Crisóstomo - Mateo 70

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HOMILÍA LXX (LXXI)

Entonces se retiraron los fariseos para deliberar cómo tenderle un lazo, para cogerlo en palabras (Mt 22,15).

ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando más convenía que se arrepintieran y admiraran su bondad; cuando lo propio era temblar por las cosas futuras; cuando por lo pasado convenía dar fe a lo que luego había de venir. Hechos y discursos así lo proclamaban. Los publícanos y las meretrices habían creído; profetas y justos habían sido muertos: enseñados por esos sucesos, los judíos no debían negar su futura ruina, sino creer y arrepentirse. Pero ni así desistió su perversidad, sino que creció y fue adelante. Mas como, por temor de las turbas, no se atrevían a prenderlo, echaron por otro camino para ponerlo en peligro y hacer que se le tuviera como reo de públicos crímenes. Le enviaron a sus propios discípulos acompañados de los herodianos, que le propusieron lo siguiente: Maestro, sabemos que eres sincero, y enseñas el camino de Dios, fiel a la verdad, sin servilismos con nadie, pues no tienes acepción de personas. Dinos, pues: ¿qué opinas? ¿Es lícito pagar el tributo al César o no? Porque los judíos ya pagaban el tributo, pues su república había pasado a poder de los romanos. Y como veían que Teudas y Judas un poco antes habían perecido por cuestiones del tributo, como si prepararan una rebelión, querían hacer a Jesús sospechoso de lo mismo y por igual motivo. Por esto le enviaron a sus discípulos mezclados con soldados de Herodes, preparándole por aquí un doble precipicio, según pensaban; y de tal modo disponían el lazo que como quiera que contestara quedara cogido por ellos; de manera que si respondía en favor de los herodianos lo acusaran ante los judíos, y si en favor de ellos mismos, los herodianos lo acusaran.

Jesús había ya pagado la didracma, pero ellos no lo sabían; y esperaban poder cogerlo de cualquier modo que respondiera. Hubieran preferido que dijera algo en contra de los herodíanos Por esto envían juntamente discípulos suyos propios, que lo indujeran a ese paso con su presencia y poder así entregarlo al presidente romano como si tratara de instituir la tiranía. Así lo deja entender Lucas cuando dice que fue interrogado delante de las turbas, sin duda para que fuera de más fuerza el testímonio. Pero sucedió exactamente lo contrario, pues dieron una demostración de su necedad delante de una más amplia multitud. Observa la forma adulatoria y el dolo oculto. Dicen! Sabemos que eres sincero. Entonces ¿por qué antes clamabais que es engañador y que seduce a las turbas y que es un poseso y no viene de Dios? ¿Por qué antes andabais buscando el modo de matarlo? Proceden con él en la forma que las asechanzas les van sugiriendo.

Poco antes con arrogancia le preguntaban: ¿Con qué potestad haces esto? Mas no lograron obtener ninguna respuesta. Ahora esperan que mediante la adulación lo ablandarán y lo inducirán a que algo diga en contrario de las leyes que estaban vigentes y al poder que los dominaba. Por esto lo llaman veraz y sincero, confesando así lo que El de verdad era. Pero no lo dicen con buenos fines ni con sinceridad, ni tampoco lo que enseguida añaden: No tienes acepción de personas. Mira cuan claro aparece que ellos anhelan implicarlo en palabras que ofendan a Herodes y lo hagan caer en sospecha de buscar la tiranía, como quien se levanta contra las leyes; y por este Camino entregarlo al suplicio debido por sedicioso y por tirano. Porque con eso de: No tienes servilismo y No miras ni tienes acepción de personas, disimuladamente se referían a Herodes y al César.

Dinos, pues: ¿qué opinas? ¿De modo que ahora honráis y tenéis por doctor al que despreciasteis y con frecuencia injuriasteis cuando trataba de vuestra salvación? De modo que también en esto anduvieron concordes Pero observa su astucia perversa. No le dicen: Dinos qué sea lo bueno, qué sea lo útil, qué sea lo legal; sino: Tú ¿qué opinas? De manera que lo único que procuraban era entregarlo y declararlo enemigo de la autoridad imperante. Dando a entender esto y demostrando el ánimo sanguinario y la arrogancia de ellos, dice que le dijeron: ¿Debemos pagar el censo al César o no debemos pagarlo? Así, mientras que simulaban reverenciar al Maestro, respiraban furor y le ponían asechanzas. ¿Qué les responde El? ¡Hipócritas! ¿por qué me tentáis? Advierte cómo contesta con cierta mayor acrimonia. Pues su perversidad era completa y manifiesta, con mayor acritud los punza, comenzando por confundirlos y cerrarles la boca y trayendo al medio los secretos de su corazón, para poner de manifiesto ante todos la finalidad con que se le habían acercado.

Procedía así para reprimir su maldad y para que en adelante ya no se atrevieran a tales cosas dañinas. Aun cuando las palabras eran de sumo honor, pues lo llamaban Maestro y sincero y nada servil; pero El, por ser Dios, no podía ser engañado. Podían, pues, ellos darse cuenta de que no lo decía por conjeturas cuando los increpaba, sino que aquello era señal de que conocía los secretos de sus corazones. Pero no se contentó con increparlos, cuando el reprenderles el ánimo con que lo hacían podía haber bastado para ponerles vergüenza. Pero en fin, no se detuvo aquí Jesús, sino que por otro camino les cosió la boca, diciéndoles: Mostradme la moneda del tributo. Y en cuanto se la mostraron, luego, según su costumbre, pronunció la sentencia; pero por la lengua de ellos mismos, y los obligó a declarar que sí era lícito pagar el tributo, lo cual constituyó para El una brillante y preclara victoria. De modo que cuando les preguntaba, no les preguntaba porque El ignorara, sino para demostrarles por las palabras de ellos que eran reos.

Habiendo ellos respondido a su pregunta: ¿De quién es esta imagen?, que era la del César, El les dijo: Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Lo cual en realidad no es dar sino devolver, como lo demostraban la imagen y la inscripción de la didracma. Mas para que no objetaran que así los sujetaba a los hombres, añadió: Y lo que es de Dios, a Dios. Porque cosa lícita es dar a los hombres lo que a los hombres pertenece y dar a Dios lo que de parte de los hombres se le debe. Por lo cual dijo Pablo: Pagad a todos las deudas: A quien contribución, contribución; a quien impuesto, impuesto; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor.- Pero tú, cuando oyes: Dad al César lo que es del César, entiéndelo únicamente de las cosas que no dañan a la piedad, porque si dañan, ya no son tributo del César sino impuestos del diablo.

Cuando eso oyeron, contra su voluntad callaron y se admiraron de su sabiduría. De modo que, en consecuencia, lo conveniente era creer, quedar estupefactos. Pues al revelar los secretos del corazón de ellos, les daba una demostración de su divinidad y suavemente les cerraba la boca. Y ¿qué? ¿acaso creyeron? De ninguna manera. Porque dice el evangelista: Y dejándolo, se fueron. Pero después de ellos se acercaron los saduceos. ¡Oh locura! Tras de haberse visto obligados a callar los otros, ahora se acercan éstos y acometen al Maestro, cuando convenía que se llegaran a El con cierto temor. Pero así es la audacia: impudente, petulante, atrevida para intentar aun lo imposible. Por eso el evangelista, estupefacto ante tal arrogancia, lo significó diciendo: En aquel día se le acercaron. En aquel. ¿En cuál? En el mismo en que reprimió la maldad de ellos y los cubrió de vergüenza.

¿Quiénes son los saduceos? Es una secta de los judíos que se diferencia de los fariseos y que era muy inferior a éstos. Sostenía que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus. Porque eran más rudos y solamente sabían de las cosas corporales. Había entre los judíos muchas sectas. Por eso Pablo dice: Soy fariseo, que según nosotros es la secta más estricta y fervorosa. Los saduceos no tratan directamente de la resurrección, sino que fingen una narración y tejen una historia que a nuestro parecer nunca tuvo verificativo. Esperaban poner así en aprietos al Maestro y querían así refutar ambas cosas: que la resurrección existiera y que fuera tal como se decía. Modestamente se acercan y le dicen: Maestro: Moisés dijo: Si alguien muriere sin dejar hijos, cásese su hermano con la viuda y suscite así prole a su hermano. Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos. Se casó el primero y murió. Y como no tenía hijos, dejó su mujer a su hermano. Igual sucedió al segundo y al tercero, hasta el séptimo. La postrera de todos murió la mujer. Pues bien, en la resurrección ¿de cuál de ellos será mujer? Porque todos la tuvieron.

Observa cómo responde Jesús en forma de Maestro. Pues aun cuando ellos maliciosamente se acercaron, pero su pregunta más que todo procedía de ignorancia. Por esto no los llama hipócritas. Más aún: para que no les fuera a preguntar el motivo de que siete hubieran poseído a una sola mujer echan por delante a Moisés; aunque, como ya dije, según mi parecer se trata de un caso ficticio. Porque me parece que el tercer hermano, viendo muertos a los otros dos ya no habría recibido a aquella mujer. Y si el tercero la recibía, no lo habría hecho el cuarto ni el quinto y mucho menos el sexto y el séptimo. Más bien, habrían tenido como sospechosa a tal mujer. Así son los judíos. Si muchos de ellos piensan ahora así, mucho más aquellos antiguos; puesto que, aun sin semejante impedimento, rechazaban semejantes nupcias, a pesar de la prescripción legal. Así Rut. la moabita se acurrucó a los pies de uno que era el más lejano de su parentela. Y también Tamar se vio obligada a tener hijo a ocultas de su suegro Judá.

Pero ¿por qué inventaron eso de los siete hermanos? Para hacer más difícil, según ellos creían, eso de la resurrección. Por eso añaden: Y todos la poseyeron, con el objeto de poner al Maestro en aprieto. ¿Qué hace Cristo? Contesta a ambas cosas, no atendiendo a las palabras sino al pensamiento de ellos, y descubriendo así las ocultas intenciones de los preguntantes. A veces claramente los refuta; otras veces deja la refutación a la conciencia de los que lo interrogan. Mira cómo aquí demuestra la resurrección y que no será como ellos la imaginan. ¿Qué es lo que dice? Andáis equivocados, porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios. Puesto que alegan la Ley, como conocedores de Moisés, les demuestra que semejante pregunta es propia de quienes ignoran las Escrituras. Precisamente se le acercaron para tentarlo porque no entendían correctamente las Escrituras y no conocían el poder de Dios. Como si les dijera: No es de admirar que así me tentéis, pues no me conocéis ni conocéis el poder de Dios del cual tenéis abundante experiencia; pero no lo conocéis ni por el sentido común ni por las Escrituras, si es que el sentido común y universal da noticias de El y de que para El todo es posible.

Y en primer lugar, contesta a su pregunta. Puesto que ellos pensaban que no habría resurrección, por creer que las condiciones de las cosas serían entonces como ellos las imaginaban, remueve semejante motivo y lo que de él se deducía, pues eso era la causa de la enfermedad de ellos, y les declara el modo como será la resurrección. Porque les dice: En la resurrección ni ellos se casan ni ellas serán dadas en matrimonio, sino que serán en el cielo como los ángeles de Dios. Lucas dice: Como hijos de Dios. Y pues no se casan, la pregunta resulta inútil. Ni es que no se casen porque se conviertan en ángeles, sino que por ser a la manera de los ángeles no se casan. Con esto removió muchas dificultades, todas las cuales abarcó Pablo en una palabra cuando dijo: Porque pasa la pompa mundanal. En tal forma demuestra Cristo que habrá resurrección y cómo será ella. Pues aunque con su respuesta juntamente quedaba probado lo primero, para mayor abundancia añadió lo segundo, satisfaciendo así no sólo a la pregunta sino también a la intención de los que le preguntaban.

De manera que cuando lo interrogan no por malicia grande sino más bien por ignorancia, los adoctrina más ampliamente; pero cuando la pregunta nace simplemente de malicia no responde ni a lo que se le pregunta. Y como ellos echaban por delante a Moisés, los refuta citando a Moisés y les dice: Y en referencia a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os tiene dicho Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos sino de vivos. Como si les dijera: no es Dios de quienes no existen y que en absoluto han sido quitados de en medio y que jamás hayan de resucitar. Puesto que no dijo Dios: Yo era, sino: Yo soy, es decir de quienes viven y existen. Así como Adán, aun cuando siguiera viviendo, desde el día en que se dio sobre él la sentencia de muerte, vivió como muerto; así estos otros, aun cuando habían muerto, pero por la promesa de resucitar vivían aún.

Preguntarás: ¿cómo es que en otro lugar dice: Para tener señorío tanto de los vivos como de los muertos? No hay contradicción, porque en este sitio habla de muertos que luego habrán de vivir. Por lo demás, una cosa es: Yo soy el Dios de Abrahán y otra cosa es: Para tener señorío sobre vivos y muertos. Sabe El que hay otro género de muerte de la cual dice: Dejad a los muertos que entierren a sus muertos. Y se asombraban las turbas al oír su enseñanza. Pero no los saduceos, que se apartaron vencidos. Pero la multitud, que no estaba por ninguna de las sectas, sacó utilidad.

Siendo pues tal la resurrección ¡ea! ¡pongamos todos los medios para darle la primacía! Y si os place, os pondremos delante algunos que aún antes de la resurrección anticipan una vida y una felicidad de resucitados Vayamos de nuevo a la soledad. Porque de nuevo trataré la misma materia, ya que advierto que vosotros con gusto la escucháis. Observemos, pues, el día de hoy a esos ejércitos espirituales y notemos su placer ajeno a todo temor. No habitan tiendas de campaña, empuñando lanzas, como hacen los soldados, ni llevan escudos ni lorigas -por aquí terminaba yo ayer mi discurso-; sino que a todos los verás desarmados y ocupándose en cosas que con armas no podrían llevar a cabo. Si puedes tú contemplar, ven, dame la mano vayamos ambos a ese combate, y observemos el escuadrón en orden de batalla. Porque tales varones luchan cada día y matan enemigos y dan muerte y vencen las concupiscencias que día por día nos asechan. Los verás postrados por tierra, inmóviles; y observarás llevado a la perfección en las obras el dicho del apóstol: Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias.

¿Has visto la multitud de varones tendidos por tierra, muertos con la espada del espíritu? Por eso no hay ahí embriagueces, no hay voracidad. Así lo demuestra la mesa y el trofeo ahí erigido. Muertas yacen la embriaguez y la voracidad, puestas en fuga por la bebida de agua pura esas fieras multiformes y de muchas cabezas. Así como allá en las mitologías se pintan, así son acá la embriaguez y la voracidad: tienen muchas cabezas. Por un lado la fornicación, por otro la ira, por un tercero la molicie y en fin los amores torpes. Mas todo eso se ha echado de aquí. Aun cuando ese ejército de pasiones venza en miles de combates a otros, pero aquí es vencido por estos varones sus enemigos. Ni dardos ni lanzas ni nada que a eso se parezca puede contra estas falanges sostenerse. En cambio a esos otros gigantes, estrenuos y que llevan a cabo con fortaleza infinitas hazañas, los encontrarás atados, sin ataduras con el sueño y ei vino, tendidos por tierra sin muertes, sin heridas, a la manera de hombres cosidos de heridas o aun mucho peor. Porque los heridos a lo menos conservan algunos movimientos, mientras que aquéllos al punto caen derribados.

¿Adviertes ahora cómo el otro ejército es superior y más admirable? Porque a estos soldados vencedores no hay arma que los traspase, si no es su propia voluntad. Porque a la embriaguez, madre de todos los males, de tal manera la han debilitado y vencido que ya en adelante no puede causarles molestia ninguna. Postrado el caudillo y cortada su cabeza, el resto del cuerpo queda en quietud: ¡y semejante victoria verás que la han obtenido cada uno de los varones que permanecen en la soledad! Porque no sucede en estas guerras como en las otras: que cuando uno ha sido herido por otro, una vez caído ya no puede ser temible para otro; sino que es necesario que todos a la vez acometan y den muerte a la dicha fiera multiforme; y al que no la hiera ni la eche por tierra, se le pone toda clase de trabas.

¿Has visto la espléndida victoria? Cada uno de ellos erige un trofeo que ni todos los ejércitos que hay por el orbe puede erigir aun cuando se junten. Porque aquí yacen por tierra cubiertas de heridas todas las pasiones: la tonta necedad en Jas palabras, el vaho repugnante y las demás resultantes de la embriaguez. Aquí imitan a su Señor, de quien la Escritura admirada dijo: Beberá del torrente en el camino, por eso levantará su cabeza. ¿Queréis observar la multitud vista del lado de los sepulcros? Pues veamos los placeres nacidos de las concupiscencias, los que suministran las viandas, los cocineros, los que preparan las mesas, los fabricadores de placentas. Da vergüenza enumerarlos, pero, en fin, recordaré los faisanes, los caldos vertidos en abundancia, los alimentos aguados y los secos, las reglas constituidas para cada especie. Porque los dados a la crápula, como si estuvieran gobernando una república o dirigiendo un ejército, determinan qué alimento se toma primero y cuál después, y así sucesivamente.

Unos prefieren comenzar por las aves asadas sobre carbones y repletas de peces; otros establecen otros géneros como comienzo de las cenas desmesuradas; y gran discusión se arma acerca de la calidad, el orden y la abundancia; y pleitean sobre cosas por las que convenía que más bien se les llevara al cementerio, porque unos gastan en tales comilonas la mitad del día, otros el día íntegro y otros al día le añaden la noche. Hay que decirles a ésos: ¡Mísero! ¡advierte la capacidad del vientre y avergüénzate de tu inmoderado anhelo! En cambio acá, entre estos ángeles, nada de semejantes excesos se da, porque esa concupiscencia y todas las demás muertas están. Toman ellos su alimento no por placer ni por hartazgo, sino que lo miden por la necesidad. No hay ahí aves cazadas, no hay peces ni quienes tales oficios ejerciten, sino solamente pan y agua. Preocupaciones de ese género, tumultos y desórdenes y en fin toda esa caterva de alborotos han sido arrojados tanto de las celdas como del cuerpo: gran puerto hay ahí. En cambio entre los banqueteadores gran tempestad hay. Rasga con el pensamiento el vientre de quienes injurgitan aquellas viandas y te encontrarás con una enorme mezcolanza y desaguaderos impuros y en fin con sepulcros blanqueados.

Y lo que luego se sigue vergüenza da referirlo: eructos repugnantes, vómitos, el ir y venir arriba y abajo los alimentos ingeridos. Mira en cambio acá en la soledad muertas todas esas concupiscencias y también aquellos arranques amorosos vehementes: me refiero a los placeres venéreos. Verás todas esas pasiones echadas por tierra con toda su caballería y sus carros de guerra. Porque solemos usar de los términos dardo, caballo., para indicar las obscenidades. Verás acá arrojados por tierra juntamente al caballo y al caballero y los dardos semejantes; mientras que allá verás las almas muertas, echadas por tierra y todo lo contrario de acá.

Pero no únicamente en lo referente a la mesa han logrado esos varones santos una brillante victoria, sino además en otras cosas: en lo tocante a las riquezas, a la vana gloria, a la envidia y a todas las enfermedades espirituales.

¿No te parece, pues, este ejército más fuerte que aquel otro y que esta mesa es mejor que la otra? ¿Hay quien lo contradiga? ¡Nadie, ni aun de los mismos crapulosos, aun cuando del todo esté loco! Esta mesa envía al cielo; aquélla arrastra a la gehenna; aquélla la prepara el demonio, ésta la prepara Cristo. Aquélla pone delante el lujo y los placeres; ésta, la templanza y la virtud. Acá está presente Cristo; allá, el diablo. Porque en donde hay embriaguez está el diablo; en donde hay conversaciones obscenas, hartazgos, ahí danzan los demonios. Así era la mesa del rico aquel Epulón, por lo cual no mereció ni una gota de agua en refrigerio.

No es así la mesa de los monjes, sino que llevan ellos una vida de ángeles: no desposan mujeres, no prolongan el sueño, no andan tras de los deleites. Fuera de en unas pocas cosas, en todo lo demás parece que no tuvieran cuerpo. Pero ¿quién hay que tan fácilmente pueda postrar al enemigo como el que erige trofeos en su modo de alimentarse? Por eso dice el profeta: Preparaste ante mí una mesa frente a mis adversarios? Porque no se equivocará quien afirme que esa sentencia se refiere a la mesa y la comida. Pues nada hay que así perturbe el alma como la absurda concupiscencia, el placer de la comida, la embriaguez y los males que de ésta se derivan. Lo saben bien los que ya tienen experiencia de eso.

Y si bien conoces de dónde se prepara esta mesa y de dónde aquella otra, sabrás perfectamente cuánta sea la diferencia entre ambas. Esta se prepara mediante lágrimas sin cuento y despojos de viudas y bienes arrebatados a los pupilos. Aquella otra se prepara mediante justos trabajos y se parece a una mujer hermosa y bella que no necesita de adornos externos, sino que posee una belleza natural. Esta se parece a una fea y torpe meretriz que necesita de abundantes polvos y menjurjes para presentarse, pero ni aun así logra encubrir su deformidad, sino que cuanto más se acerca más repele. No te fijes en los comensales cuando van llegando, sino cuando se van ya apartando: entonces verás la deformidad de semejante mesa. La otra, en cambio, libre de concupiscencias, no deja que los comensales digan algo obsceno. Pero ésta, como meretriz que es, nada permite que honesto sea, pues ella misma es infame. Aquélla busca el bien de los comensales; ésta otra, la ruina. Aquélla no permite ofensas de Dios; esta otra no puede dejar de ofenderlo.

Vayamos pues a esos varones santos, y caeremos en la cuenta de cuántas cadenas nos atan. Aprenderemos a poner una mesa repleta de bienes, suavísima, sin gastos de nadie, libre de preocupaciones, de envidias, de malquerencias, de toda enfermedad espiritual y repleta de la buena esperanza y colmada de abundantes trofeos. No hay ahí perturbación de ánimos, no hay tristezas, no hay iras: todo es tranquilidad, todo es paz. Ni me traigas a colación el silencio de los sirvientes en las mesas de los ricos, sino los clamores y gritos de los comensales. Y no me refiero a los que entre sí se intercambian, (aunque también estos son ridículos), sino sobre todo al tumulto interior que anda allá en el ánimo y lleva consigo enorme servidumbre y alboroto de pensamientos y tormentas y negruras y tempestades que hacen que todo se revuelva y se mezcle y dé la imagen de una batalla nocturna.

Nada de eso hay en las celdas de los monjes, sino abundante tranquilidad y mucha quietud. Además, tras de semejante mesa se sigue un sueño semejante a la muerte; tras de la otra, siguen las santas vigilias. A aquélla la siguen los eternos castigos; a ésta, los premios inmortales y el reino de los cielos. Cultivémosla y gocemos de sus frutos. Ojalá que todos los consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CXXXVIII




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HOMILÍA LXXI (LXXII)

Mas los fariseos, enterados de que había reducido al silencio a los saduceos, se convinieron todos en un plan. Y uno de ellos, doctor de la ley, poniéndole un lazo le propuso: Maestro, ¿cuál es en la Ley el máximo mandamiento? (Mt 22,34).

DE NUEVO el evangelista pone el motivo por el que convenía que los fariseos guardaran silencio y al mismo tiempo nota la audacia de ellos. ¿Cómo? Diciendo que, habiendo Cristo impuesto silencio a los saduceos, sin embargo los fariseos de nuevo acometen a Jesús. De manera que cuando convenía que ya permanecieran callados, entran de nuevo a la discusión y le enfrentan un legisperito. Y no porque anhelaran saber, sino poniéndole asechanza y tentándolo. ¿Qué es lo que preguntan? ¿Cuál es el máximo mandato y primero de todos? Puesto que el primer mandamiento en la Ley era: Amarás al Señor tu Dios, le hacen la pregunta con la esperanza de encontrar en su respuesta una ocasión de acusarlo, pues sin duda lo corregiría para demostrarles que también El era Dios.

Por su parte Cristo, para ponerles en claro el motivo que los empujaba a venir, que era el no tener caridad y andar comidos de envidia y estar poseídos de malquerencia, les dice: Amarás al Señor tu Dios. Este es el máximo y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Por qué dice: Es semejante a éste? Porque éste prepara el camino para aquél y juntamente de aquél recibe defensa y fuerza. Porque: El que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luzl Y también: Dijo el necio en su corazón: No hay Dios? ¿Qué se siguió de eso? Corrompidos, abominables, no hay quien haga el bien? Y además: La raíz de todos los males es la avaricia: algunos persiguiéndola, se desviaron de la feA Y: El que ama guardará mis mandamientos. El resumen de todo eso es: Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo. Si pues amar a Dios es amar al prójimo (puesto que dice: Oh Pedro, si me amas apacienta mis ovejas); y amar al prójimo lleva a cumplir los mandamientos, con todo derecho dice: Porque estos dos mandamientos son el eje de la ley entera y de los profetas.

De modo que procede como antes procedía. Porque interrogado acerca del modo de la resurrección confirmó la resurrección, dando más doctrina de la que se le había pedido. Y aquí, preguntado acerca del mandamiento principal, profiere también el segundo, que no es muy inferior al primero (puesto que es el que le sigue y a él se parece), y así les deja entrever la raíz de donde su pregunta nace, o sea de la envidia y enemistad. Pues dice la Escritura: La Caridad no es envidiosa. Con tales palabras, Cristo manifiesta estar de acuerdo con la Ley y los profetas. Mas ¿por qué Mateo dice que se le acercó el fariseo a Jesús para tentarlo y Marcos afirma lo contrario? Porque dice: Viendo Jesús que el fariseo había respondido cuerdamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. La realidad es que no disienten ambos, sino que muy bien consuenan.

El fariseo comenzó interrogando por tentar a Jesús; pero luego, como sacara alguna utilidad de la contestación, mereció alabanza. Cristo no lo alabó desde el principio, sino hasta que el fariseo añadió que amar al prójimo era mejor que ofrecer holocaustos; entonces le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Pues habiendo hecho a un lado lo bajo y despreciable tocó la raíz misma de la virtud. Los sábados y las demás observancias habían sido instituidos para el fin de la caridad. Pero no por eso Jesús le tributa una alabanza cumplida, sino como a quien algo le falta. Con decirle: No estás lejos del reino le da a entender que hay aún algo intermedio que le falta, con el objeto de que se dedique a buscarlo. Y no te admires de que lo alabe Cristo sólo porque dijo: No hay sino un Dios y fuera de El no hay otro; sino advierte cómo Jesús se acomoda en su respuesta a la opinión de los que se acercaban. Pues aun cuando digan y afirmen de Cristo mil cosas no dignas de la gloria de Cristo, una cosa no se atreven a decir: que El en absoluto no sea Dios.

Pero entonces ¿cómo es que lo alaba por haber dicho que fuera del Padre no hay otro Dios? No es porque Cristo confiese no ser Dios ¡lejos tal cosa! sino porque aún no llegaba el tiempo de revelar abiertamente su divinidad, deja al fariseo en su creencia y lo alaba porque conoce perfectamente el dogma antiguo, y para de este modo prepararlo y hacerlo idóneo para aceptar la doctrina de la Nueva Ley que a su tiempo se declarará. Por lo demás, aquello de: No hay sino un solo Dios y fuera de El no hay otro, es cosa que se afirma así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pero no para negar la divinidad del Hijo, sino para negar la de los ídolos. De manera que cuando Cristo alaba al fariseo, en este sentido lo alaba.

Pero una vez que ha respondido Jesús, El a su vez interroga: ¿Qué os parece del Cristo? ¿De quién es hijo? Le contestan: de David. Advierte cómo hace su pregunta después de tantos prodigios y milagros que ha obrado, de tantos interrogatorios que ha sufrido, de tantas pruebas que ha dado con palabras y con obras de la plena concordia con su Padre, de haber alabado a este fariseo que declaró no haber sino un solo Dios, con el objeto de que no fueran a decir que ciertamente había hecho prodigios, pero que sin embargo era contrario a la Ley y enemigo de Dios. Por tal motivo les hace la pregunta hasta después de todas aquellas cosas, ocultamente procurando inducirlos a que lo confiesen por Dios. A los discípulos anteriormente primero les preguntó qué decían de El los demás y luego qué decían ellos mismos; pero con los fariseos no procedió en ese orden; pues le habrían contestado que era malvado e impostor y que a todo se atrevía en sus palabras.

Y pues iba ya a su Pasión, alega una profecía en que abiertamente se le llama Señor; y no sin motivo ni poniendo acento en lo de ser Señor, sino por otro motivo razonable. Puesto que cuando antes les había preguntado El primero, ellos no habían respondido conforme a la verdad (puesto que habían afirmado ser El simplemente hombre), para destruirles esa falsa opinión, alega ahora a David, que proclama su divinidad. Pensaban ellos ser Cristo mero hombre y por eso dijeron: De David. Pero Cristo, enmendando la creencia de ellos, aduce al mismo David profeta que testifica que lo llama Señor y verdadero Hijo del Padre y le atribuye un honor igual al del Padre. Y no se detiene aquí, sino que, para aterrorizarlos, añadió lo que sigue: Entonces ¿cómo David lo llama, inspirado por el Espíritu Santo, Señor cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta tanto que pongo a tus enemigos como escabel de tus pies? Así los encaminaba al verdadero conocimiento. Y luego, para que no pensaran ellos que David había hablado adulando y que había proferido una sentencia meramente humana, continuó con lo que seguía. Pues si David lo llama Señor ¿cómo es hijo suyo? Observa con cuán grande moderación trae al medio la verdadera opinión que de El se ha de tener.

Porque primero les dijo: ¿Qué os parece del Cristo? ¿de quién es hijo? para llevarlos mediante la pregunta y la respuesta a la verdad. Luego, habiendo ellos contestado: De David, prosigue como ya indiqué, pero siempre interrogando: Entonces ¿cómo David, inspirado por el Espíritu Santo, lo llama Señor? para que no se ofendan con tales palabras. Por eso no dijo: ¿Qué os parece de mí? sino: del Cristo. Por la misma razón los apóstoles con moderación se expresaron acerca del patriarca David, diciendo: Permitidme que os diga sin eufemismos que el patriarca David murió y fue sepultado. Y por la misma Cristo, al modo de quien pregunta y discurre, les presenta el dogma de su divinidad diciendo: Entonces ¿cómo David, inspirado por el Espíritu Santo, lo llama Señor diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha en tanto que pongo a tus enemigos como escabel de tus pies? Y continúa: Si pues David lo llama Señor ¿cómo es hijo suyo? Y no es que Jesús niegue ser hijo de David ¡lejos tal cosa!, sino que quería enmendar la opinión de ellos. De otro modo nunca habría increpado a Pedro por igual motivo.

De manera que cuando dice: ¿Cómo es hijo suyo? quiere significar que no lo es en el sentido en que ellos lo afirmaban. Porque ellos decían que el Cristo era únicamente hijo de David y por lo mismo no Señor de David Y una vez que trajo al medio el testimonio del profeta, suavemente añadió: Si pues David lo llama Señor ¿cómo es su hijo? Los fariseos cuando esto oyeron nada le contestaron: es que no estaban en disposición de aprender nada que fuera idóneo y verdadero. Por esto añadió aquello: Es Señor suyo. Más aún: ni siquiera dijo eso como suyo, sino invocando al profeta, puesto que ellos no se fiaban de Cristo y aun hablaban mal de El. Teniendo esto en cuenta, no conviene que nos escandalicemos cuando lo oímos decir de sí algo bajo y humilde, pues había muchos motivos para que Jesús atemperara su modo de hablar conforme a la capacidad de aquellos oyentes.

Por eso les va dando su enseñanza mediante preguntas y respuestas, pero dejando siempre entender su verdadera dignidad de Hijo de Dios. Al fin y al cabo no era lo mismo oír que les decía ser el Cristo Señor de los judíos y decir que era Señor de David. Advierte además la oportunidad. Pues cuando dice: Uno es el Señor, habla también de sí mismo, puesto que en realidad es Señor, como se deduce no solamente de las obras, sino además de la profecía. Y les declara que el Padre habrá de tomar venganza de ellos, cuando añade: Hasta tanto que pongo a tus enemigos como escabel de tus pies. Muestra con esto la gran concordia y el honor igual que tiene con el Padre. Y puso así un remate sublime y excelso a su discurso con esas palabras que podían reducir al silencio a sus adversarios. Y desde entonces éstos guardaron silencio, no voluntariamente, sino porque nada tenían que replicar. Tan grande herida recibieron que renunciaron a acometer de nuevo la misma cuestión. Pues dice el evangelista: Nadie se atrevió desde aquel día a proponerle ninguna cuestión.

Sin embargo, aquellas discusiones traían gran utilidad a las turbas; por lo cual Jesús abandonó a aquellos lobos, una vez deshechas sus asechanzas, y enderezó su enseñanza a las turbas. Los enemigos no sacaban de ella ninguna ganancia por estar cautivos de la vanagloria y haber caído en tan terrible enfermedad. Porque la vanagloria es grave enfermedad y monstruo de muchas cabezas: arrebatados por ella, unos ansían el principado, otros la riqueza, otros el poder. Y pasando adelante ese monstruo se llega hasta la limosna, el ayuno, las oraciones y la doctrina: muchas cabezas tiene semejante monstruo. Y a la verdad que de aquellas otras cosas saquen vanagloria los así afectados, nada tiene de admirable; lo estupendo y digno de llorarse es que la logren mediante el ayuno y la oración. Pero no nos contentemos con recriminar, sino declaremos además el modo de huir de la enfermedad.

¿A quiénes abordaremos primero? ¿A los que se glorían de sus riquezas o de sus vestidos? ¿O a los que se glorían de sus dignidades? ¿O a los que se glorían de su saber o de su cuerpo o de sus habilidades o de su belleza o de sus adornos? ¿O a los que se glorían de su propia crueldad o de su propia bondad o de las limosnas que hacen? ¿O a los que se glorían de su propia perversidad o en su muerte o aun después de su acabamiento? Pues, como ya dije, muchos y complicados escondrijos tiene esta enfermedad y va hasta más allá de nuestra vida. Públicamente se dice: Fulano murió y para causar admiración ordenó que se hiciera esto y aquello; y por eso aquél quedó pobre, aquel otro quedó rico. Porque -cosa de verdad amarga- semejante fiera hiere por encontrados modos.

En fin: ¿contra quiénes primeramente entablaremos el combate y ordenaremos la batalla? No basta un solo discurso para combatirlos a todos. ¿Os parece que comencemos por los que se glorían de sus limosnas? A mí paréceme ser oportuno. Porque mucho estimo yo el hacer limosnas y deploro que eso se haya venido abajo. Tal vanagloria me parece como una institutriz que pone asechanzas a una princesa; porque la va alimentando, pero para la torpeza y para su daño, halagándola con el placer y despreciando el educarla conforme a la dignidad de su padre, de manera que venga a dar gusto a hombres criminales y perversísimos: para eso la persuade que use de ciertos adornos, desvergonzados, infames, con que pueda agradar a los extraños, pero no a su padre. ¡Ea, pues! ¡acometamos a éstos! ¡veamos la limosna abundantemente repartida, pero con esa finalidad!

La dicha princesa, digo la limosna, quiere el padre que ni siquiera se torne a ver a la derecha; pero la institutriz la saca de su tálamo; y luego la muestra y la hace espectáculo de los criados y de hombres cualesquiera, que ni siquiera la conocían. ¿Has visto a la meretriz prostituta entregándose a malvados amores y cómo se adorna según el gusto de ellos? ¿Quieres ver cómo la vanagloria torna al alma no solamente meretriz sino también loca furiosa? Pues observa sus intenciones. Porque corriendo esa princesa tras de los fugitivos y los criados, olvidada del cielo y aun positivamente habiéndolo rechazado, se da a perseguir por calles y encrucijadas a quienes la aborrecen, hombres feos y degradados, que ni siquiera desean verla, pues de ver cómo anda loca de amores por ellos, por eso mismo la odian. Y ¿habrá persona más loca que una tal? Porque los más de los hombres a nadie aborrecen más que a quienes los quieren como instrumentos para conseguirte gloria. Inventan miles de reproches contra ésos. Sucede lo mismo que si a una princesa que ha sido arrojada del trono se le ordenara prostituirse con gladiadores que la aborrecieran.

Cuanto más tú busques a tales, instrumentos más te aborrecen. En cambio, Dios, cuanto más lo buscas tú tanto más te atrae y te alaba y te da una ingente recompensa. Pero si te parece, y quieres conocer desde otro ángulo de vista cuán grande sea el daño que te viene cuando das limosna por ostentación, medita en lo grave del dolor y continua tristeza que te sobrevendrá cuando Cristo te inspire y te repita aquellas palabras: Has perdido totalmente tu recompensa. La vanagloria es mala en toda ocasión, pero sobre todo cuando se ejercita la misericordia; lo cual viene siendo una extrema crueldad, pues se acrece mediante las desgracias ajenas y en cierto modo injuria a los pobres. Si andar uno refiriendo los beneficios que ha hecho es injuriar a quien los ha recibido, el publicanos delante de muchos ¿qué crimen piensas que sea?

Pero ¿cómo huiremos de mal semejante? Aprendiendo el modo que se ha de tener en compadecerse. Considerando la gloria de quienes buscamos. Dime: ¿quién es el autor de la limosna? Sin duda quien enseñó a hacerla, o sea Dios. El sobre todo sabe lo que es, y la ejerce en modo infinito. ¡Vamos! Si te ejercitas en la palestra para aprender ¿a quiénes te pondrás a ver? ¿Al que vende legumbres y peces o al entrenador? Cierto que aquéllos son muchos y éste es solamente uno. Pues bien y sin embargo, si él te ensalzara mientras los otros te burlaban ¿acaso no te reirías de todos juntamente con él? Y si estuvieras aprendiendo el pugilato ¿acaso no pondrías atención igualmente al que en tal arte fuera maestro? Si te propusieras ser orador ¿acaso no estimarías en mucho las alabanzas del maestro de oratoria y despreciarías las de los otros? Entonces ¿cómo no ha de ser absurdo que en las demás, artes solamente se atienda al maestro y en cambio en la limosna hacer lo contrario? Y eso que el daño no es igual en ambos casos.

En todas las artes, si luchas según el beneplácito del vulgo y no del maestro, todo el daño queda reducido a perder en la competencia; pero en el arte de la limosna se pierde la vida eterna. Por la misericordia te asemejas a Dios; pues hazte también semejante a El evitando la ostentación. Cuando Jesús obraba las curaciones, ordenaba a los beneficiados que a nadie lo dijeran. Tú en cambio ¿anhelas que los hombres te llamen misericordioso? ¿Qué ganancia percibes con eso? Ninguna, sino un daño infinito. Porque esos mismos a quienes tú tomas como testigos de tu misericordia, se convierten en ladrones de tus tesoros colocados en el cielo. O mejor dicho, no ellos, sino nosotros mismos que nos hurtamos nuestras mismas riquezas y disipamos lo que en el cielo se amontona. ¡Oh nuevo género de desgracias! ¡oh enfermedad extraña! Allá en donde ni la carcoma destruye ni los ladrones desentierran, la vanagloria todo lo dilapida. Ella es la polilla del tesoro celeste; ella el ladrón de las opulentas riquezas del cielo que roba los bienes ya colocados allá y puestos en seguro! Ella todo lo' echa a perder y lo destruye. Habiendo visto el demonio que el cielo es un sitio inaccesible a los ladrones y a la carcoma, roba las riquezas de allá mediante la vanagloria.

Pero es que ambicionas la gloria. ¿No te basta con la que recibes del que toma tu limosna, que es el benignísimo Dios, sino que andas en busca también de la gloria humana? Pues mira no sea que te acontezca todo lo contrario: no sea que te condenen como no compasivo sino anhelante del fausto y entregado a la ambición, y como traidor de las ajenas desdichas. La limosna es un misterio. Cierra pues las puertas para que nadie vea lo que es crimen publicar. Estos son nuestros supremos misterios: la misericordia y la benignidad de Dios. El, según su gran misericordia, se compadeció de nosotros, que le éramos desobedientes. La primera oración que recitamos sobre los energúmenos llena está de alusiones a la misericordia; y!a segunda a su vez pide abundante misericordia para los que están en estado de penitencia. Y la tercera, que es en favor de nosotros mismos, trae junto a nosotros a los infantes inocentes para que provoquen a Dios a misericordia.

Porque detestamos nuestros pecados suplicamos en favor de los que grandemente pecaron y han de ser acusados. Y en favor nuestro suplican los inocentes niños, e imitándolos en su sencillez se alcanza el reino de los cielos. Así se muestra la forma misma de rogar, puesto que quienes son sinceros y humildes a la manera de los niños conviene sobre todo que rueguen por los pecadores. Saben bien los iniciados de cuan inmensa misericordia y de cuán grande benignidad está lleno el misterio de la mesa sagrada. Pues bien, tú a tu vez, cuando haces limosna cierra la puerta de tu casa; que solamente la presencie aquel a quien la haces; y aun si es posible ni él. Si abres tu puerta, divulgas tu misterio. Piensa que aquel mismo de quien esperas gloria te condenará. Si es amigo te recriminará en su interior; y si es enemigo te descubrirá delante de los demás. Y así te acontecerá todo lo contrario de lo que anhelabas.

Querías tú que él te proclamara como misericordioso; pero él no clamará eso, sino que te llamará ambicioso de la vana gloria y que andas captando el aura popular, y añadirá otras cosas peores. Pero si ocultas tu limosna, entonces proclamará todo lo contrario y te llamará benigno y misericordioso. Pues Dios no permite que esa buena obra quede oculta. Si tú la ocultas El la publicará, de donde se te seguirá mayor admiración y más grande ganancia. De modo que la ostentación es un obstáculo para alcanzar gloria: el mismo andar buscándolo es un obstáculo para obtener lo que anhelamos. Porque no sólo no alcanzamos la gloria y alabanza debida a la misericordia, sino que logramos lo contrario; y además se nos sigue un daño grande.

Por todos estos motivos, rechacemos la gloria vana y solamente amemos la gloria de Dios. Por ese camino alcanzaremos gloria acá abajo y además los bienes eternos serán nuestro gozo, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 70