Crisóstomo - Mateo 11

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HOMILÍA XI

Como viera a muchos saduceos y fariseos venir a su bautismo, les dijo: Raza de víboras ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza?

¿CÓMO ES, pues, que dice Cristo que ellos no creyeron a Juan? Porque eso de no aceptar lo que El predicaba, no era creer. También parecía que creían en los profetas y en el legislador Moisés; y sin embargo, les dijo que no les creían, pues no recibieron al que ellos predicaban: Si creyerais en Moisés, creeríais también en míX Y también cuando Cristo les preguntó: El bautismo de Juan ¿de dónde procedía? Pensaban: Si decimos que de los hombres, tememos a la muchedumbre; si dijéremos que del cielo, nos dirá: ¿Pues por qué no creísteis en él? De todo esto consta que se habían acercado y habían sido bautizados, pero que no habían perseverado en la fe de la predicación. Juan puso de manifiesto la perversidad de ellos cuando ellos le enviaron mensajeros que preguntaban: ¿Eres tú Elías, eres Cristo? y por esto añadió el evangelista: Los enviados eran fariseos.

Pero ¿acaso no pensaban lo mismo los del pueblo acerca de Juan? Sí. Pero las turbas con sencillez dudaban, mientras que los fariseos lo que anhelaban era coger en palabras a Cristo. Cosa manifiesta era que el Cristo llegaría de la ciudad de David, mientras que Juan era de la tribu de Leví. De manera que al preguntarle, le ponían asechanzas, con el objeto de acometerlo en el caso de que Juan respondiera en otro sentido. Así lo declara también lo siguiente. Pues como Juan nada respondiera de lo que aquéllos esperaban, a pesar de todo lo inculpan diciendo: Pues ¿por qué bautizas si no eres el Mesías?

Y para que veas cómo una había sido la intención de los fariseos y otra la del pueblo, oye cómo lo declara el evangelista. Pues de la plebe afirma que llegaban para bautizarse y confesaban sus pecados; mientras que de los fariseos no se expresa lo mismo, sino con las siguientes palabras. Como viera a muchos saduceos y fariseos venir a su bautismo, les dijo: ¡Raza de víboras ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza? ¡Oh, cuánta grandeza de ánimo! ¡Con qué valor habla a semejantes hombres, siempre sedientos de sangre de profetas! ¡y que no eran más mansos que las serpientes! ¡Con qué libertad los acusa lo mismo que a sus progenitores! Sí, por cierto, dirás. Grandísima es semejante libertad en el hablar. Pero necesitamos investigar si tal libertad tiene fundamento en alguna razón. Desde luego no los veía pecando, sino arrepentidísimos. Mas por esto no debía reprenderlos sino alabarlos y acogerlos, ya que, habiendo abandonado la casa y la ciudad, acudían para oírlo. Entonces ¿qué diremos? Que no atendió Juan a lo que ahí se hacía al presente ni a lo que públicamente se realizaba, sino que por luz sobrenatural y revelación de Dios conoció los arcanos secretos de sus pensamientos Y pues tan altamente pensaban de sus mayores, y esto les había dañado espiritualmente, pues los había arrojado a la desidia, Juan atiende a cortar de raíz su arrogancia.

Por eso Isaías los llamó príncipes de Sodoma y pueblo de Gomorrafi y otro profeta dice: ¿No sois acaso como hijos de etíopes? Y en general, todos tratan de hacerlos cambiar de opinión, arrancándoles esa hinchazón que les había causado males infinitos. Dirás que los profetas procedían razonablemente, pues los veían pecar. Pero Juan que los ve obedientes ¿por qué motivo los increpa? Para volverlos más mansos. Porque si alguno examina con atención sus palabras, encontrará que mezcla la reprensión con las alabanzas. Se expresó así porque veía con admiración que aunque tarde finalmente hacían lo que nunca pareció que pudieran hacer. De manera que ésta más parece reprensión de quien los alienta y anda cuidadoso de que se enmienden. Así mientras aparentemente los recrimina, les declara haber sido anteriormente muy grande su perversidad y ser ahora su cambio cosa estupenda y admirable.

Como si dijera: ¿De dónde ha venido el que siendo hijos de aquéllos y en tan malos ejemplos educados, ahora hagan penitencia? ¿De dónde les nació mudanza tan grande? ¿Quién suavizó en tal manera la esperanza de sus ánimos? ¿Quién puso remedio a llagas tan incurables? Observa además cómo desde el principio, al punto los increpa, echando por delante el motivo del infierno. Porque no les dijo lo que solían decirles los profetas: ¿quién os enseñó a huir las guerras, las incursiones de los bárbaros, las cautividades, el hambre y la peste? Sino que les pone delante otro género de castigos que nunca antes se les había descubierto, al decirles: ¿Quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza?

Y con razón los llamó raza de víboras. Porque cuentan que esos reptiles matan a la madre que los engendró, de manera que salen a la luz royendo las entrañas de la madre; que es lo que ellos hacían, como asesinos de su padre y madre, ya que mataban con su propia mano a sus maestros y doctores. Pero no se detiene Juan en la reprensión, sino que añade un consejo: Haced frutos dignos de penitencia. Porque no basta con huir del mal, sino que conviene además practicar con gran empeño la virtud. Como si les dijera: no vayáis a proceder al revés y a volver a lo que acostumbrabais cuando, tras de haberos contenido un poco, luego volvíais a la misma perversidad. Porque no venimos ahora al modo de los antiguos profetas. Lo presente es cosa diversa y mucho más alta, porque ha venido el Juez en persona y el propio Señor del reino para elevaros a mayor sabiduría y llamarnos al cielo y atraernos a las moradas eternas. Por esto os hablo de la gehena; porque allá bienes y males son eternos. No perseveréis pues en los mismos pecados ni opongáis las acostumbradas excusas, como es la nobleza de vuestros antepasados: Abrahán, Isaac y Jacob.

No les decía esto para vedarles que se llamaran hijos de aquellos santos, sino procurando impedirles que se confiaran demasiado en su linaje y descuidaran las virtudes del alma; al mismo tiempo que sacaba a luz lo que ellos pensaban y les predecía lo futuro. Pues más adelante saldrían diciendo: Somos linaje de Abrahán y de nadie jamás hemos sido siervos. Y pues esto fue sobre todo lo que los llevó al colmo de la arrogancia y los perdió, por aquí mismo los reprime Juan. Advierte cómo, tras de salvaguardar el debido honor del patriarca, luego se empeña en enmendarlos. Porque una vez que dijo: No digáis: te-tenemos por padre a Abrahán, no añadió: porque para nada puede ayudaros el patriarca; sino que en una forma más suave y decorosa se lo dio a entender diciendo: Porque Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abrahán.

Dicen algunos que semejante sentencia se refiere a los gentiles, a los que llama piedras metafóricamente; pero yo creo que también tiene otro sentido. ¿Cuál? No penséis que si vosotros perecéis el patriarca quedará sin hijos. ¡No! ¡No van por ahí las cosas! Porque puede Dios darle hijos nacidos de estas piedras, y hacer que sean ellos de su misma raza y descendencia, cosa que ya sucedió allá a los principios. Pues el hacerse hombres de las piedras, es tanto como nacer un niño de un vientre estéril. Así lo decía el profeta y lo dejaba entender: Considerad la roca de que habéis sido tallados, la cantera de que habéis, sido sacados. Mirad a Abrahán vuestro padre y a Sara que os dio a luz.

Les trae a la memoria esta profecía y les demuestra que así como antiguamente en forma tan admirable hizo padre a Abrahán, como si fuera de las piedras, así también ahora lo puede hacer. Pero advierte cómo los aterroriza y los empuja a la virtud. Porque no dijo: ya ha suscitado, a fin de que no se desalentaran, sino: puede suscitar. Tampoco dijo: puede hacer de las piedras hombres, sino lo que era mucho más, o sea consanguíneos e hijos de Abrahán. ¿Ves cómo los fue sacando desde sus carnales imaginaciones y de su refugio en los antepasados, hasta poner la esperanza de su salvación en la propia penitencia y templanza? ¿Observas cómo, habiendo hecho a un lado el parentesco de la carne, introduce el parentesco por la fe?

Considera ahora cómo en lo que sigue les aumenta el temor y los torna más solícitos. Porque, tras de decirles: Porque puede Dios hacer de estas piedras hijos de Abrahán, añadió: Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles: ¡palabra en todos sentidos tremenda! Pero Juan con su modo de vivir había adquirido una gran libertad de hablar; además de que los judíos necesitaban una fuerte increpación, pues llevaban ya mucho tiempo endurecidos. Como si les dijera: Pero ¿para qué os anuncio yo eso de que perderéis la dignidad de hijos de Abrahán y veréis a otros, nacidos de las piedras, ocupar vuestro puesto? No será ese el único castigo, sino que la pena irá mucho más allá. Puesto que ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles.

¡Nada tan terrible como ese lenguaje figurado! Ya no sólo puede verse la hoz que vuela, el cerco destruido, la viña pisoteada, sino una hoz en exceso afilada y lo que es todavía más grave, puesta ya a la puerta. Y pues anteriormente, no dando fe a los profetas, con frecuencia decían: ¡Que venga, pues, el día del Señor y de una vez acabe su plan el Santo de Israel y lo veamos nosotros!, lo decían porque con frecuencia las predicciones se cumplían hasta muchos años después. Juan, para suprimirles ese modo de consuelo, les advierte como ya próxima la desgracia. Y lo declaró con la palabra ya, y lo mismo con lo que sigue: el hacha está puesta a la raíz. Como si dijera: Ya nada se interpone, sino que amenaza directamente a la raíz. Y no dijo a las ramas ni a los frutos, sino a la raíz, indicando con esto que si ellos proceden con pereza sufrirán males incurables y sin esperanza alguna de medicina.

Porque el que ahora viene no es un siervo, sino el Señor de todos, que castigará con penas terribles y gravísimas. Sin embargo, una vez que los ha aterrorizado, no deja que caigan en desesperación; sino que, así como antes no dijo ha suscitado, sino puede suscitar hijos de Abrahán, infundiéndoles al mismo tiempo terror y consuelo, así ahora no dijo: ya cortó, sino está puesta a la raíz, es decir aplicada. Con lo que demuestra que no habrá dilación en el castigo. De manera que aún cuando el Señor la haya puesto a la raíz, no la accionará ni hará el corte sino al arbitrio vuestro. Si os convertís y os hacéis mejores, el hacha se apartará sin hacer daño; pero si perseveráis en vuestros propósitos, cortará el árbol de raíz. De manera que la segur ni se aparta de la raíz ni tampoco se mueve ni corta: lo uno para que no volváis a caer; lo otro para que sepáis que podéis en breve tiempo mudar de costumbres y alcanzar la salvación.

Por tal motivo, aumenta el temor por cuantos modos puede para excitarlos y urgirlos a la penitencia. El perder la dignidad heredada de sus progenitores, el ver que otros sean colocados en su lugar, el observar que los castigos están a la puerta y que son intolerables, como lo indica por el hacha y la raíz, todo este conjunto podía excitar aun a los que hubieran caído en suma desidia y volverlos a la diligencia y solicitud. Así lo declaraba Pablo al decir: Porque el Señor ejecutará sobre la tierra un juicio consumado y decisivo. Pero no temas; o mejor aún, teme pero no desesperes. Porque aún te queda esperanza de cambio: todavía ni la sentencia se pone por obra, ni el hacha se ha movido para cortar.

¿Qué era lo que le impedía cortar, puesta ya a la raíz? Que sólo fue puesta a la raíz para que tú, por el temor, mejoraras en tus costumbres y te dispusieras a llevar fruto. Por eso añadió: Todo árbol que no dé fruto bueno, será cortado y arrojado al fuego. Al decir todo, suprime toda prerrogativa proveniente de la nobleza. Aun cuando seas descendiente de Abrahán, dice, aunque entre tus progenitores puedas contar a muchos patriarcas, sufrirás doble castigo si no das fruto. Con semejantes palabras aterrorizó a los publícanos, conmovió el ánimo de los soldados, sin arrojar a nadie a la desesperación y a todos los arrancó de la pereza. Porque lo que dijo contiene un gran consuelo juntamente con el terror Habiendo dicho que no da fruto bueno, declara que quien lo produce bueno, no está sujeto a ningún castigo.

Preguntarás: ¿en qué forma podemos llevar buen fruto cuando ya está a punto de darse el corte y en tanta brevedad de tiempo y estando tan cercano el término prefijado? Bien puedes, dice. Porque ese fruto bueno no es como el fruto de los árboles que necesita para madurar mucho tiempo y está sujeto a las estaciones del año y requiere muchas atenciones y cuidados. Acá basta querer y al punto florece el árbol. No únicamente la naturaleza de la raíz del árbol, sino de modo especial el cuidado del agricultor ayuda para producir el fruto. Por lo mismo, para que no fueran a decir: nos conturbas, nos urges, nos obligas amenazándonos con que el hacha ya está puesta a la raíz y nos exiges que llevemos frutos útiles al tiempo mismo del castigo, añadió, significando la facilidad de llevar frutos buenos: Yo cierto os bautizo en agua de penitencia; pero el que viene en pos de mí es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalias. El os Bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Declaró con esto ser necesarias la fe y la buena voluntad, y no precisamente sudores y trabajos. De manera que cuanto tiene de fácil bautizar, lo tiene el convertirse y mejorarse. Así, tras de haberlos conmovido en su ánimo con el temor del juicio y la amenaza del castigo y con nombrar el hacha y la pérdida de la nobleza de sus mayores y el ser sustituidos por otros hijos de Abrahán y el sufrir un doble suplicio y el descuartizamiento y el fuego; tras de haber luego mitigado el terror y su dura aspereza; tras de haberlos inducido a trabajar en apartar los males tan tremendos, finalmente les habla de Cristo y no simplemente nombrándolo, sino enalteciendo su excelencia. En seguida, para dar a entender cuán grande distancia hay entre él y Cristo, y para no parecer que lo hacía simplemente por congraciarse con El, establece la comparación entre los dones que de ambos dimanan.

Porque no comenzó diciendo: A quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias; sino que habiendo establecido la sencillez del bautismo que confería, declaró para qué servía, o sea simplemente para inducir a penitencia (pues no dijo en agua de perdón, sino de penitencia), y finalmente estableció lo que es el bautismo de Cristo, repleto de dones inefables. Como si dijera: para que al oír que viene detrás de mí no lo vayáis a despreciar porque viene en pos, conoced la fuerza de su don y veréis que yo al decir: Al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia para nada he exagerado y ni siquiera he dicho algo más digno o más grande de lo que se debe. Cuando oyes que es más fuerte que yo, no creas que lo digo haciendo una comparación Porque yo ni siquiera soy digno de contarme entre sus siervos; más todavía ni aun entre los últimos de sus siervos ni de ofrecerle el más bajo de los servicios. Y por esto no dijo simplemente desatar sus sandalias, sino ni siquiera la correa que parece lo ínfimo de todo. Y para que no pienses que lo dijo por simple humildad, añadió la demostración por las obras que El haría.

Porque dice El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. ¿Observas cuán grande es la sabiduría del Bautista? Guando él predica, habla de todas las cosas terribles que pueden suscitar la ansiedad en el oyente; pero cuando lo remite a Cristo, entonces anuncia todos los bienes que pueden solazar al alma. No trae al medio la segur ni el árbol, cortado y echado para arder al fuego, ni la ira inminente, sino la remisión de los pecados, el perdón del castigo, la justicia y santificación, la redención, la adopción como hijos de Dios, la fraternidad, el ser coherederos y la abundante difusión del Espíritu Santo. Porque todo esto dio a entender cuando dijo: Os bautizará en el Espíritu Santo. La metáfora misma está indicando la abundancia del don. No dice os dará el Espíritu Santo; sino: Os bautizará en el Espíritu Santo. Y al añadir lo del fuego, significa la vehemencia y eficacia del don.

Considera en qué disposición de ánimo se encontrarían los" oyentes al pensar que vendría a ser semejante a los profetas y a los grandes antiguos varones, Porque mencionó el fuego para traerlos a la memoria, ya que la mayor parte de las visiones que ellos tuvieron se les presentaron en fuego. Así habló Dios a Moisés desde la zarza; así a todo el pueblo en el Sinaí; así a Ezequiel con los querubines. Considera también cómo excita el ánimo de los oyentes, presentándoles desde luego lo que no sucedería sino al fin de todo. Porque primero había de ser inmolado el Cordero y borrado el pecado y deshechas las enemístales y acontecer la sepultura y enseguida la resurrección y finalmente la venida del Espíritu Santo. Pero de todo eso nada les dice, sino que pone al principio lo que sucederá hasta el fin y a lo que todo lo demás iba ordenado y que más convenía para dar mayor realce a la majestad y dignidad de Jesús. Y para que el oyente, habiendo sabido que recibiría tan altísimo Espíritu, investigara cómo podrá ser eso mientras reine la ley del pecado en todos; y así una vez que ya esté interesado y preparado para oír, se le pueda hablar de la Pasión sin que nadie se escandalice de la tardanza y larga expectación de gracia semejante.

He aquí el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo. No dijo que perdona sino lo que supone un cuidado y providencia mayores, o sea: que carga. Porque no es lo mismo quitar simplemente, que luego además tomar sobre sí lo que a otros se ha quitado. Lo primero no contenía peligro; pero lo segundo sólo se haría a través de la muerte. Al mismo tiempo significaba ser el Hijo de Dios. Pero esto mismo no declaraba plenamente ante los oyentes la dignidad de Jesús. Pues aún no conocían que era él el verdadero y genuino Hijo de Dios. Mas por el don que hacía del Espíritu Santo, ya constaba. Y así el Padre al enviar a Juan fue este el argumento que le dio de la dignidad de Jesús que se acercaba: Aquel sobre el que vieres al Espíritu descender del cielo y posarse en él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Por lo cual el mismo Juan testifica y dice: Y yo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios, como que por este signo también quedaba en claro la otra verdad.

Enseguida, puesto que ya había aliviado a los oyentes, de nuevo los estrecha, a fin de que no caigan en desidia. Así era el linaje de los judíos: con las cosas prósperas luego se tornaban muelles y se volvían peores. Por lo cual Juan de nuevo lanza temibles palabras y dice: Trae en su mano el bieldo. Ya antes había hecho memoria del castigo. Ahora presenta al Juez y el eterno suplicio, pues dice: Quemará la paja con fuego inextinguible. Mira, pues, cómo el mismo Señor de todas las cosas es agrícola. Y ya en otra ocasión Jesús dijo de su Padre: Mi Padre es agrícola. Pues había nombrado el hacha, a fin de que no pensaras que el negocio era trabajoso y que no sería fácil de conocer, demuestra la facilidad mediante otro ejemplo, haciendo ver que todo el mundo le pertenece, pues no iba a castigar a quienes no le pertenecieran.

En el tiempo presente, todo anda mezclado; pues aun cuando ¡brille el grano, pero anda revuelto con la paja, por hallarse aún en la era y no en la troje. Pero después todo se discriminará. ¿Dónde están ahora los que no creen en el infierno? Porque dos cosas dijo de él el Bautista: que bautizaría en el Espíritu Santo y que echaría al fuego a los incrédulos. Si pues hemos de creer en lo primero, sin duda también en lo segundo. Para eso predijo ambas cosas; para que por el cumplimiento de una predicción no nos negáramos a creer en la otra. Con frecuencia procedió así Cristo, y en cosas del mismo género y también de contrario, puso dos profecías de las que una la muestra ya cumplida, y la otra promete que se cumplirá, con el objeto de que por lo que ya se cumplió aun los más querellosos den su asentimiento a lo que aún no sucede. Así a quienes todo lo dejan por El les prometió darles el ciento por uno en esta vida y luego en el siglo futuro la vida eterna. Con lo que por los bienes que aquí les concede, hace dignos de fe los futuros. Pues lo mismo hizo Juan juntando ambas cosas: que bautizará en el Espíritu Santo y que quemará en fuego inextinguible.

Entonces, si él no bautizó a los apóstoles en el Espíritu ni a quienes diariamente se quieren bautizar, tienes tú verdadera ocasión para dudar de lo segundo; pero si se llevó a cabo y se lleva cada día lo que parecía más difícil y que supera a cuanto se puede decir ¿qué motivo te queda para afirmar que no es verdad lo que es más fácil y razonable? Y pues dijo: Os bautizará en el Espíritu Santo, y así prometió grandes bienes, para que no decayeras de ánimo, haciendo a un lado todo lo anterior, trajo a colación el bieldo y la discriminación que mediante el bieldo se verifica. Como si dijera: No penséis que basta con el bautismo, aunque luego sigáis en la perversidad. Necesitamos de gran virtud y abundante sabiduría.

Por esto, ese bautismo para la gracia los aleja y aparta de la segur; pero enseguida, tras del don, los aterroriza con el bieldo y el fuego inextinguible, sin hacer distinción de los no bautizados, pues habla en general cuando dice: Todo árbol que no hace fruto bueno será cortado, con lo que extiende el castigo a todos los infieles. En cambio, para después del bautismo sí hace cierta distinción, porque muchos de los que creyeron iban a llevar una vida indigna de su fe. En consecuencia, que nadie se torne paja, nadie ande fluctuando, nadie se entregue a perversos deseos, de manera que fácilmente lo traigan a una parte y a otra. Si tú permaneces siendo grano, aunque se eche encima la tentación, ningún mal padecerás. En la era, las ruedas del carro que pueden cruzarla, no quiebran el grano. Pero si contraes la debilidad de la paja, sufrirás acá penas intolerables, trillado de todos; y luego tendrás que soportar los tormentos eternos.

Quienes son como la paja, aun antes de bajar a ese futuro horno, son acá pasto de afectos irracionales, a la manera que la paja es alimento de los brutos animales. Pero además en la otra vida serán materia y alimento del fuego. Si el Bautista hubiera dicho al punto: El juzgará las acciones, quizás no se le hubiera dado crédito fácilmente; pero, interponiendo la parábola y así explicándolo todo, lo hizo más fácil de persuadir, aparte de que atraía a los oyentes con un consuelo mayor. Por tal motivo con frecuencia les habla en ese estilo, mezclando en su predicación la era, la mies, la viña, el lagar, el barbecho, la red, la pesca y todo lo demás de uso cotidiano. Del mismo modo procedió aquí y dio una especial demostración de lo dicho, con lo del don del Espíritu Santo. Pues quien es tan poderoso que aún puede hacer el don del Espíritu Santo y perdonar los pecados, mucho mejor, podrá hacer lo otro.

¿Adviertes cómo ya se prenuncia el misterio de la resurrección y del juicio? Preguntarás: ¿por qué no predijo los milagros y prodigios que luego haría Jesús? Porque lo que dijo era muy superior a todos los milagros; y aun los mismos milagros a eso estaban ordenados y por eso se hacían. Con poner lo que lo recapitulaba, ya abarcaba todo: la destrucción de la muerte, la muerte del pecado, la desaparición de la maldición, la liberación de las guerras continuas, la entrada al paraíso, la ascensión a los cielos, la vida con los ángeles, el compartir los bienes futuros. Porque aquello es prenda de todo esto. De manera que con haber dicho aquello, incluyó la resurrección de los cuerpos, los milagros, el compartir el reino y todos los demás bienes: que ni el ojo vio ni el oído oyó ni vinieron a la mente del hombreé Con el don del Espíritu Santo nos daba todas las cosas, de manera que resultaba superfluo hablar de los milagros futuros, que luego de vista se comprobarían. Tenía que hablar de aquello de que los judíos dudaban, es decir de que Jesús era el Hijo de Dios, que sin comparación era más excelente que Juan; que borraría el pecado, que pediría cuenta de nuestras acciones, que nuestro fin no estaba circunscrito a este mundo presente, sino que en el siglo futuro cada cual sufriría las penas que hubiera merecido. Porque por entonces esto no podía comprobarse con los ojos.

Sabiendo estas cosas, pongamos sumo empeño, mientras estamos en la era, pues a quienes en ella andan, aún les es posible convertirse de paja en trigo, así como muchos de trigo han parado en paja. No decaigamos de ánimo, no nos dejemos llevar por toda clase de vientos, no nos apartemos de nuestros hermanos, aun cuando parezcan viles y de nada. El grano de trigo por su tamaño es más pequeño que la paja, pero tiene mucho mejor naturaleza. No atiendas a las pompas seculares, pues están preparadas para el fuego; sino a la humildad según Dios, sólida, indestructible, tal que ni padece ruptura ni se consume con el fuego. El Señor soporta las pajas para que con la mezcla los buenos se hagan mejores.

No viene aún el juicio, para que al mismo tiempo recibamos muchos la corona y muchos se conviertan de la iniquidad a la santidad. Con esta parábola concibamos también terror, porque el fuego aquel es inextinguible. Preguntarás: ¿en qué modo es inextinguible? Pero ¿acaso no ves este sol que perpetuamente arde y jamás se extingue? ¿No recuerdas la zarza ardiendo que no se consumía? Si quieres, pues, escapar de la llama, previamente deja de ser inmisericorde, y así nunca experimentarás aquel fuego. Si ahora das fe a lo que aquí se predica, allá no verás el horno. Pero si acá no das fe, allá lo sabrás con toda certidumbre, por experiencia, cuando ya no esté en tu mano escapar. Porque para quienes no vivieron bien es inevitable el castigo. No basta con creer. También los demonios temen a Dios y le tiemblan llenos de horror, y sin embargo son atormentados.

Tenemos, por tanto, necesidad de muy grande solicitud para establecer un género de vida correcto. Tal es el motivo de qus con frecuencia os reunamos en este lugar; no únicamente para que entréis a la iglesia, sino para que de vuestra estancia aquí llevéis algún fruto. Si continuamente venís, pero retornáis sin fruto alguno, no sacaréis provecho de semejante venida y reunión. Si cuando enviamos los niños a los maestros y vemos que ningún fruto sacan, acusamos con vehemencia a los preceptores y los cambiamos, ¿qué excusa alegaremos si para la virtud no ponemos la misma diligencia que para las cosas terrenas, sino que volvemos al hogar sin tener aprendida ninguna lección?

Tenemos aquí profesores en mayor número y más esclarecidos, puesto que están a nuestro lado los profetas, los apóstoles, los patriarcas, todos los justos, en cada reunión. Pero sí ni aun así se nota algún aprovechamiento; sino que, tras de haber entonado dos o tres salmos y haber rezado rutinariamente las oraciones acostumbradas os vais y creéis que con eso es suficiente para salvaros ¿qué provecho se ha sacado? ¿No habéis oído al profeta, o mejor a Dios que dice por el profeta: Este pueblo se me acerca sólo con la palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí?

Para que esto no suceda, borra las letras, o por mejor decir las huellas y señales que el demonio ha impreso en tu alma, y trae acá un corazón vacío de los tumultos del siglo, para escribir en él a mi placer lo que bien me parezca. Quizá por el momento no se puedan distinguir en él sino las letras del demonio, como son las rapiñas, la avaricia, la envidia, el aborrecimiento. Por esto, cuando recibo vuestras tabletas de discípulos, casi no puedo leer en ellas. Porque no encuentro ahí aquellas letras que grabamos nosotros al predicaros todos los domingos, sino otras, muy otras, distorsionadas e informes.

Y una vez que ya borradas ésas, escribimos ahí las que provienen del Espíritu Santo, cuando de aquí salís, entregáis vuestros corazones al demonio para que ahí trabaje y lo facultáis para que de nuevo grabe letras que son a las nuestras contratrarlas. Creo que sin que yo lo diga, en la conciencia lleváis cuál ha de ser el resultado. Por mi parte, nunca dejaré de cumplir con lo que mi oficio me pide y de escribir en vuestros corazones las letras convenientes. Si vosotros inutilizáis nuestra diligencia, el premio nuestro en nada desmerece, pero para vosotros existe un grave peligro. No quiero decir algo que os sea aún más gravoso.

Os ruego, en consecuencia, que en este asunto, imitéis por lo menos la diligencia de los niños. Comienzan ellos por aprender la forma de las letras; luego a conocerlas por separado, finalmente llegan a unirlas y leer. Hagamos lo mismo. Dividamos la virtud en partes, y aprendamos lo primero a no jurar, no perjurar, no maldecir; luego avancemos a no envidiar, no amar los cuerpos, no entregarnos a la gula, no embriagarnos, no ser inhumanos ni perezosos. Y pasando de aquí a las cosas espirituales, trabajemos en la templanza, en el desprecio del placer, en la castidad, en el desprecio de la vanagloria, en la modestia, en la contrición; y luego, juntemos todas estas virtudes y grabémoslas en el alma.

Y estas virtudes ejercitémoslas en la casa, entre los amigos, con la esposa, con los hijos. Comencemos por las primeras y más fáciles. Por ejemplo con la abstención de jurar, y sobre esto meditemos con frecuencia. Es cierto que en el hogar hay muchas cosas que impiden la meditación: que el criado provoca la ira; que la mujer se pone molesta y nos encoleriza; que el hijo desordenado en sus costumbres nos empuja a las amenazas y a los juramentos. Pero si a pesar de todos esos incitamentos que tienes en tu casa, logras abstenerte del todo de jurar, más fácilmente podrás salir invicto en el foro; y aun sacarás además el provecho de no injuriar a nadie, ni a tu mujer ni a tu criado ni a ninguno de tus familiares.

Muchas veces la esposa, alabando a un cualquiera y llamándose a sí misma infeliz, enardece al esposo y lo hace que maldiga. Pero tú no te irrites ni vituperes al que ella alaba, sino llévalo todo con fortaleza. Tampoco cuando veas que tus criados exaltan con alabanzas a otros amos, te irrites sino sopórtalo con firme ánimo; y que tu casa te sirva de palestra y de estadio de certamen, para que, bien ejercitado ahí, puedas llevar la batalla con mayor virtud contra otros muchos allá en el foro.

Haz lo mismo respecto de la vanagloria. Si procuras abstenerte de la vanagloria delante de tu mujer, tus hijos y tus criados, no será ya fácil que se apodere de ti delante de otros semejante enfermedad. Porque ella es en todas maneras terrible tirano, especialmente cuando está de por medio la esposa. Pero si allá en el hogar vencemos su fuerza, con facilidad la venceremos en las demás ocasiones. Procedamos de la misma manera con las demás pasiones y enfermedades del alma y ejercitémonos contra ellas en el hogar y diariamente bajemos a semejante palestra. Y para que este ejercicio más se nos facilite, señalémonos algún castigo para el caso de quebrantar nuestro propósito. Pero que el tal castigo no ceda en daño, sino que nos traiga premio y grande ganancia. Por ejemplo, si nos entregamos a recios ayunos y dañamos la salud, si usamos dormir en el suelo o cualquier otro género de maceraciones, sea siempre sin daño de la salud.

Obtendremos entonces ganancias excelentes y más suavemente iremos por el camino de la virtud, alcanzaremos los bienes futuros y seremos perpetuos amigos de Dios. Mas, para que no se repitan siempre las mismas cosas; para que no suceda que tras de admirar lo que aquí se ha dicho, una vez que salgas, por proceder con negligencia y sin firmeza, arrojéis todo de la tableta de vuestra mente y deis al demonio ocasión para borrar de ella lo que os hemos predicado, que cada cual, al regresar a su casa, convoque a su mujer, se lo repita, la tome como aliada; y desde este mismo día, ungido con el óleo del Espíritu Santo y con su gracia, descienda a tan primorosa palestra.

Y si una, dos y muchas veces caes por tierra, en semejante ejercicio, no pierdas ánimo, sino ponte en pie y vuelve a la lucha; ni desistas hasta haber conseguido contra el demonio una brillante victoria y haber colocado en el segurísimo tesoro del cielo el fruto de tus virtudes. Si te acostumbras a esta bella filosofía, no podrás en adelante traspasar por desidia ninguno de los mandamientos, pues la costumbre incitará la fortaleza recia que tu naturaleza posee. Así como es cosa fácil el comer, dormir, beber, respirar, así nos serán cada vez más fáciles los asuntos de la virtud y gozaremos de la más pura alegría y placer, puestos ya en el puerto seguro y con abundante tranquilidad.

Entonces, con nuestra nave cargada de grandes riquezas aportaremos a la ciudad aquella de allá arriba y al día aquel final, y alcanzaremos eternas coronas. Ojalá a todos nos acontezca alcanzarlas, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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