Directorio presbiteros 20

Comunión sacerdotal

20 Comunión con la Trinidad y con Cristo

A la luz de todo lo ya dicho acerca de la identidad sacerdotal, la comunión del sacerdote se realiza, sobre todo, con el Padre, origen último de toda su potestad; con el Hijo, de cuya misión redentora participa; con el Espíritu Santo, que le da la fuerza para vivir y realizar la caridad pastoral, que lo cualifica como sacerdote.

Así, « no se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es desde este multiforme y rico entramado de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano ».(50)

(50) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis
PDV 12: o.c., 676; Cfr. Conc. ECUM. VATICANO II, Const. dogm. lumen gentium, LG 1.


21 Comunión con la Iglesia

De esta fundamental unión-comunión con Cristo y con la Trinidad deriva, para el presbítero, su comunión-relación con la Iglesia en sus aspectos de misterio y de comunidad eclesial.(51) En efecto, es en el interior del misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se revela toda identidad cristiana y, por tanto, también la específica y personal identidad del presbítero y de su ministerio.

Concretamente, la comunión eclesial del presbítero se realiza de diversos modos. Con la ordenación sacramental, en efecto, el presbítero entabla vínculos especiales con elPapa , con elCuerpo episcopal, con el propio Obispo, con los demás presbíteros, con los fieles laicos.

(51) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II Const. dogm. Lumen gentium,
LG 8.


22 Comunión jerárquica

La comunión, como característica del sacerdocio, se funda en la unicidad de la Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, que es Cristo.(52) En esta comunión ministerial toman forma también algunos precisos vínculos en relación, sobre todo, con el Papa, con el Colegio Episcopal y con el propio Obispo. « No se da ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el Colegio Episcopal, en particular con el propio Obispo diocesano, a los que se han de reservar el respeto filial y la obediencia prometidos en el rito de la ordenación ».(53) Se trata, pues, de una comunión jerárquica, es decir, de una comunión en la jerarquía tal como ella está internamente estructurada.

En virtud de la participación — en grado subordinado a los Obispos — en el único sacerdocio ministerial, tal comunión implica también el vínculo espiritual y orgánico-estructural de los presbíteros con todo el orden de los Obispos, con el propio Obispo (54) y con el Romano Pontífice, en cuanto Pastor de la Iglesia universal y de cada Iglesia particular.(55) A su vez, esto se refuerza por el hecho de que todo el orden de los Obispos en su conjunto y cada uno de los Obispos en particular debe estar en comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio.(56) Tal Colegio, en efecto, está constituido sólo por los Obispos consagrados, que están en comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros de dicho Colegio.

(52) Cfr. S. AGUSTÍN, Sermo 46, 30: CCL 41 555-557.
(53) JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis
PDV 28: o.c., 701-702.
(54) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm Lumen gentium LG 28; Decr. Presbyterorum Ordinis PO 7 PO 15.
(55) Cfr C.I.C can. CIC 331 CIC 333 § 1.
(56) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm.Lumen gentium LG 22; Decr. Christus Dominus CD 4; C.l.C., can. CIC 336.


23 Comunión en la celebración eucarística

La comunión jerárquica se encuentra expresada en significativamente en la plegaria eucarística, cuando el sacerdote, al rezar por el Papa, el Colegio episcopal y el propio Obispo, no expresa sólo un sentimiento de devoción, sino que da testimonio de l autenticidad de su celebración.(57)

También la concelebración eucarística — en las circunstancias y condiciones previstas (58) — especialmente cuando está presidida por el Obispo y con la participación de los fieles, manifiesta admirablemente la unidad del sacerdocio de Cristo en la pluralidad de sus ministros, así como la unidad del sacrificio y del Pueblo de Dios.(59) La concelebración ayuda, además, a consolidar la fraternidad sacramental existente entre los presbíteros.(60)

(57) Cfr. CONGRECACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre la Iglesia como comunión Communionis notio (28 mayo 1992), 14: AAS 85 (1993), 847.
(58) Cfr. C.I.C. can.
CIC 902; S. CONGREGACIÓN PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO DIVINO, Decr. part. Promulgato Codice (12 septiembre 1983), II, I, 153: Notitiae 19 (1983), 542.
(59) Cfr. S. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae III 82,2 ad 2; Sent. IV d. 13, q. 1, a. 2, q. 2; CONC. ECUM. VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium SC 41 SC 57; S. CONGREGACIÓN DE LOS RITOS, Decreto general Eclesiae semper (7 marzo 1965): AAS 57 (1965), 410-412; Instrucción Eucaristicum Mysterium (25 mayo 1965): AAS 57 (1967), 565-566.
(60) Cfr. S. CONGREGACIÓN DE LOS RITOS, Instrucción Eucaristicum Mysterium (25 mayo 1967), 47: AAS 59 (1967), 565-566.


24 Comunión en la actividad ministerial

Cada presbítero ha de tener un profundo, humilde y filial vínculo de caridad con la persona del Santo Padre y debe adherir a su ministerio petrino — de magisterio, de santificación y de gobierno — con docilidad ejemplar.(61)

El presbítero realizará la comunión requerida por el ejercicio de su ministerio sacerdotal por medio de su fidelidad y de su servicio a la autoridad del propio Obispo. Para los pastores más expertos, es fácil constatar la necesidad de evitar toda forma de subjetivismo en el ejercicio de su ministerio, y de adherir corresponsablemente a los programas pastorales. Esta adhesión, además de ser expresión de madurez, contribuye a edificar la unidad en la comunión, que es indispensable para la obra de la evangelización. (62)

Respetando plenamente la subordinación jerárquica, el presbítero ha de ser promotor de una relación afable con el propio Obispo, lleno de sincera confianza, de amistad cordial, de un verdadero esfuerzo de armonía, y de una convergencia ideal y programática, que no quita nada a una inteligente capacidad de iniciativa personal y empuje pastoral.(63)

(61) Cfr. C:I.C. can.
CIC 273.
(62) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbiterorum Ordinis PO 15; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis PDV 65 PDV 79: O.C., 770-772; 796-798.
(63) S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephesios, XX 1-2: « Si el Señor me revelara que cada uno por su cuenta y todos juntos ( .. . ), vosotros estáis unidos de corazón en una inquebrantable sumisión al Obispo y al presbíterio, dividiendo el único pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo»: Patres Apostolici; ed. F.X. FUNK, II, 203-205.


25 Comunión en el presbiterio

Por la fuerza del sacramento del Orden, « cada sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad » (64) El presbítero está unido al « Ordo Presbyterorum »: así se constituye una unidad, que puede considerarse como verdadera familia, en la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre sino de la gracia del Orden.(65)

La pertenencia a un concreto presbiterio,(66) se da siempre en el ámbito de una Iglesia Particular, de un Ordinariato o de una Prelatura personal. A diferencia del Colegio Episcopal, parece que no existen las bases teológicas que permitan afirmar la existencia de un presbiterio universal.

Por tanto, la fraternidad sacerdotal y la pertenencia al presbiterio son elementos característicos del sacerdote. Con respecto a esto, es particularmente significativo el rito — que se realiza en la ordenación presbiteral — de la imposición de las manos por pare del Obispo, al cual toman parte todos los presbíteros presentes para indicar, por una parte, la participación en el mismo grado del ministerio, y por otra, que el sacerdote no puede actuar solo, sino siempre dentro del presbiterio, como hermano de todos aquellos que lo constituyen.(67)

(64) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis,
PDV 17: o.c., 683; cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, LG 28; Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 8; C.I.C, can. CIC 275 § 1.
(65) Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 74; o.c., 790, CONGREGACION PARA LA EVANGELIZACION DE LOS PUEBLOS, Guía pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias independientes de la congregación para la Evangelizacion de los Pueblos (1° octubre 1989),6
(66) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 8; C.I.C., can. CIC 369 CIC 498 CIC 499.
(67) Cfr. Pontificale Romanum, De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum el Diaconorum,cap. II, nn. 105; 130, editio typica altera, 1990, pp. 54; 66-67; CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 8.


26 Incardinación en una Iglesia particular

La incardinación en una determinada Iglesia particular (68) constituye un auténtico vinculo jurídico,(69) que tiene también valor espiritual, ya que de ella brota « la relación con el Obispo en el único presbiterio, la condivisión de su solicitud eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales ».(70) Desde esta perspectiva, la relación con la Iglesia particular es fuente de significados también para la acción pastoral.

Para tal propósito, no hay que olvidar que los sacerdotes seculares no incardinados en la Diócesis y los sacerdotes miembros de un Instituto religioso o de una Sociedad de vida apostólica — que viven en la Diócesis y ejercitan, para su bien, algún oficio — aunque estén sometidos a sus legítimos Ordinarios, pertenecen con pleno o con distinto titulo al presbiterio de esa Diócesis (71) donde « tienen voz, tanto activa como pasiva, para constituir el consejo presbiteral ».(72) Los sacerdotes religiosos, en particular, con unidad de fuerzas, comparten la solicitud pastoral ofreciendo el contributo de carismas específicos y « estimulando con su presencia a la Iglesia particular para que viva más intensamente su apertura universal »(73) .

Los presbíteros incardinados en una Diócesis pero que están al servicio de algún movimiento eclesial aprobado por la Autoridad eclesiástica competente,(74) sean conscientes de su pertenencia al presbiterio de la Diócesis en la que desarrollan su ministerio, y Lleven a la práctica el deber de colaborar sinceramente con él. El Obispo de incardinación, a su vez, ha de respetar el estilo de vida requerido por el movimiento, y estará dispuesto — a norma del derecho — a permitir que el presbítero pueda prestar su servicio en otras Iglesias, si esto es parte del carisma del movimiento mismo.(75)

(68) Cfr. C.I.C., can.
CIC 265.
(69) Cfr. JUAN PABLO II, Discurso en la Catedral de Quito a los Obispos, a los Sacerdotes y a los Seminaristas (29 enero 1985):Insegnamenti; VIII/1 (1985), 247-253.
(70) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 31: o.c., 708.
(71) Cfr. ibid., PDV 17 PDV 74: o.c., 683; 790.
(72) Cfr. C.I.C, can. CIC 498 § 1, 2·.
(73) JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 31: o.c.,708-709.
(74) Cfr. ibid., PDV 31 PDV 41 PDV 68: o.c. 708; 728-729; 775-777.
(75) Cfr. C.I.C., can.


27 El presbiterio, lugar de santificación

El presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización; allí mismo debiera ser ayudado a superar los limites y debilidades propios de la naturaleza humana, especialmente aquellos problemas que hoy día se sienten con particular intensidad.

El sacerdote, por tanto, hará todos los esfuerzos necesarios para evitar vivir el propio sacerdocio de modo aislado y subjetivista, y buscará favorecer la comunión fraterna dando y recibiendo — de sacerdote a sacerdote el calor de la amistad, de la asistencia afectuosa, de la comprensión, de la corrección fraterna, bien consciente de que la gracia del Orden « asume y eleva las relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales..., y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales sino también materiales »,(76)

Todo esto se expresa en la liturgia de la Misa in Cena Domini del Jueves Santo, la cuál muestra cómo de la comunión eucarística — nacida en la Ultima Cena — los sacerdotes reciben la capacidad de amarse unos a otros como el Maestro los ama(77).

(76) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis
PDV 74: o.c., 790.
(77) JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia General del 4 agosto 1993, n. 4: « L'Osservatore Romano », 5 agosto 1993.


28 Amistad sacerdotal

El profundo y eclesial sentido del presbiterio, no sólo no impide sino que facilita las responsabilidades personales de cada presbítero en el cumplimiento del ministerio particular, que le es confiado por el Obispo.(78) La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas amistades sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en las dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos hermanos en el sacerdocio, que se encuentren necesitados de comprensión, ayuda y apoyo.

(78) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis
PO 12-14.
(79) Cfr. ibid PO 8.


29 Vida en común

Una manifestación de esta comunión es también la vida en común, que ha sido favorecida desde siempre por la Iglesia ; (80) recientemente ha sido reavivada por los documentos del Concilio Vaticano II,(81) y del Magisterio sucesivo,(82) y es llevada a la práctica positivamente en no pocas diócesis.

Entre las diversas formas posibles de vida en común (casa común, comunidad de mesa, etc.), se ha de dar el máximo valor a la participación comunitaria en la oración litúrgica.(83) Las diversas modalidades han de favorecerse de acuerdo con las posibilidades y conveniencias prácticas, sin remarcar necesariamente laudables modelos propios de la vida religiosa. De modo particular hay que alabar aquellas asociaciones que favorecen la fraternidad sacerdotal, la santidad en el ejercicio del ministerio, la comunión con el Obispo y con toda la Iglesia.(84)

Es de desear que los párrocos estén disponibles para favorecer la vida en común en la casa parroquial con sus vicarios,(85) estimándolos efectivamente como a sus cooperadores y partícipes de la solicitud pastoral; por su parte, para construir la comunión sacerdotal, los vicarios han de reconocer y respetar la autoridad del párroco.(86)

(80) Cfr. S. AGUSTÍN, Sermones 355, 356, De vita et moribus clericorum: PL 39,1568-1581.
(81) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm Lumen gentium
LG 28c; Decr.Presbyterorum Ordinis PO 8; Decr. Christus Dominus CD 30a.
(82) Cfr. S. CONCREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, Directorio Eclesiae Imago (22 febrero 1973), n. 112; C.I.C., can. CIC 280 CIC 245 § 2; CIC 550 § 1; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis PDV 81: o.c., 799-800.
(83) Cfr. CONC.ECUM.VATICANO II, Const. Sacrosanstum Concilium SC 26 SC 99; Liturgia Horarum, Instituto Generalis n. 25.
(84) Cfr. C.I.C, can. CIC 278 § 2; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 31 PDV 68 PDV 81: o.c., 708, 777- 799.
(85) Cfr. C.I.C, can. CIC 550 § 2.
(86) Cfr ibid., can. CIC 545 § 1.


30 Comunión con los fieles laicos

Hombre de comunión, el sacerdote no podrá expresar su amor al Señor y a la Iglesia sin traducirlo en un amor efectivo e incondicionado por el Pueblo cristiano, objeto de sus desvelos pastorales.(87)

Como Cristo, debe hacerse « como una transparencia suya en medio del rebaño » que le ha sido confiado,(88) poniéndose en relación positiva y de promoción con respecto a lo fieles laicos. Ha de poner al servicio de los laicos todo su ministerio sacerdotal y su caridad pastoral,(89) a la vez que les reconoce la dignidad de hijos de Dios y promueve la función propia de los laicos en la Iglesia. Consciente de la profunda comunión, que lo vincula a los fieles laicos y a los religiosos, el sacerdote dedicará todo esfuerzo a « suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación; ha de valorar, en fin, pronta y cordialmente, todos los carismas y funciones, que el Espíritu ofrece a los creyentes para la edificación de la Iglesia ».(90)

Más concretamente, el párroco, siempre en la búsqueda del bien común de la Iglesia, favorecerá las asociaciones de fieles y los movimientos, que se propongan finalidades religiosas,(91) acogiéndolas a todas, y ayudándolas a encontrar la unidad entre sí, en la oración y en la acción apostólica.

En cuanto reúne la familia de Dios y realiza la Iglesia-comunión, el presbítero pasa a ser el pontífice, aquel que une al hombre con Dios, haciéndose hermano de los hombres a la vez que quiere ser su pastor, padre y maestro.(92) Para el hombre de hoy, que busca el sentido de su existir, el sacerdote es el guía que lleva al encuentro con Cristo, encuentro que se realiza como anuncio y como realidad ya presente — aunque no de forma definitiva — en la Iglesia. De ese modo, el presbítero, puesto al servicio del Pueblo de Dios, se presentará como experto en humanidad, hombre de verdad y de comunión y, en fin, como testigo de la solicitud del Unico Pastor por todas y cada una de sus ovejas. La comunidad podrá contar, segura, con su dedicación, con su disponibilidad, con su infatigable obra de evangelización y, sobre todo, con su amor fiel e incondicionado.

El sacerdote, por tanto, ejercitará su misión espiritual con amabilidad y firmeza, con humildad y espíritu de servicio; (93) tendrá compasión de los sufrimientos que aquejan a los hombres, sobre todo de aquellos que derivan de las múltiples formas — viejas y nuevas —, que asume la pobreza tanto material como espiritual. Sabrá también inclinarse con misericordia sobre el difícil e incierto camino de conversión de los pecadores : a ellos se prodigara con el don de la verdad ; con ellos ha de llenarse de la paciente y animante benevolencia del Buen Pastor, que no reprocha a la oveja perdida sino que la carga sobre sus hombros y hace fiesta por su retorno al redil (cfr.
Lc 15,4-7).(94)

(87) Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia general del 7 julio 1993: « L'Osservatore Romano », 8 julio 1993; CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 15b.
(88) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 15: o.c., 679-680.
(89) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 9; C.I.C., can. CIC 275 § 2; CIC 529 § 2.
(90) JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 74: o.c., 788.
(91) Cfr. Cl.C, can. CIC 529 § 2.
(92) Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 74: o.c., 788; PABLO VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), Ill: MS 56 (1964), 647.
(93) Cfr. JUAN PABLO II,Catequesis en la Audiencia General del 7 julio 1993: « L'Osservatore Romano », 8 julio 1993.
(94) Cfr. C.I.C ., can. CIC 529 § 1.


31 Comunión con los miembros de Institutos de vida consagrada.

Particular atención reservara el sacerdote a las relaciones con los hermanos y hermanas comprometidos en la vida de especial consagración a Dios en todas sus formas ; les mostrara su aprecio sincero y su operativo espíritu de colaboración apostólica ; respetara y promoverá los carismas específicos. En fin, cooperara para que la vida consagrada aparezca siempre mas luminosa — para el provecho de la entera Iglesia — y atractiva a las nuevas generaciones.

Inspirado por este espíritu de estima a la vida consagrada, el sacerdote se esforzara especialmente en la atencion de aquellas comunidades, que por diversos motivos, esten especialmente necesitadas de buena doctrina, de asistencia y de aliento en la fidelidad.


32 Pastoral vocación

Cada sacerdote reservará una atención esmerada a la pastoral vocacional. No dejará de incentivar la oración por las vocaciones y se prodigara en la catequesis. Ha de esforzarse también, en la formación de los acólitos, lectores y colaboradores de todo genero. Favorecerá, además, iniciativas apropiadas, que, mediante una relación personal, hagan descubrir los talentos y sepa individuar la voluntad de Dios hacia una elección valiente en el seguimiento de Cristo.(95)

Deben estar integrados a la pastoral orgánica y ordinaria, porque constituyen elementos imprescindibles de esta labor, entre otros : la conciencia clara de la propia identidad, la coherencia de vida, la alegría sincera y el ardor misionero.

El sacerdote mantendrá siempre relaciones de colaboración cordial y de afecto sincero con el seminario, cuna de la propia vocación y palestra de aprendizaje de la primera experiencia de vida comunitaria.

Es «exigencia ineludible de la caridad pastoral»(96) que cada presbítero — secundario de la gracia del Espíritu Santo — se preocupe de suscitar al menos una vocación sacerdotal que pueda continuar su ministerio.

(95) Cfr. Conc. ECUM .VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis,
PO 11; C.I.C., can CIC 233 § 1.
(96) Cfr JUAN PABLO II , Ex. ap. post sinodal Pastores dabo vobis, PDV 74c: o.c.,789.


33. Compromiso político y social.

El sacerdote estará por encima de toda parcialidad política, pues es servidor de la Iglesia: no olvidemos que la Esposa de Cristo, por su universalidad y catolicidad, no puede atarse a las contingencias históricas. No puede tomar parte activa en partidos políticos o en la conducción de asociaciones sindicales, a menos que, según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, así lo requieran la defensa de los derechos de la Iglesia y la promoción del bien común. (97) Las actividades políticas y sindicales son cosas en si mismas buenas, pero son ajenas al estado clerical, ya que pueden constituir un grave peligro de ruptura eclesial(98).

Como Jesús (cfr.
Jn 6,15 ss.), el presbítero « debe renunciar a comprometerse en formas de política activa, sobre todo cuando se trata de tomar partido — lo que casi siempre ocurre — para permanecer como el hombre de todos en clave de fraternidad espiritual ».(99) Todo fiel debe poder siempre acudir al sacerdote, sin sentirse excluido por ninguna razón.

El presbítero recordará que « no corresponde a los Pastores de la Iglesia intervenir directamente en la acción política ni en la organización social. Esta tarea, de hecho, es parte de la vocación de los fieles laicos, quienes actúan por su propia iniciativa junto con sus conciudadanos ».(100) Además, el presbítero ha de empeñarse « en el esfuerzo por formar rectamente la conciencia de los fieles laicos ».(101)

La reducción de su misión a tareas temporales — puramente sociales o políticas, ajenas, en todo caso, a su propia identidad — no es una conquista sino una gravísima pérdida para la fecundidad evangélica de la Iglesia entera.

(97) Cfr. C.I.C., can 287§ 2 ;S. CONGREGACION PAR EL CLERO, Decr. Quidam Episcopi(8 de marzo de 1982), AAS 74 (1982), 642-645.
(98) Cfr. CONGREGACION PARA LA EVANGELIZACION DE LOS PUEBLOS, Guía pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, (1 octubre 1989), 9; S CONGREGACION PARA EL CLERO, Decr.Quidam Episcopi (8 de marzo de 1982), AAS 74 (1982), 642-645.
(99) JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia General del 28 julio 1993, n. 3: « L'Osservatore Romano », 29 julio 1993; Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. past.Gaudim et Spes, GS 43; SINODO DE LOS OBISPOS, documento sobre al sacerdocio ministerial Ultimis temporibus (30 noviembre 1971), II, I, 2b: AAS 63 (1971), 912-913; C.I.C. can. CIC 285 5 3, CIC 287 § l.
(100) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. CEC 2442; cfr. C.I.C., can. CIC 227.
(101) SINODO DE LOS OBISPOS, Documento sobre el sacerdocio ministerial Ultimis temporibus (30 de noviembre de 1971), 11, I, 2b: AAS 63 (1971), 913.


Capítulo II - ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL


34Interpretar los signos de los tiempos

La vida y el ministerio de los sacerdotes se desarrollan siempre en el contexto histórico, a veces lleno de nuevos problemas y de ventajas inéditas, en el que le toca vivir a la Iglesia peregrina en el mundo.

El sacerdocio no nace de la historia sino de la inmutable voluntad del Señor. Sin embargo, se enfrenta con las circunstancias históricas y, aunque sigue fiel a sí mismo, se configura en cuanto a sus rasgos concretos mediante una relación crítica y una búsqueda de sintonía evangélica con los « signos de los tiempos ». Por lo tanto, los presbíteros tienen el deber de interpretar estos « signos » a la luz de la fe y someterlos a un discernimiento prudente. En cualquier caso, no podrán ignorarlos, sobre todo si se quiere orientar de modo eficaz e idóneo la propia vida, de manera que su servicio y testimonio sean siempre más fecundos para el reino de Dios.

En la fase actual de la vida de la Iglesia y de la sociedad, los presbíteros son llamados a vivir con profundidad su ministerio, teniendo en consideración las exigencias más profundas, numerosas y delicadas, no sólo de orden pastoral, sino también las realidades sociales y culturales a las que tienen que hacer frente.(102)

Hoy, por lo tanto, ellos están empeñados en diversos campos de apostolado, que requieren dedicación completa, generosidad, preparación intelectual y, sobre todo, una vida espiritual madura y profunda, radicada en la caridad pastoral, que es el camino específico de santidad para ellos y, además, constituye un auténtico servicio a los fieles en el ministerio pastoral.

(102) Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. post-sinodal Pastores dabo vobis,
PDV 5: o.c., 663-665.


35 La exigencia de la nueva evangelización

De esto deriva que el sacerdote está comprometido, de modo particularísimo, en el empeño de toda la Iglesia para la nueva evangelización. Partiendo de la fe en Jesucristo, Redentor del hombre, tiene la certeza de que en Él hay una « inescrutable riqueza » (
Ep 3,8), que no puede agotar ninguna época ni ninguna cultura, y a la que los hombres siempre pueden acercarse para enriquecerse.(103)

Por tanto, ésta es la hora de una renovación de nuestra fe en Jesucristo, que es el mismo « ayer, hoy y siempre » (He 13,8). Por eso, « la llamada a la nueva evangelización es sobre todo una llamada a la conversión ».(104) Al mismo tiempo, es una llamada a aquella esperanza « que se apoya en las promesas de Dios, y que tiene como certeza indefectible la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte, primer anuncio y raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana, principio de toda auténtica cultura cristiana »(105)

En un contexto así, el sacerdote debe sobre todo reavivar su fe, su esperanza y su amor sincero al Señor, de modo que pueda ofrecer a Jesús a la contemplación de los fieles y de todos los hombres como realmente es: una Persona viva, fascinante, que nos ama más que nadie porque ha dado su vida por nosotros; « no hay amor más grande que dar la vida por los amigos » (Jn 15,13).

Al mismo tiempo, el sacerdote, consciente de que toda persona está—de modos diversos—a la búsqueda de un amor capaz de llevarla más allá de los estrechos límites dela propia debilidad, del propio egoísmo y, sobre todo, de la misma muerte, proclamará que Jesucristo es la respuesta a todas estas inquietudes.

En la nueva evangelización, el sacerdote está llamado a ser heraldo de la esperanza.(106)

(103) Cfr. JUAN PABLO II, Discurso inaugural a la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Santo Domingo, 12-28 de octubre de 1992), n. 24: AAS 85 (1993), 826
(104) Ibid, 1: o.c., 808-809.
(105) Ibid., 25: o.c., 827.
(106) Cfr. ibid


36 El desafío de las sectas y de los nuevos cultos

La proliferación de sectas y nuevos cultos, así como su difusión, también entre fieles católicos, constituye un particular desafío al ministerio pastoral. Hay motivaciones diversas y complejas en el origen de este fenómeno. De todos modos, el ministerio de los presbíteros ha de responder con prontitud e incisividad a la búsqueda — que hoy emerge con particular fuerza — de lo sagrado y de la verdadera espiritualidad.

En estos últimos años se advierte con evidencia que son eminentemente pastorales las motivaciones que reclaman al sacerdote como hombre de Dios y maestro de oración.

Al mismo tiempo, se impone la necesidad de hacer que la comunidad, confiada a sus cuidados pastorales sea realmente acogedora, de modo que se evite el anonimato y que nadie sea tratado con indiferencia.

Se trata de una responsabilidad que recae, ciertamente, sobre cada uno de los fieles y, en modo totalmente particular , sobre el presbítero , que es el hombre de la comunión.

Si él sabe acoger con estima y respeto a todos los que se le acerquen, sabiendo valorar la personalidad de todos, entonces creará un estilo de caridad auténtica, que resultará contagioso y se extenderá gradualmente a toda la comunidad.

Para vencer el desafío de las sectas y cultos nuevos, es particularmente importante una catequesis madura y completa; este trabajo catequético requiere hoy un esfuerzo especial por parte del sacerdote, a fin de que todos sus fieles conozcan realmente el significado de la vocación cristiana y de la fe católica. De modo particular, los fieles deben ser educados en el conocimiento profundo de la relación, que existe entre su específica vocación en Cristo y la pertenencia a Su Iglesia, a la que deben aprender a amar filial y tenazmente.

Todo esto se realizará si el sacerdote evita, tanto en su vida como en su ministerio, todo lo que pueda provocar indiferencia, frialdad o identificación selectiva en relación con la Iglesia.


37 Luces y sombras de la labor ministerial

Es un motivo de consuelo señalar que hoy la gran mayoría de los sacerdotes de todas las edades desarrollan su ministerio con un esfuerzo gozoso, frecuentemente fruto de un heroísmo silencioso. Trabajan hasta el límite de sus propias energías, sin ver, a veces, los frutos de su labor.

En virtud de este esfuerzo, ellos constituyen hoy un anuncio vivo de la gracia divina que, una vez recibida en el momento de la ordenación, sigue dando un ímpetu siempre nuevo al ejercicio del sagrado ministerio.

Junto a estas luces, que iluminan la vida del sacerdote, no faltan sombras, que tienden a disminuir la belleza de su testimonio y a hacerlo menos creíble al mundo.

El ministerio sacerdotal es una empresa fascinante pero ardua, siempre expuesta a la incomprensión y a la marginación; sobre todo hoy día, el sacerdote sufre con frecuencia la fatiga, la desconfianza, el aislamiento y la soledad.

Para vencer este desafío, que la mentalidad secularista plantea al presbítero, éste hará todos los esfuerzos posibles para reservar el primado absoluto a la vida espiritual, al estar siempre con Cristo, y a vivir con generosidad la caridad pastoral intensificando la comunión con todos y, en primer lugar, con los otros sacerdotes.


Estar con Cristo en la oración

38 La primacía de la vida espiritual.

Se podría decir que el presbítero ha sido concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus Apóstoles y, ciertamente, de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, participarían de su misma misión (cfr.
Lc 6,12 Jn 17,15-20). La misma oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (cfr. Mt 26,36-44), dirigida toda ella hacia el sacrificio sacerdotal del Gólgota, manifiesta de modo paradigmático « hasta qué punto nuestro sacerdocio debe esta profundamente vinculado a la oración, radicado en la oración ».(107)

Nacidos como fruto de esta oración, los presbíteros mantendrán vivo su ministerio con una vida espiritual a la que darán primacía absoluta, evitando descuidarla a causa de las diversas actividades. Para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral.

(107) JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes del Jueves Santo (13 de abril de 1987), 10: AAS 79 (1987), 1292.


39 Medios para la vida espiritual

Tal vida espiritual debe encarnarse en la existencia de cada presbítero a través de la liturgia, la oración personal, el tenor de vida y la práctica de las virtudes cristianas; todo esto contribuye a la fecundidad de la acción ministerial. La misma configuración con Cristo exige respirar un clima de amistad y de encuentro personal con el Señor Jesús y de servicio a la Iglesia, su Cuerpo, que el presbítero amará, dándose a ella mediante el servicio ministerial a cada uno de los fieles.(108)

Por lo tanto, es necesario que el sacerdote organice su vida de oración de modo que incluya: la celebración diaria de la eucaristía (109) con una adecuada preparación y acción de gracias; la confesión frecuente(110) y la dirección espiritual ya practicada en el Seminario; "' la celebración íntegra y fervorosa de la liturgia de las horas,(ll2) obligación cotidiana; (113) el examen de conciencia; (114) la oración mental propiamente dicha; (115) la lectio divina;(116) Los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos; (117) las preciosas expresiones de devoción mariana como el Rosario; (118) el Via Crucis y otros ejercicios piadosos; (119) la provechosa lectura hagiográfica. (120)

Cada año, como un signo del deseo duradero de fidelidad, los presbíteros renuevan en la S. Misa de Jueves Santo, delante del Obispo y junto con él, las promesas hechas en la ordenación.(l2l)

El cuidado de la vida espiritual se debe sentir como una exigencia gozosa por parte del mismo sacerdote, pero también como un derecho de los fieles que buscan en él — consciente o inconscientemente — al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos más difíciles de la vida para hallar consuelo y firmeza.(l22)

(108) Cfr. C.I.C., can.
PDV 276 § 2, 1·.
(109) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 5 PO 18; JUAN PABLO II, Exhort. apost. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 23 PDV 26 PDV 38 PDV 46 PDV 48: o.c., 691-694; 697-700; 720-723; 738-740; 742-745; C.l.C, can. CIC 246 5 1; CIC 276 5 2, 2·.
(110) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 5 PO 18; C.I.C, can. CIC 246 5 4; CIC 276 5 2, 5; JUAN PABLO II, Exhort. apost. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 26 PDV 48: o.c., 697-700; 742-745.
(111) Cfr. CONC.ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18; C.I.C., can. CIC 239; JUAN PABLO II, Exhort. apost. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 40 PDV 50 PDV 81: o.c. 724-726; 746-748; 799-800.
(112) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr.Presbyterorum Ordinis, PO 18; C.I.C, can. PDV 246 § 2; PDV 276 § 2, 3; JUAN PABLO II, Exhort. apost. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 26 PDV 72: o.c. 697-700; 783-797.
(113) Cfr C.I.C, CIC 1174 § 1.
(114) CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 26 PDV 37-38 PDV 47 PDV 51 PDV 53 PDV 72: o.c., 697-700; 718-723; 740-742; 748-750; 751-753;783 -787.
(115) Cfr. C.I.C., can. CIC 276 § 2, 5°.
(116) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 4 PO 13 PO 18; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 26 PDV 47 PDV 53 PDV 70 PDV 72: o.c., 697-700; 740-742; 751-753; 778-782; 783-787.
(117) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18; C.I.C., can. CIC 276 § 2, 4; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodalPastores dabo vobis, PDV 80: o.c., 798-800.
(118) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18; C.I.C., can. CIC 246 § 3; CIC 276 § 2, 5; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post sinodal Pastores dabo vobis, PDV 36 PDV 38 PDV 45 PDV 82: o.c., 715-718; 720-723; 736-738; 800-804.
(119) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 26 PDV 37-38 PDV 47 PDV 51 PDV 53 PDV 72: o.c., 697-700; 718-723; 740-742; 748-750; 751-753; 783-787.
(120) Cfr. CONC.ECUM.VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, PO 18c.
(121) JUAN PABLO II, Carta a los Sacerdotes Novo incipiente con motivo del Jueves Santo 1979, 8 abril 1979, 1: AAS 71 (1979), 394; Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 80: o.c., 798-799.
(122) Cfr. POSIDONIO, Vita Sancti Aurelii Augustini, 31: PL 32, 63-66.


40 Imitar a Cristo que ora

A causa de las numerosas obligaciones muchas veces procedentes de la actividad pastoral, hoy más que nunca, la vida de los presbíteros está expuesta a una serie de solicitudes, que lo podrían llevar a un creciente activismo exterior, sometiéndolo a un ritmo a veces frenético y desolador.

Contra tal tentación no se debe olvidar que la primera intención de Jesús fue convocar en torno a sí a los Apóstoles, sobre todo para que « estuviesen con él » (
Mc 3,14).

El mismo Hijo de Dios ha querido dejarnos el testimonio de su oración.

De hecho, con mucha frecuencia los Evangelios nos presentan a Cristo en oración: cuando el Padre le revela su misión (Lc 3,21-22), antes de la llamada de los Apóstoles (Lc 6,12), en la acción de gracias durante la multiplicación de los panes (Mt 14,19 Mt 15,36 Mc 6,41 Mc 8,7 Lc 9,16 Jn 6,11), en la transfiguración en el monte (Lc 9,28-29), cuando sana al sordomudo (Mc 7,34) y resucita a Lázaro (Jn 11,41 ss), antes de la confesión de Pedro (Lc 9,18), cuando enseña a los discípulos a orar (Lc 11,1), cuando regresan de su misión (Mt 11,25 ss; Lc 10,21), al bendecir a los niños (Mt 19,13) y al rezar por Pedro (Lc 22,32).

Toda su actividad cotidiana nacía de la oración. Se retiraba al desierto o al monte a orar (Mc 1,35 Mc 6,46 Lc 5,16 Mt 4,1 Mt 14,23), se levantaba de madrugada (Mc 1,35) y pasaba la noche entera en oración con Dios (Mt 14,23 Mt 14,25 Mc 6,46 Mc 6,48 Lc 6,12).

Hasta el final de su vida, en la última Cena (Jn 17,1-26), durante la agonía (Mt 26,36-44), en la Cruz (Lc 23,34 Lc 23,46 Mt 27,46 Mc 15,34) el divino Maestro demostró que la oración animaba su ministerio mesiánico y su éxodo pascual. Resucitado de la muerte, vive para siempre e intercede por nosotros (He 7,25).(l23)

Siguiendo el ejemplo de Cristo, el sacerdote debe saber mantener — vivos y frecuentes — los ratos de silencio y de oración, en los que cultiva y profundiza en el trato existencial con la Persona viva de Nuestro Señor Jesús.

(123) Cfr. Liturgia Horarum Institutio Generalis nn. 3-4.


41 Imitar a la Iglesia que ora

Para permanecer fiel al empeño de « estar con Jesús », hace falta que el presbítero sepa imitar a la Iglesia que ora.

Al difundir la Palabra de Dios, que él mismo ha recibido con gozo, el sacerdote recuerda la exhortación del evangelio hecha por el obispo el día de su ordenación: « Por esto, haciendo de la Palabra el objeto continuo de tu reflexión, cree siempre lo que lees, enseña lo que crees y haz vida lo que enseñas. De este modo, mientras darás alimento al Pueblo de Dios con la doctrina y serás consuelo y apoyo con el buen testimonio de vida, será constructor del templo de Dios, que es la Iglesia ». De modo semejante, en cuanto a la celebración de los sacramentos, y en particular de la Eucaristía: « Sé por lo tanto consciente de lo que haces, imita lo que realizas y, ya que celebras el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleva la muerte de Cristo en tu cuerpo y camina en su vida nueva ». Finalmente, con respecto a la dirección pastoral del Pueblo de Dios, a fin de conducirlo al Padre: « Por esto, no ceses nunca de tener la mirada puesta en Cristo, Pastor bueno, que ha venido no para ser servido, sino para servir y para buscar y salvar a los que se han perdido ».(124)

(124) Cfr. Pontificale Romanum - De ordinatione Episcopi Presbyterorum et Diaconorumcap. 11, n. 151, Ed. typica altera 1990, pp. 87-88.


42 La Oración como comunión

Fortalecido por el especial vinculo con el Señor, el presbítero sabrá afrontar los momentos en que se podría sentir solo entre los hombres; además, renovará con vigor su trato con Jesús, que en la Eucaristía es su refugio y su mejor descanso.

Así como Jesús, que, mientras estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (cfr.
Lc 3,21 Mc 1,35), también el presbítero debe ser el hombre, que, en la soledad, encuentra la comunión con Dios,(125) por lo que podrá decir con San Ambrosio: « Nunca estoy tan poco solo como cuando estoy solo » (126)

Junto al Señor, el presbítero encontrará la fuerza y los instrumentos para acercar a los hombres a Dios, para encender la fe de los demás, para suscitar esfuerzo y coparticipación .

(125) Cfr. CONC. ECUM . VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis PO 18; SINODO DE LOS OBISPOS, Documento sobre el sacerdocio ministerial; Ultimis temporibus (30 noviembre 1971), II, I, 3: AAS 63 (1971), 913-915; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis PDV 46-47: o.c., 738-742; Catequesis en la Audiencia General; del 2 junio 1993, n. 3: « L'Osservatore Romano », 3 junio 1993.
(126) « Numquam enim minus solus sum, quam cum solus esse videor »: Epist. 33 (Maur. 49), 1: CSEL 82, 229.



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