has abandonado en tu ánimo retenía contigo, porque fue Dios quien te la dio y no sus padres. Y te la dio, no para que consumes el matrimonio, sino únicamente para que habites con ella; y hoy te la entrega de nuevo por mis palabras. Al modo como más tarde Cristo la entregó a su discípulo, así ahora se la entrega a José. Por otra parte, hablando así oscuramente, evita mencionar la mala sospecha. Tras de exponer en la forma más congruente y delicada el modo de aquella concepción, aparta la sospecha declarándole cómo por aquella misma causa por la que temía y quería abandonar a su esposa, debía precisamente retenerla y recibirla. Con esto deshizo ampliamente su tristeza. Como si le dijera: No sólo está pura de unión ilícita, sino que por acción sobrenatural está encinta. En consecuencia, no únicamente deja ese temor, sino entrégate a la máxima alegría. Porque lo que en ella ha nacido es obra del Espíritu Santo.

Palabra estupenda, que trasciende todo humano entendimiento y sobrepasa todas las leyes naturales. ¿Cómo podrá creerla quien no haya experimentado hablas semejantes? Sólo puede ser esto porque ha precedido la revelación de tales cosas. Así es que el ángel descubrió a José todo cuanto éste llevaba en su pensamiento, todo lo que había sufrido, sus terrores y los planes que tenía: para que viendo todo esto descubierto, también diera fe a lo demás que se le decía. Más aún: no sólo por ese medio de las cosas pasadas, sino también de las futuras lo induce a la fe.

Le dice: Dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús. No vayas a pensar que por ser él el Hijo de Dios, quedas tú fuera de la cooperación con sus planes. Aunque para nada intervengas en la generación, sino que tu esposa permanezca Virgen intacta, sin embargo, lo propio del oficio de padre, pero que en nada cause detrimento a la virginidad, eso te lo confiero: como es, por ejemplo, el imponer el nombre al niño. Pues tú serás quien le dé ese nombre. Aunque no sea hijo tuyo, tendrás para con él los cuidados de un padre. Y así, comenzando por la imposición del nombre, te coloco en lugar de padre. Y luego, a fin de que nadie sospechara que José fuera su verdadero padre, oye cuan propísimamente le dice: Parirá un hijo. No le dice: te dará a luz un hijo, sino vagamente parirá un hijo. Porque ella no lo dio a luz para José, sino para todo el orbe.

Un ángel trajo del cielo el nombre del niño, demostrando con esto ser admirable aquel parto, ya que Dios mismo del cielo, mediante el ángel, mandó a José el dicho nombre. Semejante nombre no le fue impuesto al niño por casualidad y a la buena ventura; sino que encierra en sí el tesoro de bienes infinito. Por lo cual el ángel mismo lo interpreta y descifra y nos ofrece así magníficas esperanzas; y también por este camino excita la fe de José, ya que por naturaleza somos más inclinados a las cosas prósperas y con mayor facilidad las creemos. Y una vez que lo hubo preparado para dar crédito a sus palabras por todos los medios -por lo pasado, por lo futuro, por lo presente y aun por el honor que se le seguiría- finalmente presenta al profeta cuyo testimonio añade oportunamente a todo lo dicho.

Pero antes de introducirlo, declara los bienes que por aquel niño se derivarán a todo el universo. ¿Cuáles son? Desde luego, la libertad del pecado. Pues dice: Porque él salvará de sus pecados a su pueblo. Algo estupendo se declara también aquí. El ángel anuncia que el pueblo de Dios será liberado no de las guerras materiales que los sentidos perciben, ni de los bárbaros, sino de algo mucho más grave: de sus pecados, cosa que nadie antes pudo hacer. Preguntarás ¿por qué dijo: a su pueblo? y no añadió y a los gentiles. Para no causar de pronto extrañeza a su oyente. Por lo demás, un oyente que comprenda, ve que aquí quedaban sobreentendidos los gentiles. Porque pueblo suyo no son solamente los judíos, sino todos los que se le adhieren y reciben su doctrina.

Advierte además cómo se nos insinúa la alteza de Jesús, cuando dice: su pueblo, llamando así al pueblo judaico. Esto significa que el que nazca será Hijo de Dios, de manera que las palabras del ángel se refieren al Rey eterno; ya que ningún otro poder puede perdonar los pecados, fuera del poder que pertenece a la substancia divina. Y pues tan excelentísimo don hemos recibido, hagamos todo lo posible para no deshonrar beneficio tan excelso. Si nuestras acciones, antes de recibir semejante don, eran dignas de castigo, mucho más lo serán después de un don tan inefable.

Y no me expreso así ahora sin motivo; sino porque veo que muchos, tras del bautismo, son más perezosos y tardos que los que aún no han sido iniciados en los misterios ni tienen aún noticia alguna de nuestro modo de vivir. Hasta el punto de que ni en la plaza ni en el templo se distingue un fiel de quien no lo es, si no es que al tiempo de comenzar los misterios se presente alguno y observe quiénes son apartados fuera y quiénes permanecen en la iglesia. Pero es necesario que se distingan no por el sitio, sino por las costumbres. Las dignidades seculares se distinguen por sus insignias y ornamentos justamente. En cambio nuestra dignidad de cristianos es necesario que se conozca por los ornamentos del alma.

Es conveniente que el fiel sea reconocido no únicamente por el don de ser cristiano, sino por su nuevo género de vida. El fiel debe ser luz y sal de la tierra. Pero si ni para ti mismo eres luz ni sabes dominar tu podredumbre ¿cómo podremos distinguirte? ¿Por el solo hecho de haber bajado a las aguas saludables del bautismo? Pero esto más bien te lleva al castigo. La alteza del honor, para quienes no llevan una vida digna del honor, viene a ser Un acrecentamiento del suplicio. El fiel debe brillar no únicamente por los dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera. Debe en todo mostrarse excelente: en el modo de caminar, en su comportamiento, en su vestir, en su voz.

No digo esto con el fin de que tomemos posturas para hacer ostentación, sino para utilidad de quienes nos ven. Pero sucede ahora que por cualquier punto de vista que se te quiera distinguir, veo que más bien te señalas por todo lo contrario. Si me fijo en el sitio para saber por él quién eres, veo que pasas los días en el circo o en el teatro, en perversas ocupaciones, o en la plaza en pláticas con grupos de malvados y en compañía, de hombres corrompidos. Si en la modestia de tu rostro, observo que te ocupas continuamente en chistes propios de gente disoluta, sin diferenciarte de cualquier meretriz que abre procazmente su boca y se muestra liviana Si en tus vestidos, veo que andas como cualquier histrión. Si en tus clientes, llevas en torno parásitos y aduladores. Si en tus palabras, te escucho que nada hablas en seso, nada necesario, nada referente a nuestro modo de vivir cristiano. Si en tu mesa, mayor materia de acusarte nace de ahí.

Pregunto, pues: ¿por dónde conoceré que eres de los fieles? Porque todas las circunstancias enumeradas demuestran lo contrario. Pero ¡qué digo de los fieles! Ni siquiera llego a la evidencia de que seas hombre. Cuando pateas como un asno, acometes como un toro, relinchas tras las mujeres como un garañón, comes vorazmente como un oso, cuidas de engordar como un mulo, no perdonas las injurias como un camello, robas como un lobo, te irritas como una serpiente, hieres como un escorpión, eres doble como una zorra, escondes el veneno de la iniquidad como un áspid o una víbora, haces la guerra a tus hermanos a la manera de un demonio cruel ¿cómo puedo contarte entre los hombres, pues no advierto en ti las notas distintivas del hombre?

Buscaba yo la diferencia entre el catecúmeno y el fiel y me veo en peligro de no poder diferenciar entre el hombre y la fiera. ¿Qué diré, pues, que eres? ¿Fiera? Pero las fieras no presentan sino sólo un vicio. Tú, en cambio, que llevas doquiera el conjunto de todos los vicios, en verdad que andas más privado de razón que las mismas fieras. ¿Te llamaré demonio? Pero el demonio no está sujeto a la tiranía del vientre, ni ama las riquezas. Teniendo, pues, tú más vicios que las fieras y que los demonios ¿cómo habremos de llamarte hombre? Y si llamarte hombre no es lícito ¿cómo podremos llamarte fiel?

Y lo que es peor, que colmados así de defectos, ni siquiera pensamos ni caemos en la cuenta de la fealdad deforme de nuestras almas. Sentado tú allá en la casa del peluquero, mientras él te arregla el pelo, tomas tú el espejo, consideras tu cabellera, preguntas a los presentes y al peluquero mismo si acaso ya está la frente elegante y galana. Y con frecuencia, a pesar de que ya eres anciano, no te avergüenzas de mostrarte loco y con impulsos juveniles. Y en cambio, no nos damos cuenta de que nuestra alma no sólo está deforme, sino que se parece a la bestia feroz que llaman Escila o Quimera, de que las fábulas tratan. Y eso que aquí tenemos un espiritual espejo mucho mejor y más útil que el del peluquero. Porque éste no únicamente nos muestra nuestra deformidad, sino que es capaz de transformarla, si lo queremos, en una inmensa hermosura.

Este espejo no es otro que el recuerdo de los varones santos y la historia de su vida bienaventurada; además, la lectura de las Letras Sagradas y los mandamientos de Dios. Si quisieras a lo menos por una vez contemplar las imágenes de los santos, verías ahí la deformidad de tu alma; y si la ves, no necesitarás de otro remedio para librarte de semejantes horruras Porque el tal espejo para eso nos es útil y nos facilita el hacer ese cambio. ¡Ea, pues! Que nadie permanezca en la forma de las fieras brutas. Si al siervo no se le permite entrar en la habitación del amo en su casa ¿cómo podrás tú, con la forma de fiera, presentarte en los eternos dinteles? Pero ¿qué digo en la forma de bestia feroz? Porque semejante hombre es peor que una fiera.

Las fieras, aun siendo por su naturaleza feroces, muchas veces, mediante el arte de los hombres, se domestican. Pero tú, que sabes cambiar en mansedumbre la natural fiereza de los brutos, mansedumbre que les es antinatural ¿qué excusa tendrás, puesto que la mansedumbre que naturaleza te dio, la conviertes en ferocidad contra las leyes naturales; y así, mientras de lo feroz sacas la mansedumbre, te vuelves, contra tu natural, feroz? ¡Tú, que al león lo domesticas y vuelves manso te haces en tu ánimo más feroz que el león! Y esto a pesar de un doble impedimento: porque esa fiera carece de entendimiento y de todas las fieras es la ferocísima. Pero tú, con la fuerza de la sabiduría que Dios ha puesto en ti, vences a la misma naturaleza. Pues bien: tú que vences la naturaleza de las fieras ¿por qué traicionas en ti el bello don de la voluntad y de tu propia naturaleza? Si yo te ordenara volver manso a otro hombre, no parecería que te mandaba hacer algo imposible. Podrías sin embargo argüirme que no eres dueño de la voluntad ajena y que nada de eso está en tu mano. Pero en nuestro caso, la bestia está en tu mano y sujeta a tu arbitrio.

¿Qué defensa te queda, pues, si no dominas tu natural? ¿Qué clase de excusas podrás presentar cuando al león la conviertes en hombre, viendo que tú, siendo hombre, te conviertes en león y sin embargo no te preocupas? Mientras que al león le das lo que está por encima de su natural, no guardas para ti lo que te dio la naturaleza; sino que, al mismo tiempo en que te esfuerzas por elevar las fieras hasta nuestra dignidad humana, tú te derribas del solio de tu reino y te arrojas a la ferocidad de las fieras. Piensa, si te parece, que la ira es una fiera y pon contra ti mismo tanto cuidado como los otros ponen en domar los leones y vuelve por este camino tu ánimo manso y sereno. Porque éste tiene también dientes crueles y garras, y si no lo domesticas, todo lo arruinará. No pueden en tan gran manera despedazar las entrañas ni la víbora ni el león, como lo puede la ira que continuamente destroza con uñas aceradas.

Ni sólo daña al cuerpo, sino que además arruina la salud del alma, disminuyéndole sus fuerzas, haciéndola pedazos, descuartizándola, inutilizándola para todo. Si quien lleva gusanos en sus entrañas, no puede ni aun respirar, por tener su interior totalmente corrompido, ¿cómo podremos nosotros, llevando en nuestro interior semejante serpiente -la ira digo-, que roe las entrañas, llevar a cabo algo que requiera generosidad? Mas ¿cómo podremos librarnos de peste semejante? Si ingerimos tal bebida y pócima que sea capaz de matar esos gusanos que en el seno llevamos y acabar con esas serpientes.

Preguntarás ¿cuál es esa bebida que tan grande virtud posee? La Sangre preciosa de Cristo, si con fe la recibimos. Ella puede curar todas las enfermedades. Júntale además la atenta lectura de las Escrituras Sagradas. Pon también la limosna, pues por tales medios todas las enfermedades que al alma debilitan, pueden extinguirse. Sólo así podremos vivir los que ahora no estamos en mejores condiciones que los muertos: puesto que vivas aquellas enfermedades, necesariamente nosotros pereceremos. Si no les damos muerte, ellas nos la causarán. Más aún: se vengarán de nosotros aun antes de que muramos. Porque cada una de esas enfermedades es un tirano cruel, insaciable, ni se cansa de roernos diariamente: ¡dientes de león son sus dientes y aun mucho más crueles! Porque el león en cuanto se sacia, abandona el cadáver; mientras que las enfermedades del alma nunca se sacian, minea cesan hasta convertir al hombre de quien se han apoderado en semejanza muy parecida al demonio. Tan grande es su fuerza, que exigen de aquellos a quienes cautivan una servidumbre como la que Pablo tuvo para con Cristo; de manera que por él despreciaba aun la gehena y el reino.

Ya sea que uno quede cautivo de su cuerpo o de las riquezas o del amor a la gloria, se burlará del infierno, despreciará el reino, con tal de poseer el objeto que ama. Creamos a Pablo cuando dice que tal era su amor a Cristo. Si se encuentran en realidad hombres así sujetos a la servidumbre de sus afecciones ¿por qué lo de Pablo nos ha de parecer increíble? Nuestro amor a Cristo es débil, porque todas nuestras energías se consumen en el apego a los vicios, y robamos y nos damos a la avaricia y somos esclavos de la vanagloria, cosa tan vil que no hay otra más vil. Aun cuando seas en gran manera esclarecido, en nada serás mejor que el más abatido: más aún, por eso mismo le serás inferior. ¿Cómo no ha de ser claro que se vuelve contra ti tu pasión cuando aquellos mismos que andan procurando darte gloría y brillo, son los que se burlan más de ti al ver que andas anhelando la gloria? Hagan lo que hagan en realidad son ellos tus acusadores.

Del mismo modo que quien alabara a otro o lo adulara porque es adúltero, más bien sería su acusador que no encomiador, así al vanaglorioso, cuando todos lo alabamos nos convertimos, más que en alabadores en acusadores. Entonces ¿por qué andas a caza de lo que te ha de producir efecto contrario? Si anhelas la gloria, desprecia la gloria, y serás el más glorificado de todos. ¿Para qué quieres sufrir lo que a Nabucodonosor le aconteció? Levantó éste una estatua de madera y de insensibles materiales, pensando con eso adquirir fama; y anhelaba él, siendo un ser viviente, aparecer más ilustre mediante una estatua muerta. ¿Observas la extraña y enorme locura? Pensando alcanzar honores, más bien engendra para sí injurias. Al aparecer confiando en aquel objeto muerto más que en sí mismo y en su alma que vive; y elevando, con ese fin, a tan grandes honores aquel maderamen ¿cómo no va a ser digno Nótese este lapsus memoriae del santo, pues en todos los MNS hebreos, griegos y latinos se afirma haber sido la estatua de oro y no de madera. Y lo curioso es que hacia el fin de la Homilía el mismo santo la llama de oro y sobre esto hace aplicaciones morales de risa, puesto que busca ser honrado no por sus costumbres, sino por sus maderos. Es como si alguno quisiera ser honrado más bien por el pavimento que tiene en su casa o por la belleza de las columnas, que por su dignidad de hombre. Y sin embargo, en la actualidad muchos hay que lo imitan. Así como Nabucodonosor quería ser admirado por la estatua, así éstos por sus vestidos, por sus edificios, por sus tiros de muías, por sus carrozas o por las columnas que su casa sustentan. Habiendo perdido su dignidad de hombres, andan buscando por todas partes cómo alcanzar una gloria en extremo ridícula.

No la buscaron ahí las almas generosas ni los grandes siervos de Dios; sino que brillaron por lo que convenía que brillaran. Por aquel otro camino aparecieron los cautivos, los siervos, los jóvenes, los peregrinos y los destituidos de todas las cosas, mucho más esclarecidos que los que de todas las cosas se hallaban rodeados. A Nabucodonosor ni la gigante estatua, ni los sátrapas y capitanes, ni el incontable ejército, ni la abundancia de oro, ni pompa alguna le parecieron suficientes, según era su ambición, para aparecer grande; mientras que a aquellos a quienes todo faltaba, les fue suficiente su sola voluntad; y ésta a los necesitados de todo, los volvía más ilustres que aquel que estaba sentado en su trono y adornado con la diadema real y vestido de púrpura y de tantos servidores circundado, cuanto es más espléndido el sol que cualquier margarita. Porque ahí, ante el orbe todo, fueron llevados los jóvenes cautivos y hechos esclavos; y ante ellos chispeaban de fuego los ojos del rey, estando presentes los capitanes, los toparcas, los príncipes y todo el diabólico conjunto, mientras subía al cielo y resonaba en sus oídos el toque de las cornetas y el sonido de las flautas y de todo género de instrumentos músicos. El horno se encendía, la llama con su inmensa altura llegaba hasta las nubes y el miedo y el terror todo lo llenaban.

Pero a los jóvenes aquellos nada de eso los aterrorizó, sino que se burlaron de los presentes como se hace con los niños que juegan; y demostraron su mansedumbre y virtud. Y lanzando una voz más penetrante que todas las trompetas, decían: ¡Sábelo, oh rey! Porque no intentaban deshonrar con sus palabras al tirano, sino únicamente hacerle manifiesta la piedad de ellos. Por esto no se alargaron en palabras, sino que brevemente le declararon todo: Hay, le dijeron, un Dios en el cielo que puede salvarnos. Como si dijeran: ¿con qué objeto nos presentas semejante multitud y ese horno y esas agudas espadas y esos temibles soldados? Más grande y poderoso que ellos es el Señor. Y luego considerando que podría suceder que su muerte por el fuego fuera voluntad de Dios, para no parecer, si tal sucediera, que habían proferido una mentira, añadieron: Pero si así no sucede, sábete, oh rey, que nosotros no damos culto a tus dioses. Si hubieran dicho: si no nos libra será por nuestros pecados, quizá en ese caso, aun cuando no los hubiera librado, los circunstantes no les habrían creído. Por lo cual en aquel momento callan esa confesión; pero la dicen ya en el horno, en donde abundantemente hacen memoria de sus pecados.

En presencia del rey nada de eso dicen, sino solamente que, aun cuando hayan de ser quemados en el horno, no traicionarán su religión. Ni lo hacían buscando paga o retribución, sino movidos de pura caridad, a pesar de encontrarse cautivos y en servidumbre y sin poder disfrutar de bien alguno. Habían ya perdido su patria, su libertad y todos sus bienes. Ni me alegues los honores recibidos en el palacio real; pues siendo ellos justos y santos, en absoluto miles de veces habrían preferido pedir limosna en su patria y disfrutar de los bienes del templo de Jerusalén. Porque dice el salmista: Elegí estar humillado a las puertas de la casa de mi Dios, a morar en las tiendas de los pecadores $ Y ahí mismo: Más que mil vale un día en tus atrios. Muy mucho habrían preferido encontrarse humillados ante aquellas puertas del templo, a reinar en Babilonia.

Y esto se manifiesta por lo que dicen ya en el horno; o sea que les molesta habitar en Babilonia. Pues aun cuando acá disfrutaban de amplios honores, las otras calamidades les causaban inmenso dolor cuando las veían: cosa muy propia de los santos es no anteponer a la salvación de los prójimos ni la gloria, ni el honor ni otra cosa alguna. Observa cómo en el horno ruegan por todo el pueblo. Nosotros, en cambio, ni cuando vivimos tranquilos nos acordamos de nuestros hermanos. Lo mismo cuando examinaban los sueños, nunca tenían como objetivo sus comodidades propias, sino las ajenas. Y de muchas maneras declararon luego que no temían la muerte. Constantemente estaban prestos, para agradar a Dios. Y como no se creían suficientes para eso, se acogieron a los patriarcas, al mismo tiempo que afirman que ellos lo único que aportan es un corazón contrito.

Imitemos, pues, a estos jóvenes. Porque aún ahora se yergue la estatua de oro> es decir la tiranía de las riquezas. No demos oídos a los tímpanos, ni a las flautas, ni a las cítaras, ni al demás fausto de las riquezas; sino que, aun cuando fuera necesario ir al horno de fuego, es decir, a la pobreza, lo prefiramos, pero no adoremos al ídolo. En mitad de ese horno encontraremos un fresco rocío. En aquel caso, los que cayeron al horno resultaron más esclarecidos, mientras que quienes adoraron la estatua perecieron. La diferencia está en que entonces todo aconteció al mismo tiempo. En nuestro caso, en cambio, unas cosas suceden en este siglo, otras en el futuro y otras en ambos. Los que por no adorar la estatua prefirieron la pobreza, brillarán espléndidos allá arriba y también acá abajo. Los que acá injustamente se enriquecieron, allá sufrirán atroces suplicios. De este horno de la pobreza, Lázaro salió no menos brillante que aquellos tres jóvenes. En cambio el rico, que fue como los que adoraban la estatua, resultó condenado a la gehena. Porque lo dicho era imagen del futuro.

Así como los que cayeron al horno nada padecieron, mientras que quienes estaban por fuera acabaron con muerte violenta, así sucederá en el siglo futuro. Los santos que ahora atraviesan por el horno de fuego, nada sufrirán, sino que serán felices; pero los que hayan adorado la estatua, verán los torrentes de fuego que sobre ellos se lanzan, más crueles que cualquier bestia feroz, y verán cómo son arrastrados al fondo de la gehena. Si hay alguno que no crea en la gehena, observando este horno, por las cosas presentes crea en las futuras; y no tema el horno de la pobreza, sino más bien el horno del pecado. Porque el pecado es llama y dolor, mientras que la pobreza .es rocío y suave descanso. En aquel horno habita el demonio; en este otro, los ángeles que apagan la llama.

Oigan esto los ricos que andan encendiendo la llama de la riqueza: llama que a los pobres no dañará, porque del cielo les vendrá el rocío. Los ricos por sus propias manos se entregan a las llamas que también con sus manos encendieron. Y el ángel bajó a donde estaban los tres jóvenes Pues bajemos también nosotros con los que se encuentran en el horno de la pobreza y mediante la limosna produzcamos ahí el rocío y apaguemos la llama, para que así participemos de sus coronas; y también para que por este medio la voz de Cristo aparte la llama eterna, pues dijo: Me visteis hambriento y me alimentasteis. En aquel día esta voz de Cristo será para nosotros como rocío que refresque y aun apague las llamas.

Bajemos, pues, al horno de la pobreza con el rocío de la limosna y observemos a los virtuosos varones que dentro de él caminan y van como sobre carbones. Admiremos cosa tan nueva y estupenda como es ver a un hombre que entre las llamas entona salmos, a un hombre que entre el fuego eleva sus acciones de gracias, a un hombre que aherrojado por la pobreza y su estrechura, sin embargo todo lo agradece a Cristo. Porque iguales a esos jóvenes son los que llevan la pobreza dando gracias a Dios. La mendicidad es más terrible que el fuego y suele quemar con mayor fuerza. Pero la llama no quemó a aquellos jóvenes, sino que por haber dado gracias a Dios, Íes deshizo al punto las ataduras.

Pues lo mismo sucederá acá: si tú, caído en pobreza, das gracias a Dios, caerán tus ataduras, se apagará la llama. Pero si no se extingue, se verificará un milagro mayor aún: la llama se convertirá en fuente de frescas aguas. Como sucedió entonces. Porque en mitad del horno aquellos jóvenes gozaban de fresco rocío. El rocío no apagó la llama, pero impidió que se quemaran los que en ella habían sido arrojados. Y lo mismo puede verse en los varones dotados de virtud. Puestos en la pobreza, han experimentado necesidades graves más que los ricos. Así pues, no permanezcamos sentados junto al horno, sin compadecernos para nada de los pobres, para que no nos suceda lo mismo que a quienes entonces estaban fuera del horno. Si bajas al horno con los pobres, en nada te dañará el fuego; pero si sentado tú allá arriba desprecias a los que andan entre las llamas de la pobreza, las llamas te consumirán.

Baja, pues, al fuego para que el fuego no te queme; no te sientes fuera del fuego, para que no te inflame su llama. Si ésta te ve entre los pobres, se apartará de ti; pero si te ve apartado de ellos, al punto se echará sobre ti y te quemará. No te apartes de los encerrados en el horno de la pobreza; sino que, al tiempo en que el demonio imparta sus órdenes para que quienes no adoran la estatua de oro sean arrojados al horno de la pobreza, no seas tú de los que arrojan, sino de los arrojados, y así seas también de los que se salvan y no de los que se queman. Verdaderamente que es abundante rocío el solo no estar enredado en la codicia de riquezas, sino vivir con los pobres. Opulentísimos son los que han conculcado el apetito de riquezas.

Advierte que los que entonces despreciaron al rey, resultaron más esclarecidos que el mismo rey. Si tú desprecias las cosas de este mundo, serás más esclarecido que todo el mundo, como lo fueron aquellos santos de los cuales no era digno el mundo.

Para hacerte digno de las cosas celestiales desprecia las presentes. Serás así más preclaro en la tierra y gozarás luego de los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

LXXIII



Crisóstomo - Mateo 4