Crisóstomo - Mateo 90

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HOMILÍA XC (XCI)

Cuando ellas se marcharon, algunos de los guardias vinieron a la ciudad y anunciaron a los sumos sacerdotes lo sucedido. Y reunidos éstos en consejo con los ancianos, dieron a los soldados una fuerte suma de dinero, y les dijeron: Decid que sus discípulos vinieron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llegare a oídos del Procurador, nosotros lo aquietaremos y haremos que no os moleste (Mt 28,11-14).

POR RAZÓN de estos soldados sucedió aquel terremoto, de modo que quedaran estupefactos y así dieran testimonio de cómo sucedió. Mediante esto la noticia dada por los soldados no fue sospechosa. Muchos prodigios tuvieron lugar. Unos se manifestaron a todo el orbe; otros fueron más particulares y sólo para los que ahí estaban presentes. Para todo el orbe fueron las tinieblas; para los particulares, la aparición de los ángeles y el terremoto.

Vinieron, pues, los guardias y comunicaron la noticia (la verdad resplandece aquí anunciada por los adversarios); los sumos sacerdotes y los ancianos les pagaron para que dijeran que los discípulos habían ido y robado el cuerpo del Señor. Pero ¡oh necios en sumo grado! ¿Cómo lo robaron? Porque de tal manera brilla y resplandece la verdad que se hace imposible lo que fingís. Resultaba del todo increíble y era una mentira del todo improbable. Yo pregunto: ¿cómo lo robaron los discípulos, hombres pobres y rudos, que ni siquiera se atrevían a asomarse? ¿No estaban puestos ahí los sellos? ¿No había ahí tantos guardias y soldados y judíos? ¿No sospechaban de antemano la posibilidad del hurto y estaban solícitos y en vigilia y cuidadosos?

Por otra parte, ¿para qué lo habrían robado? ¿Para poder fingir el dogma de la resurrección? Pero ¿cómo se les habría podido ocurrir semejante ficción a hombres que sólo anhelaban ocultarse? ¿Cómo habrían podido remover aquella losa tan bien asegurada? ¿Cómo se habrían ocultado a tantos como estaban presentes? Ni aun en el caso de que no temieran la muerte, jamás habrían intentado vanamente semejante atrevimiento, habiendo en el sepulcro tantos que lo guardaban. Que fueran tímidos lo manifiestan los sucesos anteriores; puesto que, una vez que vieron a Cristo prisionero, todos huyeron. Si pues en esa ocasión, cuando El vivía aún, no se pudieron sostener ¿cómo, una vez muerto, no habrían tenido temor de tan grande grupo de soldados? ¿Acaso solamente había que derribar la puerta? ¿Podía esconderse siquiera uno de ellos? La losa de la puerta era grande y para moverla se necesitaban muchas manos.

Con razón decían los judíos: La novísima impostura será peor que la primera, en lo cual argumentaban contra sí mismos. Pues debiendo, tras de furor tan grande y extremo, volver sobre sí y arrepentirse, se esforzaban por superar los hechos anteriores luchando contra ellos mediante aquellas ficciones ridículas. Ellos, que habían comprado la sangre de Cristo viviente, andaban ahora procurando echar abajo, mediante dinero, la verdad de la resurrección del crucificado, que luego había vuelto a la vida. Considera cómo ellos mismos quedan cogidos con lo que hacen. Pues si no hubieran recurrido a Pilato, si no hubieran pedido guardias, habrían podido con más facilidad aseverar el hurto, aunque impudentemente. Ahora ya no pueden proceder con esa facilidad, pues de tal modo llevaron adelante todas las cosas como si hubieran pretendido cerrarse ellos mismos la boca.

Además, si los discípulos no habían podido velar una hora con Cristo, aun reprendiéndolos El por ese motivo ¿cómo se habrían atrevido al robo? Y ¿por qué no lo robaron antes sino hasta que vosotros fuisteis al sepulcro? Puesto que si querían robarlo, lo habrían llevado a cabo durante la primera noche, cuando aún no había guardias ante el sepulcro y podían proceder con seguridad y sin peligro. Porque los judíos se acercaron a Pilato el sábado y le pidieron guardias y comenzaron la vigilancia; mientras que durante la primera noche nadie había delante del sepulcro.

Y ¿qué dan a entender los sudarios que con la mirra estaban adheridos al cadáver? Pedro los vio por el suelo. Si hubieran los discípulos querido robarlo, no se habrían llevado el cuerpo desnudo; no sólo para que esto no se tomara a injuria, sino además para no tardarse en desnudar el cadáver y no dar con la tardanza tiempo a los guardias de despertarse y aprehenderlos. Sobre todo teniendo en cuenta que la mirra era una goma que se adhería al cuerpo y a los sudarios, por lo cual no era cosa fácil despegarlos del cuerpo, sino que esto llevaba mucho tiempo. De modo que aún por esta circunstancia aquel hurto es cosa increíble.

¿Desconocían acaso los discípulos cuan grave era el furor de los judíos y que éstos se les echarían encima? Por otra parte, de afrontar ese furor ¿qué ganancia se les seguía, si Cristo no había resucitado? Teniendo pues los judíos conciencia de que todo lo estaban inventando, dan dinero a los guardias y les dicen: Propalad esto, y nosotros ablandaremos al Presidente. Estaban empeñados en que corriera semejante rumor y pugnaban en vano contra la verdad; pero la volvían más brillante, aun sin quererlo, con lo mismo con que procuraban oscurecerla.

Es una confirmación de la resurrección el que ellos digan que los discípulos robaron el cadáver, pues confiesan qe el cuerpo ya no estaba ahí en el sepulcro. De que confiesen que el cadáver ya no estaba ahí, y de la falsedad que declaran del hurto increíble y de la presencia de los soldados, y de los sellos, y de la timidez de los discípulos, se saca una demostración cierta de la resurrección. Sin embargo, aquellos judíos impudentes que a todo se atrevían, a pesar de tantas cosas y tan manifiestas que podían obligarlos a guardar silencio, dicen a los guardias: Propalad esto, y nosotros ablandaremos al Procurador y os pondremos en seguridad.

¿Advertís cómo todos andan corrompidos? ¿Pilato? Pues cedió a los judíos. ¿Los soldados? ¿El pueblo judío? Pero no te admires de que hayan cohechado con dinero a los soldados. Si tanto pudo el dinero en un discípulo, mucho más poderoso era entre los soldados. Y se divulgó esta versión entre los judíos, dice el evangelista, y perdura hasta el presente. ¿Adviertes nuevamente la veracidad de los discípulos y cómo no se avergüenzan de afirmar que semejante versión corrió en contra de ellos?

Los once discípulos partieron hacia Galilea y se dirigieron a la montaña que Jesús les había señalado. Y unos lo adoraron; otros, habiéndolo visto, dudaron! Yo creo que se trata de la última vez que se apareció en Galilea, cuando los envió a bautizar. Y si algunos dudaron, admira aquí la veracidad de los evangelistas y cómo no ocultan sus debilidades hasta el último día. Pero con la vista de Jesús se confirmaron en la fe. ¿Qué les dijo cuando los vio?: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Nuevamente les habla en cuanto hombre. Pues aún no habían recibido el Espíritu Santo que los levantara a lo alto. Id pues y amaestrad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y enseñadlas a observar todo cuanto os he ordenado.

Ahora, al dar sus mandatos acerca de los dogmas y de los preceptos, Jesús para nada menciona ya a los judíos ni hace memoria de cuanto había acontecido. No echa en cara a Pedro sus negaciones, ni a los otros su huida. En cambio, manda que se difunda por todo el orbe aquella compendiada doctrina del bautismo. Y como les encomendaba y ordenaba cosas muy excelentes, para levantarles los ánimos les dice: Mirad que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. ¿Adviertes de nuevo su autoridad? ¿Adviertes cómo lo que antes dijo fue para acomodarse a la condición de los discípulos? Y dijo que estaría no sólo con ellos, sino también con todos los otros que después de ellos habían de creer. Porque es claro que los apóstoles no iban a vivir hasta la consumación de los siglos Habla por consiguiente a los fieles todos como a un solo cuerpo.

Como si les dijera: No me aleguéis la dificultad de la empresa, pues Yo estoy con vosotros y todo lo facilito. Así hablaba también a los profetas en el Antiguo Testamento y decía: Yo estoy con vosotros a Jeremías que alegaba su poca edad; y a Moisés y a Ezequiel, que se excusaban. Lo mismo dice ahora a los discípulos. Pero considera la diferencia. Porque a los profetas los envió a una sola nación; y con frecuencia se excusaban. Los apóstoles en cambio no se excusaron, siendo así que se les enviaba a toda la tierra.

Les recuerda la consumación de los siglos, para más alentarlos; y para que se fijen únicamente, no en las amarguras presentes, sino también en aquellos infinitos bienes futuros. Como si les dijera: Las contrariedades que padeceréis en esta vida presente se acaban, pues incluso los siglos todos tendrán fin y consumación. Pero los bienes que allá arriba disfrutaréis, permanecen para siempre, como ya antes os lo había dicho. Y habiéndoles así levantado el ánimo los envió por todo el mundo. Ese día último, para quienes rectamente viven es deseable, mientras que para los pecadores, puesto que habrán de ser condenados, es terrible. Pero no nos llenemos de horror en grado tan grande; sino que mientras es tiempo cambiemos de costumbres y salgamos de nuestro perverso vivir, pues podemos si queremos. Si antes de la ley de gracia muchos pudieron, mucho más se logrará después que vino la gracia.

¿Qué cosa pesada se nos ha mandado? ¿Cortar los montes? ¿volar por los aires? ¿cruzar el mar Tirreno? ¡De ninguna manera! Al contrario, se nos ha ordenado vivir de un modo tan fácil que no necesita de instrumentos, sino solamente del propósito de la voluntad. ¿Qué instrumentos tuvieron los apóstoles que tantas preclaras hazañas llevaron a cabo? ¿Acaso no llevaban sólo una túnica e iban con sus pies descalzos, y sin embargo todo lo vencieron? ¿Qué hay difícil en los preceptos de Cristo que dicen: A nadie tengas por enemigo, a nadie aborrezcas, a nadie maldigas? Más difícil es lo contrario. Alegarás que dijo: Deja el dinero. Mas ¿esto es oneroso? Y por otra parte no lo ordena, sino que lo aconseja.

Supongamos que fuera un mandato. ¿Es acaso pesado el no. soportar cargas ni solicitudes inoportunas? Pero ¡oh miserable: codicia de riquezas! Todo se ha convertido en dineros, y por lo, mismo todo anda desordenado. ¿Juzga alguien feliz a otro? Al; punto menciona las riquezas. Si lo juzga infeliz, por los dineros lo compadece. Y todo es tratar de semejantes cosas: de cómo éste se enriquece y aquél se empobrece. Si trata alguno de matrimonio, de milicia, de cualquier otra cosa, nada emprende hasta ver que el negocio irá viento en popa y que las ganancias vendrán pronto.

¿Viendo estas cosas no deliberaremos, ahora que nos encontramos reunidos, acerca de cómo alejar esta enfermedad? ¿No nos avergonzarán los preclaros hechos de nuestros padres? ¿No pondremos los ojos en aquellos tres mil y aquellos cinco mil que tenían comunes todas las cosas? ¿De qué sirve la vida presente si no la aprovechamos para negociar la futura? ¿Hasta cuándo no os sujetaréis a la servidumbre de las riquezas que os han reducido a la esclavitud? O mejor dicho: ¿hasta cuándo seréis esclavos de las riquezas? ¿cuándo por fin amaréis la libertad? ¿hasta cuándo romperéis esas negociaciones avaras?

Si sois esclavos de los hombres, no evitáis medio alguno, cuan-, do se os promete la libertad; y, en cambio, cautivos de la avaricia, ni siquiera os ponéis a pensar por qué medios os podríais liberar de semejante dura esclavitud. La pobreza no es dura; la tiranía de la riqueza es amarguísima. Considera cuan alto precio pagó Cristo por nosotros. Derramó su sangre; se entregó a sí mismo. Y vosotros, tras de eso, os habéis derribado por el suelo; y lo que es peor, os deleitáis en la servidumbre, como en un banquete. La ignominia constituye vuestras delicias y lo que es. aborrecible se os ha vuelto amable.

Mas, puesto que no se debe únicamente llorar y acusar, sino además procurar la enmienda, examinemos por qué morir vos semejante enfermedad nos ha parecido amable. ¿De dónde resultó amable? Dirás: porque pone al hombre en seguridad y gloria. Pero yo pregunto: ¿en qué seguridad? Es que confiamos en que nunca sucederá que padezcamos hambre y nunca dolor, nunca afrentas, nunca desprecios. Pues bien, si yo te prometo esa seguridad ¿dejarás de codiciar las riquezas? Si las riquezas han de desearse porque dan seguridad, nosotros, podemos alcanzar esa misma seguridad sin ellas. Entonces ¿para qué las necesitas?

Preguntarás: ¿Cómo puede alcanzarla quien no es rico? Es al revés (pues yo afirmaré lo contrario) ¿cómo puede alcanzarla quien es rico? Porque necesariamente el rico tiene que adular a muchos: a príncipes y a súbditos; de manera que necesita de muchos y ha de servirlos innoblemente y temerlos y sospechar de ellos y temer las miradas de los envidiosos y los rostros de los sicofantas y las codicias de los demás avaros. No va por ahí la pobreza, sino por caminos totalmente contrarios. Su sitio está seguro, es puerto tranquilo, es palestra y gimnasio de las virtudes, es una imitación de la vida de los ángeles.

Oíd esto todos vosotros los que sois pobres; y también, y más aún, los que deseáis enriquecer. El mal no está en ser pobre, sino en no querer ser pobre. No juzgues que la pobreza es una cosa dura, y ya no te será dura. Porque el miedo a ella no se funda en su naturaleza, sino en el juicio que de ella hacen los hombres de alma débil. Más aún: me avergonzaría si sólo pudiera decir de la pobreza que no es un mal; pues, si virtuosamente vives, será para ti una fuente de bienes infinitos. Si conocieras su excelencia, cuando alguno te propusiera de una parte el poder, las magistraturas civiles, las riquezas y placeres, y de otra la pobreza, y te diera opción para escoger, rápidamente te lanzarías a la pobreza.

Yo sé bien que muchos cuando esto oyen se ríen; pero eso a nosotros no nos perturba. Lo único que os ruego es que me oigáis con paciencia, porque luego estaréis de acuerdo con nosotros. Paréceme la pobreza como una doncella que con sus adornos brilla y es hermosa, mientras que la avaricia me parece una mujer monstruosa, como Escila, como la Hidra, como otras del mismo jaez, que los fabricadores de fábulas fingieron. No me traigas al medio a los que acusan la pobreza, sino a los que por la pobreza llegaron a ser ilustres. Elías, educado en ella, fue arrebatado al cielo, felizmente arrebatado por los aires; Eliseo con ella brilló; con ella el Bautista y los apóstoles todos. En cambio, con la riqueza fueron condenados Acab, Jezabel, Giezí, Judas, Nerón, Caifas.

Pero, si os parece, consideremos no a los que por la pobreza brillaron, sino la hermosura misma de esta doncella. Su ojo es limpio y perlúcido y nada tiene que le enturbie la mirada, como (o tiene la avaricia, que anda llena unas veces de ira y otras de voluptuosidad y otras de intemperancia, que todo lo turban. El ojo de la pobreza, por el contrario, es manso, sereno, ve a todos con dulzura, es suave, agradable, sin odios, y de nadie se aparta con desagrado. En cambio, en donde hay dinero, ahí hay enemistades y materia de mucha discordia. Su boca está llena de afrentas, soberbia, gran arrogancia, maldiciones y engaños. La boca de la pobreza tiene una lengua sana, llena de continuas acciones de gracias, bendiciones, palabras de mansedumbre, benévolas, serviciales, colmadas de alabanzas y encomios.

Y si quieres examinar la apta composición de los miembros, es la pobreza prócera y muy más alta que la opulencia. Y no te admires de que muchos la esquiven, pues los necios huyen igualmente de las demás virtudes. Alegarás que el pobre sufre afrentas del rico. Pues bien, con eso me estás diciendo una alabanza más de la pobreza. Porque yo te pregunto: ¿quién es más feliz, el que afrenta o el afrentado? Con toda certeza el afrentado, si con fortaleza de alma lleva las afrentas. La avaricia ordena afrentar; la pobreza exhorta a tolerar las afrentas. Insistirás: pero el pobre padece hambres. También Pablo padecía hambres. Dirás: el pobre no tiene en dónde descansar. Tampoco el Hijo del Hombre tenía en dónde reclinar su cabeza.

¿Ves cuan alto llegan los encomios de la pobreza y en qué honores te coloca y a la semejanza de qué hombres te lleva y cómo te hace imitador del mismo Dios? Si fuera bueno poseer oro, Cristo lo habría dado a sus discípulos, puesto que les concedió dones inefables. Y sin embargo, no solamente no les dio oro, sino que les prohibió poseerlo. Por tal motivo, Pedro no se avergüenza de la pobreza, sino que se gloría y dice: Plata y oro no tengo. Lo que tengo eso te doy? ¿Quién de vosotros no anhelaría poder exclamar así y afirmar eso? Dirá alguno: todo es verdad. En consecuencia, echa fuera el oro, echa fuera la plata. Preguntarás: Y si lo hecho fuera ¿tendré ya el poder de Pedro? Pues bien, yo a mi vez te pregunto: ¿qué fue lo que hizo bienaventurado a Pedro? ¿El haber curado al tullido? De ningún modo, sino el no poseer oro fue lo que le dio el favor del cielo.

Muchos que hicieron milagros fueron a parar a la gehena; pero los que no poseyeron riquezas alcanzaron el reino. Sábelo por el mismo Pedro que dice: Plata y oro no tengo. Lo que tengo eso te doy. Y enseguida: En el nombre de Jesucristo, levántate y camina. ¿Cuál de ambas cosas lo tornó bienaventurado e ilustre: que sanó al tullido o que abandonó las riquezas? Conócelo por el que preside el certamen. ¿Qué le dice éste al rico que buscaba la vida eterna? No le ordenó: Sana a los tullidos; sino: Vende lo que posees, distribúyelo a los pobres, y ven y sigúeme, y tendrás un tesoro en el cielo.

Por su parte, Pedro no alegó diciendo: Mira que en tu nombre echamos los demonios; aun cuando de verdad los echaba; sino: Mira que nosotros lo dejamos todo y te hemos seguido: ¿qué habrá para nosotros? Y Cristo al responderle no le dijo: Si alguno da la salud a un tullido; sino: Todo aquel que por Mí y por el evangelio abandonare su casa y hacienda, recibirá el céntuplo en esta vida y poseerá la vida eterna. Imitemos, pues, a Pedro para que no seamos confundidos, sino que confiadamente nos presentemos ante el tribunal de Cristo y nos lo hagamos benévolo, para que esté con nosotros como estuvo con los discípulos. Porque estará con nosotros como estuvo con ellos, si nosotros queremos imitarlos y emular su género de vida y sus costumbres. Por esto corona Dios y no te exige que resucites algún muerto o sanes algún tullido. No es eso lo que nos asemeja a Pedro, sino el dejar las riquezas, pues este fue el mérito del apóstol.

¿Es que no puedes dejarlas? ¡Sí puedes! Pero yo no te obligo: si no quieres, yo no te violento. Lo que sí te ruego es que a lo menos una parte la distribuyas entre los pobres; y tú no busques más de lo necesario Así pasaremos tranquilos y seguros esta vida, y luego disfrutaremos de la eterna. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





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