Juan Avila - Audi FIlia 97

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CAPITULO 97: Comiénzase a tratar de la palabra del verso que dice: «Olvida tu pueblo.»

Y de dos bandos que hay de hombres, buenos y malos, y de los nombres que los malos tienen, y de sus varios intentos.



Sigúese otra palabra, que dice: Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre. Para declaración de la cual es de notar, que todos los hombres son repartidos en uno de dos bandos o ciudades diversas, una de buenos, y otra de malos. Las cuales ciudades no son distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una y de otra viven juntos, y aun dentro de una casa, mas por diversidad de afecciones. Porque, según dice San Agustín (De la Ciudad de Dios, lib. 14, cap. 28): «Dos amores hicieron dos ciudades. El amor de sí mismo, hasta despreciar a Dios, hizo a la ciudad terrenal. El amor de Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad celestial. La primera ensálzase en sí misma; la segunda, no en sí, mas en Dios. La primera quiere ser honrada de los hombres; la segunda tiene por honra tener la conciencia limpia delante los ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza en su propia honra; la segunda dice a Dios (Ps 3,4): Tú eres mi gloría, y el que alzas mi cabeza. La primera es deseosa de mandar y señorear; en la segunda sírvense unos a otros por caridad; los mayores aprovechan a los menores, y sus menores obedeciendo a sus mayores. La primera atribuye la fortaleza a sus fuerzas, y gloríase en ellas; la segunda dice (Ps 17,2): Ámete yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios de ella buscan los bienes criados; o si conocieron al Criador no le honraron como a tal, mas tornáronse vanos en sus pensamientos, y diciendo: Somos sabios, tornáronse necios (Rm 1,21)…; mas en la segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero servicio de Dios, y espera por galardón honrar al mismo Dios, en compañía de los santos hombres y Ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos (1Co 15,28)». De la primera ciudad son ciudadanos todos los pecadores; de la segunda todos los justos. Y porque todos los que de Adán descienden —sacando al Hijo de Dios y a su bendita Madre— son pecadores aun en siendo engendrados; por tanto, todos somos naturalmente ciudadanos de acuesta ciudad; de la cual Cristo nos saca por gracia, para hacernos ciudadanos de la suya.

Esta mala ciudad, que es congregación, no de plazas ni calles, mas de hombres que se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres que declaran la maldad de ella.

Llámase Egipto, que quiere decir tinieblas o angustia ; porque los que en esta ciudad viven, o no tienen luz de conocimiento de Dios por no tener fe, o si la tienen, como los cristianos que viven mal, tiénenla muerta por no tener caridad, que es la vida de ella. Y por esto dice San Juan (1Jn 4,8), que el que no ama a Dios, no conoce a Dios, porgue Dios es amor; quiere decir, que no tiene conocimiento amoroso, cual lo deben tener para se salvar. Y así, viviendo los unos en tinieblas de infidelidad, y los otros en tinieblas de pecados, no tienen gozo, sino estrechura y tristeza. Porque, según dice Tobías (Tb 5,12): ¿Qué gozo puedo yo tener, pues no veo la lumbre del cielo?

Llámase también Babilonia, que quiere decir confusión. El cual nombre fue puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta el cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese destruir el mundo por agua otra vez; y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen nombrados en el mundo (Gn 11,9). Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que les confundió el lenguaje, para que así no se entendiesen unos a otros. De lo cual nacieron rencillas, pensando cada uno que hacía el otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el fin de la soberbia fue contusión, y rencilla y división. Muy propiamente compete este nombre a la ciudad de los malos, pues quieren pecar y no ser castigados; y no quieren huir los castigos de Dios evitando de ofenderle, mas si pudiesen, por fuerza o por maña, pecar y no ser castigados, lo intentarían. Son soberbios, y todo su fin es que se nombre su nombre en la tierra; y hacen torres de obras vanas si pueden, y si no en los pensamientos; los cuales destruye Dios al mejor sabor que ellos están, según está escrito (Jc 4,6): A los soberbios resiste. Y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje, dando la obediencia a Dios, son castigados en que ni ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a Dios, ni se entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada; pues faltándoles la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como se debe entender, para su provecho. Cuántas cosas pasan en el corazón de los malos, que los sacan de tiento, y no saben cómo remediarse; ya pidiendo un deseo una cosa y otro otra, y a las veces contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y alégranse, y todo al revés; ya quieren desesperar, ya se ensalzan vanamente; buscan con mucha diligencia una cosa, y después de haberla alcanzado, pésales por haberla buscado, o no hallan en ella lo que pensaban; desean una cosa y hacen otra, siendo regidos, no por razón, mas por pasión.

 Y de aquí es, que como el hombre sea animal racional, cuya principal parte es el ánima, que ha de vivir según razón, y éstos viven según apetito, viven al revés, pues viven vida bestial, que es vida de cuerpos, y no racional, que es propia vida de hombres. De lo cual nace, que como Dios sea espíritu, y haya de ser servido, no de vida bestial, sino espiritual, estos tales no le sirven, según arriba se dijo, porque su vida es al contrario de la Ley de Él. Y como la unión de los cristianos nazca de la unión de sí mismo en sí, y de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos, divididos de Dios, no pueden tener buena ni duradera paz unos con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas, nacen rencillas, viviendo cada uno a su propio querer, sin curar de agradar al otro, y sintiendo cada uno su afrenta e injuria, sin curar de sufrir unos a otros. Estos son los que ni usan de sí, ni de las criaturas al fin que fueron criados, mas a sí mismos y a todas las cosas las quieren para sí, haciéndose último fin de todas ellas; y, por tanto, con Justa razón son llamados Babilonia, pues que todo anda al revés de su Criador.

Llámanse también Caldeos, llámanse Sodoma; llá- manse Edén, con otros mil nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no pueden declarar la malicia de él.

Este es el pueblo, el cual es llamado Mundo, no por este que Dios crió, porque éste es bueno, como criado por el que es sumamente bueno; mas porque estos hombres tales, ni tienen otro sentido, ni otro amor, sino de esto visible. Lo cual llama San Juan (1Jn 2,16) soberbia de vida, y codicia de carne, y codicia de ojos: y quien esto ama, perecerá; mas Quien hiciere la voluntad de Dios, permanecerá para siempre, dice el mismo San Juan. Y San Pablo dice (Rm 8,9): El que no tiene espíritu de Cristo, no es de Cristo; y por consiguiente, será del mundo. Y Santiago (Jc 4,4) dice que el amistad de este mundo, enemistad es con Dios.



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CAPITULO 98: Que nos conviene mucho huir de la mala ciudad de los malos, que es el mundo, y de cuan mal trata a sus ciudadanos; y del espantoso fin que todos ellos tendrán.



Bastantes causas habéis oído para aborrecer este pueblo, y para entender cuánto quiere Dios que salgáis de él para salvaros; porque éste es el espiritual Egipto, del cual mandó Dios a Israel que saliese apriesa, y que caminase, aunque con trabajos, hasta la tierra de promisión. Y éste es el pueblo, del cual Dios mandó a Abraham que saliese, cuando le dijo (Gn 12,1): Sal de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre; y ven a la tierra, que Yo te mostraré; lo cual él cumplió con sencilla obediencia, sin saber dónde iba, como dice San Pablo (He 11,8). De este mismo pueblo mandó Dios salir a Lot (Gn 19,17), porque no le comprendiesen los castigos que quería enviar; y le mandó que se salvase en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida. Fi­nalmente, es el pueblo, del cual dice Dios a los que quieren ser suyos (2Co 6,14): No queráis tener compañía con los infieles. Porque ¿qué compañía puede tener la maldad con la bondad, o la luz con las tinieblas? O ¿qué junta puede haber entre Cristo y Belial, o entre fiel e infiel? O ¿qué convención puede haber entre el templo de Dios, y los ídolos? Porque vosotros sois templo de Dios vivo, como dice Dios: Yo moraré en ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo mío. Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa suya; y yo os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos, dice el Señor todopoderoso. Oyendo las cuales promesas, os debéis de esforzar a haceros extraña a este mal pueblo, por el bien que se os promete, y por el mal que evitáis.

No es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer, y tomar debajo a cuantos en ella estuvieren; y no daríamos pocas gracias a quien de tal peligro nos avisase para huir de él. Pues sabed muy de cierto, y de ello os aviso de parte de Dios, que vendrá día en que espiritualmente se cumpla la visión que vio San Juan acerca de este mal pueblo, cuando dijo (Ap 18,1): Vi otro ángel que descendió del cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada con su resplandor.

Y dio una gran voz con su fortaleza; y dijo: Caído, caído ha Babilonia la grande, y hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y de toda ave sucia y horrible. Y abajo (v. 21) dijo: Tomó un ángel una piedra grande, como de molino, y echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la grande ciudad de Babilonia en la mar, y no será más hallada. Y porque no se descuiden los que desean salvarse, pensando que, teniendo compañía con los malos, no les comprenderán sus azotes, dice el mismo San Juan (v. 4) que oyó otra voz del cielo que dijo: Salid de ella, pueblo mío, no seáis participantes en sus delitos, y no recibáis de sus plagas. Porque llegado han sus pecados hasta el cielo, y acordádose ha el Señor de las maldades de ella.

Y aunque sea cosa muy provechosa al que es bueno huir aún corporalmente la compañía del malo, y para el que es principiante en la bondad le es casi necesario, si no quiere perderse, mas este salir de en medio de Babilonia, que aquí Dios manda, entiéndese, como dice San Agustín, de «salir con el corazón de entre los malos, amando lo que aborrecen, y aborreciendo lo que aman». Porque mirando lo corporal, en una misma ciudad y en una misma casa están juntas Jerusalén y Babilonia, cuanto al cuerpo; mas si miramos los corazones, muy apartados están; y en uno es conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos.

Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís con dolor de la vieja. Acordaos de lo que dice San Pablo (He 13,12), que para santificar Jesús a su pueblo por su sangre, padeció muerte fuera de la puerta de Jerusalén. Y pues así es, salgamos a El fuera de los reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos que por esto Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender que si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad que hemos dicho, que es congregación de los que a sí mismos mal se aman. Porque bien pudiera Cristo curar al ciego dentro de Bethsaida; mas quiso sacarlo de ella, y así darle vista (Mc 8,23), para darnos a entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma Verdad que andan pocos (Mt 7,14).

No os engañe nadie; no quiere Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo; y por su bendita boca prometió (Mt 6,24), que ninguno puede servir a dos señores. Y pues Él dijo que no era del mundo (Jn 8,23), ni los suyos eran del mundo (Jn 15,19), ni su reino era de este mundo (Jn 18,36), no es razón que vos lo seáis; siquiera porque no paréis en lo que paró el desobediente Absalón (2S 18,14), que colgado de sus cabellos de una encina, fue alanceado con tres lanzas por mano de Joab, y allí colgado, perdió la vida. Así acaecerá al hombre desobediente al Señor celestial, al cual con su mala vida persigue; cuyos pensamientos y afecciones, como cabellos le tienen colgado de acueste mundo, pues todo su fin es cómo será engrandecido en la tierra, y le vaya bien en esto visible. ¿Mas qué bien le puede ir, pues el árbol de que está colgado es encina, y da fruto a puercos? Y este mundo no contenta ni da fruto sino a hombres bestiales. A los cuales, con las tres lanzas ya dichas, de soberbia de vida, y codicia de carne, y codicia de ojos, alancea el demonio, que es llamado príncipe de este mundo (Jn 12,31), porque rige y manda a los malos. El cual así trata a los suyos, que ni aun de manjares de puercos los harta; mas como otro Adonibecec, les tiene cortados los cabos de los pies y las manos para hacer cualquier bien, y puestos debajo de la mesa (Judic, 1, 6), para que coman, no de plato entero, mas de las migajas que le sobran a él. Hambrientos los tiene de presente, y después los llevará consigo adonde haya eterna hambre y tormentos; porque él otra cosa no puede dar. Tal es su tratamiento, que bastaba, si los mundanos en ello mirasen, para salirse de la compañía del demonio y del mundo, y allegarse a Dios; como hizo el hijo pródigo (Lc 15,16), que de verse en oficio tan vil, y que de manjar de puercos aun no se hartaba, cobró seso y consejo para ver qué diferencia iba de estar en la casa de su padre o en la casa del mundo, y dejó el mal que tenía, y fuese a su padre pidiéndole misericordia, y hallóla.

Haced, pues, vos así; y si queréis que el Señor os reciba, dejad vuestro pueblo. Y si queréis que se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo. Si queréis que Él os ame, no os améis desordenadamente a vos. Si queréis que Él cuide por vos, no estéis vos confiada en vuestro cuidado. Si queréis parecerle bien a sus ojos, no os miréis vos complaciéndoos en vos. Y si queréis agradarle, no temáis de desagradar al universo mundo por Él. Y si deseáis hallarle, no dudéis de dejar padre y madre, y hermanos y casa, y aun vuestra propia vida por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas, mas porque conviene mirar tan de verdad y con todo vuestro amor a Cristo, que no torzáis un solo cabello el agradar a Él por agradar a criatura alguna, por amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica (1Co 7,29), que los que tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, los que compran como si no poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los que lloran como si no llorasen, y los que gozan como si no gozasen, y la causa es lo que añade, diciendo: Porque se pasa presto la figura de este mundo. Pues así os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa; lo otro, porque ya no sois vuestra, así tened padres y hermanos, parientes, casa y pueblo, como si no lo tuvieseis; no para no reverenciarlos y amarlos y obedecerlos, pues la gracia no destruye la orden de naturaleza, y aun en el mismo cielo ha de haber reverencia de hijo a padre, mas para que no os ocupen el corazón y estorben el amor de Dios. Amadlos en Cristo, no en ellos; que no os los dio Cristo para que os sean estorbo a lo que tanto debéis siempre hacer, que es servirle. San Jerónimo cuenta de una doncella, que estaba tan mortificada a la afección del parentesco, que a su propia hermana, aunque era doncella, no curaba de verla, contentándose con amarla por Dios. Creedme, que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy bien raído y quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor escriba sus particulares mercedes en ella, hasta que estén en ella muy muertas las afecciones que nacen de la carne.

Leemos que en los tiempos pasados pusieron el Arca de Dios en un carro para que la llevasen dos vacas paridas, y los becerros quedaban en cierta parte encerrados; y aunque las vacas daban gemidos por sus hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás, ni se apartaron, dice la Escritura (1S 6,10), a la mano derecha, ni a la izquierda; mas, por el querer de Dios que así lo hacía, llevaban su Arca hasta la tierra de Israel, que era lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto encima de sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde [Él] está y se halla muy de verdad, no deben dejar ni retardar su camino por estas afecciones naturales de amor de padres e hijos y casas, y otras cosas semejantes; ni deben gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni penarse por sus adversidades; porque lo primero es apartarse del camino a la mano derecha, y lo segundo a la izquierda; mas seguir con fervor su camino, encomendando al Señor que guíe a su gloria lo uno y lo otro; y estar tan muertos a estas cosas, como si no les tocasen; o a lo menos no dejarse vencer de la tristeza o del gozo, por lo que a ellos toca, aunque algo lo sientan. Lo cual fue figurado en las vacas, que aunque daban bramidos por sus hijos, no por eso dejaban de llevar el Arca de Dios.

Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham (Gn 22,10), que quería matar a su unigénito por la obediencia de Dios, no curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor natural, que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia; el cual aun no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por amor de Él se vencen, como quien padece martirio.

Olvidad vuestro pueblo, doncella, y sed como otro Melchisedech (He 7,3), del cual no se cuenta que tuviese padre ni madre, ni linaje alguno. En lo cual como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que sean en su corazón como este Melchisedech en este mundo, sin tener cosa en su corazón que les cautive y retarde su apresurado caminar que caminan a Dios.



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CAPITULO 99: De la vanidad de la nobleza del linaje; y que no se deben gloriar de él los que quieren ser del linaje de Cristo.



No querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de su linaje carnal. Y por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San Jerónimo dice: «No quiero que mires a aquellas doncellas, que son doncellas del mundo y no de Cristo; las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan en sus deleites, y se deleitan en sus vanidades, y gloríanse en el cuerpo y en el origen de su linaje. Las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca, después del nacimiento divino, tendrían en algo la nobleza del cuerpo; y si sintiesen a Dios ser su Padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te glorías con [la] nobleza de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo, de los cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza del linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la ambición de la codicia. Y ninguna diferencia puede haber entre aquellos a los cuales el segundo nacimiento engendró; por el cual, así el rico como el pobre, el libre y el esclavo, son de linaje, y sin él no son hechos hijos de Dios. El linaje de carne terrena es obscurecido con el resplandor de la celestial honra, y en ninguna manera ya parece; pues que los que eran antes desiguales por honras del mundo, son igualmente vestidos con nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay allí de linaje vano, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los cuales la alteza del nacimiento divino los hermosea. Y si lo hay, es en el pensamiento de aquellos que no tienen en más las cosas celestiales que las humanas; y si las tienen, cuan vanamente lo hacen en tenerse en más que aquéllos por cosas menores, los cuales conocen serles iguales en las cosas mayores; y estiman a los otros como a hombres puestos en tierra debajo de si, los cuales creen que son sus iguales en las cosas del cielo. Mas tú, quienquiera que eres, doncella de Cristo y no del siglo, huye toda la gloria de la vida presente, para que alcances todo lo que se promete en el siglo que está por venir.» Todo esto dice San Jerónimo.

De lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y casa de padre, sabiendo que lo que de los padres de carne tenéis es ser concebida en pecado, y llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el primer pecado de Adán, que mediante nuestra concepción heredamos. Un cuerpo nos dieron tan vergonzosamente engendrado, que es asco pensarlo y vergüenza decirlo; en el cual infundiéndose el ánima cuando es criada, queda manchada con el pecado original, habiéndola Dios criado sin él. Un cuerpo lleno de mil necesidades, y sujeto a enfermedades y muerte, y propio para hacer penitencia en sufrirlo; y es tal, que si un solo corezuelo (diminutivo de cuero) le quitasen de encima, los muy hermosos serían abominables. Un cuerpo, que mirándolo por defuera blanco, y considerando las cosas que encierra dentro de sí, diréis que es un vil muladar cubierto de nieve. Un cuerpo que pluguiera a Dios que no hubiera más en él que ser trabajoso y vergonzoso. Mas esto es lo menos; porque es el mayor enemigo que tenemos, y el mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y muerte eterna, a quien le da de comer y todo lo que ha menester. Un cuerpo, que por haber él un poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios, y echar el ánima en el infierno. Un cuerpo perezoso como asno, y malicioso más que mula; y si no, probad a dejarla sin freno, que ande él como quisiere, y descuidaos un poco de guardaros de él, y entonces veréis lo que tiene.

¡ Oh vanidad para burlar de los que de linaje presumen! Pues que todas las ánimas Dios las cría, que no se heredan; y la carne que se hereda, es cosa para haber vergüenza y temor. Oigan los tales lo que Dios dijo a Isaías (Is 40,6): Da voces. ¿Y qué diré a voces?, dijo Isaías. Respondió el Señor: Que toda carne es heno, y toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar Dios, y aun no las oyen los sordos; los cuales más se quieren gloriar de la suciedad que de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu Santo les es concedida.

No seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida. La estima en que Dios os tiene, no es por vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por nacer en la sala entoldada, mas por tornar a nacer en el santo Bautismo. El primer nacimiento es de deshonra; el segundo es de honra. El primero de vileza; el segundo de nobleza. El primero de pecado; el segundo de justificación de pecados. El primero de carne que mata; el segundo de espíritu que aviva. Por el primero somos hijos de hombres; por el segundo hijos de Dios. Por el primero, aunque somos herederos de nuestros padres cuanto a su hacienda, somos herederos cuanto a ser pecadores, y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos hermanos de Cristo, y juntamente herederos del cielo con Él; de presente recibimos el Espíritu Santo, y esperamos ver a Dios faz a faz. ¿Pues qué os parece que dirá Dios al que se precia más [por] ser nacido de hombres para ser pecador y miserable, que por ser renacido de Dios para ser justo, y después bienaventurado? Estos son semejantes a uno que fuese engendrado de un rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la trajese mucho en la boca, y no mirase ser hijo del rey.

Olvidad, pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El pueblo malo, ése es el vuestro; y por eso dice: Olvida tu pueblo; porque de vos no sois sino pecadora, y muy vil. Mas si os sacudís de eso que es vuestro, recibiros ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su justificación, en su amor. Mas mientras os tuviéredes a vos, no recibiréis a Él. Desnuda os quiere Cristo, porque Él os quiere dotar, que tiene con qué; porque de vos, ¿qué tenéis, sino deudas? Olvidad vuestro pueblo, que es ser pecadora, extrañándoos a los pecados pasados, y no viviendo más según mundo. Olvidad vuestro pueblo, no preciando vuestro linaje. Olvidad vuestro pueblo con echar de vuestro corazón el bullicio, y haciendo cuenta que estáis en un desierto sola con Dios. Olvidad, pues, vuestro pueblo, pues tantas razones y tan suficientes hay para lo hacer.



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CAPITULO 100: En que comienza a declarar la otra palabra, «Y olvida la casa de tu padre».

Y de cuánto nos conviene huir la propia voluntad por imitar a Cristo, y por evitar los males que de la seguir vienen.



Sigúese otra palabra, que dice: Y olvida la casa de TU PADRE.

Este padre el demonio es: porque, según dice San Juan (1Jn 3,8): El que hace el pecado, del diablo procede, porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o engendró los malos, mas porque imitan sus obras; y de aquél se dice ser uno hijo, según el Santo Evangelio (Jn 8,39-41), cuyas obras imita. Este padre malaventurado vive en el mundo, que quiere decir en los malos, según se escribe de él en Job (Jb 40,16): En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y en los lugares húmedos. Sombra son las riquezas; porque no dando el descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas como con espinas, experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de ellas, y verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre. Caña es la gloria de este mundo, que cuanto de fuera mayor parece, tanto de dentro está más vacía; y aun lo que de fuera parece, es tan mudable que con razón se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares húmedos son las almas relajadas con los carnales deleites, que corren tras ellos sin rienda; contrarias a aquellas, de las cuales dice el Santo Evangelio (Mt 12,43), que saliendo el espíritu sucio del nombre donde estaba, va a buscar donde estar, y anda por los lugares secos buscando holganza, y no la halla. Porque en las ánimas ajenas de estos carnales deseos no halla el demonio posada, mas en las codicias, honras y deleites, es su aposento. Por lo cual se dice el príncipe de este mundo (Jn 12,31) y regidor y señor de él; no porque lo haya criado, mas porque los malos, que son de Dios por creación, quieren ser de él por imitación, conformándose con su voluntad, para que con justicia sean también conformes con él en la infernal pena, como les será crudamente dicho el día postrero, por boca de Cristo (Mt 25,41): Id, malditos, al Juego eterno, que está aparejado al diablo y a sus ángeles.

 Y si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallaremos que es la propia y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo hombre. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no es otra cosa sino olvidar y quitar la voluntad propia, en la cual algún tiempo aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina, diciendo (Lc 22,42): No mi voluntad. Señor, sino la tuya sea hecha. El cual amonestamiento es de los más provechosos que se nos pueden hacer; porque quitada nuestra voluntad, quitaremos los pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota San Pablo, que contando muchedumbre de pecados que en los días postreros había de haber, primero dice (2Tm 3,1), que serán los hombres amadores de si mismos; dando a entender, como dice la glosa, que el desordenado amor de sí, es raíz y cabeza de todos los pecados; el cual quitado, queda el hombre en sujeción de Dios, de la cual le viene su bien.

Item, la causa de nuestros desabrimientos, tristezas y trabajos, no es otra cosa sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se cumpliese, y porque no se cumple tomamos pena. Mas esto quitado, ¿qué cosa puede venir que nos pene, pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos venga? Y no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo. Porque, como San Bernardo dice: «Cese la voluntad propia, y no habrá infierno.»

Mas, así como es la cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más trabajosa que hay. Y aun por mucho que trabajemos, no saldremos con ello, si aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma; y si no mata a este fuerte Goliat, al cual no hay quien le pueda vencer, sino el que es invencible. Mas aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas cadenas, no por eso debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el Señor nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males que de seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla. Item, los altos ejemplos de Cristo, el cual dice de Sí (Jn 6,38): Descendí del cieio, no para hacer mi voluntad, mas la de Aquel que me envió; y esto no en cosas de poca importancia, como algunos hacen, mas en las cosas de afrenta, y que llegan, como dicen, al ánima: tal era el padecer Cristo pasión por nosotros. Mas en ella se conformó con la voluntad de su Padre, echando de Sí la voluntad de su carne, que era no padecer; para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe ser tan amada, que si Dios lo manda, no la desechemos; ni tan penosa, que por Él no la abracemos.



AUDI, FILIA: Parte 4

101

CAPITULO 101: De un ejercicio para negar la propia voluntad; y de la obediencia que se debe tener a los mayores;

la cual es camino para alcanzar la abnegación de la propia voluntad; y cómo se habrá el superior con los súbditos.



Y porque no se puede subir a lo alto, si primero no comienzan de lo bajo, os aviso que para subir a esta alteza de negar vuestra voluntad en cosas mayores, os acostumbréis a negarla en cosas menores; y no para quedaros en ellas, mas para pasar por ellas a lo que es mayor. Ninguna cosa hagáis, penséis ni habléis, que vaya guiada por cumplir con vuestra gana o voluntad; mas en sintiéndoos aficionada a algo de esto, entended que no estáis para lo hacer. Porque las cosas no os han de llevar a vos cautiva hacia sí mismas, mas vos con libertad cristiana traedlas a ellas a vos. Antes que comáis habéis de mortificar el apetito de la gula, y ordenar la comida a obediencia de Dios, que manda que comáis para sustentar vuestra vida. Y antes que entendáis en la hacienda habéis de mortificar la codicia, y después entender en la obra porque Dios lo manda, para vuestras necesidades y de vuestros prójimos. Y por estos ejemplos entenderéis que en todas las cosas habéis de quitar la propiedad de vuestra voluntad, y hacerlas porque Dios lo manda, o vuestros mayores.

Y acordaos que ésta es la manera como los viejos del yermo criaban a sus discípulos, quitándoles lo que querían, y haciéndoles obrar lo que no querían, para que en todo y del todo tuviesen negada su voluntad. Y del que en estas cosas bien aprobaba, tenían buena esperanza que llegaría a la perfección; y del otro sentían mal, porque les parecía que quien en cosas pocas faltaba, más faltaría en las mayores; y que una voluntad acostumbrada a hacer lo que quiere en cosas de poca importancia, se hallará muy rebelde para negarse en las mayores. Por tanto, haceos baja y sujeta a toda criatura— como dice San Pedro (1P 2,13)—y que pueda quienquiera pasar por vos, y hollar y contradecir a vuestra voluntad, como a un poco de lodo. Y a quien más os ayudare a esto, más le amad y agradeced, porque os ayuda a vencer vuestros enemigos, que son vuestro parecer y vuestra voluntad.

Haced, pues, cuenta que vuestra madre en vuestra abadesa (Doña Sancha Carrillo, a quien va dirigido este libro, vivía vida retirada en la casa paterna), a la cual obedeced con profunda humildad, sin cansaros. Y no seáis como algunas que en tomando tocas honestas, se desmandan, y echan de sí la obediencia de sus padres y mayores, no obedeciéndoles, estando en casa. Y algunas salen de casa sin licencia, y todo con título de servir a Dios; como en la verdad no haya cosa más contraria de ello, como lo que éstas hacen. Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su Santísima Madre, y al Santo José, como cuenta San Lucas (Lc 2,51). Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que por no la perder, perdió la vida en la cruz. Y no os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia; porque como el mayor peligro que tiene vuestro estado es no estar encerrada, si nos os proveéis con huir mucho de vuestra voluntad y ser sujeta a la ajena, será añadir peligro a peligro, e iros ha mal; porque vuestra seguridad está en no querer libertad.

 Y por esto no os contentéis con obedecer a vuestros padres, mas también lo haced a los mayores que en vuestra casa estuvieren. Y si del todo queréis ser obediente, también obedeced a los menores, si la orden de casa no se perturba por esto. Mas si es menester que vos los mandéis en lo de fuera, teneos por sujeta a ellos en lo de dentro. Y para hacer esto con mayor esfuerzo, acordaos de cuando el soberano Maestro y Señor (Jn 13,14) se hincó de rodillas, como si fuera sujeto o menor, a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel que empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con tanta humildad y amor se los había lavado. Acordaos muchas veces de acueste paso, y traed en vuestra ánima aquella palabra que entonces dijo: Si yo, siendo Señor y Maestro, os lavé los pies, ¿cuánto más debéis vosotros lavarlos unos a oíros?

Y así amad a los menores que estuvieren en vuestra casa, como si fuérades padre o madre de ellos. Y trabajad por ellos en lo que os hubieren menester corno si fuérades su esclava, llevando con paciencia la pesadumbre de sus condiciones, y demasía de sus palabras, y aun las injurias de obra. No seáis humilde para los de fuera de casa, y soberbia para los que están en ella. Ejercitad la virtud con los que tenéis más cerca y más a la mano, y ensayaos en vuestra casa para saber conversar fuera de ella.

  Y acordaos de aquella santa mujer enseñada por Dios, Santa Catalina de Sena, cuya vida deseo que leáis, no para desear sus revelaciones, sino para imitar sus virtudes. Que, aunque sus padres la estorbaban el camino que ella tomaba para servir a Dios, no se turbó ni los dejó. Fuera de la celda la echaron, donde ella tenía sus santos ejercicios; y en lugar de ella, la pusieron que sirviese en la cocina; mas porque se humilló y obedeció, halló a Dios en la cocina tan bien o mejor que en la celda. No os ahoguéis vos, si al tiempo que queréis rezar os mandaren vuestros padres o Prelados hacer otra cosa; mas ofreciendo vuestro deseo al Señor, haced lo que por vuestros mayores os fuere mandado, con mucha humildad y sosiego, teniendo confianza que obedeciendo a vuestros mayores, obedecéis a Dios; pues que está mandado por Él en su cuarto Mandamiento.

Y no por esto se excusa que podéis vos pedir con humildad a vuestros padres que os den algún lugar apartado y algún tiempo desocupado para vuestros espirituales ejercicios; y habiendo primero pedido al Señor, confiad en su bondad, que ahora os lo concedan, ahora no, todo será para vuestro provecho, si vos osáis tomarlo como de la mano de Dios, con obediencia y sosiego. Y vuestros padres darán cuenta al Señor—y no cualquier cuenta—de lo que os mandan a vos. Lo cual vos no miréis, mas conviene que lo miren ellos; pues como San Ambrosio dice, «es merced de nuestro Señor, y muy provechosa, tener hijo o hija que quiera servir a Dios en virginidad, con desprecio del mundo y particular llamamiento de vida espiritual.»




Juan Avila - Audi FIlia 97