Crisóstomo - Mateo 20

20

HOMILÍA XX (XXI)

Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas, que demudan su rostro para que los hombres vean que ayunan (Mt 6,16).

CONVIENE que nosotros en este pasaje gimamos y lloremos; pues no sólo imitamos a los hipócritas sino que los superamos. Sé, por cierto, sé de muchos que no sólo ayunan por ostentación, sino que aún sin ayunar, se presentan como ayunantes y aprontan una excusa peor aún que el pecado. Lo hago, dicen, para no escandalizar a muchos. ¿Qué dices? Es ley divina la que lo manda ¿y tú te escudas con el escándalo? ¿Crees que hay escándalo si la guardas y que no lo hay si la quebrantas? Pero ¿habrá cosa peor que semejantes necedades? ¿Dejarás acaso de ser peor que los hipócritas y de no estar echando mano de una doble hipocresía ni de llegar a las más extremas alturas del crimen? ¿Puedes, sin avergonzarte, percibir la fuerza de la sentencia leída?

Porque no dice simulan, sino que, para más picarlos, y con mayor vehemencia, dice: Exterminan su rostro y lo demudan; es decir, lo estropean, lo destruyen. Pues si mostrarse pálido por vanagloria es exterminar el rostro ¿qué se habrá de decir de las mujeres que destrozan su cara mediante coloretes y polvos, todo para ruina de los jóvenes impúdicos? Porque los ayunantes que eso practican sólo a sí mismos se dañan; pero tales mujeres se dañan a sí mismas y a los que las miran. Es pues conveniente huir de ambas enfermedades. Puesto que Cristo ordena no únicamente no hacer ostentación, sino incluso esconderse, como de antemano lo hizo él mismo.

Hablando de la limosna, no ordenó simplemente; sino que, tras de haber dicho: Estad atentos a no hacer vuestra limosna delante de los hombres, añadió: para ser vistos. En cambio, acá nada añadió al precepto del ayuno y la oración. ¿Por qué? Porque la limosna no puede ocultarse, mientras que la oración y el ayuno sí pueden ocultarse. De manera que así como dijo: No sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, no hablando de las manos materiales, sino de que es necesario ocultarse; y así como dijo aquello de entrar en el aposento, no quiso decir que ahí es en donde debemos orar y no en otra parte, aunque dejó entender que ahí sobre todo; así en este pasaje, al ordenar que quien ayuna se unja con óleo, no manda precisamente la material unción, pues todos nos hallaríamos reos de traspasar semejante precepto y antes que nadie los que por regla deben aplicarse al ayuno, o sea las multitudes de monjes que viven en las montañas.

En resumidas cuentas, que no es eso lo que ordena el Señor, sino que, como fue costumbre entre los antiguos ungirse con óleo cuando estaban alegres y gozosos -como claramente se ve en David y en Daniel- por eso dijo Cristo que convenía ungirse con óleo, no para que materialmente lo hagamos, sino para que con todo empeño y diligencia, conservemos el bien que por el ayuno nos viene. Y para que veas que este es el sentido, Cristo mismo, que dio el precepto, lo llevó a la práctica; pues ayunó durante cuarenta días y se ocultó para ayunar, pero no se ungió con óleo ni se bañó. Y a pesar de que nada de eso hizo, nadie llevó a la práctica como él todo el precepto, libre ya, absolutamente libre de toda vanagloria. Esto fue, pues, lo que nos ordenó, cuando trajo al medio a los hipócritas y retrajo de los procederes contrarios a los oyentes, mediante el doble precepto.

Pero algo dejó también entender con la palabra aquella hipócritas. De manera que aparta de semejante perversa inclinación no sólo ridiculizándola, ni sólo indicando el gravísimo daño que causa, sino porque es un engaño que está muy a la mano. El hipócrita sólo aparece resplandeciente mientras está en el teatro; y aun entonces no para todos. Porque la mayor parte de los espectadores sabe, quién siendo él, qué cosas representa. Por lo demás, acabada la función, los representadores quedan al descubierto para todos. Pues bien: necesariamente padecen eso mismo los que ambicionan la vanagloria; y aun para muchos es cosa manifiesta que no son lo que parecen y que únicamente se encubren tras de un disfraz. Sin embargo, mucho más se les conoce cuando después de terminada la representación queda todo en claro.

Por otro camino aparta también Cristo a los ayunantes de la hipocresía, demostrando no ser gravoso su mandato. No insiste en que el ayuno se extienda y prolongue, sino en que no se pierda su premio. Que el ayuno parezca gravoso, cosa es común a nosotros y a los hipócritas, pues también ellos ayunan; pero lo que Cristo ordenó es facilísimo de suyo y exclusivo de quienes correctamente ayunan, para que no pierdan su corona y trabajo. Como si dijera Cristo: yo nada añado al trabajo, sino que recojo para vosotros cuidadosísimamente las recompensas y no dejo que os vayáis sin coronas, como suelen marcharse quienes no quieren imitar a los que en los juegos olímpicos compiten.

Los competidores, estando presentes tanta multitud y tantos príncipes que los miran, no se dedican sino a complacer a uno solo, al que los ha de coronar, aun cuando éste sea un particular y con mucho inferior a los príncipes. Y sin embargo, tú, que tienes un doble motivo para demostrar a Cristo tu victoria -puesto que es El quien atribuye los premios y además está muy por encima de los demás espectadores sin comparación alguna-í andas haciendo ostentación delante de otros que para nada, pueden aprovecharte y sí grandemente dañarte.

A pesar de todo, dice Cristo, ni eso te impido. Pues si quieres, hacer ostentación delante de los hombres, espera un poco: yo te proporcionaré eso con grande ventaja. Ahora semejante ostentación te aparta de la gloria que yo tengo y te doy, así coma el despreciarla te une a mí. Pero en aquel día con plena libertad gozarás de todo; y aun acá lograrás no pequeño fruto, como es el quedar libre de una servidumbre si conculcas toda humana gloria; y podrás entregarte al ejercicio de la verdadera virtud. En cambio, si ansias la vanagloria, aun cuando estés en pleno desierto andarás vacío de todas las virtudes y esto aunque no tengas espectadores.

Aparte de que es grande injuria la que haces a la virtud, si la buscas no por ella y lo que es, sino por los fabricantes de cuerdas y los herreros y el demás vulgo de la plaza; y para que te admiren los perversos y los que andan muy lejos de la virtud; y llamas al espectáculo de tu ostentación a los enemigos de la virtud. Es como si alguno quisiera proceder púdicamente no por el bien que en sí misma encierra la pudicia, sino para agradar a los impúdicos. De manera que tú nunca habrías echado por el camino de la virtud sino para agradar a los enemigos de la virtud; siendo así que a la virtud aun por esto conviene admirarla: porque aún sus enemigos la alaban. Es menester que la alabemos y la admiremos como conviene; o sea, no por otros, sino por sí misma. Aun nosotros, cuando se nos ama no por lo que somos sino para agradar a otros, lo tenemos por injuria.

Piensa pues así de la virtud, y no la cultives por respeto de otros. No sirvas a Dios por respeto de los hombres, sino al revés: a los hombres por respeto a Dios. Si procedes al contrario, aun cuando parezca que ejercitas la virtud, harás que el Señor se irrite como contra quien en absoluto no la ejercita. Porque así como éste no ejercitándola desobedece, así tú desobedeces al ejercitarla de modo no conveniente.

No alleguéis tesoros en la tierra. Sanada ya la enfermedad de la vanagloria, oportunamente pasa a tratar del desprecio de las riquezas. Pues nada como la ambición de la gloria excita el amor de las riquezas. Por semejante ambición los hombres inventan las greyes de siervos, los ejércitos de eunucos, los corceles brillantes con sus jaeces de oro, las mesas de plata y otras cosas aún más ridículas. No son ellas para satisfacer necesidades ni para disfrutar un placer, sino para ostentarse delante de muchos.

Anteriormente Jesús solamente dijo que era necesario ser misericordioso. Pero aquí nos enseña hasta dónde ha de llegar la misericordia, con estas palabras: No alleguéis tesoros en la tierra. No era tan fácil al comienzo del discurso declarar la doctrina del desprecio de las riquezas, a causa de la fuerza de la enfermedad de la codicia; pero una vez que poco a poco cortó semejante vicio y volvió a los hombres su libertad, finalmente pone esto en el pensamiento de los oyentes, de modo que ya con mayor facilidad lo acepten. Por tal motivo, al principio dijo: Bienaventurados los misericordiosos. Luego añadió: Si alguno quiere litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto.

Pero ahora dice algo más perfecto. Allá decía: si ves que hay litigio, haz como sigue. Porque es mejor no retener y estar libre de litigio, que retener y litigar. Aquí, en cambio, sin traer a cuento ni al adversario y ni al litigio, y sin recordar nada semejante, enseña con sencillez el desprecio de las riquezas. Con esto demuestra que establece estas leyes no tanto en bien de quienes son auxiliados por la misericordia de otros, cuanto por el bien de los que dan. De modo que aún cuando nadie nos haga injusticia ni nos arrastre a los tribunales, despreciemos los bienes presentes y los demos a los necesitados.

Sin embargo, no puso aquí todo en montón, sino poco a poco. Aunque El allá en el desierto sostuvo grandes batallas en este campo y con extremo valor, pero aquí no lo pone todo ni lo presenta en montón, porque aún no era tiempo de revelarlo. Lo que hace es presentar ciertos raciocinios, ejercitando más bien el oficio de consejero que el de legislador. Por eso, habiendo dicho: No alleguéis tesoros en la tierra, añadió: donde la polilla y el orín los corroen y en donde los ladrones horadan las paredes y los roban. Manifiesta con esto el daño del tesoro terreno y la utilidad del celestial, tanto por la circunstancia de lugar como por la de los que dañan. Y no se detiene en esto, sino que aduce otro raciocinio. Y en primer lugar exhorta a los hombres apoyándose en lo que más temen ellos. Como si dijera: ¿qué temes? ¿que se te acaben los dineros si das limosna? Pues más aún: no sólo no se consumirán si das limosna, sino que se acrecentarán en grande, pues se les añadirán los bienes del cielo. Aunque esto aún no lo dice, pero lo va a decir enseguida.

Por de pronto trata de lo que mejor podía exhortarlos; o sea, de conservar intactos sus tesoros. Y a esto los atrae por dos caminos. Pues no dice únicamente: si haces limosna, tu dinero queda guardado; sino que, por el contrario, amenaza y dice: si no lo das, lo pierdes. Observa su inefable prudencia. Porque no dijo: lo dejarás para otros, aunque esto muchas veces les gusta a los hombres, sino que por otro lado les mete el temor al demostrarles que con las riquezas ni siquiera eso lograrían. Pues aun en el caso de que no las dañaran los hombres, tienen ellas otros enemigos, como son la polilla y la carcoma. Aunque parezca que fácilmente se puede evitar este daño, ciertamente es inexpugnable y no puede impedirse: por más medios que busques no podrás apartarlo.

Preguntarás: pero ¿es que la polilla carcome el oro? Pues si la polilla no lo carcome, cierto es que se lo llevarán los ladrones.

Dirás: pues qué ¿acaso todos los hombres han sido despojados por los ladrones? Si no todos, sí muchos. Mas, como ya dije, por este motivo apartó Cristo otro argumento y dijo: Donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Como si dijera: aunque nada de eso otro aconteciera, no será pequeño el daño que recibas si te apegas a lo terreno y de libre te tornas esclavo y ya nada puedes pensar de las cosas de allá arriba, sino sólo y siempre de dineros, de usuras, de réditos, de lucros, de asuntos de vulgares tabernas o innobles taberneros. Pero ¿qué hay más mísero que esto? Semejante hombre será más miserable que cualquier esclavo, ya que tal tiranía se ha impuesto; y lo más funesto es que lo ha hecho traicionando su nobleza y libertad de hombre. Aunque mil cosas te digan, si tu pensamiento está clavado en las riquezas, no tendrás oídos para escuchar nada que te aproveche, sino que a la manera de un can atado al borde de un hoyo, ceñido con la tiranía de los dineros más duramente que con cualquier cadena, ladrarás contra todos los transeúntes sin otra empresa que realizar, sino conservar aquel depósito enterrado para otros.

Mas como estas cosas eran más altas de lo que alcanzaban las mentes del auditorio; y muchos ni iban a entender fácilmente el daño de las riquezas nacido, ni abarcar el lucro del desprecio de los dineros, sino que necesitaban de más instrucción y virtud para poder captar todo eso, Cristo pasó más adelante, después de estas cosas oscuras y después de las que eran más manifiestas, diciendo: Donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Y luego, más claramente, elevándose de lo sensible a lo espiritual en su discurso, diciendo: La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Que significa: no ocultas bajo tierra el oro ni otra riqueza semejante, ya que para la polilla, la carcoma y los ladrones la amontonas.

Y aun cuando evitaras esos daños, no evitarás que tu corazón quede aprisionado y apegado a lo terreno. Porque donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Si pones tu tesoro en el cielo, no sólo conseguirás ese fruto, sino que además disfrutarás de los premios preparados para quienes así obran; aparte de que desde acá recibirás la recompensa, como trasladado al cielo, gustando las cosas de allá y solícito y cuidadoso de ellas: porque es claro que habrás llevado tu ánimo allá a donde depositaste tu tesoro. Por lo demás, si lo depositas en la tierra, experimentarás todo lo contrario.

Y si lo ya dicho te resulta oscuro, escucha lo que sigue: La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Si pues tu ojo estuviere sano, todo el cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Pues si la luz que hay en ti es tinieblas ¿qué tales serán las tinieblas? Vuelve Cristo su discurso a cosas que están más cercanas a los sentidos. Habiendo hablado ya de la mente, como de sierva y reducida a esclavitud, cosa que muchos no podrían fácilmente entender, razona ahora sobre las cosas exteriores y sujetas a las miradas, con el objeto de que por éstas puedan entenderse aquellas otras. Como si dijera: si no has captado lo que es ese daño de la mente, entiéndelo por la comparación con el del cuerpo. Pues lo que el ojo es para el cuerpo, eso es la mente respecto del alma.

Así como nunca desearás que te adornen el cuerpo y te vistan de seda, pero al mismo tiempo te saquen los ojos, sino que juzgas que a todo ese ornato se ha de anteponer la incolumidad de los ojos, puesto que si pierdes la vista nada podrá aprovecharte durante el resto de tu vida -ya que ciegos los ojos queda imposible casi la operación de los demás miembros y del mismo modo, corrompida la mente, la vida toda queda repleta de males sin cuento-, digo pues, que así como en lo corporal antes que nada cuidamos de que estén sanos los ojos, así debemos cuidar de la salud de la mente. Si a ésta le arrancamos los ojos que son los que han de suministrar luz a los demás ¿cómo podremos en adelante ver? Así como quien seca una fuente, seca el río que de ella nace, así quien oscurece su mente, ensombrece juntamente todas las operaciones propias en esta vida.

Por tal motivo dice: Si la luz que en ti hay es tinieblas, las tinieblas ¿cuáles serán? Cuando el patrón de la nave se hunde y la lámpara se apaga y es ciego el capitán ¿qué esperanza les queda a los súbditos? Dejando, pues, a un lado las asechanzas que ponen las riquezas y las luchas y las querellas -porque tales cosas ya las indicó antes al decir: el adversario te entregará al juez y el juez al alguacil-, ahora pasa a cosas más severas, y aparta por este medio de las malas concupiscencias. Mucho peor es que la mente sea esclava de esta enfermedad que no el vivir en la cárcel. Esto segundo no siempre sucede; mientras que lo otro siempre acompaña a la codicia de las riquezas. Por lo cual pone esto después de aquello otro, como cosa más terrible y que sin remedio se sigue.

Como si dijera: Dios nos ha dado la mente para que disipemos la ignorancia y formemos recto juicio de las cosas de la tierra y para que estemos en seguridad, usando de esta luz a la manera de un dardo contra todo lo molesto y dañino. Pero nosotros traicionamos este don a trueque de cosas inútiles y vanas. ¿De qué sirven los soldados cargados de oro cuando el jefe de ellos está cautivo?, ¿qué ganancia se saca de que la nave esté admirablemente exornada cuando se ha ahogado el patrón? ¿Qué ganas con que tu cuerpo sea admirablemente formado y proporcionado si se le han arrancado los ojos? Así como si alguno a un médico, que ha de ser el primero en curar las enfermedades y que por lo mismo ha de estar él sano, lo enferma y lo obliga a yacer en una silla de plata y en una cama de oro, lo inutiliza para atender a los demás enfermos en absoluto, del mismo modo si enfermas tu mente que es la que puede curar las enfermedades del alma, después, aun cuando procures que se asiente sobre un tesoro, para nada le habrás ayudado, sino que le has causado un mal gravísimo y a toda ella la habrás dañado.

¿Has observado cómo Cristo, por aquellas mismas cosas que arrastran al hombre a causa de la codicia, por esas los aparta de ésta y los vuelve al camino de la virtud? Les dice: ¿por qué codiciáis el dinero? ¿para gozar de placeres y delicias? Pues bien: éstas no te vendrán por ahí, sino todo lo contrario.

Así como arrancados los ojos, nada suave percibimos ya, a causa de semejante calamidad, así también y mucho más sufriremos lo mismo con la corrupción de la mente y su ceguera. ¿Por qué ocultas el dinero bajo tierra? ¿para tenerlo seguro? Pues Cristo dice que también esto te acontecerá al revés. Así como al que por vanagloria ayuna o da limosna u ora, Cristo lo aparta de la vanagloria partiendo de las cosas mismas que anhela (porque le dice: ¿con qué objeto oras así o das limosna? ¿no es para agradar a los hombres? pues no ores así y entonces conseguirás esa gloria, a saber en el siglo venidero), del mismo modo al codicioso de dineros lo caza mediante aquello mismo que tantísimo desea. Le dice: ¿qué es lo que quieres? ¿conservar tu riqueza y gozar de deleites? Pues yo te daré todo eso abundantísimamente, con tal de que deposites tu oro en el sitio que yo te señalaré.

Todavía más claramente, tiempo después declaró el daño que de la codicia se origina para la mente, al hacer mención de las espinas; pero entre tanto aquí mismo y no a la ligera, lo dejó entender al demostrar que anda ciego quien por las riquezas se enloquece y apasiona. Así como los que andan en tinieblas nada distinguen con claridad; sino que si acaso ven una soga piensan que es una serpiente, y si ven montes o valles, mueren de pavor, así sucede con aquéllos, pues sospechan aun de lo que para quienes ven no tiene nada de formidable; y así temen la pobreza y no sólo la pobreza sino aun la más leve pérdida de dinero. Si pierden un poco, lo lloran y se atormentan más que quienes están necesitados del diario sustento.

Y aun hay muchos de semejantes ricos que no pudiendo soportar el dicho infortunio, acuden a un lazo corredizo. Las injurias y daños les parecen tan intolerables que por tal motivo muchos han dejado esta vida. Las riquezas los volvieron muelles para todo, excepto para servirlas. Porque cuando ellas lo obligan a que les sirvan, entonces se tornan audacísimos y se arrojan a peligros de muerte, a los azotes, a los oprobios y a todo género de ignominias. Linaje es esto de suma, de extrema miseria, que nos obliga a pensar que son ellos muellísimos: en lo que habían de mostrarse piadosos y recatados, en eso se muestran impudentísimos y cruelísimos. Les sucede lo mismo que a quienes habiendo vergonzosamente dilapidado sus bienes todos, luego la pasan mal. Porque ésos, cuando sobreviene el tiempo en que son necesarios los gastos, como no pueden ya gastar nada, sufren lo indecible, por haberlo consumido todo malamente

Al modo como los actores enseñados en malas artes, sufren luego por ello grandes peligros, mientras que en las cosas útiles y necesarias se muestran en absoluto ineptos y ridículos, igualmente les acontece a estos de que tratamos. Aquellos actores caminan sobre una cuerda y muestran en eso grande fortaleza; en cambio, en las cosas ordinarias que requieren audacia y fortaleza, ni siquiera atinan con lo que se ha de pensar. Lo mismo los ricos que se atreven a todo por el dinero, para la virtud no tienen fuerzas ni para sufrir mucho ni poco. Como los dichos actores ejercitan un arte peligroso y resbaladizo, pero sin utilidad, así los ricos estos toleran grandes peligros y se arrojan a recios precipicios, cosas todas que terminan en un acabamiento sin provecho. Envueltos están en doble oscuridad, así porque están ciegos de la mente, como porque, a causa de la engañosa sobrecarga de los cuidados, se encuentran oprimidos por las tinieblas. Y el resultado es que a la verdad ya ni siquiera pueden fácilmente ver.

La razón es que quien solamente yace en tinieblas, cuándo llega el sol y lo ilumina, queda libre de ellas; pero quien tiene ciegos los ojos, ni aunque el sol lo alumbre puede ver, cosa que le causa terrible padecimiento. Ni aun fulgurando el Sol de justicia y exhortándolo, ve ni oye, porque las riquezas le tienen los ojos totalmente cerrados. Por esto sufren doble ceguera: una que nace de sí mismos, otra de que no atienden al Maestro. Pues atendamos nosotros con diligencia a sus palabras a fin de que, aun cuando sea tardíamente, veamos. Y ¿cómo podemos ver? Sabiendo cómo viniste a cegar. Entonces ¿cómo cegaste? Por tu mala codicia. Porque así como un humor maligno influyendo en la limpia pupila del ojo, echa en ella una nube, así ha hecho en tu mente el amor a las riquezas.

Pero es cosa fácil disipar y desgarrar semejante nube, con tal que recibamos los rayos de la enseñanza de Cristo; con tal que lo oigamos cuando dice: No alleguéis tesoros en la tierra. Preguntarás: ¿de qué me sirve escuchar la doctrina si ya estoy enredado en la codicia? Ciertamente el continuo escuchar la doctrina puede ir disolviendo la codicia. Y si notas que a pesar de todo permaneces enredado, advierte que eso ya no es la codicia y el anhelo. Porque ¿qué anhelo puede haber de estar sujeto a durísima servidumbre y yacer bajo el pie de una tiranía y estar de todos lados encadenado y andar en tinieblas y lleno de desasosiego y entregado a trabajos inútiles y atesorando para otros y muchas veces precisamente para los enemigos? ¿De qué anhelo son dignas, cosas semejantes? Más aún: ¡con qué precipitada fuga y carrera no deben abandonarse! ¿Qué anhelo es depositar los tesoros para los ladrones? Si en realidad tienes anhelo de riquezas, transpórtalas allá a donde pueden permanecer íntegras y seguras. Lo que ahora haces no es propio de quien anhela dineros, sino servidumbre, daño, penas pecuniarias, dolores perpetuos.

Si alguno te mostrara en la tierra un sitio inviolable y te prometiera seguridad para tus riquezas, aun cuando te llevara al desierto, no vacilarías ni te negarías, sino que confiadamente allá depositarías tus caudales. Y cuando no es un hombre sino un Dios quien te lo promete y te lo propone, y no un desierto sino el cielo, tú haces todo lo contrario; y esto a pesar de que aún estando tus riquezas lo más seguras posible, tú nunca estarás libre de cuidados: aunque no las pierdas no te verás libre del temor de perderlas. En cambio, poniéndolas allá en el cielo, no tendrás temor. Y lo que es más aún: no sepultas tus tesoros bajo tierra, sino que en realidad los siembras. Porque en ese caso, simiente y tesoro se equiparan; pero la resultante es aún mejor, pues la simiente no dura para siempre, mientras que el tesoro de allá, sí. El tesoro acá no germina, mientras que allá te produce frutos eternos.

Y si me alegas el tiempo que eso tarda y la dilación en devolvértelo, yo puedo demostrarte cuan grandes bienes recibes aun de la dilación. Pero intentaré refutarte por las cosas mismas del siglo y hacerte ver cómo en vano me presentas semejantes objeciones. Tú preparas para esta vida muchas cosas que no vas a disfrutar. Y sin embargo, si alguien te pone delante el futuro de tus hijos y de los hijos de tus hijos, te parece que eso es suficiente para consolarte de tus superfluos trabajos. Por ejemplo, cuando ya en la extrema vejez te construyes suntuosas y magníficas mansiones que con frecuencia no se terminan antes de tu muerte, y plantas árboles que tras de muchos años darán sus frutos; y cuando pones en filas esos árboles en tus campos, y compras predios y heredades en cuyo dominio no entrarás hasta pasado mucho tiempo y preparas muchas otras cosas de que nunca disfrutarás ¿lo haces todo pensando en ti o en tus sucesores?

Entonces ¿cómo no va a ser el colmo de la locura esto de no llevar pesadamente la dilación, aquí, aun cuando por su causa veamos que no hemos de gozar de la recompensa de nuestros trabajos, y en cambio, tratándose del cielo emperezar por causa de la dilación; y más cuando la misma dilación fructifica para ti más abundantemente y no pasa tus bienes a otro, sino que los guarda para entregártelos oportunamente? Aparte de que la dilación ya no será mucha, el éxito final está a la puerta e ignoramos si todo lo nuestro acabará en esta misma generación y llegará aquel día tremendo en que aparecerá el temible tribunal, ante el cual no hay apelación ni acepción de personas.

Porque la mayor parte de las señales ya se han verificado. Ya el evangelio se ha predicado por todo el orbe; ya acontecieron hambres, guerras y terremotos; de manera que no queda ya gran intervalo. ¿No adviertes las señales? Pues eso mismo es una gran señal. Tampoco los que vivían en tiempo de Noé advirtieron los prenuncios de la catástrofe; sino que, entre tanto, dados al juego, a las comilonas, a los casamientos y entregados a todas sus acostumbradas ocupaciones, los alcanzó aquella temible venganza Lo mismo pasó con los sodomitas dados a los deleites, que ni siquiera sospecharon lo que iba a suceder y fueron fulminados con los rayos que bajaron del cielo sobre ellos.

Meditando en esto, emprendamos el camino de regreso y démonos a prepararnos aquí con una vida perfecta. Y aun cuando no esté inminente aquel día de la común consumación, el término de cada uno sí está a las puertas, ya sea un anciano ya sea un joven. Y no habrá entonces posibilidades de ir a comprar aceite para nuestras lámparas, ni para alcanzar perdón, aun cuando rueguen por nosotros Abrahán, Noé, Job o Daniel. Así pues, mientras tenemos tiempo preparémonos para estar entonces con gran confianza. Acopiemos mucha cantidad de óleo; transportemos al cielo todos nuestros tesoros, a fin de que a su tiempo y cuando más lo necesitemos podamos disfrutarlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXIX


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HOMILÍA XXI (XXII)

Nadie puede servir a dos señores; pues, o bien, aborreciendo a uno, amará al otro; o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro (Mt 6,24).

¿OBSERVAS cómo poco a poco va separando al hombre de las cosas presentes; y cómo por muy variados modos endereza su discurso al desprecio de las riquezas y derriba la tiranía de la codicia? Pues no contento con lo que ya antes dijo, y eso que fue doctrina muy amplia y excelente, todavía añade muchas otras cosas más temibles aún. Porque ¿qué cosa hay más temible que lo que ahora nos dice, si es que por el amor a las riquezas tenemos que abandonar el servicio de Cristo? ¿Qué hay más deseable si por el desprecio de las riquezas podemos cultivar una firme benevolencia y caridad para con Cristo? Porque -lo repetiré constantemente y ahora de nuevo lo digo- Cristo por ambos caminos, por el de la utilidad y el del daño, excita a sus oyentes a recibir sus mandatos: procede a la manera de un excelentísimo médico que declara cómo las enfermedades nacen por la negligencia y descuido y la salud nace de obedecer las prescripciones.

Considera, pues, cuán grande ganancia nos declara de nuevo en este pasaje; y cómo, al tiempo mismo en que aparta lo dañoso, apronta lo útil para la salud. Pues dice que las riquezas os dañan no únicamente porque suministran a los ladrones armas contra vosotros, ni sólo porque cubren de tinieblas vuestras mentes; sino además porque os echan del servicio de Dios y os arrojan en manos de los dineros, seres inanimados y que con dos filos os hieren; que hacen esclavos de quienes debieran mandar; y que os apartan del servicio de Dios, a quien en absoluto debéis servir.

Del mismo modo que antes demostró haber un doble daño, como es que las riquezas se amontonen en donde la polilla las corroe y que no se depositen allá en donde es segura su guarda, así en este pasaje también declara un doble daño: que apartan del servicio de Dios y que esclavizan al dinero. Sin embargo, esto no lo enuncia inmediatamente, sino que lo va preparando mediante ordinarias consideraciones, diciendo: Nadie puede servir a dos señores. Se refiere a dos señores que ordenan cosas encontradas, pues si esto no sucediera ya no serían dos. Por eso dice: La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola? pues aun cuando estaban divididos en muchos cuerpos, sin embargo, la concordia los hacía uno solo.

En seguida, insistiendo, dice no únicamente que el apegado a las riquezas no le dará servicio, sino que lo odiará y aborrecerá. Porque, o bien aborreciendo a uno, amará al otro; o bien, adhiriéndose a uno despreciará al otro. Parece que dijo dos veces lo mismo; pero no sin motivo procedió de esa manera, sino para mostrar así que el cambio en mejor es fácil. Para que no te excusaras alegando que ya estás hecho esclavo de las riquezas y oprimido por su tiranía, te demuestra que puedes pasarte al opuesto partido; y así como lo puedes hacer de aquí para allá, también lo puedes de allá para acá.

Dicho esto en forma indefinida para persuadir al oyente a que se constituyera juez imparcial de lo que le decía, y así diera su sentencia, atendiendo a la naturaleza misma de las cosas, en cuanto lo vio dar su parecer afirmativo, finalmente se refirió a sí mismo y dijo: No podéis servir a Dios y a las riquezas. Horroricémonos de ver qué cosas obligamos a decir a Cristo, hasta hacerlo comparar y poner frente a frente a Dios y el oro. Pero si esto es horrible, mucho más horrible es que de hecho nosotros así lo hagamos y antepongamos la tiranía del oro al temor de Dios.

Dirás: ¿pero acaso esto no fue posible entre los antiguos? ¡De ninguna manera! ¿Cómo se hicieron esclarecidos en la virtud Abrahán y Job? No me vayas a traer a cuento simplemente a los ricos. Me refiero a los que sirvieron a las riquezas. Rico era Job, pero no esclavo de la riqueza. Poseía y retenía sus riquezas, pero era señor de ellas y no siervo; pues las poseía a la manera de un mayordomo de ajenos dineros; y no sólo no arrebataba lo ajeno, sino que de lo propio daba a los pobres. Y, lo que es todavía más, no se alegraba de los bienes presentes, como él mismo lo declaró cuando dijo: Si me gocé en mis muchos bienes; y por eso al perderlos no se dolió.

No son así los ricos de ahora; pues con ánimo más bajo que el de un esclavo, pagan tributo a la tiranía amarga de las riquezas. El amor al dinero ha capturado su ánimo como una fortaleza sitiada; y desde ahí diariamente les impone preceptos plenos de iniquidad, y no hay rico que no los obedezca. De modo que no andes discurriendo en vano. De una vez para siempre dio Dios el decreto y dijo que eran incompatibles ambas servidumbres. No afirmes tú que sí son compatibles. Si una ordena robar y la otra despojarse de lo propio; una ser casto y la otra fornicar; una embriagarse y darse a los placeres de la mesa y la otra moderar las tendencias del vientre; una despreciar las cosas presentes y la otra adherirse a ellas; una admirar los mármoles y el ornato de las paredes y techos y la otra despreciar todo eso y cultivar la virtud ¿cómo pueden ambas ser compatibles?

Y aquí Cristo a la riqueza la llama señor, no porque por naturaleza lo sea, sino porque lo es por la miseria de quienes se le han sujetado. Del mismo modo al vientre lo llama dios, no por la dignidad del que impera, sino por la miseria de quienes le sirven, cosa peor que cualquier suplicio, y que aún antes del suplicio puede vengarse del cautivo. ¿Cómo no han de ser más míseros que cualesquiera cautivos, los que teniendo por Señor a Dios se pasan de tan suave reinado a la pesadísima tiranía del dinero, para hacerse esclavos, siendo así que de esto aun acá en la tierra tan grave daño les viene? Porque de esto nacen males gravísimos, como son los litigios, las molestias, las discusiones, los trabajos, la ceguedad de la mente y el más grave de todos que es que la servidumbre de las riquezas nos priva de los bienes eternos. Una vez que por estos caminos demostró Cristo cuán grande utilidad proviene del desprecio de las riquezas, es a saber la segura guarda de las mismas, el gozo del alma, la posesión de la virtud, la defensa de la piedad; finalmente viene a dar la prueba de la posibilidad de llevar a cabo lo que nos propone. Porque éste es el mejor modo de una legislación: no sólo ordenar cosas útiles, sino además volverlas factibles. Por esto continúa diciendo: No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis. Para que no se excusaran los oyentes diciendo: ¿Qué, pues? Si todo lo dejamos ¿cómo podremos vivir? oportunamente sale al paso a esta objeción. Si al comienzo hubiera dicho: No os inquietéis, la expresión podría haber molestado. Pero una vez que ha demostrado ya la ruina que proviene del amor a las riquezas, añadió luego una exhortación fácil de entender. Y por esto no dijo únicamente: No os inquietéis, sino que aprontó el motivo y así dio el precepto.

Habiendo dicho: No podéis servir a Dios y a la riqueza, añadió: Por lo cual yo os digo: no os inquietéis. ¿Qué significa ese: por lo cual? A causa del ingente daño. Porque el daño no reside únicamente en los dineros, sino que va a recaer aun en las cosas más importantes y aun en la pérdida de la salvación, puesto que os apartan de Dios creador, providente y amante. Por lo cual, yo os digo: no os inquietéis. Después de haber declarado el mal enorme, luego puso el precepto, y no sólo ordena despojarnos aun del manto, pero ni siquiera inquietarnos por el necesario alimento. Y dice: No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis. Y no es que el alma necesite de alimento material, pues es incorpórea; sino que usó de un modo común de hablar. Pues aun cuando ella no necesite de alimento, pero no puede permanecer en un cuerpo si éste no se nutre.

Pero no solamente lo enuncia, sino que también aquí procede a las pruebas; y las toma: unas de lo que entre nosotros acaece; otras, de varios ejemplos. Usando de lo que entre nosotros acaece dice: ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Entonces, quien nos dio lo que es más ¿no nos dará lo que es menos? El que formó la carne que se alimenta ¿cómo no le aprontará el alimento? Por esto no dijo simplemente: No os inquietéis por lo que comeréis y por lo que vestiréis, sino que hizo mención del cuerpo y del alma, porque de éstos iba a tomar los ejemplos, procediendo por comparaciones.

El alma nos la dio una vez y permanece tal como nos la dio. Pero el cuerpo cada día va creciendo. Cosas ambas que demuestran por una parte la inmortalidad del espíritu y por otra la naturaleza caduca y pasajera del cuerpo. Por lo cual añadió: ¿Quién de vosotros puede añadir un codo a su estatura? Callando respecto del alma que no puede recibir incremento, se refiere únicamente al cuerpo; y por lo que dice demuestra que éste no crece por causa del alimento, sino por obra de la providencia de Dios. Pablo, demostrando lo mismo por otros caminos, decía: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Así demostró su aserto valiéndose de lo que en nosotros ordinariamente sucede. Y dice: Ved las aves del cielo. Para que nadie objetara diciendo: Y sin embargo nos vendría utilidad de inquietarnos, los exhorta procediendo tanto de menor a mayor, como de mayor a menor. De menor a mayor, recordando el alma y el cuerpo; de mayor a menor, trayendo a colación las aves. Porque si Dios tan cuidadosamente cuida de seres inferiores a vosotros ¿cómo no lo hará con vosotros? Esto dijo a los oyentes, pues se trataba de una turba de pueblo En cambio, al demonio no le respondió así, sino ¿cómo?: No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Y trae a colación las aves en una forma excelente para exhortar y que tiene para eso una fuerza enorme. Pero hubo impíos que llegaron a tan grande estulticia, que pusieron defecto en la comparación. Pues decían no convenir a quien quería levantar las voluntades y despertarlas, usar de ejemplos tomados de la naturaleza, ya que tales seres tienen por la misma naturaleza lo que tienen.

¿Qué responderemos a esto? Que aun cuando ellos lo tengan dado por la misma naturaleza, podemos nosotros adquirirlo por el empeño de la voluntad. Porque no dijo Cristo: Mirad las aves del cielo cómo vuelan, cosa que no está en las posibilidades del hombre; sino cómo sin inquietarse ellas son alimentadas; cosa que sí podemos, con tal de que queramos. Y así lo experimentaron los que lo pusieron por obra. Así que debemos admirar la suma prudencia del Legislador, quien pudiendo poner ejemplos de hombres y presentar a Elías, Moisés, Juan el Bautista y otros semejantes, que nunca anduvieron solícitos por el alimento, para más impresionar a los oyentes, se refirió a los animales irracionales. Si les hubiera puesto delante a aquellos varones santos, le podían haber respondido: ¡No llegamos a tan grande virtud! En cambio, habiendo callado acerca de ellos y habiéndose referido a las aves del cielo, les quitó toda excusa, imitando en esto a la Ley Antigua.

Porque el Antiguo Testamento remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola, a la golondrina. Ni es pequeño honor para el hombre que podamos con el poder de la voluntad alcanzar lo que los animales poseen por su naturaleza. Ahora bien: si Dios tan grande providencia tiene de los seres que por nosotros fueron creados ¿cuánto mayor la tendrá de nosotros mismos? Si la tiene de los siervos ¿cuánto más la tendrá de los señores? Por tal motivo dijo: Ved las aves del cielo. Y no añadió: cómo no trafican ni venden, cosas que eran entonces grandemente reprensibles, sino cómo no siembran ni cosechan.

Preguntarás: entonces ¿no conviene sembrar? No dijo Cristo que no conviniera sembrar, sino el andar inquietos; ni dijo que no se ha de trabajar, sino que no se ha de decaer de ánimo ni atormentarse con preocupaciones. Ordena tomar los alimentos, pero sin inquietud. Ya David anteriormente había dicho lo mismo, hablando enigmáticamente: Abres tú la mano y das a todo viviente la grata saciedad. Y también: El que da al ganado su pasto y a los polluelos del cuervo que claman. Dirás que quiénes fueron los que vivieron sin inquietudes. ¿Qué no has oído cuántos varones santos nombré? Y con esos ya nombrados ¿no viste a Jacob saliendo desnudo de la casa paterna? ¿No lo oíste cómo suplicaba y decía: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para cubrirme? 7 Palabras son esas de quien no anda solícito, sino que todo lo pide a Dios. Lo mismo esforzadamente practicaron los apóstoles, abandonándolo todo y por nada inquietos Y lo mismo los cinco mil y los tres mil a quienes exhortó Pedro. Pero si, ni aun oyendo esto, tienes valor para romper tan fuertes ataduras, a lo menos, conocida ya la inutilidad de la preocupación, échala de ti. Pues dice Cristo: ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?

¿Observas cómo esclareció lo que era oscuro mediante lo que era claro y manifiesto? Porque dice: así como nadie con sus preocupaciones puede añadir ni siquiera un poquito a la estatura de su cuerpo, del mismo modo no puedes, aunque tú creas que lo puedes, amontonar alimentos. Por aquí queda manifiesto que aún las cosas que juzgamos deberse a nuestro trabajo, es la providencia divina la que las lleva a cabo; de manera que si ésta nos abandonara, nada bastaría para el buen éxito: ni el cui dado, ni la inquietud, ni el trabajo, ni otra cosa alguna, sino que todo se nos hundiría.

No pensemos, pues, que tales preceptos son imposibles, ya que aún al presente hay muchos que los cumplen. Y si esto ignoras, no es cosa de admirarse. También Elías creía ser el único servidor de Dios. Pero oyó la respuesta: Me he guardado siete mil hombres. Por donde se ve manifiesto que también ahora hay quienes imitan la vida de los apóstoles, como antaño aquellos tres mil y aquellos cinco mil. Si no lo creemos, no es porque no haya quienes correctamente vivan, sino porque están lejos de nosotros. Así como el dominado por el vicio de la embriaguez no cree fácilmente que haya quienes aun del agua se abstengan, aun cuando en nuestros días practican esto muchos de los monjes; y así como el que convive con mujeres no cree ser cosa fácil guardar la virginidad; ni quien es ladrón cree que haya quienes fácilmente den de lo suyo, del mismo modo, los que diariamente se atosigan con mil inquietudes, no pueden con facilidad aceptar esta doctrina.

Pero que haya muchos que han llegado a esta perfección, lo puedo demostrar con los que en este tiempo nuestro han seguido semejante género de vida. Por lo que hace a vosotros, os baste con que aprendáis a no dejaros llevar de la avaricia y saber que es bueno hacer limosnas y que es necesario dar de nuestros bienes. Si esto haces, carísimo, llegarás hasta aquella perfección pronto. Mientras tanto, echemos lejos aquella pompa superflua, y contentémonos con una medianía, y sepamos que mediante el trabajo honrado hemos de adquirir lo que tengamos; pues el bienaventurado Bautista, cuando hablaba con los recaudadores y los soldados, les ordenaba que se contentaran con sus estipendios y sueldos. Quería levantarlos a otro género de vida; pero por no estar aún preparados, los exhortaba a cosas de menos perfección. Si les hubiera propuesto cosas más altas, no le habrían atendido y ni aun esas menos perfectas habrían practicado.

Ejercitémonos, pues, también nosotros en éstas. Entre tanto, sabemos que eso de dejar los bienes, es carga más pesada de lo que podéis llevar; y que tanto cuanto dista el cielo de la tierra, así de lejos estáis de semejante virtud. Practiquemos, pues, a lo menos los últimos preceptos, cosa de no pequeño consuelo, ya que aún entre los griegos algunos practicaron ese medio y modo de vivir que decíamos; y lo abandonaron todo, aunque no con los rectos propósitos que era debido. Nosotros nos contentaremos con que en dar limosna seáis generosos; pues si esto hacemos, pronto subiremos a aquella perfección. Pero si ni esto hacemos ¿de qué perdón seremos dignos, pues ordenándosenos superar a los santos de la Ley Antigua, ni siquiera igualamos a los filósofos helenos?

¿Qué alegaremos, si debiendo ser como los ángeles y los hijos de Dios, ni siquiera parecemos hombres? Porque robar lo ajeno y andarlo anhelando, no es propio de la mansedumbre del hombre, sino de la crueldad de las fieras. Más aún: los que arrebatan lo ajeno son peores que las mismas fieras. Porque en las fieras es la naturaleza la que ha puesto eso; pero nosotros, adornados con el don de la razón, que contra lo natural nos deslizamos a tanta bajeza ¿de qué perdón gozaremos?

Considerando, pues, la alteza del género de virtud que se nos propone, lleguemos siquiera a un término medio, para librarnos del futuro castigo y luego adelantaremos en ese camino hasta llegar a la cumbre de todos los bienes. Ojalá todo esto lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXIX





Crisóstomo - Mateo 20