Audi filia et vide- Juan de Avila 39

2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las revelaciones

a) CONFORMIDAD CON LA SAGRADA ESCRITURA

Sea el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola, mas acompañada de la Escriptura de Dios, contenida en el Viejo y Nuevo Testamento, y nuevas cosas conformes a la enseñanza y vida de Cristo y de los santos pasados.

De esta manera leemos que, cuando apareció Cristo en el monte Tabor, no fue solo, mas con copia de abonados testigos. No porque Él los hobiese menester, pues es verdad inmutable, de cuya participación reciben firmeza todas las otras verdades, mas por darnos a entender que así como en otras cosas Él padeció y hizo por nuestro ejemplo lo que mirando a Él no había necesidad de hacerlo, así trayendo testigos el que no los hubo menester, se nos da a entender que no debemos recebir cosa ninguna de aquestas, si no trae por testigos al Viejo Testamento con sus profetas, que son figurados en Moisén y Elías, y al Nuevo y dotrina apostólica, figurado en San Pedro, San Juan y Santiago, que presentes estaban. En la cual enseñanza hemos de estar tan firmes que, si el ángel del cielo contra ésta nos enseñase, no lo hemos de creer, mas tenerlo por engaño y maldición, como dice el apóstol San Pablo.

Lo cual no se dice porque el ángel bueno pueda enseñar cosa contra la Escriptura de Dios, mas, para que sepamos que hemos de dar mayor creencia que a criatura del cielo ni de la tierra a la Escriptura divina, pues quien en ella habló es más alto y más verdadero que todos; y ella es el sello real que hace dar crédito a las revelaciones y dotrinas que concuerdan con ella, y es el cuño donde está la verdadera moneda de la verdad de Dios, a la cual se ha de venir a examinar toda otra cosa para ser aprobada, si fuere conforme, o reprobada, si discordare. E ya os he arriba avisado, y por eso no lo torno a decir, que la interpretación de esta Escriptura no ha de ser por humano sentido, mas por luz del Espíritu Santo, que alumbra a su Iglesia y a los santos dotores que en ella han hablado.

b) NO HAYA MENTIRA

El segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación o instinto a ver si hay en ella alguna mentira.

Porque, si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis verdad sin mezcla de mentira, ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo que es del demonio muchas veces hay mil verdades, para hacer creer una mentira. Y avísoos que no seáis fácil a dar crédito a palabras de revelación, que por voz corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os fueren dichas, las cuales, aunque a algunas ignorantes parecen ser todas de parte de Dios, por ver que el ánima las percibe tan claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen, y sienten de cierto que no salen de ella, sino que les son de otro espíritu dichas; mas, aunque así sea, muchas de ellas, y muchas veces, son del demonio, que puede hablar a nuestra ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de estas tales palabras interiormente dichas al ánima he visto yo en personas haber sido llenas de engaño, y del espíritu de la falsedad.

Esperad, pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se mezcla, tenedlo todo por sospechoso y examinadlo con diligencia doblada.

c) TRAIGA PROVECHO ESPIRITUAL

Sea el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y edificación para el ánima, dejando el corazón más aprovechado que antes, instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si un hombre bueno no habla cosas ociosas, menos las hablará nuestro Señor, el cual dice: Yo soy el Señor, que te enseño cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas. Y cuando viéredes que no hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por fruto del demonio que anda por engañar, o hacer perder tiempo a la persona a quien la trae, y a las otras a quien se cuenta; y cuando más no puede, con este perdimiento de tiempo se da por contenta.

d) CIERTA SEÑAL ES LA HUMILDAD

Otros muchos avisos se suelen dar para esto mismo, así como si la visión trae al principio espanto y después sosiego, suélese tener por buena. Y, si al contrario, por sospechosa. Mas la más cierta señal que asegura lo que el ánima tiene ser de Dios es la humildad. Lo cual pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda. Porque, según dice San Gregorio: "Evidentísima señal de los escogidos es la humildad, y de los reprobados es la soberbia". Mirad, pues, qué rostro queda en vuestra ánima de la visión o consolación, y espiritual sentimiento. Y, si os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos livianos de comunicar con otras personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco vos ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso de ello, mas echaislo en olvido, como cosa que puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os viene a la memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran misericordia de Dios que a cosas tan viles hace tantas mercedes, y sentís vuestro corazón tan sosegado y más en el propio conocimiento, como antes que aquello os viniese lo estábades, pensad que aquella visitación fue de parte de Dios, pues es conforme a la enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre sea bajo y despreciado en sus proprios ojos. Y de los bienes que de Dios recibiere se conozca por más obligado y avergonzado, atribuyendo toda la gloria a aquel de cuya mano viene todo lo bueno. Y con esto concuerda San Gregorio, diciendo: "Así el ánima que es llena del divino espíritu tiene sus evidentísimas señales, conviene a saber: verdad y humildad. Las cuales entrambas, si perfectamente en una ánima se juntaren, es cosa notoria que dan testimonio de la presencia del Espíritu Santo. Con esto mismo concuerda lo que dice el profeta Esaías: Que lava el Señor la suciedad de las hijas de Sión en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que la visitación primero obra en el ánima juicio, que es darle a entender quién ella es y hacerla humillar, y después, como sobre cosa segura, enviarle el espíritu del amor con otros mil bienes.

Mas cuando es espíritu del demonio es muy al revés. Porque, al principio o al cabo de la revelación, o consolación, siéntese el ánima liviana, deseosa de hablar lo que siente, y con alguna estima de su proprio juicio, pensando que ha de hacer Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de pensar en sus defetos, ni que otro se los diga ni reprehenda, mas todo su hecho es hablar y revolver en su memoria aquella cosa que tiene, y de ella querría que hablasen. Cuando estas señales y otras que demuestran liviandad de corazón vierdes, pronunciad sin duda ninguna que anda por allí el espíritu del soberbio demonio. Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por buena que os parezca, ahora sea lágrima ahora sea consuelo, ahora sea conocimiento de cosas de Dios, y aunque sea ser subida hasta el tercero cielo, si vuestra ánima no queda con profunda humildad, no os fiéis en cosa ninguna, ni la recibáis, porque, mientras más alta es, es más peligrosa y haceros ha dar mayor caída. Pedí a Dios gracia para conoceros y humillaros, y sobre esto deos más lo que fuere servido. Mas, faltando esto, todo lo otro, por precioso que parezca, no es oro, sino oropel, y no harina de mantenimiento, sino ceniza de liviandad.


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3. La soberbia, causa de engaños. El director espiritual

Tiene este mal la soberbia, que despoja al ánima de la verdadera gracia de Dios y, si algunos bienes le deja, son falsificados para que no agraden a Dios y sean ocasión al que los tiene de mayor caída. Leemos de nuestro Redemptor que, cuando apareció a sus discípulos el día de su Ascensión, primero les reprehendió la incredulidad y dureza del corazón, y después los mandó ir a predicar, dándoles poder para hacer muchos y grandes milagros, dando a entender que a quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mesmo, dándole conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propria bajeza, sin poder atribuir a sí mismo otra cosa sino su indignidad.

Mas habéis de notar que muchos sienten en sí mismos su propria vileza, y cuán nada son de su parte, y paréceles que atribuyen primeramente la gloria a Dios de todos sus bienes y tienen otras muchas señales de humildad, y con todo esto están llenos de soberbia y tan enlazados de ella, cuanto ellos más libres piensan estar. Y ésta es la causa, porque ya que vivan en verdad, por no atribuir los bienes a sí, viven en engaño por pensar que son sus bienes más y mayores de lo que a la verdad son. Y piensan tener de Dios tanta lumbre que ellos solos bastan para regirse en el camino de Dios, y aun para regir a otros, sin conocer persona que sea suficiente para los regir. Son en gran manera amigos de su parecer, y aún tienen en poco algunas veces lo que los santos pasados dijeron, y lo que a los santos de Dios, que en su tiempo viven, parece. Y játanse tener el espíritu de Cristo, y ser regidos por Él, y no haber humano consejo, pues con tanta certidumbre Dios les satisface en sus corazones. Piensan, como San Bernardo dice, que hay nublado en las casas ajenas, y que en solas las suyas luce el sol. Desfrezan y desprecian a todos los sabios, como Goliad al pueblo de Dios. Sólo aquél es bueno en su juicio que con ellos se conforma, y no hay cosa que más molesta les sea que hallar quien los contradiga. Quieren ser maestros de todos y creídos de todos, y ellos a ninguno creen. Y a la discreción cauta de los experimentados llaman tibieza y temor. Y a los desenfrenados fervores y novedades, llenas de singularidad, o causadoras de alborotos, llaman libertad de espíritu y fortaleza de Dios. Y aunque trayan en la boca casi a la contina: "Y esto me dijo mi espíritu", "y esto tengo por prueba muy suficiente", mas otras veces alegan la Escriptura de Dios, mas no la quieren entender como la Iglesia y santos la entienden, mas como a ellos parece, creyendo que no tienen ellos menos lumbre que los pasados, antes que los ha tomado Dios por instrumento para cosas mayores que a ellos. Y así, haciendo ídolo de sí mismo, y poniéndose encima de las cabezas de todos con abominable altivez, es tan miserable el engaño de ellos, que, siendo extremadamente soberbios, se tienen por perfetos humildes, y, creyendo que en solos ellos mora Dios, está Dios muy lejos de ellos, y lo que piensan que es luz es muy escuras tinieblas. De éstos dice Gersón: "Hay algunos a los cuales es cosa agradable ser guiados por su parecer proprio y andar en sus invenciones. Guíalos, o por mejor decir, arrójalos su propria opinión, que es peligrosísima guía. Macéranse con ayunos demasiadamente, velando mucho; turban y desvanecen el celebro con demasía de lágrimas. Y entre estas cosas no creen amonestación ni consejo de nadie. No curan de pedir consejo a los sabios en la ley de Dios, ni se curan de oírlos, y cuando los oyen, o piden consejo, desprecian sus dichos y es la causa, porque han hecho entender de sí mismos que son ya alguna cosa, y que saben mejor que todos qué es lo que les conviene hacer. De estos tales yo pronuncio que presto caerán en toda ilusión de demonios. Presto caerán en la piedra del tropiezo, porque son llevados con ciega precipitación y ligereza demasiada. Por tanto, cualquiera cosa que dijeren de revelaciones no acostumbradas, tenlo por sospechoso". Todo esto dice Gersón.


a) LOS SANTOS HABLAN DE LA NECESIDAD DEL DIRECTOR

Ítem dice San Augustín, reprendiendo a los que quieren ser enseñados inmediatamente por Dios y no por medio de los hombres: "Huyamos tales tentaciones que son soberbiosísimas y peligrosas, antes pensemos cómo el mesmo Apóstol San Pablo, aunque fue postrado y enseñado con voz celestial, con todo eso fue enviado a hombre para recebir los sacramentos, y ser encorporado en la Iglesia. Y Cornelio centurión fue enviado a San Pablo, no solamente para recebir sacramentos, mas para oír de él lo que había de creer y y esperar y amar. Porque, si no hablase Dios a los hombres por boca de hombres, muy abatida cosa sería la condición humana. ¿Y cómo sería verdad lo que está escripto; el templo de Dios santo es, que sois vosotros, si no diese Dios respuestas de este templo, que son los hombres, mas todo lo que quisiese que aprendiesen los hombres se lo hubiese de decir desde el cielo, y por medio de ángeles? Y también la misma caridad no ternía entrada para que se juntasen y comunicasen los corazones de unos con otros, si los hombres no aprendiesen mediante otros hombres. San Felipe fue enviado al eunuco. Y Moisén recibió el consejo de su suegro Yetró". Todo esto dice San Agustín. Ítem dice San Joan Clímaco que el hombre que se cree a sí mismo no ha menester que le tiente demonio, porque él mismo se es demonio para sí. Ítem dice San Hierónimo: "No quise yo seguir mi proprio parecer, el cual suele ser muy mal consejero". Ítem San Vicente aconseja mucho que el hombre que quisiere ser espiritual tenga algún maestro por quien se rija; y, si lo puede haber y no lo toma, que nunca le comunicará Dios la gracia por su soberbia. San Bernardo y San Buenaventura a cada paso aconsejan lo mismo. Y la Escriptura de Dios está llena de esto mismo, que unas veces dice: ¡Ay de vosotros sabios en vuestros ojos y delante de vosotros mismos prudentes!; y en otra parte: Si vieres algún hombre que se tiene por sabio, cree que más bien librado que éste será el ignorante. Y San Pablo nos amonesta: No queráis ser sabios acerca de vosotros mismos, y el Sabio dice: Si no dijeres al necio las cosas que él cree en su corazón no recibirá las palabras de prudencia. Y en otra parte: Si inclinares tu oreja, recibirás dotrina; y si amares el oír, serás sabio. Y, por no ser prolijo, digo que la Escriptura y las amonestaciones de los santos, y las vidas de ellos, y las experiencias que hemos visto, todas a una boca nos encomiendan que no nos arrimemos a nuestra prudencia, mas que inclinemos nuestra oreja al ajeno consejo. Porque de otra manera, ¿qué cosa habría más sin orden que la Iglesia de Dios, o cualquiera congregación, si cualquiera ha de seguir su parecer, pensando que acierta? ¿Y cómo puede ser que el espíritu de Cristo, que es espíritu de humildad, y paz, y de unión, mueva y enseñe a uno a ser en contrario de todos los otros en quien el mismo Dios mora? ¿Y cómo puede nacer del que se tenga un hombre en tanta estima que no se halle en la congregación de los hombres? ¿Quién lo puede enseñar ni juzgar de él, si su espíritu es bueno o malo? Porque, como dice San Augustín, no dejaría de tomar este ajeno consejo y obedecer, sino por que piensa, por su soberbia, que es mejor que el otro que le aconseja. E ya que sea tanta su soberbia que crea que es mejor que los otros, debe pensar que así como puede ser uno menos bueno que otro, y tener don de profecía, de sanar enfermos o semejantes dones, de los cuales carezca el que es mejor, así puede ser que el que es menor en otros dones sea mayor en tener don de consejo, o de discreción de espíritus, de los cuales carezca el otro que era mayor. Y, pues Dios es tan amigo de humildad y paz, no tema nadie que, si lo que tiene es de Dios, se vaya o se pierda por sujetarse por el mismo Dios al ajeno parecer, antes más y más se confirmará. Y si de otra parte fuere, huirá. Y si su sabiduría es infundida de Dios, mire que una de las condiciones de ella, según dice Santiago, es ser suadible.

Y mire que llama San Augustín a estos pensamientos soberbísimos y peligrosísimos, porque, aunque sea peligrosa la soberbia de la voluntad, que es no querer obedecer a voluntad ajena, muy más peligrosa es la soberbia del entendimiento, que es, creyendo a su parecer, no sujetarse al ajeno. Porque el soberbio en la voluntad alguna vez obedeciera pues tiene por mejor el ajeno parecer. Mas quien tiene asentado en sí que su parecer es mejor, ¿quién lo curará? ¿Y cómo obedecerá a lo que no tiene por tan bueno? Si el ojo del ánima, que es el entendimiento, con que se había de ver y curar la soberbia, ese mismo está ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién lo curara? Y si la luz se torna tinieblas, y si la regla se tuerce, ¿qué tal quedará lo demás? Y son tan grandes los males que vienen de aquesta soberbia que turban a todos con cuantos contratan; porque con quien defiende su parecer proprio y es amigo de él, ¿quién hay que en paz pueda vivir? Y porque del todo maldigáis y huyáis de este vicio, sabed que llega su mal hasta hacer a los que eran buenos cristianos ser perversos herejes. Ni por otra cosa lo han sido, ni son, sino por creer más a su parecer proprio que el de la Iglesia y de sus mayores. Pensaban ellos que acertaban, y que lo que en sus corazones pasaba era obra de Dios; y que si creían más al parecer ajeno que a lo que en sus corazones sentían, dejaban a Dios por el hombre, la luz por las tinieblas, mas la experiencia y verdad nos demuestran, que lo que pensaban ser espíritu de verdad era espíritu de engaño; el cual, cuando por otra parte no los pudo vencer, combatiólos transformándose en ángel de luz debajo de semejanza de bien, y así quitóles la vida y el alma. Y todo esto por no querer sujetarse a creer parecer ajeno.

Por tanto, doncella, así como os amonesto que seáis enemiga de vuestra voluntad y mandar, así, y mucho más, os mando que seáis capital enemiga de vuestro parecer, y de querer salir con la vuestra. Sed enemiga de él en vuestra casa y fuera de casa. Y, aunque sea en cosas livianas, no lo sigáis, porque a duras penas hallaréis cosa que tanto turbe el sosiego que Cristo quiere en vuestra ánima, como el profiar y querer salir con la vuestra. Y más vale que se pierda lo que vos deseábades que se hiciese que cosa que tanto habéis menester para gozar de Dios, como es el reposo de vuestra conciencia.

Por tanto, hacedos tan baja y sin contradición, y sujeta a toda criatura, como dice San Pedro, que pueda cualquiera pasar por vos y hollaros como a un poco de lodo. Y haced cuenta que primero vuestra madre, y después todas las demás, son vuestra abadesa. A las cuales obedeced con profunda humildad, sin cansaros, pensando que no es muy amiga de obediencia la sierva de Dios que a su sola abadesa o madre obedece, mas que debe buscar la dicha obediencia en todas partes que la pudiere hallar, con mayor deseo que la sierva del mundo y de la vanidad huye de obedecer y desea mandar. Y, para que ligeramente y con gozo hagáis esto, traed a la memoria cuando el soberano Maestro y Señor se hincó de rodillas a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel que empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con tanto amor se los había lavado. Y aunque estas cosas en que os digo que sigáis voluntad y parecer ajeno sean de asco, y os parezcan de poca importancia, no lo dejéis de hacer, porque, allende de evitar la turbación de corazón que es pestilencia del ánima, acostumbraros heis poco a poco a obedecer voluntad y parecer ajeno en casos mayores, porque ya sabéis que los que se han de ver en alguna obra de afrenta se suelen primero ensayar en cosas livianas, para estar algo endustriados en las que son de verdad mayores. Y así creed que quien tiene acostumbrado su entendimiento a salir en cada cosita con la suya y hace ídolo de él, estimándolo por más sabio que otro, hallarse ha de nuevo y no se humillará tan sin pena a las cosas de Dios, como el que en ninguna cosa le deja salir con la suya, mas a cada paso le corrige y humilla como ignorante.


b) CUALIDADES DEL DIRECTOR

Y así, ejercitándoos en estas pocas cosas con obediencia, conviene que, para lo que toca al regimiento de vuestra conciencia, toméis por guía y padre alguna persona letrada y ejercitada y experimentada en las cosas de Dios. Y no toméis a quien tenga lo uno sin lo otro, porque las solas letras en ninguna manera bastan a regir los particulares movimientos ni necesidades del ánima, ni a saber juzgar de las cosas espirituales, y muchas veces pensará ser engaño del demonio las que son mercedes de Dios, como hicieron los apóstoles que, andando en tormenta de la mar y tinieblas, pensaron que quien venía a ellos andando sobre la mar era alguna fantasma siendo Cristo, que es verdad de Dios. Poneros han demasiados temores, condenándolo todo por malo. Y como en sus corazones están muy lejos de la experiencia del gusto e iluminaciones de Dios, hablan de ello como de cosa no conocida y a duras penas pueden creer que pasan en los corazones de los otros cosas más altas que las que pasan en el corazón de ellos. Otros hallaréis ejercitados en cosas de devoción, que se van ligeramente tras un sentimiento de espíritu y hacen mucho caso de él. Y si alguno les cuenta algo de aquestas cosas, óyenlo con admiración, teniendo por más santo al que más tiene de ellas; y aprueban ligeramente estas cosas, como si en ellas todo estuviese seguro; y, como no lo esté, muchos de éstos, por ignorancia, caen en errores y dejan caer a los que tienen entre manos, por no darles suficientes avisos contra las cautelas del demonio. Por lo cual no son buenos para regir tampoco, como los pasados.

Y pues tanto os va en acertar con buena guía debéis con mucha instancia pedir al Señor que os la encamine Él de su mano. Y, encaminada, fiadle con mucha seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buena ni mala: la buena, para que la examine y os avise; la mala, para que os la corrija. Y cosa de importancia no hagáis sin su parecer, teniendo confianza en Dios que es amigo de obediencia, que Él porná en el corazón y lengua a vuestra guía lo que conviene a vuestra salud. Y de esta manera huiréis de dos males y extremos: Uno, de los que dicen: "No he menester consejo de hombre, Dios me regirá y me satisface"; otros están tan sujetos al hombre, sin mirar otra cosa sino que es hombre, que les comprehende aquella maldición, que dice: Maldito el hombre que confía en el hombre.

Sujetaos vos a hombre, y habréis escapado del primer peligro; y no confiéis en el saber ni fuerza del hombre, mas en Dios que os hablará y favorecerá por medio del hombre. Y así habréis evitado el segundo peligro. Y tened por cierto que, aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro para hallar la voluntad del Señor, como este de la humilde obediencia, tan aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de ellos, según nos dan testimonio las vidas de los santos Padres, entre los cuales se tenía por muy gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo. Y, entre las muchas buenas cosas que en las órdenes de la Iglesia hay, por maravilla hallaréis otra tan buena como vivir todos debajo de obediencia.

Y porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo Santa Clara fue fidelísima y sujeta hija a San Francisco. Y Santa Elisabel, hija del rey de Hungría, a un religioso, el cual tenía tanto celo de ella que algunas veces la castigaba con azotes, y ella a él tanta reverencia, que los recibía con mucha paciencia y hacimiento de gracias. Otras muchas que sabemos y no sabemos han ganado mucho por este camino, cuando encontraban con buenas guías. Y así si Dios a vos os la deparare, tomad el consejo de nuestra letra que dice: inclina tu oreja; y viviréis con tal que os acordéis de lo que dice la Escriptura: Pacífico sey ante muchos, mas consejero uno de mil, dando a entender que, aunque debemos tener paz con todos, mas basta

consejo con uno. Porque así como en lo corporal muchas manos diversas suelen más descomponer que ataviar, así suele acaecer en lo espiritual, en lo cual pocas veces hallaréis dos guías del todo conformes, si no fuesen muy enseñados por el Espíritu del Señor, que es espíritu de paz y unión, y tuviesen muy echado atrás su proprio sentido, que es causa de diversidad y rencillas; y porque pocas veces éstos se hallan, es bueno, sin decir mal de los otros, escoger a quien Dios os encaminare, uno entre mil, al cual en nombre de Dios inclinéis vuestra oreja con toda obediencia y seguridad.

C) El Señor nos da ejemplo

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1. Cómo ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tanta diligencia como Él la inclina a sus criaturas

Tiene esto la gran bondad del Señor que para que sus mandamientos y leyes sean de nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más fáciles por querer Él mismo pasar por ellos. Hanos mandado, según hemos oído, que le oyamos y miremos, e inclinemos nuestra oreja, lo cual todo es muy justo y ligero; porque a tal Maestro, ¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se deleitará de mirar? A sabiduría infinita, ¿quién no la creerá? Mas, para que lo ligero más ligero nos sea, Él pasa por esta ley que a nosotros pone, y la cumple con gran diligencia. Él nos oye, y Él nos ve, Él nos inclina su oreja, para que no digamos: "No tengo quien mire por mí, ni quiera escuchar mis trabajos".

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1. El Señor nos oye con gran misericordia

Gran consuelo es a un desconsolado tener una persona que a cualquier rato del día, y de noche, esté desocupada para oír de buena gana los trabajos y agravios que le quiere contar, y que siempre, sin faltar un momento, esté mirando sus miserias y llegas, sin decir: "Cansado estoy de ver miserias, y asco me dan vuestras llagas". E ya que esta tal persona fuese de muy duro corazón, aún querríamos que nos oyese siempre y nos viese, porque creeríamos que, dando siempre a su corazón la gotera de nuestros trabajos, que, como por canal, entra a él por las orejas y ojos, algún día cabaría en él y sacaría compasión, pues, por duro que fuese, no sería tanto como piedra, la cual es cabada de la gotera, aunque algún rato cesa de dar. Y, aunque supiésemos que esta tal persona ningún remedio nos podía dar para nuestros trabajos, aun nos consolaríamos mucho con sola la compasión que de nos tuviese.

Pues, si a esta tal persona debríamos mucho agradecimiento, ¿qué debemos a Dios nuestro Señor y cuán alegres debemos estar por tener sus orejas y ojos atados con nuestros trabajos, que ni un solo rato los aparta de nos? Y esto, no con dureza del corazón, mas con entrañable misericordia, y no con misericordia de corazón solamente, mas con entero poder para remediar nuestras penas. ¡Bendito seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni ciego a nuestros trabajos, pues los oís y veis, ni cruel, pues se dice de vos: Hacedor de misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor, esperador muy misericordioso, ni tampoco eres flaco, pues todos los males del mundo son flacos y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida!

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2. Ejemplo del rey Ezequías

Leemos que en tiempos pasados concedió Dios una maravillosa vitoria de sus enemigos al rey Ezequías, el cual no hizo al Señor que le dio la vitoria aquellas gracias y cantares que era razón; por lo cual le hizo Dios enfermar, y tan gravemente que ningún remedio por naturaleza tenía. Y porque, con falsa esperanza de vivir, no se olvidase de poner cobro a su ánima, fue a él el profeta Esaías y díjole por mandado de Dios: Esto dice el Señor: Ordena tu casa, porque sábete que morirás y no vivirás. Con las cuales palabras atemorizado el rey Ezequías vuelve su cara a la pared, y lloró con gran lloro, pidiendo al Señor misericordia. Consideraba cuán justamente merecía la muerte, pues no fue agradecido al que le había dado la vida, y miraba la sentencia de Dios contra él dada, que decía: No vivirás. No hallaba otro superior que aquel que la dio, para pedir que se revocase. Y, aunque le hubiera, no tuviera buen pleito, pues al desagradecido justamente se quita lo que misericordiosamente se le había dado. Vióse en la mitad de sus días y acabarse en él la generación real de David, porque moría sin hijos, y allende de todo esto, era combatido de todos los pecados de su vida pasados. Cayó en temor de los que más suelen penar a la hora postrera. Y con estas cosas estaba su corazón quebrantado con dolor, y turbado así como mar, y adondequiera que miraba hallaba muchas causas de temor y tristeza; mas entre tantos males halló el buen rey remedio, y fue pedir medicina al que le había llagado, seguridad a quien le amedrentó, convertirse por arrepentimiento y esperanza al mismo de quien por ensoberbecerse huyó. Al mismo juez pide que le sea abogado, y halla camino como apelar de Dios no para otro más alto, mas apela del justo para el misericordioso. Y las razones que alega son acusarse, y la retórica son sollozos y lágrimas. Y puede tanto con estas armas en la audiencia de la misericordia que, antes que el profeta Esaías, pregonero de la sentencia de muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le dijo el Señor: Toma, e di al rey Ezequías, capitán de mi pueblo: Oí tu corazón y vi tus lágrimas, yo te concedo salud, y te añado otros quince años de vida, y libra esta ciudad de tus enemigos.

Señor, ¿qué es aquesto? ¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas la ira en misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas derramadas, no en el templo, mas en el rincón de la cama, y no de ojos que miran al cielo, mas a una pared, y no de hombre justo, sino de pecador, y así te hacen tan presto revocar la sentencia que tu Majestad había dado y mandado notificar al culpado? ¿Qué es del sacar del proceso? ¿Qué es de las cosas? ¿Qué es de los términos? ¿Qué es del presentar unos y otros escriptos? ¿Qué es del tenerse por afrentado el juez, si le revocan la sentencia que dio? Todo lo disimulas con el amor que nos tienes, y a todo te haces sordo y ciego, por estar atento a hacernos mercedes. Y dices: Oí tu oración y vi tus lágrimas. Todo término se te hace breve para librar al culpado, porque ninguno deseó tanto alcanzar el perdón cuanto tú deseas darlo. Y más descansas tú con haber perdonado a los que deseas que vivan que el pecador con haber escapado de muerte. No guardas leyes, no dilaciones, mas la ley es que los que hubieren quebrantado tus leyes, quebranten solamente su corazón de dolor, y la dilación es que en cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados, luego y sin dilación no te acuerdes más de ellos. Y porque los pecadores cobrasen ánimo para te pedir perdón de sus yerros, quisiste conceder a este rey más mercedes que él te pedía; quince años de vida y librar la ciudad, y tornarse el sol diez horas atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al templo; con otras secretas mercedes que le heciste tú, benigno, que no desearías venirnos males, sino para sacar de allí mayores bienes, enseñando tu misericordia en nuestra miseria, tu bondad en nuestra maldad, tu poder en nuestra flaqueza.

Tú, pues, pecador, quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella sentencia de Dios que dice: El ánima que pecare, aquella morirá, no desmayes debajo de la carga de tus grandes pecados y del incomparable peso de la ira de Dios, mas cobra ánimo en la misericordia de aquel que no quiere la muerte del pecador, mas que se convierta y viva. Y humíllate llorando a aquel que despreciaste pecando, y recibe el perdón de quien tanta gana tiene de dártela, y aun de hacerte mercedes mayores que antes, como hizo a este rey, al cual levantó sano del cuerpo y sano del ánima, como él da gracias diciendo: Tú, Señor, libraste mi ánima porque no se perdiese, y arrojaste mis pecados tras tus espaldas.

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3. ¿Cómo es posible amenazar Dios y no cumplirse el castigo?

Mas dirá alguno: ¿Cómo esta palabra de Dios, dicha a este rey: Morirás y no vivirás, no se cumplió, pues que las palabras que salen de su boca no son en vano? Para lo cual es de mirar que algunas veces manda el Señor decir lo que Él tiene en su alto consejo y eterna voluntad determinado que sea, y aquello así verná como se dice, sin ninguna falta. Y de esta manera mandó decir al rey Saúl que le había de de desechar y escoger en su lugar otro mejor. Y de la misma manera mandó amenazar al sacerdote Helí y así lo cumplió. Y de la misma manera al rey David, que le mataría el hijo que hubo de adulterio de Bersabé, y así fue. Y otras veces manda decir no lo que Él tiene determinado ultimadamente de hacer, mas lo que hará, si no se enmienda el hombre. O manda decir lo que le acaecerá, según orden de naturaleza, o según merecen sus pecados. Así, como si a uno que tuviese una herida mortal por naturaleza, le enviase a decir: "Morirás", entiéndese que, según las reglas naturales, no puede escapar de aquel mal, mas no por eso su palabra, si después le diese la vida, porque no le fue dicho sino lo que según las reglas o fuerza de naturaleza le había de venir y no lo que su poder sobrenatural podía hacer. También envió a decir a Nínive que de ahí a cuarenta días sería destruida, y después, por la penitencia de ellos, revocó esta sentencia. No tenía Él determinado de la destruir, pues después no lo hizo, mas envióles a decir lo que según el merecimiento de sus pecados les viniera, si no se enmendaran. Y aunque de fuera parece mudanza decir: Será destruido, y no destruirla, en la alta voluntad de Dios no es mudanza, el cual tenía determinado de no destruirla; mas este no destruirla era mediante la penitencia, a la cual los quería incitar con la amenaza. Como si un padre amenazase a su hijo con intención que se enmendase, para que no fuese menester castigarlo. E si este padre supiese que, con esta amenaza, el hijo se había de enmendar, aunque le enviase a decir: "Él me lo pagará", y después perdonase por su arrepentimiento, no hay mudanza en la voluntad de este padre, el cual nunca fue su intención castigar, mas perdonar, no sin medio, mas mediante la satisfacción del que había criado. Y esto es lo que Dios dice por Jeremías: Súbitamente hablaré contra gentes, y contra reino que lo he de destruir de raíz y destrozar; mas, si aquella gente hiciere penitencia de su mal, haré yo también penitencia del mal que pensé hacerle. Y también súbitamente hablaré de gentes y reino que los he de edificar y plantar, mas si hicieren mal en mis ojos, no oyendo mi voz, haré yo también penitencia del bien que dije que le había de hacer. De lo cual se saca que, porque no sabemos cuándo lo que Dios envía a decir es determinación ultimada, o es amenaza, no debemos desesperar, aunque amenazados, ni dejar de pedir que retoque la sentencia que contra nos tiene dada, como hizo este rey a la ciudad de Nínive, y fue hecho como quisieron. Y como hizo David, cuando oraba al Señor por la vida del hijo, que había dicho al profeta que había de morir; e, aunque no alcanzó lo que pidió, mas no pecó en pedirlo.

Y si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de descuidar con decir: "Cédula tengo de palabra de Dios, que a nadie engañó", porque dice el Señor que, si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará penitencia del bien que nos prometió. No porque en Dios haya arrepentimiento de cosa que diga o que haga, o que quiera, mas quiere decir que, así como uno que se arrepiente torna a deshacer lo que había hecho, así Él deshará la sentencia o el castigo que contra el hombre tenía dada, si el hombre hace penitencia y deshará el bien que le tenía prometido, si el hombre se aparta de Dios.

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4. Las orejas del Señor en los ruegos de los "justos"

Tornando, pues, al propósito, bien claro parece cuán bien cumplió Dios esta ley: Oye y ve, pues tan presto oyó la oración y vio las lágrimas de este rey, y le consoló. No sólo a él, mas lo mismo hace con todos, como dice David: Los ojos del Señor sobre los justos y sus orejas en los ruegos de ellos, para librar sus ánimas de la muerte, y para mantenerlos en tiempo de hambre.

Bien creo que os parece bien aquesta promesa, y también creo que os pone temor la condición con que se dice. Y bienaventurada cosa es estar los ojos y orejas de Dios en nosotros. Mas diréis, ¿qué hace que dice a los justos e yo soy pecadora? Así lo conoced por verdad, porque, si hombres hubiera que no tuvieran pecados que pecaran, ¿quién era más razón que lo fuesen que los apóstoles de Jesucristo nuestro Señor, que, así como fueron los más cercanos a Él en la conversación corporal, así también lo fueron en la santidad? Y de ellos dice San Pablo que recibieron las primicias del Espíritu Santo, que quiere decir las mayores gracias. Y pues a éstos mandó el Señor el Pater noster, en el cual decimos: Perdónanos nuestras culpas, claro es que las tenían. Y pues ésta es oración de cada día, en la cual pedimos el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, claro es que por ella semos amonestados a conocer que, pues cada día la debemos rezar, cada día pecamos. Por lo cual dice aquel limpio de San Joan: Si dijéremos que no tenemos pecado, nosotros nos engañamos, y la verdad no está en nosotros. Pues si todos los hombres, cuantos ha habido y habrá (sacando al que es Dios y hombre, y a la que es verdadera Madre de Él) son pecadores, ¿decirme heis para quién se dijeron las dichas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos, y sus orejas en los ruegos de ellos? Respondo: No es Dios achacoso ni cumplidor con solas palabras, mas vemos que al rey Ezequías, aunque pecador, le oyó e miró. Y lo mismo a otros innumerables. Mas sabed que justo se dice uno, cuando no está en pecado mortal, pues está amigo con Dios. Y de esta manera muchos ha habido justos, que son todos los que están en estado de gracia; y a éstos oye y mira el Señor, no obstante que tengan pecados veniales, de los cuales se entiende lo que hemos dicho, que todos son pecadores, como dice San Joan.

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5. No se ensoberbezcan los "justos": en ellos oye el Padre el clamor de Cristo Mas, por oír nombre de justos, no venga algún pensamiento de ciega soberbia, con la cual se haga injusto el que se tenía por justo. La justicia de los que son justos no es suya, mas de Cristo, el cual es justo por sí y justificador de los pecadores que a Él se sujetan. Por lo cual dice San Pablo que la que es verdadera justicia delante los ojos de Dios es justicia por ser de Jesucristo, porque no consiste en nuestras obras proprias, mas en las de Cristo, las cuales se nos comunican por la fe, y así como nuestra justicia está en Él, así, si somos oídos de Dios, no es en nosotros, mas en Él. La voz de todos los hombres, por buenos que sean, sorda es delante las orejas de Dios, porque todos son pecadores de sí. Mas la voz de solo Cristo, pontífice nuestro, está acepta delante del Padre, que hace ser oídas todas las voces de todos los suyos. Esta voz, por ser tan grande se llama clamor, como dice San Pablo, hablando de Cristo: Con clamor grande y lágrimas ofreciendo, fue oído por su reverencia. Ofreció el Señor ruegos al Padre muchas veces por nosotros. Ofrecióle también en la cruz su proprio cuerpo, el cual fue tan atormentado que todo él era lenguas que daban voces al Padre, pidiendo por nos misericordia. Y por ser sus oraciones con entrañable amor hechas, por ser de persona al Padre tan aceptable, y por ser muy oídas y muy eficaces en las orejas del Padre, se llaman clamor. Mas muy mayor clamor fue el ofrecer su proprio cuerpo en la cruz, cuanto va de obrar a hablar, y de pagar a prometer, y de padecer a desear. Para la cual os debéis de acordar de lo que dijo Dios a Caín: La voz de la sangre de tu hermano Abel da voces a mí desde la tierra. Y también mira lo que dice San Pablo a los cristianos: Llegado os habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que la sangre de Abel. La sangre de Abel derramada en la tierra daba clamores a la justicia divina, pidiendo venganza contra aquel que la derramó, mas la sangre de Cristo derramada en la tierra daba clamores a la misericordia divina, pidiendo perdón. La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra enojó, esta reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo Caín; ésta perdón para todos los malos que fueron y serán, con tal que ellos le quieran recibir, y aún para aquellos que derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo aprovechar, porque no tenía virtud de pagar los pecados de otros; mas la sangre de Cristo lavó cielos y tierra y mar, y sacó de las honduras del limbo a los que presos estaban.

Verdaderamente es grande clamor el de la sangre de Cristo, pidiendo misericordia; y pues hizo no ser oídas las voces de los pecados del mundo, que piden venganza contra los que los hacen, pensad, doncella, si un pecado sólo de Caín tales voces daba, pidiendo venganza, ¿qué grita, qué voces y estruendo harán todos los pecados de todos los hombres, pidiendo venganza a las orejas de la justicia de Dios? Mas por mucho que clamen, clama más alto, sin comparación, la sangre de Cristo, pidiendo perdón a las orejas de la misericordia divina. Y hace que no sean oídas y que queden muy bajas las voces de nuestros pecados, y que se haga Dios sordo a ellos, porque más sin comparación le fue agradable la voz de Cristo, que pidía perdón, que todos los pecados del mundo desagradables, pidiendo venganza. ¿Qué pensáis que significa aquel callar de Cristo y hacerse como sordo que no oye, y como mudo que no abre su boca en el tiempo que era acusado? Por cierto, que, pues los pecados por boca de aquellos que a Cristo acusaban daban voces llenas de mentiras contra quien no les debía nada, y Él, pudiendo con justicia responder, calló, que es bien empleado que, en pago de su atrevimiento, que al restante del mundo no puedan acusar los pecados aunque tengan justicia, mas sean mudos, pues acusaron al que no tenían por qué. Y pues Él se hizo sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda la divina justicia, a la cual Cristo se ofreció por nosotros, aunque nosotros hayamos hecho cosas que pidan venganza.

Alegraos, esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa de corazón por haber pecado, que sordo está Dios a nuestros pecados para vengarlos, y muy atentas tiene sus orejas para hacernos mercedes. No temáis acusadores ni voces, aunque hayáis hecho por qué, pues el inocente cordero fue acusado y con su callar hizo callar las voces de nuestros pecados. Profetizado estaba que había de callar como calla el cordero delante quien lo trasquila. Mas mientra más callaba y sufría, más altas voces daba delante la divina justicia, pagando por nos, y estas voces fueron oídas, dice San Pablo, por su reverencia, quiere decir que, por la gran humildad y reverencia, con que se humilló al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, reverenciando en cuanto hombre aquella sobreexcelente Majestad divina, perdiendo la vida por honra de ella, fue oído del Padre, del cual está escripto: Miró en la oración de los humildes, y no despreció el ruego de ellos. Pues, ¿quién tan humilde como el bendito Señor que dice: Aprende de mí que soy manso, y humilde de corazón? Por eso fue oído, según estaba profetizado en su persona: No quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé a Él me oyó. Y el mismo Señor dice en el evangelio: Gracias te hago, Padre, porque siempre me oyes.

Pues no es maravilla que las orejas de Dios estén en los ruegos de los justos, porque, no siendo justos por sí, no son oídos por sí, mas por Cristo, que con su oración y padecer mereció ser oído. A Él oye el Padre cuando nos oye, y por Él nos oye, en señal de lo cual decimos en fin de las oraciones: Concédenos esto por nuestro, Señor Jesucristo. Lo cual el mismo Señor nos enseña, diciendo: Cualquier cosa que pidierdes al Padre en mi nombre, os la dará. Y porque no pensásemos que por Él, y no a Él, hemos de pedir, dice también: Y cualquier cosa que me pidierdes en mi nombre yo lo haré. Cristo hombre nos ganó con su padecer el ser oídos, y Cristo Dios, con el Padre y Espíritu Santo, es el que nos oye.

Oíd, pues, hija, a vuestro esposo, pues por él sois oída. La voz del cual, aunque ronca, en la cruz dio virtud a nuestras roncas voces, para que fuesen agradables a Dios. Y así como debemos de oír al Señor con el profeta Samuel, diciendo: Habla, Señor que tu siervo oye, así nos dice el Señor: Habla, siervo, que tu Señor oye. Y así como dijimos que el oír nosotros a Dios no es solamente recebir el sonido de las palabras más aplacernos y poner en obra lo que nos dice, así las orejas del Señor están puestas por Cristo en nuestros ruegos, no para solamente oír lo que hablamos, que de esa manera también oye las blasfemias que de Él se dicen, no para que se agrade, mas para castigarlas, mas oye el Señor nuestros ruegos para cumplirlos.

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6. Antes de que clamemos nos oye el Señor

Y porque veáis cuán verdad es que oye el Señor los gemidos que le presentamos, oíd lo que dice el mismo Señor por Esaías: Antes que clamen, yo los oiré. ¡Oh bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el día de tu prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y en lo de dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los golpes y voces, y penas de tu pasión, pues tanto habló en las orejas de Dios que antes que hablemos seamos oídos!.

Y esto no es maravilla, porque, pues siendo nada tú nos heciste; y, antes que te lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre, y fuera de él, y, antes que pudiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos diste adopción de hijos y gracia del Espíritu Santo en el santo baptismo; y antes que muchos pecados nos derribasen, tú nos guardaste; y, cuando caímos por nuestra culpa, tú nos levantaste y buscástenos, sin buscarte nosotros; y, lo que más es, antes que naciésemos, ya eras muerto por nos, y nos tienes aparejado tu cielo, no es mucho que de quien tanto cuidado has tenido, antes que lo tuviesen de ti, lo tengas en esto, que, viendo tú lo que habemos menester, nos lo des, no esperando a que nos cansemos en te lo pedir, pues tú te cansaste tanto en pedirlo y ganarlo por nos. ¿Qué te daremos, ¡oh Jesú benditísimo!, por este callar que callaste, y qué te daremos por estas voces que diste? Pluguiese a tu infinito amor que tan callados estuviésemos al ofenderte, y sufrir de buena gana lo que de nos quiseres hacer, como si fuésemos muertos; y tantas voces de tus alabanzas te pudiésemos dar, y tan vivos estuviésemos para ello, que ni nosotros, a quien redemiste, ni cielo, tierra, ni debajo de tierra, con todo lo que en ellos está, nunca cesásemos de con infinitas fuerzas y grande alegría contar tus loores.

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7. Dios se huelga de oírnos

Y aún no te contentas, Señor, con tener tus orejas r puestas en nuestros ruegos, y oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad ama a otro, que se huelga de oírle hablar o cantar, así tú, Señor, dices al ánima por tu sangre redemida: Enséñame tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque tu voz es dulce y tu cara mucho hermosa. ¿Qué es esto que dices, Señor? ¿Tú deseas oír a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te es a ti dulce? ¿Cómo te parece hermosa la cara que, de afeada de muchos pecados, los cuales hecimos mirándonos tú, habemos vergüenza de alzarla a ti? Verdaderamente o merecemos mucho bien o nos amas tú mucho. No es lo primero, ni plega a ti que de tu buen tratamiento saquemos nosotros mal, creyendo que merecemos el bien que nos haces; mas es lo segundo, porque tú quieres agradar en los que por ti heciste amados y agradables a ti. Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual está nuestro remedio. Y sea a nosotros, y en nosotros, vergüenza y confusión de nuestra maldad, mas en ti gozo y ensalzamiento, que eres nuestra verdadera gloria.

En la cual nos gloriamos no vanamente, mas con mucha razón y verdad, porque no es poca honra ser tan amados de ti, que te entregaste a tormentos de cruz por nosotros.

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2. La mirada de Dios sobre nosotros

Si bien hemos sabido considerar cuánta es la presteza con que Dios escucha nuestros ruegos y necesidades, veremos que ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tata diligencia con cuanta el Criador la inclina a sus criaturas. Y no sólo nos oye, más aún nos mira, para en todo cumplir lo que nos manda a nosotros cuando dice: Oye y ve. Los ojos del Señor, según dijo David, están sobre los justos, para librarlos de muerte; y después dice: Mas el gesto del Señor está sobre los que hacen mal, para echar a perder de sobre la tierra la memoria de ellos, de donde parece que pone el Señor sus ojos contra los malos, para que no se le vayan sin castigo de sus pecados, y pone sus ojos sobre los justos, como el pastor sobre su oveja, para que no se le pierda. Dos cosas tenemos en nos: una que hecimos nos, otra, que hizo Dios. La primera es el pecado; la segunda, nuestro cuerpo y ánima, y cuanto bien en ellos tenemos.

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1. Dios mira con amor a los hombres, su hechura, y con ira a nuestra hechura, que es el pecado

Si nosotros no añadiésemos mal sobre la buena hechura de Dios, no teníamos cosa a la cual el Señor mirase con ojos airados, mas mirarnos hía con ojos de amor, pues naturalmente quienquiera ama su obra, mas ya que nosotros habemos afeado y destruido lo que el hermoso Dios bien edificó, mas nuestra maldad no impide su sobrepujante bondad, la cual por salvar lo bueno que crió, quiere destruir lo malo que nosotros hecimos. Porque si vemos que este sol corporal se comienza tan liberalmente, y anda buscando y convidando a quien lo quiere recebir, y a todos se da cuando no le ponen impedimento, y, si se le ponen, aún está porfiando que se le quiten, o si algún agujero o resquicio halla, por pequeño que sea, por allí se da, y hinche la casa de luz, ¿qué diremos de la suma bondad divinal que con tanta ansia de amor anda rodeando sus criaturas para darse a ellas, e henchirlas de calor, de vida y de resplandores divinos? ¡Qué ocasiones busca para hacer bien a los hombres! ¡Y a cuántos por un pequeño servicio ha hecho no pequeños mercedes! ¡Cuántos ruegos a los que de Él se apartan, para que a Él se tornen! ¡Cuántos abrazos a los que a Él vienen! ¡Qué buscar de perdidos! ¡Qué encaminar de errados! ¡Qué perdonar de pecados, sin darlos en rostro! ¡Qué gozo de la salud de los hombres! Dando a entender que más deseaba Él perdonar y que el errado sea salvo y perdonado. Y por eso dice a los pecadores: ¿Por qué queréis morir? Sabed que yo no quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y viva; tornaos a mí y viviréis. Nuestra muerte es apartarnos de Dios, y por eso nuestro tornar a Él es vivir. A lo cual Dios nos convida, no poniendo sus ojos de ira sobre su hechura, que somos nosotros, mas principalmente contra los pecados que hacemos. Estos quiere Dios destruir, si nosotros no le impidiésemos, e impedímosle cuando amamos nuestros pecados, dando vida con nuestro amor, a los que, siendo amados, nos matan. Y es tanta la gana que esta bondad tiene de destruir nuestra maldad, para que su hechura no quede destruida, que, cuando quiera y cuantas veces quisiere, y de cuantas maldades hubiere hecho, quiera pedir al Señor que las destruya, está el Señor aparejado para destruirlas, perdonando lo que merecemos, sanando lo que enfermamos, enderezando lo que torcemos, haciéndonos aborrecer lo que amábamos antes, olvidando nuestros pecados como si no fueran hechos, y apartándolos tanto de nos que dice David: Cuanta distancia hay de donde sale el sol a donde se pone, tanto lanzó Dios nuestros pecados.

Así que el derecho y el primer mirar de los ojos airados de Dios no es contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hecimos. Y si algunas veces mira al hombre para lo echar a perder, es porque el hombre no le dejó ejecutar su ira contra los pecados, que Dios quería destruir; mas quiso perseverar y dar vida a los que a Él mataban, y a Dios desagradaban. Y, por tanto, justo es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera pues que no quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y podía matar a su muerte y darle vida.

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2. El remedio para que Dios no mire a nuestros pecados es mirarlos nosotros Mas dirá alguno: ¿Qué remedio para que Dios no mire a mis pecados para me castigar; mas a su hechura para la salvar? La respuesta es muy breve y muy verdadera: Míralos tú, y no los mirará Él. Suplicaba David al Señor por sus pecados, diciendo: Habe misericordia, Señor, de mí, según la gran misericordia tuya. Y también le decía: Aparta, Señor, tu faz de los mis pecados.

Mas veamos qué alega para alcanzar tan gran merced. Por cierto, no servicios que hobiese hecho; porque bien sabía que, si un siervo por muchos años con gran diligencia sirviese a su señor, y después le hace alguna traición digna de muerte, no se miraría a que ha servido, porque su siervo era obligado a servir y por eso no echó en deuda el Señor; mas mírase a la traición que hizo, la cual era obligado a no hacer. Y por eso con pagar lo que antes debía, no pudo pagar lo que hace agora. Ni tampoco ofreció David sacrificios, porque bien sabía que Dios no se delita con animales encendidos. Mas éste ni en servicios pasados ni en merecimientos presentes halla remedio; hallólo en el corazón contrito, y humillado, y pide ser perdonado diciendo: Porque yo conozco mi maldad, y el mi pecado delante mis ojos está siempre. Admirable poder dio Dios a este mirar nuestros pecados, porque, tras nuestro mirar para aborrecerlos, se sigue el mirar de Dios para deshacerlos. Y convertiendo nosotros los ojos a lo que malamente hecimos, para afligirnos, convierte Él los suyos a salvar y consolar lo que Él hizo. De manera que si el pecador conoce sus pecados, Dios le perdona; si los olvida Dios le castiga.

Mas dirá alguno: ¿De dónde es tanta fuerza a nuestro mirar, que así trae luego tras si el mirar de Dios, lleno de perdón? No por cierto de sí, porque por conocer el ladrón que ha hecho mal en hurtar, no por eso merece que se le perdone la horca, mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa que es causa de todo nuestro bien. Esta es de la que dice David: Defendedor nuestro mira, Dios, y mira en la haz de tu Cristo. En la primera vez que dice mira, suplica a Dios que nos mire aceptando nuestros ruegos, y haciéndonos bien. Porque eso significa volver Dios a uno la cara. Por lo cual mandaba Dios que bendijesen los sacerdotes al pueblo diciendo: El Señor vuelva su cara a nosotros. Y la segunda vez que dice: Mira, claro es a donde suplica que mire, que es a la faz de Jesucristo; porque así como el mirar Dios a nosotros nos trae todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo trae a nos la vista de Dios.

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3. La mirada de Dios, llena de perdón, llega a nosotros a través de Cristo, nuestro Sacerdote

No penséis, doncella, que los agraciados y amorosos rayos de los ojos de Dios descienden derechamente de Él a nosotros, porque si así lo pensáis, ciega estás; mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí en nosotros por Él. Y no dará el Señor una habla ni vista de amor a persona alguna del mundo universo, por santa que sea, si la ve apartada de Cristo; mas por Cristo, y en Cristo, mira a todos los que se quisieren mirar, por feos que sean. El ser amado Cristo es razón de ser amados nosotros, como dice San Pablo, hablando del Padre: Hízonos agradables en el amado, conviene a saber en Cristo. E, si Cristo de en medio se saliese, ningún amado habría de Dios. Y esto es lo que fue figurado en el principio del mundo, cuando el justo Abel, pastor de ganados, ofreció sacrificio a Dios de su manada. El cual sacrificio fue acepto como la Escriptura dice: que miró el Señor a Abel, y a sus dones; y éste mirarlo fue ser agradable, y señal de este agradamiento invisible envió fuego visible que quemó el sacrificio.

Este justo pastor aquel es el cual dice de sí: Yo soy buen pastor. El cual también sacerdote. Y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer dones y sacrificios a Dios. Mas, ¿qué ofreciera, que digno fuera? No, por cierto, animales brutos; no hombres pecadores; porque estos más provocaran la ira de Dios que alcanzaran misericordia. Y no sin causa mandaba Dios hacer tanto examen en la Vieja Ley sobre el animal que se había de sacrificar; que fuese macho, y no hembra, que fuese de tanta edad, ni muy chico ni muy grande, que no fuese cojo, ni ciego, con otras mil condiciones, para dar a entender que lo que se había de ofrecer para quitar los pecados, no había de tener pecado. Y, porque ninguno sin él estaba, no tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo, haciéndose hostia el que es sacerdote, y ofreciéndose a sí mismo, limpio, por limpiar los sucios; el justo, por justificar los pecadores; el amado y agradado, porque fuesen amados y recebidos a gracia los que por sí eran desamados y desagradados. Y valió tanto este sacrificio, así por él como por quien le ofrecía, que todo era uno, que los que estábamos apartados de Dios, como ovejas perdidas, fuimos traídos, lavados, santificados y hechos dignos de ser ofrecidos a Dios. No porque nosotros tuviésemos algo digno, mas encorporados en este pastor, siendo ataviados con sus riquezas y rociados con su sangre, somos mirados de Dios por su Cristo. Lo cual dice San Pedro así: Cristo una vez murió por nosotros, el justo por los injustos, para que nos ofreciese a Dios mortificados en la carne, y vivos en el espíritu.

Veis, pues, como nuestro Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada, que son obedientes cristianos, a los cuales mira Dios con amor, porque mira primero a nuestro Abel, agradándose en él y por él sus dones, que somos nosotros. Y así como acullá vino fuego visible, así también lo vino acá, en figura de lenguas, el día de Pentecostés. Y esto, después que Cristo subió a los cielos, para aparecer a la cara de Dios por nosotros, como dice San Pablo. Del cual miramiento de los ojos de Dios a la haz de Jesucristo salió este fuego del Espíritu Santo, que abrasó los dones que este gran pastor y pontífice ofreció al Padre, que son sus discípulos, y todos los creyentes en Él, que son ovejas de su rebaño. Veis aquí, pues, doncella, qué habéis de mirar cada vez que Dios mirare, y será conocer que no sois mirada en vos, ni por vos; porque no tenemos qué sino males, mas sois mirada por Cristo, cuya cara es llena de gracia, como dijo Ester. Y tenemos tan cierta esta vista de Dios a nosotros por Cristo, si nosotros queremos mirarnos, que así como prometió Dios a Noé que, cuando mucho lloviese, él miraría su arco, que puso en las nubes en señal de amistad de Él con los hombres para no destruir la tierra por agua, así, y mucho más, mirando Dios a su Hijo puesto en la cruz, extendidos sus brazos a modo de arco, se acuerda de su misericordia, y quita de su riguroso y castigador arco las flechas que ya quería arrojar. Y en lugar de castigo da abrazos, vencido más por este valeroso arco, que es Cristo, a hacer misericordia que movido por nuestros pecados a nos castigar; y puesto que nosotros anduvimos errados y vueltas las espaldas a la luz, que es Dios, no queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas, somos por este pastor traídos en sus hombros, y por traernos él míranos el Señor, haciendo que lo miremos a él.

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4. Ni un momento quita Dios sus ojos de nosotros

Y tiene tan especial cuidado de nos que ni un momento quita sus ojos de nos, porque no nos perdamos. ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa palabra que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus pecados: Yo te daré entendimiento, y te enseñaré en el camino que has de andar, y poner sobre ti mis ojos, sino de aquella amorosa vista con que Dios miró a su Cristo? El cual es la sabiduría que nos enseña y el verdadero camino por donde vamos sin tropiezo; y el verdadero pastor, por el cual, en cuanto hombre somos mirados, y el cual, en cuanto Dios, nos mira, quitándonos los peligros de delante, en los cuales ve que hemos de caer; teniéndonos firmes en los que nos vienen; librándonos en los que por nuestra culpa hemos caído; cuidando lo que nos cumple, aunque nosotros hacemos descuidos; acordándose de nuestro provecho, aunque nosotros nos olvidamos de su servicio; velándonos cuando dormimos; teniéndonos consigo cuando nos querríamos apartar; llamándonos cuando huimos; consolándonos cuando venimos; y teniendo en todo y por todo un tan vigilante y amoroso mirar con nosotros, que todo, y en todo tiempo, nos lo ordena a nuestro provecho.

¿Qué diremos a tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero pastor que, porque sus ovejas no muriesen de hambre, ni anduviesen lejos de los ojos de Dios, ofreció su cara a tantas deshonras, para que, mirándola el Padre tan afligida, sin culpa, mirase a los culpados con ojos de misericordia, y para que traigamos nosotros en el corazón y en la boca: Mira, Señor, en la faz de tu Cristo, probando por experiencia que muy mejor nos oye el Señor y nos ve, y nos inclina oreja, que nosotros a Él?


Audi filia et vide- Juan de Avila 39