Crisóstomo - Mateo 7

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HOMILÍA VII

Y habiendo reunido a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó en dónde había de nacer Cristo. Ellos le contestaron: en Belén de Judá (Mt 2,4-5)

¿HAS OBSERVADO cómo todo fue sucediendo para refutar a los judíos? Porque mientras no lo tuvieron delante ni los arrastraba la envidia, testificaban con sinceridad y verdad. Pero una vez que vieron la gloria nacida de sus milagros, los arrastró la envidia y traicionaron la verdad. Sin embargo, la verdad sobresalía y la predicaban más y más los mismos enemigos. Advierte aquí la admirable y estupenda providencia de Dios. Mutuamente se dan y se comunican las noticias bárbaros y judíos, de manera que cada cual sabe por los otros algo nuevo. Los judíos supieron por los magos que la estrella había anunciado a Cristo en Persia; los magos oyeron de los judíos que el mismo predicado por la estrella había sido anunciado mucho tiempo antes por los profetas; y la ocasión de preguntar sirvió a todos para una demostración, con mayor precisión y claridad, de la doctrina verdadera. Los enemigos de la verdad se ven obligados a leer aun contra su voluntad los testimonios de la verdad y a interpretar la profecía, aunque no íntegra. Pues habiendo dicho en Belén y que de ahí saldría el que había de regir a Israel, no añadieron lo que sigue, con el objeto de adular al rey. ¿Qué es lo que sigue?: Cuyos orígenes serán de antiguo, de días muy remotos y de muy remota antigüedad. Preguntarás por qué motivo si había de nacer en Belén, luego residió en Nazaret, con lo que oscureció la profecía. No la oscureció, sino que la tornó más clara; ya que eso de que su Madre que habitaba en Nazaret viniera a darlo a luz en Belén indica que el caso fue providencial. Por lo mismo, no salió de Belén al punto, después de haber nacido, sino que permaneció ahí durante cuarenta días, para dar tiempo a quienes quisieran más detenidamente investigar, para examinar todo con cuidado. Muchas causas había para suscitar la dicha investigación si ellos hubieran querido atender.

Desde luego, con la llegada de los magos se alborotó la ciudad toda y juntamente con ella el rey; se consultó al profeta, se reunió grande cantidad de jueces; y sucedieron otras muchas cosas que Lucas narró con cuidado. Por ejemplo, lo tocante a Ana la profetisa, a Simeón, a Zacarías, a los ángeles y a los pastores: cosas todas que podían dar ocasión a los que quisieran fijarse un poco, para caer en la cuenta del gran suceso. Si los magos, llegados desde Persia, no ignoraron el sitio del nacimiento, mucho mejor podían los que ahí mismo moraban, saber dónde quedaba.

Cristo, ya desde un principio, se manifestó con abundantes milagros. Pero como ellos cerraron sus ojos, El se ocultó por algún tiempo para luego manifestarse con un milagro mucho mayor y más esplendente. Porque más adelante, ya no fueron los magos y la estrella, sino el Padre que está en los cielos quien precedió a Cristo en las aguas corrientes del Jordán; y el Espíritu Santo se puso sobre él y lanzóse aquella voz. Juan, por su parte, con plena libertad clamaba por toda Judea y llenaba con su doctrina toda la tierra habitada y todo el desierto. Y el testimonio de los milagros resonaba por tierras y mares, y por toda criatura con una voz espléndida.

Al tiempo mismo del nacimiento se verificó tal cantidad de milagros que bastaban para dar a conocer que el Mesías había venido. Para que no dijeran los judíos: nosotros no sabemos en qué región o en qué sitio ha nacido, proveyó la providencia divina todo lo referente a los magos y lo demás que dijimos; de modo que no pudieran presentar ninguna excusa de no haber inquirido acerca del suceso. Observa lo exacto de la profecía. Pues no dijo permanecerá en Belén, sino saldrá de Belén. De manera que la profecía solamente indicaba que ahí nacería.

Hay quienes impudentemente afirman que esto fue dicho de Zorobabel. Pero ¿cómo puede entenderse así la profecía? ¿Cómo puede convenirle a Zorobabel aquello de: cuyos orígenes serán antiguos? ¿Ni lo otro que al principio se dice: de ti saldrá? Porque Zorobabel no nació en Judea, sino en Babilonia, y por esto se le puso por nombre Zorobabel, por haber nacido allá. Quienes no ignoran la lengua siriaca, entienden lo que decimos. Además, lo sucedido en el tiempo subsiguiente puede confirmarlo. Porque ¿qué es lo que dice? No eres la menor entre los príncipes de Judá. Y añadió el motivo de su celebridad con estas palabras: Porque de ti saldrá. De manera que sólo en Jesús se cumplió clara y manifiestamente lo que aquí se dice. Desde luego, apenas nacido, vienen a visitarlo los magos desde los confines del orbe, en un pesebre, en una choza, como ya de antemano lo había predicho el profeta cuando dijo: No eres la menor entre los príncipes de Judá; o sea entre los príncipes de las tribus En semejantes palabras incluye aun a Jerusalén. Pero ni así se movieron a investigar, aunque la utilidad fuera para ellos. Por esto los profetas hablaron al principio tanto de la dignidad de Cristo, como de los beneficios que a los judíos se iban a derivar. Y así, cuando estaba ya cercano el parto de la Virgen, dice el ángel: Le pondrás por nombre Jesús; y añade: Porque El salvará a su pueblo de sus pecados. Y los magos no decían: ¿en dónde está el hijo de Dios?, sino: él que ha nacido es Rey de los judíos. Y el profeta no dijo: De ti saldrá el Hijo de Dios, sino: el Jefe que rija a mi pueblo Israel.

Convenía a los principios usar semejante lenguaje, más modesto, para no escandalizar a los judíos, y más bien decir lo tocante a la salvación que ellos esperaban, para más fácilmente atraerlos. Así todo lo que en primer lugar se dice en referencia al tiempo de su nacimiento, no expresa nada sublime ni grande ni parecido a lo que luego se refiere de sus milagros y obras maravillosas. Estas de por sí más claramente nos hablan de su dignidad. De manera que tras de infinitos milagros hasta los niños lo ensalzaron con himnos: oye cómo lo dice el profeta: De la boca de los infantes y que aún maman, sacaste alabanza. Y también ahí mismo: Veré los cielos tuyos, obra de tus manos, cosa que lo manifiesta como Creador de todas las cosas. Y el testimonio referente al tiempo siguiente a la Ascensión, manifiesta la igualdad con su Padre: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha. Isaías por su parte dice: Se alzará como estandarte para los pueblos y lo buscarán las gentes

¿Por qué dice que Belén no es la menor entre los príncipes de Judá? Porque ha venido a ser ciudad ilustre no sólo en Palestina sino en el orbe todo. Pero como hablaba a los judíos, dice: Gobernará a mi pueblo Israel. En realidad gobernó a toda la tierra. Mas, como ya dije, el evangelista no quiere servir de tropiezo y por tal motivo nada dice de los gentiles. Dirás: entonces ¿cómo es que no reinó sobre el pueblo judío? Sí reinó. Al decir el evangelista Israel significa a los judíos que creyeron en él. Pablo interpretándolo dice así: No todos los nacidos de Israel son Israel, ni todos los descendientes de Abrahán son hijos de Abrahán, sino los nacidos por la je y la promesa. Y si no reinó en todos, culpa fue de los llamados. Pues debiendo adorarlo como lo hicieron los magos y dar gloria a Dios y agradecerle que hubiera llegado ya el tiempo en que se perdonaran todos sus pecados (pues nada habían oído acerca del tribunal y del castigo, sino sólo del manso y humilde Pastor), por el contrario se perturban y perturban a otros y luego ponen infinitas asechanzas.

Entonces Herodes, habiendo llamado a los magos, secretamente con cuidado inquirió de ellos sobre el tiempo en que se les apareció la estrella. Lo hizo porque quería dar muerte al niño, cosa que era el extremo no solamente del furor, sino de la locura. Los hechos y lo que se decía eran suficientes para apartarlo de intento semejante, puesto que lo sucedido nada tenía de humano. Que la estrella llamara a los magos desde la altura; que ellos emprendieran tan larga peregrinación para adorar al que yacía en la cuna en un pesebre; que los profetas ya hubieran de antemano predicho todo esto; y otras cosas además, todo en conjunto superaba a lo humano. Y sin embargo, nada detuvo a Herodes.

Tal es por su naturaleza la perversidad: a sí misma se hunde y se contradice y acomete lo imposible. Observa la necedad del rey. Si creía en la profecía y la juzgaba segura e inmutable, queda manifiesto que su intento era imposible. Y si no creía ni juzgaba que aquellos decires llegaran a realizarse, no tenía por qué temer. De manera que su dolo por ambas partes resultaba superfluo. También era propio del extremo de la demencia pensar que los magos le delatarían a aquel niño por el cual habían emprendido tan larga peregrinación. Sí antes de verlo ardían en anhelos tan grandes, una vez que lo vieron y por la profecía quedaron confirmados ¿cómo esperaba el rey poder persuadirlos para que le entregaran por traición a aquel niño?

Sin embargo, aunque tantos y tan graves argumentos lo podían apartar de su propósito, trató de realizarlo. Y así, habiendo llamado a ocultas a los magos, les preguntaba. Creía sin género de duda que los judíos andarían solícitos por la vida del niño; pues nunca pensó que hubieran llegado a tal grado de locura que quisieran poner en manos de sus enemigos al Patrono y Salvador que venía para dar libertad a su gente. Por esto los llama a ocultas y los interroga no acerca del niño, sino del tiempo en que apareció la estrella, siguiendo con diligencia grande el rastro de aquella pieza que cazar quería. Paréceme que la estrella debió aparecer mucho antes. Como los magos habían de emplear largo tiempo en su camino para poder adorar al recién nacido en la cuna misma, a fin de que la cosa fuera más admirable, la estrella se les mostró mucho antes. Si hubiera aparecido al tiempo mismo en que en Palestina nació Cristo, los magos, tras de gastar mucho tiempo en el camino, no lo habrían encontrado en la cuna. Y no nos extrañe que dé muerte a los niños de dos años abajo: el furor y el temor, para mayor seguridad, añadieron tiempo al tiempo, a fin de que el niño no pudiera escapar.

Id, pues, e informaos diligentemente acerca del niño; y cuando lo halléis, comunicádmelo para que vaya también yo a adorarlo. ¿Has observado la estulticia? Si hablas, oh rey, con verdad ¿por qué interrogas a ocultas? Y si estás preparando un lazo ¿cómo no adviertes que los magos, al notar que los interrogas a ocultas, sospecharán tu añagaza,? Pero, como ya dije, aquel de quien se apodera la perversidad, resulta más necio que todos. Y no dijo Herodes: acerca del rey, sino: acerca del niño. Porque no se atrevió a proferir el nombre de rey. En cambio los magos, que en su profunda piedad ignoraban esos dolos (pues no creían que el rey se hubiera hundido tanto en la maldad que intentara poner asechanzas a tan maravillosa providencia), partieron sin la menor sospecha. Juzgaban a los demás por sus propios afectos.

Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente los precedía. Se les había ocultado a fin de que ellos, ya sin guía, se vieran obligados a preguntar a los judíos y así se hiciera público el negocio delante de todos. Y una vez que preguntaron y tuvieron como maestros a los judíos, de nuevo la estrella se les apareció. Quiero que consideres el orden magnífico. Después de la estrella los recibe el pueblo judío y el rey mismo, y les muestran el profeta que predijo lo sucedido. Después del profeta, el ángel que les enseña todo. Entre tanto, desde Jerusalén, la estrella los conduce a Belén, porque fue la estrella su guía desde aquella ciudad. De manera que también por aquí puedes ver que no se trataba de una de tantas estrellas, puesto que ninguna procede así. Ni sólo se movía, sino que los precedía y los iba guiando y en pleno medio día los llevaba como de la mano.

Preguntarás ¿para qué necesitaban ya de la estrella, puesto que el pueblo era muy conocido? Fue para que pudiera ser conocido el niño, pues no había señal que lo distinguiese. Ni la casa era rica, ni la madre ostentaba alguna forma brillante especial. Se necesitaba, por tanto, que la estrella los condujera hasta el sitio. Por esto al salir ellos de Jerusalén se les muestra, y ya no se detiene hasta que llega al pesebre y añade ese milagro a los otros milagros. Porque ambas cosas fueron admirables: que los magos adoraran y que la estrella se detuviera y los detuviera. Cosas fueron éstas que podían conmover aun a un corazón de piedra.

Si los magos hubieran dicho que habían oído cómo predecían todo aquello los profetas, o que los ángeles se lo habían comunicado a ellos en privado, no se les habría creído; mientras que la estrella, brillando sobrehumana, aun a los más impudentes les cerró la boca. Ella, una vez que estuvo encima de donde estaba el niño, ahí se detuvo; cosa que está muy fuera de lo que pueden hacer las estrellas: es a saber el aparecerse y el desaparecerse y a veces detenerse. Con esto los magos crecieron en su fe, y se alegraron, pues habían encontrado lo que buscaban, se habían convertido en mensajeros de la verdad y no sin causa habían acometido tan largos caminos: ¡ardían en vehementes anhelos por Cristo! La estrella se acercó y fue a posarse sobre la cabeza misma del niño, dando a conocer que éste era prole divina. Parándose ahí, hizo que lo adoraran a quienes no eran simplemente bárbaros, sino los más sabios de entre los bárbaros. ¿Adviertes cómo con toda razón se les apareció la estrella? Además de la profecía y de la interpretación que de ella hicieron los sacerdotes y los escribas, los magos tuvieron a la estrella como guía.

Avergüéncese Marción, avergüéncese Pablo de Samosata, pues no quieren ver lo que vieron los magos, primeros progenitores de la Iglesia, pues no me apeno de llamarlos así. Avergüéncese Marción viendo a Dios adorado en la carne. Avergüéncese Pablo al ver que se le adora y no como a simple hombre. Que se le adora en la carne lo demuestran los pañales y el pesebre; y que lo adoran no como a puro hombre, lo declaran al ofrecer a un niño aquellos dones que son propios de Dios. Y avergüéncense los judíos al ver a los bárbaros y magos que se les adelantan y no permiten quedarse atrás y en segundo lugar. Porque lo que entonces sucedía era figura de lo futuro; y ya desde el principio quedó claro y se significó que los gentiles se adelantarían al pueblo judío.

Preguntarás ¿por qué, entonces, no desde los principios sino hasta más tarde vino a decir: Id y enseñad a todas las gentes? Pues porque, como ya dije, lo que entonces se hacía era figura y un como anticipo de lo futuro. Razonable era que los judíos precedieran a los demás. Pero como rechazaron espontáneamente el beneficio que se les hizo, se cambiaron los papeles.

Tampoco en este paso del evangelio era razonable que los magos se acercaran antes que los judíos, ni que quienes habitaban tan lejos llegaran primero que quienes vivían junto a la ciudad, ni que quienes nada habían oído de Cristo antecedieran a los que habían sido criados en medio de numerosos profetas. Mas como los judíos en absoluto ignoraban el conjunto de sus propios bienes, bien estuvo que se adelantaran los que vivían en Persia a los que vivían en Jerusalén. Lo mismo dice Pablo: A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios; puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles.

Imitemos, pues, a los magos. Pero también apartémonos con cuidado de las costumbres de los bárbaros, para que podamos ver a Cristo. Porque aún los bárbaros, si no se hubieran alejado mucho de su región, no habrían podido ver a Cristo. Apartémonos de los negocios terrenos. Los magos, estando en Persia veían la estrella; pero salidos de Persia contemplaron al Sol de Justicia. Más aún: ni siquiera habían de continuar viendo la estrella si no salían con ánimo pronto de su país. ¡Ea, pues! También nosotros levantémonos aunque todos se conturben y corramos a la casa del Niño. Aun cuando se esfuercen en impedirnos el camino los reyes, los pueblos, los tiranos, no perdamos los anhelos. Así echaremos de nosotros todos los males que nos amenazan. Cierto que aquellos reyes, si no hubieran visto al Niño, no habrían escapado del peligro del rey que temían. Antes de que vieran al Niño, por todas partes los acometían temores, peligros y turbaciones. Después de que lo adoraron, tuvieron seguridad y tranquilidad; y ya no los acompañó la estrella, sino un ángel, hechos sacerdotes, a partir de aquella adoración: porque ellos hicieron oblación de sus dones.

En consecuencia tú, dejando a un lado al pueblo judío, a la ciudad conturbada, al rey sanguinario y toda la pompa del siglo, corre a Belén, casa del pan espiritual. Sí vas allá, aun cuando no seas sino un simple pastor, encontrarás a Cristo en el mesón. Aunque seas rey, si no vas, de nada te servirá la púrpura. Aunque seas un mago y un bárbaro, eso nada te impedirá con tal de que te acerques para adorar y hacer honor al niño, y no para despreciar al Hijo de Dios. Sí con temor y juntamente con gozo lo hicieres, digo; porque ambas cosas pueden muy bien juntarse.

No imites a Herodes ni digas: para ir a adorarlo; y una vez llegado a su presencia intentes darle muerte. A un tal hombre son semejantes los que indignamente participan de los misterios. Quien lo hace así, dice Pablo, es reo del cuerpo y sangre del Señor. Quienes así proceden, llevan en su interior un tirano que odia el reino de Cristo; es a saber, la riqueza, que es peor que Herodes. Porque tales hombres intentan reinar y envían por delante a sus servidores que simulan adorar, pero adorando asesinan. Temamos no sea que revistamos la apariencia de adoradores y suplicantes, pero en las obras mostremos todo lo contrario. Si vamos a adorar, echemos de nuestras manos todo. Si tenemos oro, arrojémoslo en las manos del niño y no lo ocultemos bajo tierra. Si aquellos magos bárbaros ofrecieron, como un honor, sus dones ¿qué puedes ser tú si no das de tus bienes al necesitado? Si ellos emprendieron tan largo camino para ver al recién nacido ¿qué excusa tendrás tú que ni siquiera cruzas una calle para visitar a un enfermo o encarcelado?

Nos compadecemos de los enfermos, de los presos y aun de los enemigos. Pero tú ¿no te compadeces ni aun de tu bienhechor y Señor? Aquéllos ofrecieron oro: ¿tú apenas si das pan? Aquéllos vieron la estrella y se alegraron ¿y tú viendo a Cristo extranjero y desnudo no te doblegas? ¿Quién de vosotros, los que habéis recibido de Cristo infinitos beneficios, ha emprendido tan largos caminos como aquellos bárbaros, o mejor dicho más sabios que todos los filósofos? Pero ¿qué digo tan largos caminos? Muchas mujeres de entre vosotros son tan muelles y delicadas, que no quieren ni atravesar una calle para visitar a Cristo en su espiritual pesebre, a no ser que se las lleve en coche tirado por un par de muías. Otros que bien pueden caminar a pie, anteponen a la reunión en la iglesia los negocios seculares y aun la frecuencia en acudir al teatro. Y por cierto, aquellos bárbaros tan largo camino emprendieron antes de haber contemplado a Cristo; pero tú, aun después de haberlo contemplado no los imitas. Porque tras de verlo, lo abandonas y corres a contemplar a los comediantes (Insistiré en lo mismo en que hace poco insistía). Abandonas a Cristo que yace en el pesebre para ir a ver en el teatro a las mujeres. ¿De qué rayos, de qué castigos no es digno semejante comportamiento?

Si alguien te prometiera introducirte al palacio real y presentarte ante el emperador sentado en su trono ¿antepondrías el teatro a semejante visita, aun cuando de ella no te prometieras alguna utilidad? Aquí en cambio, brota la fuente del fuego espiritual de esta sagrada mesa; y tú ¿la abandonas y corres al teatro para contemplar a las mujeres en traje de baño?; y al sexo femenino deshonrado, ¿y dejas a Cristo sentado junto a la fuente? Porque también está sentado junto a la fuente, no hablando con la samaritana, sino con toda la ciudad… ¡aunque quizá ahora, en efecto, habla con sola la samaritana! Porque nadie más está presente, sino unos pocos, y éstos con sólo el cuerpo. Otros ni con el cuerpo lo están Y sin embargo, él no se aparta, sino que sigue pidiéndonos de beber, no agua, sino virtud y santidad: porque él da lo santo a los santos. No da esta fuente viva agua, sino sangre viviente, símbolo de su muerte, pero causa de nuestra vida. Pero tú abandonas esa fuente de sangre, ese cáliz temible y corres a la fuente del demonio para contemplar a las meretrices en traje de baño y sufrir naufragio en tu alma. Aquella agua es piélago de impurezas, que no hunde los cuerpos sino que hace naufragar a las almas. La meretriz nada desnuda pero tú viéndola te sumerges en el abismo de las pasiones impuras.

Así es la red del demonio: ¡no a las que bajan al baño, sino a los que permanecen arriba mirando es a quienes hunde mejor y mucho más que a quienes andan dentro del agua; y los ahoga con mayor facilidad que al Faraón aquel que con carro y jinetes fue sumergido! Si pudiéramos ver las almas, os mostraría a muchas que entre tales aguas sobrenadan muertas como en aquel entonces sobrenadaban los cadáveres de los egipcios. Y lo que es peor, a semejante daño lo llaman placer y lo que es piélago de perdición lo estiman un Euripo de deleites. Pero es más fácil cruzar con seguridad el mar Egeo o el mar Tirreno, que no pasar incólume por uno de esos espectáculos.

Desde luego el demonio durante toda la noche excita los ánimos con la expectación; y luego, una vez que ya descubre lo que se esperaba, al punto cautiva los ánimos y los reduce a servidumbre. Y no pienses que porque no te uniste a la meretriz estás inmune de pecado; pues a causa de tu anhelo, concupiscente, ya es como si todo lo hubieras perpetrado. Si estás abrasado por la concupiscencia, habrás encendido un fuego mayor. Pero si el espectáculo ya no te conmueve, eres reo de mayor culpa, pues das ocasión a otros de tropiezo; y porque sin sentir pasión, que te arrastre, manchas tus ojos y con ellos tu alma.

Pero no nos contentemos con sólo la exhortación y reprensión. ¡Ea! ¡busquemos el modo de enmendarnos! ¿Cuál podrá ser? Prefiero entregaros a vuestras esposas para que sean ellas las que os instruyan. Según el mandato de Pablo, vosotros debierais ser los maestros. Mas ya que el pecado ha invertido el orden y ha colocado el cuerpo arriba y la cabeza abajo, vayamos a lo menos por este camino. Y si te avergüenzas de que una mujer te enseñe, huye del pecado y pronto podrás volver al trono y reino que Dios te ha concedido. Pero mientras andes pecando, la Escritura te remite no sólo a la mujer, sino aun a los más viles entre los brutos animales: no se avergüenza ella de remitir al discípulo dotado de razón a la hormiga, para que le sirva de maestra. Y no es esto culpa de la Escritura, sino d'i quienes han traicionado su propia nobleza.

Pues nosotros haremos lo mismo, y por hoy te remitiremos a la mujer. Y si a ésta la desprecias, te enviaremos al magisterio de las bestias y te pondremos delante cuántas aves, cuántos peces, cuántos cuadrúpedos, cuántos reptiles son más honestos y más recatados y continentes que tú. Y si te avergüenzas de la comparación, vuelve a tu primera nobleza, huye del piélago, de la gehena, del torrente de fuego: digo de esas piscinas del teatro. Esta piscina te lleva al piélago aquel eterno y enciende sus llamas.

Si el que mira a una mujer deseándola ya adulteró con ella en su corazón quien en absoluto no duda en verla sin vestido ¿cómo no quedará infinitas veces cautivo? No perdió en tan gran manera el diluvio en tiempo de Noé al género humano, como esas nadadoras arruinan con inmensa torpeza a los espectadores todos. Aquella lluvia, aunque llevaba la muerte a los cuerpos, quitaba la perversidad a las almas; pero esta otra, por el contrario, deja intacto el cuerpo, pero mata el alma. Cuando se trata de obtener una proedría, queréis preceder a todo el universo, por haber sido vuestra ciudad la primera en emplear el nombre de cristiano; pero cuando se trata de la castidad, no os da vergüenza ver que os superan aun las más bárbaras ciudades.

Preguntarás: pero ¿qué es lo que nos ordenas? ¿que nos retiremos a las alturas de las montañas y nos convirtamos en monjes? Pues precisamente de esto me duelo: de que penséis que la modestia y la castidad son cosas propias de monjes, siendo así que Cristo en esta materia dejó un precepto común para todos. Cuando dice: el que ve a una mujer deseándola no lo dice por los monjes, sino por los cónyuges, de los cuales en aquella ocasión estaba repleta la montaña. Piensa pues en aquella reunión y apártate de este teatro; y no vayas a decir que es trabajoso el precepto. No prohíbo el matrimonio ni cualquier clase de deleite; lo que en gran manera anhelo es que todo se haga dentro de las leyes de la castidad y sin oprobio y sin pecado y sin culpas innumerables.

No os mando yo que vayáis a los montes y a las soledades, sino que habitando en plena ciudad, seáis benignos, modestos, castos. Todas las leyes cristianas, excepto el matrimonio, nos son comunes con los monjes. Pero en esto el mismo Pablo ordena a los casados que se asemejen a los monjes. Porque dice: Pasa la apariencia de este mundo. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran. Como si dijera: No os ordeno subir y retiraros a las cumbres de las montañas, aunque bien lo deseara, puesto que en las ciudades se sigue el ejemplo de So-doma; pero no os obligo. Permanece en tu casa con tu mujer y tus hijos; pero no cargues de injurias a tu esposa ni traiciones a tus hijos ni lleves a tu hogar la peste contraída en el teatro. ¿No oyes a Pablo que dice: El marido no es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer y cómo igual ley pone para ambos?

Pero tú, si tu mujer frecuenta la iglesia, te conviertes en pesado acusador; ¿y no piensas que has de ser culpado tú cuando pasas los días íntegros en el teatro? Andas solícito por la castidad de tu mujer y pones en eso un cuidado excesivo y superfluo, inmoderado, hasta el punto de no permitirle aun las necesarias salidas, y en cambio ¿crees que sólo a ti es lícito todo? No te lo consiente Pablo, quien concede a la mujer la misma potestad: El varón pague a la mujer su deuda. Pero ¿cuál es ese honor que le debes cuando vas y entregas tu cuerpo a las meretrices, puesto que tu cuerpo es de tu mujer, y lo mismo cuando metes en el hogar la discordia y lo conturbas? ¿Cuál honor cuando te entregas en el foro a cosas que contadas luego por ti en el hogar obligan a tu mujer a ruborizarse, hieres el pudor de tu hija que está presente y tú mismo quedas deshonrado ante ellas? Porque o bien te callas o quedas deshonrado contando cosas por las que aún a los criados hay que azotarlos.

Pues ¿qué excusa tendrás, pregunto, cuando lo que ni siquiera puede contarse tú empeñosamente lo contemplas? Lo que ni siquiera debe andarse recordando, lo haces tú un máximo negocio. ¡Terminaré aquí mi discurso para no ser más pesado! Pero si persistís en semejante costumbre cortaré la llaga desde más adentro y con más filosos instrumentos; y no desistiré hasta que, desterrado ese teatro del demonio, logre tener aquí en la iglesia una reunión casta. Así nos habremos librado de la vergüenza actual y alcanzaremos la vida eterna, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA VIII

Y habiendo entrado en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y de hinojos lo adoraron; y habiendo abierto sus tesoros, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra (Mt 2,11).

¿POR QUÉ DICE Lucas que estaba el Niño en el pesebre? Porque María, en cuanto dio a luz, lo reclinó ahí. No se podía hallar habitación a causa de la afluencia de judíos a pagar el tributo. Cosa que significó el mismo Lucas diciendo: Porque no había sitio, lo reclinó.- Después lo tomó y lo puso sobre sus rodillas. Pues apenas llegada a Belén dio a luz a su hijo. Todo para que por aquí adviertas la providencia divina y sepas que todo se llevó a cabo no al acaso y sin pensarlo de antemano, sino por una divina economía y siguiendo lo que se había profetizado.

Y ¿qué fue lo que a los magos indujo a que lo adoraran? Porque ni la Virgen tenía resplandor especial, ni la casa era magnífico palacio, ni había cosa alguna que pudiera excitarlos o invitarlos. Y sin embargo, no sólo lo adoran, sino que abren sus arcas y le ofrecen dones, y dones no propios para hombres, sino para Dios. El incienso y la mirra de modo especial simbolizan ser Dios aquel Niño. ¿Qué fue lo que los persuadió? Lo mismo que los excitó para abandonar su casa y emprender el camino: es a saber la estrella y la interior inspiración que Dios les comunicó. Esta los llevó poco a poco hasta un más perfecto conocimiento.

Si no hubiera sido por eso, jamás le habrían rendido honor tan grande, cuando todo lo que ahí había no tenía valor. Y nada de lo que los sentidos perciben había ahí grande, sino establo, tugurio, una madre pobre: para que adviertas la excelente virtud de los magos y veas claramente que ellos no visitaron al Niño como a puro hombre, sino como a su Dios bienhechor. Por esto no los molestó ni escandalizó nada de lo que ahí en lo exterior veían; sino que procedieron a la adoración y ofrecieron sus dones, dones muy diferentes de los que la judaica torpeza ofrecía. No inmolaron ovejas ni terneros, sino dones mucho más cercanos al culto de la Iglesia, porque ofrecieron ciencia, obediencia y caridad.

Y habiéndoseles advertido en sueños que no volvieran a He-rodes, se tornaron a su tierra por otro camino. Considera la fe de estos hombres y cómo no se escandalizan, sino que permanecen en paz y en obediencia. No se perturban ni entre sí murmuran y dicen: Si tan grande es este niño y si algún poder tiene ¿a qué viene esta fuga y regreso a ocultas? ¿Por qué el ángel nos despacha de la ciudad como fugitivos, habiéndonos nosotros presentado abiertamente con tanto arrojo ante un pueblo tan numeroso y a un rey tan enfurecido? Nada de eso dijeron ni pensaron. Porque es propio de la fe no inquirir razones, sino obedecer con sencillez lo que se manda.

Cuando hubieron partido, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Aquí se viene a la mente una duda acerca de los magos y del niño. Aunque ellos no se hayan conturbado, sino que todo lo recibieron con plena fe, sin embargo a nosotros nos toca preguntar por qué Dios no los salvó dejándolos ahí presentes. Se les da la orden de huir a ellos a Persia, y a José con el niño a Egipto. Pero ¡vamos! ¿Convenía que el niño cayera en manos de Heredes y sin embargo éste no lo matara? Se habría creído entonces que el niño no tenía verdadera carne y no se habría dado fe a la excelsa economía de la Encarnación. Si habiendo pasado las cosas como pasaron, y habiéndose llevado a cabo tantas cosas meramente humanas, todavía no han faltado quienes afirmen que la Encarnación es fábula ¿a qué abismos de impiedad no se habrían precipitado si todo hubiera procedido al modo divino y conforme al divino poder?

Ahora en cambio Dios hace regresar aprisa a los magos y los envía como maestros a Persia, al mismo tiempo que se adelanta a las iras de Herodes y hace saber que anda emprendiendo empresas imposibles, con lo que procura calmar su cólera y apartarlo de su vano trabajo. Propio es de su omnipotencia no sólo el destruir públicamente a sus enemigos, sino también fácilmente burlarlos. Así había ya burlado a los egipcios favoreciendo a los judíos; y habiendo podido traspasar públicamente sus riquezas a los hebreos, ordenó que esto se llevara a cabo ocultamente y con astucia: cosa que ante sus enemigos lo hacía no menos temibles que los milagros.

Los ascalonitas y los otros pueblos, una vez que capturaron el arca, fueron castigados; y entonces mutuamente se exhortaban a no luchar ni enfrentarse con Dios; y alegaban, además de otros milagros, uno cuando decían: ¿Para qué endurecer vuestro corazón, como endurecieron el suyo Egipto y Faraón? ¿Acaso no tuvieron que dejar a los hijos de Israel, después de que los hubo burlado? Decían esto porque creían que ese último milagro no demostraba menos que los otros hechos, abiertamente, su grandeza y poder. Lo mismo sucedió acá. Podía Dios haber aterrorizado al tirano. Porque has de considerar cuan verosímil es que Herodes haya sufrido mucho y haya andado en aprietos y angustias y miedos, una vez que viose engañado y burlado por los magos. Pues ¿por qué no se mejoró? No se ha de achacar esto a quien así dispuso las cosas, sino a la magnitud de su rabia que no cedió ante los procederes de Dios, enderezados a consolarlo y apartarlo de su enfermedad perversa; sino que se acreció en ella para su mayor castigo.

Preguntarás ¿por qué el niño es enviado a Egipto? El evangelista fue el primero en presentar el motivo, diciendo: Para que se cumpliera aquello de Oseas: de Egipto llamé a mi hijo. Juntamente se le anunciaban a todo el orbe los premios debidos a la buena esperanza. Como Babilonia y Egipto ardieran en las llamas de la impiedad, más que el resto del orbe, envió por delante a los magos y luego él con su Madre se marchó, indicando así ya desde los comienzos que él enmendaría a ambas regiones y las llenaría de bienes; y al mismo tiempo, que todo el orbe de la tierra debía esperar mil bienes.

Pero además se nos enseña algo que no poco incita a la práctica de la virtud. ¿Qué cosa es? Que al principio debemos esperar tentaciones y peligros. Porque ve cómo eso le aconteció a El desde la cuna. Apenas nace y el tirano se enfurece. Enseguida viene la fuga, la expatriación; y la Madre, inocente y sin culpa, tiene que escapar a una región bárbara. Todo para que tú, habiendo oído estas cosas, cuando te encarguen algún ministerio espiritual y veas que sufres cosas duras y que te hallas en medio de infinitos peligros, no temas, ni digas: ¡Convenía que yo recibiera coronas y alabanzas y ser ilustre y preclaro, pues estoy cumpliendo las órdenes de Dios! Confortado con este ejemplo, llévalo todo con fortaleza, sabiendo ya que tal es la suerte que ante todo espera a los varones espirituales: el que en todas partes los acometan las tentaciones.

Y advierte cómo semejante suerte toca no sólo a la Madre y al niño, sino también a los bárbaros aquellos. Porque también ellos tienen que escapar como fugitivos. Y a la Virgen, que jamás había salido de su casa, se le ordena ahora emprender un largo y trabajoso camino; y eso por haber dado a luz al niño; y tras de aquel espiritual parto. Observa además otra cosa estupenda. Mientras Palestina le pone asechanzas, Egipto lo recibe y lo guarda al ser acometido. Porque no únicamente en los hijos del patriarca se verificaban figuras, sino también en el Señor. Pues por las cosas que él hizo, se predecían muchas de las que después sucedieron. Por ejemplo en lo del asna y el borriquillo.

Y el ángel que se apareció no habló a María, sino a José. Y ¿qué le dijo?: Levántate, toma al niño y a su Madre, Aquí ya no le dice: y a tu esposa; sino: a su Madre. Una vez que se verificó el parto, ya la sospecha se ha deshecho; al esposo se le ha certificado: el ángel puede ya expresarse libremente y no decirle ni a tu hijo ni a tu esposa; sino: al niño y a su Madre y huye a Egipto. Y añade la razón de la fuga: porque Herodes buscará al niño para quitarle la vida. Cuando José hubo oído aquello, no se dio por ofendido ni se escandalizó ni dijo: ¡Esto es un enigma! Porque hace poco me decías que él salvará a su pueblo Y ahora ni a sí mismo puede salvarse sino que tenemos que echar mano de la fuga y salir peregrinando y expatriarnos allá lejos. Cosa es ésta contraria a tu promesa. Pero nada de eso dijo, pues era varón fidelísimo Ni siquiera preguntó el término del tiempo para el regreso, a pesar de que el ángel se expresó en una forma indefinida. Porque dice: Y está ahí hasta que te diga. Esto no lo hizo ni un poco perezoso, sino que obedeció y puso todo en ejecución y llevó con gozo todas las pruebas.

Dios, que es benigno, mezcló dulzuras con aquellos trabajos, como suele hacerlo con todos los santos. No nos presenta ni peligros ni paz sin término, sino que ordena el camino de los santos, mezclando unos y otra. Así lo hizo ahora y quiero que lo valorices. Ve José que la Virgen está encinta, se conturba y queda transido de tremendas congojas. Sospecha que la doncella pudiera ser adúltera. Pero al punto se le presenta el ángel que deshace la sospecha y aleja el temor. Cuando ve al niño nacido, se llena de gozo; pero peligra su gozo no poco con la turbación de la ciudad, la furia del rey que busca al niño para matarlo. Sin embargo, a semejantes temores se sigue otro gozo: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Y luego tras de ese gozo, de nuevo el temor y el peligro. Pues le dice el ángel: Herodes busca al niño para matarlo. Y así no hay sino emprender la fuga y expatriarse al modo humano, pues aún no convenía obrar milagros.

Si ya desde su infancia hubiera hecho milagros, no se le creería verdadero hombre. Por tal motivo, no se forma simplemente en el templo, sino que se muestra hombre y se forma la hinchazón en el vientre y se sigue el espacio de nueve meses y el parto y la lactancia y la vida oculta por mucho tiempo y se espera a que llegue la edad viril, a fin de que con todos estos pasos se hiciera creíble el misterio y economía de la Encarnación. Preguntarás: ¿por qué entonces en los principios hubo aquellos milagros? Por su Madre, por José, por Simeón cercano a la muerte, por los pastores, por los magos, por los judíos. Si éstos hubieran querido ponderar los acontecimientos con cuidado, habrían sacado no pequeño fruto para después.

Si los profetas nada dicen de los magos, que esto no te turbe, pues tampoco predijeron todos los pormenores, así como tampoco los callaron todos. Así como si antes nada se hubiera predicho, el ver luego los sucesos habría causado estupor grande y grande turbación, así todo se hubiera predicho y lo supieran los oyentes, ya no les quedaba sino dormitar; y además no habría quedado materia para los evangelistas. Por lo demás, si los judíos ponen en duda la profecía, alegando que De Egipto llamé a mi hijo fue dicho de ellos, les responderemos que es costumbre también de las profecías decir muchas cosas de otros, que luego se cumplen en personas distintas de aquéllos. Así, por ejemplo: se dijo a Simeón y a Leví: Los dividiré en Jacob; los dispersaré en Israel, cosa que no se verificó en ellos sino en sus descendientes. Y lo que dijo Noé acerca de Canaán, vino a cumplirse en los gabaonitas, descendientes de Canaán.

Y aun lo mismo se ve en lo que sucedió a Jacob. Porque aquellas bendiciones: Sé el señor de tus hermanos y que los hijos de tu padre te adorenp no se cumplieron en él. Ni ¿cómo podían cumplirse cuando temía a su hermano y cientos de veces se prosternó ante él? Sino que le fue dicho para su descendencia. Pues lo mismo puede decirse de este pasaje. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse Hijo de Dios? ¿El que adoró al ídolo, se inició en los misterios de Baal-Fegor, inmoló a sus hijos a los demonios, o el que por naturaleza era Hijo de Dios y honró a su Padre? De modo que si no se hubiera presentado Jesús, la profecía no habría tenido conveniente realización.

Advierte cómo el evangelista deja entender esto cuando dice: Para que se cumpliera, manifestando de este modo que de no haber venido Jesús, la profecía no se habría cumplido. Esto mismo hace a la Virgen más ilustre y esclarecida. Lo que todo el pueblo tenía como una alabanza., ella lo alcanzó. El pueblo se jactaba y enorgullecía de su vuelta de Egipto, como lo deja entender el profeta diciendo: ¿No traje a los extranjeros de Ca-padocia y a los asirios desde la cueva? Pues eso mismo constituye una prerrogativa de la Virgen. Más aún, el pueblo y el patriarca que bajan a Egipto y suben de él, no eran sino la figura y tipo de esta ida a Egipto y su regreso.

Ellos bajaron para huir de la muerte inminente por hambre; éste para evitar la muerte que con asechanzas se le preparaba.

Aquéllos bajando a Egipto se libraron de la muerte; éste en cambio bajando allá santificó con su llegada toda la región. Quiero pues que consideres cómo, entre esos sucesos sin importancia, se van revelando las cosas que tocan a la divinidad. Cuando el ángel dijo: Huye a Egipto, no prometió que los acompañaría en el viaje ni al bajar ni al regresar, con lo que significaba que ya ellos tenían un gran compañero en el tierno niño. Porque El apenas apareció, cambió todas las cosas; y lo hizo para que los mismos enemigos sirvieran maravillosamente a la nueva economía. Así los magos y bárbaros, abandonando su paterna religión, vienen para adorarlo; Augusto procura el parto en Belén al ordenar que se haga el censo; Egipto, recibiendo al perseguido y acometido con asechanzas, le conserva la vida, con lo que tiene ocasión de alguna familiaridad con El, para que más tarde cuando oyera que lo predicaban los apóstoles, pudiera gloriarse de haber sido el primero en recibirlo.

Tal prerrogativa era privativa de Palestina, pero Egipto fue más fervoroso que ella. Y ahora, si vas a Egipto, encontrarás un desierto más hermoso que cualquier jardín, con infinitos coros de ángeles en forma humana, pueblos de mártires, grupos de vírgenes, echada por tierra toda la tiranía del demonio y brillante el reino de Cristo. Verás al Egipto que era madre de poetas, filósofos y adivinos y que había inventado todo género de hechicerías y las había enseñado a otros pueblos, lo verás, digo, gloriándose de aquellos pescadores y despreciando todas aquellas cosas anteriores, y que por todas partes glorifica al que fue publicano y al que fue fabricante de tiendas de campaña, y que lleva delante el signo de la cruz. Ni sólo sucede así en las ciudades, sino en los desiertos más que en las ciudades. Porque en toda esa región se puede contemplar al ejército de Cristo y los regios rebaños suyos y una vida como la de las Virtudes del cielo; y esto no sólo entre los varones, sino también en el sexo femenino.

Este, no menos que los hombres, se entrega a la virtud, no embrazando el escudo, no matando, ni montando corceles, como lo ordenan los legisladores y filósofos de Grecia, sino emprendiendo una guerra mucho más dura. Porque común es su batalla con la de los varones: batalla contra el diablo y las Potestades de las tinieblas. Y en semejante guerra para nada les sirve de impedimento su sexo; porque estos encuentros se dirimen no por la naturaleza del cuerpo, sino por el propósito del ánimo. Por tal motivo con frecuencia las mujeres batallan con mayor fortaleza que los hombres y alcanzan preclaros trofeos. No resplandece el cielo tanto con el variado coro de sus astros, como el desierto de Egipto, que por todas partes se nos muestra lleno de monjes.

Si alguno conoció aquel anterior Egipto, furioso enemigo de Dios, cultivador y adorador de gatos y que temblaba y temía ante las cebollas, se dará cuenta de la virtud divina de Cristo. Pero ni siquiera necesitamos de antiguas historias pues permanecen aún en pie monumentos de aquellas gentes sin seso, testigos de sus anteriores locuras. Pues bien: esos que antiguamente se precipitaron en masa a tan enormes insanias, ahora sólo tratan del cielo y de las cosas de allá arriba; y se burlan de las costumbres de sus antepasados y llaman míseros a sus abuelos, y para nada se cuidan de sus antiguos filósofos. Porque por la fuerza misma de las cosas han venido a conocer que aquellas fábulas que sus ancianos contaban, eran inventos de gente ebria; y que sólo la verdadera sabiduría es digna del cielo; y que ésta es solamente la que fue anunciada por aquellos pescadores.

De aquí nace que juntamente con el cuidadoso y exacto conocimiento de los dogmas, demuestren extrema diligencia en el bien vivir. Desnudos de todas las cosas del presente siglo, y crucificados al mundo, todavía van más allá, y se aprovechan de sus trabajos manuales para acudir al sustento de los necesitados. Pues no porque ayunen y se entreguen a las vigilias, se dan al ocio; sino que ocupan las noches en cantar himnos y recitar nocturnas oraciones y los días en súplicas y en trabajos manuales, imitando las ocupaciones del apóstol Pablo. Porque se dicen: si éste a quien todo el orbe observaba, tuvo su oficina de trabajo para alimentar a los pobres, y se ocupaba en su arte y pasaba insomne las noches enteras, con mayor razón nosotros, que vivimos en el desierto y nada tenemos de común con el tumulto de las ciudades, debemos ocupar la tranquilidad del descanso para entregarnos a. las obras del espíritu.

Avergoncémonos pues todos, ricos y pobres, al ver que ellos, no poseyendo nada sino su cuerpo y sus manos, se esfuerzan y empeñan en obtener de aquí alimento para los necesitados, mientras que nosotros, teniendo en la casa repuestos de bienes, ni siquiera utilizamos para los pobres lo superfluo. Pregunto, pues: ¿qué excusa podremos alegar?, ¿qué perdón podremos alcanzar? Y quisiera yo que pienses lo mucho que estos mismos anteriormente amaron el dinero y cómo se entregaron a la gula y a todos los demás vicios. Ahí estaban aquellas ollas de carne que recordaban antiguamente los israelitas; ahí reinaba en pleno la tiranía del vientre. Pero pusieron el esfuerzo de su voluntad al servicio de la virtud y se transformaron. Y habiendo recibido en sí el fuego de Cristo, de pronto se elevaron como con alas hasta el cielo. Anteriormente eran vehementes más que los otros pueblos y más inclinados a la ira y a los deleites del cuerpo; pero ahora, por su mansedumbre y el ejercicio de las demás virtudes, imitan a las Potestades incorpóreas. Cuantos han visitado esa región saben que digo verdad.

Pero si alguno nunca ha visitado aquellas celdas, piense al menos en aquel varón que anda hasta ahora en boca de todos; aquel bienaventurado y grande Antonio, quien después de los apóstoles, pasó por Egipto; y considere que vivió en el mismo país en que vivieron los Faraones. Y sin embargo, en nada lo dañó semejante circunstancia, sino que aún fue digno de divinas visiones y llevó una vida tal como la exigen las leyes de Cristo Todo lo sabrá quien lea con atención el libro en donde su vida se contiene, en el cual hallará incluso abundantes profecías. Porque predijo todo lo referente a la contaminación arriana y los males que de ahí se seguirían, revelándoselos Dios: de manera que puso ante los ojos todo lo que estaba por venir. Y lo que, juntamente con otras cosas, es prueba de la verdad, es que ninguna herejía se apoderó de tan excelso varón. Mas, para que no necesitéis de continuar oyéndonos, si leéis el libro en donde todo eso está escrito, podréis ahí saber con exactitud los pormenores y sacar una grande sabiduría.

Una cosa os ruego: que no nos contentemos con leer el libro, sino que imitemos lo que ahí se escribe y no nos escudemos con nuestra patria, educación y perversidad de nuestros antepasados. Si somos cuidadosos, nada de eso nos estorbará. Padre impío tuvo Abrahán, pero él rechazó la impiedad. Ezequías fue hijo de Acaz y sin embargo se hizo amigo de Dios. José, en pleno Egipto, se ciñó la corona de la castidad. Los tres jóvenes del horno en mitad de Babilonia y en los palacios, estándoles preparada una opípara mesa, demostraron su excelente virtud. Como Moisés en Egipto, así fue Pablo en el orbe. Ninguno de ellos encontró impedimento para su vida virtuosa.

Considerando todo esto, quitemos de en medio esas vanas excusas y acometamos los trabajos y sudores necesarios para seguir el camino de las virtudes. Así inclinaremos a Dios a mayor benevolencia para con nosotros y lograremos que nos ayude en las peleas; y al fin disfrutaremos de las eternas coronas. Ojalá que todos las alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 7