Juan Avila - Audi FIlia 30

30

CAPITULO 30: De muchas causas que hay para confiar que el Señor nos librará en toda tribulación, por grave que sea; y de dos significaciones que tiene esta palabra creer.

Según San Gregorio dice, «el cumplimiento de las cosas pasadas da certidumbre de las cosas por venir». Y pues los hombres fian sobre prendas, no parece que se hace mucho con Dios en esperar que nos librará en la tribulación que nos viene, pues nos ha librado muchas veces en las pasadas. Claro es que si un hombre nos hubiese enseñado su amor y favor, socorriéndonos en nuestros trabajos diez o doce veces, creeríamos que nos amaba, y que nos favorecería si en otros trabajos tuviésemos necesidad de él. Pues ¿por qué no tendremos esta credulidad de que Dios nos amparará en nuestros peligros, pues que no doce, sino muchas veces hemos experimentado su socorro en las tribulaciones? Acordaos bien de cuántas veces os ha sacado a vos con victoria de estas peleas tan reñidas con nuestro adversario, y le fuisteis agradecida por ello, y concebisteis crédito y confianza de El que os amaba, pues tras la tempestad os habia enviado bonanza, y tras las lágrimas, gozo; y os había sido verdadero Padre y amparo. Pues ¿por qué ahora, que os quiere probar—con la tribulación presente—la confianza, y amor y paciencia, y hace como que se esconde, y que no responde a vuestros clamores, os enflaquecéis tanto, que una prueba que de presente os viene, os hace perder la confianza que en muchas habiades ganado?

Ya sabéis que lo que de presente tenemos lo sentimos más. Y si miráis al aprieto que de presente tenéis, y cómo el Señor no os saca de él, juzgaréis que e! cuidado que el Señor tenía de vos lo ha ya perdido; y diréis lo que dijeron los Apóstoles en una grave tempestad de la mar, al Señor que estaba durmiendo (Mc 4,38): ¿Maestro, no se te da nada de que perecemos? Y de esta manera comprenderos ha la reprensión de la Escritura, que dice (Si 27,12): El necio se muda como la luna; conviene a saber, porque ya está de una manera, ya está de otra. Y seréis como la veleta del tejado, que aun en un día tiene muchas mudanzas, porque con cada viento se muda. Tuvisteis al Señor en posesión de cuidadoso de vos, y de amparo en vuestros trabajos, porque entonces os sopló el viento de su misericordia y consolación, con que os libró, y disteis le gracias. Y porque ahora os sopla otro viento, con que el Señor os quiere probar y atribular, no tenéis el crédito ni la confianza que antes teníades. De manera que no creéis sino lo que veis; y no tenéis al Señor en otra posesión, sino según de presente lo hace con vos, sin aprovecharos de lo que muchas Veces pasadas experimentasteis, para estar confortada en el Señor en la prueba presente. Extraña incredulidad fue la de aquellos que, habiendo visto en Egipto las maravillas de Dios, y las victorias y favores que en el desierto obró Dios con ellos, no creyeron a su palabra, con que les había prometido la entrada en la tierra de promisión; por lo cual, como dice San Pablo (He 3,19 He 4,7), no entraron allá. Y así—aunque no según igualdad, mas según semejanza—, es grande la desconfianza y pusilanimidad de aquel hombre que, habiéndolo Dios librado muchas veces de peligros pasados, no cobra fiucia (esperanza esforzada) de que no será desamparado ni confundido en el peligro presente, ni aun en los por venir; pues según hemos dicho, la esperanza que en el Señor se pone, si el hombre no le falta, no echará a nadie en falta, ni le será causa que diga: Engañado fui.

Y conviene saber, que unas veces se toma creer, por aquella obra que el entendimiento hace, afirmándose en las verdades de la fe católica con suprema certidumbre, según arriba se dijo. Y el que cree contra esta fe, se llama y es hereje e incrédulo a boca llena; y el tal error creído, tiene nombre de herejía e incredulidad. Y de esta manera este desconfiado, de quien estamos hablando, ni es incrédulo ni tiene incredulidad, pues que no tiene obligación de creer, como cosa de fe católica, que Dios le librará de este trabajo (Muy importante es para la vida espiritual distinguir cuidadosamente lo que pertenece a la fe y lo que toca a la confianza, para no confundir los términos, ni perder la fe, cuando Dios pone a prueba nuestra confianza.), como eran los del desierto obligados a creer que les diera Dios vencimiento de los enemigos que estaban en la tierra de promisión, si fueran a pelear contra ellos. Mas otras veces suelen los Santos, y el uso común del hablar, llamar creer al tener una opinión, causada de razón o conjeturas, la cual llaman credulidad; y si es vehemente, llámase fe. Y esta manera de credulidad tiene uno, que por conjeturas probables cree que está perdonado de Dios y en su gracia, y que Dios le ayudará en lo que adelante hubiere menester. Y esto que en el entendimiento; está, ayuda a la confianza o esperanza que están en la voluntad. Y por esto algunas veces se toma incredulidad por desconfianza, y credulidad o fe por confianza. Y de esta manera se puede decir que éste, que por haberle Dios librado de otros peligros, y por otros motivos, tenia razón para creer—no con certidumbre—, que Dios también le librará en este peligro, tiene incredu­lidad, no contra la fe católica, mas contra la que resulta de las conjeturas. Mas, porque los luteranos usan tomar unas palabras de éstas por otras [Los luteranos llaman fe a la confianza, y dijeron que sola la fe (esta es, la coniaza) justifica.], debemos los católicos hablar distintamente, llamando la fe y confianza con sus propios nombres; declarando el creer o la incredulidad de qué manera se entiende; pues lo que en un tiempo se puede seguramente decir por unas palabras, en otro se debe evitar.

Tornando, pues, al propósito, huid de la desconfianza, y de las mudanzas que la Escritura reprende, que el necio tiene como la luna. Y procurad de tener parte en la estabilidad de que alaba al justo, diciendo (Si 27,12): Como sol permanece; quiere decir, que siempre está de una manera. Aprended de unas veces cómo habéis de haberos en otras; y como la Escritura dice (Si 11,27): En el día de los bienes, no te olvides de ios males; y en el día de ios males, no te olvides de ios bienes; para que templando lo próspero de lo uno con lo adverso de lo otro, viváis en una igualdad, que ni estéis derribada en el tiempo de la tribulación con el peso de la desconfianza y tristeza, ni tampoco desvanecida la cabeza con la demasiada alegría, en el tiempo de las consolaciones espirituales. Así se lee de aquella santa Ana, madre del profeta Samuel, que después de haber orado en el templo de Dios, no fue su rostro mudado en cosas diversas (1S 1,18); quiere decir, que guardó aquesta igualdad de corazón. Isaías (Is 4,6) dice: Que habia de haber una morada que diese sombra contra el calor del sol, y que diese seguridad y fuese defensa contra el torbellino y la pluvia. Y sería bien que procurásedes de vivir en esta morada, para que teniendo una fortaleza de corazón, confiado en la misericordia de Dios, os causase esta seguridad aun en los negocios y lugares en que suele haber peligro; según está profetizado del tiempo de la nueva Ley, que en los bosques habían de dormir los hombres seguros (Ez 34,25). Y aunque parece cosa extraña tener sosiego y seguridad en este destierro; mas así como en comparación de la que hay en el cielo, es muy pequeña, mas en comparación de los temores que tienen los malos, es muy grande y de mucha estima. La cual dice Job (Jb 11,14), que tendrá quien echare de si la maldad.

Y particularmente dice San Pablo (He 6,19), que la virtud de la esperanza es como ancora firme y segura del ánima. Porque aunque tenemos por enemigo al demonio, que con estas peleas nos quiere amedrentar y desconfiar, también tenemos un Amigo más fuerte que él y más sabio. Y si él nos aborrece, mucho más nos ama Cristo, sin comparación. Y si él no duerme, buscando cómo nos dañe, los ojos benditos, de Dios velan sobre nosotros, para ayudarnos a salvar, como sobre ovejas, por quien dio su sangre preciosa. Pues si tenemos con nos el brazo del Omnipotente, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en comparación del divino? ¿Cómo temerá al demonio quien cree muy de verdad—si se quiere aprovechar de la fe, según arriba se dijo---que en ninguna cosa puede el demonio dañarnos sin tener licencia de Dios? ¿Pudieron, quizá, los demonios, sin tener primero esta licencia, tocar en Job (Jb 1,12 Jb 2,6) o en cosa suya o ahogar los puercos de los gerasenos? (Mt 8,31). Pues quien no puede tocar a los puercos, ¿podrá tocar a los hijos?

Confortaos, pues, en el Señor, dice San Pablo (Ep 6,10), y en la potencia de su virtud, y tomad las armas de Dios, para poder estar en pie contra las asechanzas del demonio. Y habiendo contado algunas particulares armas, añade diciendo: En todas las cosas tomando el escudo de la fe, en el cual podáis apagar todas las lanzadas encendidas con fuego. Porque como este enemigo pueda más que nosotros, debemos aprovecharnos del escudo de la fe, que es cosa sobrenatural, escudándonos con alguna cosa de nuestra fe, así como con una palabra de Dios, o con recibir los Sacramentos, o con una doctrina de la Iglesia. Y creyendo firme con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana lo que Él nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro enemigo, y adoraremos al Señor, que nos dio contra Él victoria, no sólo por Si, mas aun mediante el socorro de sus santos ángeles; los cuales pelean por nos, como fue enseñado al criado del gran Eliseo; el cual tenía mucho temor de un gran ejército de gente que venía a prender a su señor; al cual dijo Eliseo (2R 6,10): No quieras temer, porque más son por nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo diciendo: Abre, Señor, los ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de caballería y carros en derredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a defender al Profeta de Dios. De manera que si queremos ser del bando de Dios, tendremos de nuestra parte muchedumbres de ángeles; uno de los cuales puede más que todos los infernales poderes. Y lo que más es, tendremos al Señor de los ángeles, el cual solo, puede más que los infernales y celestiales poderes. Y por tanto, bastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejando todo vano temor, y hacernos fuertes leones contra él, en virtud de Cristo, que fue manso Cordero en entregarse por nosotros a muerte, y fue León en despojar los infiernos, y venciendo y atando los demonios, y defendiendo con su brazo a sus amadas ovejas.

Y si a alguno le parece que he sido largo en esta materia, atribuyalo al deseo que tengo de que no seáis vos una de los muchos que he visto, por miedos del demonio, dejar el servicio de Dios. Bien sé que hay otras guerras con este enemigo, más crueles que aquestas dichas. Y también sé, que en el extremo de la tribulación, cuando ya ni hay fuerza en quien padece, ni sabiduría en quien rige la nao, y cuando el león y oso infernal piensa tener tragada la oveja, viene el esforzado y piadoso David, Jesucristo, y saca la oveja libre y salva de la boca del león, despedazando a quien la llevaba (1S 17,34). Y soy testigo de mayores tribulaciones que yo pudiera creer, si no las viera; y de la maravillosa y piadosa providencia de Dios, que no desampara en las tribulaciones a los que le buscan, aunque sea con flaquezas y faltas. Y aunque he visto haber sido muchos de los que temen a Dios, gravemente atribulados en estas peleas, ninguno he visto que haya parado en mal. Por tanto, quien en estos trances se viere, como metido en el vientre de la ballena (Jon 2), llame desde allí a Jesucristo, y ayúdese de los buenos consejos que su confesor le da; y tengan entrambos buena esperanza en el buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn 10), que mortifica y vivifica, mete en los infiernos y saca (1S 2,6). Porque ya que en un tiempo envié trabajos, en otro los quita, y con mucha ganancia del atribulado.





31

CAPITULO 31: Que lo primero que debemos oír es la verdad divina, mediante la fe, que es principio de toda la vida espiritual, y nos enseña cosas tan altas que exceden toda humana razón.



Todo lo que hasta aquí se os ha dicho, ha sido daros a entender a quiEn no habEis de oír, y daros para ello los avisos que habéis leído. Resta deciros a quiEn habEis dE oír, para que cumpláis la primera palabra que el Profeta dice: Oye, hija.

 Y sabed que quien merece que le oigan, la verdad sola es. Mas porque hay muchas verdades que el oirlas o conocerlas hace poco a nuestro propósito, pues aquí queremos hablar de la fe católica que tenemos los cristianos, os digo que la habéis de oír y aprender de lo que habla Dios en su divina Escritura y en su Iglesia católica.

 Y esta fe es el principio de la vida espiritual; y por eso, como arriba dijimos, con mucha razón somos primeramente amonestados por el Profeta de lo que primeramente nos conviene hacer, pues que dice San Pablo (Rm 10,17) que la fe nos entra por el oído.

Esta fe es la primera reverencia con que el ánima adora a su Criador, sintiendo de El altísimamente, como de Dios se debe sentir. Porque aunque algunas cosas de Dios se pueden por razón alcanzar, las cuales llama San Pablo (Rm 1,19) lo manifiesto de Dios: mas los misterios que la fe cree, no puede la razón alcanzar cómo sean. Y por eso se dice, que cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido. Lo cual se nos da a entender en que los dos serafines tenían cubierta la faz de aquel gran Señor que en el templo vio Isaías (Is 6,2). Y también cuando Moisés se acercó a tratar con el Señor en el monte, dice la Escritura (Ex 24,18), que entró en la oscuridad o niebla donde estaba el Señor. Cosa muy extraña parece de Dios poner su morada en tinieblas, pues es lucidísima Luz, en el cual ningunas tinieblas hay, como dice San Juan (1Jn 1,15). Mas porque es Luz tan lucida y tan sobreluciente, que, como dice San Pablo (1Tm 6,16), mora en una luz que nadie puede llegar a ella, dícese morar en tinieblas, porque ningún ojo criado, de hombre o ángel, puede con su razón alcanzar sus misterios. Y por eso para el tal ojo, tinieblas se llaman la luz; no porque sea luz obscura, mas porque es luz que excede a todo entendimiento sobre toda manera. Como cuando se mueve una rueda velocísimamente, solemos decir que no se menea; y hablamos así porque nuestros ojos no pueden tener cuenta con tan veloz movimiento, no por ser falto, sino por ser muy sobrado a los ojos humanos.

Y no sólo reverencia a Dios nuestra fe, creyendo lo que no alcanza razón; mas también nos le predica ser tan alto, que aunque, por su lumbre (Su lumbre: la luz de la gloria, que Dios infunde a los bienaventurados, ángeles y hombres, para que puedan ver a Dios cara a cara.), Dios sea visto claramente en el cielo, ningún entendimiento humano ni angélico puede ver tanto de Él cuanto hay que ver en Él: ninguna voluntad, ningún gusto, aunque todos se junten a una, pueden amar ni gozar cuanto hay en Él que amar y gozar. Sólo Dios es el que se comprende; que los demás, después que le ven, aman y gozan y alaban con todas las fuerzas de su corazón, le reverencian con conocer, que en comparación de lo que Él es, y de lo que de Él se puede decir, y del servicio que se le debe, es muy poco todo lo que de Él conocen y por Él hacen. Y así, cayendo en sus faces, le adoran con un profundo silencio, confesando que Él sólo es su perfecta alabanza, a la cual ellos no pueden llegar. Y este silencio es honra muy propia de Dios, porque es confesión que se le deben tales alabanzas, que son inefables a toda criatura. Y de esta honra dice Santo Rey y Profeta David (Ps 64,1): A ti conviene alabanza, ioh Dios/, en Sión. De manera, que aunque en el cielo haya voz sin cesar de alabanza divina, diciendo: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de las batallas, con otros admirables loores que allá le dan, mas también confiesan con el silencio que es el Señor mayor de lo que pueden entender ni decir. Porque se subió sobre el querubín y voló, voló, sobre las alas de los vientos (Ps 17,11); porque nadie, por mucha ciencia que tenga, le puede comprender; y todos han de decir, los que le conocieren o vieren, lo que dijeron los hijos de Israel cuando vieron el pan que del cielo venía (Ex 16,15): ¿Manhú? Que quiere decir: ¿Qué es esto? Admirándose, como la Reina Sabá, de un infinito abismo de lumbre; del cual, aunque ven en el cielo más que de él oyeron en la tierra, mas no pueden comprender todo lo que en Él hay. Tal es el Dios que tenemos, y tal nos lo predica la fe, cantando lo que dice Santo Rey y Profeta David (Ps 113,16): El cielo del cielo es para el Señor. Porque este secreto de quien Él es—de la manera ya dicha—, para Sí sólo es, pues Él sólo se comprende.



32

CAPITULO 32: De cuan conforme es a razón creer las cosas de nuestra fe, aunque ellas exceden toda humana razón.



Es menester que estéis advertida a que, por haber oído que nuestra fe cree cosas que aunque no sean contra razón no se pueden alcanzar por razón, no por eso penséis que el creerlas es cosa contra razón o sin razón. Porque así como está muy lejos de quien cree, entender claramente lo que cree, así es cosa ajena del creer cristiano haber liviandad en el creer; pues que tenemos para creer tales razones, que osaremos parecer y dar razón de nuestra fe delante cualquier tribunal, por muy justo que sea, como San Pedro nos amonesta, que debemos estar los cristianos aparejados a ello (1P 3,14). Lo cual entenderéis fácilmente con aquesta semejaza que os pongo. Si oyésedes decir que un ciego de nacimiento hubiese cobrado la vista súbitamente, o que un muerto hubiese resucitado, claro es que vuestra razón no podría alcanzar cómo esto se puede hacer, pues es sobre toda naturaleza, y la razón no puede alcanzar lo sobrenatural. Mas tantos testigos y tan abonados os podían afirmar que lo habían visto, que no sólo no fuese liviandad el creerlo, mas fuese incredulidad y dureza de corazón no creer. Porque aunque la razón no alcanza cómo un ciego pueda ver, o un muerto tornar a vivir, a lo menos alcanza que es razón de creer a tales y tantos testigos. Y si estos tales muriesen en confirmación de esto que afirman, habría más razón para lo creer. Y si hiciesen ellos otros milagros tan grandes o mayores como el otro que afirman en confirmación de él, ya gran culpa sería el no creer, aunque fuese cosa muy nueva y muy alta la que éstos decían haber acaecido. Pues así entended, que no hay cosa que la razón menos alcance, que claramente entender lo que cree la fe; ni hay cosa tan conforme a razón, como el creerlo, y es cosa de muy grande culpa el no creer.

Cierto es que por aquellos milagros verdaderos que hizo Moisés, el pueblo de Israel creyó que era mensajero de Dios y que hablaba con Dios; y recibió la Ley como cosa dada por Dios. Y también por unos pocos y falsos milagros que hizo falso profeta Mahoma fue creído de los Alárabes y gente bestial, que era mensajero de Dios, y como de tal recibieron la ley bestial que les dio [Secta de los infieles y herejes Mahometanos (Islam), según Alcorán, niega a la Santísima Trinidad, a la Divinidad de N.S. Jesucristo y es enemiga de la Santa Cruz]. Pues mirad a los milagros hechos por Jesucristo nuestro Señor, y por sus Apóstoles, y por los otros santos varones, que en confirmación de esta fe se han hecho desde entonces hasta el día de hoy; y hallaréis, que antes podréis contar las arenas del mar, que la muchedumbre de ellos, y que incomparablemente exceden a todos los que en el mundo se han hecho en calidad y en cantidad. Tres solos muertos fueron resucitados en todo el discurso de la Ley vieja, que duró dos mil años, o casi (1R 17 2R y 2R 12), y si miráis en la nueva San Andrés solo resucitó de una vez a cuarenta muertos. Para que así se cumpla lo que el Señor dijo (Jn 14,12): Quien en Mí cree, hará aún mayores obras que Yo, y se vea su grande poder, pues no sólo por sí mismo, mas por los suyos, en los cuales él obra, puede hacer todo lo que quisiere, por maravilloso que sea. Heos contado lo que un solo Apóstol de una vez hizo, para que por aquí entendáis los innumerables milagros que por aqueste Apóstol y por los otros Apóstoles y Santos en la Iglesia cristiana se han hecho.

Y aunque en el principio de la Iglesia hubo tantos y tales milagros en confirmación de la fe, que sobra la prueba; mas es tanta la gana que el Señor tiene que todos se salven y vengan en conocimiento de esta verdad (1Tm 2,4), y que los que ya la conocen se consuelen, y más se confirmen en ella, que tiene su Providencia cuidado de renovar esta prueba y ser testigo de esta verdad con nuevos milagros. Y así por maravilla hay edad, en la cual algún cristiano no sea canonizado por Santo; lo cual no se hace sin suficiente prueba de vida perfecta, y de muchos milagros. De los cuales, si alguno fuere curioso y los quisiere buscar, no le faltara, aun en nuestros tiempos, que ver entre nosotros; y en las Indias Orientales (Rigorosamente contemporáneo del autor era el portentoso taumaturgo de los tiempos modernos, San Francisco Javier, S. J., apóstol de las Indias Orientales, que resucitó muchos muertos.) y Occidentales, con más abundancia.



33

CAPITULO 33: De cuan firmes, constantísimos y abonados testigos ha tenido nuestra fe, los cuales han puesto su vida por la verdad de ella.



Posible es que alguno ponga duda en los dichos de nuestros testigos, que dicen o escriben esta muchedumbre de milagros que ha habido en la Iglesia cristiana Católica. Porque como ellos aborrecen la fe, paréceles que si estos testigos son verdaderos, no pueden dejar de confesar que tenemos mucha más razón para creer nuestra verdad, que ellos su engaño. Mas pregunto: Si a nuestros testigos no se da crédito, y por eso no quieren recibir nuestra fe, ¿por qué la dan a los suyos, y reciben su falsa creencia? Pues que es cierto y manifiesto, si quisiesen tomar trabajo de lo mirar, que nuestros testigos exceden a los suyos en todo género y peso de autoridad. Varones ha habido en la Iglesia cristiana cuya vida ha sido tan buena manifiestamente, que da testimonio estar ellos limpios do toda codicia, y de todo apetito de honra, y de todo cuanto en el mundo se estima y florece, y llenos de toda virtud y de verdad, aun hasta morir por no las perder. ¿Qué interés puede pretender en el testimonio que da el que ninguna cosa del mundo pretende, y aun las que tiene las echa de si? ¿Qué interés le puede mover a ser falso testigo a quien da su vida con tormentos gravísimos en confirmación de su dicho? Y aunque algunos suelen, a poder de tormentos, decir lo que el juez les pide, aunque sea contra verdad, mas si los nuestros dijeran lo que el juez les pedía, no sólo no perdieran hacienda ni vida, mas aun quedaran en todo más prósperos, por lo mucho que los jueces les dieran, según se lo prometían. Mas despreciando todo esto, morían por no perder la fe o la virtud, lo cual quería el juez que perdiesen. De manera, que ninguna cosa temporal amaban, ni cosa temporal temían, por recia que fuese; y por eso ninguna tacha se les puede poner en su dicho.

Y si a alguno le pareciere que estas pruebas son suficientes para tenerlos por buenos, y que a sabiendas a nadie querían engañar, mas que por ventura se engañaban ellos y engañaban a otros sin lo entender; dicese a esto que tal gente ha habido en la Iglesia, que ha derramado la sangre por Cristo, tan llena de sabiduría manifiestamente, que no se puede con razón creer de ellos que se engañasen en cosa tan pensada, y tan afirmada aun hasta perder la vida por ella. Porque lo mucho que en estas cosas se interesa hace a los hombres mirar y remirar lo que afirman. Que no se suele poner la vida en confirmación de verdad, si de ella el tal hombre no está muy suficientemente certificado. Y cosa es notoria haber habido y haber tal sabiduría en el pueblo cristiano, que exceden a las otras generaciones, como maestros muy sabios a muy rudos discípulos. Y haber sido, no uno ni ciento, mas grandísimo número de los tales, es muy gran testimonio de la verdad de nuestra fe, en cuya confirmación perdieron la vida. Porque aunque leemos de algunos haber muerto en confirmación de su error, son sin comparación excedidos de los nuestros en número, virtud y sabiduría.



AUDI, FILIA: Parte 2
34

CAPITULO 34: Que la vida perfecta de los que han creído nuestra fe es grande testimonio de su verdad; y de cuánto han excedido en bondad los cristianos a todas otras gentes.



Y pues hemos hecho mención de la bondad y virtud que en mártires cristianos ha habido, no es razón que os deje aquí de decir cuan gran testimonio es de nuestra fe la vida perfecta de los que la creen. Pues que siendo Dios bueno y hacedor de todo lo bueno, toda razón dice que Dios es amigo de buenos, pues que cada uno ama a su semejable, y cada causa a su efecto. Y si amigo, hales de ayudar en sus necesidades; y la mayor de todas es la salvación de sus ánimas; y no se pueden salvar, sin conocimiento de Dios; y no lo pueden conocer de manera que se salven, si Él no se les descubre. Resta, pues ninguna cosa de éstas se puede negar, que si conocimiento de Dios hay en la tierra con que los hombres se salvan, Dios lo da a los cristianos, pues entre ellos ha habido y hay la gente de más alta vida y perfectas costumbres, que en ningún otro tiempo o generación ha habido.

Los filósofos parece que fueron la flor de naturaleza y la hermosura de ella, donde parece que echó todas sus fuerzas en lo que toca a bien vivir conforme a razón. Mas dejando de decir los feos males que San Jerónimo cuenta de los principales filósofos, y hablando de algunos que tenían al parecer más rastro de virtud que los otros, excédenles tanto los de la Iglesia cristiana, que nuestras flacas mujeres y mozas son de mayor virtud, que los que allá eran estimados por heroicos varones; pues ninguno se puede igualar a la fortaleza y alegría con que una Santa Catalina, Inés, Lucía, Águeda, con otras muchas semejables a ellas, se ofrecieron a gravísimos tormentos y muerte por amor de la verdad y virtud. Y si en la fortaleza, que tan ajena parece de la flaqueza mujeril, éstas tanto exceden, así en número como en la grandeza de los tormentos y en la alegría del padecer, a los varones de allá, ¿cuánto más será el exceso en humildad, caridad y otras virtudes que no son tan extrañas a ellas?

Y aunque pusimos a éstas por ejemplo, mas ya vos veis la innumerable copia de varones y mujeres que en toda manera de estado han servido al Señor con vida perfecta en la Iglesia cristiana Católica. Algunos de los cuales, siendo en el mundo muy altos, y en toda riqueza y prosperidad humana abundantes, y esperando heredar señoríos y reinos, y de presente poseyendo mucho, han despreciádolo todo, y por agradar más a Dios, eligieron vida de cruz en pobreza y trabajos, y en obediencia de Dios y de hombres. Y esto con tan grande testimonio de virtud de dentro y de fuera, que ponían admiración a quien los trataba. Gente ha habido en nuestra Iglesia, que, como dice San Pablo (Ph 2,15), lucen en el mundo como las lumbreras del cielo, y comparados a lo restante del mundo, les hacen ventaja sin comparación. Lo cual no podrá negar, por muy porfiado que sea, quien mirare la vida de un San Pablo, y de los otros Apóstoles y apostólicos varones que en la Iglesia ha habido. Y pues tanta bondad se ha hallado en acueste pueblo cristiano, como por las obras parece, ¿qué hay que dudar, sino que hemos de decir que o no hay conocimiento de Dios en la tierra, o que éstos lo tienen, como gente más amada de Dios, y que mejor se aprovecha del conocimiento, empleándolo en mejor agradar a quien se lo dio?

Y en ninguna manera se debe decir que la tierra esté sin este conocimiento de Dios, necesario para salvarse. Porque sería decir que las principales criaturas que debajo del cielo Dios crió, y por cuyo amor crió todas las cosas, se perdían todas, por no darles Dios medio con que se salven. Y no es Dios tal, que cierra la puerta de la salvación, ni es cosa conforme a las entrañas de su bondad y misericordia, estar sin amigos a quien acá haga grandes mercedes, y en el cielo mayores.

Esta prueba de nuestra fe, de la buena vida de los cristianos, era muy estimada y encomendada por los santos Apóstoles en el principio de la Iglesia católica. Entre los cuales dice San Pedro (1P 3,1): Las mujeres sean sujetas a sus maridos; para que si algunos no creen a la palabra de Dios, sean ganados, sin palabra de Dios, por la buena conversación de sus mujeres, mirando vuestra santa conservación en temor de Dios. De donde parece la fuerza de la buena vida, pues era poderosa a convertir infieles, que por predicación apostólica, que con grande eficacia iría hecha, y aun con milagros, no se podían ganar. San Pablo dice que para ir de una tierra a otra no había menester que aquellos a quien había predicado le diesen cartas favorables para acreditarlo con aquellos a quien iba a predicar. Y dice a los Corintios (2Co 3,2): Vosotros sois mi carta, que es conocida y leída de todos. Y dice esto, porque las buenas costumbres que tenían, por medio de la predicación y trabajos, eran suficiente carta que declaraba quién era San Pablo y cuan provechosa su presencia. Y dice, que esta carta la saben y leen todos, porque cualquier gente, por bárbara que sea, aunque no entiende el lenguaje de la palabra, entiende el lenguaje del buen ejemplo y virtud que ve puesto por obra, y de allí vienen a estimar en mucho al que tales discípulos tiene. Y por eso dice el mismo Apóstol en otra parte (1Tm 6,1), que los siervos cristianos sirvan con tan buena fe a sus señores, que hermoseen en todas las cosas la doctrina de Dios nuestro Salvador. Quiere decir: Que su vida sea tal, que dé testimonio que la fe y doctrina cristiana sea tenida por verdadera.

Y cuánto vaya en acueste punto, el Señor, que todo lo sabe, nos lo enseñó muy bien, cuando orando a su Eterno Padre, dijo estas palabras, rogando por los cristianos (Jn 17,21): Ruego que todos sean una cosa, como Tú, Padre, en Mi, y Yo en Ti, para que ellos sean una cosa en nosotros, para que crea el mundo que Tú me enviaste. Cierto, gran verdad dice el que es suma Verdad, que si los cristianos fuésemos perfectos guardadores de la Ley que tenemos, cuyo principal mandamiento en el de la caridad, sería tanta la admiración que en el mundo causaríamos a los que nos viesen iguales a ellos en naturaleza, y muy mayores que ellos en la virtud, que como gente flaca a fuerte, y baja a alta, se nos rendirían y creerían que moraba Dios en nosotros; pues nos veían poder lo que las fuerzas de ellos no alcanzaban, y darían gloria a Dios que tales criados tenía. Y entonces se cumpliría que éramos carta de Jesucristo, en la cual todos leían sus lecciones, y que ataviábamos la doctrina, y que éramos buen olor suyo, pues por nuestra vida decían bien de Él.

Mas Tú, Señor, sabes, que aunque haya habido en tu Iglesia muy muchos, y siempre haya algunos, cuya vida resplandezca como una gran luz, a la cual podían atinar, si quisiesen los infieles, para conocer la verdad y salvarse: mas también sabes, Señor, cuan muchos hay en tu Iglesia, que comprende a buenos y a malos cristianos, que no sólo no son medio para que los ínfleles te conozcan y te honren, mas para que se enajenen de Ti y se cieguen más; y en lugar de la honra, que en oyendo el nombre cristiano te habían de dar, te blasfemen muy reciamente, pareciéndoles con su engañado juicio que no puede ser verdadero Dios ni Señor quien tiene criados que tan mal viven. Mas día tienes Tú, Señor, guardado para te quejar de esta ofensa, y decir (Rm 2,24): Mi nombre es blasfemado por vuestra causa, entre los infieles, y para castigar con recio castigo a quien, habiendo de coger contigo lo derramado, derrama él lo cogido (Lc 11,23), o es impedimento para no cogerse. Y entonces darás a todos a entender claramente que Tú eres bueno, aunque tus criados sean malos; porque los males que ellos hacen, a Ti desplacen, y Tú los vedas por tus mandamientos, y reciamente castigas.






Juan Avila - Audi FIlia 30