Crisóstomo - Mateo 62

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HOMILÍA LXII (LXIII)

Sucedió que al concluir Jesús este discurso, salió de Galilea y se dirigió al país de Judea, al otro lado del Jordán (Mt 19,1).

HABÍA JESÚS frecuentemente abandonado Judea a causa de la envidia de los judíos; pero ahora se detiene allá porque estaba cercano el tiempo de su Pasión. Pero aún no subió a Jerusalén, sino que se detuvo en los límites de Judea. Y en cuanto llegó allá, lo siguieron las turbas y los curó. No se ocupó continuamente en dar la doctrina y hacer milagros, sino que unas veces se ocupaba en una cosa y otras en otra, con el objeto de proveer de varios modos a la salvación de los que le seguían y no se apartaban de El. Todo para que por los milagros que hacía probara ser Maestro digno de fe en lo que enseñaba; y por lo que enseñaba se aumentara el lucro y ganancia que producían los milagros. Y por todos los caminos lo que pretendía era llevarlos al conocimiento de Dios.

Por tu parte considera cómo los evangelistas pasan de largo, apenas con una palabra, las grandes turbas, sin hacer referencia a cada uno de los que fueron sanados. Pues no dicen éste y éste, sino muchos. Nos enseñan así a guardarnos del fausto. Y los sanaba Cristo para hacerles el bien y mediante ellos a otros muchos. Pues el que unos fueran curados era para otros ocasión de conocer a Dios. Pero no lo era para los fariseos, que, al revés, más se enfurecían por eso mismo. Y así se le acercan para tentarlo. No comprendiendo ellos lo que Cristo obraba, le mueven problemas. Pues habiéndosele acercado y tentándolo, le decían: ¿Es lícito que un hombre repudie a su mujer por cualquier motivo? Creían que con sus preguntas le iban a cerrar la boca, aunque ya sabían por experiencia cuan poderoso era en esto. Porque cuando discutieron largamente acerca del sábado; cuando dijeron de él: Este blasfema; cuando decían: Tiene demonio; cuando increpaban a los discípulos porque yendo por medio de los sembrados cortaban espigas; cuando trataron sobre el comer sin lavarse las manos; y en todas ocasiones, los dejó con la boca cerrada reprimiendo la impudencia de su lengua. Pero ni así desisten. Es propio eso de la perversidad, de la envidia el ser impudente y petulante: aunque millares de veces se la refute, millares de veces insta de nuevo.

Advierte la malicia de la pregunta. Porque no dijeron: Tú ordenaste que no se dimitiera a la mujer, pues ya Jesús había disertado sobre este tema. Pero ellos no recordaron sus palabras, sino que iniciaron su polémica por aquí. Pensando que así le pondrían más graves pruebas y queriendo que él hablara en contra de la Ley, no le dicen: ¿Por qué legislaste esto y esto? Sino que, como si nada se hubiera dicho antes, le preguntan: Si es lícito, esperando quizá que él no recordaría lo que ya había establecido. Preparados estaban, si decía ser lícito repudiar a la mujer, a oponerle lo que él mismo había ya determinado, con estas palabras: ¿Por qué te contradices? Y si se afirmaba en lo que anteriormente había dicho, objetarle y ponerle delante a Moisés.

¿Qué hace Jesús? No les dice: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?- como lo hizo más tarde. No procedió así en esta ocasión. ¿Por qué? Para manifestar juntamente su poder y su mansedumbre. Pues ni siempre calla para que no piensen que ignora las cosas, ni siempre rearguye para enseñarnos a llevar con mansedumbre cuanto se ofrezca. ¿Cómo, en fin, les responde?: ¿No habéis leído que el que creó a los hombres al principio los hizo varón y hembra? Y dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne Por consiguiente ya no son dos sino una carne. Pues bien: lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Observa la sabiduría del Maestro. Porque, siendo interrogado, ¿si acaso es lícito? no responde al punto ser ilícito, para no perturbarlos; sino que antes de pronunciar su sentencia, hace esa preparación que ya deja en claro la cosa declarando ser decreto de su Padre y que Moisés no se opuso a este precepto. Advierte cómo esa indisolubilidad la confirma no únicamente por el hecho de la creación, sino además por el decreto de su Padre. Porque no dice que Dios creó sólo un hombre y una mujer, sino que además ordenó que el uno se uniera a la otra.

Si hubiera querido que una fuera dimitida y otra luego desposada, tras de crear un solo hombre habría creado muchas mujeres. Ahora en cambio, así por la forma de la creación como por el decreto paterno demuestra que deben cohabitar solamente uno con una y no separarse jamás. Observa cómo lo dice: El que creó a los hombres al principio los hizo varón y hembra; o sea que de una misma raíz nacieron ambos y se juntaron en un solo cuerpo. Pues dice: Serán los dos una sola carne. Y luego declarando ser cosa temible el recusar esta ley y al mismo tiempo confirmándola, no dijo: En consecuencia no los apartéis ni separéis, sino ¿qué?: Lo que Dios unió que el hombre no lo separe. Y si en contra alegas a Moisés, yo te presento al Señor de Moisés; y además confirmaré la ley atendiendo al tiempo. Porque Dios a los principios los hizo varón y hembra; de modo que es antiquísima ley, aunque parezca que ahora yo la afirmo y decreto cuidadosísimo y exacto. Pues Dios no únicamente presentó la mujer al varón, sino que ordenó que abandonaran a su padre y a su madre. Ni ordenó únicamente acercarse a la mujer, sino unirse a ella, declarando por este modo de hablar que ya no podían separarse. Y no se contentó con esto, sino inventó un mayor grado de unión al decir: Y serán dos en una sola carne.

Tras de haber repetido la ley que con hechos y palabras fue puesta al principio; y tras de haber demostrado ser ella legítima a causa del Legislador, finalmente da autoritativamente su interpretación y la sanciona diciendo: Por lo mismo ya no son dos, sino una sola carne. De manera que así como es crimen cortar la carne, así es inicuo dimitir a la mujer. Y no se detuvo aquí sino que trajo al medio a Dios y dijo: En consecuencia, lo que Dios unió que el hombre no lo separe. Demostró de esta manera que el despedir a la mujer es contra la naturaleza y contra la ley. Contra la naturaleza, pues es cortar y dividir lo que es una sola carne; contra la ley, pues fue Dios el que unió y ordenó no separar, que es lo que vosotros intentáis.

Después de esto ¿qué se había de hacer? ¿acaso no lo que convenía era callar? ¿alabar lo que se había dicho? ¿admirar la sabiduría del Maestro? ¿espantarse de la gran consonancia entre Cristo y su Padre? Pero nada de eso hacen los judíos, sino querellando dicen: ¿Cómo es, pues, que Moisés ordenó dar libelo de repudio, previa acta de divorcio? Semejante dificultad no se la habían de proponer a Cristo, sino Cristo a ellos. Sin embargo no los reprende ni les dice: Eso no me toca a mí Sino que se puso a resolverles su dificultad. En verdad, si se hubiera opuesto al Testamento Antiguo, no habría defendido a Moisés, ni habría confirmado su sentencia con lo que allá a los principios se hizo, ni se habría esforzado en demostrar que su sentencia concordaba con la de aquellos antiguos.

Pero, habiendo Moisés legislado en muchas cosas como de los alimentos, del sábado ¿por qué no se lo oponen en parle alguna como lo hacen aquí? Porque su empeño era concitar contra él a las turbas. Al fin y al cabo los judíos hacían poco caso de ello y todos vulgarmente así procedían. Por eso, habiendo Cristo largamente hablado en el monte, de sólo este mandato le hacen mención. Pero aquella inefable sabiduría prepara defensa contra eso y dice: Porque Moisés en razón de vuestra rudeza de sentimientos así lo dispuso en la ley. Ni permite que acusen a Moisés; pues era El quien había dado la ley a Moisés; sino que lo justifica y vuelve la cuestión contra ellos íntegramente, como lo hace en todas partes. Así cuando ellos acusaron a los discípulos que arrancaban las espigas, demostró que los culpables eran ellos; y cuando acusaron a los discípulos de comer sin lavarse las manos, les demuestra ser ellos los transgresores; y lo mismo cuando lo del sábado, y en todas partes, y también aquí.

Luego, como lo que había dicho era cosa pesada de llevar y en grado sumo los reprendía, inmediatamente torna el discurso de nuevo hacia la Ley Antigua y repite lo que ya había dicho: Pero allá a los principios no fue así. O sea que Dios al principio por las cosas mismas estableció lo contrario. A fin de que no fueran a decir: pero ¿de dónde nos consta que por la dureza de nuestros sentimientos legisló así Moisés?, por aquí de nuevo los reprime. Pues si la ley dada por Moisés fuera la principal en el asunto y tuviera utilidad, sin duda que la otra no hubiera sido dada al principio; ni Dios hubiera así formado al hombre, ni añadiría Cristo: Pero yo os digo que quien repudia a su mujer, excepto en el caso de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio. Después de haberlos reducido al silencio, luego autoritativamente establece la ley, como lo hizo cuando lo de los alimentos y lo del sábado. Así como allá, cuando se trató de los alimentos, los refutó diciendo a las turbas que no mancha al hombre lo que entra por la boca; y cuando lo del sábado, tras de dejarlos callados, que era lícito hacer el bien en sábado, así ahora procede del mismo modo.

Pero lo que sucedió entonces, acaeció también ahora. Pues así como allá, con la refutación a los judíos los discípulos se perturbaron, y juntamente con Pedro se le acercaron y le dijeron: Explícanos esta parábola, así ahora conturbados decían: Si tal es la condición del hombre con lo. mujer, conviene no casarse. Es que ahora ellos habían entendido mejor que entonces lo que se había dicho. Por eso entonces guardaron silencio; pero ahora, como se suscitaron la pregunta y la respuesta en Cristo y los judíos, y luego la pregunta y la explicación de nuevo, y así la ley hubiera quedado más en claro, los discípulos le preguntan sin atreverse directamente a contradecirlo, sino que traen al medio lo que parecía gravoso y pesado de aquella ley y le dicen: Si tal es la condición del hombre con la mujer, lo conveniente es no casarse. Pues les parecía muy gravoso el tener que tolerar perpetuamente a una mujer llena de toda perversidad y guardar en el hogar una fiera indómita tal.

Y para que veas que esto los perturbó profundamente, hay que tener en cuenta a Marcos, quien afirma de elíos que hablaron con Jesús aparte. ¿Qué significa: Si tal es la condición del hombre con la mujer? Quiere decir: si en tal forma están unidos que son una misma cosa; o también: Si de tal modo la ley ata al marido que siempre cometa pecado si dimite a su mujer, es más fácil y llevadero luchar contra la concupiscencia natural y contra sí mismo, que contra una mujer perversa.

¿Qué les responde Cristo? No les contestó: Sí, así es, es más fácil, proceded así, con el objeto de que no fueran a pensar que establecía una ley; sino que dijo: No todos lo entienden, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Ensalza el asunto y declara ser cosa alta y de este modo los atrae y los exhorta. Aparece aquí una especie de contradicción. Pues Cristo afirma ser eso cosa muy alta; mientras que ellos aseguran ser cosa muy fácil. Pero ambas cosas concuerdan bien. El dijo ser cosa" muy excelsa para tornarlos más fervorosos; ellos, por lo que antes se dijo, lo tuvieron por muy fácil, para que de este modo prefirieran la virginidad y la continencia.

Como hablarles de la virginidad parecía ser cosa gravosa a causa de la dura necesidad impuesta por la ley, Cristo se contenta con atraerlos a ella. Y para demostrarles ser posible conservarla, añade: Los hay inhábiles desde el vientre de su madre para el matrimonio; y los hay inhábiles porque los hombres los inhabilitaron; y los hay que ellos mismos se impusieron el celibato por causa del reino de los cielos. Oscuramente los induce a escoger este género de vida y los persuade a ser posible guardaí esta virtud; como si les dijera: Piensa lo que harías si por naturaleza fueras impotente, o si por la violencia y con injuria los hombres te hubieran tornado impotente. Privado de semejante voluptuosidad ¿qué harías no pudiendo esperar premio alguno por eso? Da pues ahora gracias a Dios, que puedas llevar esa privación ganando premios y mercedes, privación que aquellos otros soportan sin ser coronados por ella. Más aún: tal cosa ni siquiera es pesada sino, al contrario, muy fácil; porque se aligera con la esperanza del premio y con la conciencia de tener tan eximia virtud y por el hecho de que no es agitada por tan grandes oleajes como son los de la concupiscencia.

Porque al fin y al cabo, ni siquiera la amputación del miembro suele apagar esos oleajes y procurar la tranquilidad, como lo hace el freno de la razón. Más aún: con este freno mucho más se apagan. De manera que Cristo trajo a la memoria a esos impotentes, para incitar a la virtud a los otros. Porque, si a esto no se dirigía ¿a qué venía ese traer al medio a semejantes eunucos? Y cuando dice: que los hay que ellos mismos se hicieron eunucos, en absoluto no habla de la amputación de los miembros ¡lejos tal cosa! sino de rechazar los impulsos depravados, y malos pensamientos. Quien mutila su miembro es reo de maldición, como dice Pablo: ¡Ojalá sean amputados los que os conturban. Y con razón. Porque ese tal hace lo mismo que los homicidas y da ocasión a los que maldicen la obra de Dios y abre la boca de los maniqueos y comete el mismo pecado que los que entre los gentiles se mutilan. Amputar los miembros es operación diabólica y desde el principio fue asechanza satánica, para tener de qué acusar al Creador y para deformar al viviente que Dios modeló. Los que tal hacen todo lo atribuyen no a las determinaciones de la voluntad, sino a la naturaleza de los miembros, y así muchos se han entregado a los pecados, como si no hubieran de dar cuenta de ellos. Pecaron en dos cosas, en dos cosas dañaron al hombre: en amputarle sus miembros y en impedir el empeño de la voluntad para las buenas obras. Fue el demonio quien introdujo semejante ley. E introdujo además pésimo dogma, o sea acerca del hado fatal y la necesidad; y una vez preparado así el camino, luego echa por tierra nuestra libertad persuadiendo que los vicios son cosas connaturales; y de aquí deduciendo otra cantidad de perversas afirmaciones, aunque no abiertamente Así es el pernicioso veneno del demonio.

Os ruego en consecuencia que huyamos de semejante iniquidad. Pues aparte de lo que ya dijimos, es un hecho que semejante amputación en nada disminuye la concupiscencia, sino que aún la torna más ardiente: el semen de otras fuentes se deriva y de otro origen parten los oleajes que al alma agitan Unos médicos dicen que se originan en el cerebro; otros que en los ri-ñones. Por mi parte, yo diría que su origen viene del ánimo lascivo y el descuido de los malos pensamientos. Si el ánimo es temperante ningún daño se sigue de los naturales movimientos. Una vez que Cristo habló acerca de los eunucos que lo son sin recompensa celeste, a no ser que juntamente sean de ánimo temperante y limpios pensamientos, y también de los que guardan virginidad por el reino de los cielos, concluye con estas palabras: El que pueda entender, que entienda, con lo que más fuertemente inflama los ánimos en el deseo del celibato, demostrando ser cosa altísima y grande. Y no lo pone en necesidad de ley, por su inefable mansedumbre. Únicamente habló así sobre todo para declarar que es cosa factible, para que por aquí la voluntad conciba más crecidos anhelos.

Preguntarás: si la virginidad es cosa voluntaria ¿cómo anteriormente dijo Cristo: No todos entienden, sino aquellos a quienes se les ha concedido? Fue para que entiendas ser grande el combate, pero no para que fueras a imaginar una especie de suerte que necesariamente le toca al hombre. Porque les está concedido a todos los que quisieren. Habló así para manifestar que quien entra en este certamen necesita de gran auxilio de parte de la gracia; pero que lo tendrá quienquiera que lo desee. Porque suele Cristo usar de esa palabra cuando quiere significar que se trata de algo de suma importancia. Como cuando dice: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios A Y que eso sea verdad, queda manifiesto por este pasaje. Pues si el don fuera totalmente de lo alto y quien cultiva la virginidad no pusiera nada de su parte, en vano se le prometería el reino de los cielos ni habría motivo para distinguirlo de los otros eunucos.

Pero tú advierte cómo por donde unos malignamente proceden, por ahí otros sacan ganancia. Los judíos se marcharon sin haber aprendido nada; pues no preguntaban para saber; mientras que los discípulos sacaron grande fruto. Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y rogara por ellos. Mas los discípulos los reprendían. Pero Jesús les dijo: Dejad que los niños vengan a mí; pues el reino de los cielos es de los que son como ellos. Y después de imponerles las manos, partió de ahí. ¿Por qué los discípulos espantaban a los niños? Por la dignidad del Maestro. Y El ¿qué dijo? Para enseñarlos a despreciar el fausto y proceder modestamente, los recibe y los abraza y promete el reino de los cielos a los que son como ellos, cosa que ya antes había dicho.

Pues también nosotros, si queremos ser herederos de los cielos, procuremos esa virtud con gran diligencia. Porque esto es la cumbre de la virtud: unir la sencillez con la prudencia; esto es llevar una vida angélica. El alma de los niños se encuentra libre de todas las enfermedades espirituales: no guarda memoria de las injurias, sino que a quienes lo injurian se les acerca como a amigos, como si nada hubiera pasado. Aunque su madre lo azote muchas veces, siempre la busca y la prefiere a todos. Si le presentas la reina adornada con su diadema, no la prefiere a su madre vestida con ropas hechas girones; y más quiere verla a ella así desaliñada que no a la reina magníficamente vestida; porque suele estimar lo suyo no por la pobreza o las riquezas, sino por el amor, y así distingue lo suyo de lo extraño. No exige más de lo que necesita, y en cuanto se ha hartado de leche se retira de los pechos.

Tampoco está sujeto a los cuidados que sufrimos los mayores; ni siente la pérdida de las riquezas ni desgracias semejantes; ni a la manera nuestra se alegra con las cosas pasajeras ni admira las bellezas de los cuerpos. Por eso Cristo decía: De tales como éstos es el reino de los cielos. Para que nosotros llevemos a cabo por determinación de nuestra voluntad lo que los niños hacen por su natural. Y pues los fariseos no tenían otros motivos de sus acciones que la arrogancia y la perversidad, por eso Cristo en todas partes ordena a sus discípulos que sean sencillos; y alude a aquéllos mientras instruye a éstos. Nada hay que tanto engendre la soberbia como los principados y los primeros puestos. Y como los discípulos habían de alcanzar por toda la redondez del orbe grandes honores, previene sus ánimos para que no sufran esa pasión humana ni anden buscando las honras que dei vulgo proceden ni se prefieran a los demás. Pues aun cuando estas cosas parezca que son pequeñas, pero son causa de graves males. Por este camino los fariseos llegaron al colmo de la perversidad, dándose a buscar los saludos, los primeros asientos, el pasar por en medio de todos llamando la atención; y así fueron a caer por un lado en un ardiente anhelo de la vana gloria y por otro en el de la impiedad. Por el mismo motivo, ellos, tras de haberse echado encima la maldición por andar tentando al Señor, se retiraron. En cambio, los niños se llevaron la bendición, como libres de todos esos pecados.

Seamos, pues, nosotros como los niños, infantes en la malicia. Pues no podremos, con toda certeza no podremos de otro modo ir a ver el cielo, sino que necesariamente irá a la gehena quienquiera que sea fraudulento y malvado. Más aún: antes de ir a la gehena ya desde acá padecerá males extremos, pues dice la Escritura: Si fueres malo, para ti solo obtendrás males; pero si fueres bueno serás también útil al prójimo. Pues conviene que adviertas cómo ya antiguamente así sucedía. Nadie hubo tan perverso como Saúl, nadie tan sencillo como David. Pues bien: ¿cuál de ellos fue el más fuerte? ¿Acaso no lo tuvo en sus manos dos veces David y habiendo podido darle muerte, lo perdonó? ¿Acaso no lo tuvo como encerrado en una red y en una cárcel y lo perdonó? Aunque los demás lo excitaban, aunque él mismo tenía infinitos motivos de queja en contra, sin embargo, lo dejó ir sano y salvo. Y eso que Saúl lo perseguía con todo su ejército, mientras él, David, andaba errante y cortado por todos lados, con unos pocos fugitivos, destituidos de toda esperanza, y pasando de unos sitios a otros. Y el fugitivo superó al rey: y la razón fue porque David peleaba con sencillez, Saúl con malicia. Pues ¿qué podía haber más criminal que quien intentaba matar al que era jefe de su propio ejército y rectamente llevaba adelante las cosas militares siempre victorioso y erigiendo trofeos y soportaba los trabajos mientras procuraba al rey las coronas y éxitos?

Así es la envidia. Destruye los bienes propios y al envidioso lo consume y envuelve en mil calamidades. El mísero de Saúl, habiéndose David alejado de él, hubo de lanzar aquella desdichada exclamación lamentándose: Estoy en grande angustia. Los extranjeros mueven guerra contra mí y el Señor se ha apartado de mí. Antes de que David se le apartara no tuvo guerras sino que vivía en seguridad y en paz y glorioso; pues la gloria de su general en jefe pasaba hasta él. David no era tirano ni pensaba arrojarlo del trono, sino que en su favor se portaba preclaramente y lo quería bien, como quedó de manifiesto por los sucesos siguientes. Quienes no examinan a fondo las cosas, tal vez atribuyan la sujeción de David, mientras militaba en el ejército de Saúl, a la disciplina y ley militar. Pero una vez que Saúl lo echó de su reino ¿qué impedía que David le hiciera la guerra o qué lo persuadía a abstenerse de eso? Más aún: ¿qué había que no lo incitara a darle muerte? ¿Acaso no el malvado Saúl le había puesto dos y tres veces y muchas, infinitas asechanzas? ¿No había él hecho a Saúl beneficios? ¿No se portaba así Saúl con un inocente? ¿Acaso no reinaba Saúl con peligro de David y estaba a salvo? ¿Acaso no tenía David, mientras Saúl viviera, que andar errante perpetuamente y fugitivo y puesto en extremo peligro?

Pues bien: nada de eso lo pudo inducir a manchar con sangre su espada. Más aún: como viera dormido a Saúl, cogido en la red y solo aun estando en medio de los suyos, y como pudiera cortarle la cabeza, y hubiera muchos que a eso lo excitaban y le decían que por voluntad de Dios se le presentaba aquella ocasión, él no sólo increpó a quienes a tal cosa lo incitaban y se abstuvo del asesinato y dejó a Saúl sano y salvo; y como si fuera no un enemigo, sino un guardia del rey, así acusó al ejército de que traicionaba a su señor. ¿Qué habrá igual a semejante magnanimidad? ¿qué mansedumbre que a ésta se iguale? Puede verse ella no sólo por lo dicho, sino por los hechos que luego sucedieron. Pues si consideramos nuestra perversidad, mejor apreciaremos las virtudes de los santos Por lo mismo, os suplico que nos apresuremos a imitarlos. Si amas la gloria, pero si pones asechanzas a tus enemigos, mejor la conseguirás cuando rechazando la vanagloria te abstengas de poner semejantes asechanzas. Así como el desprecio de las riquezas es contrario a la avaricia, así el amar la gloria y el conseguir la gloria son entre sí contrarios.

Y si os place examinemos cosa por cosa. Y pues suponemos que en realidad ni tenemos temor alguno de la gehena ni nos cuidamos para nada del reino de los cielos, ¡ea! ¡demostrémoslo tomando pie de las cosas presentes! ¿Quiénes son los ridículos? ¿acaso no los que proceden movidos por el aura popular? ¿Quiénes son los que han de alabarse? ¿No son acaso los que desprecian las alabanzas del vulgo? Si pues hay que vituperar el amor de la vana gloria y el amante de ella no puede gloriarse de eso, entonces a él forzosamente hay que vituperarlo y el amor de la gloria le resulta motivo de desprecio.

Pero no por sólo este motivo es despreciado, sino también porque se ve obligado a hacer muchas cosas indecorosas y al servilismo. Así todos los que a manera de locos anhelan el lucro, suelen resultar dañados por ese mismo amor del lucro. Pues emplean cantidad de fraudes, pequeñas ganancias les producen muy graves detrimentos. Es cosa que ya pasó a proverbio.

Lo mismo ha de decirse del lascivo. El excesivo empeño de buscar el placer le impide el placer. Pues a semejantes afemiminados y envilecidos, los traen y llevan por todas partes las mujeres a la manera de esclavos, y ni siquiera se dignan usarlos como se hace con los hombres, sino que cubriéndolos de indecencia, con bofetadas y salivazos, trayéndolos y llevándolos por todas partes, se burlan de ellos y les imperan cuanto en gana les viene. Del mismo modo, nada hay más vil, ni más abyecto que el codicioso de la vanagloria y arrogante, que piensa de sí mismo andar en las cumbres. Porque querelloso es el género humano y a nadie en tanto grado aborrece como al arrogante, al soberbio, al esclavo de la gloria vana. Y el arrogante, para mantener aquel género de arrogancia hace delante de muchos oficio de criado, de manera que adula, vagamente alaba; y se sujeta a una servidumbre mucho más grave que la que soportan los esclavos que han sido comprados con dinero.

Sabiendo, pues, todas estas cosas, rechacemos semejantes actitudes, para que no suframos ya en este mundo el castigo y luego seamos atormentados para siempre. Amemos la virtud. Así cogeremos, aun antes de gozar del reino, acá en la tierra, grandísimo fruto; luego, cuando emigremos allá, disfrutaremos de los bienes eternos. Ojalá que todos los consigamos, por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA LXIII (LXIV)

Uno se le acercó y le dijo: Maestro bueno ¿qué haré para alcanzar la herencia de la vida eterna? (Mt 19,16).

HAY QUIENES recriminan a este joven como fraudulento y malvado y como si se hubiera acercado a Jesús con el objeto de tentarlo. Por mi parte yo no dudaría en llamarlo avaro y amante codicioso de las riquezas, pues Cristo así se lo demostró. Pero fraudulento no, de ninguna manera, pues no es lícito ni seguro el juzgar temerariamente de lo interno y oculto, en especial cuando se trata de juzgar a alguno; y aun apoyándome en Marcos, rechazaría semejante sospecha que el evangelista repudia. Porque dice: Corrió hacia él uno y de rodillas le preguntaba; Y luego: Jesús jijó en él la mirada y lo amó. Sin embargo, grande es la tiranía de las riquezas como en este pasaje se advierte. Pues aun cuando cultivemos todas las demás virtudes, ella echa por tierra todos los bienes. Con razón Pablo la llamó raíz de todos los males: La raíz de todos los males es la avaricia?

¿Por qué entonces Cristo le responde: Nadie es bueno? Porque lo tenía por hombre sencillo y del vulgo y como un doctor de los judíos. Por eso le habla como a tal hombre. Pues ordinariamente responde según lo que piensan los que le preguntan; como cuando dice: Nosotros adoramos con un culto legítimo. Y también: Si yo doy testimonio de mí mismo, entonces mi testimonio no es verdadero. Pero cuando dice: Nadie es bueno, no quiere decir que El no sea bueno ¡lejos tal cosa! Porque no dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Yo no soy bueno. Sino que dijo: Nadie es bueno, es decir, ningún hombre; no porque al decirlo excluyera a los hombres de la bondad, sino que hablaba en comparación con la bondad de Dios. Por eso añade: Sino solamente Dios. Y no dijo: Solamente mi Padre, para que entiendas que no se reveló al joven aquel. También antes había llamado malos a los hombres con estas palabras: Pues si vosotros siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. Ahí los llamó malos, no porque asignara la perversidad a toda la humana naturaleza, pues el vosotros no incluye a todos los hombres, sino que se expresó así, comparando la bondad de los hombres con la bondad divina. Y por eso añadió: Cuánto más vuestro Padre dará cosas buenas a los que le piden.

Preguntarás: ¿qué le urgía o qué bien se seguía de semejante respuesta? Poco a poco va llevando al joven a mayores alturas y lo enseña a prescindir de toda adulación y lo saca de las cosas terrenas y lo lleva hasta Dios y lo persuade a buscar las cosas futuras y a conocer quién es el verdaderamente bueno, raíz y fuente de todo y a tributarle honor. Así cuando dice: No os hagáis llamar Maestro, lo dice en comparación consigo y también para que sepan cuál es el primer origen de todo. El joven hasta aquel momento había demostrado no pequeño anhelo y amor, de manera que mientras otros se acercaban a Cristo para tentarlo y otros para que curara sus enfermedades o las ajenas, él se aproxima y viene para preguntar acerca de la vida eterna. Tierra fecunda y campo fértil era, pero la multitud de espinas sofocó la simiente. Advierte cuan bien preparado estaba para obedecer a lo que se le mandara. Dice: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Tan pronto parecía para obedecer. Si se hubiera acercado a Cristo con intención de tentarlo, sin duda nos lo hubiera declarado el evangelista, como lo hizo en los otros casos, por ejemplo el del doctor de la ley. Y aun cuando el evangelista calla, eso no lo habría dejado ocultarse

Cristo, sino que abiertamente lo habría confundido, o secretamente lo habría hecho sentir su falta, para que no creyera que engañaba o se ocultaba y así saliera con daño.

Por otra parte, si se hubiera acercado como tentador no se habría apartado triste por lo que oyó de Cristo; puesto que tal cosa nunca le aconteció a ningún fariseo, sino que éstos cuanto más se los redargüía tanto más se enfurecían. Este joven en cambio se apartaba triste, lo que es señal grande de que no se había acercado con mala voluntad, sino con voluntad un tanto débil, pero con verdadero anhelo de la vida, aunque estaba impedido por gravísima enfermedad. Habiéndole, pues, dicho Jesús: Si quieres entrar a la vida guarda los mandamientos, el joven preguntó: ¿Cuáles? no para tentar a Cristo ¡lejos tal cosa! sino porque pensó que se trataba de unos preceptos diversos de los de la Ley, tales que podrían serle conductores para la vida: cosa propia de quien ardía en deseos. Y cuando Cristo le recitó los mandamientos, él respondió: Todo eso lo he guardado desde mi adolescencia. Pero no se detuvo aquí, sino que añadió: ¿Qué más me falta? lo que también fue señal de que- ardía en deseos. Ni era poco eso mismo de que juzgara que algo le faltaba y pensara no ser suficiente lo que se le había dicho para alcanzar lo que deseaba.

¿Qué hace entonces Cristo? Pues le iba a proponer cosas muy levantadas, comienza por enunciar los premios, y dice: Si quieres ser perfecto anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y luego ven y sigúeme. ¿Miras cuántos premios, cuántas coronas concede a esta palestra? Cierto que si el joven hubiera sido un tentador no le habría Cristo contestado en esa forma.

Ahora, en cambio, sí lo hace y para atraerlo le muestra la gran recompensa, pero todo lo deja a su libre voluntad, dejando en la sombra las cosas que en semejante advertencia eran pesadas. De modo que antes de declararle el certamen y sus trabajos, le muestra el premio diciendo: Si quieres ser perfecto; y hasta después añade: Vende todo lo que posees y dalo a los pobres; y al punto pone el premio y dice: Tendrás un tesoro en el cielo y ven y sigúeme. Porque ya el seguir a Cristo es gran recompensa. Y tendrás un tesoro en el cielo.

Pues se trataba de dineros y Jesús lo exhortaba a despojarse de todo, para demostrarle que no sólo no quedaba despojado de lo suyo, sino que en realidad incluso se le acrecentaba, le ofrece y da mayores cosas que las que se le ordena dejar. Ni solamente más, sino tanto más superiores cuanto lo es el cielo sobre la tierra y aún más todavía. Y la excelencia del premio, su firmeza y seguridad las declara llamándolas tesoro, en cuanto por las cosas humanas podía darle a entender eso al oyente. De modo que no basta con despreciar los dineros, sino que conviene alimentar a los pobres; y ante todo seguir a Jesús, es decir, cumplir todos sus mandatos y estar preparados para la muerte y muerte cotidiana. Pues dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Ciertamente este mandato de derramar la propia sangre es superior al de despreciar los dineros. Sin embargo, éste ayuda no poco para lograr el otro. Y el joven, habiéndolo oído, se alejó triste. Y el evangelista advierte que no fue eso sin motivo, pues el joven tenía muchas posesiones.

Porque no tienen igual impedimento los que tienen pocas posesiones y los que abundan en ellas. Porque en este segundo caso la codicia es más violenta, cosa que no me cansaré de repetir: o sea que se enciende mayor la llama con el acrecerse las riquezas y así se hacen más pobres los que las poseen, pues quedan enredados en mayores codicias y sienten más la necesidad y penuria. Y en este punto quisiera que adviertas cuán grande fuerza demostró esa enfermedad. El que con gozo y presteza se había acercado a Cristo, en cuanto Cristo le ordenó dejar las riquezas, en tal grado la enfermedad lo envolvió y afligió, que ni siquiera dio a Cristo alguna respuesta, sino que callado, triste, apesadumbrado, se alejó.

Y ¿qué hizo Cristo? Dijo: ¡Cuan difícilmente los ricos entrarán en el reino de los cielos! No porque vituperara las riquezas, sino a quienes andan enredados e impedidos en ellas. Pero si difícil es para los ricos, más aún lo es para los avaros. Pues si es impedimento para lograr el reino de los cielos el no dejar lo propio, piensa cuán grande incendio prepara en la gehena el arrebatar lo ajeno. Mas ¿por qué dice a los discípulos cuan difícil sea que un rico entre en el reino de los cielos, siendo así que ellos eran pobres y nada poseían? Los enseña a no avergonzarse de la pobreza y da la razón de por qué ha querido que ellos nada posean. Y una vez que dijo cuan difícil cosa y casi imposible era aquello, declara que no sólo era imposible, sino que, poniendo la comparación con el camello y la aguja, parece añadir algo más, pues dice: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos.

Por aquí se ve que a los ricos que sean capaces de semejante virtud, se les prepara una gran recompensa. Por lo mismo afirmó ser eso obra de Dios para declarar que a quien ha de emprender este camino le es muy necesaria la gracia. Y como los discípulos quedaran perturbados, les dijo: Esto es imposible a los hombres, pero para Dios todas las cosas son posibles. Mas ¿por qué se perturban los discípulos, pues son pobres y en exceso pobres? ¿por qué se perturban? Es que se duelen de la perdición de muchos, como quienes estaban poseídos de ardiente caridad para con los demás y ya iban teniendo entrañas de maestros. Temían y temblaban por la salud del orbe todo, turbados con aquella palabra de Cristo, de manera que andaban necesitados de mucho consuelo. Por esto Jesús, tras de pasear por ellos su mirada, dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Primeramente a ellos, poseídos de terror, los consoló; y habiéndolos librado de aquella angustia, pues esto significa el evangelista al decir: paseando su mirada por ellos, finalmente les levanta el ánimo con la otra sentencia, trayendo al medio la omnipotencia divina y dándoles así confianza.

Y si quieres oír el modo y manera en que lo imposible se hace posible, óyelo. Porque el motivo de decir que lo imposible para los hombres es posible para Dios, no fue para que decayeras de ánimo y desistieras de esa virtud como si fuera imposible en absoluto, sino para que, comprendiendo la magnitud de la empresa, más fácilmente la emprendas y así, tras de invocar a Dios para que te auxilie en tan bellos certámenes, logres la vida eterna. En fin: ¿cómo se puede lograr esto? Si te despojas de las posesiones, si dejas los dineros, si te apartas de esa mala concupiscencia. Y para que veas que eso no es obra exclusivamente de Dios, sino que lo que dijo fue para explicar la dificultad de la empresa, oye lo que sigue. Pues a Pedro que decía: He aquí que nosotros lo abandonamos todo y te hemos seguido; y que añadió luego y preguntó: ¿qué habrá, pues, para nosotros?, Cristo, determinando la recompensa, le respondió: Y cualquiera que abandonare su casa, o sus campos o a sus hermanos, o al padre o la madre, recibirá el ciento tanto en el siglo presente y luego poseerá la vida eterna. Así se hace posible lo que era imposible.

Insistirás: pero ¿cómo es posible abandonar esas cosas? ¿cómo puede el que está oprimido por tan ingente codicia de riquezas salir al punto de ese abismo? Si comienza por ir despachando las riquezas y recortando lo superfluo. Así irá adelante y luego más fácilmente podrá incluso correr. De manera que no acometas todo a la vez, sino ve subiendo por esta escala lentamente -escala que conduce al cielo- si es que el todo te parece difícil de alcanzar. Pues a la manera de los febricitantes y los que sobreabundan interiormente en amarga bilis, cuando toman su alimento y su bebida, no sólo no apagan su sed, sino que tornan la llama más ardiente y viva, lo mismo hacen los avaros cuando a esta perversa codicia, más ruda que la bilis, le acarrean riquezas: la tornan más activa y encendida. De manera que nada hay que la calme si no es que se corte la codicia del lucro; así como aplaca el acre humor de la bilis el moderado alimento y evacuación.

Todavía preguntarás: pero esto ¿cómo se conseguirá? Si meditas en que, mientras abundes en riquezas no podrás apagar la sed, sino que por el anhelo de más poseer acabarás en enfermedad; pero si dejas las riquezas, podrás echar de ti semejante morbo. No quieras pues agitar más cosas, no andes buscando lo que no se puede alcanzar ni sufras con esa incurable enfermedad, y corroído por esa peste rabiosa vengas a ser el más miserable de todos los hombres. ¡Vaya! ¡dime! ¿Quién diremos que es atormentado y vejado: el que anhela bebidas y alimentos espléndidos que no logra alcanzar ni gozar o el que no tiene semejante pasión? Sin duda alguna, aquel que anhela pero no puede conseguir lo que anhela. Cosa tan miserable es el que no pueda el anhelante alcanzar lo que codicia ni el que tiene sed poder beber, que Cristo, queriendo describir la gehena, por este medio la pinta y pone delante al rico atormentado con el fuego, y que pidiendo una gota de agua ni aun eso alcanzaba y de ese modo era castigado.

De manera que quien desprecia las riquezas habrá apagado la codicia; mientras que quien anhela enriquecerse, y amontonar más y más, la aumenta y nunca logra conseguir su objeto, ni se detiene. Pues aun cuando reciba infinitos talentos anhela otros tantos; y si los consigue, anhela el doble; y pasando adelante desea que montes, tierras, mares se le conviertan en oro, loco con un nuevo y extraño género de locura que nunca logra desvanecerse y apagarse. Y para que comprendas que semejante enfermedad no puede extinguirse con nuevas adquisiciones, sino con el desprecio y alejamiento de las riquezas, compara: si alguna vez te llegara el deseo absurdo de volar y de levantarte por los aires ¿cómo podrías apagarlo? ¿arreglándote alas y otros instrumentos que te fabricaras o mejor persuadiéndote ser eso cosa imposible y no intentándolo más? Sin duda alguna mediante esta persuasión.

Instarás diciendo: es que eso de volar es del todo imposible. Pues bien: más imposible con mucho es apagar semejante enfermedad y ponerle término. Cierto que es más fácil que los hombres vuelen que satisfacer la codicia de poseer con nuevas adquisiciones. Cuando anhelamos cosas posibles nos consolamos con la esperanza de llegar a disfrutarlas; pero cuando anhelamos lo imposible, lo único que debemos procurar es apartarnos de semejante deseo, pues no hay otro modo de que consigamos la tranquilidad de ánimo En consecuencia, no nos dolamos vanamente; sino que rechazando ese amor al dinero, que continuamente se exaspera y no puede reprimirse, acojámonos al otro amor que puede hacernos felices y que es facilísimo: anhelemos y amemos los tesoros de allá arriba. No hay en esto un trabajo desmesurado y la ganancia es indecible; y por cierto quien está vigilante y desprecia las cosas presentes, jamás puede dejar de obtener lo que anhela; al revés de quienes están entregados a la servidumbre de las riquezas, que en absoluto no logran su finalidad.

Meditando en todo esto, echa de tu ánimo la mala codicia de las riquezas No puedes decir que ella te colma de bienes presentes y te libra de los males futuros. Pues aun cuando eso diera, todavía eso mismo sería un extremo suplicio y castigo. Pues aun antes de la gehena y aparte de ella, te arroja al presente en más grave castigo. Porque la dicha codicia echa por tierra muchas familias y ha suscitado tremendos conflictos y guerras y ha obligado a muchos a darse una muerte violenta y así acabar su vida. Y antes de esos peligros, derrumba y destruye la nobleza del alma y con frecuencia torna al que semejante enfermedad padece tímido, perezoso, atrevido, mendaz, sicofante, ratero y avaro y cualquier otro extremo que quieras decir.

Quizá con frecuencia te halaga el brillo del oro y la plata Y te engaña, lo mismo que la multitud de esclavos, la magnificencia de las habitaciones y la clientela que en el foro te rodea. ¿Qué remedio puede ponerse a llaga tan grande? Pensando en qué actitud queda el alma con esas cosas y cómo la tornan tenebrosa, abandonada, torpe y deforme; y meditando contigo mismo el sinnúmero de males que a semejante concupiscencia acompaña. Y cuan grandes peligros y trabajos hay para poder conservar las riquezas. Y ni siquiera se pueden conservar hasta el fin. Pues aun cuando logres evadir las asechanzas de todos, vendrá la muerte y todas tus riquezas las pasará a manos de tus enemigos; y a ti, despojado de todo te arrebatará, sin que puedas llevar contigo nada, sino únicamente las llagas y úlceras que de esta vida saca el alma cuando de aquí parte.

Cuando veas a alguno resplandeciente en lo exterior con magníficas vestiduras y rodeado de abundante séquito de guardias, registra su conciencia y encontrarás en su interior cantidad de arañas y abundante polvo. Piensa en Pablo y en Pedro; piensa en Juan el Bautista y en Elías; mejor aún, piensa en el Hijo de Dios, que no tuvo en dónde reclinar su cabeza. A él imítalo y a sus siervos y medita en aquellas inestimables riquezas. Pero si aún tras de haberlas meditado todavía se te oscurece la mente con las riquezas del siglo, como sumido en un naufragio mientras se enfurece la tempestad, oye la sentencia de Cristo que dice: es imposible que el rico entre en el reino de los cielos. Teniendo delante semejante sentencia, compara con ella los montes, la tierra y el mar; y si quieres, con el pensamiento hazlos todos oro: no encontrarás daño alguno que sea inferior al que esto te acarrea.

Por tu parte, enumeras tantas más tantas yugadas de tierras, diez casas o veinte, otros tantos baños, un millar de esclavos o si quieres dos millares y carrozas recubiertas de láminas de plata o de oro. Pero yo por mi parte digo que si alguno de entre vosotros los ricos, desechando semejante pobreza -que pobreza es delante de las riquezas que voy a decir- poseyera el orbe entero y tuviera a su servicio tantos hombres cuantos andan por la tierra y por los mares, si cada uno poseyera el orbe entero o sea tierras y mares y en todas partes tuviera casas y ciudades y pueblo y de todas partes hacia él confluyeran en vez de aguas y fuentes ríos de oro, yo a todos esos ricos y ni aun a uno solo de ellos, si pierde el reino de los cielos, lo estimaría ni siquiera en tres óbolos.

Si ahora los codiciosos de las pasajeras riquezas de tal forma se atormentan si no las consiguen, ¿qué consuelo les quedará r-i algún sentido tuvieran de lo que son aquellos bienes inefables? ¡Ningún consuelo, por cierto! Por lo cual, no me hagas cuentas de la cantidad de dineros, sino piensa en el grandísimo mal que de ellas se les sigue a todos los que las codician, pues a cambio de ellas pierden el reino de los cielos. Les acontece lo mismo que a quien, habiendo perdido el regio honor que en los palacios se tributa, se gloriara de poseer un montón de estiércol y grandemente lo estimara. Pues el montón de riquezas en nada es mejor sino mucho peor que ese otro. Al fin y al cabo, el estiércol es útil para la agricultura, para calentar el agua en los baños y para otros usos semejantes, mientras que eso sepultado en la tierra, para nada de eso es útil; y ojalá fuera solamente inútil, pues lo que pasa es que a quien lo posee le enciende mil hornos si no lo usa en la forma que conviene. Pues de esos dineros se siguen muchos males.

Por esto aun los autores paganos llaman a la avaricia acrópolis de los males. Y el bienaventurado Pablo, mucho mejor y con mayor énfasis, la llamó raíz de todos los males. Pensando, pues, en todo esto, emulemos lo que es digno de emulación: no los magníficos edificios, no los campos grandemente fructíferos, sino los varones que tienen gran entrada con Dios y son ricos allá en el cielo y poseen aquellos tesoros y son de verdad opulentos: los pobres por Cristo. Para que así consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el honor y el poder y la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 62