Crisóstomo - Mateo 17

17

HOMILÍA XVII

Habéis oído que se dijo a los antiguos: no adulterarás.

Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer

deseándola, ya adulteró con ella en su corazón.

UNA VEZ que terminó de explicar el primer precepto y lo elevó hasta hacerlo la cumbre de la perfección, procediendo por su orden vino al segundo, siempre atendiendo a la Ley Antigua. Me dirás que éste no es el segundo mandato sino el tercero; ya que no fue el primer mandamiento: No matarás, sino: El Señor tu Dios es el único Señor. Es verdad. Y por lo mismo tenemos que investigar por qué razón no comenzó por éste Jesús. ¿Cuál fue, pues, el motivo? Que si por éste hubiera dado principio, habría tenido que extenderse y entrar en explicaciones acerca de sí mismo. Mas aún no había llegado el tiempo oportuno para enseñar acerca de sí mismo nada de eso. Mientras tanto, tuvo un discurso moral para luego, por él y por los milagros, persuadir a los oyentes de que él era Hijo de Dios. Si antes de hablar de estas materias y de mostrar sus obras, repentinamente y al punto hubiera dicho: Habéis oído que se dijo a los antiguos: Yo soy el Señor tu Dios y fuera de mí no hay otro; pero yo os digo que me adoréis como a Señor, lo que habría logrado habría sido que lo tuvieran por loco furioso.

Si después de tantas enseñanzas y de tantos milagros y cuando aún no había enunciado claramente tan alta verdad, lo llamaron endemoniado, al intentar él, 'antes de todo lo dicho, llamarse Dios, ¿qué no habrían exclamado? ¿qué no habrían pensado? En cambio, con reservar para el tiempo oportuno esta doctrina, se preparó el camino para que muchos fácilmente aceptaran el dogma. Tal fue la razón de omitir ese primer mandamiento. Más tarde, una vez que con milagros y con su misma excelentísima doctrina preparó el camino, entonces poco a poco y despacio, finalmente expuso tan alta verdad. El hecho de estatuir aquellas leyes o reformarlas con propia potestad, podía ya llevar al recto conocimiento del dogma a quien atendiera y bien discurriera. Pues dice el evangelio que estaban estupefactos, porque no enseñaba como los escribas.

Partiendo de los vicios más generales del hombre, es decir, de la ira y la concupiscencia (puesto que son los que más ejercen su tiranía sobre nosotros y son más propios de nuestra humana naturaleza), corrigiólos con suprema autoridad, como a Legislador convenía; y así los ordenó y arregló. Porque no se contentó con decir que los adúlteros sufrirán castigo; sino que hizo lo mismo que había hecho respecto de los homicidas, imponiendo penas aun al solo mirar impúdico; para que comprendiéramos qué es lo que, además de lo escrito en la Ley, se nos exige ahora. Y así dijo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. Es decir, quien acostumbra ver curiosamente los cuerpos bellos y anda a caza de rostros hermosos, y en eso apacienta su ánimo y en ellos clava la vista, y en las caras hermosas.

Porque vino Cristo no únicamente a purificar los cuerpos de actos deshonestos, sino a las almas antes que a los mismos cuerpos. Puesto que es en el corazón donde recibimos la gracia del Espíritu Santo, ese es el primero que limpia. Preguntarás ¿cómo podemos librarnos de la concupiscencia? Muy bien, si queremos, podemos extinguirla e impedirle que brote. Por lo demás, Cristo aquí no sólo reprueba el acto de la concupiscencia, sino aun la concupiscencia que nace de la sola mirada. Quien procura andar viendo rostros hermosos enciende en sí de un modo especial el horno de este vicio, y sujeta su alma al cautiverio; y pronto caerá con las obras. Por eso no dijo Cristo: Quien quisiere adulterar, sino: quien mira para desear Cuando hablaba de la ira, hizo una distinción añadiendo sin motivo, sin causa. Aquí en cambio no procede así, sino que en absoluto prohibió toda concupiscencia; y esto aunque la ira y la concupiscencia nos sean tan connaturales y nos sean congénitas no sin utilidad. La primera para castigar a los malvados y enmendar a los perversos; la segunda, para la propagación del género humano.

Entonces ¿por qué aquí no hizo ninguna distinción? No es así. Si bien adviertes, verás que hay una suprema distinción. Porque no dijo simplemente: el que deseare; puesto que puede cualquiera aun habitando en la montaña desear; sino: quien, viere para desear. Es decir, aquel que se busca para sí el deseo Es decir, aquel que, sin que nadie lo obligue, mete en su alma tranquila la bestia feroz de la concupiscencia. Porque esto ya no es instintivo movimiento de la naturaleza, sino que proviene de la desidia. Por lo demás, esto ya estaba prohibido en la Ley Antigua, que decía: No fijes la vista en la hermosura ajena.

Y para que nadie alegara y dijera: ¡Bueno! Pero ¿si yo veo y no caigo en la red? Te prohíbe Cristo la mirada con el objeto de que no te fíes y mediante la mirada caigas luego en el pecado. ¿Y qué si veo y deseo pero no paso a la obra? A pesar de esto serás contado entre los adúlteros. Sentencia es del Legislador y no investigues más. Si así miras, una, dos, tres veces, podrás contenerte; pero si con frecuencia lo haces, y enciendes el horno, ciertamente quedarás cogido en la red, pues no constituyes una excepción de la humana naturaleza. Cuando vemos a un niño con una espada, aunque aún no lo veamos herido, sin embargo, lo azotamos y le prohibimos que la ande manejando: así el Señor prohíbe las miradas impúdicas aun antes de que se llegue a las obras, no sea que se llegue hasta ellas. Quien así enciende la llama, aun estando ausente la mujer a quien miró, con frecuencia se forma fantasías de cosas torpes y de semejantes imágenes con frecuencia también pasa a las obras. Por esto, Cristo quita de en medio aun el coito que el ánimo se imagina.

¿Qué dirán aquellos que en sus casas conviven con vírgenes? Conforme a este precepto, serán reos de infinitas fornicaciones, pues cada día contemplan a esas doncellas encendidos en deseos. Job desde el principio se puso esta ley y se abstuvo de semejantes miradas. Ciertamente después de las miradas la batalla es más difícil, que es no gozar de lo que amas. Ni es tan grande el placer recibido con las miradas cuanto lo es el daño que se experimenta por el acrecentarse los deseos; y así se da al demonio ocasión y espacio mayor para causarnos mal: no podremos resistirlo una vez que lo hemos introducido en lo íntimo de nuestro corazón y le hemos abierto de par en par nuestro ánimo.

Dice, pues, Cristo: No adulteres con la vista y no adulterarás en tu corazón. Hay otros modos de mirar como son los que tienen los varones castos Por eso Cristo no prohibió en absoluto las miradas, sino las miradas con mal deseo. Si no hubiera sido esta su intención, habría dicho simplemente: todo el que mira a una mujer. Pero no dijo así, sino quien la ve con mal deseo y con semejante vista se deleita. No te dio Dios los ojos para que te lleven a la fornicación; sino para que viendo las criaturas alabes y admires al Creador. De manera que así como puede suceder que inconvenientemente te aires, así puede suceder que inconvenientemente mires, como cuando miras movido de la concupiscencia. Si quieres mirar y juntamente deleitarte, pon los ojos en tu esposa y ámala con perpetuo cariño: ninguna ley te lo prohíbe. Pero si quieres contemplar ajena hermosura con fea curiosidad, hieres a tu esposa al volver hacia otra tus ojos y también hieres a la que miras ilícitamente si es que ilícitamente la tocas. Y por cierto, aun cuando con tu mano no la toques, pero ya la tocaste con tus ojos, lo cual se te cuenta por adulterio.

Por otra parte, semejante adulterio, aun antes del castigo que ya tiene señalado, trae consigo otro suplicio no menor. Porque llena tu interior de turbación y desarreglo: grande tempestad se levanta; gravísimo dolor se presenta; y quien tal padece no queda en mejores condiciones que los que están ceñidos con cadenas y ataduras. Además, la que tal dardo te lanzó, con frecuencia desaparece; pero en ti permanece la herida. O por mejor decir, no fue ella la que te lanzó el dardo; fuiste tú mismo quien te causaste la llaga mortal por haber mirado impúdicamente. He dicho esto para que no acuses a las mujeres honestas. Pero si alguna en tal forma se adorna que atraiga las miradas de los transeúntes, aun cuando a ninguno de ellos lo atraviese con sus dardos, sin embargo, sufrirá horrendos castigos Pues cuanto fue de su parte, preparó la bebida y combinó el veneno, aun cuando no haya ofrecido la copa. Más aún: ¡ya la ofreció, aun cuando nadie la haya acercado a sus labios! ¿De modo que Cristo habla aquí también para las mujeres? ¡Cierto que sí! Pues en todas partes él legisla en común para todos, aun cuando parezca dirigirse a solos los hombres. Al hablar a la cabeza es indudable que amonesta a todo el cuerpo El sabe que hombre y mujer son un solo viviente y nunca los separa en géneros.

Pero si quieres escuchar en especial la reprimenda dirigida a las mujeres, oye a Isaías que dice muchas cosas contra ellas y acusa su vestido, su aspecto, su modo de andar, sus túnicas que arrastran hasta la tierra, sus danzas lascivas, sus cuellos muellemente encorvados. Y juntamente escucha al bienaventurado Pablo, quien les puso muchas leyes acerca del vestido, de sus adornos de oro, de sus cabellos entretejidos en peinados, así su molicie y de otras cosas semejantes, corrigiendo severamente a su sexo. Por su parte Cristo, hablando oscuramente en lo que sigue, declara lo mismo. Pues al decirnos: arranca, corta lo que te escandaliza, demuestra su ira santa excitada contra ellas. Por eso añadió: Si pues tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti. Para que no te excusaras diciendo: pero si es parienta mía, si la unen ciertos lazos conmigo. Para eso dijo esto. En forma alguna se refería a los miembros materiales de tu cuerpo, ya que nunca afirmó que los pecados fueran cosa de los miembros ni de la carne material: su acusación atañe siempre a la voluntad perversa. No es tu ojo el que quiere ver, sino tu pensamiento y tu ánimo. Así con frecuencia sucede que, vueltos nosotros hacia otro lado, el ojo ve a los que están presentes. De manera que la totalidad del acto no puede atribuirse al ojo.

Además, si se refiriera a los miembros materiales, no hablaría de solo el ojo derecho, sino de ambos. Porque quien es escandalizado por el ojo derecho, lo será también sin duda por el izquierdo. Entonces ¿por qué dijo el ojo derecho y también hizo referencia a la mano derecha? Para que veas que no se refiere a los miembros, sino a las personas que están unidas a nosotros con los vínculos de la amistad. Como si dijera: si amas a alguno tanto como a tu ojo derecho; o lo juzgas tan útil como tu mano derecha, si ese tal te daña en algo, córtalo. Y nota bien la fuerza de la palabra, pues no dijo apártate; sino arráncalo y arrójalo de ti, indicando así la total separación. Y como la orden fue tan severa, nos enseña que para ambas partes resulta ganancia, es decir, del lado de los buenos como del lado de los malos, insistiendo en la misma metáfora. Porque dice: Porque mejor te es que perezca uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena. Puesto que ni a sí mismo se conserva el dicho miembro y te pierde a ti consigo ¿qué género de humanidad puede ser que ambos os perdáis, cuando bien se puede separaros mutuamente y que uno al menos se conserve?

Entonces ¿por qué Pablo optaba ser anatema? No quería serlo de tal modo que de ello ninguna ganancia se siguiera, sino con el objeto de salvar a otros. En nuestro caso el daño es de ambos. Por eso no dijo simplemente Cristo: arráncalo, sino además: arrójalo de ti; de tal manera que jamás lo vuelvas a tomar mientras permanezca como es. Haciéndolo, lo libras de un castigo mayor y tú también te apartas de la ruina. Mas, para que mejor veas la utilidad de la ley, si te parece examinemos en el cuerpo lo dicho. Si fuera necesario conservar un ojo y así ser arrojado a una fosa y perecer; o bien, sacado el ojo, salvar el resto del cuerpo ¿no escogerás tú esto último? No hay quien no lo afirme. Porque eso no sería aborrecer el ojo, sino amar más a todo el cuerpo.

Aplica esto a los varones y a las mujeres. Si el que te hirió por su amistad permanece incurable, una vez separado, te libra de todo daño, y él mismo se libra de mayores crímenes y no tendrá luego que dar razón juntamente con sus pecados de tu ruina. ¿Observas de cuánta mansedumbre y de cuán grande providencia está llena la ley? ¿Ves cuánta benignidad contiene esa que a muchos les parece nimia severidad? Pues oigan esto los que corren a los teatros y diariamente se convierten en adúlteros. Si la ley ordena arrancar de sí aun al allegado por parentesco, si es que hace daño ¿qué excusa pueden tener los que permaneciendo en el teatro atraen hacia sí a sujetos extraños y desconocidos y ellos mismos se buscan implícitas ocasiones de ruina? Porque Cristo no sólo no consiente miradas impúdicas, sino que, pues ha demostrado los daños de ellas, amplía luego el alcance de la ley y ordena cortar y arrojar de sí a quien nos daña. Esto Cristo lo ha establecido como ley; El mismo que incontables veces nos habló de la caridad, a fin de que por ambos lados conozcas su providencia y cómo de todas maneras busca tu utilidad.

También se ha dicho: el que repudia a su mujer déle libelo de repudio. Pero yo os digo que quien repudia a su mujer -excepto el caso de fornicación- la expone al adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio. Como veis, no pasa adelante sin haber antes enteramente clarificado el recto sentido de lo anterior. Y así nos muestra ahora una nueva especie de adulterio. ¿Cuál? Era ley antigua que quien por cualquier motivo odiara a su mujer, la repudiara mas no se le prohibiera casarse con otra. No que la ley simplemente lo ordenara, sino después de dar libelo de repudio a su mujer, de modo que ya no pudiera ella volver a él y así quedara una como figura del matrimonio. Pues si aquella ley no hubiera establecido esto y le hubiera sido lícito al varón repudiar a su mujer y tomar otra y luego volver a recibir a la primera, tenía que seguirse una gran confusión, por recibir alternadamente todos mujeres de otros, lo que habría sido manifiesto adulterio.

Escogió, pues, la ley un medio que producía no pequeño consuelo, con exigir el libelo de repudio. Pero además se hizo esto para evitar una maldad mayor. Pues si la ley hubiera exigido que el varón retuviera a la que odiaba, sin duda luego le habría dado muerte, pues tales eran los temperamentos judíos. Los que ni a sus hijos perdonaban y mataban a los profetas y derramaban la sangre como agua, mucho menos habrían perdonado a sus mujeres. De modo que la ley permitió lo que era menos malo, para evitar lo que era un mal mayor. Por otra parte, esta ley no era de las importantes y esenciales. Oye cómo lo dice el Salvador: Por la dureza de vuestro corazón os lo permitió Moisés. Prefirió que las echarais de la casa a que las matarais allá adentro.

Ahora bien: Habiendo Cristo suprimido toda ira, no sólo vedando el asesinato, sino además prohibiendo el airarse, fácilmente vino a establecer esta ley. Por esto siempre trae a la memoria las primeras palabras, para manifestar que no dice cosas contrarias a la Ley Antigua, sino tales que con ella consuenan. La amplía, no la destruye; la corrige, pero no la anula. Advierte cómo continúa refiriéndose al varón, pues dice: Quien repudia a su mujer la expone al adulterio; y quien desposa a la repudiada comete adulterio. De manera que el varón, aun cuando no se despose con otra, por el mismo hecho se hace reo de adulterio, pues expone a su mujer repudiada al adulterio. Y si se desposa con otra, personalmente es adúltero. Ni me objetes que él la dimitió; pues aun dimitiéndola sigue siendo esposa del dimitente. Y luego, para no hacer con esto más arrogante a la mujer, echándolo todo sobre el dimitente, cierra la puerta a otro, si quiere recibirla, diciéndole: Y el que despose a la dimitida comete adulterio. De este modo hace recatada a la esposa aun contra la voluntad de ella y le cierra la entrada con otro varón y no le da ocasión de ficciones y disimulos.

Entendiendo la mujer que en todo caso le es necesario tener el esposo que desde el principio le tocó en suerte; y que si sale de aquella casa no tiene ya más donde refugiarse, aun a pesar suyo se verá obligada a amar a su esposo. Y si Cristo nada de esto dice directamente a la esposa, no te extrañes, puesto que la mujer es de sexo más débil. Por eso. una vez que ella ha sido repudiada, cuando pone temor a los varones con varias amenazas, por el hecho mismo corrige también a las esposas. Es como si alguno tuviera un hijo licencioso, tras de despedirlo de su casa, luego castigara a quienes lo habían vuelto licencioso y les vedara volver a visitarlo o conversar con él. Si esto te parece oneroso, recuerda lo que dijo anteriormente, cuando predicaba a sus oyentes las bienaventuranzas; y encontrarás que eso no es imposible, sino fácil. El manso, el pacífico, el pobre de espíritu, el misericordioso ¿cómo van a repudiar a sus esposas? Quien anda reconciliando a otros ¿cómo va a querellar a su mujer?

Pero también por otro camino Cristo hace ligera su ley, pues deja un modo de repudio cuando dice: Excepto el caso de fornicación. Se mantiene dentro de la conveniencia. Si ordenara al varón retener, aun en este caso, a su mujer, mezclada con otras, de nuevo caería el hombre en el caso de adulterio. ¿Adviertes cuan bien trabado está todo? Porque quien no ve con miradas impúdicas a la esposa de otro, no caerá en fornicación; y si no cae en fornicación él, no dará ocasión al otro para dimitir a su esposa. Por eso libremente la obliga y le confirma el temor, y amenaza con graves peligros al esposo para el caso de dimitirla, pues lo hace reo de fornicación de la dimitida. Y para que no creas que cuando dice: arranca tu ojo, se refiere incluso a tu esposa, oportunamente añade esta precaución de poner un modo y sólo un modo de repudio.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjurarás, antes cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo que no juréis de ninguna manera. ¿Por qué no trató enseguida del hurto, sino que lo pasó en silencio y vino a decir acerca del falso testimonio? Porque quien roba, seguramente que en algún tiempo y de algún modo habrá jurado. Pero quien no sabe jurar ni mentir, con mayor razón se abstendrá del hurto. De manera que por este camino también corrige el hurto, porque la mentira se deriva del hurto. Y ¿qué significa: antes cumplirás al Señor tus juramentos? Quiere decir que cuando juras lo hagas con verdad. Pero yo os digo que no juréis de ninguna manera. Y para apartarlos más y más y que no tomen el nombre de Dios en los juramentos, dice: Ni por el cielo, pues es el trono de Dios: ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, pues es la ciudad del gran Rey. Toma de nuevo expresiones de los profetas, y demuestra que no los contradice; porque tenían los judíos la costumbre de jurar por esas cosas, como se demuestra también por el final de este evangelio.

Considera por tu parte de dónde levanta los muros para la defensa de semejante prohibición: no los toma de su propia naturaleza, sino del amor de Dios a sus criaturas; aunque expresado en una forma humilde y acomodada a nuestra inteligencia. Grande era el poder de la idolatría. Pues bien: para que no pareciera que los elementos debían ser honrados por su propia naturaleza, puso la causa que acabamos de decir y los traspasó a la gloria de Dios. Porque no dijo: por ser el cielo hermoso y grande; ni por ser la tierra útil; sino porque aquél es el trono de Dios y ésta el escabel de sus pies: así empujaba a todos por todas maneras a la contemplación del Señor. Ni por tu cabeza porque no está en ti volver uno de tus cabellos blanco o negro. Enseguida, por tanto, sin atender al hombre ni admirarlo, añadió que no se ha de jurar por su cabeza; pues de lo contrario, habría que adorar al hombre. Sino que, dando la gloria a Dios y explicando cómo ni tú mismo eres dueño de ti, deja ver cómo tampoco lo eres de los juramentos que hagas por tu cabeza. Si nadie cede su hijo a otro; mucho menos Dios te dará la paternidad de sus propias obras. Aun cuando tu cabeza sea tuya, sin embargo, es propiedad de otro; y tan lejos estás de ser su dueño que ni aun mínimas cosas puedes obrar en ella. Porque no dijo: no puedes hacer brotar un cabello, sino ni siquiera mudar la cualidad de un cabello.

¿Qué se hace entonces, preguntarás, si alguno exige el juramento y le parece necesario? Que el temor de Dios sea más poderoso que la necesidad. Porque si te das a oponer semejantes motivos, acabarás por no guardar ninguno de los preceptos. También acerca de la esposa opondrás que es rijosa y gastadora. Y de tu ojo derecho dirás: ¿qué puedo hacer si lo amo y por eso voy a ser condenado al fuego? Y acerca de las miradas impúdicas ¿puedo yo acaso no ver? Y del irritarte contra tu hermano: pero, sí por carácter soy violento y no puedo contener mi lengua. Y por ese camino pisotearás todos los preceptos enumerados.

Pues bien: en las leyes humanas no te atreverías a poner semejantes objeciones, ni aun a mencionarlas y decir: pero bien: ¿si esto, si aquello? Lo que haces es aceptarlas de buena o de mala gana. Por el contrario, si observas los mandamientos nunca padecerás violencia. Pues quien ha oído las bienaventuranzas y ha conformado su vida así como Cristo quiere, nunca sufrirá violencia de parte de nadie, porque resultará ante los hombres admirado y honorable. Sea vuestra palabra sí, sí; no, no. Todo lo que pase de esto del Malo procede. Pero ¿qué es lo que se llama superfluo después del sí o el no? El juramento, no el perjurio. Porque el perjurio es claramente malo y nadie hay que no sepa que procede del Malo y que no es superfluo, sino simplemente malo. Superfluo es lo que redunda y se añade de más; y así es el juramento. Mas ¿por qué se afirma que viene del Malo? Y si es malo ¿por qué estaba ordenado en la Ley Antigua? La misma objeción podrías poner respecto a la mujer: ¿por qué ahora se tiene como fornicación lo que antes estaba permitido? ¿Qué responder a esto? Que todo eso se dijo en la Ley Antigua en gracia de la debilidad de los legislados. También es cosa indigna que se dé culto a Dios con la grasa quemada de las víctimas, como es indigno de un filósofo balbucir. Ahora, cuando la santidad se ha elevado hasta su perfección, aquello antiguo se reputa adulterio y es del Malo el jurar.

Y no es que aquellas leyes del comienzo provinieran del demonio, pues no habrían podido producir tanto provecho. Desde luego, si ellas no hubieran precedido, las nuevas no habrían sido aceptadas con tanta facilidad. No exijáis pues a las leyes aquellas una fuerza grande ahora que su uso ha ya pasado: aquéllas las pedía el tiempo aquél. Más aún, si lo prefieres, todavía lo pide el tiempo de ahora. Porque la fuerza de aquellas leyes se demuestra precisamente por donde más se las acusa. Su mayor alabanza es que ahora aparezcan así. No aparecerán útiles si antes no nos hubieran nutrido y nos hubieran hecho capaces para recibir las otras más perfectas. Como sucede con los pechos femeninos. Una vez que han cumplido con su oficio y el niño pasa a la mesa de los mayores, ellos parecen inútiles; y no lo son aunque los papas, que anteriormente los juzgaban necesarios para el niño, luego les dedican infinitas sornas y chistes; y aun muchos los burlan no sólo con palabras, sino que los untan con amargos ungüentos para ver si acaso así los pechos mismos quitan al niño el anhelo de mamarlos, cuando las solas palabras no han logrado apartarlo de ellos. Pues del mismo modo Cristo afirmó que aquella redundancia provenía del Malo, no para indicar que la Ley Antigua fuera del demonio, sino para apartar con mayor vehemencia a los hombres de aquellas antiguas y más bajas observancias.

Así habló a los discípulos. Pero a los judíos obcecados y aferrados a lo antiguo, con el temor de la cautividad, como con una cosa amarga, les vedó el acceso a la ciudad de Jerusalén. Y cuando ni aun esto pudo apartarlos, sino que anhelaban siempre lo antiguo, al modo de niños que buscan los pechos maternos, finalmente les ocultó la ciudad destruyéndola y dispersando a muchos de ellos y llevándolos allá lejos. Hizo al modo de muchos que a los ternerillos, apartándolos de las vacas y encerrándolos, mediante el transcurso del tiempo los acostumbran a prescindir de la leche que solían. En realidad, si la Ley Antigua fuera obra del demonio, no habría apartado de la idolatría, sino al revés, habría lanzado a ella; puesto que eso era lo que el demonio intentaba. Pero ahora podemos ver que ella hizo todo lo contrario. El juramento se instituyó en el Antiguo Testamento para evitar que los judíos juraran por los ídolos.

Pues dice: Jurad por vuestro Dios. De manera que no fue poco el fruto de la Ley, sino mucho. Sin embargo, fue necesaria la venida del Salvador para un alimento más sólido. Entonces el jurar ¿no proviene del Malo? Proviene en verdad del Malo, pero esto es ahora tras de alta sabiduría y virtudes, no entonces. Preguntarás ¿cómo una misma cosa puede ser ahora buena y ahora no? Pues yo afirmo lo contrario: ¿cómo puede una cosa ser ahora buena y ahora no cuando lo están gritando todos los seres, las artes, los frutos y todo lo demás?

Puedes advertirlo en la misma naturaleza. En la primera edad es buena la gestación; más tarde sería dañosa. Usar de blandísimos alimentos es bueno al comienzo de la vida; pero más tarde sería horroroso. A los principios es útil y saludable ser alimentado con leche y recurrir a los pechos; pero más tarde sería muy pernicioso y causaría enfermedad. ¿Ves, pues, cómo unas mismas cosas, según los tiempos, son buenas pero luego ya no lo son? Que un niño porte un manto de niño, le resulta decoroso; pero ese manto para un varón sería reprensible. ¿Quieres ver esto mismo por sus contrarios y cómo lo que a un adulto le conviene a un niño no le conviene? Viste a un niño con un manto de hombre y todos lo burlarán, y él al caminar se pondrá en peligro, teniendo que volverse y revolverse de un lado a otro. ¡Bueno! ¡encarga a un niño los negocios civiles, el comercio, la agricultura! ¡Todos lo tendrán por ridículo!

Mas ¿para qué alego estas cosas? El asesinato mismo que todos afirman ser claramente invento del demonio, si a su tiempo se practica, obtiene para Finés el honor del sacerdocio. Y que el homicidio sea cosa del demonio oye cómo lo dice Cristo: Vosotros queréis hacer obras de vuestro padre. El es homicida desde el principio. Y sin embargo, homicida fue Finés y le fue reputado esto a justicia. Y Abrahán no sólo fue homicida, sino matador de su hijo, lo que es peor, y así agradó más a Dios. Dos homicidios cometió Pedro, y sin embargo lo que hizo fue gracia espiritual.

No nos fijemos, pues, simplemente en el hecho, sino examinemos además el tiempo, el motivo, la voluntad, la diferencia de personas; y profundicemos cuidadosamente todas las circunstancias que se juntan. No hay otro modo de llegar a la verdad. Si queremos conseguir el reino eterno, pagamos algo más de lo ordenado por la Ley Antigua, pues no podremos por otro camino alcanzar los bienes celestes. Si apenas llegamos a la medida de los antiguos, quedaremos fuera de la puerta. Porque dice Cristo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos.

Y sin embargo, a pesar de semejante amenaza, todavía hay quienes no superan aquella justicia, sino que se quedan muy atrás. Porque no sólo no evitan los juramentos, sino que aún perjuran. No sólo no evitan las miradas impúdicas, sino que incluso se lanzan al pecado de obra y se atreven impunes a todo lo prohibido; y no hacen sino esperar el día del castigo, cuando a causa de sus pecados sufrirán penas horribles. Pues no queda otra suerte para quienes pasan su vida en perversidades. De semejantes hombres hay unos que desesperan y no se puede esperar de ellos otra cosa sino el castigo. Otros hay, en cambio, que viven acá aún y pueden combatir, vencer, ser coronados.

No desesperes, pues, oh hombre, ni pierdas tu buena presteza para el bien. No son cosas pesadas las que se mandan. Pregunto yo: ¿qué trabajo hay en evitar el juramento? ¿acaso lleva consigo gastos de dinero? ¿acaso sudores y trabajos? Basta con que lo quieras y todo está hecho. Y si me objetas la costumbre, por esa misma razón arguyo que es fácil la enmienda Toma otra costumbre y todo lo habrás logrado. Considera que hay muchos entre los gentiles que siendo tartamudos, mediante la continua aplicación esforzada, corrigieron ese defecto de la lengua; y otros que con frecuencia inconveniente movían y agitaban los hombros, con una espada suspendida encima se enmendaron. Y me veo obligado a exhortaros con ejemplos del siglo, pues no obedecéis a las Sagradas Escrituras. Así lo hacía Dios con los judíos.

Les decía: Id hasta las islas de los de Kittim y ved; mandad a Cedar e informaos bien, a ver si sucedió jamás cosa como ésta. ¿Hubo jamás pueblo alguno que cambiase de dios, con no ser dioses? Más aún: con frecuencia remite a los irracionales y dice: Ve, oh perezoso, a la hormiga; mira sus caminos y hazte sabio. O: ve a la abeja. Pues lo mismo os digo yo ahora. Considerad a los filósofos griegos, y comprenderéis de cuan grave suplicio son dignos quienes quebrantan las leyes divinas. Ellos por unos humos de honores, sufrieron innumerables trabajos, mientras que vosotros, ni por los bienes celestiales queréis mostrar la diligencia que ellos mostraron. Y si después de esto me alegares que es cosa dura cortar la costumbre, aun para quienes son muy cuidadosos, lo confieso. Pero añado que así como es fácil ser vencido y ser engañado, así también es fácil enmendarse. Si pones en tu casa muchos guardas, como son tu mujer, tus siervos, tus amigos, y todos te empujan y exhortan, fácilmente dejarás la antigua costumbre.

Si por solos diez días perseveras en hacer esto, no necesitarás más largo plazo. Puedes estar seguro. Porque la opuesta y buena costumbre va echando firmes raíces. Cuando empieces a corregir este vicio, aunque una y otra vez traspasases la ley, o tres veces o veinte, no desesperes, sino levántate y sigue en el mismo cuidado; y pronto vencerás del todo. No es leve mal el perjurio. Si jurar proviene del Malo, el perjurio ¿a qué castigos no estará expuesto? ¿Alabáis lo que digo? Pero yo no necesito de aplausos ni de vocerío y tumulto. Una sola cosa quiero: que tras de oír con paz e inteligente atención lo que se dice, luego lo pongáis por obra. Esto me basta en lugar de los aplausos y alabanzas.

Si oyes lo que se dice, pero no haces lo que alabas, el castigo será mayor, más grave la acusación, y a nosotros nos quedará la vergüenza y la burla. Porque no es esto un teatro; no estáis viendo comediantes, para que os contentéis con aplaudir. Esta es una cátedra espiritual. No queda pues sino un empeño: que llevéis a la práctica lo que se os dice y con las obras demostréis vuestra obediencia. Entonces lo habremos logrado todo. Pero tal como van las cosas, casi me veo obligado a desesperar. No he cesado de aconsejar lo mismo a quienes en privado han ido a visitarme y también en las reuniones a vosotros os lo he dicho; pero hasta ahora no veo que haya cosechado ningún fruto. Os veo que aún estáis apegados a los rudimentos primeros y antiguos: cosa que podría engendrar en mí un gran cansancio y fastidio en el enseñar.

Observa cómo Pablo esto mismo lo lleva pesadamente: esto, digo, de que sus oyentes permanecieran por mucho tiempo en el grado correspondiente a la disciplina antigua. Pues dice: Pues los que después de tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe los primeros rudimentos de los divinos oráculos. Por la misma razón también nosotros lloramos y nos dolemos. Pero si viere yo que perseveráis en esa costumbre, finalmente cesaré y os cerraré la entrada al divino templo y a la participación de los sagrados misterios, como se hace con los fornicarios y adúlteros y los acusados de homicidio. Es mejor ofrecer a Dios las acostumbradas oraciones con dos o tres que guardan sus leyes, que no andar haciendo estas reuniones de gente perversa que corrompe a los demás. Y que no se ensoberbezca ni enarque las cejas ningún rico, ninguno de los principales. Semejantes actitudes son para mí como sombras y sueños. Al fin y al cabo, ninguno de los que en este siglo son más ricos, me patrocinará cuando sea acusado y tenga que justificarme ante el tribunal eterno, de no haber defendido con la debida vehemencia los divinos preceptos.

Esto fue, esto fue lo que perdió al admirable anciano -me refiero a Helí- aunque por lo demás, había llevado una vida irreprensible. Mas, como viera pisoteados los preceptos de Dios y no atendiera a corregirlos, fue castigado juntamente con sus hijos, y hubo de padecer grave tormento. Si pues en ese caso en que tan grande poder tenía la naturaleza y consanguinidad, ese varón que no usó con sus hijos de la debida severidad, tan reciamente fue castigado ¿qué perdón podemos tener nosotros ni esperar, no teniendo esos lazos de parentesco, si a pesar de eso todo lo echáramos a perder por adularos?

Os ruego, pues, que no os perdáis y nos perdáis, sino que obedezcáis; y poniéndoos vosotros mismos infinitos observadores y admonitores, os liberéis de la costumbre de los juramentos; a fin de que, partiendo de ésta, consigáis las demás virtudes con gran facilidad y lleguéis a gozar de los bienes futuros. Ojalá todos los consigamos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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