Crisóstomo - Mateo 26

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HOMILÍA XXVI (XXVII)

Habiendo entrado en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le suplicaba y decía: Señor, mi siervo yace en casa paralitico, gravemente atormentado (Mt 8,5).

EL LEPROSO se acercó a Cristo cuando éste bajaba del monte; y por el contrario el centurión se le acerca al ir a entrar en la ciudad de Cafarnaúm. ¿Por qué ni aquél ni éste se le acercaron cuando estaba allá en el monte? No fue por desidia, pues ambos tenían una fe ardiente, sino para no interrumpirlo mientras enseñaba. Y acercándosele le dijo: mi siervo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Afirman algunos que el centurión, como excusándose, alegó el motivo de traer consigo al siervo. Porque no podía, dice, ser llevado estando paralítico y gravemente atormentado y exhalando el 'último aliento. Porque Lucas refiere que se encontraba en tal extremo que estaba para morir.

Por mi parte, yo pienso que lo hizo dando señales de su gran fe, mucho mayor que la de aquellos que por el techo descolgaron al otro paralítico. Como sabía bien que el solo mandato del Señor podía levantar del lecho al enfermo, le pareció inútil llevarlo. ¿Y qué hace Jesús? Hizo ahora lo que nunca antes había hecho. Como en todas partes se acomodaba a la voluntad de los suplicantes, aquí, sin embargo, se adelanta y no sólo promete curar al enfermo, sino ir personalmente a la casa. Y lo hace para que conozcamos la fe del centurión. Si no hubiera prometido esto, sino que le hubiera dicho: Vete, que tu siervo está sano, no conoceríamos la virtud del centurión. Lo mismo hizo en el caso de la sirofenicia, pero por modos contrarios.

En el caso presente, sin ser invitado, espontáneamente promete ir a la casa, para que veas la fe y la gran humildad del centurión. En cambio a la sirofenicia le niega el don que pide y la orilla a la duda, a ella que persevera en pedir. Siendo él médico sagaz y perito, sabe sacar de las cosas contrarias efectos opuestos. Aquí descubre la fe del centurión prometiéndole espontáneamente ir a su casa; allá, mediante una larga tardanza y aun repulsa, nos descubre la fe de aquella mujer. Lo mismo hizo con Abrahán cuando le dijo: No lo ocultaré a mi siervo Abrahán, para descubrirte y enseñarte cuánto lo amaba y cuán grande providencia tenía de Sodoma. También los ángeles enviados a Lot no querían entrar en su casa, para darte así noticia de la hospitalidad de aquel justo.

¿Qué dice, pues, el centurión? Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Oigámoslo todos cuantos queremos recibir a Cristo, porque también ahora es posible recibirlo. Oigámoslo e imitémoslo, y recibamos a Cristo con el mismo fervor. Di una sola palabra y mi siervo será curado. Observa cómo el centurión, lo mismo que el leproso, tienen una opinión verdadera respecto de Cristo. Pues tampoco éste dice: ruega, ni suplica, sino únicamente manda. Y luego, temeroso por modestia, de que Cristo se negara, añadió: Porque también yo soy un subordinado; pero bajo mi mando tengo soldados y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace.

Preguntarás: pero ¿qué se concluye de aquí, si es que el centurión solamente sospechaba el poder de Cristo? Porque lo que se quiere saber es si Cristo lo proclamó y confirmó. ¡Bella y prudentemente lo preguntas! Investiguémoslo, pues. Desde luego encontramos que aquí sucedió lo mismo que en el caso del leproso. En éste, dijo el leproso: Si quieres. Y se confirma el poder de Cristo no sólo por lo que dice el leproso, sino también por las palabras de Cristo; puesto que no sólo no refutó la opinión del leproso, sino que la confirmó añadiendo algo que parecía superfluo, cuando dijo: Quiero, sé limpio, para dar firmeza a la dicha opinión. En el caso del centurión es necesario igualmente examinar si acaso Cristo también lo confirma en su opinión: encontraremos que sucedió lo mismo.

Porque apenas terminó de hablar el centurión y dio testimonio de la gran potestad de Cristo, éste no sólo no lo reprendió, sino que lo aprobó y aun hizo algo más. Porque el evangelista no dice solamente que Cristo alabó sus palabras, sino que, dando a entender lo altísimo de su alabanza, dice que Cristo se admiró; y que estando presente todo el pueblo, se lo propuso como ejemplo para que lo imitaran. ¿Observas cómo todos los que testificaban el poder de Cristo lo hacían con admiración?

Y las turbas se espantaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad. Y El no sólo no los reprende, sino que baja con ellos del monte, y con la curación del leproso los confirma en su opinión. El leproso decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y Cristo no lo corrigió, sino que procedió como el leproso le decía, y así lo curó. También acá el centurión decía: Di sólo una palabra y mi siervo será curado. Y Cristo con admiración le dijo: No he encontrado fe tan grande en Israel. Puedes conocer lo mismo en un ejemplo contrario. Nada igual a eso dijo Marta, sino todo al revés: Yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará? Pero Cristo no la alabó, a pesar de que era su conocida y que ella mucho lo amaba y era una de las que diligentemente le servían. Al revés, la corrigió porque no se expresaba bien. Y así le dijo: ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?, con lo que la corregía por no haber creído aún. Y como ella decía: Yo sé que cuanto pides a Dios, Dios todo te lo otorga, la aparta de semejante opinión, y le enseña que El no necesita suplicar a otro, sino que es la fuente de todo bien. Y le dice: Yo soy la resurrección y la vida.

Como si dijera: Yo no tengo que esperar de otro la fuerza para proceder, sino que todo lo hago por mi propia virtud. Tal es pues el motivo de admirarse del centurión; y así lo ensalza sobre todo el pueblo y le da el honor del reino y excita a los demás a imitarlo. Y para que veas que Cristo lo dijo para enseñar a los demás la misma fe, advierte la diligencia del evangelista y cómo lo deja entender cuando dice: Volviéndose Jesús, dijo a los que lo seguían: no he encontrado tan grande je en Israel. De manera que pensar excelentemente de Cristo es lo más propio de la fe, y es lo que nos acarrea el reino de los cielos y todos los otros bienes.

La alabanza de Cristo no consistió en solas palabras, sino que por su fe le restituyó sano al enfermo y a él lo ciñó con una brillante corona, y le prometió grandes dones con estas palabras: Muchos vendrán, del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán arrojados juera. Como ya había hecho muchos milagros, en adelante habla a las turbas con mayor confianza y libertad. Y luego, para que nadie creyera que tales cosas decía por adulación, y además para que todos vieran que el ánimo del centurión era sincero, le dijo: Ve, hágase contigo según has creído. Y al punto se siguió el milagro, como testimonio de la sinceridad de ánimo y voluntad del centurión. Y en aquella hora quedó curado el siervo. Lo mismo que sucedió con la sirofenicia. Pues a ésta le dijo: Mujer, grande es tu fe, hágase como tú quieres. Y sanó su hija?

Mas como Lucas, refiriendo este milagro, pone otras muchas circunstancias que ofrecen cierta dificultad, tenemos que examinarlas y resolver la dificultad. ¿Qué dice Lucas? Que el centurión echó por delante a los ancianos de los judíos que rogaran a Jesús ir a su casa. Mateo, en cambio, dice que él personalmente se acercó y le dijo: Yo no soy digno. Hay quienes afirman tratarse de dos centuriones, aunque hay muchos rasgos semejantes. De uno se dice: Nos ha edificado una sinagoga y ama a nuestro pueblo; del otro dice Jesús: No he encontrado fe tan grande en Israel. Del primero se dice: Vendrán muchos del Oriente, por lo que es verosímil que fuera judío.

¿Qué diremos nosotros? Que esa solución es fácil. Pero preguntamos si acaso es también verdadera. Por mi parte, creo que es un solo centurión. Dirás: ¿cómo es entonces que Mateo lo pone diciendo: Yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mientras que Lucas afirma que envió emisarios a Jesús, para que lo llamaran a su casa? Creo yo que Lucas da a entender la adulación de los judíos y la inestabilidad de los hombres que se encuentran en adversidades y cómo cambian pronto de pareceres. Es natural que cuando el centurión quería partirse, lo detuvieran los judíos adulándolo y diciéndole: Nosotros iremos y lo traeremos. Observa sus palabras llenas de adulación, pues le decían a Jesús: Ama a nuestro pueblo y aun nos ha construido una sinagoga. No saben cuál es el capítulo de alabanzas para el centurión. Cuando debían decir a Jesús: Quería él venir personalmente a suplicarte, pero nosotros se lo impedimos considerando su aflicción y viendo en el lecho al enfermo. Y de este modo manifestar la fe del centurión. Pero nada de eso dicen a Cristo. No querían, movidos de envidia, hacer resaltar la fe del centurión; y por esto prefieren ocultar la virtud de aquel por quien se acercaban a suplicar, para que no apareciera ser persona de valer el que rogaba ni llevara a cabo el negocio a que iban, exaltando su fe. Porque suele la envidia oscurecer el entendimiento.

Jesús, en cambio, que conoce los secretos de los corazones, exaltó, contra la voluntad de los judíos, la fe del centurión. Y que esto sea la verdad, oye cómo lo interpreta Lucas cuando dice que como Jesús estuviera lejos, le envió unos mensajeros que le dijeran: Señor, no te molestes, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Una vez que el centurión se vio libre de la molestia de los judíos, entonces envió a Jesús a algunos que le dijeran que él no se juzgaba digno de recibirlo en su casa. Y aunque Mateo afirme que esto lo dijo no por medio de amigos, sino personalmente, esto no importa. Lo que importa y se investiga es solamente si ambos varones declararon su fervoro, su voluntad y tuvieron la debida opinión respecto de Cristo.

Por otra parte, es verosímil que el centurión, tras de haber enviado a sus amigos, viniera personalmente y repitiera lo mismo: cosa que si no la dijo Lucas, tampoco la afirmó Mateo. No se contradicen, pues, en la narración, sino que uno refiere lo que el otro omitió. Observa además cómo Lucas por otro camino enaltece la fe del centurión diciendo: Estaba a punto de morir el siervo, lo cual no hizo que el centurión desesperara ni le quitó la confianza, pues aun así confió en que el criado recobraría la salud. Y si Mateo afirma que Cristo dijo de él que no había encontrado en Israel fe tan grande, con lo que declara que el centurión no era israelita, Lucas asegura que había construido una sinagoga para los judíos: no se opone lo uno a lo otro. Pudo, sin ser judío, construirla y amar a la nación judía.

Por tu parte, no pases de ligero sus palabras, sino ten en cuenta su dignidad de centurión, y así apreciarás mejor su virtud. Generalmente la soberbia de quienes obtienen prefecturas es tal que ni aun en las desgracias se humillan. Así, el otro que menciona Juan, llama a Jesús a su casa y le dice: Baja antes de que muera? No así éste, sino que se muestra más excelente que aquél y que los que por el techo descolgaron al enfermo. Porque no exige la presencia corporal de Cristo ni lleva al enfermo hasta el médico (cosa que ya indica estima grande de su poder), sino que, apoyado en la opinión suya, consentánea con lo que a Dios conviene, le dice: Di sólo una palabra. Y aun antes, al principio, no dijo: Di una palabra, sino que solamente declaró lo de la enfermedad; pues por su mucha humildad pensaba que Cristo no accedería a su petición al punto, sino que iría a su casa. Y así, cuando le oyó decir: Yo iré y lo curaré, entonces le dijo: Di sólo una palabra.

No lo perturbó tanto su aflicción que no discurriera en medio de su tristeza; y no miraba tanto a la salud de su siervo como a no hacer él nada que fuera menos conveniente. Y eso que él no lo pedía, sino que fue Cristo quien se ofreció. Aun así, temió recibir más de lo que su dignidad merecía e ir a propasarse. ¿Adviertes su prudencia? Considera la necedad de los judíos que dicen: Merece que le hagas esto. Cuando lo conveniente era acudir a la misericordia de Jesús, ellos echan por delante la dignidad del centurión, y ni siquiera saben en qué forma ponérsela delante. No procedía lo mismo el centurión, sino que en absoluto se confesaba indigno no sólo del beneficio, sino aun simplemente de recibir a Cristo en su casa.

Por tal motivo, cuando dijo: Mi siervo está en cama, no añadió: ¡Di! pues temía no ser digno de aquel favor. Lo único que hizo fue declarar su desgracia. Y cuando vio que Cristo se disponía a ir a su casa, ni aun entonces se avorazó a lo que se le ofrecía, sino que se contuvo en los límites de lo conveniente. Si alguno dijere: ¿Por qué Cristo no lo honró igualmente? yo respondería que en realidad le confirió un grande honor a su vez. En primer lugar, declarando su buena inclinación y voluntad, la cual quedó manifiesta, sobre todo en no ir a su casa. En segundo lugar, porque lo introdujo en el reino y lo exaltó sobre todo el pueblo judío. Como el centurión se había juzgado indigno de recibir a Cristo en su casa, se hizo digno aun del reino y alcanzó las mismas bendiciones y bienes que Abrahán.

Preguntarás por qué motivo el leproso, que dio mayores testimonios que el centurión, no fue alabado. Porque él no dijo: Di una palabra, sino lo que es mucho más: basta con que quieras, que es lo que el profeta dice acerca del Padre: Hizo todo lo que deseó. La realidad es que también el leproso fue alabado. Pues cuando Cristo le dijo: lleva la ofrenda que mandó Moisés para testimonio de ellos, no fue otra cosa sino decirle: tú serás su acusador, pues has creído. Por lo demás, no era lo mismo que un judío creyera y que creyera un gentil. Y que el centurión no era judío, queda ya claro, pues era centurión; y también por lo que dijo Cristo: Ni en Israel he encontrado fe tan grande.

Y era en verdad cosa eximia que un hombre no contado entre los judíos pensase tan altamente de Cristo. Porque esto supone, creo yo, que ya había concebido en su mente los ejércitos del cielo; y que la muerte y las enfermedades y todas las demás cosas estaban sujetas a Cristo, como a él lo estaban los soldados. Y por esto decía: Porque también yo soy súbdito; es decir: tú eres Dios, yo soy hombre. Yo soy súbdito, tú no lo eres. Pues si yo, hombre y súbdito, tan grande poder tengo, mucho mayor lo tendrás tú que eres Dios y de nadie eres súbdito. Porque quiere, alegando la suma preeminencia de Cristo, persuadirlo de que no ha querido poner ejemplo de igual a igual, sino de una cosa altísima en exceso. Si yo, dice, que soy como otro cualquiera de los que son súbditos y vivo sujeto a la potestad de otro, por esta pequeña autoridad que me confiere la prefectura, tengo tanto poder que no se me resiste, sino que cuanto impero, por vario que sea, al punto se pone por obra; y digo a uno ve, y va; y a otro ven, y viene, sin duda tú puedes cosas mucho mayores.

Hay quienes entienden este pasaje de este modo: Leen: Si yo siendo hombre. Y puntúan aquí, y luego continúan: Tengo soldados bajo mi potestad. Pero yo quiero que te fijes en cómo el centurión declara que Cristo manda aun sobre la muerte y como a un esclavo le da órdenes de Señor. Pues cuando dice: Ven, y viene; ve, y va, eso significa. Si tú ordenaras que la muerte no venga sobre mi siervo, no vendrá. ¿Ves cuan lleno estaba de fe? Lo que hasta más tarde sería claro para todos y a todos manifiesto, eso aquí lo hace público el centurión: es a saber, que Cristo tiene potestad sobre la muerte y sobre la vida y que puede llevar hasta las puertas de la muerte y devolver desde ahí. Y no habló sólo de los soldados, sino también de los siervos cuya obediencia es mayor.

Y sin embargo, teniendo fe tan grande, se juzgaba indigno. Pero Cristo, demostrando que sí era digno de que él entrara en su casa, le hace dones mayores, pues lo admira y lo ensalza y le concede más de lo que pedía. Porque vino en busca de la salud corporal para su siervo, pero regresó tras de recibir el reino. ¿Ves cómo ya se va cumpliendo aquello de: Buscad el reina de los cielos y las demás cosas se os darán por añadidura? Por haber demostrado fe grande y humildad, le da el cielo y le añade la salud corporal de su siervo; y no sólo lo honró tan: grandemente de esta manera, sino además manifestándole cómo entraba en el reino tras de ser expulsados otros más importantes.

Por todas estas cosas, declaró Cristo que la salvación proviene, por la fe y no por las obras según la Ley. Y por esto el don de la fe se propone no sólo a los judíos sino también a los gentiles; más aún, a éstos antes que a los otros. Como si dijera: no penséis que esto sólo ha sucedido con el centurión, sino que en todo el orbe sucederá lo mismo. Y lo dijo hablando en profecía acerca de los gentiles y ofreciéndoles la buena esperanza. Porque los que lo seguían eran de Galilea de los gentiles. Decía pues estas cosas para no dejar que los gentiles perdieran ánimo, y para abatir la soberbia de los judíos.

Mas para no herir con estas palabras a los oyentes, ni dar ocasión alguna de eso, no habló de los gentiles antes; sino que ahora toma ocasión del centurión y ni siquiera usa la palabra gentiles. Pues no dijo: Muchos de los gentiles, sino: Muchos del Oriente y del Occidente, con lo que, cierto, significaba a los gentiles, mas no ofendía a los oyentes, pues la sentencia quedaba suboscura. Ni es este el único modo con que suaviza esta nueva e inaudita doctrina; sino que, además, poniendo en vez del reino el seno de Abrahán. No les era conocido este nombre; en cambio mucho más los conmovía el nombre de Abrahán pronunciado. Así lo hizo el Bautista, quien al principio nada dijo de la gehena, sino que trajo al medio lo que más los impresionaba: No queráis alegar: tenemos por padre a Abrahán.

Y para no parecer contrario a las antiguas instituciones, toma además otra providencia. Puesto que quien admira a los patriarcas, y a estar en su seno llama suerte de todos los buenos, quita en absoluto y de raíz semejante sospecha. Y nadie piense que en eso se encierra una sola conminación: tienen ahí los malos un doble suplicio y una doble alegría los buenos. Para los primeros y judíos, no únicamente haber perdido el sitio tan eximio, sino haber perdido lo que por derecho les correspondía; para los segundos y los gentiles, no sólo haber recibido esa porción y suerte, sino haberla recibido cuando no la esperaban. Y aun se les añade una tercera alegría, que es recibir lo que a los otros pertenecía por herencia.

A éstos, para quienes estaba preparado el reino, los llamó hijos del reino, cosa que a los otros les causaba gran dolor. Pues habiendo declarado que los judíos, según la promesa, estaban en el seno de Abrahán, al punto los echa fuera. Y luego, como sus palabras eran una verdadera sentencia, la confirma con el milagro, del mismo modo que los milagros se confirman con la predicción de las cosas que después han sucedido. De manera que quien no creyera que el siervo en aquella ocasión quedó curado, que se mueva a creerlo por la dicha profecía que ya se ha cumplido. Porque la profecía, antes de que se cumpliera, fue de todos conocida por el milagro subsiguiente. Primero predijo esto Jesús y luego curó al siervo paralítico para confirmar lo futuro mediante lo presente, y mediante lo que era más se afianzara lo que era menos. Que los dotados de virtudes gocen bienes y que los viciosos sufran castigos, era algo verosímil para la razón; más aún, es lógico y conforme a las leyes de la justicia. En cambio, sanar y curar a un paralítico, era cosa que estaba sobre las leyes naturales.

Mas para esta tan grande y admirable cosa, no poco aportó el centurión, como el mismo Cristo declaró cuando dijo: Ve y hágase según has creído. ¿Ves cómo la salud restituida al siervo predica el poder de Cristo y la fe del centurión, y confirma la profecía de lo que había de suceder? Pero más aún: todo ahí predicaba el poder de Cristo. Pues no sólo sanó el cuerpo del siervo, sino que también arrastró poderosamente a la fe al alma del centurión, mediante el milagro. Y no consideres únicamente que el uno haya creído y el otro haya sanado; sino admira la rapidez del negocio. La declaró el evangelista diciendo: Y sanó el siervo en aquella hora. Lo mismo que dijo acerca del leproso: y al punto quedó limpio. Mostró Cristo su poder no sólo sanándolos, sino haciéndolo de un modo inesperado y en un instante.

Ni sólo de este modo se muestra útil y ayuda, sino además porque con frecuencia, al tiempo en que obra el milagro, habla del reino de los cielos y a todos los atrae a él. Cuando amenazaba con que los judíos serían echados del reino, no los amenazaba para que en realidad fueran expulsados, sino para que mediante el temor, con sus palabras los atrajera al reino. Si ellos de esto no se aprovecharon, crimen fue suyo y de cuantos padecieron la misma enfermedad. Porque esto no aconteció a sólo los judíos, sino aun a muchos de los que creyeron. Judas era hijo del mismo reino y junto con los discípulos oyó aquellas palabras: Os sentaréis sobre doce tronos; y sin embargo, se hizo hijo de la gehena. En cambio, el bárbaro aquel, el etíope, como fuera del número de los que vinieron de Oriente y de Occidente, recibirá la corona juntamente con Abrahán, Isaac y Jacob.

Lo mismo sucede ahora. Pues dice: Muchos primeros serán postreros; y los postreros, primeros. Díjolo a fin de que ni los unos se descuiden pensando que ya no pueden volver atrás, ni los otros se confíen como si ya estuvieran firmes. Lo mismo predijo Juan desde el principio: Poderoso es Dios para de estas piedras suscitar hijos de Abrahán. Como esto tenía que suceder, se predice con mucha antelación a fin de que nadie se turbe con la novedad del negocio. Sólo que Juan, como hombre que era, lo dijo como posible; pero Cristo lo dijo como que en absoluto iba a suceder y dio la demostración mediante los milagros.

En consecuencia, no nos fiemos aun cuando estemos en pie, sino digámonos a nosotros mismos: El que cree estar en pie, mire que no caiga? Tampoco los que yacemos por tierra desesperemos, sino digamos: ¿Por ventura el que cae no se levantará? Muchos que se habían levantado hasta la cumbre de los cielos, que habían demostrado grande paciencia y se habían retirado al desierto, y nunca, ni en sueños, habían visto a una mujer, vencidos a causa de pequeñas negligencias, fueron arrojados al abismo de la perversidad. Otros, por el contrario, desde ese abismo han subido hasta el cielo, y del teatro y las representaciones se han convertido a una vida angélica y han alcanzado tan grande virtud que aún echaban los demonios y hacían otros muchos milagros. De semejantes ejemplos están llenas las historias, llenas también las Sagradas Escrituras.

Incluso hombres fornicarios y dados a la molicie, ya cierran la boca a los maniqueos que afirman estar la perversidad connaturalizada con el hombre, con lo que hacen la obra del demonio y ponen desaliento a quienes desearían dedicarse a la virtud, y destrozan del todo la vida. Porque quienes se esfuerzan en persuadir tales cosas, no sólo destruyen en absoluto lo futuro, sino que, en cuanto está de su parte, destrozan y revuelven también la vida presente. Pues ¿cómo quien vive en la maldad se empeñará en la virtud, si está persuadido de que no puede volver a este género de vida virtuoso, si no cree que pueda hacerse mejor? Si ahora, estando establecidas las leyes, promulgados los suplicios, puesta delante la gloria que podría alentar a muchos; ahora, digo, con el temor de la gehena y la promesa del reino; ahora, cuando se reprende a los malos y se ensalza a los buenos, apenas hay quien quiera entregarse al trabajo de la virtud; si todo eso quitamos de delante ¿qué impedirá que todo se hunda?

Observando, pues, el engaño y perversidad diabólica; y que semejantes hombres, lo mismo contra quienes quieren afirmar las leyes del hado que contra los legisladores civiles plantan sus opiniones, y contra los oráculos divinos y contra el natural raciocinio y contra la común opinión de todos los hombres, aun de los bárbaros, los escitas, los tracios y en contra de toda la humanidad, vigilemos, carísimos, y apartémonos de todos aquellos y caminemos por el sendero estrecho con temblor y confianza: con temblor, a causa de los precipicios que a un lado y otro se abren; con suma confianza, por el guía que tenemos, Cristo Jesús.

Caminemos como sabios y vigilantes. Si alguien dormitara un poco, se perdería. No tenemos la perfección de David, y éste, por un pequeño descuido, se arrojó al precipicio del pecado, aunque al punto se levantó. No veas, pues, en él únicamente al que peca, sino también al que lava su pecado. Semejante historia no fue escrita únicamente para que veas la caída, sino para que aprendas cómo has de levantarte después de la caída. Así como los médicos describen en sus libros las más graves enfermedades y así enseñan a otros el método de curación, para que, ejercitados en las dolencias mayores, más fácilmente dominen las menores, del mismo modo Dios nos puso delante esos gravísimos pecados, para que quienes han caído en faltas pequeñas encuentren en el ejemplo de aquéllos un modo más fácil de enmienda. Si las grandes caídas tuvieron remedio, mucho más lo tendrán las menores.

Veamos cómo enfermó y cómo recobró la salud aquel bienaventurado varón. ¿Cuál fue su enfermedad? Fornicó y asesinó. Porque no me avergüenzo de publicarlo en alta voz. Si el Espíritu Santo no creyó ser torpe publicar toda esa historia, mucho menos debemos nosotros referirla de un modo oscuro. De modo que no solamente la predicaré, sino que añadiré algo más. Quienes tales cosas ocultan oscurecen las virtudes de aquel varón; y así como callando sus batallas contra Goliat se le privaría de no pequeña corona, así lo mismo harían quienes pasaran por alto esta historia.

¿No estoy diciendo algo inesperado? Mas esperad un poco y veréis que con todo derecho sacamos a luz la dicha historia. Para eso explico claramente ese pecado y por tan desusados caminos del discurso, para preparar así remedios más abundantes- ¿Qué es pues lo que propongo? La virtud de este varón, cosa que hace aún más grave su pecado. Porque el juicio que se haga en aquel día no es uno mismo para todos los hombres, pues dice la Escritura: Los poderosos serán poderosamente atormentados.- Y también: El siervo que conociendo la voluntad de su amo no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotes. De modo que el mayor conocimiento es causa de mayor castigo. Así el sacerdote que cae en pecados iguales a los de sus inferiores, sufrirá penas no iguales, sino mayores.

Quizá vosotros, al ver cómo amplifico el pecado de David, teméis y os aterrorizáis y os admiráis de verme caminar como por el borde de un precipicio. Pero yo confío de tal manera en la virtud de este justo y en sus méritos, que aún voy a pasar más adelante, pues cuanto más exagere su crimen, tanto mayores alabanzas podré dedicarle. Preguntarás: pero ¿es que puedes decir algo mayor todavía? Y mucho mayor por cierto. Así como el pecado de Caín no fue sólo de asesinato, sino mucho peor que muchos asesinatos, pues dio muerte no a un extraño, sino a un hermano suyo; y a un hermano que ningún mal le había hecho, sino al revés, había sido dañado por él; y no tras de haberse cometido muchos asesinatos, sino siendo él el primero que inventó aquel execrable crimen, así en este otro ejemplo de que venimos tratando, el crimen no fue solamente un asesinato. Porque el homicida no fue un hombre vulgar, sino un profeta; y mató no a quien le infería daño, sino a quien él mismo había dañado, puesto que la víctima ya había sido dañada a causa del adulterio del profeta con la esposa de aquél: de modo que añadió este pecado.

¿Veis cómo no perdono a este varón aunque justo? ¿cómo sin ambages ni disimulos refiero y cuento sus crímenes? Pues bien: confío en tal manera en su defensa, que tras de tal montaña de crímenes, quisiera tener presentes a los maniqueos, que traen y llevan sobre todo este hecho, y a los marcionistas, para egregiamente refutarlos. Afirman ellos que David fue adúltero y fue asesino. Pues yo afirmo que no sólo fue eso, sino que, como ya demostré, fue dos veces asesino: tanto porque la víctima ya había sido dañada por él, como por la alta dignidad del matador. Puesto que no es lo mismo que cometa semejante crimen un hombre que ha recibido el Espíritu Santo, ha sido colmado de tan grandes beneficios y ha llegado a tal potestad y a edad tal, y que lo cometa otro hombre que nada de eso posee.

Pero precisamente por aquí aparece más admirable David y más esforzado varón, pues caído en el abismo de la maldad, no perdió el ánimo, no desesperó, no se dejó caer totalmente aunque herido con herida mortal por el demonio; sino que pronto, más aún, al punto y con gran vehemencia, causó al diablo una herida mayor que la por él recibida. Es como si en una batalla, un bárbaro cualquiera hubiera clavado una pica en el corazón o en las entrañas de un esforzado milite y aun le hubiera añadido una segunda mortal herida; pero al punto el herido, salpicado todo de sangre de las heridas, se levantara y blandiendo su pica, pasara de parte a parte a su enemigo y lo dejara instantáneamente caído en tierra y muerto.

Lo mismo es el caso presente. Cuanto más exageréis la herida causada a David, tanto más pondréis de manifiesto el admirable ánimo del herido, puesto que tras de tan grave herida pudo levantarse y presentarse en el frente mismo de la barricada y derribar al enemigo. De cuán grande esfuerzo esto necesite, lo saben quienes han caído en graves pecados. No es de un ánimo tan esforzado y ardoroso el llevar a cabo la empresa caminando derechamente y así recorrer el estadio completo, puesto que lleva como compañera la buena esperanza que lo espolea y excita sus nervios y le comunica presteza, como lo es el de quien es-forzadísimamente, tras de mil coronas, trofeos y victorias, ha caído peligrosamente, pero vuelve a continuar su carrera.

Para mayor claridad de lo que digo, procuraré poneros delante otro ejemplo no inferior al que precede. Piensa en un patrón de nave que ha recorrido mares infinitos, el cual tras de tan largas navegaciones y muchas tempestades, escollos y oleajes, con abundante cargamento de mercancías, acaba por naufragar en el puerto mismo. ¿Con qué ánimo quedará para futuras navegaciones y nuevos peligros de mar? ¿Querrá en adelante, si no es de valerosísimo ánimo, si siquiera ver jamás un litoral, un puerto, una nave? Yo pienso que no, sino al revés, sino que yacerá oculto, convirtiendo los días en noches a causa de la tristeza, falto de toda esperanza, y preferirá llevar una vida de mendigo a de nuevo afrontar los anteriores trabajos.

No procedió así este varón bienaventurado. Sino que, tras de tan horroroso naufragio, tras de trabajos y sudores tan graves, no permaneció oculto, sino que de nuevo sacó al mar su nave y desplegó las velas, y tomó el timón y soportó nuevos trabajos y consiguió más abundantes riquezas que anteriormente. Pero, si es cosa admirable ponerse en pie y no quedarse tendido por tierra y el entusiasmarse de nuevo y llevar a cabo tales esfuerzos ¿de cuántas coronas será digno? Y había muchos motivos que lo empujaban a la desesperación. Desde luego, la grandeza de su pecado. Además, el haberle sucedido no en la edad juvenil, cuando la esperanza de la conversión es mayor, sino cuando ya su edad declinaba. Un comerciante que naufraga al salir del puerto, no se duele tanto como el que tras de largas navegaciones, al fin se estrella contra un escollo. En tercer lugar, el que esto le sucediera tras de haber reunido tantas riquezas espirituales. Porque para entonces tenía ya no pequeño cargamento de virtudes, como eran las de las empresas de su adolescencia, la lucha contra Goliat cuando reportó tan espléndida victoria, la mansedumbre que ejercitó con Saúl. Porque manifestó una magnanimidad ya evangélica, al tener infinitas veces en sus manos a su enemigo y perdonarlo siempre; y al preferir perder su patria, su libertad y aun su vida, antes que dar muerte al que injustamente le ponía asechanzas.

Y una vez que alcanzó el reino, llevó a cabo muchas buenas obras no pequeñas. Añádase la general estima en que se le tenía, pues podía causarle no poca perturbación el haber caído de gloria tan alta. No lo rodeaba de tan grande esplendor la púrpura, cuanto lo cubría de vergüenza la mancha de pecado tan feo. Sabéis vosotros cuan amargo es que nuestros pecados se divulguen y cuánta magnanimidad se requiere para que un hombre acusado de tantos delitos y que tiene como testigos de sus crímenes un número tan grande de hombres, no decaiga de ánimo. Pues bien: el fervoroso David arrancó de su alma todos esos dardos; y en adelante brilló de tal manera, de tal modo lavó las manchas, tan limpio se presentó, que aún logró el perdón de sus pósteres, después de muerto; hasta el punto de que Dios dijo de él lo mismo que había dicho de Abrahán, y aun mucho más. Del patriarca dijo: He recordado mi alianza con

Abrahán. En cambio acerca de David no habla de alianza. ¿Qué es lo que dice?: Yo protegeré a esta ciudad por mi siervo David. Ni permitió Dios que Salomón, que tantos crímenes había cometido, perdiera el reino, por su benevolencia para con David. Y llegó a tanto la estima, que después de muchos años, Pedro en su discurso a los judíos, vino a decir: Séame permitido deciros con franqueza del patriarca David que murió y fue sepultado. Y Cristo, hablando a los judíos, declara que David, aun después de su pecado, mereció tan grande gracia de! Espíritu Santo que se le concedió profetizar su divinidad. Y cerrándoles por aquí la boca, decía: Pues ¿cómo David en espíritu lo llama Señor diciendo: Dijo el Señor a mi señor: siéntate a mi diestra?

Sucedió además con David lo mismo que había sucedido con Moisés. Pues así como Dios a pesar de Moisés castigóle a su hermana María, por haber ésta injuriado a su hermano, y lo hizo porque en gran manera amaba al hombre santo; del mismo modo, a pesar de David, lo vengó de su hijo rebelde. Todo lo precedente, aparte de otras muchas cosas, declara suficientemente la virtud de David. Pues cuando Dios da su sentencia, nada queda por examinar. Ahora, si queréis conocer más en particular sus virtudes, pueden ver quienes lean la historia de las hazañas que llevó a cabo después de su pecado, su gran confianza en Dios y cómo Dios benevolente lo favoreció y cómo adelantó en las virtudes y cuan correctamente vivió hasta el fin de su vida.

Enseñados con estos ejemplos, vigilemos y cuidemos de no caer. Pero si alguna vez sucede que caigamos, no permanezcamos caídos. Porque no he expuesto el pecado de David para haceros desidiosos, sino para poneros temor. Si este justo por haberse descuidado un poco, tantas heridas recibió ¿qué no sufriremos nosotros que cada día nos damos a la pereza? No pienses que él cayó para que tú seas negligente. Más bien considera cuántas y cuan grandes obras hizo después. Cuántas lágrimas derramó. Cuan grande penitencia hizo días y noches, y lavó con el llanto su lecho y anduvo vestido de cilicio. Pues si él tan sincera y profundamente se convirtió ¿cómo podremos nosotros alcanzar la salvación, nosotros que tras de tantos pecados, no nos compungimos ni dolemos? Quien está armado de muchas buenas obras, puede por ellas lograr el perdón de sus pecados; pero el que va desarmado, sea cual fuere el dardo con que el demonio lo acometa, recibirá una herida mortal.

Pues para que esto no suceda, armémonos de buenas obras; y si acaso cometimos algún pecado, purifiquémonos al punto. Todo con el objeto de que, una vez pasada la vida presente, en actos de glorificación a Dios, disfrutemos de la futura. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

XCIV



HOMILÍA XXVII (XXVIII)

Habiendo entrado Jesús en la casa de Pedro, halló a la suegra de éste que yacía en el lecho con fiebre. La tomó de la mano y la fiebre la dejó y ella se levantó y se puso a servirles (Mt 8,14-15).

MARCOS, PARA significar el tiempo, usó la expresión: al punto. Pero Mateo solamente notó el milagro, pero no el tiempo. Hay quienes dicen que la enferma le suplicó la salud, pero Mateo también esto lo calló. Sin embargo, no hay discrepancia alguna; sino que lo uno es propio de quien abrevia, lo otro de quien amplifica. Mas ¿por qué Cristo entró en la casa de Pedro? Yo pienso que fue para comer. Parece significarlo el evangelista al anotar que: ella se levantó y les servía. Porque Cristo solía ir a la casa de sus discípulos como se ve en Mateo, cuando éste lo invitó. Los honraba de esta manera, para tornarlos más empeñosos. Considera en este paso la reverencia de Pedro para con Cristo. Teniendo él a su suegra en el lecho, en casa, con alta fiebre, no llevó a Jesús a su morada, sino que esperó a que se terminara la explicación doctrinal y a que fuera sanando a todos los demás; y finalmente cuando Jesús entró en su casa entonces le rogó. De este modo Cristo le iba enseñando a posponer los negocios de los demás a los propios.

De manera que no fue Pedro quien introdujo a Jesús en la casa, sino fue Jesús quien espontáneamente penetró en ella. Y esto después de que el centurión le había dicho: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Declaró con eso cuan grato le era el discípulo. Considera qué clase de viviendas eran las de los pescadores; pero Cristo no tuvo a menos entrar en ellas, para enseñarnos a pisotear todo fausto humano. Advierte cómo a veces sana con sólo una palabra, a veces alarga la mano, a veces hace ambas cosas, llevando la medicina hasta a los ojos. No quería hacer siempre los milagros de un modo espectacular. Por de pronto convenía ocultarse, sobre todo si estaban presentes los discípulos, quienes por el gozo extremo que les causaban los prodigios, todo lo habrían divulgado. Una cosa es manifiesta: que desde que bajó del monte ordenó a sus discípulos que nada publicaran.

Tocó pues el cuerpo de la enferma, y no sólo apagó la fiebre, sino que le devolvió la completa salud. Como la enfermedad no era grave, mostró su poder en el modo de curarla. Lo hizo de tal manera como no lo habría podido hacer la medicina. Porque ya sabéis que cuando la fiebre desaparece, se necesita largo tiempo para que los enfermos vuelvan a su primer vigor. Este modo especial no lo usó Jesús solamente aquí. También lo usó en el mar, cuando no únicamente aplacó los vientos y la tempestad, sino que al punto reprimió la hinchazón de las olas, cosa también insólita; pues aun cuando cese la tempestad, por largo tiempo continúa el fluctuar de las olas. Ese modo lo declaró el evangelista diciendo: Se levantó y les servía. Era esto al mismo tiempo señal del poder de Cristo y del agradecimiento y cariño de la mujer para con Cristo.

Otra cosa notamos aquí: que Cristo concede la salud a unos por la fe de los otros. En este caso otros eran los que rogaban y no el enfermo, como también en el caso del centurión. Concedía este género de gracias por ruegos de otros, con tal de que quien era curado también creyera, cuando el enfermo no podía ir personalmente a Cristo, o cuando por ignorancia el enfermo aún no tenía una alta idea de Cristo, o bien cuando el enfermo no tenía aún edad suficiente.

Ya atardeciendo, le presentaron muchos endemoniados y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. ¿Ves cómo ha crecido en seguida la fe de las multitudes? Pues ni aun haciéndoseles tarde querían apartarse; ni les parecía tiempo inoportuno la tarde para llevar a sus enfermos. Considera cuán grande cantidad de los que fueron curados pasan en silencio los evangelistas, sin contarlos uno a uno; sino que refieren con sola una palabra el piélago inmenso de milagros.

Y para que no engendrara incredulidad la grandeza del prodigio, como fue el que curara y dejara sanos a tantos y de tan varias enfermedades y en brevísimo tiempo, el evangelista aduce el testimonio del profeta, declarando con esto que tenemos en la Escritura la demostración grande de todas las cosas, demostración de no menos valor que el de los milagros. Dice, pues, cómo Isaías ya lo había profetizado cuando aseveró: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo Isaías que las destruyó, sino tomó, cargó. Me parece que esto lo dice el profeta más bien de los pecados que no de las enfermedades. Y consuena con el profeta la sentencia del Bautista: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Entonces ¿por qué aquí lo pone el evangelista, tratando de las enfermedades? O bien por seguir la costumbre de los historiadores, o bien para indicar que la mayor parte de las enfermedades provienen de las culpas del alma. Si la muerte, que es como la cabeza de todas ellas, trajo su origen del pecado original, mucho más las enfermedades que de ahí nacieron, puesto que de ese pecado proviene el que seamos pasibles.

Viendo Jesús grandes turbas en torno suyo, dispuso partir a la otra ribera. ¿Ves cuan ajeno se halla de la ostentación? Los otros evangelistas refieren que increpaba a los demonios para que no dijeran quién era; pero aquí Mateo dice que él mismo apartó a la turba. Lo hizo para enseñarnos a ser modestos y también para aplacar la ira de los judíos y adoctrinarnos que nada hiciéramos por vanagloria. Porque no sólo curaba los cuerpos, sino que corregía las almas y las adoctrinaba para la virtud. Se manifestaba así con ambos poderes: curando los cuerpos y en nada procediendo por fausto. Muchos lo seguían atraídos por el amor y la admiración, y anhelando contemplarlo sin interrupción. Porque ¿quién se iba a separar cuando tantos milagros hacía? ¿quién no iba a querer contemplar el rostro de quien tales maravillas obraba?

Porque no era solamente admirable por los prodigios, sino que su sola presencia expandía gracia. Lo indicó el profeta diciendo: El más hermoso de los hijos de los hombres. Y aunque Isaías dice: No hay en él parecer, no hay hermosura que pueda verseé pero lo entiende o bien de la gloria indecible de la divinidad, o bien narrando lo que llevó a cabo en la Pasión y la ignominia al tiempo de la crucifixión; o bien la austeridad que por todo el tiempo de su vida en todo demostró.

Pero no dio orden de pasar a la ribera opuesta, hasta que hubo curado a todos los enfermos. Otra cosa, sin duda que ellos no la habrían tolerado. Así como en el monte estaban presentes no sólo cuando hablaba, sino que luego, cuando callaba, lo seguían, así ahora no se apegaban a él solamente mientras hacía milagros, sino que aún después de los milagros continuaban sacando grande utilidad espiritual aun de sólo contemplar su rostro. Si Moisés tuvo un rostro resplandeciente de gloria; si Esteban tuvo un rostro como de ángel, piensa cuan verosímil es lo grandemente hermoso que aparecería el común Señor de todos. Quizá ahora mismo, muchos de vosotros estáis inflamados con los anhelos de contemplar y ver aquella su figura; pero si queremos podremos verla muy más resplandeciente. Si vivimos practicando la virtud y llenos de confianza, lo recibiremos en las nubes cuando salgamos al encuentro suyo en cuerpo inmortal e incorruptible.

Considera, por otra parte, con cuánta suavidad los aparta, sin espantarlos. No les ordenó: ¡Retiraos!, sino que simplemente dispone que pasen a la otra orilla, dejando la esperanza de que él mismo irá allá al otro lado. Así las turbas le manifestaban mucho amor y lo muy aficionadas a El, y lo seguían. Pero hubo un cierto escriba, individuo esclavo de las riquezas y lleno de arrogancia, que se le acercó y le dijo: ¡Maestro!, ¡te seguiré a dondequiera que vayas! ¿Observas cuán grande es su arrogancia? Parece no querer contarse entre los de la turba; y así, presentándose como si no se le hubiera de tener por uno de tantos, con semejantes disposiciones se acerca. Tales son las costumbres de los judíos: llenas de una intempestiva familiaridad y confianza. Del mismo modo, otro, en cierta ocasión, cuando todos callaban, salió al medio y le dijo: ¿Cuál es el mandamiento primero? El Señor no le corrigió aquella importunidad para enseñarnos a llevar con paciencia a semejantes hombres. Por igual motivo, tampoco reprende en público a quienes pensaban mal, sino que responde a lo que piensan, dejando que ellos a solas comprendan su refutación, y ofreciéndoles una doble utilidad: que caigan en la cuenta de que El conoce los secretos de la conciencia y de que aún dándoles indicios de esto, sus pensamientos queden ocultos, para que tengan oportunidad, si quieren, de arrepentirse: que es lo que aún ahora hace.

Porque este escriba, al ver los milagros y la turba que concurría, esperaba enriquecer mediante los prodigios; y por este motivo anhelaba seguir a Cristo. ¿Cómo queda esto claro? Por las palabras de Cristo, quien no responde a las expresiones materiales del que le habla, sino a su pensamiento Como si le dijera: ¿qué, pues? ¿esperas tú poder amontonar riquezas si vienes conmigo? ¿No ves que yo no tengo ni siquiera donde hospedarme como lo tienen las aves? Porque le dice: Las raposas tienen sus cuevas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza. Tales palabras no eran de quien rechaza, sino de quien corrige la torcida intención y de quien le da opción de seguirlo, si quiere, pero con ese panorama.

Y para que veas la perversidad del escriba, en cuanto esto oyó y quedó así corregido, no contestó: Estoy dispuesto a seguirte. Con frecuencia Cristo en otras ocasiones hace lo mismo: no corrige abiertamente, pero por la respuesta deja ver lo que pensaban sus interlocutores. Al que le dijo: Maestro bueno, y esperaba que con esa adulación lo atraería a su parecer, le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Y cuando le dijeron: Tu madre y tus hermanas están ahí juera y desean hablarte porque los que lo buscaban procedían demasiado humanamente y no querían escucharle las cosas útiles, sino mostrarse como parientes suyos y lograr así una vanagloria, oye lo que les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y a sus hermanos que le decían: Muéstrate al mundo, pues querían de esto sacar alguna gloria vana, les dijo: Mi tiempo no ha llegado aún, pero el vuestro siempre está pronto.

Y también procede al contrario, como cuando le dice a Natanael: He aquí a un verdadero israelita en el cual no hay engaño. Y también: Id y anunciad a Juan lo que oísteis y visteis. Porque aquí no responde a las palabras del que le envió los mensajeros, sino al pensamiento de Juan. También al pueblo le habla según éste pensaba. Pensaban de Juan como si fuera un hombre ligero y versátil y así les corrige ese pensamiento y les dice: ¿Qué habéis salido a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿o a un hombre vestido con molicie?, significándoles con esto que Juan no era un veleidoso, ni tal que con alguna cosa muelle se le pudiera ablandar.

Pues bien: en el caso actual responde igualmente al pensamiento del interlocutor. Considera cuán grande moderación usa. Porque no dice: Tengo habitación, pero la desprecio. Sino que dice sencillamente: No tengo. ¿Observas cuánta exactitud manifiesta juntamente con la suavidad indulgente? Procede lo mismo que cuando comía y bebía y llevaba un tenor de vida al parecer contrario al del Bautista. Porque lo hacía para la salvación de los judíos; o mejor dicho, de todo el orbe; y para cerrar la boca a los herejes y con el anhelo de atraerse a los que estaban presentes.

Otro le decía: Señor, permíteme primero que vaya a enterrar a mi padre. Observa la diferencia. El otro impudente decía: Te seguiré a dondequiera que vayas. Este, en cambio, aun pidiendo una cosa santa y de piedad, le dice: Permíteme. Cristo no se lo permitió. ¿Qué fue lo que le respondió? Deja a los muertos que entierren a sus muertos: tú ven y sigúeme. En todas partes Cristo mira a la voluntad. Preguntarás: ¿por qué no se lo permitió? Porque había quienes cumplieran con esa obra de caridad y el muerto no quedaría sin sepultura; por lo cual no era indispensable apartar al interlocutor de cosas más necesarias.

Y cuando dice: sus muertos, declara que aquel de que trataba no era muerto suyo. Según creo, el muerto era uno de los que no creían. Y si te admiras de que el joven fuera a pedir permiso para una cosa tan necesaria y no la abandonara espontáneamente, admírate mucho más de que, aunque la prohibió Jesús, el joven se quedó con El. Preguntarás: pero ¿acaso no era propio de un hijo ingratísimo eso de no estar presente a las exequias de su padre? Si lo hubiera hecho por desidia, sí era propio de un hijo ingratísimo; pero si urgía una cosa más necesaria, habría sido por el contrario suma perversidad el acudir a las exequias.

Se lo prohibió Jesús, no porque ordenara despreciar el debido honor a los padres, sino para demostrar que nada nos es tan necesario como atender a las cosas del cielo y que en ellas hay que ocuparse con extremada diligencia, y que ni un poco se han de retardar aun cuando las cosas que atraen a otro asunto parezcan en exceso urgentes. ¿Qué cosa más urgente que sepultar a su padre? ¿qué cosa más fácil? Porque no se iba a llevar mucho tiempo. Pues si no es lícito consumir tanto tiempo cuanto se necesita para sepultar a su padre; si no es cosa segura el abandonar las cosas espirituales ni por brevísimo tiempo, piensa ¿de qué penas seremos dignos los que olvidamos y abandonamos casi por tiempo completo los intereses de Cristo y anteponemos vilísimas ocupaciones y aun sin que nada nos surja somos desidiosos?

Conviene admirar la sabiduría de semejante doctrina; doctrina que a este joven tan fuertemente lo enclavó y adhirió a la palabra de Cristo; pero además lo libró de muchos males y llantos y luto y las demás consecuencias. Puesto que tras de lar sepultura era necesario examinar el testamento, distribuir las partes de la herencia y hacer todo aquello que esto llevaba consigo; de manera que el joven, llevado de unos oleajes en otros, habría sido empujado lejos del puerto de la verdad. Por esto Cristo lo atrae y lo une consigo.

Pero si aún te admiras y te parece mal que se le prohibiera estar presente a las exequias de su padre, quisiera yo que pensaras cómo hay quienes, sabiendo que los interesados han de sufrir molestias con los funerales del padre o de la madre, el hijo u otro cualquiera, no permiten que se les notifique ni que acudan a la sepultura. Y no por esto los acusamos de inhumanos o crueles. Y con razón. Lo contrario, es decir, llevar al duelo a quienes tanto lo sienten, sería lo inhumano.

Y si es cosa reprobable que los parientes en semejante estado de ánimo se pongan a llorar y se contristen, mucho peor es que con palabras se les retraiga de las cosas espirituales. Por esto dice en otra parte: Nadie que después de haber puesto la mano al arado mire atrás, es apto para el reino de los cielos'. Porque con mucho es mejor predicar el reino de Dios y apartar a otros de la muerte espiritual, que el ir a sepultar a un muerto que ya nada nos ayuda: sobre todo cuando sobran otros que pueden cumplir con ese oficio. De modo que de aquí desprendemos otra lección: que no conviene perder ni una brizna de tiempo. Aun cuando infinitas otras cosas nos urjan, siempre se han de anteponer las cosas espirituales a las demás, aun muy necesarias; y es necesario caer en la cuenta de lo que es la vida y de lo que es la muerte.

Porque muchos de los que parecen vivir, en nada se diferencian de los muertos, si viven en la perversidad. Más aún: son peores que los muertos. Pues dice Pablo: El que muere queda absuelto de su pecado;- mientras que el perverso que vive, vive en la maldad. Ni me digas que no lo roen los gusanos, que no yace en el túmulo, ni ha cerrado los ojos ni está ligado con cintas. Porque sufre cosas peores que un muerto; no porque lo devoren los gusanos, sino porque lo desgarran bestias feroces, que son sus pasiones. Y el que tenga los ojos abiertos resulta peor con mucho que si los tuviera cerrados. Porque los ojos de un cadáver nada ven de malo, mientras que este otro se atrae con los ojos abiertos infinitas enfermedades. Aquél yace inmóvil en el túmulo y no puede ya moverse en absoluto; éste yace enterrado en el sepulcro de sus enfermedades sin cuento.

Me dirás: pero ¿es que tú no ves ya su cadáver corrompido? Y esto ¿qué? Pues antes de que su cuerpo se pudra, éste tiene corrompida el alma y destrozada con mil hedores. Aquél huele mal durante unos diez días; este otro, en cambio, lanza su hediondez durante toda la vida y lleva una boca más inmunda que todas las cloacas. En una palabra: difieren aquél y éste en una sola cosa. En que aquél sufre una corrupción impuesta por la naturaleza; éste, aparte de esa corrupción, se echa encima la otra que nace de sus corrompidas costumbres, y cada día se busca nuevos infinitos géneros de corrupción.

Dirás: ¡pero éste va caballero en un corcel! ¿Qué significa eso? Puesto que el otro va también en su féretro. Pero hay más aún: mientras al muerto nadie lo ve corromperse y mal oliente, porque va en su ataúd cubierto con un velo, el vivo y hediondo anda por todas partes paseando su alma muerta en su cuerpo vivo, como en un sepulcro. Si se pudiera ver el alma del hombre que vive entre deleites y perversidades, verías que fuera mejor que estuviera atado con fúnebres cintas y puesto en el sepulcro, que no encadenado con los lazos del pecado; y que fuera mejor tener encima una loza sepulcral que no esa tapa de la insensibilidad.

Conviene, pues, que los parientes cercanos de semejantes muertos, ya que éstos permanecen insensibles, se acerquen a Jesús en favor de ellos, como antiguamente lo hizo María en favor de Lázaro. Y aun cuando huela mal, aun cuando lleve ya cuatro días en el sepulcro, no desesperes. Acércate, remueve de antemano la lápida. Verás entonces al infeliz tendido, como en el sepulcro, y atado con las fúnebres cintas. Y si os parece, traigamos al medio a algún varón eximio. Pero no temáis. Propondré el ejemplo callando el nombre. Más aún: aun cuando yo pronunciara el nombre, ni aun así habría que temer. Porque ¿quién jamás temió algo de un muerto? Pues si algo hiciera, de todos modos, muerto permanece. Y un muerto no puede causar daño en forma alguna a uno que aún vive.

Veamos, pues, su cabeza atada. Porque cuando se embriagan, así como los muertos están atados con aquellas cintas y velos, así en éstos los sentidos se cierran todos y quedan ligados. Y si os place ver las manos, las verás atadas al vientre, como las de los difuntos, y encadenadas no con cintas, sino con las cadenas de la avaricia, que son mucho peores. Porque la avaricia no les permite extenderse para hacer limosnas ni otra buena obra. Las torna más inútiles que las de un cadáver. ¿Quieres que también observemos los pies? ¡Están igualmente ligados! Mira cómo anda el perverso con los peales de los cuidados, con lo que no pueden moverse para venir a la iglesia.

¿Has observado al muerto? Observa ahora al enterrador. ¿Quién es el enterrador? El demonio. ¿Quién es el sepulturero? El demonio, que lo estrecha y deja que el hombre aparezca no como verdadero hombre, sino como leño seco. Porque donde no hay ojos, ni manos, ni pies, ni nada parecido ¿cómo podrá parecer que es hombre? Del mismo modo su alma en tal forma puede verse encadenada con cintajos y bandas, que más parece figurilla que alma. Y pues tales hombres yacen muertos y sin sensibilidad, acerquémonos a Jesús en favor de ellos. Roguémosle que los resucite. Removamos la piedra, es decir, la insensibilidad y privación del sentido de lo malo y pronto los sacarás del sepulcro. Y una vez que los hayas sacado, más fácilmente los desatarás de sus ataduras.

Y a ti ¡oh muerto! una vez que hayas vuelto a la vida, una vez que estés libre de tus ataduras, Cristo te llama a su cena. En consecuencia, todos los que sois amigos de Cristo, los que sois sus discípulos, los que tenéis caridad con los muertos, acercaos suplicantes a Jesús. Pues aun cuando el cadáver sea en extremo mal oliente, en forma alguna deben abandonarlo sus parientes; sino tanto más acercársele cuanto mayor sea su corrupción, como lo hicieron las hermanas de Lázaro. Y nos hemos de apartar, rogando, suplicando, orando, hasta que lo recibamos vivo. Si en esta forma cuidamos de nuestros intereses espirituales y de los que tocan a los prójimos, rápidamente alcanzaremos la vida futura. Ojalá nos acontezca a todos disfrutarla, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

xcv





Crisóstomo - Mateo 26