Audi filia et vide- Juan de Avila 18

2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo

a) FRUTOS DE LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN

Los que mucho se ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la continua, y muy de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes tristezas y desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo cual les es necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce mucho más que el primero les desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual como el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando cómo padeció y murió por nosotros. Esta es la nueva alegre, predicada en la nueva ley a todos los quebrantados de corazón, que les es dada una medicina muy más eficaz para su consuelo que sus llagas les pudieron desconsolar. Este Señor crucificado es el que alegra a los que el conocimiento de sus proprios pecados entristece, y el que absuelve a los que la ley condena, y que hace hijos de Dios a los que eran esclavos del demonio. A éste deben de conocer todos los adeudados y flacos. Y a éste deben de mirar todos los que sienten angustia en mirar a sí mismos. Porque así como se suele dar por consejo que miren arriba los que pasan por algún río y se les desvanece la cabeza, mirando a las aguas que corren, así quien sintiere desmayo, mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En mí mismo fue mi ánima conturbada, y por esto me acordaré de ti, de la tierra del Jordán y de los montes de Hermón y monte pequeño. Porque los misterios que Cristo obró en su baptismo y pasión son bastantes para sosegar cualquier tempestad de desconfianza que en el corazón se levante, y así por eso, como porque ningún libro hay tan eficaz para enseñar al hombre de todo género de virtud, y cuánto debe ser el pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de Dios; y también porque es extremo desagradecimiento poner en olvidado un tan inmenso beneficio de amor como fue padecer Cristo por nos, conviene, después del ejercicio de nuestro conocimiento, ocuparnos en el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, lo cual nos enseña San Bernardo, diciendo: "Cualquiera que tiene sentido de Cristo, sabe bien cuán expediente sea a la piedad cristiana, y cuánto provecho le traya al siervo de Dios, y siervo de la redempción de Cristo, acordarse con atención, a lo menos una vez en el día, de los beneficios de la pasión y redempción de nuestro Señor Jesucristo, para gozarse suavemente en la conciencia, y para asentallos fielmente en la memoria". Esto dice San Bernardo. Y, allende de esto, sabed que así como, queriendo comunicar Dios con los hombres las riquezas de su divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para que en aquella bajeza y pobreza se pudiese conformar con la pequeña capacidad de los pobres y bajos, y juntándose a ellos, los ensalzase a la alteza de él, así el camino usado de comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del pensamiento de su sacra humanidad. Esta es la puerta por donde el que entrare será salvo, y la escalera por donde suben al cielo. Y quiere Dios Padre honrar la humanidad de su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la creyere; y no dar su comunicación si no a quien con mucha atención la pensaré. Hacedos, pues, esclava de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes libertada del captiverio de vuestros pecados y de los infernales tormentos. Y no sea a vos pesado pensar lo que a Él con vuestro grande amor ro le fue pesado pasar.

b) MODO DE MEDITAR LA PASIÓN

Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así, y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que con atención penséis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por los días de la semana en esta manera: El lunes, la oración y prendimiento del huerto, y lo que aquella noche pasó en casa de Anás y Caifás. El martes, las acusaciones de un juez a otro, y sus crueles azotes, que, atado a la columna, pasó. El miércoles, cómo fue coronado y escarnecido, sacándole con vestido de grana, y caña en la mano, porque todo el pueblo le viese, y dijeron: Ecce homo. El jueves, no le podemos quitar su misterio muy excelente, conviene a saber, cómo el Hijo de Dios con profunda humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio su Cuerpo y Sangre en manjar y bebida, mandando a ellos y a todos los por venir que hiciesen lo mismo en memoria de Él. Hallaos vos presente a tal lavatorio y a tan excelente convite. Y esperad en Dios, que ni saldréi sin lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves pensaréis, el viernes, cómo el Señor fue presentado delante el juez, y sentenciado a muerte, y llevó la cruz encima sus hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo demás que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del Padre y murió. En el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su sagrado costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en los brazos de su sagrada Madre, y, después, en el sepulcro. E id acompañando su ánima al limbo de los santos padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí les concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, pues que, aliende de serle cosa debida, os será a vos muy provechosa. Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la resurrección y a la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.



AVISOS Y NORMAS PARA LA ORACIÓN

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1. Oraciones vocales y lección

Recogida, pues, en vuestra celda, como os he dicho, haréis vuestra confesión general y rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro de la pasión, aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel rato. Y serviros ha esto de dos cosas: una de enseñaros como acaeció aquel paso, para que vos lo sepáis pensar; otra, para recogeros el corazón y pegaros alguna devoción, para que, cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y, aunque no paséis de una vez todo lo que el libro dijere cerca de aquel paso, no pierde nada, porque en otra semana, cuando venga el mesmo día, se podía pensar. Y como os he dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.

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2. Hacerse presente con sencillez

Y la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros ojos, suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido de lo que piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro de vuestro corazón la imagen de aquel paso que quisierdes pensar; y, si esto se os hiciere de mal, haced cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por avisaros que no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a Jerusalén, o apartaros lejos de vos, porque suelo ser gran daño de la cabeza y secar mucho la devoción; mas, haciendo cuenta que lo tenéis presente, poned los ojos de vuestra ánima en los pies de Él, o en el suelo, cercano a Él. Y con toda reverencia oíd lo que le dicen, y mirad lo que pasa, como si a ello presente estuviérades guardándoos mucho de alborotar vuestro corazón con tristezas forzadas, o con trabajar demasiadamente por echar lágrimas, porque estas cosas suelen secar más el corazón y hacerle inhábil para la visitación del Señor, y suelen destruir mucho la salud corporal; y dejan el ánima tan atemorizada con el sinsabor que allí siente, que teme otra vez de tornar al ejercicio, como a cosa que ha experimentado dalle mucha pena. Si el Señor da lágrimas, o semejantes sentimientos, débense tomar, mas querer el hombre tomarlos por fuerza, no es cordura, mas débese de contentar con hallarse presente con vista sosegada y sencilla a lo que el Señor pasó, y mirar el amor con que padecía, y cuán grandes tormentos y deshonras eran los que padecía. Con otros mil pensamientos buenos que el Señor suele dar, dejando en las manos de Dios lo que toca a tener devoción o lágrimas.

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3. No forzar la imaginación

Debéis de estar avisada que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni sienes, por fijar mucho en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque suelen venir de estas cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a algunos que ven verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen en locura o en soberbia. E ya que esto no sea, este modo de imaginar tan profundo causa daño sin remedio en la salud. Por eso haced este ejercicio con todo el mayor sosiego que pudiérdes. Y con una simple atención que tengáis a aquel paso que consideráis, fundaos más en el pensamiento espiritual de la grandeza de quien padecía, y la bajeza vuestra, con otros pensamientos devotos, que no en meter mucho vuestra ánima en la imaginación y figura del Señor, no porque del todo lo debéis dejar, mas para que de tal manera la imaginéis, que no la tengáis a la contina ni con pena fijada, mas poquito a poquito, según que sin trabajo se os diere. Y para esto sirve mucho tener algunas imágines de los pasos de la pasión, bien proporcionadas, en las cuales miréis muchas veces, para que después, sin mucha pena, las podáis vos sola imaginar. Y no sólo habéis de evitar este trabajo de la cabeza y sienes, y pecho, en el imaginar, mas aun en el pensar. Porque algunos piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en daños de cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien quisiere acertar en este negocio, fúndese principalmente en humillarse a Dios y llegarse a él como un ignorante niño y humilde discípulo a su maestro, yendo más proveído de sosegada atención para oír lo que le han de decir, que con lengua afilada para hablar.

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4. De Dios viene la fuerza del pensar

Pensad, pues, vuestros pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni pongáis tanta fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer; mas así obrad vos vuestro ejercicio como que no sale de vos, sino que mana de aquel Señor que os alienta el corazón para pensar. Y nunca de tal arte penséis que perdáis la atención a lo que el Señor os quiere dar, teniendo aquello por principal, y lo que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no pudiéredes hacer, y sintiéredes que la cabeza y lo que os he dicho siente algún trabajo notable, no prosigáis adelante, mas sosegaos y quitad aquella angustia de corazón; con entrañable sosiego y simplicidad humillaos a Dios, para que de Él os venga la fuerza para pensar, sin que sea tan a vuestra costa. Hasta que esta pena y angustia se os quite, no prosigáis, por no caer en los males ya dichos. Y, si el Señor os hiciere merced de os dar este sosiego de pensamientos interiores, y más entrañable devoción de lo que se suele sentir con movimiento de la persona, y que os dure por muchos días, ya podréis estar pensando muy largos ratos sin sentir pesadumbre; lo cual, todo hallaréis, al contrario, si de otra manera pensáis. Y estad avisada que el paso que en un día pensáredes no os contentéis con pensarlo aquel solo rato del recogimiento, mas, en abriendo los ojos en la cama, acordaos de Él y traedlo todo aquel día en vuestro corazón; y dígolo así, porque algunos piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor dentro de sí, puestos los pies dentro de su corazón, y reclinados como otra Magdalena, y ante ellos hallan reposo. Y otros lo piensan fuera de sí, aunque cerca, mirando sus pies, según hemos dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la experiencia, aquello siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto no sea fuera de sí. Mas agora sea pensando, agora imaginando, agora mirando o oyendo cualquier cosa de fuera, luego ha de recurrir al corazón, en el cual ha de tener el hombre su aposento y ejercicio, estando recogido dentro de sí, como abeja solícita que dentro de su corcho hace la miel.

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5. Los que no son para oración mental

Cuando este ejercicio de pensamiento es más excelente, tanto es razón que haya más aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas las espinas de los errores, se cojan los buenos frutos que suele dar. Y sea el primer aviso, que hay muchas personas las cuales no conviene poner en este ejercicio por muchas causas: una, por enfermedad corporal, especialmente de la cabeza, porque, aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no les sea penoso ejercitarlo, aun con indisposición corporal, mas a los principiantes esles dañoso e imposible. Otros hay tan dados a ocupaciones exteriores, que no las pueden dejar sin pecado, ni las vaga con ellas darse al recogimiento ni es bien que se den. Otros tienen el ánima tan inquieta, y del todo indevota y seca, que por mucho tiempo y cuidado que en el recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.

Deben éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de nuestro Señor liberalmente dada a quien Él es servido, y pues a ellos no se la da, débense contentar con rezar vocalmente algunas devociones o pasos de la pasión. E yendo rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que rezan, y tengan alguna imagen devota a quien miren, y usen mucho el leer libros devotos; porque muchas veces acaece que de estos escalones los suele subir el Señor al ejercicio del pensamiento. Y, si no fuere servido, conténtense con lo que les diere.

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6. Ni sólo pensar pecados ni nunca mirarlos

Hay otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados que han hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que les dé algún consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San Bernardo dice; porque, aliende de levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados pasados, no se agrada nuestro Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo. El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que comienzan a servir a Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad de corazón se dan a pensamientos más altos que provechosos. A los cuales les está cercana la caída como a casa sin edificio. Y, si después quieren tornar a pensar cosas humildes, no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en cosas mayores, y ansí suelen quedar sin saber andar ni hablar. Por tanto, conviene que a los principios nos ocupemos más en el pensamiento de nuestros pecados que en otros por devotos que sean. Y después, poco a poco, vamos aflojando en aquel pensamiento y creciendo en el de la pasión, aunque nunca del todo debemos estar sin el uno o sin el otro. Otros hay que se suelen quejar que ninguna puerta hallan para entrar en el pensamiento de la pasión, y, si quieren porfiar en ello, sienten gran dureza en el corazón y gran sequedad. Débeseles decir a éstos que no se lleguen a este pensamiento como por fuerza y angustia de corazón, porque muchos con el apretamiento que en sí mismos llevan, y afligimiento por sentir y llorar, cierran la puerta a toda blandura y suavidad que del pensamiento de la pasión les puede venir; mas, si llegándose con humildad y sosiego, todavía no fueren recebidos, no se desconsuelen, mas lean alguna cosa sobre ello. Y si sintieren que en buena gana piensan o hablan en devoción o en otra cosa, agora sea en pensamiento de muerte, o de infierno o de cielo, o cualquier cosa, por chica que sea, no la impidan ni la quiten de allí, mas entren por la puerta que hallaren abierta, porque aquélla es por donde Dios les quiere meter.

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7. No atarse demasiado a reglas y posturas del cuerpo

Y no hay cosa que más contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima devoción y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que se vaya a meter a donde no la convidan. Y por eso es muy loable cosa, poniéndonos en nuestro ejercicio, ir con libertad y no estar atados a nuestras reglas, ni estar congojosos en cómo pensaremos lo que deseamos; mas, con tranquilidad y santo descuido, así pensar el paso que solemos que no impidamos a la mano de Dios, si a otra parte nos quisiere llevar. Y lo mismo se ha de entender de los que así toman a dientes el leer o el pensar cierta cosa, que, aunque sienten mucha devoción en el principio de ella, déjanla y piérdenla por acabar su tarea, sabiendo que el fin del leer o el pensar al Señor, y cuando Él se comunica no hemos de dejar a Él por proseguir nuestra obra. Y a este propósito hace el rigor que otros tienen en estar hincados de rodillas todo el tiempo de este ejercicio, puesto caso que su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a lo que hacen con el trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber que, aunque la oración tenga alguna poca de pena, y se ofrezca en satisfacción de los pecados, no es éste el principal fruto de ella, mas el menor, porque en comparación de la lumbre, y del gusto y de las virtudes que en ella da Dios, muy pequeña es la aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el Apóstol, tiene poco provecho. Por tanto, de tal manera debe estar el cuerpo en tiempo de esta meditación como la salud lo sufre, y como el ánima esté descansada para vacar al Señor, mayormente si este tiempo es largo, de dos o tres horas, como algunos lo usan, de los cuales muy pocos son los que pueden tener el cuerpo penado, sin perder la atención que requiere este ejercicio. Y por esto, por no perder la atención, tengan el cuerpo como más esté descansado. También hay otros que se fatigan tanto en la cabeza que otra cosa no sacan sino daño de ella y ceguedad en el corazón. Y han de saber que este negocio más es dado que tomado, y que no en la cabeza, más en el corazón, ha de ser el mayor ejercicio, haciendo allí centro y el nido de todo lo que hobiéremos de recebir.

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8. Devoción sensible

Y mírese mucho que, si en este corazón se levantaren movimientos hervorosos de devoción sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras ellos, mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima, débelos dejar pasar como si no los tuviese, y guardar dentro de sí aquel pensamiento que se los causó. Quiero decir que, quitando de sí los alborotos que causó la carne, goce con el ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio. Y de esta manera durarle ha mucho tiempo y será su consolación más de raíz y entrañable, y no verná a dar muestras de si con gemidos, y otras veces con gritos y con otras exteriores señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy gran trabajo, si una vez la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos movimientos y hervores sensuales; los cuales, cuanto más recios parecen de fuera, tanto más suelen apagar la lumbre de dentro y ponerle impedimento que no pase adelante. Heos querido dar estos avisos cerca de la oración, porque, huyendo de los inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro salvo de las muy grandes misericordias que Dios en ella suele hacer.

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9. No dejar la oración por temor de los peligros

No seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los peligros que han acaecido a los que por su soberbia, o grande ignorancia, han errado en el camino del bien, no quieren servir a Dios ni tener oración, porque no les acaezca lo que a los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro negocio, en que muchos han salido con ganancia, porque alguno, por su propria culpa, salió de él con pérdida; mas la caída ajena le debe a él hacer ser avisado, no para dejar el negocio, mas para entender en él con mayor cautela. La Escriptura dice: Quita el orín de la plata y saldrá vaso purísimo; y así debemos, con humildad y cautela, seguir el ejercicio de la santa oracion, por lo cual tantos santos y amigos de Dios han sido enriquecidos. Y no por el orín que algunos pocos indiscretos le pegaron, arrojar de nos a él, y a ella.

Que, si a eso mirásemos, en ninguna cosa osaríamos entender corporal ni espiritual, pues en todas ha habido quien yerre. Y por eso, no débense con vanos temores espantar los que quieren seguir el camino de la oración, mas con caridad amonestados y con prudencia avisados. Y más nos deben convidar a la seguir los muchos que en ella aprovecharon que espantarnos los pocos que erraron.

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10. Ejemplo de Cristo y de los santos

Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va, nos amonesta muchas veces que oremos, y que siempre oremos. Y sus santos apóstoles, especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su discípulo San Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos dan reglas y avisos de cómo hemos de entender en este santo ejercicio. Y muchos de ellos cuentan, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oí lo que el devoto San Buenaventura dice de la virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar todas las cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: "Por tanto, si queréis sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si queréis sobrepujar las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las astucias de Satanás y huir sus engaños, sed hombre de oración; si queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andar con fuerza el camino del trabajo y aflición, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida espiritual, y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración; si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y deseos, y hervores y devociones, sed hombre de oración; si queréis establecer vuestro corazón en la voluntad de Dios en espíritu varonil y propósito constante, sed hombre de oración. En conclusión, si queréis extirpar los vicios, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que enseña al ánima de todas las cosas. Y si queréis huir a la contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre de oración, porque por el ejercicio de la oración van a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas las probanzas de las escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído y vemos cada día por experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la oración. Por tanto, mucho deben dar su ánima a la oración todos los que desean imitar a Cristo, y mayormente los religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente, cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los cuidados necesarios, te deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe tanto deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace por la oración". Todo esto dice San Buenaventura, con el cual concueran otros muchos en la alabanza de la oración, los cuales no relato por ser cosa tan manifiesta, y porque para vos es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros por experiencia cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo, que tiene particular obligación a más se comunicar con él, mediante la oración, pues tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.

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11. No meterse en consideraciones altas

Estas consideraciones que habéis oído así del proprio conocimiento como del conocimiento de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque, aunque haya otras más altas, son éstas más provechosas y más seguras y manuales. Y es cosa delante de Dios agradable que, orando, nos pongamos en el postrer lugar que es el conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de nuestra medicina, que son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de ser bajos por ponernos en esta bajeza, porque cuando Dios es servido bien sabe levantar de estos lugares al pobre a la alteza de los gozos de su divinidad. Mas, así como se huelga de levantar al que está humillado a sus pies, así le suele desagradar el desmesurado atrevimiento de los que se quieren meter en consideraciones muy altas. A los cuales o se las concede para su mal, siéndoles ocasión de soberbia o de error, en pena de su atrevimiento, o usando con ellos de misericordia les reprehende blandamente, para que, abajando sus alas, estén más seguros y dispuestos para volar cuando Dios los llamare, y no por su propria presunción. De esta manera acaeció a la esposa que con atrevido amor dice en los Cantares: Enséñame tú al que ama mi ánima, adónde apacientas, y adónde te acuestas al mediodía. Quiere decir y pedir que le sean demostrados los eternos y sobrelucientes pastos del cielo, en los cuales el eterno Pastor Jesucristo, claro como el sol de mediodía, apacienta sus bienaventuradas ovejas, demostrándoles claramente su haz así como Él es. Mas esta petición no le es concedida por Dios, antes es reprendida por él, dándole a entender que más razón es que le pida ser enseñada adonde Cristo apacienta y acuesta, no al mediodía, sino a la tarde, cuando haciéndose tinieblas en la universa tierra, porque se ponía el verdadero sol, Cristo, enclavado en su cruz, como rey echado en su real cama. En la cruz apacienta Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no resplandeciente, como el sol de mediodía, mas tan desfigurada que aún sus conocientes tengan que hacer en conocerlo. Esta cama y pasto pedid que os sea enseñada, que la otra su tiempo se tiene. Agora tiempo es de cruz y de gustar el cáliz que el Señor bebió la noche de la pasión. Después será tiempo de gozo, y de beber del cáliz de los celestiales deleites que embriagan en el reino de Dios. Y no debemos de celebrar primero la fiesta que la vigilia, ni el domingo que el viernes; mas, por el trabajo de nuestro conocimiento y de la imitación de Jesucristo crucificado, hemos de pasar y esperar la gloria eterna de su resurrección.



c) EXPOSICIÓN DE UN LUGAR DE LOS CANTARES

Y esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así: Salid y mirad hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que le coronó su madre en el día del desposorio de él, y en el día de la alegría del corazón de él. En ninguna parte de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese coronado con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en el día del desposorio de él; y por eso según la historia no conviene al Salomón pecador. Por fuerza, pues la Escriptura no puede faltar, lo hemos de entender de otro Salomón verdadero, el cual es Cristo, y con mucha razón, porque Salomón quiere decir pacífico; el cual nombre le fue puesto porque no trajo guerras en su tiempo, como las trajo su padre David. Por lo cual quiso Dios, que no David, varón de sangres, mas su pacífico hijo le edificase aquel tan solmne templo en Hierusalem en que fuese Dios adorado. Pues, si por ser pacífico Salomón en la paz mundana, que algunas veces los reyes, aunque malos, la suelen en sus reinos tener, le fue puesto nombre de pacífico, ¿con cuánta más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo paz entre Dios y los hombres, no sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de nuestros pecados que causaban la enemistad, e hizo paz entre los dos contrarios pueblos, judíos y gentiles, quitando la pared de la enemistad que estaba en medio, como dice San Pablo; conviene a saber, las cerimonias de la vieja ley, y la idolatría de la gentilidad, para que unos y otros, dejadas sus particularidades y ritos que de sus pasados traían, viniesen a una nueva ley de debajo de una fe, y de un baptismo y de un Señor, esperando partir una misma herencia, por ser todos hijos de un padre del cielo que los tornó a engendrar otra vez por agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra que la primera vez fueron engendrados de sus padres de carne para miseria y deshonra. Y estos bienes todos son por Jesucristo, pacificador de cielos y tierra, y de los de lejos y cerca, y de un hombre dentro de sí mismo, do la guerra es más trabajosa y la paz más deseada. Estas paces no las pudo hacer Salomón, mas tuvo el nombre, en figura del verdadero pacificador. Así como la paz de Salomón, que es temporal, tiene figura y es sombra de la espiritual y que no tiene fin.

Pues, si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que nunca os olvidéis, la madre de este Salomón verdadero, que fue y es la bendita virgen María, hallaréis haberlo coronado con guirnalda hermosa, dándole carne sin ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día de ayuntamiento y desposorio del Verbo divino con aquella santa humanidad, y del Verbo hecho hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y de aquel sagrado vientre salió Cristo como esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr su carrera como fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra redempción, que fué la más dificultosa que ha habido. Y, al fin de la carrera, en el día del viernes santo, casóse con palabras de presente con esta su Iglesia, por quien tanto había trabajado como otro Jacob por Raquel, porque entonces le fue sacada de su costado, estando él durmiendo el sueño de muerte, a semejanza de Eva sacada de Adán, que dormía. Y por esta obra tan excelente y de tanto amor en aquel día obrada llama Cristo a este día mi día, cuando dice en el Evangelio: Abraham, vuestro padre, se gozó para ver mi día; viólo y gozóse. Lo cual fue, como dice Crisóstomo, cuando a Abraham fue revelada la muerte de Cristo en semejanza de su hijo Isaac, que Dios le mandó sacrificar en el monte de Sión. Y entonces vio este penoso día y gozóse. Mas, ¿por qué se gozó? ¿Por ventura de los azotes, o tristezas o tormentos de Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo tanta que bastaba a hacer entristecer de compasión a cualquiera por mucha alegría que tuviese. Si no, díganlo sus tres amados apóstoles, a los cuales dijo: Triste es mi ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus corazones al sonido de esta palabra, la cual suele aún a los que de lejos la oyen lastimar su corazón con agudo cuchillo de compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y cruz, fueron tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se moviera a compasión. Y aún no sé si los mismos que le atormentaban, viendo su mansedumbre en el sufrir, y la crueldad de ellos en el herir, algún rato se compadecían de quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían. Pues, si los que a Cristo aborrecían pudieran ser entristecidos por ver sus tormentos, si del todo piedras no fueran, ¿qué diremos de un hombre tan amigo de Dios como era Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó Cristo?.

Mas, porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más maravillosa, la cual dicen las ya dichas palabras de los Cantares: que esta guirnalda le fue puesta en el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es aquesto? ¿Al día de sus excesivos dolores, que lengua no hay que los pueda explicar, llama día de alegría de él? Y no alegría fingida o de fuerza, mas dice: en el de la alegría del corazón de él. ¡Oh alegría de los ángeles, y río del deleite de ellos, en cuya cara ellos se desean mirar y de cuyas sobrepujantes ondas ellos son envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus trabajos?.

¿De qué te alegras entre los azotes y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastima? Lastímate, cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu complexión era más delicada que todas. Mas, porque lastiman más nuestras lástimas, quieres sufrir de muy buena gana las tuyas por con aquellos dolores quitar los nuestros. Tú eres el que dijiste a tus amados apóstoles poco antes de la pasión: Con deseo deseado comeré esta pascua con vosotros antes que padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego viene a traer a la tierra, ¿qué quiero sino que se encienda? Con baptismo tengo de ser baptizado, ¡cómo vivo en estrechura hasta que se ponga en efeto! El fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos heciste. Y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y quién hobiera que te amara, si tú no murieras de amor por dar vida a los que por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan húmedo y frío, que, viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego de tormentos que te daban, y del amor con que tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte?¿Quién será tan porfiado, que se defienda de tu porfiada requesta, en que tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó en sus brazos y te reclinó en el pesebre, hasta que de las mismas manos y brazos de ella te tomaron y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre? Quemástete, porque no quedásemos fríos; lloraste, porque riésemos; padeciste, porque descansemos, y fuiste baptizado en el derramiento de tu sangre, porque nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades. Y dices Señor. ¡Cómo vivo en estrechura, hasta que esto baptisino se acabe!, dando a entender cuán encendido deseo tenías de nuestro remedio, aunque sabías que te había de costar la vida. Y como el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con tus penas de nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados. Y pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues era deseado por ti.

Y aunque el dolor de aquel día fuese muy expresivo, de manera que en tu persona se diga: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y ved si hay dolor que se iguale con el mío, mas el amor que en tu corazón ardía sin comparación era mayor, porque, si menester fuera a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y que estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con determinación firme subiste en ella, para hacer y sufrir todo lo que para nuestro remedio fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste, y más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por eso quedó vencedor tu amor, y, como llama viva, no se pudieron apagar los ríos grandes y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón.

Y este día vio Abraham, y se gozó, no porque le faltase compasión de tantos dolores, mas porque veía que el mundo y él habían de ser redimidos por ello. Pues en este día, salid, hijas de Sión -que son las ánimas que atalayan a Dios por la fe-, a ver el pacífico rey, que son sus dolores, que va a hacer la paz deseada; y miralde, pues, para mirar a Él os son dados los ojos. Y entre todos sus atavíos de desposorio, que lleva, mirad a la guirnalda de espinas que en su divina cabeza lleva, la cual, aunque la trajeron y se la pusieron los caballeros de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela puesto su madre, que es la sinagoga, de cuyo linaje Cristo descendió según carne; porque por la acusación de la sinagoga, y por complacer a ella, fue Cristo así atormentado. Y si alguno os dijere: "Nuevos atavíos de desposado son éstos: por guirnalda, lastimera corona; por atavíos de pies y manos, clavos agudos que se los traspasan y rompen; azotes por cinta; los cabellos pegados y enrubiados con su propria sangre; la sagrada barba arrancada; las mejillas bermejas con bofetadas; y la cama blanda, que a los desposados suelen dar con muchos olores, tórnese en áspera cruz donde justiciaban los malhechores. ¿Qué tiene que ver este abatimiento extremo con atavíos de desposorio? ¿Qué tiene que ver acompañado de ladrones, con ser acompañado de amigos, que se huelgan de honrar al nuevo desposado? ¿Qué fruto, qué música, qué placeres vemos aquí, pues la madre y amigos del desposado comen dolores y beben lágrimas, y los ángeles de la paz lloran amargamente, y no hay cosa más lejos de desposorio, que todo lo que aquí parece?

Mas no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo de desposar todo es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es sin pecado, y porque es Dios y hombre, y despósase con nosotros, feos, pobres y llenos de males, no para dejarnos en ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus bienes. Para lo cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por nosotros, tomando nuestro lugar y semejanza, para, con aquella semejanza de deudor, sin serlo, y con aquel duro castigo, sin haber hecho por qué, matase nuestra fealdad y nos diese su hermosura y riquezas. Y porque ningún desposado puede hacer a su esposa de mala, buena; ni de infernal, celestial; ni de fea en el ánima, hermosa; por eso busca las esposas que sean buenas, hermosas y ricas, y van, el día del desposorio, ataviados a gozar de los bienes que ellas tienen, y que ellos no les dieron. Mas nuestro nuevo esposo a ninguna ánima halla hermosa ni buena, si Él no la hace. Y lo que nosotros le podemos dar, que es nuestro dote, es la deuda que debemos de nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal le paramos, cuales nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él es. Porque, destruyendo con nuestra semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su imagen de hombre nuevo y celestial. Y esto obró Él con aquellos atavíos que parecen fealdad y flaqueza y son altísima honra y grandeza, pues pudieron deshacer nuestros muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y amistad del Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este es el esposo, en que os habéis de mirar, y muchas veces al día para hermosear lo que viéredes feo en vuestra ánima. Y ésta es la señal puesta en alto, para que, de cualquier víbora que seáis mordida, miréis aquí y recibáis la salud en sus llagas. Y en cualquier bien que os viniere, miréis aquí, y os sea conservado, dando gracias a este Señor, por cuyos trabajos nos vienen todos los bienes.

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Audi filia et vide- Juan de Avila 18