Juan Avila - Audi FIlia 47

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CAPITULO 47: De cuan terrible castigo es permitir Dios que uno pierda la fe; y cómo justamente es quitada a los que no obran conforme a lo que ella enseña.



Quien tuviere lumbre con que juzgar que los bienes y males verdaderos son los espirituales, ya ve de presente el recio castigo de Dios sobre acuesta gente, y tal castigo, que ninguno es mayor sino sólo el infierno (Jr 10,7). ¿Quién no te temerá, oh Rey de las gentes? Y (Ps 89,12) ¿quién conoció el poder de. tu ira, o la podrá contar con el gran temor de ella? Los grandes castigos de Dios, que se deben temer sobre todos, no son los males de hacienda, ni honra, ni vida; mas dejar Dios endurecer en el pecado a la voluntad del hombre, o dejar cegar con error al entendimiento, mayormente en cosas de fe, éstas son las heridas del furor divinal; heridas de justo y riguroso juez, de las cuales se entiende con mucha razón lo que Dios dice en Jeremías (Jr 30,14): Con herida de enemigo te herí, con riguroso castigo. Aunque no usa Él de este rigor de juez, sino habiendo primero usado de misericordia de padre.

Y si bien miráis, tiene esta ceguedad del entendimiento este particular mal, más que la dureza de la voluntad; que aunque ésta sea mucha, aun hay alguna esperanza de alcanzar remedio. Porque como le queda al hombre la fe, aunque muerta, tiene conocimiento que hay remedio en la Iglesia para su pecado, lo cual es grande ayuda para levantarse y remediarse. Mas quien yerra en la fe, ¿cómo lo buscará, o cómo lo hallará, pues que, fuera de la Iglesia, no lo podrá hallar, porque no lo hay?

Y el que hay en la Iglesia no lo busca, porque no lo cree; y así queda perdido. Palabra es que Dios hace en Israel, que a quienquiera que la oyere, le retiñirán las orejas de puro temor (1S 3,11).

Mas tan grande castigo no viene sin grande justicia; la cual declara San Pablo diciendo (Rm 1,18): Descúbrese la ira de Dios desde el cielo sobre toda la maldad de aquellos hombres que detienen la verdad de Dios en la injusticia. Y el intento del Apóstol en aquel lugar es acueste: qué hubo hombres que aunque conocieron a Dios, no le sirvieron como a Dios; antes se hincharon con ciega soberbia, y teniendo verdad en el entendimiento, obraron maldad con la voluntad. De manera, que la verdad de Dios estaba en ellos detenida o encarcelada, pues no hacían lo que ella enseñaba, mas lo que la mala voluntad de ellos quería. Y porque la verdad de Dios es cosa muy excelente, y la da Él por grande merced, para que siguiéndola el hombre con la afección, la honre, y alcance la virtud y se salve. Y si el tal hombre no mira esto, y la trata de arte que ni hace lo que ella le enseña, ni la tiene en lugar limpio como ella merece, hace en ello una gran deshonra contra Dios que la dio, y contra la verdad dada por Él. Y si ella tuviese lengua, pediría a voces justicia contra el tal hombre; porque siendo ella tan preciosa joya, y que tanto puede al hombre aprovechar, está detenida, sin la oír, ni hacer lo que dice, y aposentada entre la hediondez de pecados que el tal hombre, tiene en su voluntad. Y así como puede, a semejanza de la sangre de Abel (Gn 4) da voces pidiendo venganza. Porque aunque el tal hombre no le quita la vida de ser verdad, pues se compadece fe verdadera con vida mala, quítale la eficacia que tuviera en el obrar, sí no la impidiera, mas le ayudara, con su voluntad a obrar lo que ella enseñaba. Y estas voces óyelas Dios, que es el que dice (Lc 12,47): El siervo que conoce la voluntad de su Señor y no la hace, será azotado con muchos azotes. Entre los cuales, el mayor de los que en este mundo da, según hemos dicho, es permitir que el tal hombre caiga en error, en pena de sus pecados. Y así fueron castigados aquéllos con caer en tan ciega idolatría, que vinieron a adorar por Dios las aves y serpientes y bestias. Y porque quitaron a Dios la honra que como a Dios se le debía, y la dieron a cuya no era, tornóles a castigar Dios este pecado de idolatría con permitirlos caer en tan feos pecados; que es temor pensarlos y vergüenza decirlos.

Y aunque los castigados con este castigo sin duda caerán en pecados, mas su caída es tan libre, como lo es en los otros pecados, en que por su propia voluntad caen.

Y por muchos que sean los unos y otros, no les está cerrada la misericordia de Dios, si se quieren acoger a sus piadosas entrañas. El poder de Dios se manifiesta en lo primero, su sabiduría en lo segundo, y su bondad y misericordia en lo tercero.

Y por este norte que el Soberano Juez castigó a estos soberbios gentiles, castigó también a los ingratos judíos; y con mucha razón, pues les dio más conocimiento que a los gentiles; del cual usaron tan mal, que a la misma Luz verdadera, que es Jesucristo, lo negaron con infidelidad, y lo crucificaron por mano de los gentiles. Y porque quisieron apagar aquella Luz soberana, sin la cual no hay luz ni verdad, quedáronse en obscuras tinieblas y eternal perdición, si no se convirtieren al servicio del Señor que negaron. Mas veamos cuál fue el motivo que los trajo a tan grande mal, de descreer a la Luz que presente tenían. Responde San Juan (Jn 3, I9): Amaron mas los hombres tas tinieblas que la luz, porque eran sus obras malas; y todo aquel que mal hace, aborrece la luz. De manera que porque el Señor y su doctrina encaminaban a toda verdad y virtud, y ellos amaban la mentira y maldad, no lo podían oír ni mirar; ni quisieran que hubiera luz de doctrina que descubriera la santidad falsa que ellos tenían; ni que hubiera ejemplo de perfecta vida, en comparación de la cual era condenada la suya por mala. Y de la raíz de esta voluntad, así depravada, salió el fruto de negar y matar al celestial Médico que los venía a curar. Y quedaron tales, cuales mucho tiempo antes los había pintado el Santo Rey y Profeta David, cuando de ellos dijo (Ps 68,24): Sean obscurecidos sus ojos porque no vean, y su espinazo ande siempre acorvado; porque quedaron sus ojos sin lumbre de fe, y con voluntad aficionada a cosas de la tierra.





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CAPITULO 48: En que se prosigue más en particular lo ya dicho; y se declara lo que se requiere para entrar a leer y entender las divinas Letras y Doctores santos.



Pues si Dios celó tanto la honra de su conocimiento que dio a los gentiles, y el que dio a los judíos, ¿cuánto celará el que da a los cristianos, pues es mayor sin comparación que el que unos y otros tuvieron? Y pues muchos usan muy mal de este conocimiento de fe tan excelente, no es maravilla que algunas veces hiera Dios a los tales con este terrible castigo, de dejarles caer en herejías como a los pasados. ¿Por ventura no vemos cumplido con nuestros ojos lo que San Pablo profetizó de los tiempos postreros, diciendo (2Th 2,10) que había Dios de enviar a unos hombres operación de error, para que crean a la mentira, y mentira contra la fe? Pues nadie hay que ignore la desventurada y grande eficacia con que tanta gente ha abrazado de corazón la luterana herejía, que claramente se ve haberles Dios enviado esta eficacia de error para creer a la mentira, como dijo San Pablo. Mas no envía Dios cosa de éstas, incitando al hombre a que crea mentira, ni a que haga maldad; porque no es tentador de los malos, según dice Santiago Apóstol (Jc 1,13); mas dícese enviar operación de error, cuando con justo juicio deja al entendimiento del hombre ser engañado por falsas razones o falsos milagros que le haga otro hombre o el perverso demonio; y así sienta una eficacia dentro de sí para creer aquella mentira, que le parezca que es movido a creerla como una muy grande y saludable verdad. Recio juicio de Dios es acueste; y pues Él es justo, grande debe ser la culpa en cuyo castigo se hace. Y cuál sea esta culpa, el mismo San Pablo nos lo declara diciendo (2Th 2,10): Porque no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Porque si miráis cuan poderosa cosa es la verdad que creemos para ayudarnos a servir a Dios y ser salvos, pareceros ha grave culpa no amar esta verdad y seguir lo qué ella enseña; y muy mayor, hacer feas obras contra todo lo que ella enseña. ¡Cuan lejos había de estar de ofender a Dios quien cree que para quien le ofende hay fuego eterno, con otros innumerables tormentos, con que sea el tal castigado mientras Dios fuere Dios, sin esperanza de todo remedio! ¿Cómo se atreve a pecar quien cree, que, entrando el pecado por una puerta en el ánima, Dios se sale por la otra? Y, qué tal queda, Señor, el hombre sin Ti, sentíalo aquel que rogaba: Señor, no te apartes de mí (Ps 34,22). Porque, Dios ido, quedamos en muerte primera de culpa, y en víspera de muerte segunda, de culpa y pena infernal.

Con razón se maravillaba Job (Jb 6,6) cuando decía: ¿Quién podrá gustar lo que, siendo gustado, trae consigo la muerte? Mucha razón es, cierto, que el manjar que no gustaríamos creyendo al médico que dijese haber muerte en él, no lo gustásemos con perverso consentimiento, habiendo Dios dicho (Es., I8, 20), que el ánima que pecare, aquélla morirá. ¿Por qué no obra en ti la fe que tienes a la palabra de Dios, lo que obra el dicho del médico, pues éste puede y suele engañar, mas Dios nunca? ¿Y por qué el haber dicho Dios que Él es galardón eterna! de los que le sirven, no nos hace a todos con gran diligencia y esfuerzo servirle, aunque en ello pasásemos muy muchos trabajos y nos costase la vida? ¿Por qué no amamos a nuestro Señor, el cual creemos ser sumo Bien, y habiéndonos Él amado primero, aun hasta morir por nosotros? Y así en todo lo demás que esta sagrada fe tan poderosamente nos enseña y convida, cuanto es de su parte, y nosotros con grave culpa dejamos de seguir y seguimos obras contrarias. ¿Puede ser mayor monstruo, que creer un cristiano las cosas que cree, y hacer tan malas obras como muchos las hacen? Pues en castigo de que no tuvieron amor a la verdad, con la cual fueran salvos, poniendo en obra lo que ella enseñaba, que les sea quitada, dejándoles creer al error, es muy justo juicio de aquel Señor, que es terrible en sus consejos sobre los hijos de los hombres (Ps 65,5).

Y si miráis dónde armó Dios el lazo con que los judíos y herejes fuesen castigados, según hemos dicho, pareceros ha cosa más para temblar, que para hablar. Preguntadles a éstos que, en qué estriban para seguir su error con pertinacia tan porfiada; y deciros han los unos, que en la Escritura Sagrada del Viejo Testamento, y los otros que en la del Nuevo. Y veréis abiertamente cumplida la profecía del Santo Rey y Profeta David, en que dice (Ps 68,23): La mesa de ellos séales hecha en lazo, y en castigo y en tropiezo. ¿Visteis nunca cosa tan al revés, tornarse la mesa de vida, en lazo de muerte? ¿La mesa de consolación y perdón, en castigo? ¿La mesa do hay lumbre para saber andar el camino que lleva a la vida, tornarse en tropiezo para errar el camino y caer en la muerte? Grande, por cierto, es la culpa que tal castigo merece: que el hombre se ciegue en la luz, y se le torne muerte la vida.

Justo eres, Señor, y justos tus juicios (Ps 118,137), y ninguna maldad hay en ti, mas hayla en los que usan mal de tus bienes; por lo cual es justo que tropiecen en ellos, y sea castigada la deshonra que hicieron a ellos y a Ti. Grande bien, Señor, y muy grande es tu fe; acatada y obedecida y puesta en obra es razón que sea. Y grandes mercedes nos hiciste en darnos tu divina Escritura, tan provechosa y necesaria para te servir. Mas porque, siendo el viento que en este mar sopla viento del cielo, quisieron algunos navegar por él con vientos de tierra, que son sus ingenios y estudios, ahogáronse en él, permitiéndolo Tú. Porque así como en las parábolas que predicabas, Señor, en la tierra, eran secretamente enseñados aquellos que tenían disposición para ello, y eran otros con ellas mismas cegados por tu justo juicio (Mt 13,11), así tienes Tú el profundo mar de tu divina Escritura, diputado para hacer misericordia a tus corderos, que naden en el provecho suyo y ajeno, y también para hacer justicia con que los soberbios elefantes se ahoguen, y ahoguen a otros. Temida, y muy temida, debe ser la entrada en la divina Escritura, y nadie se debe arrojar a ella sino con mucho aparejo, como a cosa en que hay mucho peligro. Lleve quien hubiere de entrar en ella el sentido de la Iglesia católica romana, y evitará el peligro de la herejía. Lleve para aprovecharse de ella limpieza de vida, como dice San Atanasio, por las palabras siguientes: «Necesaria es la bondad de vida, y limpieza de ánima, y cristiana piedad para la investigación y verdadera ciencia de las Escrituras.» Y después dice: «Porque sin limpieza de ánimo, y vida imitadora de santidad, no es posible entender los dichos de los santos. Que así como si alguno quiere mirar la luz del sol, limpia sus ojos y se pone más claro limpiándose, casi a la semejanza de aquel sol que desea mirar, para que así el ojo, hecho luz, pueda mirar la luz del sol; y también así como si alguno desea ver alguna región o ciudad, se acerca a ella por causa de verla; así el que desea alcanzar la inteligencia de los Santos, conviene le primero lavar y limpiar su ánima, y por semejanza de vida y costumbres, acercarse a los mismos Santos, para que así estando con sus deseos y vida, conjunto con ellos, entienda aquellas cosas que Dios a ellos reveló, y hecho casi uno de ellos, escape del peligro de los pecadores, y del fuego que en el día del juicio les está aparejado.»

Esto que ha dicho San Atanasio conviene mucho llevar, para sacar provecho de la divina Escritura. Porque sin esta limpieza de vida, bien podrá uno saber por la Escritura lo que Dios quiere en general, mas saber en particular el consejo de Dios, y qué quiere Dios, como dice el Sabio, no se puede saber por estudio humano, mas según él mismo dice (Sg 9, I7): Tu sentido. Señor, ¿quién lo sabrá, si Tú no dieres sabiduría, y enviares de las alturas el Santo Espíritu tuyo? Esta sabiduría es la que enseña el agradamiento de Dios en particular, la cual no mora en los malos. Y cuando ésta persevera en el hombre con experiencia de santos trabajos, humildes oraciones y frutos de buenas obras, hace a un hombre verdaderamente sabio, para que, con la lección de la Escritura y larga experiencia, pueda enseñar a los otros a manera de testigo de vista, y dar en la vena del ajeno corazón, enseñado por lo que pasa en el suyo. Y sin esto, si una vez acertare, errará muchas, y será de aquellos de los cuales dice San Pablo (1Tm 1,7): Que queriendo ser enseñadores de la Ley, no entienden las cosas que hablan.

Conviene también ayudarse el hombre que quiere estudiar la Divina Escritura, del socorro y exposición de los Santos, y aun de escolásticos; porque lo que del estudio de la Divina Escritura se saca sin llevar estas cosas, probádolo ha Alemania (Refiérese a la multitud de herejías y a las revoluciones sociales producidas por el desenfreno en la interpretación privada de la divina Escritura), mas por su mal...





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CAPITULO 49: Que no debemos ensoberbecernos viendo que otros pierden la fe que nosotros no habernos perdido, antes humillarnos con temor; y de las razones que para ello hay.



No saquéis vos de oír estas caídas ajenas alguna soberbia de corazón, con que digáis: No soy yo como aquellos que tan feamente han perdido la fe. Acordaos de unos hombres que contaban a nuestro Señor que PUato habla muerto a cierta gente de Galilea en mitad de unos sacrificios que hacían (Lc 13,1); y llevaban los que esto contaban un liviano complacimiento en su corazón, con que se tenían por mejores que aquellos que hablan hecho cosas merecedoras de que los matase Pilato. Y como el Soberano Maestro entendía la tal soberbia, sin que ellos la manifestasen, queriéndolos desengañar, les dijo de esta manera: ¿Pensáis que aquellos hombres de Galilea eran mayores pecadores que todos los hombres de aquella provincia, porgue vino tal castigo sobre ellos? ¿O pensáis que aquellos dieciocho hombres sobre los cuales cayó la torre en SHoé y los mató, eran mayores pecadores que todos los otros hombres que moraban en Jerusalén? Yo os digo que no, y que si penitencia no hiciéredes todos juntamente pereceréis. Este mismo sentido tiene San Pablo, cuando dice (Rm 11,19): Por la incredulidad fueron cortados los judíos, que eran ramos en la oliva de los creyentes, y tú por la fe estás en pie. No quieras ensoberbecerte, mas teme, porque de otra manera también serás tú cortado.

Los castigos de Dios hechos en otros, humildes y cautos nos deben hacer, no soberbios. Que dondequiera que en nuestros tiempos infelicísimos queramos mirar, hay que llorar y que decir con Jeremías (Jr 14,18): Si salgo al campo, veo muertos a espada; si entro en la ciudad, veo muertos y desperecidos con hambre. Los primeros son los que se han salido de la ciudad, que es la Iglesia; gente que está sin cabeza, porque la espada de la incredulidad les ha quitado la cabeza que Dios dio a los cristianos, que es el Romano Pontífice; y los segundos son muchos de los que en la ciudad de la Iglesia tienen sana la fe, mas están miserablemente muertos de hambre, porque no comen manjar de la obediencia de los mandamientos de Dios y de su Iglesia. Cosas son éstas dignas que las sintamos, si sentido tenemos de Cristo, y que las lloremos delante su acatamiento y le digamos: ¿Hasta cuándo, Señor, no habrás misericordia de aquellos por los cuales derramaste tu sangre y perdiste la vida en la cruz con tantos tormentos? Y pues el negocio es tuyo, sea también de tu mano el remedio, pues que de otra mano es imposible venir.

Tened, vos, doncella, cuidado de sentir y pedir esto; pues si a Cristo amáis, habéis de tener dentro de vuestro corazón entrañable compasión de las ánimas, pues por ellas murió Jesucristo. Y también os conviene mucho mirar cómo vivís, y cómo os aprovecháis de la fe que tenéis, porque no os castigue Dios con dejaros caer en algún error con que la perdáis, pues habéis oído con vuestras orejas cuánta gente la ha perdido por las herejías del perverso Matín Lutero; y otros hay que han negado a Cristo en tierra de moros, por vivir según la ley bestial de Mahoma (Huyendo de la reforma promovida por el gran Cardenal Cisneros, muchos religiosos pasaron al África y renegaron de la fe). En lo cual veréis cumplido lo que dice San Pablo (I Tim., I, I9): que por haber desechado algunos la buena conciencia, perdieron la fe; ahora sea—como arriba dijimos, cuando hablábamos de los motivos para creer—, porque la misma mala conciencia poco a poco hace cegar el entendimiento para que le busque doctrina que no contradiga a sus maldades; ahora porque el Soberano Juez, en castigo de pecados, permita caer en herejía; ahora sea por lo uno o por lo otro, es cosa para temer, y poner cuidado de lo evitar.

 Y aunque esto no acaezca a todos los malos cristianos, pues aunque estén en pecado mortal, no por eso pierden la fe, según hemos dicho, mas en cosa que tanto nos va, el haber acaecido a uno solo, es razón que ponga a todos cuidado y temor de huir aquella ocasión. Que, cierto, bien lejos estaban los corazones de los once Apóstoles de entregar a la muerte a Jesucristo, nuestro Señor; y porque Él dijo que uno de ellos lo había de entregar, temieron todos, y dijeron (Mt 26,22): ¿Por ventura. Señor, soy yo?, temiendo que podían por su flaqueza caer en lo que de presente se sentían libres.

Para todo lo cual os será muy provechosa palabra la que entre manos tenemos: Inclina tu oreja, obedeciendo con fe a Dios y a su Iglesia, y no tener entendimiento escudriñador, que sea oprimido de la Majestad, según está amenazado en la Escritura (Pr 25,27). Porque los que quieren tantear las inefables cosas de Dios con la pequeñez de su entendimiento y razones, acaéceles lo que a los que miran en hito al mismo sol, que no sólo no ven, mas antes pierden la vista, y son rechazados, por el grande exceso que hay, de la luz que miran a los ojos con que la miran. Y así estos tales, buscando satisfacción por vía de entender y escudriñar, hallan dudas e inquietud. Porque no se comunica la sabiduría de Dios sino a los pequeños y humildes, que con sencillez se llegan a Él, inclinando su oreja a Él y a su Iglesia, y reciben de su bondad muy grandes mercedes, con las cuales queda el ánima satisfecha, hermoseada con fe y con obras; a semejanza de la hermosa Rebeca, a la cual fueron dados de parte de Isaac zarcillos para las orejas y ajorcas para las manos (Gn 24,22). Y porque nos fuese más encomendada esta sencilla sujeción de nuestro entendimiento, no se contentó el Espíritu Santo con amonestárnoslo en la primera palabra, diciendo: Oye, hija; mas amonestólo en estotra que dice: Inclina tu oreja; para que sepan los hombres, que, pues Dios no habla palabras ociosas, en decirnos una sentencia por diversas palabras, nos quiere mucho encomendar este sencillo y humilde creer, principio de nuestra salud, y si con pila se junta el amor, tendremos salud del todo perfecta.





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CAPITULO 50: De cómo suelen ser muchos engañados dando crédito a falsas revelaciones. Y declárase en particular en qué consiste la verdadera libertad de espíritu.



No es razón que pase de aquí sin avisaros de un gran peligro que a los que caminan en el camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del cual, consiste en el aviso que el Espíritu Santo nos dio, mediante acuesta palabra que dice: Inclina tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales, los cuales muchas veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas: una, para con aquellos engaños, quitar el crédito de las verdaderas revelaciones de Dios, como también ha procurado falsos milagros para quitar el crédito de los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona debajo de especie de bien, ya que por otra parte no puede. Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos hemos visto en los presentes; los cuales deben de poner escarmiento, y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos que tanto crédito les daban primero, dijeron y avisaron, después de haber sido libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en ellos. Gerson (Gerson, canciller de la Universidad de París en el siglo xv) cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de apuestos, y dice haber sabido de muchos que decían y tenían por muy cierto haberles revelado Dios que habían de ser Papas; y alguno de ellos lo escribió así, y por conjeturas y otras pruebas afirmaba ser verdad. Y otro, teniendo el mismo crédito (Crédito : creencia, persuasión) que había de ser Papa, después se le asentó en el corazón que había de ser Anticristo, o a lo menos mensajero de él; y después fue gravemente tentado de matarse él mismo, por no traer tanto daño al pueblo cristiano; hasta que por la misericordia de Dios fue sacado de todos estos engaños, y los dejó en escrito para cautela y enseñanza de otros.

No han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que ellos habían de reformar la Iglesia cristiana, y traerla a la perfección que a su principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo ha sido suficiente prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber entendido en su propia reformación, que con la gracia de Dios les fuera ligera, que, olvidando sus propias conciencias, poner los ojos de su vanidad en cosa que Dios no la quería hacer por medio de ellos.

Otros han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve atajo para llegar presto a Dios; y parecíales, que dándose perfectamente a Él, y dejándose en sus manos, eran tan tomados de Dios y regidos por el Espíritu Santo, que todo lo que a su corazón venía no era otra cesa sino lumbre e instinto de Dios (Alude a los alumbrados, cuyo error fundamental describe).Y llegó a tanto este engaño, que si acueste movimiento interior no les venia, no habían de moverse a hacer obra buena, por buena que fuese; y si les movía el corazón a hacer alguna obra, la hablan de hacer, aunque fuese contra el mandamiento de Dios; creyendo que aquella gana que su corazón sentía, era instinto de Dios y libertad del Espíritu Santo, que los libertaba de toda obligación de mandamientos de Dios; al cual decían que amaban tan de verdad, que aun quebrantando sus mandamientos no perdían su amor. Y no miraban que predicó el Hijo de Dios por su boca lo contrario de acuesto, diciendo (Jn., I4, 2I): El que tiene mis mandamientos y los guarda, aquél es el que me ama. Item (v. 23): Si alguno me ama, guardará mi palabra. Y (v. 24): El que no me ama, no guardará mi palabra. Dando claramente a entender, que quien no guarda sus palabras, no tiene su amor ni amistad. Porque, como dice San Agustín: «Ninguno puede amar al Rey, cuyo mandamiento aborrece.»

Y lo que el Apóstol dice (1Tm 1,9): Al justo no le es impuesta ley; y que (2Co 3,17) donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad; no se ha de entender que el Espíritu Santo haga a ninguno, por justo que sea, ser libertado de la guarda del mandamiento de Dios, ni de su Iglesia, ni de sus mayores; antes mientras más se les comunica este Espíritu, más amor les pone; y creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar más y más las palabras de Dios y de su Iglesia; sino, como este Espíritu sea eficacísimo, y haga al hombre verdadero y ferviente amador de lo bueno, pónele tal disposición en el ánima cuando con abundancia se da, que no le es pesada la guarda de los mandamientos, antes muy fácil, y tan sabrosa, que diga Santo Rey y Profeta David (Ps 118,103): ¡Cuan dulces son para mi garganta tus palabras! Más que la miel para mi boca. Porque como este Espíritu ponga perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios, haciéndole que sea un espíritu con Él (1Co 6,17), quiere decir, como dice San Pablo, que tenga un querer y no querer, necesariamente ha de ser al hombre sabrosa la guarda de la voluntad de Dios, pues a cada uno es sabroso obrar lo que ama. Tanto, que si la misma Ley de Dios se perdiese, se hallarla escrita por el Espíritu Santo en las entrañas de ellos, según dice Santo Rey y Profeta David (Ps 36,31), que la Ley de Dios está en el corazón del justo; quiere decir, en su voluntad, según Dios. Y antes lo había dicho Dios (Jr 31,33): Yo daré mi Ley en las entrañas de ellos. Y de aquí es, que aunque no hubiese infierno que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra. Porque como el Espíritu Santo obre en el hombre para con Dios lo que la generación humana en el corazón del hijo para con su padre, pues por él y su gracia recibimos la adopción de los hijos de Dios, de ahí viene que el tal hombre, como un amoroso hijo reverencia y sirve a Dios por el amor filial que le tiene. Tras lo cual viene aborrecimiento perfecto de todo pecado, y la perfecta esperanza, que alanza de si tristeza y temor, como se sufre alanzar en este destierro, y hacerle sufrir los trabajos, no sólo con paciencia, mas con alegría. Y por esta libertad que tiene para con pecados y con trabajos, aborreciendo a los unos y amando a los otros, se llama Ubre, y que al tal justo no le es puesta ley. Así como si hubiese una madre que mucho amase a su hijo y mucho hiciese por él, no le sería pesada la ley que le mandase hacer lo que con su corazón maternal con su hijo hace. Y así esta tal madre no estaría debajo de ley ni de trábajos, mas encima de ella, como libre, pues obra con deleite lo que la ley le manda con autoridad. Y de esta manera hacen los que hemos dicho, cumpliendo la Ley con amor. Y aun muchos hacen cosas a que no tienen obligación, ardiendo su corazón con mayor fuego de amor, que la obligación en que les pone la Ley. Y así se ha de entender lo que dice San Pablo (Ga 5,18): Si sois llevados por el espíritu, no estáis debajo de la Ley. Porque aborreciendo al pecado, y siendo amorosos para con la Ley, y gozosos con los trabajos todo lo cual viene de ser guiados por el espíritu, no les es carga la Ley según es dicho. Mas en quebrantando uno de los Mandamientos de Dios o de su Iglesia, luego se va este Espíritu, según está escrito (Sg 1,5), que se aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, y que será echado del ánima, por venir a ella la maldad. Y como entonces no son llevados los hombres por este Espíritu Santo, necesario es que queden sujetos a la pesadumbre que da la Ley a los que no la aman, y queden flacos para sufrir los trabajos, y sujetos a caídas de culpas.

No diga, pues, nadie que quebrantando mandamientos de Dios o de su Iglesia, pueda haber justicia, ni libertad, ni amor con Él; pues el Señor pronuncia ser esclavo, no libre (Jn 8,34), el que hace el pecado. Y como no hay participación de luz con tinieblas (2Co 6,14), no la hay entre Dios y quien obra maldad; porque, según es escrito (Sg 14,9): Aborrecible es a Dios el malo y su maldad.

Heos dado cuenta de acueste tan ciego error, como poniéndooslo en ejemplo, por donde saquéis otros muchos, tan necios y torpes como él; en los cuales han caído en tiempos pasados y presentes los que han livianamente creído que los sentimientos o instintos que en su corazón había eran de Dios.





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CAPITULO 51: De cómo nos habernos de haber para no errar en las tales ilusiones; y cuan peligroso sea el deseo de revelaciones o cosas semejantes.



Con deseo que vuestra ánima no sea una de acuestas, os encomiendo mucho escarmentéis, como dicen, en ajena cabeza; y que tengáis mucho aviso de no consentir en vos, poco ni mucho, el deseo de acuestas cosas singulares y sobrenaturales, porque es señal de soberbia o curiosidad peligrosa.

De lo cual en algún tiempo fue tentado San Agustín, cuyas palabras son éstas: «¡Con cuántas artes de tentaciones ha procurado conmigo el enemigo que yo pidiese a Ti, Señor, algún milagro! Mas ruégote, por amor de nuestro Rey Jesucristo, y por nuestra ciudad de Jerusalén la del cielo, que es casta y sencilla, que así como ahora está lejos de mí el consentimiento de acuesta tentación, así lo esté siempre más y más lejos.» San Buenaventura dice que muchos han caído en muchas locuras y errores, en castigo de haber deseado las cosas ya dichas. Y dice que antes deben ser temidas que deseadas. Y si os vinieren sin quererlas vos, temed, y no les deis crédito, mas recurrid luego a nuestro Señor, suplicándole no sea servido de llevaros por este camino, sino que os deje obrar vuestra salud en su santo temor (Ph 2,12), y camino ordinario y llano de los que le sirven. Especialmente habéis de mirar esto, cuando la tal revelación o instinto os convidare a reprender o avisar de alguna cosa secreta a tercera persona, y mucho más si es sacerdote, o Prelado, o semejante persona a quien se debe particular reverencia. Desechad entonces muy de corazón estas cosas, y salid de ellas con decir lo que dijo Moisés (Ex 4,13): Suplicóte, Señor, envíes al que has de enviar. Y Jeremías (Jr 1,6) dijo: Muchacho soy. Señor, no sé hablar: teniéndose entrambos por insuficientes, y huyendo de ser enviados a corregir a los otros. Y no temáis que por esta resistencia humilde se enojará Dios o se ausentará si el negocio es suyo; mas antes se acercará y lo aclarará. Pues quien da su gracia a los humildes (Jc 4,6), no la quitará por hacer acto de humildad. Y Si no es de Dios, huirá el demonio, herido con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat (1S 17,49).

Y así acaeció a un Padre del yermo, que apareciéndole una figura del crucifijo, no sólo no le quiso adorar ni creer, mas cerrados los ojos dijo: «No quiero ver en este mundo a Jesucristo, bástame verlo en el cielo.» Con la cual respuesta huyó el demonio, que con ajena figura le quería engañar. Otro Padre respondió a uno, que decía ser Ángel enviado a él de parte de Dios: «Yo no he menester, ni soy digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quién te enviaron, que no es posible que te enviasen a mí, ni te quiero oír.» Y así con esta humilde respuesta huyó el demonio soberbio. Y por esta vía de humildad, y de desechar muy de corazón estas cosas, han sido muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta vía el demonio les tenía armados; probando en sí mismo lo que dice Santo Rey y Profeta David (Ps 114,6): El Señor guarda a los pequeñue/os: humílleme yo, y libróme Él. Y, por el contrario, hallando la falsa revelación o instinto del demonio alguna gana o aplacimiento liviano en el corazón de quien le recibe, prende allí y toma fuerzas para del todo engañar, permitiéndolo Dios no sin justo juicio; porque, como dice San Agustín, «la soberbia debe ser engañada».

Estad, pues, tan limpia de acueste aplacimiento, y de pensar que sois algo por acuestas revelaciones, que no se mude vuestro corazón ni un solo punto del lugar humilde en que antes estaba, debajo del temor santo de Dios; y así os habed en ellas como si no os hubieran venido. Y si con responder esto, el negocio pasare adelante, dad luego cuenta de él a quien os puede aconsejar lo que os cumple. Aunque mejor sería dar esta cuenta luego que os acaeciese, y ayudar vos con oraciones y ayunos y otras buenas obras, al que os ha de aconsejar, para que Dios le aclare la verdad, pues el negocio es tan dificultoso. Porque si al espíritu bueno de Dios tenemos por espíritu malo del demonio, es gran blasfemia, y somos semejantes a los miserables fariseos, contradictores de la verdad de Dios, que atribuían al espíritu malo las obras que Jesucristo nuestro Señor hacia por Espíritu Santo. Y si con facilidad de creencia aceptamos el instinto del espíritu malo por cosas del Espíritu Santo, ¿qué mayor mal puede ser, que seguir las tinieblas por luz, y el engaño por verdad, y lo que peor es, al demonio por Dios? En entrambas partes hay gran peligro, o teniendo a Dios por demonio, o al demonio por Dios. Y cuan gran necesidad hay de saber distinguir y estimar cada cosa de éstas en lo que ella es, ninguno hay, por ciego que sea, que no lo vea. Mas cuan clara está la necesidad, tan dificultosa y escondida está la certificación y lumbre de acuesta duda. Y así como no es de todos profetizar o hacer milagros, con otras semejantes gracias, sino de aquellos a quien el Espíritu santo las reparte por su voluntad, así no es dado al espíritu humano, por sabio que sea, juzgar con certidumbre y verdad la diferencia de los espíritus, si no fuese alguna cosa muy clara contra la Escritura o Iglesia de Dios. Necesaria, pues, es en todo caso lumbre del Espíritu Santo que se llama discreción de espíritus; con la cual entrañable inspiración y alumbramiento juzga el hombre, que este don tiene, sin errar, cuál es el espíritu de verdad o de mentira. Y si es cosa de tomo, débese decir al Prelado, y tener por acertada su determinación (Insigne fue la discreción de espíritu de que estuvo dotado el Santo Maestro Ávila, a cuyo supremo criterio apeló Santa Teresa de Jesús para cerciorarse en los temores de su conciencia).




Juan Avila - Audi FIlia 47