Juan Avila - Audi FIlia 70

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CAPITULO 70: Que es muy importante el ejercicio de la oración, y de los grandes provechos que de ella se sacan.



Pues que ya habéis oído que la luz que vuestros ojos han de mirar es Dios humanado y crucificado, resta deciros qué modo tendréis para le mirar, pues que esto ha de ser con ejercicio de devotas consideraraciones y habla interior que en la oración hay.

Mas primero que os digamos el modo que habéis de tener en la oración, conviene deciros cuan provechoso ejercicio sea, especialmente para vos, que habiendo renunciado al mundo, os habéis toda ofrecido al Señor; con el cual os conviene tener muy estrecha y familiar comunicación, si queréis gozar de los dulces frutos de vuestro religioso estado.

 Y por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios. Porque aunque cada cosa de éstas tenga su particular razón, no es mi intento tratar aquí sino de este general que he dicho, de cómo es cosa muy importante que el ánima tenga con su Dios esta particular habla y comunicación.

Para prueba de lo cual, si ciegos no estuviesen los hombres, bastaba decirles que daba Dios licencia para que todos los que quisiesen pudiesen entrar a hablarle una vez en el mes o en la semana, y que les daría audiencia de muy buena gana, y remediaría sus males, y haría mercedes, y habría entre Él y ellos conversación amigable de Padre con hijos. Y si diese esta licencia para que le pudiesen hablar cada día, y si la diese para que muchas veces al día, y si también para que toda la noche y el día, o todo lo que de este tiempo pudiesen y quisiesen estar en conversación del Señor, Él lo habría por bueno, ¿quién sería el hombre, si piedra no fuese, que no agradeciese tan larga y provechosa licencia, y no procurase de usar de ella todo el tiempo que le fuese posible, como de cosa muy conveniente para ganar honra, por estar hablando con su Señor; y deleite, por gozar de su conversación; y provecho, porque nunca iría de su presencia vacío? ¿Pues por qué no se estimará en mucho lo que el Altísimo ofrece, pues se estimaría si lo ofreciese un rey temporal, que en comparación del Altísimo, y de lo que de su conversación se puede sacar, el rey es gusano, y lo que puede dar uno y todos es un poco de polvo? ¿Por qué no se huelgan los hombres de estar con Dios, pues (Pr 8,31) los deleites de Él son estar con los hijos de los hombres? No tiene su conversación amargura (Sg 8,16), sino alegría y gozo; ni su condición tiene escasez para negar lo que le piden.

Y Padre nuestro es, con el cual nos habíamos de holgar, conversando, aunque ningún otro provecho de ello viniera. Y si juntáis con esto que no sólo nos da licencia para que hablemos con Él, mas que nos ruega, aconseja, y alguna vez manda, veréis cuánta es su bondad y gana de que conversemos con Él, y cuánta nuestra maldad de no querer ir, rogados y pagados, a lo que debíamos ir rogando y ofreciendo por ello cualquier cosa que nos fuese pedida.

Y en esto veréis cuan poco sentimiento tienen los hombres de las necesidades espirituales, que son las verdaderas; pues quien verdaderamente las siente, verdaderamente ora, y con mucha instancia pide remedio. Un refrán dice: «Si no sabes orar, entra en la mar.» Porque los muchos peligros en que se ven los que navegan, les hace clamar a nuestro Señor. Y no sé por qué no ejercitamos todos este oficio, y con diligencia, pues ahora andemos por tierra, ahora por mar, andamos en peligros de muerte; o del ánima, si caemos en pecado mortal, o de cuerpo y ánima, si no nos levantamos por la penitencia de aquel en que hemos caído. Y si los cuidados perecederos, y el polvo que en los ojos traemos, nos diesen lugar de cuidar y mirar las necesidades de nuestro corazón., cierto andaríamos dando clamores a Dios, diciendo con todas entrañas (Mt 6,13): ¡No nos dejéis caer en la tentación! (Ps 34,22): ¡Señor, no te apartes de mii, y otras semejantes palabras, conformes al sentimiento de la necesidad. Todo nuestro orar se ha pasado a lo que se ha pasado nuestro sentido, que es el bien o mal temporal. Y aun esto no lo hacemos luego, sino cuando los otros medios y arrimos nos han faltado, como gente que su postrera confianza tiene puesta en nuestro Señor, y su primera y mayor en sí mismo o en otros. De lo cual suele el Señor enojarse mucho, y decir (Dt 32, 37, 39): ¿Dónde están tus dioses, en los cuales tenías confianza? Líbrente tus aliados, a los cuales se los llevará el viento y el soplo. Mirad que Yo sólo soy, y no hay otro fuera de Mí. Yo mataré y haré vivir; heriré y sanaré, y no hay quien se pueda librar.

Mirad, pues, vos, doncella, no os toquen acuestas cosas, mas tened vivo el sentido de vuestra ánima, con que gustéis que vuestro verdadero mal es no servir a Dios, y vuestro verdadero bien es servirle. Y cuando alguna cosa temporal pidiéredes, no sea con aquel ahínco y angustia que del amor demasiado suele nacer. Y para lo mucho y para lo poco, vuestra confianza primera sea nuestro Señor; y la postrera, los medios que Él os encaminare. Y sed muy agradecida a esta merced, de que os dio licencia de hablarle y conversar con Él; y usad de ella, para bienes y males, con mucha frecuencia y cuidado, pues por medio de esta habla y conversación con el Altísimo han sido enriquecidos los siervos de Dios, y remediados en sus pobrezas; porque entendieron que los peligros que Dios les dejó, fue a intento que, apretados con ellos, recurriesen a Él; y los bienes que les vienen son para ir a Él, dándole gracias.

De los gabaonitas leemos (Jos 10,6), que estando en mucho peligro por estar cercados de sus enemigos, enviaron un mensajero a Josué, a cuya amistad se habían ofrecido, y por la cual estaban en aquel peligro, y hallaron favor y remedio por lo pedir. Y aunque aquellos cinco reyes, de que la Escritura hace mención (Gn 14,1) fueron vencidos en el valle Silvestre, y sus ciudades robadas; mas porque un mozo que de la guerra escapó, fue a dar nueva de este desbarato al Patriarca Abraham, alcanzaron remedio los reyes y sus cinco ciudades por mano de Abraham, que los socorrió. De manera, que se alcanza, por un solo mensajero que va a pedir favor a quien lo quiere y puede dar, más que por la muchedumbre de combatientes que en la guerra o ciudad haya. Y cierto, es así, que quien enviare a Dios mensajero de humilde y fiel oración, aunque esté cercado y destrozado y metido en el vientre de la ballena, sentirá presente al Señor, que está cerca a todos aquellos que le llaman en verdad (Ps 144,18).

Y si no saben lo que han de hacer, con la oración hallan lumbre, porque con esta confianza dijo el rey Josafat (Paralip, 20, 12): Cuando no sabemos lo que hemos de hacer, este remedio tenemos, que es alzar los ojos a Ti. Y Santiago (Jc 1,5) dice: Que quien hubiere menester sabiduría, la pida a Dios. Y por este medio eran Moisés y Aarón enseñados de Dios acerca de lo que debían hacer con el pueblo. Porque como los que rigen a otros han menester lumbre doblada, y tenerla muy a la mano y a todo tiempo, así han menester oración doblada y estar tan diestros en ella, que sin dificultad la ejerciten, para que conozcan la voluntad del Señor de lo que deben hacer en particular, y para que alcancen fuerza para cumplirla. Y este conocimiento que allí se alcanza, excede al que alcanzamos por nuestras razones y conjeturas, como de quien va a cosa cierta, o quien va, como dicen, a tienta paredes. Y los propósitos buenos y fuerza que allí se cobran, suelen ser sin comparación más vivos y salir más verdaderos, que los que fuera de la oración se alcanzan. San Agustín dijo, como quien lo había probado: «Mejor se sueltan las dudas con la oración, que con cualquiera otro estudio.» Y por no cansar, y porque no sería posible deciros particularmente los frutos de la oración, no os digo más, sino que la suma Verdad dijo (Lc 11,13): Que el Padre celestial dará espíritu bueno a los que se lo piden; con el cual bien vienen todos los bienes.

Y débeos bastar, que usaron este ejercicio todos los Santos. Porque, como San Crisóstomo dice: «¿Quién de los Santos no venció orando?» Y él mismo dice: «No hay cosa más poderosa que el hombre que ora.» Y bastarnos debe, y sobrar, que Jesucristo, Señor de todos, oró en la noche de su tribulación, aun hasta derramar gotas de sangre (Lc 22,44). Y oró en el monte Tabor, para alcanzar el resplandor de su cuerpo (Lc 9,29). Oró primero que resucitase a San Lázaro (Jn 11,41); y veces oraba tan largo, que se le pasaba toda la noche en oración. Y después de una tan larga oración como ésta dice San Lucas (Lc 6,12), que eligió entre sus discípulos número de doce Apóstoles. En lo cual, dice San Ambrosio, nos dio a entender lo que debemos hacer cuando quisiéremos comenzar algún negocio, pues que en aquel suyo, primero oró, y tan largo.

Y por esto debiera decir San Dionisio, que en principio de toda obra hemos de comenzar por la oración. San Pablo (Rm 12,12) amonesta que entendamos con instancia en la oración; y el Señor dice (Lc 18,1), que conviene siempre orar, y no aflojar; que quiere decir, que se haga esta obra con frecuencia, diligencia y cuidado. Porque los que quieren valerse con tener cuidado de sí en hacer obras agradables a Dios, y no curan de tener oración, con sola una mano nadan, con sola una mano pelean, y con sólo un pie andan. Porque el Señor, dos nos enseñó ser necesarias, cuando dijo (Mt 26): Velad y orad, porgue no entréis en tentación. Y lo mismo avisó cuando dijo (Lc 21,36): Velad, pues, en todo tiempo orando, que seáis hallados dignos de escapar de todas estas cosas que han de venir, y estar delante el hijo de la Virgen. Y entrambas cosas junta San Pablo (Ep 6,11), cuando arma al caballero cristiano en la guerra espiritual que tiene contra el demonio. Porque así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo de sueño tendrá flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima, que el sueño al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre y espíritu con que se recobra lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se disminuye del fervor de la caridad e interior devoción.

Y cuan necesario sea el orar, parece muy claro en la instancia y ayunos con que el Profeta San Daniel (Da 9,1-19) oraba al Señor que librase su pueblo de la cautividad de Babilonia, aunque eran cumplidos los setenta años que el Señor había puesto por término para los librar. Y si en lo que Dios ha prometido de hacer o dar, aún es menester que se le pida con oración ahincada, ¿cuánto más será menester en lo que no tenemos promesa suya en particular? San Pablo pide a los Romanos (Rm 15,30) que rueguen a Dios por él, para que, quitados los impedimentos, pueda ir a los visitar. Sobre lo cual dice Orígenes: «Aunque había dicho el Apóstol un poco antes (Rm 15,29): Se que, yendo a vosotros, será mi ida en la abundancia de la bendición de Cristo; mas con todo esto, sabía que la oración es necesaria, aun para las cosas que él manifiestamente conocía que habían de acaecer; y si no hubiera oración, sin duda no se cumpliera lo que había profetizado.» ¿No os parece que tuvo razón quien dijo (San Gregorio) que era la oración medio para alcanzar lo que Dios Omnipotente ordenó, ante los siglos, de donar en tiempo? Item, que así como el arar y sembrar es medio para coger trigo, así la oración para alcanzar frutos espirituales. Por lo cual no nos debemos maravillar si tan pocos cogemos, pues que tan poca oración sembramos.

Cosa cierta es que de la conversación de un bueno se sigue amarle y concebir deseos de la virtud; y si con Dios conversásemos, con mucha más razón podríamos esperar de su conversación estos y otros provechos, a semejanza de Santo Profeta y Legislador Moisés, que de la tal conversación salió Heno de resplandor (Ex 34).

Y no por otra causa estamos tan faltos de misericordia para con los prójimos, sino porque nos falta esta conversación con nuestro Señor. Porque el hombre que estuvo de noche postrado delante de Dios pidiéndole perdón y misericordia para sus pecados y necesidades, claro está que si de día encuentra con otro que le pida lo que él pidió a Dios, que conocerá las palabras, y se acordará de con cuánto trabajo él las dijo a nuestro Señor, y con cuánto deseo de ser oído, y hará con su prójimo lo que quería que Dios hiciese con él.

Y por decir en una palabra lo que en esto siento, os traigo a la memoria lo que dijo Santo Rey y Profeta David (Ps 65,20): Bendito sea el Señor, que no quitó de mí mi oración y su misericordia. Sobre lo cual dice San Agustín: «Seguro puedes estar, que si Dios no quita de ti la oración, no te quitará su misericordia.» Y acordaos que el Señor dijo (Lc 11,13): Que el celestial Padre dará espíritu bueno a los que se lo piden. Y con este espíritu cumplimos la Ley de Dios, como dice San Pablo (Rm 7,25). De manera, que nos está cercana la misericordia de Dios, y cumplimos su Ley por medio de la oración. Mirad vos qué tal estará un hombre a quien le faltaren estas dos cosas, por faltarle la oración.

Y quiéroos avisar del yerro de algunos que piensan que, porque dijo San Pablo (1Tm 2,8): Quiero que los varones oren en todo lugar, no es menester orar despacio, ni en lugar particular, sino que basta mezclar la oración entre las otras obras que hace. Bueno es orar en todo lugar, mas no nos hemos de contentar con aquello, si hemos de imitar a Jesucristo nuestro Señor, y a lo que sus Santos han dicho y hecho en el negocio de la oración. Y aun tened por cierto, que ninguno sabrá provechosamente orar en todo lugar, sino quien primero hubiere aprendido este oficio en lugar particular, y gastado en él espacio de tiempo.



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CAPITULO 71: Que la penitencia de los pecados es el primer paso para nos llegar a Dios, teniendo de ellos verdadero dolor y haciendo de ellos verdadera confesión y satisfacción.



El primer paso que el ánima ha de dar allegándose a Dios ha dé ser la penitencia de sus pecados. Y para que ésta sea bien hecha aprovecha mucho desocuparse de todos negocios y de toda conversación, y entender con cuidado en traer a la memoria todos los pecados de toda su vida, sirviéndose para ello de algún Confesionario (Confesionario: Tratado que da reglas para la confesión).

Y después de los haber bien gemido, confesarlos con médico espiritual que le pueda y sepa dar remedio competente a su enfermedad, y le ponga su conciencia tan llana, como si aquel día hubiese el hombre de morir, y ser presentado en el juicio de Dios. Y en este negocio puede gastar un mes o dos, deshaciendo con amargos gemidos lo que pecó con malos placeres. Y para esto se puede servir de leer algún buen libro que a esto le ayude, y de lo que antes dijimos (Caps. 60 y 61), de pensar en su muerte y en el juicio de Dios, y descender vivo con el pensamiento a aquel pozo hondo del fuego eternal, porque no descienda después de muerto a probar la eterna miseria que allí hay.

Servirle ha también para esto, mirando una imagen del Crucifijo, o acordándose de Él, pensar cómo él fue causa por sus pecados que el Señor padeciese tales tormentos. Y mírele bien de pies a cabeza, ponderando por si cada tormento, y llorando en cada pecado, pues las penas del Señor corresponden a nuestras culpas, padeciendo Él deshonras en pago de nuestra soberbia, azotes y dolores en pago de nuestros placeres, y así en lo demás. Y piense: Si un hijo viese azotar a su padre, o atormentarle muy recio por una cosa que nunca el padre la hizo, sino el tal hijo; y, si oyese la voz del pregonero: «Quien tal hace que tal pague», este tal hijo, grave compasión tendría de su padre, y gran dolor por haber hecho cosa que tan cara costase a su padre. Y si verdadero hijo fuese, más le dolería ver castigado a su padre, que si le castigaran a él. Y gran maravilla sería si no diese voces con el gran dolor, confesando que el culpado es él, que lo castiguen a él, y no a su padre que nada debía. Tomemos ejemplo de aquí, de dolernos más de haber pecado porque fue Dios el ofendido y fue Dios el castigado, que por cualquier mal que por haber pecado nos pudiese venir. ¡Yo, Señor, pequé, ¿y pagáislo vos?! ¡Mis travesuras, Señor, os pusieron en la cárcel, y os hicieron pregonar por las calles y os pusieron en cruz! Este sea su gemido, con deseo de padecer por Dios todo lo que Él fuere servido de enviarle.

Y después de haber hecho este examen de su conciencia, con dolor y satisfacción, según el parecer de su confesor, recibida la absolución sacramental, podrá tener confianza del perdón, y consolación de su ánima.



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CAPITULO 72: Que el segundo paso para nos llegar a Dios, es el hacimiento de gracias que le debemos dar por nos haber así librado;

y del modo que en esto se tendrá, mediante diversos pasos de la Pasión en diversos días.



Purgada así el ánima de los tales humores de pecados, que le causasen la muerte, se debe ocupar en hacimiento de gracias por tan grande y no merecida merced, de no sólo haber Dios perdonado el infierno, mas haberle recibido por hijo y dádole su gracia y dones interiores, por merecimiento del verdadero Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que murió por nuestros pecados, y resucitó por nuestra justificación (Rm 4,25); matando nuestros pecados y vida vieja, muriendo Él; y resucitándonos a vida nueva, resucitando Él. Y si decía Job (Jb 31,20), que el cuerpo del pobre a quien él había vestido, sintiéndose abrigado, echaría bendiciones a Job que aquel beneficio le hizo, con mucha más razón debemos bendecir a Jesucristo crucificado, cuando nuestra ánima se siente libre de males y consolada con bienes, creyendo que todo nuestro bien nos viene por El; pues no es razón ser ingratos a tal amor y a tales mercedes.

Y aunque cada vez que bien nos fuere debemos luego con particular agradecimiento bendecir a Jesucristo; mas para que se haga esto mejor hecho y con más fruto, conviene que pues para pensar en vuestros propios pecados os dije que buscásedes lugar recogido y desocupado de todos, y os mirásedes a vos, con mucha más razón os debéis ocupar otro rato cada día en pensar la Pasión de nuestro Señor, y darle gracias por los bienes que nos vinieron por ella, diciendo de corazón (Ps 118,93): No olvidaré para siempre tus justificaciones, porque en ellas me diste la vida.

El modo, pues, que tendréis, si otro mejor no se os ofreciere, será éste: Pensar el lunes la oración del Señor y prendimiento del Huerto, y lo que aquella noche pasó en casa de Anas y Caifas. El martes, las acusaciones y procesiones de uno a otro juez, y sus crueles azotes que atado a la columna pasó. El miércoles, cómo fue coronado de espinas y escarnecido, sacándole con vestidura de grana, y caña en la mano, porque todo el pueblo le viese, y dijeron: ecce homo. El jueves, no le podemos quitar su misterio muy excelente; conviene a saber, cómo el Hijo de Dios con profunda humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio su Cuerpo y Sangre en manjar de vida; mandando a ellos y a todos los sacerdotes que habían de venir, que hiciesen lo mismo en memoria de Él (Lc 22,19). Hallaos vos presente en aquel lavatorio admirable, y en el convite tan excelente, y esperad en Dios, que ni saldréis sin lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves pensaréis el viernes cómo el Señor fue presentado ante el juez, y sentenciado a muerte, y llevó la cruz encima de sus hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo demás que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del Padre y murió. Y en el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su sagrado costado, y cómo le quitaron de la cruz, y pusieron en brazos de su sagrada Madre, y después en el sepulcro; e id acompañando su ánima al limbo de los Santos Padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí les concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la Virgen y Madre pasó, y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, porque allende de serle cosa debida, os será muy provechosa. Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la Resurrección, y la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar en aquel día.

Y particularmente os encomiendo, que en la noche del jueves toméis cuan poco sueño fuere posible, por tener compañía al Señor, que después de los trabajos del prendimiento y largos caminos a casa de Anas y Caifas, y después de muchas bofetadas, burlas y otros males que le fueron hechos, pasó lo demás de la noche muy aherrojado y en cárcel muy dura, y con tal tratamiento de los que le guardaban, que ni a Él vagaba dormir, ni habría quien cesase de llorar si bien se supiese lo que allí pasó; lo cual es tanto, como San Jerónimo dice, que hasta el día de] juicio no se sabrá. Pedidle vos a Él parte de sus penas, y tomad vos por Él cada noche del jueves alguna en particular, la que Él os encaminare. Porque gran vergüenza es para un cristiano no diferenciar aquella noche de otras. Y una persona decía, que ¿quién podía dormir la noche del jueves? Y aun también creo que tampoco dormía la noche del viernes.





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CAPITULO 73: Del modo que se ha de tener en la consideración en la vida y Pasión de nuestro Señor Jesucristo.



Este ejercicio de pensar en los pasos de la vida o muerte de Jesucristo nuestro Señor se puede hacer en una de dos maneras: o con representar a vuestra imaginativa la figura corporal de nuestro Señor, o solamente pensar sin representación imaginaria. Y sabed, que pues el altísimo e invisible Dios se hizo hombre visible, para que con aquello visible nos metiese adentro donde está lo invisible, no se debe pensar sino que fue muy provechosa cosa mirarle con ojos corporales, para poderle mirar con los espirituales, que son de la fe, si la malicia de quien lo miraba no lo impedía. Y, cierto, todo lo corporal del Señor era muy ordenado, y tenía una particular eficacia para ayudar al corazón piadoso a levantarse a las cosas espirituales. Y no fue pequeña merced para los tales gozar de tal vista, de la cual muchos Reyes y Profetas desearon gozar y no la alcanzaron (Lc 10,24). Y aunque los que después venimos no gozamos de esta merced tan cumplida; mas no debemos dejar de aprovecharnos de ella en lo que pudiéremos. Y a este intento nuestra Madre la santa Iglesia, y con mucha razón, nos propone imágenes del cuerpo del Señor, para que despertados por ellas, nos acordemos de su corporal presencia, y se nos comunique algo, mediante la imagen, de lo mucho que se nos comunicara con la presencia. Y pues me trae provecho una imagen pintada en un palo fuera de mí, también lo traerá la que fuere pintada en mi imaginativa dentro de mí, tomándola por escalón para pasar adelante. Porque todo lo de nuestro Señor, y lo que le toca y representa, tiene virtud maravillosa para llevarnos a Él.

Y aunque os parezcan cosas bajas, mas por ser medio para cosas altas, altas os deben parecer. Y por esta bajeza quiere Dios que comiencen humillados los que Él ha de subir de su mano a cosas mayores. Porque los que desde luego que comienzan se dan a pensamientos muy altos, por parecerles más gustosos y más dignos de su consideración, les está la caída muy cierta. Porque, como dice la Escritura (Pr 19,2), el que es apresurado en el andar, tropezará (Pr 28,22): El que se da priesa a enriquecer, no estará sin pecado. Y también claramente se ve, que casa sin fundamento no puede durar mucho sin caer. Y acaece a estos tales, que si después quieren tornar a pensar cosas proporcionadas a su pequeñez, no lo aciertan a hacer, por estar engolosinados en las mayores; y así corren peligro, como el ave que sale del nido antes del tiempo; porque ni puede proseguir su vuelo, ni tornarse a su nido. Por tanto, conviene que comencemos de lo bajo de nuestros pecados, según se ha dicho, y luego en el pensamiento de la sacra Humanidad de Jesucristo nuestro Señor, para subir a la alteza de su Divinidad.



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CAPITULO 74: En que se prosigue más en particular el modo de considerar la vida de nuestro Señor Jesucristo, para que sea con más provecho.



Recogida, pues, en vuestra celda, en el rato que para este ejercicio tomáredes, decid primero la confesión general, pidiendo al Señor perdón de vuestros pecados, especialmente de los que hubiéredes hecho después de la postrera confesión que hicisteis; y rezaréis algunas oraciones vocales, según arriba se os dijo cuando tratábamos del propio conocimiento (Cap.59). Y después leed aquel mismo paso de la Pasión, que queréis pensar, en algún libro que trate de la Pasión; y serviros ha de dos cosas: una de enseñaros cómo acaeció aquel paso, para que vos lo sepáis pensar; porque vida y muerte del Señor habéislas de saber muy sabidas; y otra para recogeros el corazón, para que cuando fuéredes a pensar, no vayáis derramada ni tibia. Y aunque no leáis de una vez todo lo que el libro dijere acerca de aquel paso, no se pierde nada, pues que en otras semanas, cuando venga el mismo día, se podrá acabar de leer. Y, como ya os he dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el apetito del ánima y dar materia a pensar y orar. Y los libros que para pensar en la Pasión pueden aprovechar, entre otros, son las Meditaciones de San Agustín en latín, y las del Padre Fray Luis de Granada en romance (Libro de la Oración y Meditación, donde trae una meditación devotísima de la Pasión para cada día de la semana), y el Cartujano, (El Cartujano llamábase Ludolfo de Sajonia (1295---1378). Fue fraile dominico y pasó a la Cartuja en 1340. Ya cartujo, escribió su celebérrima Vita Jesu Christi..., libro de profunda piedad, de fondo evangélico, comentado por los SS. Padres. Hubo traducciones castellanas muy antiguas.) que escribe sobre todos los Evangelios.

Y la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y recogidos vuestros ojos, suplicad al Señor os envíe lumbre del Espíritu Santo para daros sentido compasivo y amoroso de lo que Cristo tan amorosamente por vos padeció. Importunadle mucho, no permita Él tanta ingratitud en vos, que siendo obligada a imitar su Pasión, que aun no seáis para la pensar.

Y luego poned la imagen de aquel paso que quisiéredes pensar, dentro de vuestro corazón; y si esto bien no se os diere, haced cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y dígoos esto así, por avisaros que no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a Jerusalén, donde esto acaeció, porque esto daña mucho a la cabeza y seca la devoción; mas haced cuenta que lo tenéis allí presente, y poned los ojos de vuestra ánima en los pies de Él, o en el suelo cercano a Él, y con toda reverencia mirad lo que entonces pasaba como si a ello presente estuviérades, y escuchad lo que el Señor habla con toda atención. Y sobre todo, con una sosegada y sencilla vista miradle su sacratísimo Corazón, tan lleno de amor para con todos, que excedía tanto a lo que de fuera padecía—aunque era inefable—, cuanto excede el cielo a la tierra.

Y guardaos mucho de afligir vuestro corazón con tristezas forzadas, que suelen echar alguna lagrimilla forzada; porque impiden el sosiego que para este ejercicio es menester, como decía el Abad Isaac; y suelen secar el corazón y hacerle inhábil para la divina visitación, que pide paz y sosiego; y aun suelen destruir la salud corporal, y dejar el ánima tan atemorizada con el disgusto que allí sintió, que teme otra vez de tornar al ejercicio como a cosa penosa.

Mas si con vuestro pensar sosegado, el Señor os da lágrimas, compasión y otros sentimientos devotos, debéislos tomar, con condición que no sea tanto el exceso con que se enseñoreen de vos, que os dañen a la salud con daño notable, o que quedéis tan flaca en los resistir, que os hagan, con gritos y con otras exteriores señales dar muestra de lo que sentís: porque si a esto os acostumbráis, vendréis a hacer entre gente, y con grande nota, lo mismo que en vuestra celda, sin lo poder resistir; de lo cual es razón que huyáis. Y por esto habéis de tomar estos sentimientos o lágrimas de tal arte, que no os vayáis mucho tras ellas, porque no perdáis por seguirlas aquel pensamiento o afección espiritual que las causó. Mas tened mucha cuenta con que aquello dure, y de esto otro exterior y sensual (sensible, sentimental) sea lo que fuere. Y de esta manera podráos durar mucho tiempo el sentimiento devoto espiritual. Lo cual no hace el de la parte sensitiva o corporal, ni aun deja durar al espiritual, sino lo tiene para que no se vaya tras él.

Aunque para los que de nuevo comienzan se puede dar licencia que tomen de esta leche tierna algo más que los aprovechados, los cuales tienen intento a sentir en su espíritu la alteza de quien padece, y la indignidad de por quien padece, y lo mucho que padece, y el mayor amor con que lo padece; y desean imitar este amor y pasión con las fuerzas que el Señor les diere, y si con esto les dan los sentimientos ya dichos, no los desechan, antes los agradecen, mas no como a cosa más principal. Y aunque entiendo que hay un amor de Dios tan abrasado, que no sólo no saca lágrimas, mas aun las seca e impide, también os digo que hay otro tierno, que hace tener estos sentimientos ya dichos en la parte sensitiva y ojos del cuerpo, sin que sea cosa culpable; pues la doctrina cristiana no es doctrina de estoicos, que condenan las buenas pasiones. Y pues Cristo lloró y se entristeció, bastarnos debe para creer que estas cosas son buenas, aunque en varones perfectos. ¡ Oh cuánto mal ha hecho a sí y a otros, gente sin letras, que ha tomado entre manos negocios de la vida espiritual, haciéndose jueces de ella, siguiendo solamente su ignorante parecer! Y dígolo por hombres que ha habido engañados, a quien parecían mal estas cosas.



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CAPITULO 75: En que se dan algunos avisos necesarios para más aprovechar con el sobredicho ejercicio, y evitar algunos daños que en los ignorantes pueden suceder .



Conviene también avisaros que no trabajéis mucho por fijar muy profundamente en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque suelen de ello venir peligros al ánima, pareciéndole algunas veces que verdaderamente ve de fuera las imágenes que tiene de dentro; y unos caen en locura y otros en soberbia. Y ya que esto no sea, causase daño en la salud corporal casi sin remedio. Por eso conviene que hagáis este ejercicio de arte, que ni del todo dejéis de representar imagen, ni que la tengáis a la continua ni con pena fijada dentro de vos, mas poco a poco, y según que sin trabajo se os diere. Y podéis tener algunas devotas imágenes, bien proporcionadas, de los pasos de la Pasión, en las cuales mirando algunas veces, os sea alivio para que sin mucha pena las podáis vos sola imaginar.

Y mirad mucho que no sólo habéis de huir el peligro que os he dicho, de imaginar con trabajo, mas también de pensar con ahínco y costa de la cabeza; porque allende del daño que en ella se hace, causase de este modo sequedad en el ánima, que suele hacer que se aborrezca la oración. No penséis de manera, ni con tanta fuerza, que parezca que vos sola y a fuerza de brazos lo habéis de hacer; porque acuesto más semejanza tiene con el modo de estudiar que de orar; mas de tal manera obrad vuestro ejercicio, que estéis arrimada a las fuerzas del Señor que os ayuda para pensar. Y si esto no supiéredes hacer, y sentís que la cabeza o sienes sienten trabajo notable, no prosigáis adelante, mas sosegaos, y quitad aquella angustia del corazón, y humillaos a Dios con sosiego y simplicidad, pidiéndole gracia para pensar como Él quiere. Y en ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahínco, mas en humillaros a Él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro ayudándose él. Y sabed, que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es fin del pensar. Y por no entender esto y el sosiego ya dicho, han fatigado muchos muchas cabezas suyas y ajenas, con daño de la salud, e impedimento para bienes que pudieran hacer. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiéredes, y más larga y sin pesadumbre. Todo lo cual hallaréis ser al contrario, si de otra manera lo usáredes.

Y ya os he avisado que vuestra morada ha de ser en vuestro corazón, donde como abeja solícita, que dentro de su corcho hace la miel, habéis vos de encerraros, presentando al Señor lo que de fuera se os ofreciere, pidiéndole su lumbre y favor, como lo hacía Moisés en el corporal Tabernáculo. Y si se os ofreciere de fuera alguna hiél de tentación, huid a vuestro corazón, y cerrad la puerta tras vos, y juntándoos con nuestro Señor, dejaréis a vuestros enemigos burlados, vencidos y fuera de casa. Porque como el daño que os podían hacer era mediante el pensamiento, cerrado éste muy bien, no hay por dónde os puedan entrar.

Y porque en todo caso conviene, para durar y aprovechar en este ejercicio, que lo hagáis con sosiego, os quiero avisar, que si tenéis fuerza para estar de rodillas en esta habla con Dios, conviene que lo estéis, porque toda reverencia es debida a la Majestad divinal.

Y para lo así hacer, tenemos ejemplo en nuestro soberano Señor y maestro, del cual cuenta el Evangelista (Lc 22,41) que en el huerto de Gethsemaní oró a su Padre, las rodillas hincadas. Mas si la flaqueza del cuerpo es tanta, que con estar de rodillas, especialmente en oración larga, impide el sosiego del ánima y la hace estar inquieta para vacar al Señor, débese tomar aquel modo que no impida esta quietud. Porque aunque la oración tenga fruto de satisfacción para las penas que debemos, mas porque es mayor fruto el que de ella se saca por la lumbre y gusto divinal, y otras mercedes que en ella Dios da, débese tomar lo que es medio para alcanzar lo mejor, si con todo no se puede cumplir.

Y a este propósito también hace, que si pensando vos una cosa en la oración, sintiere vuestra ánima que la convidan para otras partes, abriéndole otra puerta de buen pensamiento, debéis entonces dejar lo que pensábades y tomar lo que os dan, presuponiendo que es bueno lo uno y lo otro. Aunque habéis de mirar no sea esto, que os viene de nuevo, engaño del demonio, para que saltando de uno en otro, como picaza, os quite el fruto de la oración; o, por ventura, no sea liviandad de vuestro corazón, que no hallando lo que deseáis en un pensamiento, vayáis a probar si lo hallaréis en otro, o en otro. Por tanto, no debéis ligeramente dejar lo que tenéis, Si no fuéredes con eficacia interiormente convidada para otra parte, con una satisfacción que en el corazón suele quedar cuando Dios le convida, a cuando él se entremete. Y con pedir lumbre al Señor, y con tener cuenta con mirar después de pasado qué fruto sacasteis, y tomando experiencia de muchas veces, podéis en este negocio acertar con lo que debéis.

Y a este propósito hace, que si estáis leyendo o rezando vocalmente, y el Señor os visita con algún sentimiento entrañable, debéis cesar de lo que hacíades, y gozar de aquel bocado que el Señor os envía. Cumplido con lo cual podréis proseguir lo que antes hacíades. Porque como esto exterior sirva para despertar la devoción interior, no se ha de tomar por medio para lo impedir.

Y no os hablara en tantas particularidades, si no hubiera visto gente tan atada a sus reglas y a cumplir sus tareas, que aunque haya causas para creer que el Señor quiere que se interrumpan, ellos no quieren. Y si los quiere llevar Dios por un camino, ellos quieren ir por otro, fundados en su prudencia; siendo gran verdad que no hay cosa más contraria a este ejercicio, que pensar los hombres que se pueden por su discreción regir en él. Y a muchos he visto llenos de reglas para la oración, y hablar de ella muchos secretos, y estar muy vacíos de la obra de ella; porque el estribar en ellas, y el acordarse de ellas en el tiempo de la oración, les quita aquella humildad y simplicidad de niño con que en este negocio han de tratar con Dios, como arriba os he dicho. Y no os digo esto para quitar las industrias razonables que de nuestra parte hemos de poner, especialmente cuando somos principiantes en ellos, mas para que se haga con tanta libertad, que no nos impidan el estar colgados del Señor, esperando sus mercedes por la vía que Él las quisiere hacer. Y tened por cosa muy cierta, que en este negocio aquél aprovecha más, que más se humilla, y más persevera, y más gime al Señor; y no quien sabe más reglas.




Juan Avila - Audi FIlia 70