Crisóstomo - Mateo 33

33

HOMILÍA XXXIII (XXXIV)

OÍ envío como ovejas en medio de lobos; sed pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas (Mt 10,16).

UNA VEZ QUE infundió confianza acerca de que se les suministraría lo necesario para el alimento y les abrió las puertas de todas las mansiones y les enseñó la forma más decorosa de entrar en ellas (no ciertamente como quien les ordena andar de vagabundos y mendigos, sino como quienes eran muy superiores a quienes los hospedaran, pues esto significó cuando dijo: el obrero es acreedor a su sustento, lo mismo que cuando les mandó examinar quién era la persona más digna y permanecer en su casa y saludar a quienes los recibieran y amenazó con males intolerables a quienes no los recibieran); en suma, cuando hubo hecho todo eso y los hubo liberado de toda solicitud y los hubo armado con el esclarecido poder de hacer milagros y los hubo hecho como de hierro y de diamante y hecho superiores a todos los seculares y libres de todo cuidado temporal, finalmente pasa a declararles todos los males que se les echarían encima; y no únicamente los que en el tiempo más próximo les acontecerían, sino además los que les sobrevendrían mucho después preparándolos así de antemano para el combate que tendrían que emprender contra el demonio.

De semejante proceder manaban muchos bienes. En primer lugar, que ellos conocieran la fuerza y virtud de la presencia divina de Cristo. En segundo lugar, que nadie pudiera sospechar que semejantes males les venían por causa de la debilidad del Maestro. En tercer lugar, para que no se perturbaran los que los habían de sufrir si inesperadamente les acontecían. En cuarto lugar, para que cuando al tiempo de la Pasión oyeran las mismas cosas, no se alborotaran. Porque en verdad se alborotaron cuando les dijo: Porque hablé estas cosas vuestro corazón se llenó de tristeza; y nadie me pregunta ¿a dónde vas?

Sin embargo, aún nada les dice de sí mismo: que será azotado, que será muerto, para que no se perturben en su ánimo; sino que entre tanto solamente les anuncia lo que a ellos les acontecerá. Y luego, para que aprendan que es este un nuevo modo de pelear y nuevo también el modo de ejército, pues los envía desnudos, vestidos de solo una túnica, sin calzado, sin bastón, sin ceñidor o alforja y ordena que los alimenten los hos-pedadores, no se contenta con esto, sino que, demostrando su inefable poder, les dice: marchando en esta forma, mostrad además la mansedumbre de las ovejas y también la sencillez de las palomas. Como si les dijera: Por este camino yo manifestaré mejor mi fortaleza, cuando las ovejas venzan a los lobos; y esto aun cuando estén circuidas de lobos y sean desgarradas a dentelladas sin cuento, y sin embargo no sólo no se las dañe sino que conviertan a los lobos. Esto es más admirable y grande que si mataran a los lobos, pues consiste en que les cambien la voluntad y les transformen el ánimo. Y esto no siendo ellos sino doce y estando el orbe lleno de lobos.

Avergoncémonos quienes nos portamos de modo contrario y acometemos a los enemigos como si nosotros fuéramos los lobos. Siendo ovejas, venceremos; y aun cuando estemos de todas partes rodeados de lobos, los superaremos. Pero si nos tornamos en lobos, seremos vencidos, porque quedaremos destituidos del auxilio del Pastor. El no apacienta lobos sino ovejas; y se aparta y te abandona porque no lo dejas desplegar y ejercer su virtud. Si estando atribulado demuestras tu virtud, a El se le atribuye totalmente la victoria; pero si te adelantas y pugnas, oscureces la victoria.

Considera quiénes son los que escuchan tan duros mandatos y tan trabajosos. Son hombres temerosos, ignorantes, sin letras, indoctos, enteramente oscuros, que no saben las leyes de otros pueblos, que nunca se han presentado en público en el foro, pescadores y publícanos y llenos de deficiencias. Pues si tales mandatos son capaces de perturbar aun a hombres de alto ingenio y animosos ¿cómo no iban a perturbar y quitar ánimo a aquellos hombres ineptos y que. jamás habían soñado con grandes empresas? Pues bien: ¡no se intimidaron! Dirá alguno que con razón, pues se les había dado el poder de arrojar los demonios y de limpiar a los leprosos. Mas yo os digo que precisamente podía esto sobremanera perturbarlos. Es decir, el que, resucitando muertos, hubieran de soportar sufrimientos intolerables, como son los tribunales, el ser llevados a la muerte, el tener que luchar contra todos, y todo esto mientras hacían milagros. ¿Qué consuelo les queda entre males tan grandes y numerosos? El poder del que los envía. Por esto Cristo echó por delante la frase: He aquí que yo os envío Esto os basta para consuelo v os basta para tener confianza y no temer a ningún adversario.

¿Observas la autoridad con que habla? ¿Observas el poder que manifiesta? ¿ves su fortaleza inexpugnable? Lo que dice tiene este sentido: No os turbéis porque al enviaros entre lobos os mande que seáis como corderos y palomas. Podía yo hacer lo contrario, y enviaros a nada padecer y no exponeros como ovejas a los lobos, sino haceros más fuertes que los leones; pero conviene que se haga de este otro modo. Esto os hace a vosotros más resplandecientes y al mismo tiempo ensalza mi poder. Es lo mismo que dijo a Pablo: Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder. Yo mismo os lo he hecho ver así. Porque cuando dice: Yo os envío como ovejas, esto es lo que quiere decir. Por lo mismo no decaigas de ánimo: sé yo, sé muy bien que por este camino seréis más fuertes que todos e inexpugnables. Luego, para que ellos pusieran algo de su parte y no pareciera que todo les venía de la gracia ni se pensara que sin motivo se les ceñía la corona, les dice: Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas.

Podían decir ellos: pero ¿qué vale nuestra prudencia en tal sin fin de peligros? ¿cómo podremos tener prudencia, agitados de tan grandes oleajes? Cualquiera que sea la prudencia de la oveja, al hallarse entre lobos y entre tan crecido número de lobos ¿qué podrá hacer? Por mucha que sea la sencillez de la paloma ¿de qué le sirve entre tantos gavilanes? A esos animales irracionales, cierto que de nada les sirven. Pero a vosotros mucho os ayudarán. Pero veamos qué clase de prudencia les pide aquí. La de la serpiente, dice. Así como la serpiente todo lo pierde y aun se deja cortar el cuerpo y no lo rehúye con tal de salvar la cabeza, así tú, dice Cristo, excepto la fe entrégalo todo: dineros, cuerpo, el alma misma. Porque la fe es la raíz y cabeza. Conservada ésta, aun cuando todo lo demás lo pierdas, lo recuperarás con abundancia. Por esto no ordenó simplemente que fueras sencillo, ni sólo que fueras prudente, sino que ordenó la junta de ambas cosas, de manera que entre ambas constituyan la virtud. Escogió la prudencia de la serpiente para que no recibas heridas mortales; escogió la sencillez de la paloma, para que cuando te hagan mal, no te vengues ni rechaces a los que te dañan, con espíritu de venganza. Pues si esto no hay, de nada aprovecha la prudencia.

¿Hay cosa más difícil que ambos preceptos? ¿No era bastante con sufrir males? ¡No! contesta. Te prohíbo además que te irrites, que es lo propio de la paloma. Dirás que esto equivale a que alguno arroje la caña al fuego y al mismo tiempo le ordene no quemarse, sino extinguir el fuego No nos turbemos. Así sucedió y así se cumplió y por las obras se vio que así era la verdad. Porque los apóstoles fueron prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Y no porque fueran de naturaleza distinta de la nuestra, pues eran de la misma. De manera que nadie tenga por imposible cumplir el mandato. Cristo conoce mejor que todos la naturaleza de las cosas; y sabe que la fiereza no se apaga con la fiereza sino con la moderación. Y si quieres saber la verdad de las cosas y cómo se llevaron a cabo, lee los Hechos de los Apóstoles y encontrarás las muchas veces en que irritados los judíos y aguzando los dientes; y al contrario los apóstoles, imitando la sencillez de las palomas y hablando con la debida modestia, apaciguaron el furor de aquéllos y aplacaron sus ímpetus.

Así, cuando los judíos les dijeron: ¿Acaso no os mandamos que no hablarais de este nombre? aun cuando hubieran ellos podido hacer infinitos milagros, nada hicieron ni dijeron que fuera áspero, sino que con gran mansedumbre se excusaron diciendo: Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos más que a El. ¿Has visto la sencillez de la paloma? Pues mira ahora la prudencia de la serpiente: Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. ¿Miráis cómo conviene que por todos lados nos armemos cuidadosamente para que ni nos acobarden los peligros ni nos arrebate la ira? Por esto les decía Jesús: Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas os azotarán. Seréis llevados a los gobernadores y reyes por amor de mí, para dar testimonio ante ellos y los gentiles. Los prepara de nuevo para que vigilen y les ordena constantemente que sufran los males, pero dejando El que los demás les hagan daño. Para que aprendas que sufriendo males es como se alcanza la victoria, y que por este camino se erigen los trofeos. Porque no dijo: resistid, luchad contra los que intentan dañaros, sino únicamente: tendréis que sufrir gravísimos males.

¡Oh! ¡cuán grande fuerza en el hablar! ¡cuán grande virtud de los que lo oían! Porque a la verdad, cosa de maravilla es que ellos, al oír esto, no huyeran al punto, pues eran miedosos y no habían recorrido más regiones que el lago en donde pescaban. Cómo no pensaron ni dijeron: ¿en dónde nos refugiaremos? ¡Estarán contra nosotros los tribunales, los reyes, los presidentes, las sinagogas de los judíos, las turbas de los gentiles, los jefes y los súbditos. Porque no les predijo únicamente los trabajos en Palestina y los males que en ella sufrirían sino que les predijo las guerras que tendrían por todo el orbe.

Seréis llevados, dice, ante los reyes y ante los gobernadores, declarándoles con esto que luego serían enviados a los gentiles. ¡Has armado contra nosotros a todo el orbe de la tierra: a todos los habitantes del orbe los has armado en contra nuestra: a pueblos, tiranos y reyes! Y lo que sigue es aún más terrible, cuando los hombres por causa nuestra se convertirán en parricidas y asesinos de sus hermanos y de sus hijos. Porque dice: El hermano entregará al hermano a la muerte; el padre, al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Preguntarás: pero ¿cómo creerán los demás cuando vean a los hijos muertos por sus padres a causa nuestra, y los hermanos a los hermanos y que se multiplica toda clase de crímenes? ¿No nos arrojarán de todas partes como a perversísimos demonios, como a execrables corruptores del orbe, al ver derramada la sangre de los parientes y la tierra llena de asesinatos semejantes? ¿Podremos acaso dar la paz en las casas, cuando, al revés, las iremos llenando de muertes?

¡Y todavía, si fuéramos muchos y no solamente doce: si no fuéramos hombres sin letras sino sabios, filósofos, oradores y hábiles en el arte de hablar; y aun reyes con ejércitos y tesoros y erarios! Pero ni aun así podríamos persuadir a nadie, pues encendemos guerras civiles y aun peores que las guerras civiles. Aun cuando nosotros nos descuidemos de nuestros intereses ¿quién se nos unirá de corazón? Pues bien: nada de esto pensaron ni dijeron, ni pidieron razones al Maestro acerca de sus mandatos, sino que todo lo aceptaron y obedecieron; cosa que no fue fruto únicamente de su virtud, sino además de la prudencia del Maestro.

Porque advierte cómo a cada aflicción le añade su consuelo. Tratando de los que no los recibirían, dijo: Más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad. Y ahora, cuando les anuncia que: seréis llevados a los gobernadores y a los reyes, añade: será por mí, para dar testimonio de mí ante ellos y ante los gentiles. No es pequeño consuelo padecer eso por Cristo y ser llevado ante ellos para confundirlos. Porque Dios, aunque nadie lo considera, en todas partes procede a lo suyo. Y los consolaba así, no porque ellos anduvieran cuidadosos de vengarse, sino porque por esos motivos ellos confiaban que en todas partes les ayudaría el mismo que tales cosas les había predicho y las había previsto, y que no sufrirían todo eso como perversos y corruptores. Y todavía añadió otra no pequeña consolación al decirles: Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo habéis de hablar; porque se os dará en aquella hora lo que debéis decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros. Y esto con el objeto de que no dijeran: ¿cómo podremos persuadir en cosas de tal grandeza? Ordénanos que también confiemos en que se nos sugerirá la defensa. Y en otra parte dice: Yo os daré un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán, resistiré Y aquí mismo añade: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros, elevándolos así a la dignidad de profetas.

En vista de esto, cuando les explica la virtud y poderes que les ha conferido, les añade enseguida los males de matanzas y homicidios: El hermano entregará al hermano a la muerte; el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Y no se detuvo aquí, sino que añadió cosas aún más horribles y tales que podrían conmover aun a las mismas piedras: Seréis aborrecidos de todos. Pero añade el consuelo: Por mi nombre, les dice, padeceréis esto. Y luego otro consuelo: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Pero también bajo otro aspecto podían estas cosas levantarles el ánimo. Pues si tan grande iba a ser el poder de la predicación que aún la naturaleza padeciera deshonra, se rechazaran los parentescos y afinidades y la palabra de Dios se antepusiera hasta el punto de hacer a un lado todo lo demás con su poder; si la fuerza de la naturaleza no podría resistir a la de la predicación, sino que sería deshecha y conculcada ¿qué cosa más había que pudiera vencer a los apóstoles? Pero no porque esto sea así, les advierte, ya podéis vivir en seguridad, sino que tendréis como enemigos mancomunados a cuantos habitan el orbe de la tierra.

¿Dónde está ahora Platón? ¿dónde Pitágoras? ¿dónde la turba de los estoicos? Platón, tras de haber alcanzado grandes honores, se vio reducido a ser vendido como esclavo y con todo lo que filosofaba no pudo persuadir lo que quería ni a un solo tirano. Y Pitágoras, tras de traicionar a sus discípulos, miserablemente pereció. Y la peste de los cínicos pasó como ensueño, como ensueño, como sombra. Pero, aun cuando nada de eso les hubiera acontecido; aunque por su famosa filosofía exteriormente brillaran y fueran estimados; aunque los atenienses, hayan expuesto al público las cartas de Platón, enviadas por medio de Dión, lo cierto es que todo el tiempo lo pasaron tranquilos y rodeados de no pocas riquezas. Aristipo compró prostitutas a gran precio; otro dejó en su testamento escrito una buena herencia; otro pasó por encima de los discípulos inclinados ante él en forma de puente. Del de Sínope se cuenta que en pública plaza cometía actos vergonzosos.

Tales son las preclaras hazañas de ésos. Nada de semejantes miserias se ve en los otros, sino, al contrario, una templanza perseverante, una modestia exquisita, un combate por todo el orbe en favor de la verdad y de la piedad, de donde proceden diariamente las muertes de ellos y enseguida sus espléndidos triunfes. Objetan los adversarios: ¡Sí! pero entre los gentiles hay también esclarecidos caudillos, como Temístocles y Pericles. Pero las de éstos no son sino juegos de niños si se comparan con las hazañas de aquellos pescadores. ¿Qué puedes decir de Temístocles? ¿Que persuadió a los atenienses a entrar en las naves, cuando Jerjes acometió a Grecia? Pues bien: acá no a Jerjes que acometía, sino al diablo unido al orbe todo y a todas las tropas de infinitos demonios que se lanzaron contra los doce; y no por breve tiempo, sino durante toda la vida, los pescadores los vencieron; y lo que es más maravilloso, no dando muerte a los enemigos, sino cambiándoles sus costumbres y convirtiéndolos a la fe.

Porque esto se puede ver en todas partes: que ellos ni mataron ni pusieron asechanzas a quienes los combatían; sino que habiéndolos encontrado iguales a los demonios, los hicieron iguales a los ángeles, librando a la naturaleza humana de esa malhadada tiranía y expulsando de las plazas, de las casas y aun de los desiertos a esos perversos demonios y criminales que todo lo perturban. Lo testifican los coros de monjes que se han establecido en todas partes, no sólo en el suelo habitado sino también en el inhospitalario. Y lo más admirable es que no lo llevaban a cabo armando un ejército, sino que entre padecimientos todo lo iban llevando a cabo. Tenía el mundo en medio a semejantes varones, de clase social ínfima, y los encadenaba y los azotaba y los traía y llevaba, pero no podía cerrarles la boca; sino que a la manera de los rayos del sol, que nadie puede atarlos, así el mundo no podía atarles a ellos la lengua. Y la causa no eran los mismos que hablaban, sino la virtud del Espíritu Santo. Así venció Pablo a Agripa y también a Nerón, el que a todos superaba por sus crímenes. Dice Pablo: El Señor me asistió y me dio fuerzas, y me libró de las garras del león.

Por tu parte, admírate de que los apóstoles, oyendo aquello de: No andéis solícitos, lo creyeron y obedecieron y ningún temor les causó nada de esas cosas temibles. Y si alegas que Cristo les dio un oportuno y suficiente consuelo al decirles: El Espíritu de vuestro Padre será el que hable, responderé que precisamente eso me deja estupefacto, pues ni dudaron ni suplicaron que se les librara de semejantes desgracias; desgracias que habían de ser no para dos años, sino para toda la vida. Porque lo deja entender la sentencia que sigue: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo.

Quiere Dios que las buenas obras se lleven a cabo no únicamente por obra suya, sino con la cooperación y buen propósito de los apóstoles. Considera, pues, en lo anterior cómo hay cosas que pone Dios y cosas que ponen los discípulos. El hacer milagros es de Dios; el no poseer nada es de los discípulos. El abrirles las casas de todos es de la gracia de arriba; el no pedir sino lo necesario es de la virtud de los discípulos, pues el obrero es digno de su salario. El dar la paz es don de Dios; el buscar a los dignos y no entrarse por todos sin discreción, es de la templanza de los apóstoles. Vengarse de quienes no reciban a los discípulos es de Dios; el apartarse modestamente sin lanzar dicterios ni injurias cosa es que toca a la mansedumbre apostólica. Dar el Espíritu Santo y quitar toda solicitud, es del que los envía; imitar a las ovejas y palomas y llevarlo todo con fortaleza, toca a la constancia y prudencia de los discípulos. Ser odiado y no decaer de ánimo, sino perseverar, les toca a ellos; salvar a los enviados, le toca al que los envía. Por eso dijo: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo.

Y pues suelen muchos ser fervorosos a los comienzos, pero luego perder fuerzas y ánimos, añadió eso. Como si dijera: busco el fin. ¿Para qué hacen falta semillas que florezcan al principio y luego en breve tiempo se sequen? Por eso les exige una paciencia perseverante. Y les advierte que la paciencia les es necesaria para que nadie diga que El lo ha hecho todo; y que no es maravilla que los apóstoles fueran lo que fueron, pues nada grave hubieran de sufrir. Es como si dijera: Aunque yo os salvaré de los primeros peligros, pero os reservo para después otros más graves, a los cuales luego se seguirán otros; y no habrá término en ellos hasta el cabo de la vida. Porque esto dejaba entender al decir: El que persevere hasta el fin, ése será salvo.

El que les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis, en otra parte les dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere. De modo que cuando la querella es entre amigos, nos ordena andar solícitos; pero cuando se trata de los tribunales, del pueblo enfurecido, del terror que nos rodea, entonces nos da su gracia para que confiadamente hablemos y no temamos ni traicionemos la justicia. ¡Cosa en verdad grande! que un varón que acostumbraba vivir junto a las orillas del lago, en torno a las pieles o a la mesa del telonio, estando sentado a juicio de los jefes, presentes todos los sátrapas y los guardias con las espadas desenvainadas y rodeado todo de gran concurso, se presente él solo, encadenado, con la cabeza inclinada y que así estando pueda abrir su boca. Porque a causa de su doctrina ni siquiera se les daba oportunidad de defenderse, sino que sin más se los condenaba al tormento, como a comunes corruptores de todo el género humano.

Dice el acusador: ¡Estos son los que alborotan la tierra y aquí están! Y también: Predican contra los edictos del César y dicen que hay otro rey, Jesús. En todas partes los tribunales tenían esas preocupaciones y los apóstoles necesitaban de un gran auxilio del Cielo para poder probar que la doctrina que enseñaban era verdadera y que no era contraria a las leyes; y para no parecer que defendiendo los dogmas contrariaban las leyes y las destruían, ni tampoco que, mientras demostraban no violar los decretos reales, corrompían la pureza de los dogmas: cosas ambas que verás prudentisimamente guardadas por Pedro y Pablo y todos los demás apóstoles.

En todo el orbe se les acusaba de novadores y facciosos; pero ellos rechazaron semejante sospecha y ganaron fama de lo contrario; y como salvadores y cuidadosos de los demás y benéficos, fueron entre todas las gentes celebrados. Todo eso lo llevaban a cabo mediante una ingente paciencia. Por lo cual decía Pablo: Cada día muero? Y así perseveró en medio de los peligros hasta el fin. Pues ¿de qué perdón seremos dignos nosotros que, teniendo delante tantos ejemplos, vivimos, aun gozando de paz, en tan grande molicie y decaimiento? Sin que nadie nos combata, nos morimos; sin que nadie nos persiga, nos acobardamos; estando en paz, se nos ordena vigilar nuestra salvación y no podemos. Aquéllos, ardiendo el orbe y hecha un horno la tierra toda encendida, entraron en las llamas y sacaban de entre ellas a los que ya se quemaban, mientras que tú ni a ti mismo eres capaz de salvarte.

¿Qué confianza podemos tener, qué perdón alcanzar? No nos amenazan los azotes, ni las cárceles, ni los príncipes de las sinagogas ni nada semejante, sino todo lo contrario en absoluto: ahora nosotros dominamos e imperamos. Los emperadores cultivan piadosamente la fe y la religión; los cristianos gozan de multiplicados honores, prefecturas, gloria y tranquilidad: pero ni aun así vencemos. Aquéllos llevados diariamente entre los reos a los tormentos, así maestros como discípulos, cargados miles de veces de miles de azotes, disfrutaban de un gozo mayor que quienes se espacian en un jardín: y nosotros, que ni en sueños hemos padecido tales cosas, nos mostramos más delicados y blandos que la cera. Alegarás que ellos hacían milagros. Pero yo pregunto: ¿ya por eso no eran azotados? ¿no eran desterrados? Puesto que eso mismo es cosa de maravilla: que tales padecimientos les venían precisamente de aquellos a quienes habían colmado de beneficios, y sin embargo ellos no se turbaban al recibir males en pago de bienes; mientras que tú, si has hecho algún pequeño beneficio y luego se te causa una pequeña molestia, te conturbas y aun te pesa el beneficio que hiciste.

Si llegara a suceder -¡y ruego a Dios no suceda!- que se desatara la guerra y persecución contra las iglesias, considera qué burlas, qué injurias se seguirían. Y con razón. Porque no ejercitándose nadie en la palestra ¿cómo podrá luego alguno brillar en las competencias? ¿Qué atleta que nunca haya conocido a un entrenador podrá en los certámenes olímpicos mostrarse grande y ágil contra su adversario? Entonces ¿no será conveniente que nosotros cada día nos ejercitemos en la lucha, en las competencias, en las carreras? ¿No habéis visto, al tratarse del pentatlo, cómo cuando alguno no tiene adversario, cuelga un saco de arena, de abundante arena repleto, y en él se ejercita con todas sus fuerzas; y como jóvenes con jóvenes se entrenan para luego trabar el combate con sus adversarios? Pues imitadlos y ejercitaos en la virtud.

Muchos hay que mueven a ira; muchos que encienden la concupiscencia y excitan grandes llamas. Pero tú permanece firme entre los trabajos y lleva con entereza el dolor, para que puedas también soportar los trabajos corporales. El bienaventurado Job, si no se hubiera de antemano ejercitado fielmente en tales luchas, no habría luego brillado tan espléndidamente en los certámenes. Si no hubiera meditado el modo de alejar toda tristeza, en oyendo la suerte de sus hijos, habría prorrumpido en algo menos razonable Pero en todos los combates permaneció firme: en la pérdida de las riquezas y de tan abundantes bienes de fortuna, en la muerte de sus hijos, en el enojo de su mujer, en las llagas de su cuerpo, en las injurias de sus amigos, en las querellas de sus domésticos.

Si quieres ver sus combates, óyele decir lo mucho que despreciaba las riquezas: Si me gocé en mis muchos bienes, si no tuve el oro como polvo, si puse mi confianza en las piedras preciosas. Por eso cuando se le privó de ellos no se perturbó, pues no estaba encadenado a la codicia, que es lo principal. Oye también cómo pensaba acerca de sus hijos. No los trataba con mayor blandura de la que convenía, como nosotros lo hacemos, sino que les exigía diligencia en sus obras. Y el que aún por las faltas ignoradas ofrecía sacrificios, considera con qué exactitud juzgaría de las manifiestas. Y si quieres oír sus palabras acerca de la castidad, escúchalo cuando dice: Había hecho pacto con mis ojos de no mirar a virgen alguna. Por tal motivo no quebrantó su ánimo la esposa. La amaba él desde antes; pero no con exageración, sino como conviene amar a la esposa.

Me admiro de que el demonio llegara a persuadirse y se le ocurriera emprender el certamen contra Job, conociendo ya de antemano su entrenamiento. ¿Por qué se le ocurriría? Es por ser perverso animal y que nunca desespera. Y esto es lo que más nos daña. Porque no desesperando él nunca de hacernos daño, nosotros sí desesperamos de nuestra salvación. Observa, por otra parte, como meditó de antemano la enfermedad y poder corporal Pero Job, que jamás había sufrido eso, sino que había vivido entre placeres, riquezas y esplendor, día por día tenía delante de sí las ajenas desgracias. Y declarando esto, decía: Porque el temor que temía vino sobre mí y del que temblaba ese me salió al encuentro. Y también: ¿No lloraba yo con el afligido? ¿No se llenaba de tristeza mi alma por el pobre? Por esto, ninguna de aquellas intolerables desgracias lo perturbaba.

No te fijes en la pérdida de las riquezas ni en la muerte de sus hijos, ni en su llaga incurable, ni en las injurias de su mujer, sino en algo más grave que todo eso. Preguntarás: ¿puede haber algo más grave que haya acontecido a Job? Sí, ciertamente. Por la historia nada más conocemos. Pero es que no meditamos, sino que dormitamos. Quien con diligencia inquiere encuentra la piedra preciosa y conoce muchas cosas más. Otras cosas había más duras, que podían acarrearle una mayor perturbación. En primer lugar, que nada sabía él de la resurrección ni del reino futuro, como llorando lo clamaba y decía: Me consumo, no seré eterno. Déjame, que mi vida es un soplo. En segundo lugar, la conciencia que tenía de sus muchos bienes espirituales. En tercer lugar, que no tenía conciencia de ningún pecado. En cuarto lugar, el pensar que sus desgracias le venían de Dios; pero aun cuando supiera que en efecto venían del demonio, esto le habría bastado para tropezar y caer. En quinto lugar, oír que sus amigos lo acusaban de perverso. Pues le decían: No recibes un castigo condigno de tus pecados. En sexto lugar, el ver a los inicuos vivir prósperamente y burlarse de él. En séptimo lugar, el ver que nadie jamás había padecido tales cosas.

Si quieres ponderar lo que todo eso era, vuelve los ojos a las cosas presentes. Si ahora, cuando se espera el reino de los cielos, cuando hay la esperanza de la resurrección y de los bienes eternos e inefables, cuando tenemos conciencia de infinitas faltas, cuando tantos buenos ejemplos tenemos y participamos de tan excelente doctrina, sucede que si alguno pierde un poco de oro (muchas veces adquirido mediante el robo), ya piensa que ni aun puede vivir; y esto cuando no lo injuria la esposa, ni se le han arrebatado a sus hijos, ni lo querellan sus amigos, ni lo insultan sus domésticos, sino que, al revés, muchos con palabras lo consuelan y aun con hechos, piensa ¿de cuan grandes coronas no sería digno aquel que vio arrebatados sin motivo sus bienes tan justamente adquiridos y a continuación experimentó infinitas tentaciones de todo género, y sin embargo permaneció inconmovible y por todo lo sucedido dio gracias a Dios como era debido?

Yo digo que aún cuando ningún otro lo hubiera injuriado, bastaba con las palabras de su mujer, que podían mover a ira aun a las piedras. Considera su astucia. No le recuerda las riquezas, ni los camellos, ni las manadas, ni las greyes, pues conocía la virtud de su esposo a este respecto, sino que le trae a la memoria lo que era más amargo, o sea la muerte de sus hijos y amplifica la desgracia y añade la propia de ella. Si a quienes vivían en prosperidad y nada desagradable les acontecía, con frecuencia las esposas les persuadieron muchas cosas, considera cuan esforzada era aquella alma que pudo vencer a su mujer armada de tantas armas; y con esfuerzo pisoteó dos fortísimos afectos como son la codicia y la conmiseración. Muchos, tras de vencer la codicia, cedieron a la conmiseración.

Aquel fortísimo José despreció el tiránico placer y rechazó a la mujer bárbara que movía toda su maquinaria contra él; pero en cambio no pudo contener las lágrimas cuando vio a sus hermanos que tan injustamente se habían portado con él, sino que quedó cautivo de semejante afecto, y prestamente lo declaró con el rostro inundado de lágrimas. Pero cuando se trata de la esposa, que dice cosas dignas de conmiseración; y en cuyo auxilio vienen oportunamente el tiempo, las llagas, las úlceras y mil oleadas de desgracias ¿cómo será posible que no declares a semejante alma, que tan generosamente soporta tan deshecha tempestad, como más resistente y firme que el diamante?

Séame permitido deciros que este bienaventurado Job, ciertamente, si no supera a los apóstoles, a lo menos no les es inferior. Estos tenían el consuelo de que padecían por Cristo lo que era para ellos una medicina capaz de levantarles el ánimo día por día; medicina que además el Señor por todas partes les ponía ante los ojos, como cuando les dijo aquel Por causa de mí; y también: Si al amo lo llamaron Beel-zebul, ¿cuánto más a sus domésticos? Pero Job carecía de semejante consuelo, lo mismo que de aquel otro que provenía de los milagros o de la gracia, porque no tuvo él tanta fuerza del Espíritu Santo. Y io que es más aún: había sido criado entre delicias abundantes y no era de la clase de los pescadores o publícanos o de baja clase social; sino que padecía sus desdichas tras de haber tenido tan grandes honores.

Por otra parte, lo que en los apóstoles parece haber sido lo más pesado, eso mismo lo sufrió Job de sus amigos y domésticos y enemigos; que todos lo odiaran. Más aún, lo odiaban aquellos mismos a quienes había colmado de beneficios. Y todo sin llegar a columbrar siquiera aquella sagrada áncora y puerto tranquilo que a los apóstoles se les propuso, al decirles Cristo: Por causa de mí. También me admiro de los tres jóvenes del horno, que con gran fortaleza avanzaron hacia el fuego, por haber resistido al tirano. Oye lo que dicen: No adoraremos tus dioses ni nos postraremos ante la estatua que has levantado. De gran consuelo les servía el saber que por Dios todo aquello sufrían.

Job, en cambio, ignoraba ser tales el certamen y el combate; pues si lo hubiera sabido, no habría sentido en manera tan grande sus desgracias. Así cuando oyó que Dios le decía: ¿Piensas que te responderé de manera que aparezcas justo? atiende cómo al punto exhaló una sencilla palabra, con sólo oír de Dios aquellas expresiones, y desde luego se humilló; y ni aun juzgó haber padecido lo que había tolerado; pues dijo: Me retracto por todo y hago penitencia entre el polvo y la cenizal Y también: Sólo de oídas te conocía, mas ahora te han visto mis ojos. Por lo mismo en nada me aprecio y me he derretido y me estimo en tierra y ceniza.

Así, pues, nosotros que vivimos después de la época de la Ley y en la de la gracia, imitemos semejante fortaleza, semejante mansedumbre de este varón que existió antes de la gracia y antes de la Ley, a fin de que alcancemos, juntamente con él, las eternas moradas. Ojalá todos las consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CI



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