Juan Avila - Audi FIlia 76

CAPITULO 76: Que el fin de la meditación de la Pasión ha de ser la imitación de ella; y cuál es lo primero y principio de cosas mayores que habemos de imitar.



Para que de este ejercicio de oración os sepáis aprovechar, debéis estar avisada que el fin de la meditación de la Pasión ha de ser la imitación de ella, y el cumplimiento de la Ley del Señor. Y dígoos esto, porque hay algunos que tienen mucha cuenta con las horas que gastan en la oración, y con el gusto de la suavidad de ella, y no la tienen con el provecho que de ella, sacan. Piensan con engañado juicio, que quien más dulcedumbre y más horas de oración tiene, aquél es más santo; como en la verdad aquel lo sea, que con profundo desprecio de sí, tiene mayor caridad, en la cual consiste la perfección de la vida cristiana y el cumplimiento de toda la Ley. Y quien bien vive y quien bien ora, para este fin lo debe hacer; y no contentarse con que gastó bien un rato en confesar o comulgar, o tener devota oración, o casas de esta manera.

De Moisés leemos, que habiendo estado cuarenta días y cuarenta noches subido en el monte Siná en continua conversación del altísimo Dios, y bajando después a la conversación de los hombres, ni contó • • • • visiones, ni revelaciones, ni secretos curiosos, mas trajo mucha luz en su faz, y dos tablas de piedra en sus manos; en una de las cuales estaban escritos tres mandamientos, que pertenecen a la honra de Dios, y en la otra siete, que pertenecen al provecho del prójimo (Ex 34,29); dando a entender, que quien trata con Dios con la lengua de la oración, ha de traer luz en su entendimiento, para saber lo que debe hacer, y el cumplimiento de la voluntad de Dios puesto en obra, como ley en las manos; y que, pues tiene oficio de orar, tenga vida de orador (hombre que ora); y sea tal, que en todo su trato se manifieste que se le ha pegado algo de aquella suma Verdad y suma pureza, con la cual ha tratado. Porque los que gastan un rato en llorar las bofetadas que al Señor le dieron en su Pasión, y si saliendo de allí se les ofrece alguna cosa, aun de las pequeñas que al Señor se ofrecieron, tienen tan poca paciencia como si hubieran aprendido en la oración a no sufrir nada, no sé a quién se deban comparar, sino a los que entre sueños les parece que hacen grandes cosas, y recordados (despertados), lo hacen todo al revés. ¿Qué cosa más loca puede haber, que pareciéndome bien la paciencia del Señor en sus penas, no quiera yo tenerla en las mías, sino decirle: Llevad vos, Señor, vuestra cruz a solas, aunque muy pesada sea, que no quiero yo ayudaros con llevar la mía, aunque pequeña? Los apóstoles compasión tuvieron, y lágrimas derramarían por la Pasión del Señor; mas porque huyeron de la imitar, fueron cobardes y ofendieron a Dios en ello como malos cristianos. Por tanto, no debéis considerar la Pasión y tener compasión como quien mira este negocio de talanquera, sino como quien ha de acompañar al Señor en el mismo padecer. Y con mirarle a Él, cobrad vos esfuerzo para beber su cáliz con Él por mucho que os amargue.

Y lo primero, y principio de cosas mayores, en que le habéis de imitar, sea en la exterior aspereza y mortificación de vuestro cuerpo, para que tengáis alguna semejanza con el suyo divino, tan lleno de trabajos y tormentos, mayores que se pueden decir. Miradle con mucha atención, cómo gusta hiél y vinagre ; miradle en cuan estrecha cama está acostado ; cuan desnudo está de ropa, y cuan vestido de tormentos de pies a cabeza; y cobrad vos esfuerzo para huir los regalos de vuestro cuerpo en vestidos y cama y comida. Y en esto, y en todo lo que buenamente pudiéredes, trabajad vuestro cuerpo, y hacedlo vivir en cruz. Y lo que no pudiéredes, deseadlo de corazón, y pedid fuerzas al Señor para ello, y llorad, porque estando Él en la cruz, no merecéis vos acompañarle e imitarle en ella. Los deseos del cristiano, que se ejercita en pensar la Pasión, éstos han de ser, si quiere imitarla. Porque como el Señor vino del cielo a la tierra a conversar con los hombres, y a les enseñar el mejor y más seguro camino para ir allá, y en naciendo escogió pobreza, frío, destierro; y creciendo en edad, creció en trabajos, y el fin de su vida fue acrecentamiento de otros mayores; honró tanto estas cosas, aunque muy bajas, que por juntarlas consigo les dio quilates de honra, y señales de seguridad, y hermosura para ser codiciadas. Porque si un rey temporal con usar un traje lo hace honroso y digno de imitación para todos los que son sus vasallos, muy mejor lo hará el soberano Rey de los reyes, cuyo valor es mayor sin comparación que el de todo lo criado, por alto que sea. Y quien esto no siente, no debe ser vasallo perfecto de acueste Señor, pues no tiene por suprema honra ser semejante a Él. «Agradable cosa es, dice San Bernardo, imitar la deshonra del Crucificado; mas esto es para aquellos que no son ingratos al mismo Crucificado.» Decidme: si un rey fuese por un camino a pie y descalzo, fatigado y sudando con la aspereza del camino, vestido de saco y llorando, como iba Santo Rey David, y todo para poner compasión, ¿qué criado suyo habría que, o de vergüenza o de amor, no fuese también a pie y descalzo, y conforme a su rey en cuanto pudiese?

Y así dice la Escritura (2S 15,16) que lo hicieron los criados y toda la gente que iban con el rey David. Y si el tal rey mandase a alguno de los criados que iban con él, que fuese cabalgando y con todo descanso, mandamiento recio sería para el tal criado, y suplicaríale de corazón no le hiciese tanto agravio, que yendo la Majestad Real tan mal tratada, fuese su siervo tan al revés de él. Y si todavía esto el tal rey mandase, obedecéríalo el criado; mas con tanta pena, que puestos los ojos en los trabajos del rey, no tomaría gusto en su corazón del descanso que de fuera llevaba; y teniéndose por más flaco y por menos honrado que los otros, tendría a muy mala dicha no oír conforme a su rey; y lo que le faltaba en la obra desearialo en su corazón, teniendo el descanso en paciencia, y el padecer en deseo.

Tales para, cierto, el Crucificado a los corazones que en mirarlo se ocupan, «si empero son agradecidos», como San Bernardo dijo, a tan grande beneficio, como es abajarse Dios a caminar por este destierro, con tales trabajos cuales nunca hombre pasó; porque donde esto hay, no queda lanza enhiesta, y de dentro y de fuera hay entrañable deseo de poner al Crucificado por sello en el corazón y en el brazo (Ct 8,6), como cosa de que no solamente no se angustien, ni se tienen por menos honrados; mas que, como Santiago (Jc 1,2) dice, tienen por entero gozo ofrecérseles varios trabajos. Tal es la alteza de los agradecidos a este Señor, que a los ídolos de Egipto (Ex 8,26) a quien los mundanos precian y aman, que son honras, riquezas, deleites, ellos, con el cuchillo del amor de este Señor crucificado, los degüellan animosamente, y se los ofrecen con mucho amor, agradeciéndole que los quiso admitir a su compañía; y andan buscando, abrasados con amor, todas las vías que pueden para más padecer, esforzados como elefantes, con ver derramada la sangre de su Señor. Y si acaece que cumpla al servicio de su Señor tomar ellos descanso, o tener riquezas u honras, acéptanlo por obediencia, y usan de ello con temor; y es menester que los consuelen, para que puedan ir a caballo, viendo ir a pie al que más que a sí aman. Tal es la alteza de la vida cristiana; y así muda Cristo las cosas desde la cruz, que lo amargo y despreciado hace dulce y honroso, y pone asco de gustar de aquello sobre que los mundanos se matan.

Esta eficacia deseo que obre en vos el pensamiento de la sacra Pasión, y que la améis tanto, que traigáis su mortificación en vuestro cuerpo (2Co 4,10). Y si no hubiere quien os tire piedras, y encarcele y azote, como al Señor y a sus Apóstoles, los cuales iban gozosos por padecer por su nombre (Ac 5,41), buscad vos, en cuanto buenamente pudiéredes, en qué padecer, y agradecedlo mucho a Dios cuando se os ofreciere; porque usando bien de lo poco, el Señor os dé fuerza para más, y os envíe más.

Y estad advertida no tengáis en poco estas cosas, por ocasión de que dice San Pablo (1Tm 4,8) que el ejercicio corporal trae poco provecho; porque ya que de estas cosas se entienda, no quiere que se tengan en poco en sí mismas, sino cotejadas a otras mayores; para provecho de las cuales, y para satisfacer la pena que en el purgatorio se debe, y aun para alcanzar más gracia y más gloria, y para servir al Señor de dentro y de fuera, pues en todo le somos deudores, no hay duda sino que estas cosas son muy convenientes. En lo cual el soberano Maestro da luz de lo que debemos sentir, cuando dijo, hablando de las cosas mayores, conviene hacerlas; y hablando de las menores, no conviene dejarlas (Mt 23,23).



77

CAPITULO 77: Que la mortificación de las pasiones es lo segundo que se ha de sacar de la meditación de la Pasión de Cristo; y cómo se ha de usar este ejercicio para sacar este admirable fruto.



Lo que tras esto habéis de sacar de la meditación de la sacra Pasión, para que poco a poco vayáis subiendo de lo bajo a lo alto, ha de ser medicinar las llagas de vuestras pasiones con la medicina de la Pasión del Señor; al cual llama Isaías (Is 11,1) flor de la vara de Jessé; porque así como las flores suelen ser medios para dar salud, así Jesucristo, molido en la cruz y puesto en devota consideración sobre nuestras llagas, cuanto quier que sean peligrosas, son sanas por Él. Lo cual experimentaba San Agustín, y decía: «Cuando algún feo pensamiento me combate, voyme a las llagas de Cristo. Cuando el diablo me pone asechanzas, huyo a las entrañas de misericordia de mi Señor, y vase el demonio de mí. Si el ardor deshonesto mueve mis miembros, es apagado con acordarme de las llagas de mi Señor, el Hijo de Dios. Y en todas mis adversidades no hallé remedio de tanta eficacia como las llagas de Cristo; en aquéllas duermo seguro, y descanso sin miedo.» Lo mismo dice y experimentó San Bernardo, y experimentan todos aquellos que viéndose acosados de sus pasiones, como la cierva lo es de los perros, van con piadoso corazón a beber de aquellas fuentes sagradas del Salvador (Is 12,3), penosas para Él, y causadoras de gozo y refresco para nosotros.

Y allí experimentan ser gran verdad lo que en figura hizo Moisés, por mandamiento de Dios (Nb 21,9), cuando alzó una víbora de metal puesta en un palo, para que siendo mirada de aquellos que eran picados de víboras ponzoñosas, les librase de muerte y diese salud. La cual víbora, aunque por la figura parecía tener ponzoña, mas no la tenía, porque era víbora de metal. Y de esta manera Jesucristo nuestro Señor tiene verdadera carne, semejante a la carne del pecado (Rm 8,3), porque era sujeta a penas; mas es ajena de todo pecado, porque es carne de Dios, y formada por Espíritu Santo, y guardada por Él; y puesto en lo alto de la cruz muerto en ella, libra de muerte, y da salud a todos los mordidos de las tentaciones que con fe y amor van a El. Y pues tan a la mano tenéis remedio tan poderoso para ser sana, no resta sino que vos tengáis cuenta muy particular con saber qué víboras os pican dentro de vos, examinando cada día, y muy despacio, qué inclinaciones tenéis en lo más hondo de vuestro corazón; qué pasiones vivas tenéis, cuáles son las culpas en que algunas veces caéis, y cosas de esta manera; con que estéis tan usada (acostumbrada) y tan resoluta en el conocimiento de vuestras faltas, que las tengáis delante vuestros ojos y en vuestras uñas, como dicen. A lo cual no llegaréis en breve tiempo, ni aun en mucho, si no sois ayudada de celestial lumbre, con que veáis las raíces de vuestro corazón; el cual es tan hondo, que no vos, sino Dios, lo puede acabar de escudriñar.

Y ayudaros ha mucho para este conocimiento considerar las virtudes que el Señor ejercitaba en su Pasión; pues Él ha de ser espejo en vuestra ánima, en lugar del que las mujeres casadas tienen para andar agradables a sus maridos. Mirad vos su mansedumbre, su caridad, su paciencia nunca vencida, su profundo silencio, y parecerán vuestras faltas por escondidas que estén. Y también os parecerán vuestras virtudes ser faltas (defectuosas, imperfectas), cotejadas con las de Él; y avergonzaros heis de lo uno y de lo otro. Mas no desmayéis, sino presentaos con ellas, y no sin gemido, delante del Señor, como hace el niño que enseña a su madre la espina que tenía hincada en la mano, y con sus lágrimas pide a su madre que se la saque ; y así hará el Señor con vos. Porque así como es espejo que declara vuestras faltas, así con su ejemplo y salud es verdadero remedio de ellas. Y viéndole vos con tantas deshonras que por vuestro amor pasó, se encenderá vuestro corazón a desechar de vos la afición de la honra; y su paciencia matará vuestra ira; y su hiel y vinagre será remedio contra vuestra gula; y verlo obediente a su Padre hasta muerte de cruz, domará vuestra cerviz para obedecer a su santa voluntad, aun en lo muy trabajoso. Y cuando miráredes que el altísimo Dios humanado, Señor de cielos y tierra y de todo lo que en ellos hay, obedecía a los sayones cuando le querían desnudar y vestir, cuando le ataban y desataban, cuando le mandaban echar en la cruz y tender los brazos para ser enclavados, daros ha gana, y con gemido de corazón, si algún sentimiento tenéis, de ser obediente, no sólo a mayores e iguales, mas aun a menores, y de sujetaros por Dios, como dice San Pedro (1P 2,13), a toda humana criatura, aun para ser maltratada de todos. Y por esta forma morirá en vos la codicia, si miráis sus manos agujereadas, dando su sangre por el bien de los hombres, Dará que ellos cumplan lo que Él primero mandó cuando dijo (Jn 13,34): Amaos como Yo os amé. Y, en conclusión, probaréis por experiencia que dijo San Pablo verdad (Rm 6,6), que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo.

Y si este remedio y victoria no lo sintiéredes luego como deseáis, no os desmayéis, ni os apartéis de lo comenzado; mas conociendo ser vuestra dureza y maldad mayor de lo que pensábades, gemid más, y pedid al Señor con mayor humildad que no permita su misericordia que quedéis vos enferma, pues Él, siendo Dios, padeció y murió para sanaros. Y tened esperanza que no se hará sordo el que manda que le llaméis; y que no tendrá crueles entrañas para veros enferma y dar voces a la puerta del hospital de su misericordia, que son sus llagas, y que un día u otro no os meta en ellas para curaros.

Mas avisóos, que no se hace este negocio en breve tiempo; y que aunque dijo San Pablo en pocas palabras (Ga 5,24), que los que son de Cristo han crucificado su propia carne con sus vicios y deseos, mas los que no se contentan con haber salido de pecado mortal, y quieren alcanzar perfecta victoria de sí mismos, venciendo las siete generaciones de enemigos que ocupan la tierra de promisión (Siete generaciones : esto es, siete puebles o linajes que habitaban en Palestina a la llegada del Pueblo escogido, a saber : el Cananeo, Heteo, Heveo, Fereceo, Gergeseo, Jebuseo y Amorreo. [Véase Jos 3, 10]), hallan por experiencia que lo que en una palabra se dice, en muchos años se cumple. Mas el soberano Señor suele proveer a los tales con esperanza de perfecta salud, dándoles de cuando en cuando salud de alguna particular enfermedad. Y así leemos que el capitán Josué, habiendo vencido cinco reyes, dijo a los suyos (Jos 10,24): Poned los pies sobre los cuellos de acuestos reyes, y no queráis temer; mas confortaos y sed esforzados; porque como el Señor ha vencido a éstos, así hará a todos vuestros enemigos, contra los cuales peleáis. Haced vos así; determinad de morir o vencer; porque si no salís con victoria de vuestras pasiones, no podréis pasar adelante en el ejercicio de la familiar conversación del Señor. Porque aquel dulcísimo sueño que con sosiego en sus brazos se duerme, no es razón que se dé sino a los que primero han peleado, y con trabajos vencido a sí mismos. Ni pueden gozar de ser templos quietos del pacífico Salomón, si primero no son labrados con golpes de mortificación de pasiones, y quebrantamiento de voluntad. Ni el humo, que las pasiones no mortificadas causan en el ánima, deja tener la vista tan clara como conviene para mirar al Rey en su hermosura (Is 33,17); ni dejan haber aquella pureza que ha menester el ánima para unirse con Dios, a modo de casta esposa, por un modo particular, secreto, y guardado para aquellos a quien el Señor lo quiere dar, después de haber trabajado muchos años y con mucho amor, como hizo Jacob por Raquel (Gn 29,30).



78

CAPITULO 78: Que lo más excelente que habernos de meditar e imitar en la Pasión del Señor, es el amor con que por nosotros se ofreció al Eterno Padre.



Después de haber entrado en la primera sala exterior del templo del verdadero Salomón, que es considerar a Cristo en lo exterior, y después de haber, con el cuchillo de la divina palabra, sacrificado vuestras irracionales pasiones, que es oficio que se hacía en la sala del templo que se llamaba Santa, resta, si hemos de proseguir el camino, que procuremos de entrar en el Sancta Sanctorum, lugar más precioso, y fin de los otros lugares. Y si preguntáis cuál sea éste, dígoos que el Corazón de Jesucristo nuestro Señor, verdaderamente Santo de Santos. Porque así como Él no se contentó con padecer en lo de fuera, sino amando de corazón, así no debéis vos de parar en mirar e imitar lo que de fuera padece, si no entráis en su Corazón para mirarlo y para imitarlo. Y porque la entrada fuese más fácil, y lo que en su Corazón estaba encerrado más manifiesto, permitió Él que, después de muerto, aunque ya no sentía dolor, fuese abierto su Corazón sagrado, para que como por puerta abierta y llena de tanta admiración, los hombres se moviesen a entrarse por ella, como por cosa que se está convidando a mirar las hermosuras que contiene dentro de sí. Mas ¿quién las contará con la lengua, pues quien allá entra y las mira, no puede alcanzar cuan grandes son, y aun aquello que alcanza no lo puede decir?

San Juan dice, en figura de esto, que se abrió el tempio de Dios, y fue vista en él el Arca del Testamento (Ap 11,19). Porque en el Corazón de Cristo está obrada la Ley de Dios y está guardado el maná del Pan celestial, y el amansamiento (aplacamiento [propiciatorio]) de Dios precioso y cumplido, significado en la cobertura de oro de la antigua Arca; y todo esto con tanta excelencia, que excede a todo lo que se puede pensar. Santo Rey y Profeta David dice (Ps 39,6): Muchas maravillas hiciste. Señor Dios mío; y en tus pensamientos, que para mi provecho tuviste, no hay semejante a Ti. Maravilloso es todo lo que Dios ha hecho, y más maravilloso lo que ha padecido; mas si miráredes a los pensamientos de su Corazón, que cuando padecía tenía, casi olvidada de todo lo otro, diréis con alto clamor de vuestra ánima: ¡Señor, no hay semejante a Ti! Preguntadle, doncella, cuando le viéredes dejarse atar las manos y cuello, cuando le viéredes padecer bofetadas, espinas, clavos y muerte, que os haga merced de os decir por qué, siendo tan fuerte y tan poderoso, se deja tratar como flaco sin ninguna resistencia. Y responderos ha San Juan en su nombre (Ap 1,5): Nos amó y nos lavó con su sangre de nuestros pecados. Rumiad estas palabras, asentadlas en vuestro corazón, y paraos a pensar cuan excesivo y admirable amor es aquel que así arde en el Corazón, que hace pasar tales cosas de fuera. Decid entre vos misma: ¿ Qué persona habría por quien yo, u otro como yo, tales cosas pasase sin pretender propio interés, sino por puro amor de la otra persona? Y veréis que padecer todo esto que el Señor padeció, no es cosa que se debe buscar en otra persona: porque ninguna tendría para ello fuerzas. Mas pasar algo de lo que Él pasó, por ventura se podría hallar entre padres e hijos, o entre hermanos o amigos, o entre casados, o gente de esta manera; a la cual, o la necesidad o el parentesco o la amistad suele poner fuerzas, o para padecer o para morir, aunque muy pocas veces. Mas padecer por extraños y sin propio interés, y sin lo deber, y morir por puro amor, cosa es no vista.

Y si se viese, aunque fuese morir un esclavo por un rey, cuanto más precediendo a su muerte algunos azotes y tormentos de los muchos que el Señor padeció, hazaña sería por la cual el esclavo alcanzaría perdón, aunque muchas maldades hubiese hecho; y juzgarían todos que había merecido que el rey le hiciese mercedes, si en la otra vida se las pudiese dar. Y muchos días no se caería de la boca de los hombres tal hazaña, y aun el rey la contarla con mucha ternura y agradecimiento.

Pues volvamos esto al revés, que el rey muera después de haber sufrido muchos tormentos y graves deshonras por su esclavo, del cual no ha recibido servicio ninguno, antes graves ofensas, dignas de muy cruel muerte; y que la causa de morir el rey sea por puro amor que a este esclavo tenía, cosa es ni vista ni oída, y de tan excesivo amor, que pondría en grandísimo espanto a los que lo oyesen, y que diese materia de predicar la bondad de aquel rey por muchos días y aun por toda la vida. Y sería tan admirable, tan nuevo y tan alto este amor, que algunos, de flaca virtud y de poco juicio, se escandalizasen, y no sintiesen de la tal obra como debían, diciendo ser demasía que la real Majestad, llena de toda virtud, diese su vida preciosa porque el mal esclavo viviese, mereciendo justísimamente la muerte. Y si aun, sobre esto, se añadiese al negocio, que aquel rey fuese tan sabio y tan poderoso, que con mucha facilidad, sin padecer nada y sin hacer a nadie injusticia, pudiese librar de la muerte a aquel su esclavo, y con todo esto quisiese encumbrar tanto su amor y darlo a entender, que quisiese pasar tales y tantas cosas cuales nunca nadie pasó, porque esto le estaba mejor al esclavo, cierto es que habría pocos ojos que pudiesen mirar a tan alto sol de amor abrasado. Y si alguno tuviese tan buen sentido, que sintiese de esta obra como debía sentir, maravilla sería, si de admirado y de espantado no saliese fuera de sí. Y si esto acaeciera a persona que no había recibido del rey este beneficio, sino de sólo pensar que se había hecho por otro, ¿qué se debe creer que obraría en el corazón del esclavo por quien el rey había muerto, si algún juicio tuviese? ¿No os parece que tal golpe de tal amor lo despertaría, lo mudaría y lo cautivaría tanto del amor de aquel rey, que ni pudiese callar sus alabanzas, ni acordarse de Él sino con lágrimas, ni ocuparse en otra cosa que en amar y agradar a su rey, padeciendo por él todo lo posible?

¿Habéis entendido acuesta parábola, que nunca en el mundo se ha puesto por obra? Pues sabed que lo que los reyes de la tierra no han hecho, lo hizo el Rey celestial, Jesucristo, del cual dice San Juan (Ap 19,16), que traía escrito en su muslo: Rey de los reyes y Señor de señores; porque aun por la parte que es hombre y tiene humana naturaleza—significada en el muslo—, es tanta su alteza, que excede a todos los señores y reyes criados, no sólo los que hay en este mundo, mas en el cielo, teniendo nombre sobre todo nombre (Fip, 2, 9) y alteza y señorío sobre todos los altos hombres y ángeles, chicos y grandes. Mirad esta alteza, a la cual no hay igual, y bajad vuestros ojos a mirar la bajeza de los esclavos por quien padece, y veréis que, como dice San Pablo (Rm 5,6), somos flacos y pecadores y traidores contra Dios, y enemigos suyos. Los cuales títulos son de tanta deshonra y bajeza, que ponen al hombre en el lugar y precio más vil que en todo lo criado hay; pues que no hay cosa tan baja como el ser malo; y ninguna cosa hay mala sino el pecador, por ser pecador. Cotejando, pues, estos extremos tan diferentes de tan alto Rey y tan malos esclavos, mirad ahora lo mucho que Él a ellos amó; andad acá al Corazón del Señor, y si tenéis ojos de águila, aquí los habréis menester, y aun no os bastarán para mirar el resplandeciente y encumbrado amor que aquella santísima ánima tiene en tanto grado, que aun aquellos más altos ángeles del cielo, que porque aman mucho, tienen por nombre Serafines, que quiere decir encendidos; si vinieran al monte Calvario al tiempo que el Señor padecía, se admiraran de su excesivo amor, en cuya comparación el amor de ellos era tibieza. Porque así como aquella sacratísima Anima tiene la mayor alteza y honra que nadie puede tener en cielos ni en tierra, porque en siendo criada, luego fue unida a la Persona del Verbo de Dios; así le fuá ¡nfundido el Espíritu Santo sin medida ninguna (Jn 3,34), y le fue dada tal gracia y amor, que ni ellos pueden más crecer, ni en el Anima puede más caber. De manera, que con mucha razón conviene a esta santísima Anima lo que está escrito (Ct 2,4): Metióme el Rey en la bodega del vino, y ordenó en mí la caridad; o según otra letra: Puso sobre mí su bandera de amor. Porque como esta Anima, en siendo criada, luego vio claramente la divina esencia, y la amó fortísimamente, fue puesta sobre ella la bandera del amor santo, para dar a entender que ella fue la más vencida de amor que hombre ni ángel en el cielo ni en [la] tierra. Y porque en la guerra del amor de Dios, quien es más vencido es más dichoso, más digno y más esforzado, lleva esta benditísima Anima la bandera del amor, para que sepan todos los que quisieren amar en el cielo y en la tierra, que a este Señor han de seguir para saberlo hacer, como discípulos a maestro, y como soldados a su capitán; pues a todos excede en el amar, como les excede en el señorío.

Y pues tal fuego de amor estaba metido en lo más dentro de aquella sacratísima Anima, no es mucho que salga la llama de fuera, y que abrase y queme las vestiduras, que son su sacratísimo Cuerpo, lleno de tales tormentos, que dan testimonio del amor interior. Porque escrito está (Pr 6,27): ¿Quién pueda tener el fuego en el seno, que no se le quemen las vestiduras? Y cuando de fuera le viéredes que le atan las manos con crueles cordeles, entended que está preso de dentro con lazos de amor, tanto más fuertes que los de fuera, cuanto exceden cadenas de hierro a hilos de estopa. Este amor, éste, fue el que le enflaqueció, venció y prendió, y le trajo de juez en juez, y de tormento de azotes a tormento de crueles espinas, y le puso la cruz encima, y lo llevó al monte Calvario, donde Él fue puesto encima de ella, y tendió sus brazos para ser crucificado, en señal que tenía su Corazón abierto con amor, tan extendido para con todos, que del centro de su Corazón salían resplandecientes y poderosos rayos de amor, que iban a parar a cada uno de los hombres pasados, presentes y por venir, ofreciendo su vida por el bien de ellos. Y si de fuera lleva el gran Sacerdote escritos los nombres de los doce hijos de Israel sobre sus hombros y también en su pecho (Ex 28,21), muy mejor los lleva el nuestro encima sus hombros, padeciendo por los hombres, y los tiene escritos en su Corazón. Porque los ama tan de verdad, que si el primer Adán los vendió por una manzana, [y,] ellos se venden por cosas muy viles, queriéndose, mal, por amar la maldad; este Señor amoroso los precia y ama tanto, que por los rescatar de cautiverio tan miserable, se dio Él en precio por ellos, en testimonio que los ama más que ellos se aman a sí, ni que nadie los ama.



79

CAPITULO 79: Del abrasado amor con que Jesucristo amaba a Dios y a los hombres por Dios;

del cual amor, como de fuente, nació lo mucho que exteriormente padeció; y que fue mucho más lo que padeció en lo interior.



Si el corazón del hombre es tan malo, como Jeremías (Jr 17,10) dice, que no hay quien lo pueda escudriñar sino Dios, y cuanto más se cava en la pared de él, se descubren mayores abominaciones, como fué mostrado en figura a Ezequiel (Ez 8,9), ¿con cuánta más razón podremos decir que el Corazón de Jesucristo nuestro Señor, por ser más bueno que los otros son malos, no habrá quien del todo lo pueda escudriñar, sino el mismo Señor, cuyo es? Cosa es digna de admiración, y que debe bastar para robarnos el ánima y cautivarnos de Dios, el excesivo amor de su Corazón, que se manifestó en padecer muerte y Pasión por nosotros, según hemos dicho. Mas si con lumbre del cielo caváis más, y escudriñáis este relicario de Dios, lleno de inefables secretos, veréis dentro de él tales efectos de amor, que nos pongan en mayor admiración que lo que de fuera pasó. Para lo cual os debéis de acordar que en la villa de Bethsaida, curando el Señor a un hombre sordo, dice el Evangelio que alzó el Señor sus sagrados ojos al ciólo, y gimió (Mc 7,34), y tras esto curó al enfermo. Aquel gemido que de fuera sonó, uno era, y en breve tiempo se pasarla; mas fue testimonio de otro gemido, y gemidos entrañables, y que le duraron, no por un rato breve, sino por meses y años.

Porque habéis de saber, que en siendo criada aquella santísima Anima, e infundida en su cuerpo en el vientre virginal de nuestra Señora, luego vio tan claramente como ahora la divina Esencia, que por su alteza es llamada cielo con mucha razón. Y en viéndola, juzgó ser digna de toda honra y servicio; y así se lo deseó, con inefables fuerzas de amor que le fueron dadas para amar. Y aunque la ley ordinaria del que ve a Dios claramente sea ésta, que sea bienaventurada en cuerpo y en ánima, y ninguna pena pueda tener; mas porque nosotros pudiésemos ser rescatados por los preciosos trabajos de este Señor, fué ordenado que la bienaventuranza y gozo se quedase en la parte superior de su Anima, y que no redundase en la interior, ni en el cuerpo; renunciando lo que justamente le era debido de gozo, por aceptar y sufrir las penas que nosotros debíamos.

Y si aquella santísima Anima, que alzó los ojos de su entendimiento al cielo de la Divinidad, no tuviera otra cosa que mirar sino a Ella, no hubiera de qué tomar pena, pues es Dios tal bien, que de su vista no puede venir sino amor y gozo. Mas como también vio todas, las ofensas que los hombres habían hecho contra Dios desde el principio del mundo, y las que se habían de hacer hasta el fin de él, fue tan entrañable su dolor de ver ofendido aquel cielo de la divina Majestad, cuan grande el deseo que tenía de verla servida. Y como no hay quien pueda alcanzar la grandeza de este deseo, tampoco hay quien pueda alcanzar la grandeza de aquel su dolor. Porque el Espíritu Santo, que le fue dado sin medida (Jn 3,34), que es figurado en el fuego, la abrasaba con grandísimo amor para amar a Dios; y el mismo Espíritu Santo, figurado en paloma, le hacía amargamente gemir, por ver ofendido al que inefablemente amaba.

Mas para que veáis cómo este cuchillo de dolor, que atravesaba el Corazón del Señor, no le hería por sola una parte, mas que era de entrambas partes agudo y muy lastimero, acordaos que el mismo Señor, mirando al cielo gimió y lloró sobre Lázaro (Jn 11,35), y sobre Jerusalén (Lc 19,41). Y como San Ambrosio dice: «No es de maravillar que se duela de todos quien por uno lloró.» De manera,: que ver a Dios ofendido, ya los hombres perdidos por el pecado, era cuchillo de dos filos que entrañablemente lastimaba su Corazón, por el inestimable amor que a Él tenía por Sí y a los hombres por Él, deseando la satisfacción de la honra divina y el remedio de los hombres, aunque fuese muy a su costa. ¡Oh Jesús benditísimo!, que verte de fuera atormentado quiebra el corazón del cristiano, y verte de dentro quebrantado con algunos dolores, ni hay vista ni fuerza que lo pueda llevar. Tres clavos, Señor, rompieron tus manos y pies con graves dolores; setenta y tantas espinas se dice que penetraron tu divina cabeza; tus bofetadas e injurias muy muchas fueron; y de los azotes que recibió tu delicadísimo cuerpo, se dice que pasaron de cinco mil. Por lo cual, y por otras muchas penas que en tu Pasión concurrieron, tan graves, que otro que Tú que las pasaste no las alcanza, fue dicho en tu persona mucho tiempo antes (Lm 1,12): Todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor igual al mío. Y con todo esto, Tú, cuyo amor no tenia tasa, buscaste y hallaste invenciones nuevas para traer y sentir dentro de Ti dolores que excediesen en número a los clavos, azotes y tormentos que de fuera pasaste, y durasen más tiempo y fuesen más agudos para te herir. Isaías (Is 53,6) dice: Cada uno de nosotros se perdió por su camino, y el Señor puso sobre su Mesías los pecados de iodos nosotros. Y esta sentencia tan rigurosa de la divina justicia, tu amor, Señor, la hubo por buena; y echaste sobre tus cuestas, y te hiciste cargo de todos los pecados, sin faltar uno, que todos los hombres hicieron, hacen y han de hacer desde el principio del mundo hasta que se acabe, para pagarlos Tú, Señor, amador nuestro, con dolores de tu Corazón.

¿Mas quién contará el número de tus dolores, pues tampoco hay quien cuente el número de nuestros pecados, que los causaron, sino Tú solo, Señor, que los pasaste, hecho por nosotros varón de dolores, y que pruebas por experiencia trabajos? (Is 53,3). Un solo nombre dice de si que tenía más pecados que cabellos en la cabeza (Ps 39,12). Y sobre esto, aun dice que le perdone Dios los otros pecados que tiene y no los conoce (Ps 18,14). Pues si uno, que es David, tantos tiene, ¿quién contará los que tienen todos los hombres, muchos de los cuales hicieron más y mayores pecados que no David? ¡ En cuánto trabajo te metiste, oh Cordero de Dios, para quitar los pecados del mundo!, en cuya persona fue dicho (Ps 21,13): Cercáronme muchos becerros; y los toros gruesos me rodearon: abrieron sobre mí su boca como león que brama y hace presa. Mas aunque en el huerto de Getsemaní te fueron, Señor, a prender una capitanía de mil hombres del brazo seglar, sin la gente enviada por los Pontífices y fariseos, los cuales con mucha crueldad te cercaron y prendieron; mas a quien mirare la muchedumbre y grandeza de todos los pecados del mundo que han cercado tu Corazón, poca gente le parecerá la que aquella noche te fue a prender, en comparación de los que cercan a tu Corazón. ¡ Qué vista, Señor, tan espantable I ¡ Qué retablo tan feo, y para dar tanta pena, traías delante de Ti, cercado de nuestros grandes pecados, significados por los becerros, y de los muy grandes, significados por los toros! ¿Quién contará, Señor, cuan feos pecados han acaecido en el mundo, que presentados delante tu inefable limpieza y santidad, te pondrían espanto, y como toros con bocas abiertas arremetían a Ti, pidiendo que Tú, Señor, pagases la pena que tanta maldad merecía? ¡Con cuánta razón se dice adelante (v. 15) que fuiste derramado como agua, con tormentos de fuera, y tu Corazón fue derretido como cera, con fuego de dolores de dentro! ¿Quién, Señor, dirá que puede más crecer el número de tus dolores, pues tan sin número son nuestros pecados?




Juan Avila - Audi FIlia 76