Juan Avila - Audi FIlia 102

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CAPITULO 102: Que no todo lo que deseamos o pedimos se ha de llamar propia voluntad. Y cómo conoceremos lo que el Señor quiere de nosotros.



Si bien habéis mirado lo que se os ha dicho en estas palabras pasadas, veréis que dos cosas se os han encomendado: Una, que no tengáis voluntad propia; y otra, que sigáis la de Dios.

Y para declaración de estas dos partes, conviene deciros que el desear y pedir a Dios particularmente que os Ubre de algún mal espiritual, en que más peligro corréis, u os dé alguna virtud que particularmente habéis menester, no es vicio de voluntad propia, sino medio, y muy bueno, para hacer la voluntad de Dios, que nos manda apartar del mal y hacer el bien. Porque si bien miráis, el pedir la cosa en particular, por la particular necesidad que en ella hay, ayuda a pedirse con mayor eficacia y más profundo gemido; las cuales son partes para que Dios fácilmente conceda lo que se le pide; lo cual por ventura no concediera, pidiéndose en general, por la tibieza con que se suele pedir. Y esta doctrina es conforme a la Escritura divina, pues el Señor nos enseña en la oración del Padrenuestro pedir cosas en particular; y SAanto Rey y Profeta David hacía lo mismo, según se le ofrecían particulares necesidades; y así lo han usado los Santos, pidiendo para sí y para otros.

 Y aunque se puede lo mismo hacer pidiendo cosas temporales, como leemos del ciego que pidió vista al Señor (Mr., 10, 51) y otros muchos; mas como lo temporal sea cosa menos preciosa, y cuyo amor suele ser peligroso, y cuyo desprecio suele ser alabado, no hay tanta licencia para soltar el corazón a lo desear y pedir, como lo espiritual; aunque no deja de ser bien, hecho, si se pide sin congojas demasiadas, y con condición si agrada al Señor.

Cerca del cumplimiento de la voluntad del Señor, en que está nuestro bien, me podréis preguntar: ¿En qué la conoceréis? A lo cual os digo, que donde hay mandamiento y palabra de Dios o de su Iglesia, no tenéis más que inquirir, sino tened por averiguado que aquello es voluntad del Señor. Y cuando esto no hay, habéis de tener por lo mismo lo que manda vuestro superior, si claramente no consta que manda contra la Ley de Dios o de la Iglesia, o contra razón natural, Que, pues San Pablo dice (Rm 13,5), que aunque el superior sea infiel, le ha de obedecer el cristiano, no sólo por evitar el castigo, mas por la obligación de la conciencia, ¿cuánto más será esto verdad en los superiores cristianos, de los cuales hemos de pensar que Dios les ayuda a mandar lo justo?

  Y cuando todo esto faltare, tomaréis por voluntad del Señor el consejo que os diere persona de quien se debe tomar.

 Y no penséis por esto que estáis sin necesidad de pedir la lumbre del Espíritu Santo para acertar a agradar al Señor. Porque nuestras necesidades son tantas y tan en particular, que sin este Maestro, otro no basta.



103

CAPITULO 103: En que se comienza a declarar la palabra que dice: «Y codiciara el Rey tu hermosura.»

y de cuan grande cosa es poner Dios su amor en el hombre. Y que no es esta hermosura la corporal; y de cuánto ésta sea peligrosa.



Cosa es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es enamorarse el ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la fea ame al todo hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura ame a su Criador, pues se lo debe, y recibe de ello eterna paga. Mas enamorarse y aplacerse Dios en su criatura, esto es de maravillar y agradecer, y cosa de que tener inefable causa de gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser uno preso por Jesucristo, y por título muy honrado se llama San Pablo (Ep 3,1), preso de Jesucristo, teniendo en el cuerpo cadenas de hierro y en el ánima cadenas de amor, ¿qué será tener el hombre a Dios preso con el amor? (Si es gran riqueza no tener corazón, por dárselo a Dios, ¿qué será tener por nuestro el corazón de Dios, el cual da Él a quien da su amor, y tras el corazón todo Sí? Porque de quien es nuestro corazón, de aquél somos sin duda. Grandes y muchos son los bienes que la infinita y divina Bondad los hombres; mas no como haciendo mucho caso de todos ellos, en comparación de éste. Dice , Señor, ¿qué cosa es el hombre, porque lo engrandeces, y pones en él tu corazón? Dando a entender, que pues por dar Dios el corazón, se da Él, tanta diferencia va de dar su corazón por amor, a dar otras dádivas, cuanto va de Dios a criaturas. Y si por las otras dádivas debemos gracias, la principal causa es porque nos las da con amor ; y si en ellas nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia y amor en los altísimos ojos de Dios. Esta es la verdadera honra nuestra, de la cual nos podemos gloriar; no de que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien algún caso hace de sí, ensalzándose de las obras que hace, más de que un tan alto Rey, a quien adoran todos los Ángeles, quiera por su bondad amar a cosas tan bajas como somos nosotros.

Mirad, pues, doncella, si es razón de oír, y ver, e inclinar a Dios vuestra oreja, pues que el galardón de ello es que codicie Dios vuestra hermosura. Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueran muy dificultosas, se tornaran ligeras de cumplir, con tales promesas; cuanto más siendo cosa tan poca, con el favor de su gracia, la que nos pide.

Mas diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que de sí es pecadora, y de los pecadores se escribe (Lm 4,8) que es denegrida su cara mas que carbones?Si este Señor buscase hermosura de cuerpo no es de maravillar que la hallase; porque así como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas, para que así fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable, comparada a la cual, toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice Santo Rey y Profeta David, hablando de la Esposa de este gran Rey (Ps 44,14), que toda la hermosura de ella consiste en lo de dentro, que es el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura del cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea su ánima. ¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en lo menos? ¿Qué aprovecha la hermosura en que los hombres pueden mirar, y fealdad en lo de dentro donde Dios mira? ¡De fuera ángel, y de dentro demonio!

Y no sólo esta hermosura no aprovecha para ser amada de Dios, mas aun por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque así como la espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la suele quitar. No tiene pequeña guerra la castidad, la humildad y el recogimiento de una parte contra la hermosura del cuerpo de otra; y a muchas mujeres les fuera mejor extrema fealdad en el rostro, para no tener con quién pelear, que gran hermosura y gran liviandad, con que fueron vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima (Ez 28,17): Perdiste la sabiduría en tu hermosura; y en otra parte (Ez 16,25) dice: Hiciste abominable tu hermosura. Y dice esto, porque cuando con la hermosura del cuerpo se junta fealdad en las costumbres, es abominable la tal hermosura, y tornada en fealdad verdadera.

Bien veo yo, que si los ánimos de los que miran las cosas hermosas, y de las que son hermosas fuesen puros en buscar a Dios sólo en las criaturas, cuanto ellas fuesen más hermosas, tanto más claro espejo les serían de la hermosura de Dios. Mas ¿adonde está ahora quien no tenga por [qué] temer lo que la Escritura dice (Sg 14,11): Que las criaturas son hechas lazo y cepo para los pies de los necios, que son los que usan de ellas para ofensas de Dios, quedándose en ellas, siendo ellas criadas para que por ellas sirviesen a Dios y subiesen a Él como por una escalera? De estos tales era en un tiempo San Agustín; y por eso lloraba después, y decía: «Andaba yo, Señor, feo por las criaturas hermosas que tú criaste.» ¿Y adonde está la pureza de la mujer hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima, cuanto más hermosura ve en su cuerpo? Naturalmente huímos más de ensuciarnos cuando estamos limpios, que cuando no; y hacen al contrario de esto muchas personas, que siendo feas no pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión de ensuciarse. Y de éstas dice la Escritura (Pr 11,22): Como manilla de oro en el hocico del puerco, así es la mujer hermosa que es loca. Muy poca honra cataría el puerco al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por mucho que resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el hediondo cieno. Así es la mujer loca, que emplea su hermosura sin algún asco en mil liviandades y hediondeces, ya del cuerpo ya del ánima.

Pues si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la propia ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien la mira? ¡ Oh, cuan buena cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar, ni manos para se hermosear, ni gana para ver ni ser vistas; pues de lo uno y de lo otro suele muchas veces salir el determinado deseo de mala codicia, y darse tantas puñaladas mortales en sus ánimas, cuantos malos deseos determinados tuvieron! ¿Y quién los contará? ¿Qué dirán a esto los hombres perdidos, y estas miserables mujeres, hermosas al parecer, y feas según la verdad, cuando les falte la hermosura del cuerpo, por la cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus cuerpos en las sepulturas, cuan hediondas andaban sus ánimas debajo los cuerpos hermosos, y sean así presentadas, desnudas de bienes, delante de los ojos de Aquel al cual no curaron parecer bien; y sean avergonzadas de sus secretas maldades, probando por experiencia que vino el día en que Dios había amenazado, [y] echó a perder los nombres de los ídolos de la tierra? (Zach., 13, 2). Ídolo es la mujer vana y hermosa, que quiere contrahacer a Dios verdadero; pintándose como Dios no la pintó, y queriendo que los corazones de los hombres malamente se ocupen en ella; y haciendo para ello todo lo que puede, y deseando lo que no puede. Los nombres muy mentados de éstas destruirlos ha Dios, para que sepan que no aprovecha ser mentadas en las bocas de los hombres, si están raídas del libro de Dios.

De esta hermosura os amonesto, doncella de Cristo, que ni aun os acordéis de ella. Porque si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve hombre, y guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre de pueblo, o algún alto Príncipe, ¿cuánto más la doncella de Cristo debe hacer otro tanto, esperando aquel día cuando ha de ser vista de todos los ángeles, y del Señor de hombres y de ángeles, cuando parecerá mejor la faz llorosa que la risueña, y el vestido bajo que el precioso, y la virtud que la hermosura?

Mas no penséis que basta tener vuestro corazón limpio de esta vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que quien os mirare se le aparte el corazón de Dios ni un solo punto. Las vanas doncellas del mundo desean parecer bien a los hombres; mas la de Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer como bien parecer; porque no puede ser peor locura que desear lo que es peligro suyo y ajeno. Acordaos de lo que San Jerónimo dice a una doncella: «Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu Esposo es celoso; y peor es ser adúltera contra Cristo que contra el marido.» Y en otra parte dice: «Acuérdate que te he dicho que eres hecha sacrificio de Dios; y el sacrificio da santificación a las otras cosas; y cualquiera que de él dignamente participare será participante en la santificación. Pues de esta manera haz que por tu causa, como por sacrificio divino, se santifiquen las otras; con las cuales así vivas, que quienquiera que tocare tu vida, con el mirarte, o con el oírte, sienta en sí la fuerza de la santificación, y deseándote mirar, sea hecho digno de sacrificio.» Todo esto dice San Jerónimo,



104

CAPITULO 104: Que la dignidad de ser esposa de Jesucristo pide grande cuidado en todas las cosas; y del ejemplo que deben mirar en lo exterior y lo interior del ánima las que de ella quieren gozar.



De lo cual veréis, que esta honra tan grande, que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni se ha de poseer con descuido; mas así como es el más alto título que decirse puede, así pide mayor cuidado que otro para tenerlo como conviene. No penséis que, por no tener marido que sea hombre terreno, ya por eso habéis de vivir con descuido; mas sabed que estáis obligada a mirar más y más, cuanto vuestro Esposo es mayor, y cuanto más cosas son las que Él os demanda. Con el marido de acá cumple la mujer con no tener tachas muy grandes; mas con el celestial Esposo no, si no le amáis con todo vuestro corazón y fuerzas. Y una palabra, y un rato ocioso, no pasará sin castigo. Y esto no os parezca pesado, porque aun acá en el mundo así pasa, que cuando una mujer alcanza marido más alto está obligada a ser ella mejor. Pues si podéis, considerad quién es Aquel a quien por Esposo tomasteis, o por mejor decir, quién por esposa os tomó; y veréis, que aunque lo que mandase fuese pequeño, por mandarlo Él, no hay mandamiento pequeño ni pecado pequeño, como San Jerónimo dice.

Y porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no se os torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado en que os miréis y de quien algo saquéis, que fue una doncella llamada Ásela, de la cual dice San Jerónimo: «Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave que su alegría; ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste que su suavidad. Así tenía amarillez en la cara, que aunque fuese señal de abstinencia, no mostraba hipocresía. Su palabra callaba, y su callar hablaba. Ni muy tardo ni muy apresurado su andar. Su hábito a la continua de una misma manera. Su limpieza era sin ser procurada, y su vestido sin curiosidad, y su atavío sin atavío. Y por sola la bondad de su vida mereció que en la ciudad de Roma, donde tantas pompas hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria, los buenos digan bien de ella, y los malos no osen murmurar de ella.» Este es el dechado que debéis mirar para lo de fuera; que para lo de dentro no hay sino Jesucristo puesto en la cruz, al cual tanto más os debéis conformar, cuanto tenéis nombre de mayor unión con Él, que es casamiento.



105

CAPITULO 105: Que no debe desmayar a las doncellas la grandeza del estado, porque el Esposo, que es el Señor, da lo necesario;

y del consejo con que se debe tomar; y del alegría con que se debe guardar; y de los grandes bienes que en él hay.



Mas mirad no desmayéis, por la mucha santidad que vuestro titulo pide, temiendo más al estado, que gozándoos con él. Cuando oyéredes que os amonesta cosas tan altas, no debéis derribaros, mas esforzaros. Porque así como las cargas y mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la mujer, más cumple ella con guardar bien lo que el marido trae ganado, y trabajar con su flaqueza lo que pudiere, así no penséis que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre vuestros hombros los trabajos de mantener vuestra ánima, pues que ni vos seréis para ello, ni quiere Él que la honra de ser vos la que debéis, Sea vuestra. Plega a Él que sepáis vos darle vuestro corazón, y responderle a sus inspiraciones que Él os enviará; y que no ensuciéis, con tibieza o con soberbia o con negligencia o con indiscretos fervores, el agua limpia que en vuestra ánima lloverá; que en lo demás vuestra ánima ha de reposar, no en confianza de vos, mas de vuestro Esposo, que sabe y quiere y puede muy bien manteneros, sí vos de vuestra voluntad de su casa no os vais. Y aun en las cosas que arriba os he dicho que habéis de hacer, no las esperéis de vos sola; mas pedid al mismo Señor que os ayude, que en todo lo sentiréis piadoso Padre y Esposo.

El estado de virginidad que tenéis, no se debe tomar livianamente, por cualquiera devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con hombre; mas como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y experiencia, y aparejo para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios días y años muy de corazón, porque no se guarde negligentemente lo que livianamente se toma. Mas cuando es tomado, como, y por el fin que es razón, debe tener mucha alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y estado de fecundidad. Porque así como la bendita Virgen María, que por su excelente y limpísima virginidad, se llama Virgen de vírgenes, y es amparadora de vírgenes, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgenes que son de verdad vírgenes, tienen fruto en su ánima y entereza en su cuerpo. Porque este celestial Esposo, Cristo, no es como los de la tierra, que quitan la hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura, y tan amador de limpieza, que, como dice Santa Inés: «A Él sólo guardo mi fe, a Él sólo me encomiendo con toda devoción; al cual cuando amare soy casta, cuando lo tocare soy limpia, cuando le recibiere soy virgen. Ni faltarán hijos de acuestas bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de cada día es acrecentada.» Esto dice Santa Inés, como quien probaba la suavidad de este celestial Desposado. Porque confusión, y no pequeña, es para la doncella que se llama esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad de su Esposo, que si fuera una extranjera.

i Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y cuántos cuidados y desasosiegos! Unos que por fuerza los trae el mismo estado del matrimonio de carne; otros que de la mala condición del marido suelen nacer. Mas acá, los hijos son gozo, caridad y paz, y otros semejantes que cuenta San Pablo (Ga 5,22). El Esposo, bueno, pacifico, rico, sabio, hermoso, y según la esposa dice en los Cantares (Ct 5,16), todo para desear. ¿No os parece, pues, que hace este Rey gran merced a quien toma, no sólo para esclava o sirviente, mas para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con gozo por parto con dolor? ¿Hijos de descanso por hijos de cuidado, y que ellos traen consigo la dote, y el placer y la honra? Por cierto, como San Jerónimo dice hablando a una madre de una doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu hija no quiso ser mujer de un caballero por ser esposa del Rey, y que te hizo a ti suegra de Cristo.»

No resta, pues, doncella, sino que así os alegréis con el estado que el Señor por su bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la que debéis; y así temáis de vuestra flaqueza, que confiéis en el Señor, que acabara en vos lo que ha comenzado; para que así, ni de la merced hecha os dé alegría vana, ni el temor de lo mucho que debéis os derribe; mas entre temor y esperanza caminéis, hasta que el temor se quite con el perfecto amor que en el cielo habrá, y la esperanza, cuando tengamos presente y sin temor de perder aquello que aquí en ausencia esperábamos.



106

CAPITULO 106: De cuatro condiciones que se requieren para ser una cosa hermosa; y cómo al alma que está en pecado le faltan todas cuatro.



Mucho nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos : ¿pe dónde hermosura al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no pensemos que lo había este Rey por la hermosura del cuerpo. Ahora tornemos a nuestro propósito.

Habéis de saber, que para ser una cosa del todo hermosa cuatro cosas se requieren. La una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque faltando algo, ya no se puede decir hermosa; como faltando una mano o pie, o cosa semejante. La segunda es proporción de un miembro con otro; y si es imagen de otra cosa, ha de ser sacada muy al propio de su dechado. Lo tercero ha de tener pureza de color. Lo cuarto suficiente grandeza, porque lo pequeño, aunque sea bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.

Pues si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora, hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque faltándole la fe o la caridad y dones del Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se puede decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción entre sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la razón a Dios. Mayormente, siendo el ánima criada a imagen de Dios, era razón que para guardar su hermosura, fuera semejante en las virtudes a su dechado, como lo es en su ser natural. Pues siendo Dios bueno y el ánima mala; Dios limpio, ella sucia; Dios manso, ella airada, y así en lo demás, ¿cómo puede haber hermosura en imagen que tan disconforme está a su dechado? Pues lo tercero, que es una luz espiritual de gracia y conocimientos, que avivan la hermosura del ánima, como los colores al cuerpo, también le falta; porque ella anda en tinieblas, y está denegrida más que carbones, como lo llora Jeremías (Lm 4,8). Pues menos tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni chica, que ser pecador, que es nada y menos que nada.

De manera, que faltándole todas las condiciones para ser hermosa, sin duda será fea. Y porque todas las ánimas, que en los cuerpos que de Adán vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras, sigúese que todas son feas.


107

CAPITULO 107: Cómo la fealdad del pecado es tan mala, que ningunas fuerzas naturales, ni Ley natural o de Escritura, bastaban a la quitar,

sino Jesucristo, en cuya virtud se quitaba en todo tiempo, y daba la gracia.



Esta fealdad del pecado es tan dificultosa, y por mejor decir, es tan imposible de ser quitada por fuerza de criatura, que todas juntas no pueden hermosear una sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías, diciendo (Jr 2,22): Si te lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada en mi acatamiento. Quiere decir, que para quitar esta mancha, ni aprovecha salitre de reprensiones de los Profetas, ni recios castigos de la Ley vieja, ni tampoco blandura de los halagos y prometimientos que Dios entonces hacia. Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las consolaciones; entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley vieja ninguno era justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo (Rm 3,20), y por eso no podía haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no habla justificación, que es causa de la hermosura.

Y si en la Ley y sacrificios dados por Dios no podía darse hermosura, claro es que menos la habría en la Ley de naturaleza, pues que no tenía tantos remedios contra el pecado como la de Escritura. Que la hermosura que entonces hubo en los ánimos de muchos que fueron justos, así en la Ley de naturaleza como de Escritura, alcanzóse por el derramamiento de la sangre del precioso Cordero, Jesucristo nuestro Señor; el cual, como dice San Juan (Ap 13,8), fue muerto desde el principio del mundo. Porque aunque fue muerto en la cruz en los postreros días del mundo, que así llaman los Apóstoles al tiempo de la venida de Cristo, se dice ser muerto desde el principio del mundo porque desde entonces comenzó su muerte a obrar perdón y gracia en los que la tuvieron, tomándola como en fiado, para después la pagar en la cruz. Porque ordenó Dios, que así como un padre fue la cabeza y fuente de pecado y muerte para todos los que de él viniesen por vía ordinaria, así quiso que uno fuese, por el cual fuesen libres, todos los que lo quisieren ser, del mal en que el otro nos había metido, y aun de los que añadimos nosotros. Así dice San Pablo (Rm 5,19), que como por la inobediencia de uno, fueron constituidos pecadores muchos, así por la obediencia de otro, serán constituidos justos muchos. Y así como la obediencia que Jesucristo tuvo a su Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, no sólo hace justos por imitación, mas dando verdadera justicia (Véase el cap. 88), así el mal que Adán nos hizo, no sólo fue sernos ejemplo de pecar, mas hacernos de verdad pecadores con pecar él. Y así lo que San Pedro dijo (Ac 4,12), que no hay otro nombre debajo del cielo, en el cual nos convenga ser salvos, sino en el de Jesucristo, no sólo se entiende desde que Dios encarnó, mas desde el principio del mundo según hemos dicho; pues los que estaban en gracia de Dios, lo estaban por merecimientos de acueste Señor, mediante la fe y penitencia.

Y aunque, circuncidando a un niño, se le daba gracia con que quedaba justo, y el pecado original perdonado, mas no le daba la circuncisión abundancia de gracia "ex opere operato" que aquello guardábase para los Sacramentos de la nueva Ley; mas era una protestación de la fe, que del Mesías que había de venir que entonces se tenía. Y si después cuando grande perdía la gracia por algún pecado mortal, ofrecía algún animal, según Dios lo mandaba, cuya sangre se derramase en el templo; no para justificar, porque no tenía virtud para ello, sino para que el pecador protestase su fe que tenía en el Señor que había de venir; y con esta fe y con la interior penitencia de sus pecados, que Dios le inspiraba, era hecho participante de la preciosa sangre de Cristo, que se había de derramar para el perdón de los pecados.

Y no sólo había remedio en la Ley de Escritura por fe y penitencia interior, según hemos dicho, mas también en Ley de naturaleza, aunque no se requería tan explícita la fe en nuestro Señor. Y también había exteriores protestaciones de acuesta fe, cuales el Señor, que quiere que todos se salven, les inspiraba; para que, aunque las gentes diversas, y los ritos en lo exterior fuesen diversos, el Salvador sea uno, medianero de Dios y los hombres. Hombre Cristo Jesús, como dice san Pablo (1Tm 2,5).



108

CAPITULO 108: Que Cristo nuestro Señor con su Sangre quita la fealdad del ánima y la hermosea;

y que fue más conveniente que el Hijo se hiciese Hombre, que no el Padre, ni el Espíritu Santo; y de la grande fuerza de la Sangre de Cristo.



Considerad, pues, cuan fea es, y cuánto se debe huir la mancha que causa el pecado, pues una vez recibida en el ánima, ni se pudo lavar con tanto derramamiento de sangre que por mandamiento de Dios se ofrecía en su templo, ni todas las fuerzas humanas para ello bastaron. Y si el hermoso Verbo de Dios no viniera a hermosearnos, duráranos para siempre la fealdad del pecado. Mas viniendo el Cordero sin mancha, pudo, supo y quiso lavar nuestras manchas; y destruyó nuestra fealdad, y diónos su hermosura.

Y para que veáis cuan razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el Espíritu Santo, convenía que con su sangre hermosease nuestra ánima fea, considerad que como se atribuye al Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque Él es perfectísimo, sin defecto alguno, y es imagen del Padre, como San Pablo dice (He 1,3), y tan al propio, que por ser engendrado por vía de entendimiento, es semejante del todo a su Padre, el cual le dio la misma esencia que Él tiene. De manera, que quien a Él ve, ve al Padre, como dice el Santo Evangelio (Jn 14,9). Pues por esta proporción tan igual del Hijo con el Padre, con razón se le atribuye la hermosura, pues tan al propio está sacada la Imagen de su dechado. Luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es cosa engendrada por el entendimiento y en el entendimiento; como lo dice San Juan (Jn 1,9), que era Luz verdadera. Grandeza no le falta, pues tiene inmensidad infinita.

 Y por esto convino que este Hermoso, por quien fuimos hechos cuando no éramos, viniese a repararnos después de perdidos; y vistiéndose de carne, tomase en ella la semejanza de nuestra fealdad, y diese en nuestras ánimas la lindeza de su hermosura. Y aunque el ser nosotros castigados, ni halagados, no nos podía quitar nuestra mancha, fue de tanto valor el ser castigado el Hermoso, que cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su Pasión, cayó sobre nosotros el blando jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador (Jr 2,22): Aunque te laves con salitre y hierba de jabón, no serás limpio; mas dando a entender que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte (Is 1,18): Si fueren vuestros pecados como grana, serán blanqueados como la nieve; y si fueren bermejos como sangre, con que tiñen carmesí, serán blancos como la lana blanca.

Muy bien creía esto Santo Rey y Profeta David cuando decía (Ps 50,9): Rociarme has con hisopo. Señor, y seré limpio; lavarme has, y seré emblanquecido más que la nieve. Hisopo es una hierba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad para purgar los pulmones por do resollamos. Y esta hierba juntábanla con una vara de cedro, y ataban la hierba al palo con una cuerda de grana dos veces teñida; y atado junto, decíanle hisopo, con el cual mojado con sangre y agua—y otras veces con agua y ceniza—, rociaban al leproso, y al que había tocado cosa muerta, y con aquello era tenido por limpio. Muy bien sabia David que ni la hierba, ni el cedro, ni la sangre de pájaros, ni de animales, ni el agua, ni ceniza no podían dar limpieza en el ánima, aunque la figuraban; y por eso no pide a Dios que tome en su mano este hisopo, y lo rocíe con él, mas dícelo por la humanidad y humildad de Jesucristo nuestro Señor; la cual se dice hierba, porque nació de la tierra de la bendita Virgen María, y porque nació sin obra de varón, como la flor nace del campo sin ser arado ni sembrado. Y por esto dice (Ct 2,1): Yo soy flor del campo. Y esta hierba se dice pequeña, por la bajeza que en este mundo tomó, hasta decir (Ps 21,7): Gusano soy y no hombre, deshonra de hombres, y desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el viento de nuestra soberbia tan loca, que no puede ser curada sino con esta tan grande humildad; pues no es razón que se ensalce el gusano viendo abatido al Rey de la Majestad.—Y no se os olvide que el hisopo es caliente, porque Cristo, por el fuego del amor que en sus entrañas ardía, se quiso abajar para nos purgar; dándonos a entender que si el que es alto se abaja, ¿cuánta razón es que el que tiene tanto por qué se abajar no se ensalce? Y si Dios es humilde, que el hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue junta al palo del cedro, cuando fue puesta en cruz, y atada con delgada hebra de lana dos veces teñida. Porque aunque duros, y gruesos, y largos clavos le tenían fijados con ella los pies y las manos, si su abrasado hilo de amor no le atara a la cruz, queriendo Él entregar la vida para matar nuestra muerte, poca parte fueran los clavos para le tener. De manera, que no ellos, mas el amor le tenía. Y este amor es doblado, como grana dos veces teñida; porque por satisfacer a la honra del Padre que por los pecados era ofendido, y por amor de los pecadores que estaban perdidos, padeció Él lo que padeció.



109

CAPITULO 109: Que la sacra humanidad de Cristo fue figurada en la ropa del Sumo Sacerdote, y en el veto que Dios mandó hacer a Moisés;

y qué era lo que David pedía cuando pidió ser rociado con hisopo para quedar limpio.



La ropa que el Sumo Pontífice de la Ley se vestía, había de ser de grana teñida dos veces; porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se había de teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo derramada.

Y esta carne, puesta en la cruz, es el velo que Dios mandó hacer a Moisés (Ex 28,33) de jacinto y carmesí y grana dos veces tenida, de blanca y retejida holanda, hecho con labores de aguja, y tejido con hermosas diferencias. Porque esta santa humanidad es teñida con sangre, como el carmesí ; es abrasada con fuego, significado en la grana, según hemos dicho ; es blanca, como la holanda, con castidad e inocencia; y es retejida, porque no fue muelle, ni relajada, mas apretada debajo de toda disciplina virtuosa, y de muchos trabajos. Y está bien significada en el jacinto, que tiene color de cielo, porque es formada por obra sobrenatural del Espíritu Santo, y por eso se llama celestial; con otras muchas lindezas y virtudes que tiene, formadas por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y este velo manda que se cuelgue en cuatro columnas que lo sustenten, que quiere decir, que en cuatro brazos de cruz fue puesto Cristo; y cuatro Evangelios le ponen y predican manifiesto delante del mundo.

Pues como el real Profeta Santo David fue tan alumbrado Profeta en saber los misterios de Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo pecado cuando tomó la oveja y mató al pastor (Cuando tomó a Bersabé y mató a Urías), temiendo la ira del Omnipotente, con la cual estaba amenazado por boca del Profeta Nathán (2S 12,10), suplica a Dios que le hermosee su fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo David dice a Dios (Ps 50,18) no te deleitarás con sacrificio de animales; mas pide ser rociado con la sangre de Jesucristo, atado con cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando que aunque su fealdad sea mucha, e imposible a él de quitarla, que será emblanquecido más que la nieve con la sangre que de la cruz cae.

¡ Oh Sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la leche! Y ¡ quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones, y con qué amor eras derramada del mismo Señor! Y ¡ cuán de buena gana, Señor, extendías tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala, que en deseos y obras tenemos! Gran fuerza ponen contra Ti tus contrarios; mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que no ellos, mas él te venció. Hermoso llama David a Cristo (Ps 44,3), sobre todos los hijos de los hombres; mas este hermoso sobre hombres y ángeles, quiso disimular su hermosura, y vestirse—en su cuerpo y en lo de fuera—, de la semejanza de nuestra fealdad que en nuestras ánimas teníamos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura, como lo es una pequeña pajita en un grandísimo fuego, y nos diese su imagen hermosa, haciéndonos semejantes a Él.




Juan Avila - Audi FIlia 102