Audi filia et vide- Juan de Avila 30

3. Con que ojos hemos de mirar los prójimos

a) CON OJOS QUE PASEN POR NOSOTROS

Pues ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo, resta, para cumplimiento de la palabra del profeta que os dice: Ve, que oyáis con qué ojos habéis de mirar a los prójimos, para que así de todas partes tengáis luz y ningunas tinieblas os hallen. Y para esto habéis de notar que aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen por sí mismo y pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre trabajos, cuanto a su cuerpo, o tristezas o ignorancias y flaquezas, cuanto a su ánimo. Claro es que siente pena con el calor y frío, y le duele la enfermedad y desea ser no despreciado ni desechado por sus flaquezas, mas sufrido y remediado y aplacado. Pues de esto que pasa en él, así en sentir los trabajos, como en desear remedio en ellos, aprenda y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la misma flaca naturaleza de Él. Y con aquella compasión le mire y remedie y sufra, con que se mira a sí mismo y desea ser de los otros mirado y remediado. Y así cumplirá lo que la Escriptura dice: De ti mismo entiende las cosas que son de tu prójimo. Y haga con su prójimo lo que quiere que se haga con Él; porque de otra manera, ¿qué cosa puede ser más abominable que querer misericordia en sus yerros y venganza en los ajenos? Querer que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo él de la pequeña mota del ajeno defecto una gran viga? Hombre que todos quiere que miren por él, y le consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros, no merece llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos humanos, que deben de ser piadosos. La Escriptura dice: Tener peso y peso, medida y medida, abominable es delante de Dios, a dar a entender que quien tiene una medida grande para recebir, y otra pequeña para dar, que es desagradable delante los ojos de Dios. Y su pena será que, pues él no mide a su prójimo con la misericordia que quiere que midan a él, que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con que él mide a su prójimo. Porque escripto está: con la medida que midiéredes, seréis medidos. Y juicio sin misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia. Pues, doncella, en cualquier cosa que en vuestro prójimo vierdes, ¿qué es lo que vos sentís, o querríades que otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con aquellos ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remedialdo en cuanto pudiéredes y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos midiéredes, y así habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro proprio conocimiento, y seréis piadosa con todos.

b) CON OJOS QUE PASEN POR CRISTO

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1. Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo

Agora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con cuánta misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y dolor ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos a vos, mirastes a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró. Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y veréis con cuánta razón sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos. Suplicad al Señor que os abra los ojos, para que veáis el encendido fuego de amor que en su corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes, buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel que pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para codiciar mal ni destruición al que ve que Dios le desea todo bien y salvación? No se puede escribir ni decir el amor que se engendra en el corazón del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como según riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables, más como unos entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco y amistad. Porque, si según dice el refrán: "Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can", ¿cuánto os parece que querrá un amador de Cristo a su prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el mesmo Señor, por su boca, que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo recibe hecho a sí?.

Y de aquí viene que conversa el cristiano con sus prójimos con tanto cuidado de no los enojar, y tanta mansedumbre para los sufrir, que le parece que con el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón por más esclavo de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si por gran suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el precioso precio que Jesucristo dio por él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo en servicio de Cristo, sin querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran merced poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de la boca de él que los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente amados de él, ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el trabajo pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo a la contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó, cuando dijo: Mi mandamiento es aqueste, que os améis unos a otros como yo os ame.

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2. El amor del Señor en los prójimos se paga

Y añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los prójimos. Y sabed, que aunque por una parte sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace a uno no quiera ni espere el Señor interese proprio, mas todo lo que da es para gracia y merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la cual no quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos. Así, como, si un hombre hobiese prestado a otro muchos dineros, y héchole otras muchas buenas obras, y le dijese: "De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de vuestra paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo y traspaso en la persona de hulano que es necesitada; pagalde a él el agradecimiento y amor y deudas que a mí me debéis, y con ello me doy yo por pagado, porque con esa intención hice con vos lo que hice". De esta arte entre el cristiano en cuenta con Dios, y mire lo que de él ha recebido, así en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó por él, como en las misericordias que después de criado le ha hecho, no castigándole por sus pecados, no desechándole por sus enfermedades, esperándole a penitencia, y perdonándole cuantas veces ha pedido perdón, dándole bienes en lugar de males, con otras innumerables mercedes, que no se pueden contar. Y piense que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un dechado y regla para la conversación que él ha de tener con su prójimo. Y que el intento con que Dios ha obrado con él tantas mercedes es para darle a entender que, aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni remediado, quiere Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que tiene contra el que recibió las mercedes, para que el bien que el prójimo por sí no merece, le sea concedido por lo que se debía a Dios. Y se conozca por obligado y esclavo de los otros, mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se hallaba no deber nada; y tema mucho no sea en algo cruel o desamorado con los prójimos porque Dios no lo sea para con él, quitándole los bienes recebidos y castigándole como a desagradecido del perdón de los males pasados, así como lo hizo con aquel mal siervo que, habiendo recibido de su Señor perdón de diez mil talentos, fue cruel para con su prójimo, encarcelándole porque le debía cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor palabras de grandísima ira con que le dijo: Siervo malo, perdonéte toda la deuda que me debías, porque rogaste, ¿pues no fuera razón que hobieras tú misericordia de tu prójimo, como yo la hube de ti? Y airado el Señor entrególe a los atormentadores, hasta que le pagase toda la deuda que le había perdonado. Considerad, pues, a vos, y considerad a Cristo y los bienes de él recebidos, y engendrarse ha en vuestro corazón un limpio y fortísimo amor con todos los prójimos, que ningún trabajo que por ellos pasáredes, y ningunos males que ellos os hagan, os lo puedan quitar; mas, ardiendo este amor como viva llama, vencerá siempre los males que hicieren con bienes que él haga. Y mirando que no los amáis por ellos, no los dejaréis de amar por las malas obras de ellos; mas considerando a Cristo en ellos, aunque os veáis desechada, no os airaréis; aunque recibáis mal por bien, no os enojaréis, porque los ojos que ternéis puestos en Cristo, por cuyo amor los amáis, os darán tanta luz que en ninguna cosa que los prójimos hagan sentiréis tropiezo.

Y éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de tener, fundado en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas fuentes no nace es muy flaco y luego se causa. Y como casa edificada sobre movediza arena a cualquier combate y ocasión da consigo en el suelo.



III. Et inclina aurem tuam

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(
Ps 45,11)(Ps 44,11Vulg)

Tercera palabra. Como hemos de inclinar nuestras orejas y de las malas revelaciones del demonio.

Es tanta la alteza de las cosas de Dios y tan baja nuestra razón, y fácil de ser engañada, que para seguridad y salvación nuestra, ordenó Dios salvarnos por fe, y no por nuestro saber. Lo cual no hizo sin muy justa causa, porque, pues el mundo, como dice San Pablo, no conoció a Dios en sabiduría, antes desatinaron los hombres en diversos errores, atribuyendo la gloria de Dios al sol y luna y otras criaturas. Y otros ya que conocieron a Dios por rastro de las criaturas, tomaron tanta soberbia de su rastrear y conocer cosa tan alta, que les fue quitada esta luz por su soberbia, que el Señor por su bondad les había dado; y así cayeron en tinieblas de idolatría y de muchedumbre de otros pecados, como habían caído los que no conocieron a Dios, por lo cual así como los ángeles malos, después que pecaron, no consitió Dios, como quien queda escarmentado, que hobiese en el cielo criatura que pudiese pecar, así viendo cuán mal las se aprovecharon los hombres de su razón, no quiso dejar en manos de ella el conocimiento de él y salvación de ellos, mas antes, como dice San Pablo, quiso que por la predicación de lo que la razón no alcanza, hacer salvos no a los escudriñadores, mas a los sencillos creyentes, por lo cual después de habernos el Espíritu Santo amonestado las dos ya dichas palabras, oye y ve, luego nos amonesta la tercera que dice: Inclina tu oreja.

A) Positivamente


1. A la palabra de Dios: "toda la Sagrada Escritura"

En la cual nos da a entender que debemos profundamente sujetar nuestra razón, y no estar yertos en ella, si queremos que el oír y ver no nos sea ocasión de perdición. Porque es cierto que muchos han oído palabras de Dios, y han tenido claros entendimientos de cosas sutiles y altas, y porque se arrimaron más a la vista que a inclinar la oreja, tornóseles la luz en ceguedad y tropezaron en luz de mediodía como si fuera tinieblas. Por eso, ánima, que no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja, quiero decir, vuestra razón, y no tengáis temor de ser engañada. Inclinada a la palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no la entendiérdes, y os pareciere que va contra vuestra razón, no penséis que erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetadle vuestro entendimiento, y creed que por la grandeza de ella vos no la podéis alcanzar. Y mirad que manda Dios por el profeta Esaías que nuestro recurso sea a su santa Escriptura; y que a los que no hallaren según ella, no les nacerá la luz de la mañana. Porque aunque en otras cosas puedan ser sabios sin tener ciencia de ella, mas tener conocimiento de Dios y de lo que cumple a nuestra salud, no se alcanza sino por sabiduría de la palabra de Dios.

Y habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de ser por seso o ingenio de cada cual, que de esta manera qué cosa habría más incierta que ella, pues comúnmente suele haber tantos sentidos cuantas cabezas, mas ha de ser por la determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los santos de ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo, declarando la Escriptura que habló en los mismos que la escribieron. Porque de otra manera, ¿cómo se puede bien declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu divino? Pues que cada Escriptura se ha de leer y declarar con el mismo espíritu con que fue hecha. Y aunque a toda la Escriptura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con muy gran reverencia, mas inclinalda con muy mayor y particular devoción y humildad a las benditas palabras del Verbo de Dios hecho carne, abriendo vuestras orejas del cuerpo y del ánima a cualquier palabra de este Señor, particularmente dado a nosotros por maestro, por voz del eterno Padre que dijo: Este es mi amado Hijo en el cual me he aplacido, a él oíd. Sed estudiosa de leer y oír con atención y deseo de aprovechar estas palabras de Jesucristo. E sin duda hallaréis en ellas una excelente eficacia que obre en vuestra ánima, la cual no la hallaréis en todas, las otras que desde el principio del mundo Dios ha hablado ni ha de hablar hasta el fin de él.

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2. A la enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa

Ítem, inclinad vuestra oreja a la determinación y enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza en la tierra es el Pontífice romano. Y tened por cierto, como San Hierónimo dice, que cualquiera persona que fuera de esta obediencia y creencia comiere el cordero de Dios, profano es. Y quienquiera que fuere hallado fuera de esta Iglesia, necesariamente ha de perecer, como los que no entraron en el arca de Noé fueron ahogados en el diluvio. Y contra esta Iglesia no os mueva revelación ni sentimiento de espíritu, ni otra cosa mayor o menor, aunque viniese ángel del cielo a lo decir, porque como dice San Pablo, esta Iglesia es columna y firmamento de la verdad, y mora en ella el Espíritu Santo, que ni engaña ni puede ser engañado.

Por tanto nos os muevan doctrinas de herejes pasados, o presentes, o por venir, los cuales desamparados de las manos de Dios, en pena de su soberbia, siguen luz falsa, creyendo que es verdadera, y, perdiéndose ellos, son causa de perdición de cuantos los siguen. Mirad en lo que han parado los que se apartaron de la creencia de esta Iglesia católica y cómo fueron semejables a un ruido de viento que presto se pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe ha quedado por vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por estar firmada sobre firme piedra, contra la cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos, ni las puertas del infierno pueden prevalecer.Cerrad vuestras orejas a toda la dotrina ajena de la Iglesia y según la creencia usada y guardada de tanta muchedumbre de años, pues sabéis de cierto que en ella han sido salvados y santos grandísima muchedumbre de gente. Porque no veo cosa de mayor locura que dejar un camino, del cual está cierto que los que por él han caminado han sido sabios, y han agradado a Dios, y han ido al cielo, por seguir a unos menores que éstos sin comparación en todas estas cosas, y solamente mayores en la soberbia y desvergüenza de querer ser más creídos, sin prueba ninguna, que la muchedumbre de los pasados, que tuvieron divinal sabiduría, y excelentísima vida, y muchedumbre de grandes milagros. Esperad un poco y veréis el fin de los malos, y como los vomitará Dios con extrema deshonra, declarando el error de ellos, como lo hizo de los pasados y pues esto es así, para que estéis segura de estos engaños, tomad el consejo de esta dicha palabra: Inclina tu oreja, y sabed que, aunque es grande la obediencia que Dios nos pide en nuestra voluntad, pues quiere que ninguna cosa amemos sino a Él, o por Él, mas muy mayor sin comparación es la que nos demanda en nuestro entender mandándonos que, hollada nuestra razón, nos sujetemos a creencia de lo que ella no alcanza. Y esto, para que merezcamos ver claramente a Dios en el cielo como Él es, pues le creímos en sus palabras a la Iglesia, aunque nuestra razón no le alcanzase acá en el suelo, y para esta firme y bienaventurada creencia no hay cosa que tan contraria sea como tener entendimiento escudriñador, inquieto, dado a argumentos y razones, y ajeno de simplicidad y humildad, y que quiere tantear las inefables cosas de Dios y de su camino con la poquedad de su rastrear. Y acaece a éstos lo que a los que miran de hito al sol en su luz, los cuales no sólo no ven más que antes, mas menos. Tornáseles la luz tinieblas, no en ella, mas en los ojos de ellos, por ser tan flacos para mirar tan excesiva copia de luz, lo cual dice así la Escriptura: El escudriñador de la Majestad será oprimido con la gloria, como si dijese: "El que no se sujeta a creer las cosas de Dios, mas quiere por escudriño entenderlas, será derribado como con peso incomportable, con la altísima gloria que quiere decir claridad que tienen las cosas de Dios que él escudriña; y será rechazado su entendimiento, y cegado, por el sumo exceso que hay de él a la alteza de las cosas de Dios. Y así, en lugar de la luz que buscaba, saca tinieblas, y en lugar de ir satisfecho y con sosiego del ánima, saca inquietud, porque no se queriendo llegar a Dios con sencilleza y humildad de niño, no se le comunica el Espíritu Santo, que a solos los humildes se da. Y sin él por fuerza ha de quedar el ánima fría, inquieta, llena de dudas, y en hambre continua, diciendo después que muchos trabajos aquella voz de filósofos cansados de su curiosidad y vacío de contentamiento: "Esto sólo sabemos, que ninguna cosa sabemos".

Quien quisiere, pues, nadar sin ser ahogado en el abismo de las cosas de Dios, no ha menester dos ojos y dos orejas, mas uno. Acordaos como lo dice el esposo a la esposa en los Cantares: Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, en uno de tus ojos, y mirad también que en la palabra que estamos declarando no dice el Espíritu Santo: Inclina tus orejas, sino: Inclina tu oreja, porque no con ojo de nuestra razón, mas con ojo de fe herimos de amor al corazón de Jesucristo nuestro Señor. Y no nos pide la oreja que escudriña y tantea lo que le dicen, mas la que cree con sinceridad; porque la otra no es oreja de quien quiere aprender, mas de quien se tiene por sabio aún para con Dios, no queriendo creer de Él sino lo que alcanza su ciega razón. Y aunque parece que esta oreja oye, no se inclina, pues no quiere creer lo que no entiende. Y así quédase pobre, porque, faltando la fe, ningún bien le puede dar, mas la que se inclina es enriquecida de Dios con darle su espíritu y otras innumerables mercedes que tras las humildad de fe suelen venir, con las cuales queda el ánima hermoseada en su corazón y en sus obras, a semejanza de Rebeca, hermosa doncella, a la cual le fue dado de parte de Isaac ajorcas para las manos y zarcillos para la oreja. Y, porque nos fuese más y más encomendada esta sencilla sujeción del entendimiento a las cosas de Dios, no se contentó el Espíritu Santo: Oye hija, que bien entendido quiere decir: Cree, mas añade la tercera palabra diciendo: Inclina tu oreja; para que sepan los hombres que, pues Dios no habla palabras ociosas, en decir tantas veces una misma cosa por diversas palabras, nos quiere muy de verdad encomendar este sencillo y humilde creer y decir que consiste en ello nuestra salud.

B) Negativamente


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1. Malas revelaciones del demonio

No es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los que caminan el camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del cual, consiste en el aviso que el Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta palabra que dice: Inclina tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales; los cuales muchas veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas: una, para, con aquellos engaños, quitar el crédito de las verdaderas revelaciones de Dios, como también ha procurado falsos milagros para quitar el crédito de los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona debajo de especie de bien, ya que por otra parte no pueda. Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos hemos visto en los presentes, los cuales deben poner escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos que tanto crédito primero les daban, dejaron y avisaron, después de haber sido libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en ellos.

a) ENGAÑOS PASADOS

Gersón cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de aquesto. Y dice haber sabido de muchos que decían y tenían por muy cierto haberles revelado Dios que habían de ser papas, y alguno de ellos lo escribió así, y por conjeturas y otras pruebas afirmaban ser verdad. Y otro, teniendo el mismo crédito que había de ser papa, después se le asentó en el corazón que había de ser anticristo, o a lo menos mensajero, y después fue gravemente tentando de matarse él mismo, por no traer tanto daño al pueblo cristiano, hasta que por la misericordia de Dios fue sacado de todos estos engaños, y los dejó, enseñándolo para cautela y enseñanza de todos.

b) ENGAÑOS DE ESTOS TIEMPOS

No han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que ellos habían de reformar la Iglesia cristiana, y traerla a la perfección que en su principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo, ha sido suficiente prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber entendido en su propria reformación que con la gracia de Dios les fuera ligera, que, olvidando sus proprias conciencias, poner los ojos de su vanidad en cosa que Dios no la quería hacer por medio de ellos.

Otros han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve atajo para llegar presto a Dios. Parecíales que, dándose una vez perfectamente a Él, y dejándose en sus manos, eran tanto amados de Dios, y regidos por el Espíritu Santo, que todo lo que a su corazón venía no era otra cosa sino lumbre e instinto de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste movimiento interior no les venía, no habían de moverse a hacer obra, por buena que fuese. Y si les movía el corazón a hacer alguna obra, la habían de hacer, aunque fuese contra el mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana que en su corazón sentían era instinto y libertad del Espíritu Santo que los libertaba de toda obligación de mandamiento de Dios, al cual decían que amaban tan de verdad que, aún quebrantando sus mandamientos, no perdían su amor. Y no miraban que predicó el Hijo de Dios, por su boca lo contrario de esto, diciendo: Si alguno me ama guardará mi palabra. Y el que tiene mis mandamientos y los guarda, aquel es el que ama, dando claramente a entender, que quien no guarda sus palabras, no tiene su amor ni amistad, porque, como dice San Augustín: "No puede uno amar al rey, cuyo mandamiento aborrece".

Y lo que el Apóstol dice, que al justo no le es impuesta ley y que, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, no se ha de entender que el Espíritu Santo haga a ninguno, por justo que sea, libertado de la guarda de los mandamientos de Dios, mas antes, cuanto más se les comunica, más amor les pone, y, creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar más y más las palabras de Dios, más amado: Si no que, como este Espíritu sea eficacísimo y haga el hombre verdadero y ferviente amador, pónele tal disposición en el ánimo que no le es pesada la guarda de los mandamientos de Dios, antes muy fácil, y tan sabrosa que diga David: Cuán dulces son para mi garganta tus palabras, más que la miel para mi boca. Porque, como este Espíritu ponga perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios, haciéndole que sea un espíritu con él que quiere decir, tener un querer y no querer, necesariamente ha de ser al hombre sabrosa la guarda de la voluntad de Dios, tanto que si la misma ley de Dios se perdiese, se hallaría escripta por el EspírituSanto en la voluntad del tal hombre, pues está conforme con la voluntad de Dios, que hizo la ley.

Y como sea fácil y dulce uno obrar lo que ama, de ahí es que quien aqueste Espíritu de Dios, que hace libre tiene en abundancia, obra tan sin pesadumbre y sin captiverio que, aunque no hobiese infierno que amenazase ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el amor de la voluntad de Dios lo que obra; y todo lo que sufriese le sería agradable; como un amoroso hijo reverencia y ama a su padre, y cumple sus palabras, por sólo el amor libre que del filial parentesco se causa en su corazón, sin mirar a otra. Pues como el Espíritu de Dios obró en el corazón del hombre para con Dios lo que la generación humana en el corazón del hijo para con su padre, hácele obrar por puro amor, sin que ninguna cosa le sea carga. Y tras este perfeto amor viene perfeto aborrecimiento de todo pecado, y viene la perfeta confianza, que quita toda tristeza y temor. Y quitándole del corazón maldad y temor, quítale toda pesadumbre y hácele libre de toda carga; sufre los trabajos no sólo con paciencia, mas con alegría. Y porque ninguna cosa tiene sobre su cuello que se le apegue, dícese no ser esclavo, mas libre, que obra por puro amor, y no forzado por las promesas o amenazas de la ley. Y por eso dice que no le es puesta ley; porque, aunque la guarda, no siente aquella pena con ella que suelen sentir los que hallan su corazón contrario a la ley, los cuales obran no por amor ni con delites, mas apremiados y compelidos con el temor de la ley. De manera que, aunque al justo lo es puesta ley, y es obligado a guardarla, se dice no le ser puesta por el espíritu que le da, y el amor que liberta, no de la guarda de ella, mas de la carga de ella, que hace que no esté él debajo de ella como caído y entristecido y atemorizado, mas encima de ella, sintiendo su corazón tan lleno de amor que le hace obrar con deleite lo que ella manda con majestad. No porque es mandado con imperio cargoso, sino porque obrada a Dios entrañablemente amado. Por el cual aun haría hombre más de lo que la ley manda, si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que el que la misma ley pone. Y así no está justo debajo de ley, haciéndosele de mal lo que ella manda, mas está encima de ella, porque se deleita en el cumplimiento de ella. Y cuanto tiene de amor, tanto tiene de libertad.

Y así se ha de entender lo que dice el apóstol: Si sois llevados por el espíritu, no estáis debajo de ley. Como si dijese. El espíritu hace que no os tenga apremiados ni derribados la ley como con peso. Y por eso se dice este espíritu hacer libres, porque quita la gana del pecar, y la pesadumbre de la ley, y las tristezas y congojas que suelen dar los trabajos, y hace robustos y fuertes contra el pecado, y amorosos para con la ley, y gozosos en los trabajos, mas no quebrantadores de los mandamientos de Dios, antes en esto más servidores, porque más amadores; y en quebrándose uno de los mandamientos de Dios, este espíritu se va luego, según está escripto, que se aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, y será echado del ánima, por venir a ella la maldad. No diga, pues, nadie quebrantando mandamiento de Dios, que sea justo o libre con el amor de Dios; porque, como no hay participación de luz en tinieblas así no la hay entre Dios y el que peca, según está escripto, que es aborrecible a Dios el malo y su maldad.

c) REGLAS PARA NO ENGAÑARSE

Heos querido dar cuenta de este tan ciego error, como poniéndoos ejemplo por donde saquéis otros muchos tan torpes y más que aqueste, en los cuales han caído en tiempos pasados y presentes los que han querido dar crédito ligeramente a lo que sentían en su corazón, creyendo ser todo de Dios, y porque vuestra ánima no sea una de aquestas, notaréis las reglas siguientes, pidiendo a nuestro Señor que él, mediante ellas, os libre de lazo tan peligroso.

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1. No desear revelaciones

Sea la primera, que tengáis mucho aviso de no consentir poco ni mucho vivir en vos el deseo de visiones o revelaciones, o cosas semejantes; porque es señal de soberbia o curiosidad peligrosa. De lo cual San Augustín fue en algún tiempo tentado, y suplicaba con mucha instancia a nuestro Señor no le dejase consentir en ello; cuyas palabras son éstas: "¡Con cuántas artes de tentaciones trabajó conmigo el demonio porque pidiese a ti, Señor, algún milagro!; más ruégote, por amor de nuestro rey Jesucristo, y por nuestra ciudad Jerusalén, la del cielo, que es casta y sencilla, que así como está lejos de mí el consentimiento de aquesta tentación, así lo esté siempre más y más lejos". Y San Buenaventura dice que muchos han sido derribados en muchas locuras y errores por el deseo de aquestas cosas, y dice que antes deben ser temidos que deseados.

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2. No ensoberbecerse, si se tienen

Y si, sin quererlas vos, os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis luego crédito, mas recorred luego a nuestro Señor suplicándole que no sea servido de llevaros por este camino, pues hay otros muchos más dignos a quien puede su Majestad tomar por instrumentos para estas cosas, y a vos que os deje obrar vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente habéis de mirar aquesto cuanto la revelación o instinto interior os convidare a reprehender, o avisar de alguna cosa secreta a tercera persona, cuanto más, si es sacerdote, o perlado, o semejante persona; desechar muy de corazón estas cosas, y decir como dijo Moisén: Suplícote Señor, envíes el que has de enviar. Y como Jeremías decía: Mochacho soy, Señor, y no sé hablar, teniéndose entrambos por insuficientes, y huyendo de ser enviados a corregir y avisar a los otros.

Y no temáis que por esta resistencia humilde se enojará o ausentará nuestro Señor, antes se acercará más, y lo aclarará más, pues que quien da su gracia a los humildes, no la quitará a que ya ha dado a los que lo son. De San Ambrosio leemos que, apareciéndole ciertas noches la figura de San Pablo, y de Gamaliel no dio crédito que aquello fuese de parte de Dios; mas suplicóle muchas veces, que, si era alguna ilusión del demonio, él la hiciese huir, y, si era cosa buena, él la aclarase. Mas, para que diese crédito a cosa cierta, y no estuviese penado cada duda, y acrecentando él los ayunos y oraciones, certificóle nuestro Señor que aquella visión no era engaño, mas cosa de él. Y entonces se aseguró. De un padre del yermo leemos que, apareciéndole uno en figura del crucifijo, no solo no lo quiso adorar ni creer, mas cerrados los ojos, dijo: "No quiero ver en este mundo a Jesucristo, que abástame que lo vea en el cielo". Con la cual repuesta huyó el demonio, que con figura ajena quería engañar al ermitaño. Otro padre respondió a uno que decía ser el ángel enviado a él de parte de Dios: "Yo no he menester ni soy digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quien te enviaron, que no es posible que te enviaron a mí, ni te quiero oír". Y así con esta humilde respuesta huyó el demonio soberbio.

Y por esta vía de humildad, y de desechar de corazón estas cosas, han sido muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta vía el demonio les tenía armados, probando en sí mismos lo que dice David: El Señor guarda a los pequeñuelos, humilléme yo, y libróme Él. Y en otra parte dice: Él me libró del lazo de los cazadores; y, por el contrario, hallando la falsa revelación o instinto del demonio, algún aplacimiento liviano en el corazón de quien le recibe, prende allí y toma fuerzas para del todo engañar, permitiéndolo Dios no sin justo juicio. Porque, como dice San Augustín, la soberbia merece ser engañada. Estad, pues, tan limpio de aqueste aplacimiento, y de pensar que sois algo para aquestas revelaciones, que se mude vuestro corazón del lugar humilde en que antes estaba debajo del temor santo de Dios. Y así os habed en ellas como si no os hobieran venido, esperando la voluntad y mandamiento del Señor en todas las cosas, el cual aclare a lo que cerca de ellas habéis de tener y a que estéis libres del deseo curioso de aquestas cosas.

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3. No darles crédito fácilmente

Resta deciros en esto tres reglas cómo se conocerá ser un espíritu de revelación bueno o malo. La cual cuestión no sabría decir si es más necesaria que dificultosa de saber. Porque, si al Espíritu bueno de Dios tenemos por espíritu malo del demonio, ¿qué blasfemia puede ser peor y en qué diferimos de los miserables fariseos contraditores de la verdad de Dios, que atribuyen al espíritu malo las obras que Jesucristo nuestro Redemptor hacía por el Espíritu Santo? Y, si con facilidad de creencia aceptamos el instinto al espíritu malo por cosa del Espíritu Santo, ¿qué mayor mal que de éstos, que seguir las tinieblas por luz, y el engaño por verdad, y lo que peor es al demonio por Dios? En entrambas partes hay peligro grande, o teniendo a Dios por demonio o al demonio por Dios. Y cuán gran necesidad haya de saber distinguir y estimar cada cosa de éstas en lo que ella es, ninguno hay, por ciego que sea, que no lo vea. Mas cuán clara está la necesidad, tan ascondida y dificultosa está la certificación y lumbre de aquesta duda. Y así como no es de todos profetizar o hacer milagros, con otras semejantes gracias, sino de aquellos a quien el Espíritu Santo por su voluntad las reparte, así como no es dado al espíritu humano, por sabio que sea, juzgar con certidumbre y verdad la diferencia de los espíritus, si no fuese alguna cosa muy clara contra la Escriptura o Iglesia de Dios. Necesaria es en todo caso lumbre del Espíritu Santo, que se llama discreción de espíritu, con la cual entrañable inspiración y alumbramiento se hace huir todo error, y opinión y duda. Y juzga el hombre, que este don tiene, cuál es el espíritu de verdad o de mentira, sin error. Y si nuestro Señor os ha dado este don, excusado es daros otra enseñanza más; sino, para alguna ayuda de aquesta cosa tan alta, miraréis los siguientes avisos, sacados de las palabras de Dios, y de sus santos.

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2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las revelaciones


Audi filia et vide- Juan de Avila 30