Crisóstomo - Mateo 68

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HOMILÍA LXVIII (LXIX)

Escuchad otra parábola. Había un propietario que plantó una viña, la cercó con un seto, cavó en ella un lagar, edificó una atalaya, la arrendó a unos labradores, y se ausentó del país. Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos a recoger de manos de los labradores los frutos que le pertenecían. Los labradores tomaron a los siervos del propietario; y a uno lo azotaron; a otro lo asesinaron; y a otro lo apedrearon. Nuevamente despachó otros siervos, en mayor número que los primeros; y corrieron la misma suerte. Por último les envió a su propio hijo, pues pensó: respetarán a mi hijo. Los labradores empero, al ver al hijo se dijeron entre sí: Este es el heredero. ¡Ea, asesinémoslo y apropiémonos de su herencia! Y lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando se presente el propietario de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Respóndenle: Como a perversos los hará perecer cruelmente; y arrendará su viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo. Les replica Jesús: ¿No habéis leído en las Escrituras: La piedra angular que los constructores rechazaron, ha sido puesta como clave de arco? (Mt 21,33-42).

MUCHAS cosas da a entender mediante esta parábola: la providencia de Dios que nunca los abandonó, el ánimo sanguinario de ellos desde los principios, que nada se omitió de cuanto tocaba al cuidado que de ellos había de tenerse, que aún tras de la muerte dada a los profetas Dios no se apartó de los judíos, sino que les envió a su propio Hijo, que es uno mismo el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento, que su muerte tuvo altísimos resultados, que sufrirán castigos extremos por el crimen de haberlo crucificado, que las naciones se convertirán y los judíos caerán. Y puso esta parábola a continuación de la anterior para demostrar ser mayor el crimen y tal que ningún perdón merecía. ¿Cómo y en qué manera? Porque habiendo recibido tan gran providencia de parte de Dios, todavía las meretrices y los publícanos los dejaron atrás a larga distancia.

Pondera la gran providencia de Dios y la profunda incredulidad de ellos. Porque fue El quien puso por obra lo que a los agricultores tocaba: construyó en torno un seto, plantó la viña e hizo todo lo demás. Sólo les dejó una cosa pequeña por hacer: que cuidaran de la viña y conservaran lo que se les entregaba. En efecto: el Señor lo hizo todo y nada omitió en favor de los judíos; pero ellos ningún provecho sacaron de ahí, a pesar de habérseles dado tan grandes bienes. Porque, después de la salida de Egipto, les dio la ley, les fundó una ciudad, les construyó un templo, les erigió un altar. Y él se ausentó del país. Es decir, usó de gran paciencia y no castigó al punto todos sus pecados: a la larga peregrinación le da el nombre de paciencia.

Y envió a sus siervos, es decir a los profetas; para que recogieran los frutos, es decir los de una manifiesta obediencia. Pero ellos aquí dejaron ver su perversidad; no únicamente en no entregar los frutos, tras de tantos cuidados y demostrar su negligencia, sino también en llevar con molestia el que se acercaran los siervos. Quienes eran deudores y no podían pagar, convenía que no se indignaran y no lo llevaran a mal, sino más bien suplicar. Pero ellos no sólo se indignaron, sino que ensangrentaron sus manos; y mereciendo ser castigados, se proponían castigar. Y les envió segundos y terceros criados para que del todo quedara en claro la perversidad de aquéllos y la bondad de quien se los enviaba. Mas ¿por qué no les envió desde luego al Hijo? Con el objeto de que condenando ellos su propia conducta a causa de los males hechos a los siervos y así dejando a un lado la ira, finalmente respetaran al hijo cuando se acercara. Podríamos añadir otras explicaciones, pero continuemos.

¿Qué quiere decir aquello de quizá lo respeten? No son palabras de quien ignora, sino de quien quiere declarar la grandeza del crimen y que no tiene perdón, ni excusa. Sabía que lo habían de matar y sin embargo lo envió. De manera que al decir: respetarán a mi Hijo, enuncia lo que debían haber hecho, ya que era deber de ellos respetarlo. Así dice en otra parte: Quizá presten oídos.l Tampoco acá lo ignoraba, pero lo dice con el objeto de que no dijeran algunos malvados ser la predicción causa necesaria de no obedecer, si usaba la expresión sencilla y no el quizá Pues ya que con los siervos se habían portado inicuamente, convenía que a lo menos respetaran la dignidad del hijo. Mas ¿qué fue lo que hicieron ellos? Cuando lo conveniente era que corrieran a su encuentro y le pidieran perdón de sus crímenes, cuidan de acrecentarlos y superar unos crímenes mediante otros, acumulando otros nuevos sobre los anteriores.

Así lo dio a entender el Hijo mismo al decir: Colmad la medida de vuestros padres. Ya de antiguo los profetas los acusaban de eso y decían: Vuestras manos redundan de sangre; y también: Mezclan sangre con sangre/ y además: Edificáis a Sión con sangre. Pero no se arrepentían aunque habían recibido el mandato que dice: No matarás. Aparte de que se les ordenaba abstenerse de muchas otras cosas y por otros muchos medios se les inducía a la observancia del dicho precepto. Sin embargo nunca abandonaron esa malvada costumbre. ¿Qué es lo que dicen en cuanto ven al hijo?: ¡Venid, démosle muerte! Mas ¿por qué motivo? ¿qué mal grande o pequeño podéis reprender en él? ¿Acaso el haberos colmado de honores y que siendo Dios se haya hecho hombre por vosotros y haya verificado tan gran cantidad de milagros? ¿Acaso el que haya perdonado los pecados o que haya invitado al reino? Advierte cómo va junta con la impiedad una extrema locura y cómo ponen por motivo para darle muerte una cosa plena de locura. Dicen: Démosle muerte y poseeremos su heredad. Y ¿en dónde piensan matarlo? Fuera de la viña.

¿Observas cómo profetiza aun el sitio en donde será muerto? Y lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Lucas añade ha ber determinado el propietario lo que tales obreros habían de sufrir como castigo; y que ellos respondieron: ¡Lejos tal cosa! y que añadió el testimonio: Entonces El, fija en ellos la mirada, les dijo: ¿Qué significa, pues, esto que está escrito: La piedra que rechazaron los constructores, ésta vino a ser clave de arco? Y también: Todo el que diere contra esta piedra se estrellará.

Mateo en cambio afirma que fueron los mismos judíos quienes dieron la sentencia. Sin embargo, no contradice a Lucas. Por que ambas cosas sucedieron Ellos contra sí mismos dieron sentencia; pero una vez que percibieron la fuerza de las palabras, exclamaron: ¡lejos tal cosa! Jesús, por su parte, les puso delante la predicción del profeta, para persuadirlos de que así debía suceder.

Lo referente a la vocación de los gentiles no lo dijo Jesús tan abiertamente para que tuvieran motivo de acusarlo, sino que solamente lo dio a entender al decir: Y arrendará su viña a otros. La finalidad de la parábola fue que ellos mismos pronunciaran la sentencia; lo mismo que aconteció en el caso de David cuando pronunció sentencia tras de la parábola de Natán. Por tu parte considera en este paso cuan justa sea la sentencia, cuando aquellos mismos que han de ser castigados a sí mismos se condenan. Y luego para que vieran que esto lo requería la justicia, pero además que ya antiguamente el Espíritu Santo lo había decretado, y que Dios había lanzado la sentencia, trajo al medio la profecía y los increpó diciendo: ¿No ha béis jamás leído en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron, ha sido puesta como clave de arco. El Señor es quien lo hizo. Y esto es maravilloso a nuestros ojos? Así declaraba cómo los judíos serían echados del reino por incrédulos y en cambio se acogería a los gentiles. Lo mismo dio a entender en lo de la cananea, en lo del asno, en lo del centurión y por medio de otras infinitas parábolas.

Lo mismo deja entrever ahora, y por esto añade: El Señor es quien lo hizo. Y esto es maravilloso a nuestros ojos. Predecía de este modo que las naciones gentiles que creerían y los judíos que finalmente creyeran, harían un solo cuerpo, aun cuando estuvieran tan apartados anteriormente. Y luego, para que vieran que nada de esos acontecimientos sería contrario a Dios, sino al revés muy agradable y a los hombres muy admirable, y que, por ser cosa de milagro, colmaría de estupor a los que lo presenciaran, añadió: El Señor es quien lo hizo. Se llama a sí mismo piedra y a los doctores de los judíos, constructores. Lo mismo hizo Ezequiel diciendo: Edificando ellos un muro y recubriéndolo de argamasa J Pero ¿cuándo lo rechazaron? Guando decían: Este no viene de Dios; éste seduce a las turbas; y también: Samaritano eres tú y poseso.

Y para que conocieran que no únicamente se les imponía el ser arrojados fuera del reino, sino además el ser castigados, indica también el suplicio al decir: El que se estrelle contra esa piedra será triturado. Y aquel sobre quien ella cayere, quedará pulverizado. Dos castigos anota: el primero, que el hecho mismo les será tropiezo, pues eso significa: Todo el que se estrellare contra esta piedra; el segundo lo deja entrever en la ruina de ellos, padecimientos y daños, y claramente anuncia su destrucción al decir: Quedará pulverizado. Además de este modo dio a entender su resurrección. Isaías habla de la viña acusada por él y recrimina a los príncipes del pueblo representados en ella y dice: ¿Qué más debí hacer por mi viña y no lo hice? Y en otra parte: ¿Qué te hice o qué delito encontraron en mí tus padres? Y de nuevo: ¡Pueblo mío! ¿qué te hice o en qué te causé tristeza? Demuestra así la ingratitud de ellos y que colmados de beneficios pagaron con todo lo contrario. Sólo que aquí se expresa eso mismo con mayor vehemencia. Porque no dice: ¿Qué convenía hacer que no lo haya hecho? Sino que los presenta pronunciando ellos mismos la sentencia y afirmando que El nada dejó por hacer y condenándose a sí mismos.

Cuando ellos afirman: Como a perversos los hará perecer cruelmente y arrendará su viña a otros labradores, eso es lo que quieren decir, de manera que con gran énfasis pronuncian la sentencia. Eso mismo les echó en cara Esteban y grandemente los punzó con eso: que habiéndoles Dios dispensado continuamente una gran providencia, pagaban a su bienhechor con todo lo contrario; lo cual era señal muy clara de que los causantes del suplicio eran los castigados y no quien castigaba. Lo mismo se demuestra aquí tanto por la parábola como por la profecía. Porque no se contentó con la parábola, sino que añadió una doble profecía: la de David y la propia. ¿Qué era, pues, lo conveniente que hicieran al oír tales cosas? ¿Acaso no era lo propio que adoraran a Jesús? ¿No era lo conveniente admirar así la providencia divina anterior como la subsiguiente? Y si con nada de eso se mejoraron ¿acaso no convenía que lo hicieran al menos por el temor del castigo? ¿y que así se tornaran más prudentes? Pero no se volvieron mejores.

¿Qué es lo que sigue? Cuando oyeron sus parábolas, entendieron que hablaba de ellos. Y tramaban la manera de pren derlo; pero temían a las turbas, pues éstas lo veneraban como profeta. De modo que finalmente se dieron cuenta de que oscuramente hablaba de ellos. Así unas veces, rodeado de ellos pasa por entre ellos y se va y ellos no lo advierten; y otras se presenta y reprime los anhelos persecutorios de ellos. De esto último se admiraban las turbas y decían: ¿Acaso no es éste Jesús? Ved que habla claramente y nada le responden! En este punto, pues los judíos estaban cohibidos por las turbas, se contentó con lo dicho y no hizo milagros como en otras ocasiones, por ejemplo pasando por entre ellos o volviéndose invisible. No quería proceder en todo de modo sobrehumano, a fin de que ejercitaran la fe en la nueva economía salvadora. Pero los escribas y fariseos ni por el temor de las turbas se enmendaban, ni por las palabras de Jesús. No respetaban el testimonio de los profetas, ni su propia sentencia que habían proferido, ni la opinión general. ¡En tan gran manera se había apoderado de ellos el ansia del poder y los cegaba el amor de la vanagloria, porque andaban en busca de las cosas temporales!

Nada hay como eso que tanto apasione y arroje al precipicio. Nada hay que así aparte del amor de las cosas futuras como el estar adherido a las cosas perecederas. Así como nada hay que permita mejor disfrutar de lo presente y lo futuro deleitosamente como el anteponer a todo las cosas futuras. Dice Cristo: Buscad primero el reino de Dios, y todas las demás cosas se os darán por añadidura."- Pero aun en el caso de que semejante añadidura no se hubiera puesto, las cosas presentes no serían muy deseables. Ahora juntamente cuando recibes aquéllas también se te dan éstas. Sin embargo, algunos más insensibles que las piedras que carecen de sensibilidad, no hacen caso de las cosas futuras, sino que andan tras de los placeres, que no son sino sombras.

¿Qué hay dulce en la vida presente? ¿qué hay agradable? Quiero el día de hoy hablaros con mayor confianza: ¡tenedme paciencia para que quedéis enseñados! Sabréis que la vida que parece más dura y pesada, como es la de los monjes y de los que a sí mismos se han crucificado, es con mucho más dulce y deseable que esta otra que parece más suave y delicada. Vosotros mismos sois testigos de esto, pues en medio de las calamidades y desdichas, habéis deseado la muerte y a los monjes los habéis llamado bienaventurados. A ellos que viven en los montes y en las cuevas y son célibes y viven libres de los negocios. Vosotros, digo, los que sois soldados, operarios, o vivís en el ocio o pasáis vuestros días en el teatro y la orquesta. Brotan de ahí miles de amarguísimos dardos, aun cuando aparentemente parezca que bullen de infinitos placeres.

Si alguno se enamora de alguna doncella bailarina, sufrirá dolores más agudos que los que provienen de la milicia o de cualesquiera peregrinaciones; y se encontrará en situación peor que la de una ciudad sitiada. Mas para no insistir en éstos, sino dejarlos a los así enredados a su propia conciencia, vengamos a los que llevan una vida ordinaria: encontraremos entre su vida y la de los monjes tan gran diferencia como la que hay entre un puerto y un mar agitado por las olas. Advierte la felicidad de los monjes comenzando por el lugar mismo en donde habitan. Han huido del foro y de los tumultos que ahí hay y han escogido vivir en los montes en un género de vida que nada tiene de común con la vida presente ni con los humanos aconteceres: no hay ahí dolor por los humanos sucesos seculares, ni tristeza ni abatimiento, ni peligros, ni envidias, ni asechanzas, ni torpes amores, ni nada semejante. Ahí meditan en las cosas tocantes al reino de los cielos, viviendo con absoluto reposo en los montes, las quebradas y las fuentes; y sobre todo unidos a Dios. Su habitación pobre está exenta de todo tumulto; su alma está libre de toda enfermedad y depravados afectos; y así se halla ligera, expedita y más pura que el aura más tenue.

Sus ocupaciones son las mismas que tuvo Adán allá a los principios antes de caer en pecado, cuando revestido de gloria sostenía coloquios con Dios y cultivaba aquel paraíso repleto de toda bienandanza. ¿En qué se encuentran éstos en peor estado que aquel Adán cuando antes de la desobediencia fue colocado en el paraíso para que lo cultivara? No tenía él cuidado alguno secular ni tampoco los monjes. Conversaba con Dios con una conciencia pura y lo mismo hacen éstos. Más aún: gozan ante Dios de mayor confianza que Adán, pues disfrutan de mayor caudal de gracia del Espíritu Santo. Convendría que vosotros vierais esto con vuestros propios ojos. Mas ya que no lo queréis y pasáis la vida entre los tumultos del foro, a lo menos os lo enseñaremos mediante la' palabra. Nos fijaremos en una parte de su modo de vivir, pues abarcarlo completo nos es imposible.

Los monjes, como luminares que son del mundo, apenas nacido el sol y aun antes, con mucho, que luzca, en buena salud se levantan de su lecho, y se encuentran bien despiertos, expeditos (porque ahí no hay dolor ni solicitud ni somnolencia ni trabajos, ni turba de negocios ni nada parecido, sino que viven como ángeles del cielo); levantados, pues, de sus lechos, al punto alegres, regocijados, formando un solo coro, con alegre rostro y tranquila conciencia, como con una boca única celebran y alaban al Dios de todos y le cantan himnos, y le dan gracias por todos sus beneficios, tanto personales como comunes. De manera que, dejando a un lado a Adán, preguntemos ¿en qué se diferencia semejante coro de aquel otro que en la tierra cantaba diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad? Y el vestido que usan es digno de ellos. No se visten a la manera de los que andan arrastrando sus túnicas por las calles, sin vigor y afeminados, sino que visten a la manera de aquellos otros ángeles que fueron Elías, Elíseo, el Bautista, los apóstoles, unos con tejidos de pelos de cabra, otros de pelo de camello; y aun los hay que sólo usan pieles ya deterioradas por la vejez.

Después de los cantos matutinos, doblan sus rodillas y ruegan a Dios por cosas que a muchos ni por la imaginación les pasan. Porque nada piden de las cosas presentes, pues de éstas no se cuidan, sino lo que conviene para poder estar confiados ante aquel horrendo tribunal cuando venga el Unigénito Hijo de Dios para juzgar a vivos y muertos; y piden que nadie vaya a oír aquella terrible sentencia: No os conozco; y que con una conciencia pura y entre buenas obras pasen todos el curso de la vida presente al fin y al cabo laborioso y que con tranquilidad atraviesen este mar tempestuoso. Y hay un padre y prefecto que los va guiando en sus preces. Y tras de aquellas santas y frecuentes oraciones, se levantan; y al salir el sol se va cada uno a su trabajo, del que logran grandes auxilios para los pobres.

¿Dónde están ahora esos que se entregan a los coros diabólicos y los cantares de meretrices y pasan el día sentados en los teatros? No puedo yo hacer de ellos memoria sin avergonzarme; pero por vuestra debilidad en la virtud se hace necesario y vale la pena. Dice Pablo: Así como prestasteis vuestros miembros para servir a la iniquidad inmunda, así ahora prestadlos para servir a la justicia para la santificación. Pues bien: examinemos nosotros esos coros de mujeres meretrices y de jóvenes corrompidos que están en el teatro y comparémoslos con esos otros bienaventurados varones por lo que toca al deleite. Pues muchos de los jóvenes descuidados quedan cogidos por las artimañas de aquellos otros. Encontraremos una diferencia tan grande como la que hay entre los ángeles que cantan en el cielo y lanzan aquella suave melodía, y los canes y los cerdos que aullan y gruñen revolcados entre el lodo. Por la boca de aquéllos habla Cristo; por la de éstos el demonio. Tocan éstos descompasadamente la flauta e hinchando las mejillas y restirando los nervios producen una figura repugnante; en aquéllos, en cambio, en vez de flauta resuena la voz del Espíritu Santo y por cítara y flauta usa las voces de aquellos santos.

Pero por más que digamos, no podemos describir aquel placer a hombres que se han entregado al lodo y obras de ladrillo, como los antiguos israelitas. Por esto anhelaría yo conducir a alguno de esos enloquecidos a contemplar el coro de aquello! varones santos, pues entonces ya no necesitaría de palabras. Poi lo demás, aun cuando hablemos a hombres de barro, procuraremos poco a poco sacarlos de semejante barro y cieno. En el teatro el oyente al punto se inflama con el fuego de impuros amores, pues como si no fuera suficiente para inflamarlo el aspecto de las meretrices, se añade y aumenta el daño mediante los cantos. En cambio en la montaña, aun cuando algo de eso llegue al alma, al punto lo desecha. Pues no sólo la voz de aquellos varones sino también el aspecto y aun el modo de vestir conmueve a quienes los ven.

Si se trata de algún pobre de entre los más rudos y despreciados, con frecuencia llevará a mal el espectáculo del teatro y dirá para sí: Esa meretriz y ese afeminado, que son a veces hijos de cocineros o zapateros, hijos de esclavos, viven entre tan grandes placeres mientras que yo, libre y de libres padres nacido, y que con mi trabajo me gano mi sustento, ni por sueños puedo así deleitarme. Y saldrá de ahí triste y comido de angustia. Nada de eso, sino todo lo contrario, sucede con la vista de los monjes. Porque cuando aquel pobre vea a éstos, hijos de gente rica, descendientes de hombres adornados con las más grandes insignias, vestidos en forma semejante y tal que ni el último de los pobres la querría para sí, y los ve que en eso se gozan ¡podéis pensar cómo se apartará de ahí lleno de consuelo por su propia pobreza! Y si fuere un rico el que los ve, se irá lleno de mayor moderación y mejorado en su ánimo.

En el teatro, si se ve una meretriz envuelta en ornatos de oro, el pobre llorará y se dolerá al ver que su esposa carece de ellos. Y los ricos, cuando vuelven de semejantes espectáculos, desprecian a sus esposas. Porque una vez que la meretriz ha desplegado a los ojos de ellos sus vestidos, su presentación, su voz, sus movimientos, todo colmado de molicie, se apartan de ahí inflamados y entran en sus casas ya cautivos. Y ahí son las injurias, las riñas, las querellas, las guerras intestinas, las muertes cotidianas. Y a ellos, ya cautivos, la vida se les torna amarga y la esposa repugnante y los hijos menos amables y todo se hunde en aquella casa hasta el punto de que semejante hombre ya no soporta ni aun los rayos del sol.

En cambio, del coro de los monjes no se saca ninguna amargura. Al esposo que acá viene, la esposa lo recibe al regreso más moderado y afable y libre de toda pasión desordenada y más tratable que antes. Aquellos males engendra el coro del teatro, estos bienes el coro de los monjes. Aquél, de ovejas, torna lobos; éste, de lobos hace ovejas. Pero tal vez parezca que aún nada hemos dicho del deleite. Pero ¿qué puede haber más dulce que un ánimo no agitado de perturbaciones ni dolores y nunca dolerse ni tener que gemir? Pero, en fin, alarguemos el discurso y examinemos el gozo que en ambos coros se origina del canto y del espectáculo. Veremos que el uno solamente dura hasta la tarde, o sea mientras el espectador permanece en su asiento, pero luego el remordimiento y el estímulo más duramente Jo punzan; mientras que el otro es gozo que perdura perpetuamente en el ánimo de los espectadores; porque tanto el aspecto de aquellos varones santos, como lo agradable del lugar y la dulzura de la conversación y la pureza de la vida y la hermosura de los cantos espirituales y bellísimos, perpetuamente se asientan en el alma.

De manera que quienes en este puerto hacen su morada, después huyen del tumulto de la ciudad como de una tempestad. Por lo demás no únicamente cantando o haciendo oración, sino también aplicados a la lectura, ofrecen a los espectadores un agradable espectáculo. Porque una vez terminada la reunión, uno toma consigo a Isaías y con éste se entretiene en coloquios; otro conversa con los apóstoles; otro lee los libros que otros han escrito y hablado de las cosas divinas, del universo, de los seres visibles y de los invisibles, de los sensibles y de los espirituales, de la vileza de la vida presente y de la alteza de la vida futura. Y se alimentan con un excelente manjar que no es de carnes de animales cocidas al fuego, sino de palabras de Dios más dulces que la miel y que el panal: miel admirable y mucho mejor que la otra con que en otros tiempos el Bautista se alimentaba en el desierto. Porque esta miel no la recogen de las flores las abejas montañeras ni llevan a sus alvéolos el rocío cuajado; sino que la gracia del Espíritu Santo, utilizando como panales y alvéolos y canales las almas de los justos ahí la deposita, de manera que cada cual a su voluntad pueda perpetuamente degustarla. Imitando a las abejas, vuelan en torno a los Libros Sagrados y sacan de ellos abundante placer. Y si quieres conocer cuál sea su mesa, acércate a ellos algo más y verás cómo eructan cosas dulces y espirituales plenas de aroma. Sus bocas no pueden proferir nada torpe, nada áspero, ninguna risotada, sino solamente cosas dignas del cielo.

Andarás acertado si comparas las bocas de los que vagan por el foro y se lanzan tras de las cosas del siglo como agitados por la rabia, con las cloacas; y las bocas de los monjes con las fuentes que manan miel y limpias corrientes. Y si alguno lleva a mal que yo haya comparado las bocas de muchos con las cloacas, sépase que aún me he quedado corto. Porque la Sagrada Escritura no usa de semejante medida, sino que pone una más dura comparación y dice: Veneno de áspides es la lengua de ellos y su garganta es un sepulcro abierto No son así las bocas de los monjes, sino que están llenas de suave aroma. Y esto por lo que toca al tiempo presente. Pero ¿qué discurso podrá decir lo que luego vendrá? ¿qué mente podrá comprenderlo? Vendrá aquella suerte de ángeles, aquella bienaventuranza, aquellos bienes inefables.

Quizá muchos de vosotros, encendidos en fervor, os encontráis poseídos del anhelo de tan óptimo modo de vivir. Pero ¿qué ventaja se saca si solamente aquí ardéis en semejante fuego, pero una vez salidos de aquí apagáis la llama y se acaba ese anhelo? Entonces ¿cómo podrá prevenirse daño semejante? Pues estás poseído de ese anhelo, anda a esos ángeles y enciende más aún tu llama; porque este discurso no puede inflamarte tanto como el espectáculo mismo de aquellas cosas. Ni me vayas a decir: hablaré primero con mi esposa y arreglaré mis negocios. Semejante tardanza es un comienzo de negligencia. Oye cómo alguno quiso ir primero a despedirse de los que estaban en su casa, pero el profeta no se lo permitió. Pero ¿qué digo a despedirse? Un discípulo de Cristo quiso ir a enterrar a su padre y Cristo no se lo permitió. Y eso que ¿cuál negocio te parece más necesario que el sepultar a su padre? Pero Cristo no se lo permitió.

¿Por qué fue eso? Porque el demonio insta con vehemencia por insinuarse; y si logra un poquito de negligencia y tardanza, arroja luego a grandísima pereza. Por lo cual amonesta cierto sabio: No difieras de un día para otro. Porque así podrás llevar a cabo muchas cosas; así dispondrás mejor los asuntos de tu casa. Pues dice el Señor: Buscad primero el reino de los cielos y las demás cosas se os darán por añadidura.'? Si nosotros, cuando alguno, olvidando sus propios intereses pone gran vigilancia en los nuestros, procuramos que viva exento en absoluto de solicitudes, mucho más lo hará Dios, que sin tales títulos cuida y provee a nuestras cosas. Así pues, no andes solícito de tus cosas, sino ponías en manos de Dios. Si tú andas solícito, cuidas de ellas como hombre que eres; mientras que Dios las provee como Dios que es.

En consecuencia, no andes solícito por tus cosas con descuido de las que son de mayor precio, pues de lo contrario también Dios cuidará menos de ellas. Y así, para que él las cuide con toda diligencia, déjalas todas a solo su cuidado. Si abandonando las cosas espirituales te entregas al manejo de tus intereses, Dios no tendrá de ellos especial providencia. De manera que para que todo camine rectamente y quedes libre de toda solicitud, aplícate a lo espiritual y desprecia lo del siglo: así juntamente disfrutarás de la tierra y del cielo y conseguirás los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CXXXVI




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HOMILÍA LXIX (LXX)

Prosiguió Jesús adoctrinándolos en parábolas: Semejante es el reino de los cielos a un rey que celebró la fiesta de las bodas de su hijo. Despachó a sus criados a dar aviso a los invitados al banquete de bodas. Y no quisieron acudir. Nuevamente despachó otros criados con el encargo de decir a los invitados: El banquete está a punto. Descuartizados los carneros y las aves cebadas. Todo está dispuesto. Venid al banquete. Mas ellos no atendieron; y se fueron quién a sus campos, quién a sus negocios. Otros hubo que pusieron las manos en sus criados y los ultrajaron y les dieron muerte (Mt 22,1-6).

¿HAS ADVERTIDO en la anterior parábola y en ésta cuánto va del hijo a los siervos? ¿Adviertes cuán grande es la diferencia entre ambas parábolas y al mismo tiempo su semejanza? También ésta declara la paciencia de Dios y su gran providencia y la repugnante maldad de los judíos. Sin embargo ésta añade algo más. Porque profetiza la ruina de los judíos y que serán arrojados fuera del reino y además la vocación de los gentiles Y luego declara cuál sea el modo de vivir y cuan grave castigo está preparado para los negligentes. De manera que con razón esta parábola se pronunció en seguida de la antecedente.

En la antecedente dijo: La arrendará a otros labradores que le paguen los frutos. En ésta declara quiénes son esos labradores. Y no solamente esto, sino que . además usa para con los judíos de inefable providencia. En aquélla aun antes del misterio de la cruz los llama; en ésta los insta aun después de la crucifixión y continúa llamándolos. Cuando lo que convenía era castigarlos con gravísimas penas, los atrae a las bodas y les concede el honor supremo. Advierte también cómo en la otra parábola no llama a los gentiles antes que a los judíos y lo mismo hace en esta otra. Y así como en aquélla una vez que no quisieron recibirlo y cuando vino lo crucificaron y hasta entonces dio su viña a los otros, así acá, hasta que se negaron a acudir a las bodas llamó a otros.

Pues ¿qué ingratitud habrá mayor que la de negarse a asistir habiendo sido llamados a las bodas? ¿Quién no anhelaría acudir a unas bodas y bodas de un rey que prepara el convite nupcial para su hijo? Preguntarás ¿por qué se le llama boda? Para que conozcas la providencia de Dios y el amor que nos tiene y el esplendor de sus cosas y que nada hay en ellas triste, nada luctuoso, sino todo redundante de gozo espiritual. Por lo cual Juan el Bautista lo llama Esposo; y por la misma razón Pablo dice: Os he desposado a un solo varón; y también: Este misterio es grande, porque mira a Cristo y a la Iglesia.

Pero ¿por qué no se dice que la esposa se desposa con el Padre, sino con el Hijo? Porque la que con el Hijo se desposa, con el Padre se desposa. En la Escritura indiferentemente se dice una cosa u otra a causa de la identidad de substancia. Predice aquí la resurrección; puesto que en la parábola anterior habló de la muerte del Hijo; pero aquí declara que después de la muerte habrá bodas y él será el Esposo. Pero los judíos ni aun así se tornaron mejores ni más mansos. ¡Nada hay peor que esto! Porque es ya la tercera acusación. La primera, que mataron a los profetas; la segunda, que mataron al Hijo; la tercera, que, tras de haberle dado muerte y ser por él invitados a las bodas, no aceptan, sino que ponen excusas: las yuntas de bueyes, las esposas, los campos.

Tales excusas parecen tener razón. Pero por aquí conocemos que aún cuando nos parezcan necesarias las cosas que nos retienen, siempre deben anteponerse las espirituales. Y los llama no en el momento, sino muy de antemano; porque dice: Decid a los invitados. Y enseguida: Llamad a los invitados. Esto hace mayor la culpa. Pero ¿cuándo fueron invitados? Por medio de todos los profetas y luego por el Bautista, que a todos los enviaba a Cristo y decía: Menester es que él crezca y yo mengüe? Finalmente por medio de su Hijo, el cual decía: Venid a mí todos los que andáis fatigados y abrumados con la carga y yo os refrigeraré/ y también: Si alguno tiene sed venga a mí y beba$ Y no los llamaba únicamente con palabras, sino también mediante las obras. Y tras de la Ascensión, mediante Pedro y los otros apóstoles, pues dice Pablo: El que instituyó a Pedro apóstol de los circuncisos, me autorizó a mí apóstol de los gentiles.

Y pues viendo al Hijo se enfurecieron y le dieron muerte, de nuevo los llama con otros siervos. Y ¿a qué los llama? ¿A trabajos, aflicciones y sudores? De ninguna manera, sino a delicias, pues dice: Mis toros y las aves cebadas están descuartizados. ¡Oh qué excelente, abundante y magnífico banquete! Pero ni esto los hace que se conviertan, sino que cuanta mayor paciencia les demostraba el rey tanto más duros se mostraban. Porque no acudieron porque estuvieran impedidos por los negocios, sino por pura desidia. Mas ¿por qué unos ponen como excusa el casamiento y otros las yuntas de bueyes? ¿Acaso forman una ocupación esas cosas? De ningún modo. Cuando nos llaman las ocupaciones espirituales, no hay negocio. A mí me parece que usaban de semejantes excusas para que les sirvieran como un velo para encubrir su negligencia.

Ni solamente es cosa grave que no acudieran, sino que es muchísimo más grave y atrocísimo el que hayan maltratado a los siervos que se les enviaban y los hayan cargado de injurias y finalmente aun les hayan dado muerte, cosa que sobrepasa en gravedad a todo lo anterior. En la parábola anterior los siervos fueron a recoger los frutos de la viña y se les dio muerte; en esta otra, en cambio, son llamados a las bodas del mismo a quien dieron muerte, ellos los matadores; y ellos dan muerte a los siervos que los llaman. ¿Qué habrá que iguale a semejante frenesí? Pablo los reprende diciendo: Los cuales mataron al Señor Jesús y a los profetas, y asimismo a nosotros nos persiguieron. Y para que no alegaran y dijeran que por ser adversario de Dios no se le adherían, oye lo que dicen los que invitan. El que invita es padre y celebra las bodas.

¿Qué aconteció después? Porque no quisieron acudir incendió sus ciudades y envió su ejército y les dio muerte. Profetiza de esta manera lo que aconteció más tarde bajo Vespaciano y Tito. Pues irritaron al Padre por no darle fe, él se venga de ellos. Y no aconteció la ruina inmediatamente después de la muerte de Cristo, sino cuarenta años más tarde, para demostrarles su paciencia; o sea después de que mataron a Esteban, martirizaron a Santiago, colmaron de injurias a los apóstoles. ¿Adviertes la verdad de los acontecimientos y lo pronto que sucedieron? Pues todo aquello se verificó cuando aún vivía Juan el evangelista y muchos otros que habían convivido con Cristo: fueron testigos de la ruina los que habían escuchado la parábola.

Advierte la inefable providencia. Plantó la viña, llevó a cabo y puso de su parte todo lo que estaba; tras de la muerte de sus siervos envió otros nuevos; muertos también éstos, envió a su Hijo; muerto también éste, todavía los invita a las bodas, pero no quisieron acudir. Envía nuevos siervos y también a éstos les dan muerte. Finalmente, él los castiga con la pena última, pues sufrían una enfermedad incurable. Y que fueran incurables lo demostraba no únicamente lo acontecido antes, sino además el que mientras los publícanos y las meretrices creían, ellos cometían crímenes semejantes. De manera que los condenan no sólo sus hechos y sus crímenes, sino también las buenas obras de los otros.

Si alguno dijera que los gentiles no fueron llamados cuando los apóstoles eran azotados y sufrían infinitas calamidades, sino inmediatamente después de la resurrección, porque entonces fue cuando les dijo: Id y enseñad a todas las gentes & responderemos que en realidad los discípulos hablaron antes de la cruz y después de la cruz primeramente a los judíos Porque antes de la cruz Cristo les dijo: Id a las ovejas que perecieron de la Casa de Israel; y después de la cruz no les vedó, antes les mandó que les impartieran la enseñanza-Pues aunque, dijo: Instruid a todas las gentes, sin embargo, estando para subir a los cielos, manifestó que ante todo habían de predicar a los judíos, cuando dijo: Pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá a vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y hasta los confines de la tierra? Y Pablo a su vez: El que instituyó a Pedro apóstol de los circuncisos, me autorizó a mí apóstol de los gentiles. Por eso los apóstoles predicaron primero a los judíos; y tras de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, finalmente, expulsados por los mismos judíos, se dispersaron entre los gentiles.

Considera la munificencia del Señor. Dice: Llamad al banquete a cuantos encontréis. Porque los apóstoles, como ya dije, al principio predicaban indistintamente a judíos y gentiles, y permanecían en Judea; pero como los judíos continuaran poniéndoles asechanzas, oye lo que dice Pablo explicando esta parábola: Era menester anunciar la palabra de Dios primero a vosotros; pero dado que vosotros la rechazáis y os declaráis indignos de la vida eterna, ved que nos volvemos a los gentiles. Por eso dice el rey: El banquete está preparado, pero los invitados no han sido dignos. Y el rey lo sabía ya de antemano, mas para no dejarles ocasión alguna de excusarse impudentemente, aun sabiéndolo, envió siervos a ellos antes que a nadie y él mismo fue a ellos, para cerrarles la boca y al mismo tiempo instruirnos a nosotros para que pongamos todo lo que está de nuestra parte, y eso aun cuando nadie haya de sacar ganancia.

Y pues no han sido dignos, continúa, salid a las encrucijadas de los caminos y a cuantos encontrareis invitadlos al banquete: cualesquiera que sean, aun los desechados. Muchas veces dijo que las meretrices y los publícanos recibirían en herencia el reino de los cielos; y dijo que los primeros serían últimos y los últimos primeros; ahora declara que esto es justo, cosa que mucho punzaba a los judíos y los afligía mucho más que la destrucción de la ciudad: es decir eso de ver que los gentiles eran introducidos en los bienes que tenían como propios y aun en bienes mucho más excelentes. Luego a fin de que tampoco los gentiles se confiaran en sola la fe, habla del juicio y castigos de las obras perversas y exhorta a creer a los que aún no creen y a los que ya creyeron a ordenar su vida correctamente.

Porque el vestido de bodas son las buenas obras y la buena vida. Pero si el llamamiento era de simple favor ¿por qué tanto habla y exhorta con tanta urgencia? Porque el llamamiento y la purificación de la gracia provienen; pero el que quien ha sido llamado y cubierto de limpios vestidos permanezca así y los conserve, esa obra es de los que han sido llamados y de su empeño y cuidado. Somos llamados no por nuestros merecimientos, sino para gracia y favor. Convenía pues corresponder a semejante favor mediante la obediencia y no con la excesiva perversidad tras de tan grande honor recibido. Alegarás no haber tú recibido tan grandes bienes como los judíos. En verdad que los haz recibido mucho mayores. Lo que para ellos desde tanto tiempo se iba preparando tú aun siendo indigno lo has recibido de golpe. Por lo cual dice Pablo: Y que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia. Porque lo que a ellos se les debía tú lo recibiste.

En consecuencia, grande castigo amenaza a los desidiosos. Así como los judíos por no haber acudido al banquete con eso injuriaron al rey, así también hiciste tú con entregarte a una vida de corrupción. Porque entrar con los vestidos sucios equivale a tener que salir de ahí por la vida impura. Por lo cual dice: que el que así entró, quedó mudo, y no tuvo palabras. ¿Adviertes cómo, aun cuando tan clara sea la falta, no se aplica el castigo hasta que el mismo pecador pronuncia la sentencia? En no poder responder, ya se condenaba a sí mismo y así es arrastrado a penas tremendas. Pero cuando oyes hablar de tinieblas, no pienses que ese es el castigo a que se le condena y que únicamente se le lleva a un lugar oscuro; sino a uno en donde hay llanto y rechinar de dientes, lo que indica dolores insoportables.

Oíd esto todos vosotros los que participáis de los sagrados misterios y habéis sido llamados al banquete, pero venís vestidos con los sucios ropajes de las malas obras. Oíd de dónde habéis sido llamados: de las encrucijadas. Y ¿cuáles erais? Cojos y ciegos del alma, lo cual es una ceguera peor que la corporal. Reverenciad la benignidad del que os ha llamado y que nadie se llegue con los vestidos sucios, sino que cada uno de nosotros asee su vestido, digo el vestido del alma. Oídlo, oh mujeres; oídlo, oh varones. No necesitáis de esos vestidos esmaltados de oro con que se adorna nuestro exterior, sino de los otros que adornan nuestro interior. Pero mientras nos apegamos a aquéllos, es difícil revestirnos de esos otros. No podemos engalanar juntamente el cuerpo y el alma. No podemos, ciertamente no podemos servir al mismo tiempo a las riquezas y obedecer a Cristo como se debe. Echemos de nosotros tan pesada tiranía. En verdad que si alguno exornara su casa con doradas alfombras y al mismo tiempo te ordenara permanecer sentado envuelto en destrozados vestidos, tú no lo llevarías a bien. Pero es el caso que tú ahora te infieres a ti mismo semejante injuria cuando adornas la casa de tu alma, que es el cuerpo, con infinitos cortinajes mientras a ella la dejas que permanezca sentada cubierta de astrosas vestiduras.

¿Ignoras acaso que más conviene engalanar al rey que no a la ciudad? A la ciudad se la entapiza con telas de lino, pero al rey se le ofrecen de púrpura y se le da la diadema. Viste tu cuerpo de telas más viles, pero a tu alma, una vez revestida de púrpura, imponle la diadema y colócala en un trono elevado. Pero tú procedes al contrario, pues adornas la ciudad con variados ornamentos; mientras que al rey, digo al alma, la dejas que sea arrastrada con las cadenas de irracionales pasiones. ¿No caes en la cuenta de que has sido llamado a un banquete y banquete de Dios? ¿No caes en la cuenta de cómo conviene que se presente a estos tálamos el alma que ha sido llamada, o sea toda revestida de oro y con variados adornos?

¿Quieres que te ponga delante a los que de esta manera se visten y con traje de bodas se engalanan? Recuerda a los varones santos de que hace poco te hablaba, vestidos de cilicio y viviendo en los desiertos. Esos son sobre todo los que llevan el vestido nupcial. Y por aquí queda claro que si les ofreces la púrpura, no la recibirán; sino que a la manera que un rey rechazaría los vestidos de un pordiosero, así ellos rechazarán la púrpura regia. Y no lo hacen por otro motivo sino porque son conscientes de la hermosura de su vestido. Y así aquellas telas de púrpura las rechazan como si se tratara de telas de araña. El cilicio ha sido para ellos en esto su maestro, pues que con él son más espléndidos y excelsos que el rey.

Y si pudieras abrir las puertas del alma y ver el interior de su pensamiento, y todo el interno ornato, caerías por tierra, no pudiendo soportar el resplandor de tan alta hermosura, y el esplendor de semejante vestido y el brillo limpio de sus conciencias. Podríamos traer al medio ejemplos de grandes y admirables varones antiguos; mas ya que a quienes son un tanto rudos más los conmueven los ejemplos que tienen ante los ojos, os remito a las celdas de estos santos hombres. Nada hay ahí triste; habitan lejos de las miserias de la vida presente a la manera de quienes han fabricado sus mansiones poniendo los fundamentos en el cielo; y militan contra el demonio y pelean contra él como si estuvieran celebrando danzas festivas. Por tal motivo, una vez que han erigido sus celdas, huyen de la ciudad, del foro, de las casas urbanas.

Es porque quien anda en la guerra no ha de permanecer sentado en su casa, sino que ha de tener un domicilio improvisado, como quien muy pronto ha de marcharse. Nosotros vivimos como quien está en tiempos de paz y disfruta de las comodidades de la ciudad, y no como en un ejército. Así viven aquéllos, pero nosotros todo al contrario. En un ejército ¿quién jamás se pone a cavar cimientos y construir mansiones que casi inmediatamente ha de abandonar? ¡Nadie, en verdad! Y si alguno lo intentara sería condenado a muerte como traidor. Estando en el ejército ¿quién anda comprando yugadas de terreno o emprendiendo negocios? ¡nadie, en verdad; y con razón! A pelear ha venido y no a negociar. Entonces ¿por qué te afanas por un sitio que muy luego has de abandonar? Hazlo una vez que lleguemos a la patria; deleítate en eso una vez que entremos a la eterna ciudad. Eso es lo que yo ahora te aconsejo. Pero más aún: allá no necesitarás poner trabajo alguno; porque allá el Rey todo te lo proporcionará. Acá lo único que necesitamos y basta es preparar la fosa y rodearla de un seto: pero no necesitamos edificar.

Oye en qué forma viven los escitas que habitan en sus carros: escucha la forma de vivir de los nómadas. Pues así convendría que vivieran los cristianos, así andar por el mundo, así luchar contra el diablo, librando a los que él ha cautivado, y abandonando todos los negocios seculares. ¡Oh hombre! ¿Para qué adornas tu casa? ¿es acaso para atarte mejor tú mismo? ¿Para qué entierras tu tesoro e incitas así contra ti mismo a tu enemigo? ¿Para qué edificas muros como si te prepararas una cárcel? Y si tales cosas te parecen difíciles, vayamos a las celdas de aquellos varones para que por las obras comprendamos la facilidad del negocio. Ellos, tras de haber construido y arreglado su celda, si es necesario apartarse, se alejan a la manera de quienes dejan el ejército por ser ya tiempo de paz. Pues como soldados, y aun con mayor suavidad, establecen sus celdas.

De verdad que es más apacible contemplar la soledad abundante en monjes que a los soldados que en el ejército despliegan sus tiendas, clavan sus picas y cuelgan de la punta de sus astas las insignias azafranadas y a la multitud de hombres con cascos de bronce y los ruedos de los escudos que lanzan abundante fulgor y a los que andan vestidos de hierro en sus lorigas y la tienda del estratega rápidamente dispuesta y a todos los demás que comen y cantan al son de la flauta. No, no es tan agradable semejante espectáculo como el otro de que ahora os hablo. Si vamos a las soledades y contemplamos las celdas de los soldados de Cristo no veremos ahí ni carpas desplegadas, ni puntas de lanzas, ni mantos de púrpura que forman la tienda real, sino que ahí podemos contemplar un espectáculo, así como si alguien en una tierra más espaciosa que ésta y más inmensa, desplegara amplísimos cielos, nuevo y nunca visto panorama.

Porque las celdas de esos varones no son de menos precio que el cielo, ya que a ellas acuden los ángeles, y más aún, el mismo Rey de los ángeles. Si así visitaron a Abrahán, que tenía esposa y alimentaba hijos, porque vieron su hospitalidad, cuando ven a un hombre dotado de mayor virtud y libre de las pasiones del cuerpo y que viviendo en carne desprecia la carne, con mayor gusto conviven con él y celebran fiestas a ellos convenientes. Ahí la mesa está libre de todo lujo y limpia y colmada de virtud. No corren ahí ríos de sangre, no hay carnes destrozadas, no hay dolores de cabeza ni condimentos ni tufo desagradable ni humo molesto ni carreras y tumultos, turbas y gritería pesada, sino únicamente pan y agua: ésta sacada de limpias fontanas, aquél adquirido con justo y honrado trabajo Y si alguna vez quieren comer más opulentamente, la opulencia consiste en algunos frutos de altos árboles, como las nueces; y con esto reciben mayor placer que el que en las mesas regias se disfruta.

Ningún temor reina ahí: no hay magistrado que acuse, no hay esposa que irrite, no hay hijo que entristezca, no hay risotadas livianas, no hay cantidad de aduladores que hinche: es mesa de ángeles, libre de todo ese género de tumultos. Para reclinarse usan de un lecho de heno, como lo hizo Cristo cuando ofreció aquel banquete en el desierto. Muchos se acuestan al aire libre y tienen el cielo por techo y por lámpara la luna, lámpara que no necesita de aceite ni de quien la cuide. La luna les suministra una luz no indigna de los rayos solares. Los ángeles, al contemplar desde el cielo mesa semejante, se gozan y alegran. Porque si se alegran por un pecador que hace penitencia, ¿qué no harán con tantos justos que los imitan? Ahí no hay señor ni siervo: todos son siervos y todos son libres. Ni vayas a pensar que lo dicho es un enigma, porque mutuamente son siervos unos de otros y mutuamente son señores unos de otros.

Cuando llega la tarde, nadie hay triste, como acontece a muchos hombres, cuando revuelven en su pensamiento las preocupaciones por las diarias dificultades y males. Y tras de la cena, no hay temor de ladrones, no es necesario cerrar las puertas, no hay que echar aldabas, no hay terrores algunos de esos que a otros atormentan y los hacen andar apagando cuidadosamente las lámparas, no sea que se incendie la casa. Y sus conversaciones abundan en la misma tranquilidad; y no tratan los mismos temas que nosotros, pues hablamos de lo que para nada nos interesa: que si aquél fue hecho prefecto, que si el otro perdió su magistratura; que si murió fulano y si el otro recibió la herencia, y otros temas semejantes. Ellos siempre conversan acerca de las cosas futuras, y sobre ellas discurren. Hablan de ellas como si habitaran en otro mundo y ya hubieran sido trasladados al cielo y vivieran en aquellas regiones: hablan del seno de Abrahán, de las coronas de los santos, de las fiestas allá con Cristo. De las cosas de la vida presente no hacen ni mención. Así como nosotros no nos dignamos tratar de lo que las hormigas hacen allá en sus agujeros, así ellos para nada se ocupan de nuestras cosas, sino de las del Rey celestial, de la guerra con las pasiones presentes, de las celadas del demonio, de los heroísmos de los santos.

Si con ellos nos comparamos ¿en qué diferimos de las hormigas? En nada ciertamente. Pues así como las hormigas sólo se cuidan de las cosas temporales, así lo hacemos nosotros. Y ¡ojalá que de sólo eso nos ocupáramos! Lo cierto es que nos ocupamos de cosas peores con mucho. Porque no nos preocupamos únicamente de las cosas necesarias, como hacen las hormigas, sino además de las superfluas. Ellas siguen su camino libres de todo crimen; pero nosotros buscamos todo modo de rapiñas. No imitamos a las hormigas, sino a los lobos y a los leopardos. Hasta somos peores que éstos. Porque a ellos ese modo de alimentarse les señaló la naturaleza; pero nosotros tenemos de Dios la razón y la idea de justicia. Nos hemos hecho peores que las bestias que carecen de razón, mientras que aquellos varones se han hecho iguales a los ángeles y viven acá como extraños y peregrinos; y en todo se diferencian de nosotros: en el vestido, en el alimento, en la habitación, en el calzado, en la conversación. Si alguno nos oyera hablar, a ellos y a nosotros, claramente conocería ser ellos ciudadanos del cielo y no ser nosotros dignos ni de estar en la tierra. Por eso cuando a ellos se acerca alguno con las insignias de su dignidad, es cuando toda hinchazón se humilla.

Ahí el labrador aquel, imperito en todos los negocios del siglo, se asienta en su silla de heno y se reclina en su almohada astrosa junto al estratega hinchado por su dignidad. Porque ahí no hay quienes lo eleven y lo inflen. Sino que sucede como si alguno va a un orfebre y fabricante de flores, pues del oro y de las rosas algún esplendor a él se deriva. Así el estratega, sacando algún provecho de los rayos que parten del monje, depone algo de su arrogancia. Y así como el que sube a un lugar elevado, aun cuando él sea de pequeña estatura, parece más alto, así sucede con esas dignidades: mientras están cerca de aquellas almas sublimes, en algo se parecen a ellas; pero una vez que de ahí descienden vuelven a ser pequeños, como derribados de aquellas alturas.

Ante aquellos varones nada significa el rey, nada el prefecto; sino que, así como nosotros nos reímos de los niños que representan a reyes y prefectos, así los monjes se ríen de la hinchazón de aquellos que allá abajo en la ciudad procuran poner miedo a los demás. Y se ve esto claro porque si alguno les ofreciera un reino seguro, no lo aceptarían. Si no pensaran en algo más alto que el reino, quizá lo aceptarían; si no pensaran ser cosa temporal y pasajera, quizá lo aceptarían. Entonces ¿por qué no nos apresuramos a esa felicidad? ¿Por qué no vamos a esos ángeles? ¿Por qué no tomamos limpias vestiduras para celebrar solemnemente nupcias semejantes, sino que permanecemos hechos mendigos y en nada mejores que los pobres, sino en condición peor y más miserable que ellos? Porque más miserables que ellos son los que poseen riquezas mal adquiridas. Mejor es mendigar que robar lo ajeno: aquello es digno de perdón; esto, de castigo. El mendigo no ofende a Dios; el así rico ofende a Dios y a los hombres; y con frecuencia soporta él los trabajos de la rapiña, y el fruto lo gozan otros.

Sabiendo estas cosas, echemos fuera la avaricia y arrebatemos con todo anhelo el reino de allá arriba y los bienes celestiales. Porque no puede, no, no puede entrar al reino el negligente. Ojalá que todos, convertidos en diligentes y vigilantes, lo alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 68