Juan Avila - Audi FIlia 6

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CAPITULO 6: De dos causas de las tentaciones sensuales; y que medios habernos de usar contra ellas cuando nacen de la impugnación del demonio.



Debemos mucho advertir que el remedió que habernos dicho de afligir la carne suele ser provechoso cuando la tentación nace de la misma carne, como suele acaecer a los mozos y a los que tienen buena salud y regalada su carne; y entonces aprovecha poner el remedio en ella, pues está en ella la raíz de la enfermedad.

Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio; y verse ha ser así, en que más combate con pensamientos y feas imaginaciones del ánima, que con feos sentimientos del cuerpo; o si los hay, no es porque la tentación comience en ellos, mas comenzando por pensamientos, resulta el sentimiento en la carne; la cual algunas veces estando flaquísima y como muerta, están los malos pensamientos vivísimos, como a San Jerónimo acaecía, según él lo cuenta. Y tienen también otra señal, que es venir importunamente y cuando el hombre menos querría, y menos ocasión hay para ello. Y ni acatan reverencia a tiempos de oración, ni de misa, ni lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener acatamiento y abstenerse de pensar estas cosas. Y algunas veces son tantos y, tales estos pensamientos, que el hombre nunca oyó, ni supo, ni imaginó tales cosas como se le ofrecen. Y en la fuerza con que vienen, y cosas que oye interiormente, siente el hombre que no nacen de él, sino que otro las dice y las hace. Cuando estas y otras señales semejantes hubiere, tened por alerto que es persecución del demonio en la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en ella. La cual guerra es más peligrosa que la pasada, por querernos muy mal quien la hace, y por ser enemigo tan infatigable para guerrear, velando y durmiendo, y en todo tiempo y lugar.

Y el remedio de este mal es procurar alguna buena ocupación que ponga en cuidado y trabajo, con el cual pueda olvidar aquellas feas imaginaciones. Y a este intento procuró San Jerónimo, según él mismo lo cuenta, de estudiar la lengua hebrea con mucho trabajo, aunque no sin fruto, y dice: «Haz siempre alguna buena obra porque te halle el demonio bien ocupado.» Y también hablando en este propósito, de cuan provechosa es para esto la vida de los monasterios, le aconseja diciendo: «Y en ella cumplas cada día lo que te fuere encargado, y seas sujeto a quien no querrías, y vayas cansado a la cama, y andando te caigas dormido; y sin haber cumplido con el sueño seas constreñido a te levantar, y digas tu Salmo cuando te viniere, y sirvas a los hermanos, y laves los pies a los huéspedes; y siendo injuriado, calles, y temas, como al señor al abad del monasterio, y le ames como a padre, y creas que todo lo que él te mandare es cosa que te conviene, y no juzgues a tus mayores, pues que tu oficio es obedecer y cumplir lo mandado, según dice Moisés (Dt 6): Oye, Israel, y calla. Y estando ocupado en tantos negocios, no tendrás lugar para otros pensamientos; y pasando de una obra en otra, aquello solamente tendrás en la memoria, que de presente eres constreñido a hacer.» Esto dice San Jerónimo. Y conforme a esto, se usaba entonces en los monasterios ejercitar a los mozos en buenas ocupaciones, más que en soledad y larga oración, por el peligro que de parte de su carne y pasiones no mortificadas les puede y suele venir.

Aunque esta regla tiene excepciones, por haber en las personas disposiciones diversas y dones particulares de Dios; por lo cual con justa causa puede darse la oración larga al mozo y quitarse al viejo. Y dije que no ocupaban al mozo en larga oración: entiendo de aquella en la cual se gasta casi todo el tiempo, y se tiene como por oficio. Porque no tener algunos ratos de ella sería yerro muy grande, por los bienes que perdería; y porque aun para bien hacer la ocupación es menester ganar espíritu y fuerzas en la oración; que de otra manera suelen los ocupados quejarse y andar desabridos, como carro cargado y no untado con la blandura de la devoción.

Y estén advertidos los principiantes a que el demonio particularmente procura de traerles las tales imaginaciones al tiempo de la oración, por hacer que la dejen y descanse él. Porque aunque el demonio nos fatiga mucho con sus tentaciones, mucho más le fatigamos a él y le queman nuestras devotas oraciones; y por eso procura que no las hagamos, o que las hagamos mal hechas. Mas nosotros debemos, como a porfía, trabajar todo lo que nos fuere posible por no dejar nuestro ejercicio, pues en la persecución que en él tenemos se demuestra bien cuan provechoso nos es. Y si tanto nos acosare la guerra haciendo la oración mentalmente, y sintiéremos mucho peligro por las tales imaginaciones, debemos a más no poder orar vocalmente, y herir nuestros pechos, lastimar nuestra carne, poner los brazos en cruz, alzar las manos y los ojos al cielo pidiendo socorro a nuestro Señor; de manera que, en fin, se gaste bien aquel rato que para orar teníamos diputado; o hacer algo que nos divierta (distraiga), especialmente hablar con alguna buena persona que nos esfuerce; aunque esto ha de ser a más no poder, porque no se vence nuestra flaqueza a querer vencer huyendo, y nos haga nuestro enemigo perder el lugar de nuestra pelea y las fuerzas de pelear; que, en fin, el Señor piadoso y poderoso mandará, cuando nos convenga, que nuestro adversario calle, y no nos impida nuestra secreta y amigable habla que solíamos tener con El.





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CAPITULO 7: De la grande paz que Dios nuestro Señor da o los que varonilmente pelean contra este enemigo; y de lo mucho que conviene para lo vencer huir familiaridad de mujeres.



Todas estas escaramuzas se suelen pasar en esta guerra de la castidad, cuando el Señor lo permite para probar sus caballeros, si de verdad le aman a Él y a la castidad por quien pelean. Y después de hallados fieles, envía su omnipotente favor, y manda a nuestro adversario que no nos impida nuestra paz ni nuestra secreta habla con El. Y goza el hombre entonces de lo trabajado, y sábele bien y esle más meritorio.

Es también menester, y muy mucho, para guarda de la castidad, que se evite la conversación familiar de mujeres con hombres, por buenos o parientes que sean. Porque las feas y no pensadas caídas que en el mundo han acaecido acerca de aquesto, nos deben ser un perpetuo amonestador de nuestra flaqueza, y un escarmiento en ajena cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquiera falsa seguridad que nuestra soberbia nos quisiere prometer, diciendo que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpeza de Amnón con su hermana Thamar (2S 13,8); con otras muchas tan feas, y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne? ¿Y quién se fiará de santidad suya o ajena, viendo a Santo Rey y Profeta David, que fue varón conforme al corazón de Dios, ser tan ciegamente derribado en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? (2S 11,2). ¿Y quién no temblará de su flaqueza oyendo la santidad y sabiduría del rey Salomón, siendo mozo, y sus feas caídas contra la castidad, que le malearon el corazón a la vejez, hasta poner muchedumbre de ídolos y adorarlos, como lo hacían y querían las mujeres que amaba? (1R 11,4). Ninguno en esto se engañe, ni se fíe de castidad pasada o presente, aunque sienta su ánima muy fuerte, y dura contra este vicio como una piedra; porque gran verdad dijo el experimentado Jerónimo, que: «Animas de hierro, la lujuria las doma.» Y San Agustín no quiso morar con su hermana, diciendo: «Las que conversan con mi hermana no son mis hermanas.» Y por este camino de recatamiento han caminado todos los santos, a los cuales debemos seguir si queremos no errar. Por tanto, doncella de Cristo, no seáis en esto descuidada; mas oíd y cumplid lo que San Bernardo dice: «Que las vírgenes que verdaderamente son vírgenes, en todas las cosas temen, aun en las seguras.» Y las que así no lo hacen, presto se verán tan miserablemente caídas, cuanto primero estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas.

Y aunque por la penitencia se alcance el perdón del pecado, no se alcanza la corona de la virginidad perdida, y «cosa fea es, dice San Jerónimo, que la doncella que esperaba corona pida perdón de haberla perdido», como lo sería si tuviese el Rey una hija muy amada, y guardada para la casar conforme a su dignidad, y cuando el tiempo de ello viniese, le dijese la hija que le pedía perdón de no estar para casarse, por haber perdido malamente su virginidad. «Los remedios de la penitencia, dice San Jerónimo, remedios de desdichados son», pues que ninguna desdicha o miseria hay mayor que hacer pecado mortal, para cuyo remedio es menester la penitencia. Y por tanto, debéis trabajar con toda vigilancia por ser leal al que os escogió, y guardar lo que prometisteis, porque no probéis por experiencia lo que está escrito (Jr 2,19): Conoce y ve cuan mala y amarga cosa es haber dejado al Señor Dios tuyo, y no haber estado su temor en ti; mas gocéis del fruto y nombre de casta esposa, y de la corona que a tales está aparejada.





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CAPITULO 8 Por qué medios suele engañar él demonio a los hombres espirituales con este enemigo de nuestra carne; y del modo que se debe tener para no dejarnos engañar.



Debéis estar advertida, que las caídas de las personas devotas no son al principio entendidas de ellos, y por esto son más de temer. Paréceles primero, que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados de aquesto usan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y les hace tomar pena cuando no se ven, y descansan con verse y hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan estar hablando algún rato; y poco a poco la conversación que primero aprovecharía a sus ánimas, ya sienten que las tienen cautivas, con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y deseo de verse algunas veces, y de enviarse amorosos presentes y dulces encomiendas o cartas; «las cuales cosas, con otras semejantes blanduras, como San Jerónimo dice, el santo amor no las tiene.» Y de estos eslabones de uno en otro suelen venir tales fines, que les da muy a su costa a entender qué los principios y medios de la conversación, que primero tenían por cosa de Dios, sin sentir mal movimiento ninguno, no eran otro (otra cosa) que falsos engaños del astuto demonio, que primero los aseguraba, para después tomarlos en el lazo que les tenía escondido. Y así, después de caídos, aprenden que «hombre y mujer no son sino fuego y estopa», y que el demonio trabaja por los juntar; y juntos, soplarles con mil maneras y artes, para encenderlos aquí en fuegos de carne, y después llevarlos a los del infierno.

Por tanto, doncella, huid familiaridad de todo varon, y guardad hasta el fin de la vida la buena costumbre que habéis tomado, de nunca estar sola con hombre ninguno, salvo con vuestro confesor; y esto, no más de cuanto os confesáis, y aun entonces decir con brevedad lo que es menester, sin meter otras platicas: temiendo la cuenta que de la habla que habláredes o que oyéredes habéis de dar al estrecho Juez. Y tanto más habéis de evitar esto en la confesión, cuanto más es para quitar los pecados hechos y no para cometer otros de nuevo, ni para enfermar con la medicina. Y la Esposa de Cristo, especialmente si es moza, no fácilmente ha de elegir confesor, mas mirando que sea de muy buena y aprobada vida, y fama, y de madura edad. Y de esta manera estará vuestra conciencia segura delante de Dios, y vuestra fama clara y sin mancha delante de los hombres; porque tened entendido que entrambas cosas habéis menester para cumplir con el alteza del estado de virginidad.

Y cuando tal confesor halláredes, dad gracias a nuestro Señor, y obedecedle y amadle como a cosa que Él os dio.

Mas mirad mucho que aunque el amor sea bueno por ser espiritual, puede haber exceso en ello por ser demasiado, y puede poner en peligro al que lo tiene; porque fácil cosa es el amor espiritual pasar en carnal. Y si en esto no tenéis freno, vendréis a tener un corazón tan ocupado, como lo tienen las mujeres casadas con sus maridos e hijos. Y ya vos veis que esto sería gran desacato contra la lealtad que debéis a nuestro Señor, que por Esposo tomasteis. Porque, como dice San Agustín: «Todo aquel lugar ha de ocupar en vuestro corazón Jesucristo, que si os casárades había de ocupar el marido.» No tengáis, pues, metido en lo más dentro de vuestro corazón a vuestro Padre espiritual, mas tenedle cerca de vuestro corazón, como a amigo del Desposado, no como a esposo. Y la memoria que de él tengáis sea para obrar su doctrina, sin parar más en él, teniéndole por cosa que Dios os dio para que os ayudase a juntaros toda con vuestro celestial Esposo, sin que él se entremeta en la junta. Y debéis estar aparejada a carecer de él con paciencia, si Dios lo ordenare, en el cual sólo ha de estar colocada vuestra esperanza y arrimo. Y lo que en San Jerónimo leemos del amor y familiaridad que entre él y Santa Paula hubo, conforme a estas reglas fue. Aunque muchas cosas son lícitas y seguras a los que tienen santidad y edad madura, que no lo son a quien les falta lo uno o lo otro, o entrambas cosas. De esta manera, pues, os habéis de haber con el Padre espiritual que eligiéredes, siendo tal cual os he dicho.

Mas si tal no lo halláredes, muy mejor es que os confeséis y comulguéis en el año dos o tres veces y tengáis cuenta con Dios y con vuestros buenos libros en vuestra celda, que no, por confesar muchas veces, poner vuestra fama a algún riesgo. Porque si, como dice San Agustín: «La buena fama nos es necesaria a todos para con los prójimos», ¿cuanto mas necesaria sera a las doncellas de Cristo? La fama de las cuales es muy delicada, según San Ambrosio dice; y tanto, que tener confesor a quien falte alguna calidad de las dichas pone una mancha en su fama de ellas, que por ser en paño tan preciado y delicado parece muy fea, y en ninguna manera se debe sufrir. Y porque las que se contentan con decir: «No hay mal ninguno; limpia está mi conciencia», y tienen en poco la fama de su honestidad, no se pudiesen favorecer de que a la sacratísima Virgen María le hubiesen impuesto alguna infamia de acuestas, quiso su benditísimo Hijo que ella fuese casada, eligiendo antes que lo tuviesen a El por hijo de José, no lo siendo, que no que dijesen los hombres alguna cosa siniestra de su sacratísima Madre, si la vieran tener hijo y no ser casada.

Y por tanto, las que estos escándalos no curan de quitar, busquen con quien se amparar; que lo que de la sacratísima Virgen María y de las santas mujeres pueden aprender es limpieza de dentro, y buena fama y buen ejemplo de fuera, con todo recatamiento en la conversación.

Y aunque de las demasiadas conversaciones ninguna cosa de éstas se siguiera, aun se debían huir; porque con pensamientos que traen, quitan la libertad del ánima para libremente volar con el pensamiento a Dios. Y quitándole aquella pureza que el secreto lugar del corazón, donde Cristo solo quiere morar, había de tener, parece que no está tan solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de tan alto Esposo conviene estar; ni del todo parece haber perfecta pureza de castidad, pues hay en él memoria de hombre.

Y habéis de entender que lo que se os ha dicho es cuando hay exceso en la familiaridad o nace escándalo de ella; porque cuando no hay cosa de éstas, no habéis de tratar con quien conviene con turbado o amedrentado corazón; porque de esto suele muchas veces nacer la misma tentación; mas tratar con una santa y prudente simplicidad no descuidada ni maliciosa.





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CAPITULO 9: Que uno de los más principales remedios para vencer este enemigo es el ejercicio de la devota y ferviente oración,

donde se halla el gusto de las cosas divinas que hace aborrecer las mundanas.



En un capítulo pasado (Cap. 6) se os dijo cuan fuerte arma es la oración, aunque no muy larga, para pelear contra este vicio. Ahora sabed que si la oración es devota, larga y tal, que en ella se da el gusto, según a algunos es dado, la dulcedumbre divina, no sólo la tal oración es arma para pelear, mas del todo degüella a este vicio bestial. Porque luchando el anima con Dios a solas, con los brazos de pensamientos y afectos devotos, por un modo muy particular alcanza de Él, como otro Jacob (Gn 32,24), que la bendiga con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad. Y queda herida en el muslo, que quiere decir en el sensual apetito, mortificándosele de arte, que de allí en adelante cosquea (cojea) de él; y queda viva y fuerte en las afecciones espirituales, significadas por el otro muslo que queda sano. Porque así como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así gustado el espíritu es desabrida toda la carne. Y algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta siendo visitada de Dios, que la carne no la puede sufrir, y queda tan flaca y caída como lo pudiera estar habiendo pasado por ella alguna larga enfermedad corporal. Aunque acaece otras veces, con la fortificación que el espíritu siente, ser ayudada la carne y cobrar nuevas fuerzas, experimentando en este destierro algo de lo que en el cielo ha de pasar, cuando de estar el ánima bienaventurada en su Dios y llena de indecibles deleites, resulte en el cuerpo fortaleza y deleite, con otros preciosísimos dotes que el Señor ha de dar.

¡ Oh soberano Señor, y cuan sin excusa has dejado la culpa de aquellos que, por buscar deleite en las criaturas, te dejan y ofenden a Ti, siendo los deleites que en Ti hay tan de tomo (importancia, valor y estima), que todos los de las criaturas que se junten en uno, son una verdadera hiel en comparación de ellos! Y con mucha razón, porque el gozo o deleite que de una cosa se toma es como fruto que la tal cosa de si da. Y cual es el árbol, tal es el fruto. Y por eso el gozo que se toma de las criaturas es breve, vano, sucio y mezclado con dolor; porque el árbol de que se coge, las mismas condiciones tiene. Mas en el gozo que en Ti, Señor, hay, ¿qué falta o brevedad puede haber, pues que Tú eres eterno, manso, simplicísimo, hermosísimo, inmutable y un bien infinitamente cumplido? El sabor que una perdiz tiene es sabor de perdiz; y el gusto de la criatura, sabe a criatura; y quien supiere decir quién eres Tú, Señor, sabrá decir a qué sabes Tú. Sobre todo entendimiento es tu ser, y también lo es tu dulcedumbre, la cual está guardada y escondida para los que te temen (Ps 30,20) y para aquellos que, por gozar de Ti, renuncian de corazón el gusto de las criaturas. Bien infinito eres, y deleite infinito eres; y por eso, aunque los celestiales Ángeles y bienaventurados hombres que en el cielo están y han de estar gozando de Ti, y con fuerzas dadas por Ti, que no son pequeñas, y aunque muchos más sin comparación se juntasen con ellos a gozar de Ti, y con mucho mayores fuerzas, es el mar de tu dulcedumbre tan sin medida, que nadando y andando ellos embriagados y llenos de tu suavidad, queda tanto más que gozar de ella, que si Tú, Omnipotente Señor, con las infinitas fuerzas que tienes, no gozases de Ti mismo, quedaría el deleite que hay en Ti quejoso, por no haber quien goce de él cuanto hay que gozar.

Y conociendo Tú, Señor sapientísimo, como Criador nuestro, que nuestra inclinación es a tener descanso y deleite, y que un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala, nos convidas con los santos deleites que en Ti hay, para que no nos perdamos por buscar malos deleites en las criaturas. Voz tuya es, Señor (Mi 11,28): Venid a Mi todos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os recrearé. Y Tú mandaste pregonar en tu nombre (Is 55): Todos los sedientos venid a las aguas. Y nos hiciste saber que hay deleites en tu mano derecha que duran hasta la fin (Ps 15,11). Y que con el rió de tu deleite, no con medida ni tasa, has de dar a beber a los tuyos en tu reino (Ps 35,9). Y algunas veces das a gustar acá algo de ello a tus amigos, a los cuales dices (Ct 5,1): Comed, y bebed, y embriagaos, mis muy amados. Todo esto, Señor, con deseo de traer a Ti con deleite a los que conoces ser tan amigos de él. No ponga, pues, nadie, Señor, en Ti tacha que te falte bondad para ser amado ni deleite para ser gozado; ni vaya a buscar conversación agradable ni deleitable fuera de Ti, pues el galardón que has de dar a los tuyos es decirles (Mt 25,22): Entra en el gozo de tu Señor. Porque de lo mismo que tú comes y bebes, comerán ellos y beberán; y de lo mismo de que tú te gozas, ellos se gozarán. Porque convidados los tienes que coman sobre tu mesa en el reino de tu Padre (Lc 22,30).

¿Qué dirás a estas cosas, hombre carnal? Y tan engañado, que llega tu engaño a que los sucios deleites que hay en la carne, de que gozan, y con mayor abundancia, los viles y malos hombres, y aun las bestias del campo, tienes en más que la soberana dulcedumbre que hay en Dios, de la cual gozan Santos v Ángeles, y el mismo Dios Criador de ellos. Cosa es de bestias lo que tú precias y amas; y tus pasiones bestias son; y tantas veces pones al Altísimo Dios debajo los pies de tus vilísimas bestias, cuantas veces le ofendes por tus deleites camales.

Huid, doncella, de cosa tan mala, y subíos al monte de la oración, y suplicad al Señor os dé algún gusto de Sí, para que esforsada vuestra ánima con la suavidad de Él, despreciéis los lodosos placeres que hay en la carne. Y habréis entonces compasión entrañable de la gente que anda perdida por la bajeza de los valles de vida bestial; y espantada diréis: ¡ Oh hombres, y qué perdéis, y por qué! ¡ Al dulcísimo Dios, por la vilísima carne! ¿Y qué pena merece tan falso peso v medidas, sino eterno tormento? Y cierto, les será dado.





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CAPITULO 10: De muchos otros medios que debemos usar cuando este cruel enemigo nos acometiere con los primeros golpes.



Los avisos que para remedio de esta enfermedad habéis oído son cosas que ordinariamente habéis de usar, aunque sea fuera del tiempo de la tentación.

Ahora oíd lo que habéis de hacer cuando os acometiere y os diere el primer golpe. Señalad luego la frente o el corazón con la señal de la cruz, llamando con devoción el santo nombre de Jesucristo, y decid: ¡ No vendo yo a Dios tan barato! ¡ Señor, más valéis Vos, y más quiero a Vos!

Y si con esto no se quita, abajad al infierno con el pensamiento, y mirad aquel fuego vivo cuan terriblemente quema, y hace dar voces y aullar y blasfemar a los miserables que ardieron acá con fuegos de deshonestidad, ejecutándose en ellos la sentencia de Dios, que dice (Ap 18,7): Cuanto se glorificó en los deleites, tanto le dad de tormento y lloro. Y espantaos de tan grave castigo—aunque justísimo—, que deleite de un momento se castigue con eternos tormentos; y decid entre vos lo que San Gregorio dice: «Momentáneo es lo que deleita, y eterno lo que atormenta.»

Y si esto no os aprovecha, subíos al cielo con el pensamiento, y represénteseos aquella limpieza de castidad que en aquella bienaventurada ciudad hay; y cómo no puede entrar allí bestia ninguna, quiero decir, hombre bestial, y estaos un rato allá, hasta que sintáis alguna espiritual fuerza con que aborrezcáis vos aquí lo que allí se aborrece por Dios.

También aprovecha dar con el cuerpo en la sepultura, según vuestro pensamiento, y mirar muy despacio cuan hediondos y cuáles están allí los cuerpos de hombres y mujeres.

También aprovecha ir luego a Jesucristo puesto en la cruz, y especialmente atado a la columna y azotado, y bañado en sangre de pies a cabeza, y decirle con entrañable gemido: Vuestro virginal y divino cuerpo, Señor, tan atormentado y lleno de graves dolores, ¿y yo quiero deleites para el mío, digno de todo castigo? Pues Vos pagáis con azotes, tan llenos de crueldad, los deleites que los hombres contra vuestra ley toman, no quiero yo tomar placer tan a costa vuestra, Señor.

También aprovecha representar súbitamente delante de vos a la limpísima Virgen María, considerando la limpieza de su corazón y entereza de cuerpo, y aborrecer luego aquella deshonestidad que os vino, como tinieblas que se deshacen en presencia de la luz. Mas si sabéis cerrar la puerta del entendimiento muy bien cerrada, como se suele hacer en el íntimo recogimiento de la oración, según adelante diremos, hallaréis con facilidad el socorro más a la mano que en todos los remedios pasados. Porque acaece muchas veces que, abriendo la puerta para el buen pensamiento, se suele entrar el malo; mas cerrándola a uno y a otro, es un volver las espaldas a los enemigos, y no abrirles la puerta hasta que ellos se hayan ido, y así se quedarán burlados.

También aprovecha tender los brazos en cruz, hincar las rodillas y herir los pechos. Y lo que más, o tanto como todo junto, es recibir con el debido aparejo el santo cuerpo de Jesucristo nuestro Señor, el cual fue formado por el Espíritu Santo, y está muy lejos de toda impuridad. Es remedio admirable para los males que de nuestra carne concebida en pecados (en pecado original) nos vienen. Y si bien supiésemos mirar la merced recibida en entrar Jesucristo en nosotros, nos tendríamos por relicarios preciosos, y huiríamos de toda suciedad, por honra de Aquel que en nosotros entró. ¿Con qué corazón puede uno injuriar su cuerpo, habiendo sido honrado con juntarse con el santísimo cuerpo de Dios humanado? ¿Qué mayor obligación se me pudo echar? ¿Qué mayor motivo se me pudo dar para vivir en limpieza, que mirar con mis ojos, tocar con mis manos, recibir con mi boca, meter en mi pecho al purísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, dándome honra inefable para que no me abata a vileza, y atándome consigo, y dedicándome a Él por su entrada? ¿Cómo o con qué cuerpo ofenderé al Señor, pues en este que tengo ha entrado el Autor de la puridad? ¿He comido a Él, y con Él a una mesa, ¿y serle he traidor ahora, ni en toda mi vida? Así es razón que se estime esta merced, para que recibamos corona en nuestra flaqueza. Mas si mal lo recibimos, o mal de Él usamos, sucede el efecto contrario, y se siente el tal hombre más poseído de la deshonestidad, que antes de haber comulgado.

Y si con todas estas consideraciones y remedios la carne bestial no se asosegare, debéisla tratar como a bestia, con buenos dolores, pues no entiende razones tan justas. Algunos sienten remedio con darse recios y largos pellizcos, acordándose del excesivo dolor que los clavos causaron a nuestro Señor Jesucristo; otros con azotarse fuertemente, acordándose de cómo el Señor fue azotado; otros con tender las manos en cruz, alzar los ojos al cielo, herirse el rostro, y con otras cosas semejantes a éstas, con que causan dolor a la carne; porque otro lenguaje en aquel tiempo ella no entiende. Y este modo leemos haber tenido los Santos pasados, uno de los cuales se desnudó y se revolcó por unas espinosas zarzas, y con el cuerpo lastimado y ensangrentado cesó la guerra que contra el ánima había. Otro se metió en tiempo de invierno en una laguna de agua muy fría, en la cual estuvo hasta que el cuerpo salió medio muerto, mas el ánima muy libre de todo peligro . Otro puso los dedos de la mano en una lumbre, y con quemarse algunos de ellos cesó el fuego que atormentaba a su ánima. Y un mártir, atado de pies y manos, con el dolor de cortarse con sus propios dientes la lengua, salió vencedor de acuesta pelea. Y aunque algunas de estas cosas no se han de imitar, porque fueron hechas con particular instinto del Espíritu Santo, y no según ley ordinaria, mas debemos aprender de aquí que en el tiempo de la guerra, en que nos va la vida del ánima, no nos hemos de estar quietos ni flojos, esperando que nos den lanzadas nuestros enemigos, mas resurtir del pecado como de la faz de la serpiente, según dice la Escritura (Si 21,2), y tomar cada uno el remedio con que mejor se hallare, y según su prudente confesor le encaminare.



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CAPITULO 11: De algunas causas, allende de las dichas, por las cuales vienen algunos a perder la castidad,

para que huyamos de ellas si no la queremos perder; y con qué medios nos debemos animar a ello.



Ningún cuidado ni trabajo que por la guarda de esta limpieza se ponga debe parecer demasiado, si sabe estimar el precio y mérito de ella y su galardón. Y pues que nuestro Señor os ha dado a entender el valor de ésta joya, y os ha dado gracia para que la eligiésedes y prometiésedes, no será menester tanto deciros la excelencia de ella, cuanto daros avisos de cómo no la perdáis; enseñándoos algunas causas más de las ya dichas por donde algunos la pierden, para que sabidas, las evitéis, porque no la perdáis, y vos seáis perdida con ella.

Piérdenla unos por tener recias inclinaciones naturales contra ella; y por no ser importunados, ni pasar guerra contra sí mismos tan cruel y durable, se dan maniatados a sus enemigos con miserable consejo, no entendiendo que el propósito del cristiano ha de ser morir o vencer, con la gracia de Aquel que ayuda a los que por su honra pelean.

Otros hay que aunque no son muy tentados, tienen una vileza y pequeñez natural de corazón, inclinada a cosas bajas. Y como ésta sea una de las más viles y bajas, y que más a mano se les ofrece, encuentran luego con ella, y danse a ella como a cosa proporcionada con la bajeza y vileza de su corazón, que no se levanta a emprender aún vida de hombres regidos por razón natural; con la cual enseñado uno, dije que en los deleites carnales no hay cosa digna de magnánimo corazón. Y otro dijo que la vida según los deleites carnales es vida de bestias. Porque no sólo la lumbre del cielo, mas aun la de la razón natural, condena a los que en esta vileza se ocupan como a gente que no vive según hombres, cuya vida ha de ser conforme a razón, mas según bestias, cuya vida es por apetito. Y si bien se mirase, podrían con mucha justicia quitar a estos tales el nombre de hombres, pues, teniendo figura de hombres, viven vida de bestias, y son verdadera deshonra de hombres. Y no sería cosa poco monstruosa, ni que diese pequeña admiración a los que la viesen, traer una bestia enfrenado a un hombre, llevándole adonde ella quisiese, rigiendo ella a quien la había de regir.

 Y hay tantos de éstos, regidos por el freno de apetitos bestiales, bajos y altos, que no sé si por ser muchos, no hay quien eche de ver en ello. O, lo que más creo, es porque hay pocos que tengan lumbre para mirar qué miserable está una ánima muerta con deleites carnales, debajo de un cuerpo especialmente hermoso y de fresca edad: ¡ Oh, a cuántas ánimas de éstos y de otros tiene abrasados este fuego infernal, y ni hay quien eche lágrimas de compasión sobre ellos, ni quien diga de corazón: A Ti, Señor, daré voces, porque el fuego ha comido las cosas hermosas del desierto. (Jl 1,19). Que, cierto, si hubiese viudas en Naim que amargamente llorasen a sus hijos muertos, usaría Cristo de su misericordia para los resucitar en el ánima, como lo usó con el hijo de la otra en el cuerpo, de quien el Evangelio (Lc 7,13) hace mención. No debe dormirse el que en la Iglesia tiene oficio de orar e interceder por el pueblo con afecto de madre, porque no castigue Dios al orador (orador: el que tiene oficio de orar) y su pueblo, diciendo (Ez 22,30): Busqué entre ellos varón que se pusiese por muro, y se pusiese contra Mi, porque no destruyese la tierra, y no lo hallé: y derramé sobre ellos mi enojo; en el fuego de mi ira los consumí.

Guardaos, pues, vos de tener corazón tan pequeño y envilecido, que os parezcan bien y os contenten estas vilezas. Y acordaos de lo que San Bernardo dice: «Que si bien consideráredes el cuerpo y lo que sale de él, es un muladar muy más vil que cualquiera que hayáis visto.» Despreciadlo de corazón con todos sus deleites, atavíos y flor, y haced cuenta que ya está en la sepultura, convertido en una poca de tierra. Y cuando algún hombre o mujer viéredes, no miréis mucho su faz ni su cuerpo; y si lo miráredes, sea para haber asco de él; mas enderezad vuestros ojos interiores al ánima que está encerrada y escondida en el cuerpo, en las cuales no hay diferencia de hombre a mujer; y aquella ánima engrandeced, como cosa criada de Dios; cuyo valor de una sola es mayor que de todos los cuerpos criados y por criar.

Y así despedida de la bajeza de los cuerpos, buscad grandes bienes y emprended nobles empresas, y no menores que aposentar a Dios en vuestro cuerpo y vuestra ánima con entrañable limpieza de corazón. Miraos con estos ojos, pues dice San Pablo (1Co 3,16): ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Y en otra parte (1Co 6,19) dice: ¿No sabéis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo que en vosotros está, el cual Dios os lo ha dado, y que no sois vuestro? Y pues sois comprados por precio grande, honrad a Dios en vuestro cuerpo. Considerad, pues, que cuando recibisteis el santo Bautismo fuisteis hecha templo de Dios, y consagrada vuestra ánima a El por su gracia, y vuestro cuerpo, por ser tocado con el agua santa; y de ánima y de cuerpo se sirve el Espíritu Santo, como un señor de toda su casa, moviendo a buenas obras a ella y a él. Y por eso se dice que también nuestros miembros son templo del Espíritu Santo. Grande honra nos da Dios en querer morar en nosotros, y honrarnos con verdad y nombre de templo; y grande obligación nos echa para que seamos limpios, pues a la casa de Dios conviene limpieza. (Ps 92). Y si mirásedes que fuisteis comprada, como dice San Pablo, con preció grande, que es con la vida de Dios humanado que por vos se dio, veréis cuánta razón es honrar a Dios y traerlo en vuestro cuerpo, sirviéndole con él, y no haciendo cosa en él que sea para deshonra de Dios y daño vuestro. Porque verdadera y justa sentencia es (1Co 3,17) que quien ensuciare el templo de Dios lo ha de destruir Dios; y que no ha de haber en su templo sino cosa de su honra y de su alabanza. Y acordaos de lo que dijo San Agustín: «Después que entendí que me había Dios redimido y comprado con su sangre preciosa, nunca más me quise vender.» Y añadid vos: Cuanto más por vilezas de carne.

Obra habéis comenzado de gran corazón, pues queréis tener en la carne corruptible incorrupción; y tener por vía de virtud lo que los Ángeles tienen por naturaleza; y pretender particular corona en el cielo y ser compañera de las vírgenes, que cantan el nuevo cantar, y acompañar al Cordero doquiera que va. (Ap 14,4). Mirad vuestro título que de presente tenéis, que es ser esposa de Cristo, y el bien que esperáis en el cielo cuando vuestro Esposo os ponga en su tálamo allá; y amaréis tanto la limpieza de la virginidad, que de buena gana perdáis la vida por ella, como lo hicieron muchas vírgenes santas, que por no dejarlo de ser, pasaron martirio, y con grandeza de corazón: la cual procurad de tener, porque es muy necesaria para conservar el grande estado en que Dios os ha puesto.






Juan Avila - Audi FIlia 6