Crisóstomo - Mateo 56

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HOMILÍA LVI (LVII)

En verdad, en verdad os digo que hay algunos entre los presentes que no gustarán la muerte antes de haber visto al Hijo del Hombre venir en su reino (Mt 16,28).

PUES HABÍA hablado muchas cosas acerca de los peligros, de la muerte, de su Pasión y aun de la matanza de sus discípulos, y les había dado preceptos difíciles, cosas todas realizables en la vida presente y que estaban como quien dice entre las manos de ellos, mientras que los otros bienes estaban en esperanza y expectación -como era aquello de que quienes pierden su alma la salvarán y que El vendría en la gloria de su Padre, y repartiría los premios-, queriendo certificarlos de vista y manifestarles lo que sería aquella gloria en que había de venir, en cuanto ellos podían entenderla, ya desde esta vida quiso hacerla manifiesta y revelarla, a fin de que no se dolieran ni de la muerte de ellos ni de la muerte de su Señor; en especial Pedro, que se esforzaba en aceptarlo.

Observa, pues, lo que hace, una vez que les habló de la gehenna y del reino. Habiendo dicho: Quien ama su alma la pierde; pero el que aborrece su alma por mí la encontrará; y también: Dará a cada uno conforme a sus obras, explicó luego esto. Habiendo tratado de ambas cosas, luego deja ver su reino pero no la gehena. ¿Por qué? Porque eso habría sido necesario en el caso de que hubiera habido ahí almas más ignorantes; mas como los oyentes eran varones buenos y probos, los confirma por el lado de los bienes. Pero no fue este el único motivo de semejante determinación, sino también porque era lo que a él más le convenía. Sin embargo, tampoco omitió el otro aspecto, sino que con frecuencia puso como delante de los ojos lo referente a la gehena. Así, cuando narró la parábola del pobre Lázaro y cuando hizo mención del que exigía los cien denarios y también trajo a la memoria al que entró a la sala del convite sin el traje de bodas, sino con sórdidas vestiduras; y en otros muchos pasajes.

Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan. Otro evangelista dice: Ocho días después; pero no contradice a éste, sino que bellamente con él concuerda. Porque uno cuenta el día en que Jesús hablaba y también el otro en que los sacó aparte; mientras que el otro evangelista cuenta solamente los días intermedios. Quiero que consideres cómo ejercita Mateo la virtud, pues no calla a los que fueron antepuestos Lo mismo hace Juan con frecuencia, cuando cuidadosamente apunta las alabanzas a Pedro. Este coro de los santos apóstoles siempre estuvo vacío de envidias. Habiendo, pues, tomado a los corifeos, los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos. Brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El. ¿Por qué a solos ellos tomó? Porque eran más excelentes que los otros. Pedro sobresalía porque amaba sobremanera a Cristo; Juan porque era el muy amado; Santiago por la respuesta que dio juntamente con su hermano cuando dijo: Podemos beber el cáliz. Y no sólo por la dicha respuesta, sino además por sus obras, tanto otras como la de cumplir lo que le habían dicho. Porque más tarde apareció ante los judíos tan vehemente y eficaz que Heredes creyó hacerles un excelente regalo con mandarlo matar.

¿Por qué no los llevó consigo desde luego y al punto? Para que los otros discípulos no lo llevaran a mal. Por igual motivo, ni siquiera les indicó los nombres de los que iban a subir con El al monte. Sin duda que los demás habrían también deseado con vehemencia subir con Cristo para contemplar tan inmensa gloria y se habrían dolido de que se les dejara a un lado. Pues aun cuando la visión fuera corporalmente, pero habríales despertado grandes deseos. Y ¿por qué lo predijo? Para que estuvieran más preparados y sobre aviso acerca de la visión, mediante ese previo aviso; y ardieran en deseos de verlo, encendidos con la espera de esos días y de este modo se acercaran a ella vigilantes y solícitos. Y ¿por qué trae ahora a Moisés y a Elías? Muchos motivos podrían aducirse. Y el primero es que las turbas decían que El era Elías, otros que Jeremías, otros que alguno de los profetas. Trae, pues, consigo a los que parecían ser los principales, para que con esto se viera la enorme diferencia que había entre el Señor y los siervos; y así mejor se viera que justamente Pedro había sido alabado por haberlo confesado Hijo de Dios.

Hay otro motivo. El de que frecuentemente se le acusara como transgresor de la Ley y que se le tuviera como blasfemo, porque vindicaba para sí la gloria del Padre, que en nada le correspondía. Pues decían: No puede venir de Dios este hombre, pues no guarda el sábado. Y también: Por ninguna buena obra te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Ahora bien: con la visión de aquellos dos quedaba manifiesto que ambas acusaciones provenían de envidia y que de ambas era inocente; y que no había traspasado la Ley ni había vindicado para sí una gloria que no le perteneciera, al llamarse igual al Padre. Por eso trae consigo a los que más en esto se habían distinguido. Moisés había dado la Ley; y bien podían pensar los judíos que Moisés no habría tolerado de buena gana que ella fuera conculcada, según ellos creían, ni que rindiera homenaje a un enemigo de la Ley que él había promulgado. En cuanto a Elías, que estaba lleno de celo por la gloria de Dios, en el caso de que Jesús fuera un adversario de Dios y que falsamente se llamara igual al Padre, jamás ese profeta le prestaría honores.

Además de las dichas, hay también otra causa. ¿Cuál? Para que entendieran que Cristo tenía potestad sobre la vida y la muerte e imperaba en cielos y tierra. Por eso hace presente a uno que ya había muerto y a otro que aún no había muerto. El quinto motivo -pues de verdad es el quinto- lo pone el evangelista. ¿Cuál es? Para manifestar la gloria de la cruz y consolar así a Pedro y a los otros que temían la sagrada Pasión y levantarles el ánimo. Pues los profetas, en cuanto llegaron ahí, no permanecieron callados, sino que trataban de la partida de Cristo que debía cumplirse en Jerusalén, es decir, de su Pasión y muerte de cruz, pues así la llaman siempre. Ni sólo por este camino les levanta el ánimo, sino también con la virtud de ambos varones, virtud que sobre todo quería Jesús que floreciera en sus discípulos.

Y pues había dicho: Si alguno quisiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame, trae consigo a los profetas que por cumplir la voluntad de Dios y en favor del pueblo que se les había encomendado, habían sufrido mil muertes. Porque ambos perdieron su alma y la encontraron. Ambos con libertad y constancia se opusieron al tirano: Moisés en Egipto; Elías contra Acab; y ambos en favor de hombres mal agradecidos y desobedientes. Aquellos mismos por cuya salvación se desvelaban, los pusieron en extremo peligro, pues querían apartarlos de la idolatría. Ambos eran gente privada y particular. Moisés además tartamudo y de voz débil. Elías se presentaba como un rústico. Ambos eran en extremo pobres, pues ni Moisés poseía algo, ni Elías, que sólo tenía su túnica de piel de camello. Y todo esto en la Ley Antigua, sin haber recibido la gracia de hacer tan gran cantidad de milagros.

Pues aun cuando Moisés dividió el mar, pero Pedro anduvo sobre las aguas y podía transportar las montañas y curaba toda clase de enfermedades y echaba los demonios feroces; y tan estupendos prodigios los realizaba con sólo la sombra de su cuerpo, y así convirtió a todo el orbe. Y si Elías resucitó a un muerto, los apóstoles resucitaron a muchos en número incontable, aun antes de recibir el Espíritu Santo. Por tal motivo, pues, los trajo a escena. Porque quería que sus discípulos imitaran su celo en atraer al pueblo, lo mismo que su constancia y su fortaleza; y que estuvieran llenos de mansedumbre, como Moisés lo estuvo, y de celo como Elías; y que fueran igualmente solícitos. Pues Elías sufrió por el pueblo judío tres años de hambre; y Moisés decía: Perdónales su pecado o bórrame de tu libro, del que tienes escrito.

Todo esto les traía a la memoria mediante aquella visión. Y los presentó en aquella gloria no para que ahí se detuvieran, sino que pasaran más allá de los límites de la palestra. De modo que cuando después dijeron: Digamos que baje fuego del cielo se acordaron de que así lo había hecho Elías; y él hubo de decirles: No sabéis de qué espíritu sois. Así los exhortó a olvidar las injurias, diferenciando los carismas. Pero no pienses que condenamos a Elías como imperfecto. No decimos eso. Por el contrario, era perfectísimo. Sino que en aquellos tiempos, cuando la mentalidad de los hombres era aún un tanto infantil, se necesitaba aquel modo de enseñanza. Y Moisés a su vez tenía también ese género de perfección. Pero a los apóstoles se les exigió más. Pues dijo Cristo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Y fue porque ellos habían de entrar, no a Egipto, sino a todo el orbe, que se hallaba en peores condiciones que Egipto; y no iban a dialogar con un Faraón, sino a luchar con el demonio, tirano perversísimo.

Su empresa era atarlo y arrebatarle todos sus haberes; y la llevaron a cabo no dividiendo los mares, sino secando el abismo de la maldad mediante la vara de Jesé, abismo agitado de muy peores oleajes. Considera cuántas y cuan graves cosas se presentaban para inspirarles terror: muertes, pobrezas, infamias, males infinitos; y todo eso lo temían más que otrora los judíos al Mar Rojo. Y sin embargo, Cristo los persuadió a que confiadamente acometieran por todo; y así con gran seguridad atravesaron por en medio, como por tierra seca. De modo que para excitarlos a semejante empresa trajo a escena a los varones dichos, que en el Antiguo Testamento brillaron.

¿Qué hizo entonces el fervoroso Pedro? Dijo: ¡Qué bien estamos aquí! Como había oído que Cristo iría a Jerusalén y allá padecería, todavía temblando y temeroso, tras de la increpación aquella, ya no se atreve a acercarse y decirle: No quiera Dios, Señor, que esto suceda; pero todavía sobrecogido de temor, viene a decirle lo mismo con otras palabras. Veía aquel monte, aquella vasta soledad, y pensaba que en aquel sitio había una seguridad plena; y no sólo por razón del lugar, sino porque ansia así apartarlo de ir a Jerusalén, otra vez; y quería que perpetuamente permaneciera ahí. Por eso habló de las tiendas de campaña.

Como si dijera: si esto se acepta, ya no tornaremos allá; y si no tornamos allá, no morirá El en Jerusalén. Pensaba que allá los escribas lo acometerían. Pero no se atrevió a decirlo claro. Mas tratando de conseguirlo se expresaba con toda seguridad y decía: ¡Qué bien estamos aquí! en donde se hallan presentes Moisés y Elías: Elías, que ordenó bajar fuego del cielo a la montaña, y Moisés, que entrado en la oscuridad habló con Dios. Y nadie sabrá en dónde nos encontramos. ¿Has visto el amor a Cristo harto fervoroso? No investigues si era prudente, si era oportuno aquel modo de exhortar; sino fíjate en cuan ferviente y cuan encendido es ese amor. Y que al decir lo que decía no temblaba únicamente por sí mismo, se ve por lo que dice cuando Cristo les anunció de antemano que se le preparaban asechanzas y la muerte. Óyelo: Aunque fuera preciso morir contigo, jamás te negarél Advierte cómo, puesto en mitad de los peligros, cuida poco de su vida; pues rodeado de tan gran muchedumbre, no sólo no huye, sino que desenvaina su cuchillo y corta la oreja a Maleo, siervo del pontífice. Hasta tal punto se desentendía de sus propios intereses y temblaba por los de su Maestro.

Tras de aquella proposición tan absoluta, recapacita; y, temeroso de que de nuevo se le increpe, dice: Si quieres haré'M aquí tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías. ¿Qué dices, oh Pedro? ¿Acaso no lo diferenciaste hace poco de los siervos? ¿Por qué ahora lo cuentas entre los siervos? ¿Adviertes cuan imperfectos eran los discípulos antes de la cruz? Cierto que el Padre le había hecho una revelación; pero esa revelación se le fue pronto de la memoria, perturbado no únicamente por el temor que ya dije sino por el otro que de la visión le había sobrevenido. Significando esto los otros evangelistas, es decir la confusión de la mente que sufría Pedro al hablar así, aclaran que esto le sucedió a causa del pavor. Porque Marcos dice: No sabía lo que decía. Porque estaban aterrados! Y Lucas, habiendo referido lo de: Hagamos tres tiendas, al punto añadió: Sin saber lo que decía. Y luego, significando que Pedro y los otros estaban llenos de temor, dice: Estaban cargados de sueño. Al despertar vieron su gloria. Llama sueño al adormecimiento que les aconteció con aquella visión. Pues así como los ojos con un fulgor excesivo quedan entenebrecidos, así les aconteció a ellos. Pues ahí no había noche sino día, y el brillo de la irradiación hería los ojos débiles.

Y ¿qué sucedió? El no habla. Tampoco Moisés, tampoco Elías. Habla aquel que es mayor que todos y más digno de fe. El Padre deja oír su voz desde la nube. ¿Por qué desde la nube? Porque siempre se presenta así. Dice David: Hay en torno de El nube y oscuridad Y también: Haces de las nubes tu carrosa Y luego: Montado sobre ligera nube.ie Y: Una nube lo arrebató a sus ojos. Y además: Vi venir sobre las nubes del cielo a uno como hilo de hombreé De modo que para que crean que la voz viene de Dios, sale de la nube; y la nube era lúcida. Pues dice el evangelista que: Aún estaba Pedro hablando cuando los cubrió una nube resplandeciente. Y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias. Escuchadlo.

Cuando Dios amenaza se muestra en una nube tenebrosa, como en el Sinaí. Pues dice la Escritura: Moisés penetró dentro de la nube y en la tiniebla, y el humo subía como un vaporé Y el profeta, hablando de las amenazas de Dios, dice: Hizo de las tinieblas un velo, oscuridad acuosa, densas nubes? Pero aquí, como no intentaba aterrorizar, sino enseñar, la nube es lúcida. Pedro decía: Hagamos tres tabernáculos; pero Cristo Je manifestó un tabernáculo no hecho por mano de hombres. Por eso en el Sinaí había humo y vapor de horno; acá en cambio hay inefable luz y voz. Y luego, para manifestar que no se hablaba simplemente de uno de los tres, sino solamente de Cristo, cuando llegó la voz los otros dos ya habían desaparecido. Si de uno de ellos cualquiera se hubiera hablado, no habría permanecido Cristo solo, idos ya los otros.

¿Por qué la nube no cubrió únicamente a Cristo, sino a todos juntamente? Si hubiera envuelto únicamente a Cristo, se habría podido pensar que la voz era de Cristo. Por lo cual el evangelio, para confirmar en que no era voz de Cristo, añadió haber ella procedido del seno de la nube o sea de Dios. Y ¿qué dijo la voz? Este es mi Hijo amado. Si es amado, no temas, oh Pedro. Convenía que ya conocieras su virtud y su poder y que estuvieras seguro de su resurrección. Pero como aún lo ignoras, ten más confianza, a lo menos por la voz del Padre. Pues si Dios es poderoso, como de verdad lo es, también el Hijo lo es del mismo modo. En consecuencia, no temas los males. Y si aún no accedes a esto, piensa a lo menos que Cristo es el Hijo y que es amado. Pues dice el Padre: Este es mi Hijo amado. Si es amado, no temas, puesto que nadie rechaza al que ama. No te turbes, pues aunque mucho ames, no amas a Cristo más que su Padre lo ama.

En el cual me he complacido. Y lo ama no sólo por haberlo engendrado, sino porque es igual a El en absoluto y de su misma substancia y voluntad. De manera que existe un doble y aun triple argumento de amor: porque es el Hijo, porque es amado, porque en El se ha complacido. Pero ¿qué significa: En el cual me he complacido? Es como si dijera: En el cual descanso; en el cual me deleito; el que es en absoluto igual a mí y que tiene una misma voluntad con el Padre. Y dice: Escuchadlo. De modo que si El quiere ser crucificado, no te opongas, oh Pedro. Al oírla los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Y Jesús se acercó y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis. Alzando los ojos ellos no vieron a nadie sino sólo a Jesús.

¿Por qué se atemorizaron cuando oyeron la voz? Porque ya en el Jordán anteriormente había venido esa voz; y estaban presentes las turbas, pero nadie se atemorizó. Y lo mismo en la otra ocasión, cuando decían que se había producido un trueno, tampoco sufrieron nada semejante. Entonces ¿por qué en el monte cayeron sobre su rostro? Porque la soledad, la altura del monte, la quietud misma eran grandes, y el hecho de la transfiguración estaba lleno de profundo pavor y la luz era brillantísima y la nube extensa: cosas todas que les infundieron terror. De todo el conjunto brotaba un divino terror, de manera que cayeron rostro en tierra juntamente temiendo y adorando.

Mas para que aquel terror, si duraba mucho, no les quitara la memoria, al punto Cristo los libra y se le ve ya a El solo; y les ordena que a nadie lo digan, hasta que El resucite de entre los muertos. Pues al bajar del monte les mandó Jesús diciendo: No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Pues cuanto eran más altas las cosas que de El se contaban, tanto más dificultoso resultaba para muchos el creerlas; y con esto además crecía el escándalo de la cruz. Por eso les ordena callar; y no lo hace simplemente, sino de nuevo recordando su Pasión, y casi diciéndoles el motivo de mandarles callar. Porque no les ordena que jamás digan a nadie estas cosas, sino hasta que él resucite de entre los muertos. De modo que callando lo duro, solamente les dijo lo que era agradable. Y ¿qué iba a suceder? ¿Que ya no se escandalizarían ellos? De ninguna manera. Pero Cristo miraba únicamente al tiempo que precedería a la cruz; puesto que después habían de recibir el Espíritu Santo. Además de que los respaldaría la voz de los milagros en lo que decían y también que todo lo que decían era aceptable, pues las cosas mismas, con mayor claridad que cualquier trompeta, predicaban el poder de Cristo y no se oponía obstáculo alguno.

Nadie en consecuencia más bienaventurado que los apóstoles; sobre todo aquellos tres que se hallaron dignos de ser envueltos por la nube juntamente con Cristo. Pero, si queremos, podemos también nosotros ver a Cristo; en verdad, no como ellos lo vieron en el monte, sino con mayor esplendor; puesto que el último día no vendrá como allá en el monte. En éste, atemperándose a los discípulos, sólo dejó ver tanto resplandor cuanto ellos podían soportar. Pero en el último día vendrá en la propia gloria del Padre, no con Moisés y Elías solamente, sino con el inmenso ejército de los ángeles, con los arcángeles, con los querubines y con la infinita multitud de aquellos espíritus. No cubrirá su cabeza con una nube sino que el cielo todo lo envolverá. Pues así como a los jueces, cuando han de sentenciar públicamente, los que se hallan presentes les remueven los velos, para mostrarlos así a todos al descubierto, así en aquel día todos verán a Cristo sentado a juicio; y toda la humana naturaleza se presentará ante El y El personalmente la sentenciará.

A unos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, pues tuve hambre y me disteis de comer. A otros: Siervo bueno y fiel: porque fuiste fiel en lo poco te constituiré sobre lo mucho. A otros, al contrario: Id, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Y a otros: Siervo malo y holgazán. A unos los hará pedazos y los entregará a los atormentadores; a otros ordenará que atados de pies y manos sean lanzados a las tinieblas exteriores. Y así tras del golpe de la segur caerán al horno. Ahí irán también a caer los que son desechados de la red. Y los justos brillarán como el sol. Más aún: mejor que el sol. No se dice esto porque su luz sea igual a la del sol, sino porque no tenemos un astro más luciente que el sol. De modo que por esta comparación quiso Cristo declarar el futuro resplandor de los santos. Pues también en el monte, cuando dijo el evangelista: Brilló como el sol, habló así por igual motivo. Que aquella luz fuera superior a la que se pone en la comparación, lo testificaron los discípulos cayendo en tierra. Si no hubiera sido una luz intensísima, sino igual a la del sol, no hubieran-así caído, sino que fácilmente la habrían tolerado.

De modo que en aquel día los justos resplandecerán como el sol y más que el sol, mientras que los pecadores sufrirán castigos eternos. No se necesitarán entonces explicaciones, ni argumentos ni pruebas ni testigos. Porque el Juez mismo será todo a la vez: testigo, prueba y Juez. El lo conoce todo claramente. Porque: Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos. Nadie aparecerá ahí como rico ni como pobre, como poderoso ni como débil, como sabio o como ignorante, como siervo ni como libre; sino que quitadas todas esas máscaras, sólo se examinarán las obras. Si acá en los tribunales, cuando alguno perora sobre la tiranía o el asesinato, aun cuando el acusado sea prefecto, o cónsul, o tenga otra dignidad cualquiera, desaparecen ahí todas las insignias de dignidades, y el que queda convicto sufre el extremo castigo, con mucha mayor razón en el último día las cosas irán por esos mismos caminos.

Para que esto no nos suceda, despojémonos, os ruego, de los vestidos sórdidos y revistámonos de las armas de la luz, y entonces la gloria de Dios nos envolverá. Al fin y al cabo: ¿cuál de los preceptos es duro? ¿cuál no es fácil? Oye lo que dice el profeta: Ni aunque encorvares tu cuello a la manera de un collar y te acostares con saco y en ceniza, ni así será agradable tu ayuno; sino rompe las ataduras de iniquidad, deshaz los haces opresores. Observa la sabiduría del profeta. Puso primero lo gravoso y lo removió, y luego ruega que consigamos la salvación por medios más fáciles, declarando de esta manera que Dios no pide trabajos sino obediencia. Y luego, para demostrar que es fácil la virtud y en cambio es gravosa la perversidad, con sus claros nombres lo expresó. Pues dice que la perversidad es cadena y constricción, en tanto que la virtud es liberación y suelta de esas cadenas.

Porque dice: Rompe las ataduras de iniquidad, llamando así a los réditos y usuras en los documentos. Deja libres a los oprimidos, es decir, a los pobres desdichados. Y tal es el deudor, pues con sólo ver al acreedor su ánimo se quebranta y lo teme más que a una fiera. Alberga al pobre que carece de techo; si ves a uno sin vestido cúbrelo; y no vuelvas tu rostro ante tu hermano. En la Homilía que anteriormente predicamos, al tratar de los premios demostramos las riquezas que de esas buenas obras se originan. Ahora veamos si acaso semejantes preceptos contienen algo que sea difícil y supere nuestras fuerzas naturales. Nada de eso encontraremos, sino todo lo contrario; de modo que lo tocante a la virtud hallaremos que tiene gran facilidad, y lo que atañe a la perversidad, veremos que tiene todo lo contrario, o sea sumos trabajos.

¿Qué hay más difícil que andar colocando a rédito y andar solícito de los contratos y usuras y pidiendo fiadores y estar temiendo y temblando por las prendas dadas, por la suerte, por los documentos, por los réditos, por las fianzas? Así son las cosas del siglo. La que parece mejor pensada seguridad está llena de sospechas y es lo más frágil de todo. En cambio, ejercitar la misericordia es cosa fácil y libre de toda solicitud. No negociemos con las desgracias ajenas: no hagamos objeto de lucro lo que toca a la misericordia. Yo sé que muchos oyen esto de mala gana. Pero ¿qué se ganaría con callarlo? Si callara y a nadie diera molestia con mis palabras, no podría con mi silencio libraros del suplicio. Peor aún: con el silencio se lograría todo lo contrario, porque se acrecentaría el suplicio; y no sólo vosotros, sino también yo, sufriríamos el castigo de semejante silencio. Entonces, ¿a qué vendría adularos con mis palabras, cuando eso en nada ayuda para las obras, sino que, al revés, resulta dañoso? ¿Qué ventaja hay en proporcionaros alegría con las palabras y en la realidad procuraros dolor? ¿en halagar los oídos y condenar el alma al tormento?

Es, pues, necesario sufrir aquí el dolor para no ser castigados en la otra vida. Porque grave es en verdad, grave es la enfermedad que se ha introducido en la iglesia. Aquellos a quienes se les ha ordenado no acumular riquezas, ni aun justamente adquiridas con su trabajo; aquellos a quienes se ordena abrir sus riquezas a los necesitados, esos se enriquecen con la pobreza de otros, inventando hermosas rapiñas con una avaricia al parecer bien justificada. Ni me opongas las leyes civiles. El publicano bien las guarda y sin embargo es condenado al castigo; castigo que también nosotros padeceremos si no dejamos de destrozar al pobre, y, tomando ocasión de la penuria y la necesidad, desvergonzadamente abusamos de la usura.

Para eso tienes las riquezas, para que alivies a los pobres, no para que los oprimas. Pero tú, simulando ayudarlos, acrecientas su desgracia y les vendes su libertad a fuerza de dineros. ¡Véndesela! ¡no lo prohíbo! Pero sea a cambio del reino de los cielos. No exijas por esa obra tuya un precio mínimo, como es la usura del ciento, sino la de la vida eterna e inmortal. ¿Por qué has de ser pobre y necesitado por gusto? ¿Por qué eres de ánimo tan pequeño hasta el punto de vender las cosas grandes por poco precio cuando lo conveniente es venderlas a precio del reino que para siempre permanece? ¿Por qué, dejando a Dios que es de gran precio, buscas las cosas humanas por una nonada, y poniendo al Rico a un lado, andas en busca de lucros humanos? ¿Por qué, abandonando al que es rico, te dedicas a molestar al que es pobre? ¡Pasas de largo al que bien te paga y pactas con quien es ingrato! Este con dificultad te restituye el préstamo; aquél anhela devolvértelo y pagarte. Este apenas te paga el centesimo; aquél te da el céntuplo y además el reino eterno. Este añade injurias y oprobios; aquél te añade alabanzas y encomios. Este te engendra envidias; aquél te entrelaza coronas. Este paga apenas en este siglo; aquél en este siglo y en el venidero. ¿No será, pues, el colmo de la locura el ni siquiera saber alcanzar ganancias? ¡Cuántos, por causa de los intereses, perdieron sus capitales! ¡Cuántos, por una increíble avaricia se arrojaron a sí y a otros a los extremos de la pobreza! ¡Cuántos a causa de la usura fueron a dar en peligros!

No me alegues que el otro de buena gana recibe el préstamo y agradece el redituar. Esto acontece a causa de inhumanidad. También Abrahán, cuando entregó su esposa a los bárbaros, se alegró de aquella injuria; por cierto, no voluntariamente, sino por el miedo al Faraón. Del mismo modo el pobre, puesto que no le das las cosas gratuitamente, se ve obligado a agradecerte tus crueldades. Me parece que si tú libraras a alguno de algún peligro, luego le pedirías el pago de haberlo libertado. Dirás que eso de ninguna manera lo harías. ¿Qué dices? De modo que cuando libras a alguno de un grave peligro no quieres cobrarle y en cambio en cosas menores ¿demuestras tan grave inhumanidad? ¿No te das cuenta de cuan grave castigo te amenaza por esto? ¿No oyes cómo incluso en el Antiguo Testamento estaba eso prohibido?

Pero ¿qué es lo que muchos alegan? Cierto que recibo réditos, pero también doy a los pobres. ¡Oh hombre! ¡cuan buenas palabras! Pero Dios no quiere sacrificios semejantes. ¡No burles así astutamente la ley! Es mejor no dar al pobre que darle de lo así adquirido. Con frecuencia la riqueza adquirida mediante justos trabajos, la vuelves perversa a causa de su empleo y sus frutos: como si alguien a un vientre fecundo lo obligara a dar a luz escorpiones. Mas ¿para qué recuerdo la ley de Dios? ¿Acaso vosotros mismos no llamáis a eso inmundicia? Pues si vosotros que sois los que lleváis la ganancia así lo llamáis, piensa lo que Dios sentenciará acerca de vosotros.

Y si quieres preguntar a los legisladores civiles, sabrás que ellos eso lo estiman como lo sumo de la desvergüenza. A los que tienen las más altas dignidades y forman el gran Senado, no les está permitido mancharse con semejantes lucros, sino que tienen una ley que les veda tales ganancias. Entonces ¿cómo no será espantoso que tú ni siquiera des a la ciudad celestial un honor semejante al que los legistas romanos dan al Senado, sino que honres menos al cielo que a la tierra y que no te avergüences de hacerlo? ¡Qué insania mayor habría que querer sembrar sin tierra, sin lluvias, sin arado? Con razón quienes tal modo de agricultura prefieren y tan mala, solamente cosechan cizaña que luego ha de arrojarse al fuego.

¿No hay acaso muchos negocios justos? Los hay de campos, de rebaños; hay greyes de oficios manuales y de activos cuidados de los bienes de familia. ¿Por qué así enloqueces que vas a cosechar vanamente espinas? Dirás que los frutos de la tierra están expuestos a muchas desgracias, como son el granizo, la polilla, las lluvias excesivas. Pero no lo están a más que los negocios de usura. Porque, suceda lo que suceda, en la agricultura solamente perece la ganancia, pero queda íntegro el capital y el terreno; mientras que en aquellos otros, con frecuencia muchos han perdido absolutamente todo; y aun antes de que el daño se presente, ya viven en perpetuas ansiedades. El prestamista nunca disfruta de lo propio, y ni al entregársele el rédito goza de la ganancia, sino que se duele de que la ganancia no iguala al capital; y antes de que ese fruto íntegro nazca, se anda esforzando por darlo a luz, con añadir los réditos al capital; de manera que haciéndose fuerza procura que el capital dé a luz esos partos viperinos.

Tales son esos préstamos que dilaceran el alma y la roen del modo más miserable. Ellos son las cadenas de injusticia y los vínculos de los contratos obligados. Dice el prestamista: te doy, pero no para que recibas, sino para que me devuelvas más. Pero Dios prohíbe aceptar lo que así se da Porque dice: Dad a aquellos de quienes nada esperáis recibir. Tú, en cambio, exiges más de lo que diste; y lo que no diste, exiges que te lo pague como si fuera una deuda aquel a quien prestaste. Piensas por este medio aumentar tus riquezas, y lo que haces es encender para ti un fuego inextinguible. Para que esto no suceda, acabemos con esos perversos e inicuos frutos de los préstamos. Esterilicemos ese vientre dañino y busquemos solamente las verdaderas y grandes ganancias. ¿Cuáles son? Oigamos a Pablo que dice: Es gran negocio la piedad, si uno se contenta con lo que tiene? Enriquezcamos con solas estas riquezas, para que gocemos aquí de paz y además consigamos los bienes eternos futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXXIV


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HOMILÍA LVII (LVIII)

Le preguntaron los discípulos: ¿Cómo, pues, dicen los escribas que Elías tiene que venir primero? (Mt 17,10).

DE MODO que esto ellos no lo sabían por las Escrituras, sino que así lo contaban los escribas, y semejante opinión corría entre el vulgo, lo mismo que acerca de Cristo. Por eso decía la samaritana: Yo sé que el Mesías está por venir y que cuando venga nos hará saber todas las cosas."- Y los judíos preguntaban al Bautista: ¿Eres tú Elías o uno de los profetas? Pues como ya dije, semejante opinión acerca de Elías y de Cristo andaba muy valida; sino que ellos no la interpretaban correctamente. Porque la Escritura refiere dos venidas de Cristo: la que ya be verificó y la que está por venir. A ambas se refiere Pablo cuando dice: Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo. Aquí tenemos la primera venida. Pero oye cómo declara luego la otra: Con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Cristo Jesús.

También los profetas hablan de ambas venidas; y de una de ellas, que es la segunda, dicen que tendrá como Precursor a-Elías. Precursor de la primera fue el Bautista, al cual Cristo lo llamaba Elías, no porque fuera Elías, sino porque tenía un ministerio como el de Elías. Pues así como Elías será precursor de la segunda venida, así Juan lo fue de la primera. Pero los escribas, confundiéndolo todo y pervirtiendo la opinión popular, se fijaron únicamente en Elías, el Precursor de la segunda venida; y así decían al pueblo: Si éste fuera el Cristo, debía haberlo precedido Elías. Y este fue el motivo de que los discípulos preguntaran: ¿Cómo es, pues, que los escribas dicen que Elías ha de venir primero?

Por la misma causa los fariseos enviaron mensajeros al Bautista para preguntarle: ¿Eres tú Elías o uno de los profetas? sin mencionar la primera venida. ¿Cómo resolvió Cristo la cuestión? Respondiendo que Elías ciertamente vendrá antes de su segunda venida; pero que ya vino también, llamando así al Bautista. Como si dijera: Juan vino ya como vendrá Elías; pero si preguntáis del Tesbita, ese ya vendrá. Y por esto dijo: Elías vendrá y restablecerá todo. ¿Qué es ese todo? Lo que dijo el profeta Malaquías: He aquí que yo enviaré a Elías Tesbita, el profeta, antes que venga el día de Yavé, grande y terrible. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, no sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema.

¿Observas la exactitud de la predicción profética? Como Cristo había llamado Elías a Juan, a causa del parecido en el ministerio, a fin de que no pensaras que éste era también el que el profeta predecía, notó la patria añadiendo el Tesbita. Ahora bien: el Bautista no era Tesbita. Además el profeta añadió otra cosa notable cuando dijo: No sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema, con lo que declaró lo terrible del segundo advenimiento. Porque en el primero no vino a entregar la tierra al anatema. Pues él mismo dice: No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. De modo que esto lo dice aludiendo al Tesbita que ha de aparecer antes de la venida de Cristo para el juicio. Y añade el motivo por el que vendrá. ¿Cuál es? Para inducir a los judíos a creer en Cristo, no sea que cuando El llegue perezcan todos en absoluto. Y Cristo, recordando esas cosas, dice: Restablecerá todo. O sea que enmendará la incredulidad de los judíos que para entonces queden; de modo que se expresó exactísimamente. Porque no dijo el profeta: Convertirá el corazón de los hijos a los padres, sino de los padres para con sus hijos. Siendo los judíos los padres de los apóstoles, eso significa que convertirá el corazón de los judíos a los dogmas y enseñanzas de los apóstoles; o sea que convertirá a ellos el linaje judaico.

Sin embargo, yo os digo: Elías ya vino y no lo reconocieron; antes hicieron con él lo que quisieron. De la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista. Aunque esto no lo decían ni los escribas ni la Escritura, sin embargo, los discípulos por estar ya más despiertos y poner mayor atención a lo que se les decía, pronto lo entendieron. ¿Por dónde vinieron a entenderlo? Ya les había dicho: El es Elías que está a punto de venir; luego les dice: Ya vino; y de nuevo: Elías vendrá y restablecerá todo. No te turbes ni vayas a sospechar que hay contradicción en lo que dice cuando afirma ahora que ya vino, ahora que está por venir. Todo ello es verdad. Porque cuando dice que Elías vendrá y restablecerá todo, habla del mismísimo Elías y de la futura conversión de Israel. Y cuando dice: El es el que va a venir, dice que Juan es Elías a causa de lo parecido del ministerio.

Del mismo modo los profetas a cualquier rey esclarecido lo llaman David; y a los judíos los llaman príncipes de los sodomitas y también hijos de los etíopes; y lo hacen por la semejanza de costumbres. Porque así como Elías será Precursor en la segunda venida, así lo fue Juan en la primera. Ni es ésta la única razón de que a Juan lo llame Elías, sino también para manifestar su pleno acuerdo con la Ley Antigua, y que lo de su segundo advenimiento es una verdadera profecía. Por esto añade: Vino y no lo reconocieron, antes hicieron con él lo que quisieron. Pero ¿qué significa: lo que quisieron? Es decir, lo encarcelaron, lo afrentaron, lo mataron, trajeron en una bandeja su cabeza. Y así de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos.

¿Adviertes cómo oportunamente les trae a la memoria su Pasión, y los consuela grandemente con lo de la Pasión de Juan? Ni lo hizo únicamente por este capítulo, sino haciendo enseguida grandes milagros. Cuando habla de su Pasión, al punto obra prodigios; y lo mismo hace antes y después de hablar de ella, como con frecuencia se observa. Pues dice el evangelista: Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y ser muerto y padecer mucho. Entonces. ¿Cuándo? Cuando ya quedó claro ser él el Cristo e Hijo de Dios. Y también en el monte cuando les puso delante aquella visión admirable en la que los profetas hablaban de su gloria, El les recordó su Pasión. Porque Juan, una vez que refirió la historia del hecho, añade: Así el Hijo del hombre ha de padecer de parte de ellos.

Y no mucho después, cuando echó el demonio que los discípulos no habían podido expulsar, cuando volvía a Galilea, dijo Jesús, según narra el evangelio: El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores que lo matarán, y al tercer día resucitará. Procedía así con el objeto de que la magnitud de los milagros disminuyera el exceso del dolor y del todo los consolara; así como ahora, trayéndoles al recuerdo la muerte de Juan, los consoló grandemente. Y si alguno preguntara ¿por qué ahora no resucita a Elías y lo envía, siendo así que tantos y tan grandes beneficios testifican su venida? Respondemos que fue porque aún ahora, creyendo ellos que Jesús era Elías, sin embargo no se convirtieron. Porque dicen los discípulos: Unos dicen que eres Elías, otros que Jeremías. Entre Juan y Elías no había diferencia sino del tiempo.

Preguntarás: entonces ¿cómo después sí creerán? Ciertamente Elías lo restablecerá todo, no únicamente porque se le reconocerá, sino porque la gloria de Cristo que se extenderá en gran manera y se aumentará, hasta aquel día, brillará más espléndida que el sol. De modo que cuando él venga, habiendo ya precedido tan grande estima y expectación, predicando io mismo y anunciando a Jesús, más fácilmente aceptarán sus palabras. Y cuando dice no lo reconocieron, parece en cierto modo excusarlos; y los consuela no únicamente de este modo, sino además demostrando que El padecerá injustamente; y también como ocultando esas cosas tristes con dos milagros: el que hizo en el monte y el que hará enseguida.

Después de oírlo, ya no le preguntan cuándo vendrá Elías, ya fuera por la tristeza de la futura Pasión, ya porque se apoderó de ellos el temor. Pues con frecuencia, cuando advierten que El no quiere hablar claramente, ellos callan. Así pues, como estando en Galilea les dijera: El Hijo del hombre tiene que ser entregado y le darán muerte, y al tercer día resucitará, el evangelista añade: Y se pusieron muy tristes. Así lo dan a entender dos evangelistas. Marcos dice: Y ellos no entendían esas osas, pero temían preguntarle? Y Lucas: Pero ellos no sabían lo que significaban aquellas palabras, que estaban veladas, de manera que no las entendieron, y temían preguntarle sobre ellas?

Al llegar ellos a la multitud, se le acercó un hombre y doblando la rodilla, le dijo: Señor, ten piedad de mi hijo que está lunático y padece mucho, porque con frecuencia cae en d fuego y muchas veces en el agua; lo presenté a tus discípulos, mas no han podido curarlo. La Sagrada Escritura nos muestra a este hombre muy débil en la fe, como se ve por muchos indicios. Cristo dice: Todas las cosas son posibles al que cree. Además se ve por lo que dice el hombre que se acerca: Ayuda a mi incredulidad. Y aun porque Cristo ordena al demonio que no vuelva a entrar en el niño. Finalmente porque el hombre dice a Cristo: Si algo puedes. Preguntarás si su incredulidad era la causa de que no saliera el demonio, entonces ¿por qué acusa a los discípulos? Para demostrar que también ellos podían curar a los enfermos en el caso de que alguien sin fe se les presentara.

Porque, así como muchas veces la fe del que se acercaba fue suficiente para alcanzar lo que pedía en favor de los inferiores, así también muchas veces la virtud del operante fue suficiente, aun sin la fe de los que se acercaban, para obrar los milagros. Ambas cosas aparecen claras en la Escritura. Cornelio atrajo hacia sí por sola su fe la gracia del Espíritu Santo. Sin la fe de nadie Elíseo resucitó a un muerto. Pues quienes lo habían arrojado al sepulcro, no lo arrojaron por fe que tuvieran, sino por miedo y al acaso, y rápidamente, temerosos del peligro, huyeron. El arrojado era ya cadáver y por sola la virtud del sagrado cuerpo de Elíseo, resucitó. Se ve pues claramente que los discípulos, en el caso presente, se acobardaron, aunque no todos, pues aquellas tres columnas no estaban presentes.

Considera, por otra parte, el descaro de aquel hombre que se atreve a pedir a Jesús el milagro en presencia de todas las turbas, pero acusando a los discípulos y diciendo: Lo presenté a tus discípulos, mas no han podido curarlo. Cristo, en cambio, abiertamente disculpa a sus discípulos y arroja sobre el hombre la mayor parte de la culpa y dice: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? No se dirige a sólo el hombre para no aterrorizarlo, sino a todos los judíos. Pues es verosímil que muchos quedaran mal impresionados y sospecharan mal de los discípulos. Al decir: ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? deja ver las ansias que tenía de morir y cómo anhelaba salir de este mundo; y que no le molestaba el ser crucificado, sino el convivir con incrédulos. Por eso no se contentó con la reprensión, sino que dijo: Traédmelo acá. Y preguntó cuánto tiempo hacía que el niño era poseso, tanto para excusar a los discípulos como dando al niño buenas esperanzas de que sería liberado de su mal.

Luego permite que el muchacho sea estrujado por el demonio, no por ostentación (pues a causa de la turba que concurría ya había increpado al padre), sino para que éste mismo, al ver que el demonio se conturbaba por haber él llamado a Jesús, a lo menos por este camino cobrara fe en el milagro que iba a seguirse. Y como el hombre le contestara: Desde la infancia; y si algo puedes ayúdame, Jesús le respondió: Todo es posible al que cree, todavía reprendiéndolo. Cuando el leproso le dijo: Si quieres puedes limpiarme, dando así testimonio de su poder, Jesús le contestó, alabándolo y confirmando lo que el leproso decía: Quiero: sé limpio. En cambio aquí, puesto que el hombre nada dice en referencia a su poder, sino: Si algo puedes ayúdame, observa cómo lo corrige como a quien habla fuera de lo que conviene. Y ¿qué le dice? Si tú puedes creer, todas las cosas son posibles al que cree. Como si le dijera: mi poder es tan grande que aún otros pueden en mi nombre hacer milagros. De modo que si tú crees como se debe, tú mismo puedes curar al niño y a otros muchos. Y dicho esto curó al endemoniado.

Por tu parte considera su providencia y el deseo de hacer el bien, no solamente por lo dicho, sino también por el tiempo que concedió al demonio permanecer dentro del niño. Porque éste, si no hubiera sido conservado con una gran providencia, mucho tiempo antes habría perecido. Porque dice aquel hombre que con frecuencia el demonio arrojaba al niño al fuego y al agua. Sin duda quien a tanto se atrevía, lo habría matado si Dios no lo hubiera enfrenado en su crecido furor; lo mismo que les habría sucedido a aquellos que desnudos corrían por lugares desiertos y se acometían a pedradas. Y no te conturbe que el hombre llame al niño lunático: fíjate en que es la voz de un padre que tiene a su hijo endemoniado.

Pero entonces ¿por qué dice el evangelista que Jesús curó a muchos lunáticos? Habla siguiendo la opinión del vulgo. Porque el demonio, para poner mala fama en ese astro, o acomete a los hombres o los deja en paz, según el curso de la luna. No porque la luna haga eso ¡ni de lejos! sino que acontece por la perversidad del demonio, para que se le impute a la luna. Semejante opinión, apoyada en ese fenómeno, ha tomado fuerza entre los ignorantes y ha engañado así para que con ese nombre se designen los posesos, pero no es verdad.

Entonces se acercaron los discípulos a Jesús aparte y le preguntaron: ¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarlo? Me parece que temían haber perdido la gracia que se les había concedido. Porque ya tenían potestad sobre los demonios impuros. Por esto le preguntaron allá aparte (no porque se avergonzaran de su impotencia, pues estaban convencidos de ella por el hecho mismo y no había ya motivo para que se avergonzaran), sino porque iban a preguntarle acerca de una cosa alta y misteriosa. ¿Qué les respondió Cristo? Les dice: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible. Y si luego preguntas en dónde cambiaron así de sitio alguna montaña, te responderé que mayores cosas que eso llevaron a cabo al resucitar innumerables muertos. Pues no supone el mismo poder cambiar de lugar un monte y arrojar la muerte de uno que ya es cadáver. Se cuenta que después de ellos, algunos santos menores que los apóstoles, cuando la necesidad lo pidió cambiaron de sitio los montes. De modo que es claro que si la necesidad lo hubiera pedido, también ellos los hubieran trasladado. Y si no hubo necesidad, de esto no los acuses a ellos.

Por lo demás, Jesús no les dijo en absoluto trasladaréis, sino podréis trasladar. Si no los trasladaron, no fue porque no pudieran. ¿Cómo podía ser que no pudieran cuando pudieron cosas mayores? Sino que no quisieron hacerlo sin necesidad. Y aun pudo suceder que los trasladaran, aunque no conste por escrito, pues no todos los milagros que hicieron se han escrito. Por otra parte, en ese tiempo aún eran bastante imperfectos. ¿Es que no tenían una fe tan grande? No la tenían, pues no siempre fueron iguales a sí mismos. Así a Pedro a veces Jesús lo llama bienaventurado y a veces lo reprende; y a los demás los reprendió Jesús por no haber entendido la parábola del fermento. Sucedía en aquel entonces que los discípulos sufrieran debilidades en la fe: esto les acontecía antes de la Pasión y de la cruz.

Pero Cristo habla aquí de la fe en los milagros y aplica lo de la mostaza para dar a entender su poder inefable. Pues aun cuando la mostaza parezca ser pequeñita cuanto a su mole, pero tiene en sí misma máxima virtud, más que todas las simientes. Enseñando pues que la fe sincera aun siendo pequeñísima puede grandes cosas, trae al medio lo del grano de mostaza. Y no se detiene aquí, sino que luego pone ejemplo en los montes; y avanzando más acaba por decir: Nada os será imposible. Por tu parte admira aquí la virtud de los discípulos y la virtud del Espíritu Santo: la de ellos porque no ocultaron su impotencia; la del Espíritu, en que a ellos que no tenían fe ni como un grano de mostaza, poco a poco los elevó a ella en tal grado que vinieron a brotar fuentes y ríos de esa virtud.

Este linaje no puede ser lanzado sino por la oración y el ayuno, añadió Jesús. Se refiere a todo el linaje de los demonios y no únicamente a los lunáticos. ¿Observas cómo lanza aquí la simiente de los ayunos? Ni me alegues, caso raro, que algunos han echado los demonios sin necesidad del ayuno. Pues aun cuando tal cosa se cuente de uno que otro que así los arrojó, con sólo increparlos, es imposible que el endemoniado, si está entregado a los placeres, pueda librarse de semejante locura. Necesita en gran manera del ayuno y la oración quien padece semejante enfermedad. Preguntarás: si lo que se necesita es la fe ¿para qué se requiere el ayuno? Pues porque teniendo fe el ayuno añade no poca fortaleza. El ayuno entraña grande virtud y del hombre hace ángel y lucha contra las potestades incorpóreas. Pero no basta con el ayuno, pues debe añadirse la oración y aun conviene que vaya por delante. Considera, pues, cuan grandes bienes proceden de ambos. Quien ora como debe y además ayuna, no necesita de muchas cosas; y el que no necesita de muchas cosas, no será codicioso de dineros; y el que no codicia dineros, estará inclinado a hacer limosna.

El que ayuna, anda ligero y como con alas, y está expedito y despierto en la oración y apaga las malas concupiscencias, aplaca a Dios, humilla su alma ensoberbecida. Por eso los apóstoles casi continuamente ayunaban. El que ora y ayuna tiene las dos alas más ligeras que los vientos mismos. No anda temulento, ni flojo, ni torpe en la oración, como a muchos les acontece; sino que se torna más ardiente que el fuego y se eleva sobre todo lo terreno; y por lo mismo se hace enemicísimo y contrario a los demonios. Pues nada hay más poderoso que un hombre que ora como se debe. Si la mujer aquella, al príncipe cruel que no Cernía ni a Dios ni a los hombres, pudo doblegarlo, mucho mejor doblegaremos a Dios si con frecuencia oramos y dominamos el vientre y despreciamos los placeres.

Si tu cuerpo está débil, de modo que no puedas ayunar con frecuencia, para orar no estará débil ni para despreciar los deleites del vientre. Si no puedes ayunar, sí puedes apartarte de los placeres, cosa no pequeña y que dista poco del ayuno y basta para quebrantar el furor del demonio. Nada ama tanto el diablo como los placeres de la gula y la embriaguez, madre de todos los males. Por este medio antiguamente arrojó a los israelitas a la idolatría; por éste inflamó a los sodomitas en aquellos amores nefandos. Pues dice un profeta: Esta fue la iniquidad de Sodoma: tuvo gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad. A muchos perdió la gula y los entregó a la gehena.

Porque, en fin: ¿qué mal no acarrean los placeres de la mesa? Vuelven cerdos a los hombres y los hacen peores que los cerdos. Porque el cerdo se revuelca en el lodo y se alimenta de estiércol; mientras que el goloso se prepara una mesa abominable, pensando en uniones ilícitas y en amores inicuos. De manera que en nada difiere de un endemoniado, pues se torna juntamente impúdico y loco furioso. Pero al demoníaco al menos lo compadecemos, pero del goloso huímos y lo aborrecemos. ¿Por qué? Porque se busca él mismo una locura voluntaria; y convierte en cloaca la boca, los ojos, las narices y todo. Y si te asomas a su interior, verás su alma como congelada y dormida a causa del invierno frío; y tal que en medio de la furiosa tempestad, no puede prestar auxilio alguno a la nave.

Vergüenza tengo de decir qué clase de daños nacen de la crápula, así para los hombres como para las mujeres. Los remito a la conciencia de cada cual, pues ella los conoce con plena exactitud. ¿Qué cosa hay más torpe que una mujer ebria y que va de un lado para otro? Al fin y al cabo, cuanto más débil es la nave tanto mayor es el naufragio, ya se trate de una mujer libre o de una esclava. La que es libre procede libertinamente delante de la tropa de esclavos y lo mismo hace la esclava entre los criados. Y con semejantes procederes lo que logran es que los necios blasfemen de los dones de Dios. Porque oigo a muchos que, cuando ven semejantes desórdenes, dicen: ¡Ojalá no existiera el vino! ¡Vaya una locura! ¡vaya una necedad! ¿Acusas los dones de Dios porque otros pecan con ellos? Pues tal cosa es muy grande insania. ¿Acaso el vino, oh hombre, es el que comete el desorden? No es el vino, sino la intemperancia de quienes abusan del vino. Di mejor: ¡ojala, no existiese la ebriedad ni esos placeres de los alimentos! Porque si dices: ¡ojalá no existiera el vino! pasando adelante dirás: ¡ojalá no existiese el hierro, pues hay homicidas; ni la noche, pues hay ladrones; ni la luz, pues hay sicofantas; ni la mujer, pues hay fornicaciones! ¡Acabarías con todas las cosas!

No procedas así. Eso es propio de un ánimo satánico. No acuses al vino, sino a la embriaguez. Cuando el ebrio haya recobrado el uso de la razón, acércatele y demuéstrale su desvergüenza. Dile: el vino se nos ha dado para la alegría, no para la desvergüenza; se nos ha dado para que riamos, no para que nos enfermemos; para acudir a la debilidad corporal, no para perder las fuerzas. Te honró Dios con ese don: ¿por qué te deshonras tú, abusando de él? Oye lo que dice Pablo: Usa un poco de vino por el mal de tu estómago y tus frecuentes enfermedades Pero a cada uno de los que se embriagan, sin duda les diría: Usa de poco vino, a causa de las fornicaciones, a causa de las frecuentes conversaciones torpes, a causa de las demás malas pasiones que suele engendrar la embriaguez. Pero si esto no os mueve a absteneros, absteneos al menos por las vergüenzas que engendra y por las náuseas que produce.

El vino se nos ha dado para la alegría, pues dice David: El vino alegra el corazón de los hombres, pero vosotros le echáis a perder esa virtud. Porque ¿qué alegría puede tener el hombre que no está en sí mismo y además se encuentra atormentado por infinitos dolores, y ve que todo da vueltas en derredor suyo y se encuentra en tinieblas y necesita, como se hace con los que padecen fiebre, que con óleo le unjan la cabeza? Yo quisiera que todo lo dicho no fuera para todos. O más bien, sí: que fuera para todos. No porque todos se embriaguen ¡lejos tal cosa! sino porque los que no se embriagan no cuidan de los que se embriagan. De modo que más bien me dirijo a vosotros, los sobrios. Así el médico, haciendo caso omiso del enfermo, se dirige a los que lo atienden y con ellos habla. A vosotros, pues, os ruego y suplico que no os dejéis dominar jamás por esta enfermedad; y a los que ya hallen enfermos solícitamente les procuréis curación, a fin de que no se tornen peores que los brutos.

Los brutos no buscan más de lo que necesitan, mientras que los ebrios -más irracionales que los brutos traspasan los límites de la moderación. ¿Cuánto mejor resulta un asno que un ebrio? ¿Cuánto mejor un can? Estos animales y todos los demás, ya sea que coman o beban, saben ser moderados y no se propasan de lo conveniente; pues aun cuando innumerables hombres los obligaran, jamás se excederían. De modo que bajo este aspecto, sois peores que los brutos; y esto no solamente delante de los que son razonables, sino delante de vosotros mismos. Y que os juzgáis peores que los asnos y los canes, es manifiesto por lo siguiente: tú nunca obligas a un animal a comer o beber más alimento del que moderadamente necesita. Y si alguien te pregunta el por qué, le respondes que es para no causarle daño. Y en cambio no cuidas de ti mismo del mismo modo. De manera que te crees inferior a ellos. Y agitado por semejantes oleajes te descuidas de ti mismo.

Ni te dañas únicamente el día en que estás ebrio, sino también al día siguiente; a la manera que al febricitante, aun apartándose la fiebre, le queda cierto malestar. Así, aun apartada la embriaguez, queda sin embargo en el alma y en el cuerpo un cierto malestar. El cuerpo yace sin fuerzas, a la manera de una nave después del naufragio; y el alma, más miserable que el cuerpo, suscita de nuevo la tempestad y la inflama con la concupiscencia; y hasta cuando parece ser prudente está loca, pues revuelve en la imaginación vinos y barriles, copas y vasos. Y así como tras de una tempestad, persiste el daño que ella causó, así sucede con la embriaguez. Así como en la tempestad se arrojan las mercancías, así en la embriaguez se pierden todos los bienes o casi todos. Si ella encuentra en el alma el pudor, la prudencia, la justicia, la humildad, todo lo arroja al piélago de las iniquidades.

Las consecuencias en cambio no son iguales. Porque la nave, una vez arrojado el peso de las mercancías, queda más ligera y expedita; en cambio en el ebrio las cosas se agravan. Pues en lugar de riquezas la nave se carga de arenas y de agua salobre y de todas las horruras de la embriaguez, que muy pronto echan a pique la nave, con sus navegantes y piloto. Pues bien: para no quedar envuelto en semejantes males, librémonos de esa tempestad. El ebrio nunca poseerá el reino de los cielos. Dice el apóstol: Ni los dados al vino ni los maldicientes poseerán el reino de Dios. Pero ¿qué digo el reino de los cielos? Ni aun las cosas de la tierra puede ver el ebrio, porque la embriaguez cambia el día en noche y la luz en tinieblas. Los ojos del ebrio, aun abiertos, no pueden ver ni aun lo que tienen delante de los pies.

Ni sólo ese mal acarrea la embriaguez, sino que después los ebrios sufren penas mayores, como son terrores irreales, cóleras, tristezas; y se tornan ridículos y se exponen continuamente a ser injuriados. Pues ¿qué perdón podrá haber para quienes se cargan de males tan grandes? ¡ninguno, por cierto! Huyamos de semejante enfermedad para que consigamos los bienes presentes y también los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 56