Crisóstomo - Mateo 72

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HOMILÍA LXXII (LXXIII)

Entonces habló Jesús a las turbas y a sus discípulos: Sobre la cátedra de Moisés se han asentado los escribas y fariseos. Practicad y guardad cuanto os dicen, pero no obréis según ellos hacen (Mt 23,1).

ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando terminó su discurso y puso silencio a los fariseos; cuando en tal forma los refutó que ya no se atrevieran en adelante a tentarlo; cuando les hubo demostrado que estaban enfermos de una enfermedad incurable. Pero como había hecho mención de un Señor y de otro Señor, recurre de nuevo a la Ley. Dirás que la Ley nada de eso dijo, sino al contrario: El Señor tu Dios es el único Señor. Has de saber que en la Escritura se llama Ley a todo el Antiguo Testamento. Habló Jesús así, para demostrar en todo una gran concordia con su Padre. Es obvio que si hubiera sido contrario a su Padre también lo habría sido a la Ley. Ahora en cambio ordena tenerle tan gran reverencia que, a pesar de la corrupción de los doctores, preceptúa que se la obedezca.

Al mismo tiempo trata del modo de vivir, pues la causa sobre todo de la incredulidad de los doctores era su vida desarreglada y su amor a la vanagloria. Así pues, para enmendar a sus oyentes, les ordena de modo especialísimo lo que más conducía para creer y salvarse: es a saber, no despreciar a los doctores y maestros ni levantarse contra los sacerdotes. Y no solamente lo ordena, sino que es el primero en guardarlo. No abate a los corrompidos sacerdotes de su dignidad. Por este medio atraía sobre ellos un más grave castigo y juicio, y no daba ocasión alguna a los discípulos para desobedecer. Para que nadie se escudara diciendo: como el doctor y maestro era malvado, yo me volví más desidioso, quitó también esa excusa. En tal forma afirmó la dignidad y principado de ellos, que a pesar de ser perversos y aun habiendo precedido tan graves recriminaciones, vino a decir: Practicad y guardad todo lo que os dicen. Al fin y al cabo no dicen cosas suyas sino cosas de Dios, cosas que Dios ordenó por medio de Moisés.

Advierte cuán grande honor hace a Moisés y cómo de nuevo demuestra su acuerdo con la Antigua Ley, pues por ella hace venerables a sus doctores. Dice: Sobre la cátedra de Moisés se asentaron. No pudiendo hacerlos recomendables por su género de vida, lo hace en otra cosa por la que sí se podía, es a saber por la cátedra que ocupaban y por ser sucesores de Moisés en la doctrina. Pero tú cuando oyes: Cuanto os dicen, no pienses que se trata de toda la Ley, es decir, de los sacrificios también y de los alimentos y de otras cosas semejantes. ¿Cómo podía referirse a eso cuando El mismo anteriormente lo había suprimido? Quiere decir todas las cosas que sirven para enmienda y corrección de las costumbres y que convengan con los preceptos de la Ley nueva y no permitieran permanecer bajo el yugo de la Ley antigua.

Mas ¿por qué no determinó esto ya según la Ley de gracia, sino según la Ley de Moisés? Porque no era oportuno hablar claramente de esto antes de la crucifixión. Pero a mí me parece que, aparte de lo dicho, también por otro motivo procedía así previendo algo más. Pues había de acusar a los príncipes de los sacerdotes y doctores, y para que no creyeran algunos que lo hacía porque ambicionaba la dignidad que ellos poseían o que lo hacía por enemistad, atajó primero semejante sospecha; y libre ya de ella, comienza la acusación. Y ¿por qué los acusa y largamente se ocupa de eso? Para cuidar de que la multitud no caiga en los mismos defectos. Porque no es lo mismo vedar una cosa y señalar a los que cometen transgresiones. Así como tampoco es lo mismo alabar las buenas obras y traer al medio a los que las practican. Por eso se adelanta a decir: Pero no obréis según ellos hacen. Para que no pensaran que debían imitar a los que oían, pone Jesús esta limitación; y lo que a ellos les parecía un título de honor, lo torna El en acusación. Porque ¿quién hay más mísero que semejante doctor que no puede salvar a sus discípulos sino a condición de que éstos no imiten sus obras? De modo que lo que a ellos les parece tener de más honroso eso es precisamente la materia de acusación, pues llevan tal género de vida que echa a perder a quienes la imiten. Por tal motivo Jesús se dedica a lanzarles acusaciones.

Y no lo hace solamente por ese motivo, sino además para demostrar que tanto la incredulidad anterior de ellos como c! crimen posterior de la crucifixión que cometieron, no fue culpa del que crucificaron sino de ellos por ingratos y perversos. Nota bien cómo empieza y por dónde hace resaltar las culpas de ellos. Porque dice: Enseñan, pero no obran. Como si les dijera: cada uno tiene culpa como transgresor de la Ley, pero sobre todo el que tiene autoridad para enseñar, pues queda reo de doble y aun triple condenación. En primer lugar como transgresor: en segundo lugar porque debiendo enseñar a los otros y enmendarlos falla en esto, y por razón de su dignidad de maestro es digno de pena mayor. En tercer lugar porque es motivo de mayor corrupción, pues procede así estando constituido en el grado de doctor de la Ley.

Jesús los acusa todavía de otro crimen, es a saber, que se muestran duros con los demás. Porque atan fardos molestos e insoportables y los cargan a los hombros de los demás, cuando ellos no quieren moverlos ni con un dedo. En esto alude a una doble maldad: el que exijan de los súbditos la pureza de vida y nada les perdonen y en cambio a sí mismos se permitan grande libertad. Esto es contrario al oficio del buen superior, que ha de ser en sus cosas propias juez severo y nada perdonarse, mientras que para las faltas de los súbditos ha de ser manso e inclinado a perdonarlas. Ellos hacían todo lo contrario. Así suelen ser los que son virtuosos sólo en sus discursos: severos, inmisericordes, porque no han experimentado la dificultad del buen proceder. Maldad es ésta no pequeña y que acrece no poco la culpa.

Por mi parte, quiero que consideres en qué forma hace Jesús resaltar la culpa. Porque no dijo: No pueden, sino; No quieren; y no añadió cargarlos, sino: moverlos ni con un dedo, es decir ni acercarse a tales fardos ni aun tocarlos. Entonces: ¿en dónde se muestran afanosos y diligentes? Precisamente en lo que está prohibido. Pues dice Jesús: Ejecutan todas sus obras para exhibirse ante los hombres. Pone aquí de manifiesto la ambición de vanagloria de ellos, por la cual perecieron. Sus crímenes anteriores fruto eran de su crueldad y pereza; pero estos otros lo son de la ambición de vanagloria. Y esto los ha apartado de Dios y los llevó a luchar en otros campos, y así perecieron. Porque todos anhelan agradar a los espectadores por la calidad de su lucha; y así quien lucha ante varones estrenuos, procura que su certamen sea también de excelente calidad, mientras que quien entra a competir ante apocados y tímidos, éí mismo se torna desidioso.

Pongo por ejemplo. Si alguno tiene como espectador a gente amante de la risa, procura él también mover a risa para deleitar a los espectadores. Otro que tiene espectadores amantes de la seriedad empeñosa y de la virtud, procura a su vez ser él como ellos, pues conoce que así es la disposición de ánimo del concurso. Observa, pues, de nuevo, cómo pone de bulto el crimen. Pues dice no que en unas cosas proceden así y en otras no, sino que en todas sus obras proceden así. En seguida, una ver que les ha echado en cara su vanagloria, les demuestra que se preocupan no por cosas de peso y necesarias (pues nada de eso tenían, sino que andaban vacíos de obras buenas), sina de nimiedades y cosas de ningún valor, que daban indicios y muestras de su perversidad. Porque continúa: Se presentan con anchas filacterias y magníficos flecos en sus vestidos.

¿Qué son esas filacterias y esos flecos? Como eran ellos tan. olvidadizos de los beneficios divinos, les ordenó Dios que en pequeños libritos escribieran sus milagros y los trajeran siempre entre manos. Y así les dijo: Y no se apartarán de tus ojos. A semejantes libritos los llamaban filacterias y eran como conservadores de la memoria de los beneficios, y los llevaban como lo hacen ahora muchas mujeres que cuelgan de su cuello los evangelios. Y para recordarlos, como muchos ahora lo hacen, que para recordar alguna cosa se atan a un dedo un hilo o una cinta de lino, a ellos Dios les ordenó, como a niños, que así lo hicieran y cosieran en el borde del vestido, cerca de los pies, una cinta color de jacinto. Así considerándola se acordarían de los preceptos divinos. Y esa se llamaba fimbria.

Pues bien: en esto eran cuidadosos, hacían anchas cintas para esos libritos y vistosas fimbrias. Todo lo cual era el extremo de la vanagloria. ¡Fariseo! ¿con qué objeto ensanchas así las filacterias? ¿Acaso las tienes en vez de las buenas obras? ¿Te sirven de algo a no ser que de ellas logres algún fruto espiritual? No busca Dios ni te pide que las ensanches, sino que tengas en la memoria sus obras eximias. Si no es lícito vanagloriarse de la limosna y del ayuno, que son obras buenas y laboriosas ¿por qué, oh judío, ostentas tú las filacterias, que son en realidad argumentos contra tu desidia?

Por lo demás ellos extendían y llevaban su enfermedad aun a cosas menores aún. Por lo cual les dice Jesús: Van tras los primeros puestos en los convites y tras los primeros asientos en las sinagogas. Buscan ser saludados en las plazas y ser llamados por los demás maestros. Tales cosas, aun cuando parezcan pequeñas, son cosa de grandes males. Ellas han echado por tierra las ciudades y las iglesias. Yo no puedo contener las lágrimas al oír eso de los primeros asientos y los saludos, y pienso en cuán grande cantidad de males ha venido por ellos a!a Iglesia de Dios. No es necesario que os los refiera; y a la verdad, los más ancianos no necesitan oírlos de nosotros. Pero tú considera cuán grande debió ser el ansia de vanagloria que fue necesario ordenarles que la huyeran: y precisamente en las sinagogas a donde los demás concurrían para ser enseñados. Más soportable parece admitir tales cosas en las cenas; aunque también ahí era conveniente que el doctor y maestro diera ejemplo y sobresaliera; no sólo en las iglesias, sino en todas partes.

Así como el hombre, en dondequiera que se presente, al punto se le reconoce como superior a los irracionales, así conviene que el doctor y maestro, ya hablando, ya callando, ya comiendo, ya haciendo otra cosa cualquiera, sobresalga de los demás por el bien obrar, al caminar, en la presentación, en la postura, en fin en todo. Pero aquellos fariseos del todo eran ridículos, del todo necios pues buscaban precisamente aquello de lo que debía huirse. Dice Jesús: Buscan. Pero si buscar esas cosas es culpable ¿cuánto más lo será el hacerlas? ¿cuán grande mal será el andar a caza de ellas y lograrlas? Y por lo que hace a otros defectos, Jesús se contentó con acusarlos, pues al fin y al cabo eran cosas pequeñas y de ningún peso y tales que no había por qué corregir a los discípulos en ellas. En cambio empeñosamente procura corregir lo que era el origen y causa de todos los males, como era la ambición de dignidades y el apropiarse el título de maestros. Eso lo trajo luego al medio y lo corrigió con vehemencia.

Y ¿qué es lo que dice? Vosotros no os hagáis llamar maestro. Y da la razón: Porque el Maestro es sólo uno, y todos vosotros sois hermanos; y no hay uno que sea más excelente que los otros, ya que nada tiene de sí mismo. Por lo cual dice Pablo: ¿Qué es Pablo? ¿qué es Apolo? ¿qué es Pedro? ¿Acaso no son solamente ministros? Y no los llama doctores. Continúa Jesús. Y a ninguno llaméis padre. No quiere decir que a nadie den ese nombre, sino que adviertan a quién con toda propiedad han de llamar Padre. Así como el maestro no es el principal maestro, así tampoco un padre es el padre. Dios es el autor de todos los maestros y de todos los padres. Y añade: Ni permitáis que os llamen guías, porque vuestro único guía es Cristo.

No dice: soy yo. Sino que se expresa como anteriormente cuando dijo: ¿Qué os parece del Cristo? No dice ¿qué os parece de mí? Pues lo mismo hace ahora. Pero con gusto preguntaría yo aquí qué podrían responder los que con frecuencia ese uno y uno lo adscriben a sólo el Padre, con desprecio del Hijo Unigénito. Pero ¿acaso el Padre no es maestro? ¡Todos lo confiesan y nadie lo niega! Y sin embargo Jesús dice: Uno es vuestro guía y maestro, Cristo. Pues bien, así como el ser llamado guía Cristo no excluye al Padre, así el llamar al Padre maestro, no excluye del magisterio a Cristo, al Hijo. De modo que ese uno y uno sólo es para diferenciar a Cristo de los demás hombres y del resto de las criaturas.

Una vez que hubo curado y echado fuera aquella gravísima enfermedad, enseña el modo de huir de ella mediante la humildad. Por lo cual añade: El que entre vosotros sea el mayor será servidor vuestro. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humillare será ensalzado. Nada hay más excelente que la modestia y por esto él la recomienda con frecuencia a los discípulos. Lo mismo cuando trajo al medio a los párvulos, como también ahora. Y cuando profirió las bienaventuranzas allá en el monte, por aquí dio principio. Y también por aquí arranca la raíz de la soberbia al decir: El que se humilla será exaltado. ¿Observas cómo conduce al oyente a lo totalmente opuesto? Porque no únicamente prohíbe anhelar los primeros puestos, sino que ordena buscar los últimos. Como si dijera: así lograrás lo que deseas. Por lo cual conviene que quien echa de sí el anhelo de los primeros puestos, busque los últimos; pues quien se humilla será exaltado.

Pero ¿en dónde encontraremos semejante humildad? ¿Queréis que de nuevo vayamos a la ciudad de las virtudes, a las celdas de los santos, digo a los montes y a las quebradas? Ahí encontraremos esa sublime humildad. Encontraremos hombres que brillaban por sus dignidades o por sus riquezas, los cuales en todo se humillan: en el vestido, en la habitación, en los servicios, y que mediante eso han descrito, como con unas letras, lo que es la humildad. En cambio las cosas que empujan a la soberbia, como son la esplendidez en los vestidos, los edificios brillantes, la multitud de esclavos (cosas todas que llevan a la soberbia aun contra la propia voluntad), todo eso, repito, se ha echado fuera de ahí. Los monjes por su propia mano encienden el fuego, cortan la leña, cocinan, sirven a los huéspedes.

Jamás acontece encontrar ahí a un rijoso ni ver a alguno colmado de injurias; nadie hay que reciba órdenes, nadie que las imparta: ahí solamente hay servidores y cada cual lava los pies de los visitantes extranjeros, y por ejercer este oficio hay gran disputa. Y lo desempeñan sin preguntar quién es el huésped, si esclavo, si libre, sino que todos ejercen este servicio para con todos. No hay ahí grande ni pequeño. Entonces ¿hay ahí una confusión? ¡De ninguna manera, sino un orden excelente! Aunque alguno sea de baja clase social, el noble no se fija en eso, sino que se tiene por inferior, y por este camino resulta mayor. Hay una mesa común, y para todos, los que sirven y los que están sentados, hay alimentos comunes, vestidos, uniformes, iguales habitaciones y el mismo género de vida. Ahí es grande el que arremete con los más bajos oficios. No hay ahí tuyo y mío: semejantes palabras están desterradas, pues son causa de infinitas querellas y pleitos.

Mas ¿por qué te admiras de que el género de vida, la mesa, el vestido, todo sea igual para todos cuando todos tienen una sola alma -no me refiero a la substancia, pues en esto una es para todo el género humano- sino a la caridad. ¿Cómo podría suceder jamás que la caridad se ensoberbeciera contra sí misma? No hay ahí pobreza ni riqueza, gloria ni infamia. ¿Cómo podrían caber ahí la soberbia y la arrogancia? Son todos o grandes o pequeños, pero en razón de la virtud, pero esto -como otras veces lo he dicho- nadie lo ve. De modo que el que es pequeño no se angustia como si se le despreciara; y aun cuando hubiera alguno que los despreciara, sobre todo en esto se les instruye, en que se acostumbren a ser despreciados, a ser vilipendiados con palabras y en las obras, y a que convivan con los mendigos y los lisiados; de modo que puedes ver a muchos de este género sentados a sus mesas. Por eso son dignos del premio del cielo.

Uno cura las llagas de un enfermo; otro sirve de lazarillo a un ciego; otro carga a un mutilado en sus miembros. No encontrarás ahí ni grupos de aduladores ni de parásitos: ¡ni si. quiera saben los monjes qué sea la adulación! ¿Cómo, pues, podrían ensoberbecerse? Hay entre ellos suma igualdad y por lo mismo grande facilidad para el ejercicio de la virtud Porque con ese modo de vivir los más débiles en la virtud quedan instruidos mejor que si se les obliga a ceder por la fuerza los primeros asientos. Así como el que cede ante la audacia de otro suele darle una buena lección, así el que no ambiciona la gloria sino que la desprecia la da a quien sí la ambiciona. Y esto lo practican con suma diligencia. Tanto como nosotros acá luchamos por conseguir los primeros puestos, tanto así ellos pugnan por no conseguirlos, sino por ser humillados. Se empeñan en honrar mucho a los demás y no en recibir honores de nadie.

Por lo demás las ocupaciones mismas los enseñan a cultivar la modestia y no les permiten hincharse. Porque, pregunto yo: ¿quién cavando la tierra, plantando y regando los árboles, tejiendo espuertas o cosiendo sacos o ejercitándose en otras cosas como éstas, podrá nunca ensoberbecerse? ¿Quién que viva en pobreza y ande luchando con el hambre, sufrirá semejante enfermedad espiritual? ¡Nadie en verdad! Por eso se les facilita la humildad. Así como acá es difícil la moderación a causa de la multitud de los que aplauden y admiran, así allá es muy fácil. Porque el monje sólo atiende a vivir en soledad, y ve las aves que vuelan y los árboles agitados por el viento, y el céfiro que sopla y los torrentes que se precipitan hacia los valles. Pero ¿de qué podrá ensoberbecerse quien vive en semejante soledad?

Sin embargo, esto no nos excusa a quienes vivimos en medio de tan grandes multitudes si nos damos a la soberbia. Abrahán, viviendo entre los cananeos decía: Yo soy tierra y ceniza. Y David en medio del ejército clamaba: Yo soy un gusano y no un hombre. Y Pablo en mitad del orbe: No soy digno de ser llamado apóstol. Entonces ¿qué consuelo, qué defensa nos queda si con tantos ejemplos delante todavía no procedemos con humildad? Así como éstos son dignos de miles de coronas porque fueron los primeros en abrir brecha en ti camino de la virtud, así nosotros seremos reos de mil suplicios, pues teniendo delante tan grandes ejemplos referidos, todavía después de ellos no tenemos humildad, ni procuramos imitar a aquellos que ya murieron ni a estos que ahora viven y que causan admiración por sus obras excelentes. ¿Qué puedes alegar si no te arrepientes? ¿Acaso no sabes leer ni has repasado las Sagradas Escrituras para conocer las virtudes de los antiguos? Pero eso es máxima culpa tuya, pues tienes abierta la Iglesia continuamente para sacar de sus puras corrientes lo que necesites.

Por lo demás, si no conoces a aquellos santos antiguos mediante la lección de las Escrituras, convendría que por lo menos hubieras visitado a los que ahora viven. ¿Que no hay quien te lleve a ellos? Acércate y te mostraré los hospedajes de los santos. Acude aquí a la Iglesia y oye de otros lo que te puede ser útil. Aquéllos son lámparas que brillan en todo el orbe y sirven de murallas de defensa para las ciudades. Se han retirado a la soledad para enseñarte a despreciar el tumulto de la ciudad. Ellos, como más esforzados, pueden vivir tranquilos en mitad de la tormenta; pero tú, agitado de todos lados, necesitas de quietud para que puedas descansar un poco de las frecuentes tormentas. Visítalos muchas veces para que mediante sus oraciones y sus consejos, borres las manchas de tus pecados y puedas así pasar esta vida de un modo excelente y conseguir los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, el poder y el honor, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXL


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HOMILÍA LXXIII (LXXIV)

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Devoráis las haciendas de las viudas, so capa de largas oraciones: por esto tendréis una sentencia más rigurosa (Mt 23,14).

AHORA los ataca a causa de su glotonería; glotonería que es más grave porque no henchían sus vientres de las riquezas de los ricos, sino de los haberes de las viudas, y así agravaban la pobreza de éstas, cuando lo conveniente era ayudarlas. Y no solamente los comían sino que los devoraban. Enseguida se expone el modo de fraude con que lo hacían, y era más grave aún. So capa de grandes oraciones. Quienquiera que obra lo malo es digno de castigo; pero quien lo hace bajo capa de piedad y usa de engañoso artificio para su perversidad, es reo de mucho mayor suplicio.

Mas ¿por qué no dio su voto para que se les depusiera de su oficio? Porque las circunstancias de tiempo aún no lo permitían. Por eso los dejó en su puesto por mientras. En cambio procuró con sus palabras que no engañaran al pueblo ni los demás cuidaran de imitarlos a causa de estar ellos constituidos en dignidad. Y pues había dicho: Haced cuanto os dijeren, declara ahora qué sea ese cuanto, es decir, todo aquello en que no traspasan lo justo y lícito; no fuera a suceder que los otros, engañados, tomaran por lícito todo lo que aquéllos hacían.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos a los hombres. Ni entráis ni consentís que otros puedan entrar. Si no aprovechar a nadie ya es falta ¿qué perdón merecerá el que impide y daña a los demás? Pero ¿qué significa: A los que entran? Es decir a los que son idóneos para el reino. Pues siendo lo conveniente enseñar a los otros los preceptos, ellos lo que hacían era imponerles cargas intolerables. Cuando lo conveniente era que ellos hicieran algo de su parte, por el contrario nada hacían; ni sólo eso, sino que, lo que es mucho peor, incluso maleaban a los demás. A tales hombres se les denomina pestes porque con sus obras pretenden la ruina de los otros y son todo lo contrario que los buenos maestros y doctores. Si lo propio del maestro es salvar al que anda pereciendo, hacer que perezca quien debería salvarse es propio de un hombre pestífero.

Recorréis la tierra y el mar para ganar un prosélito; y cuando ya lo es, lo hacéis reo de la gehena, el doble de vosotros. Como si dijera: Cuando lográis capturarlo, tras de muchos trabajos y dificultades, no le ayudáis; siendo así que con mayor empeño guardamos lo que con trabajo hemos logrado adquirir; pero a vosotros, ni siquiera el trabajo desempeñado os vuelve un tanto indulgentes. En lo cual les pone delante dos crímenes: el primero, que son inútiles para la salvación de muchos, siendo así que necesitan infinitos trabajos y sudores para ganar a uno solo; el segundo, que son descuidados en la guarda del que han ganado; y no sólo descuidados, sino traidores, pues con su mal ejemplo de vida lo tornan peor.

Cuando e} discípulo ve a semejantes maestros, se torna peor; porque no se contiene en el grado de perversidad del maestro; sino que si el maestro es bueno, lo imita; pero si es malo, él lo supera en perversidad, por lo fácil que es arrojarse a lo peor. Y al decir: Hijo de gehena, significa simplemente la gehena.

Añadió: El doble que vosotros, tanto para infundir terror a los prosélitos, como para más fuertemente herir a los fariseos como maestros de maldad. Ni sólo esto, sino que procuran infiltrarles una malicia mayor, pues los llevan a una perversidad mayor que la de ellos mismos, cosa muy propia, sobre todo de las almas corrompidas. Enseguida les reprende su locura de enseñar el desprecio de los preceptos de mayor importancia. Anteriormente dijo: Atan fardos intolerables y molestos; pero también hacían esto otro y no omitían medio alguno para corromper a sus súbditos, buscando la nimia exactitud en las cosas mínimas y despreciando las de gran importancia.

Pagáis el diezmo de la menta y del anís y pasáis por alto lo más importante de la Ley: el derecho, la misericordia y la fidelidad. Es preciso practicar esto sin preterir aquello. Razonablemente lo dice, pues en donde hay diezmos hay limosna. Pero ¿en qué daña el hacer limosna? No lo dice Jesús como si ellos observaran la Ley: no es ese el sentido. Por eso aquí dice: Preciso es practicar esto sin preterir aquello. Mas cuando habla de las cosas puras y las inmundas, no añadió eso, sino que hizo distinción y declaró que de la impureza interior se deriva la exterior necesariamente, pero no al contrario.

Tratándose de la misericordia, pasó en silencio ambas cosas sin distinciones, tanto por ello mismo, como porque no había llegado el tiempo de abrogar las observancias legales abiertamente; en cambio, cuando se trata de observar las purificaciones legales, más claramente las deja abolidas. Y así, de la limosna dice: Preciso es practicar esto sin preterir aquello. En cambio, acerca de las purificaciones no se expresa en igual modo. Sino ¿cómo? dice: Limpiáis por fuera la copa y el plato; pero el interior rebosa rapiña y codicia. Limpia primero lo interior de la copa y el plato, y también quedará limpio por fuera. Toma el ejemplo de un objeto vulgar: de la copa y el plato.

Luego, declarando que ningún daño nace del descuido en las purificaciones corporales y que en cambio amenaza grave suplicio a quienes no cuidan de la purificación del alma (purificación que consiste en la práctica de la virtud), a aquéllas las llama mosquito por ser cosas pequeñas y de poca monta, mientras que a este otro descuido lo llama camello por ser cosa intolerable. Por lo cual dice: Filtráis un mosquito y os sorbéis un camello. Porque aquellas observancias y purificaciones se ordenaron para esta otra, o sea para la misericordia y la justicia. De modo que ni aun entonces si iban solas servían para nada. Habiéndose ordenado lo pequeño para lo grande; y olvidando luego lo grande y cuidando sólo de lo pequeño, ya nada se conseguía por ahí: lo grande no se seguía de lo pequeño; mientras que, al contrario, de lo grande sí se sigue en absoluto lo pequeño.

Dice estas cosas para declarar que aún antes del tiempo de gracia, no se buscaban principalmente las purificaciones corporales, sino la otra que es más excelente. Ahora bien: si antes del tiempo de gracia así andaban las cosas, con mucha mayor razón, una vez que se nos dieron los preceptos sublimes, aquellas purificaciones quedaron inútiles y no se han de practicar. De modo que la perversidad siempre es mala, pero sobre todo cuando cree no necesitar de enmienda, y cuando juzga ser suficiente con corregir a otros, cosa que es más grave aún. Y significando esto, Cristo los llama ciegos guías de ciegos.

Si cuando el ciego no cree necesitar de guía, es su mayor desgracia y suma miseria, piensa tú a qué abismo arrojará a los otros si quiere guiarlos. Les decía esto Jesús dándoles a entender el empeño que tenían de la gloria vana y el rabioso impulso a semejante enfermedad. Fue esta la causa para ellos de todos sus males: el hacerlo todo por vana ostentación. Esto los apartó de la fe; esto los persuadió a que abandonaran la verdadera virtud y se entregaran a solas las purificaciones corporales y descuidaran las purificaciones del alma. Y para llevarlos a la virtud verdadera y a la purificación del alma, les menciona la justicia, el juicio y la fe.

Estas virtudes son las que alimentan nuestra vida y purifican el alma: justicia, benignidad y verdad. Hay otra que lleva al perdón y es la misericordia. Esta no nos permite ser demasiado severos con los pecadores ni difíciles para conceder el perdón, con lo cual conseguimos una doble ganancia, pues nos hacemos misericordiosos y alcanzamos del común Dios de todos grande misericordia. Ella nos persuade que nos condolamos de los oprimidos y que los venguemos. La justicia a su vez no nos permite defraudarlos y ser dobles para con ellos.

Cuando dijo Jesús: Preciso es practicar esto sin preterir aquello, no nos impuso una ley ¡lejos tal cosa! Ya lo demostramos anteriormente. Tampoco cuando dice: Limpia primero lo interior de la copa y del plato y también quedará limpio lo de fuera, no nos obliga a las antiguas minuciosidades Por el contrario, declara que son superfluas. Puesto que no dijo: Limpiad también lo de fuera, sino lo interior. Al fin y al cabo, de esto se sigue aquello otro en absoluto. Por lo demás, no habla Cristo de la copa y del plato materiales, sino del alma y del cuerpo: a lo exterior lo llama cuerpo y a lo interior alma. Pero si en el plato no conviene descuidar lo interior menos en lo tocante a ti mismo.

Pero vosotros, les dice, procedéis al contrario, pues observando lo que es pequeño y exterior, descuidáis lo grande e interior; de donde se sigue un gravísimo daño: que pensando vosotros que con eso ya habéis cumplido, descuidáis lo demás; y es natural que descuidándolo, ya no cuidéis de enmendarlo. Luego les reprende su vanagloria y los llama sepulcros blanqueados e hipócritas, que es causa de todos los males y señal de ruina. Ni solamente los llamó sepulcros blanqueados, sino que dijo que estaban llenos de inmundicia e hipocresía. Con esto declaró el motivo de su incredulidad, o sea el encontrarse llenos de hipocresía y perversidad.

Mas no solamente Cristo, sino también con frecuencia los profetas les echaban en cara ser rapaces y que sus príncipes no juzgaban según justicia y razón. En toda la Escritura encontrarás que sus sacrificios son rechazados y en cambio se les exigen las dichas virtudes. De modo que nada nuevo hay ni insólito, ni en la ley ni en las acusaciones de Cristo, ni siquiera en la imagen del sepulcro. Ya la menciona el profeta; y no sólo habla del sepulcro, sino que dice: Sepulcro abierto es su garganta. Así hay muchos en la actualidad que adornan su exterior, pero por dentro andan llenos de toda iniquidad. Porque ahora se pone sumo empeño y se gasta mucho tiempo en la limpieza exterior, mientras que de la pureza del alma no se tiene cuidado alguno. Si alguien abriera al público la conciencia de algunos, encontraría muchos gusanos, mucha podre y un hedor increíble: me refiero a las concupiscencias irracionales y perversas, más impuras que los gusanos.

Sin embargo, el que sean tales, aunque ya es cosa grave, pero no lo es tanto. Pero que nosotros a quienes se concedió el ser templos del Espíritu Santo nos convirtamos en un momento en sepulcros que tan tremenda fetidez exhalan, esto sí que es el extremo de la miseria. Que aquello en donde Cristo habita, en donde ha trabajado el Espíritu Santo y se han verificado tan grandes misterios, se convierta en sepulcro ¿cuan grave miseria no es? ¡De cuántos gemidos y llantos no es digno el que miembros de Cristo se conviertan en sepulcros inmundos!

Piensa en cómo naciste, qué dones se te dieron, qué túnica has recibido, cómo se te constituyó templo firme, cuan hermoso quedaste no precisamente por los adornos de oro y de piedras preciosas, sino con el Espíritu Santo, mucho más excelente que todas ellas. Piensa en que nadie construye sepulcros en la ciudad; y por lo mismo tú, siendo sepulcro, no podrás presentarte en la ciudad del cielo. Porque si eso acá está prohibido, mucho más lo está allá. Pero aun acá resultas ridículo, pues llevas muerta el alma; y no sólo ridículo, sino tal que se te ha de evitar. Dime: si alguno anduviera por aquí y por allá con un cadáver ¿acaso no huirían de él todos y se le apartarían? Pues piensa esto de ti mismo, ya que llevas un espectáculo contigo mucho más horroroso, que es tu alma muerta bajo la carga de los pecados, tu alma deshecha. ¿Quién se compadecerá de un hombre así? Si tú no te compadeces de tu alma ¿cómo habrá otro que se compadezca, viéndote tan cruel y tan enemigo de ti mismo?

Si alguno colocara bajo tierra, en el sitio en donde tú comes o en donde duermes, un cadáver ¿qué no harías? Y sin embargo, tú colocas tu alma muerta no en el sitio en donde comes o en aquel en que duermes, sino en los miembros de Cristo ¿y no temes que sobre tu cabeza descarguen miles de rayos? ¿Cómo te atreves a frecuentar las iglesias de Dios y los templos sagrados llevando en tu interior hedores tan feos? Si alguno llevara al palacio un cadáver y ahí lo inhumara, sería castigado con la muerte; y en cambio tú que penetras en los sitios sagrados y los repletas de tan feo hedor, piensa cuan grave castigo tendrás que sufrir. Imita a la meretriz aquella que ungió los pies de Jesús y llenó con el precioso aroma toda la casa. Porque tú procedes al revés en la casa de Dios. Bueno, pero ¿qué si tú no experimentas el mal olor? Digo que eso es lo gravísimo de tu enfermedad; de enfermedad incurable andas enfermizo, peor que la de quien con el cuerpo mutilado y viciado huele mal. Porque esta forma de enfermedad la perciben los afectados por el sentido, y el que la padece no es culpable, sino digno de compasión. Pero aquella otra merece ira y castigo.

Siendo pues más graves las enfermedades aquellas en que el enfermo no siente su mal, como fuera conveniente que lo sintiera ¡ea! ¡escucha con ánimo atento, porque voy a enseñarte cuál sea el daño de tu enfermedad! Y en primer lugar oye lo que tú mismo cuando cantas los salmos, dices: Suba mi oración como incienso en tu presencia. Pues bien, cuando sube de ti no aroma de incienso, sino humo mal oliente a causa de tus pecados ¿qué castigo no mereces? Y ¿cuál es ese humo mal oliente? Muchos entran en la iglesia mirando a todas partes y observando las formas de las mujeres; otros curiosamente examinan la belleza de los niños. ¿Y no te admiras de que no se lancen rayos y de que no se destruyan todas las cosas? Porque tales cosas son merecedoras de rayos y de la gehena.

Dios, paciente y abundante en misericordias, contiene su ira para llevarte a penitencia y enmienda. ¡Oh hombre! ¿qué es lo que haces? Miras con curiosidad malsana las formas de la mujer; ¿y no te horrorizas de inferir al templo de Dios tan grave injuria? ¿Piensas acaso que la iglesia es un lupanar, más despreciable que la plaza pública? En la plaza te avergüenzas de que te vean contemplando con curiosidad a una mujer; y acá en el templo de Dios y mientras Dios habla contigo y te amenaza por eso mismo que estás haciendo, ¿pecas y fornicas al mismo tiempo que estás oyendo tu obligación de abstenerte de tales acciones? ¿Y no te horrorizas y te quedas tranquilo?

A esto te enseñan los espectáculos lascivos del teatro, peste difícil de curar, droga envenenada, lazo duro para los que en él se enredan, ruina deleitosa de los lascivos. Por esto el profeta acusándolos decía: Ni tus ojos ni tu corazón son- rectos. Más les valdría a semejantes hombres ser ciegos; mejor les estaría andar enfermos que abusar de sus miradas. Sería conveniente que aquí dentro de la iglesia hubiera un muro que os separara de las mujeres; pero como no lo admites tú, los obispos pensaron ser conveniente que os separáramos a lo menos con unos canceles de madera; porque yo he oído decir a los más ancianos que al principio tales canceles no existían. Porque en Cristo Jesús no hay varón ni hembra. En tiempo de los apóstoles juntos estaban en la iglesia hombres y mujeres. Porque entonces los hombres verdaderamente eran varones y las mujeres verdaderamente eran hembras. Ahora sucede lo contrario: las mujeres han tomado costumbres de meretrices y los hombres en nada difieren de los caballos encelados.

¿No habéis oído que en el Cenáculo se congregaron hombres y mujeres y que aquella reunión era digna de los cielos? Y con razón, porque entonces las mujeres poseían grandes virtudes y los hombres estaban dotados de mucha modestia y castidad. Oíd a la vendedora de púrpura que dice: Si me tenéis por fiel al Señor, venid y hospedaos en mi casa. Escuchad a las mujeres que dotadas de un ánimo varonil acompañaban a los apóstoles, como Priscila, Pérside y otras, de las cuales en tal manera se diferencian las mujeres ahora cuanto los hombres de ahora se diferencian de los antiguos aquellos. Entonces, aun cuando anduvieran en peregrinaciones en nada padecía su fama, mientras que ahora, aun criadas en el interior mismo de la alcoba, con dificultad escapan a las sospechas.

Nace esto de los ornatos y deleites. Aquéllas se ocupaban en llevar adelante la predicación, mientras que las de ahora se ocupan en parecer bellas y hermosas. En esto ponen su gloria, en esto su salvación, mientras que para nada, ni en sueños, se preocupan de las grandes y preclaras empresas. ¿Cuál de ellas ha puesto su empeño en hacer mejor a su marido? ¿qué marido anda solícito por enmendar a su esposa? ¡Ninguno en ver. dad! La esposa solamente cuida de sus ornatos de oro y de sus vestidos y de lo demás que atañe al adorno del cuerpo y de que aumente la riqueza; y en cuanto al esposo, no tiene otro cuidado que ese último y otros muchos, pero todos de este siglo.

¿Cuál de ellos hay que habiendo de tomar esposa examine las costumbres y educación de la joven prometida? ¡Nadie! Se investiga acerca de sus riquezas, sus predios, la variedad de sus haberes, como si se fuera a comprar alguna cosa o se tratara de una permuta; hasta el punto de que el matrimonio lleva ya el nombre de permuta. Yo mismo he oído a no pocos que así lo designan y dicen: Permutó éste con aquélla, o sea que la desposó. Hasta tal punto infaman los dones de Dios y como si compraran y vendieran así se desposan. Los contratos matrimoniales se hacen con cauciones más estrictas que si se tratara de compras y ventas. Aprended en qué forma los antiguos desposaban a sus mujeres, e imitadlos. ¿Cómo lo verificaban? Investigaban la índole y las buenas costumbres y virtudes del alma Para esto no tenían necesidad de documentos escritos ni de papeles y tinta: les bastaba con las costumbres de la esposa, y ellas eran suficientes para todo. Os ruego, pues, que no busquéis los dineros, sino las buenas costumbres, la modestia, la piedad, la joven virtuosa, y esto os aprovechará más que mil tesoros. Si buscas las cosas de Dios, las otras se te darán por añadidura; pero si las abandonas y buscas únicamente estas otras, ni aun éstas podrás conseguir.

Objetarás y me dirás: Pero es que a fulano lo hizo rico su mujer. ¿No te da vergüenza alegar semejantes ejemplos? He oído a muchos que dicen: Prefiero padecer extrema pobreza a que mi mujer me haga rico. Porque ¿qué hay más amargo que las riquezas así conseguidas? ¿qué hay menos agradable que semejante opulencia? ¿Qué hay más vergonzoso que el sobresalir de esa manera, de modo que todos digan de ti: A ése lo enriqueció su mujer? Y callo ahora las dificultades domésticas internas del hogar que necesariamente brotan de ahí, como son la arrogancia de la mujer, la esclavitud del esposo, las querellas, los insultos de los criados que dicen: Ese pobre astroso, bajo y de bajos padres ¿qué aportó cuando vino? ¿acaso no pertenece todo a la señora?

Es que no te preocupan estos decires. ¡Claro, porque no eres libre! También los parásitos en los convites oyen eso y cosas peores, y no sólo no se duelen, sino que se glorían de semejante desdoro. Cuando les ponemos delante eso que de ellos se dice, responden: disfrute yo ese gusto y placer y ya pueden ahorcarme. ¡Vaya con el malvado! ¡qué aforismo ha introducido el diablo en la vida de los hombres con el que puede arruinar íntegra la existencia de tales hombres! Considera cómo semejante aforismo es diabólico y pernicioso y está lleno de perdición. Porque no puede tener otro sentido sino el de estas palabras: No hagas caso alguno de lo indecoroso ni de la justicia; echa allá lejos todo eso. Busca únicamente el placer. Aun cuando te cueste morir estrangulado, eso es lo más deseable para ti. Aunque todos cuantos te encuentren te escupan, aunque te llenen de lodo la cara, aunque te espanten como se hace con los perros, sopórtalo todo. ¿Podrían los cerdos expresarse de distinta manera si pudieran hablar? ¿lo podrían los canes impúdicos? Quizá ni se atreverían a decir lo que el demonio persuade que ésos digan con palabras llenas de rabia.

Os ruego, en consecuencia, que consideréis la desvergüenza de tales expresiones y huyáis de semejantes aforismos y mejor elijáis los contrarios, tomados de las Sagradas Escrituras. ¿Cuáles son? No vayas detrás de tus pasiones; refrena tus deseos. Y acerca de las meretrices, el que se pone en los Proverbios en su contra: No hagas caso de la mujer perversa, pues miel destilan los labios de la meretriz; su paladar es más suave que el aceite; pero el fin es amargo como el ajenjo, mordaz como la espada de dos filos. Demos oídos a estos aforismos y no a aquellos otros. De aquéllos nacen los pensamientos perversos y bajos; por aquéllos los hombres se tornan brutos animales, pues quieren en todo según sus aforismos buscar el placer, cosa en sí ridícula y que no se necesitan palabras para probarlo. Una vez que el lazo los ha estrangulado ¿qué utilidad han sacado del placer?

Cesad ya de dar materia para burlas tan graves y de encender el fuego inextinguible de la gehena. Aunque sea tarde, pero en fin volvamos los ojos a lo futuro, como es conveniente; apartemos de nuestros ojos las legañas, para que así pasemos esta vida decentemente y con gran modestia y piedad, y además consigamos los bienes futuros, por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CXLI



Crisóstomo - Mateo 72