Suma Teológica II-II Qu.83 a.3

ARTíCULO 3 ¿La oración es acto de religión?

Objeciones por las que parece que la oración no es acto de religión.
Objeciones: 1. La religión, por ser parte de la justicia, radica en la voluntad como en sujeto.
Pero la oración pertenece a la parte intelectiva, como consta por lo anteriormente expuesto (a. 1). Luego la oración, según parece, no es acto de la religión, sino del don de entendimiento, por el cual se eleva nuestra mente a Dios.
2. Los actos de latría obligan con necesidad de precepto. Mas la oración no parece que obligue bajo precepto, sino que procede espontáneamente de la voluntad, puesto que no es otra cosa que la petición de aquello que se quiere.
Luego la oración no es acto de religión.
3. Según parece, pertenece a la religión el que se dé a la naturaleza divina el culto y ceremonias debidas. Pero la oración, según parece, más que dar algo a Dios, lo que hace es pedirle la obtención de algunos bienes. Luego la oración no es acto de religión.
Contra esto: está lo que se lee en el Ps 140,2: Elévese mi oración como incienso en tu presencia; a propósito de lo cual comenta la Glosa que en el Antiguo Testamento se decía que el incienso, símbolo de la oración, se ofrecía al Señor como oblación de suave olor. Pero semejante proceder es propio de la religión. Luego la oración es acto de la religión.
Respondo: Que, como antes expusimos (q. 81 a.2.4), pertenece propiamente a la religión rendir a Dios honor y reverencia. Y, por consiguiente, todo aquello con lo que reverenciamos a Dios pertenece a la religión. Ahora bien: mediante la oración el hombre muestra reverencia a Dios en cuanto que se le somete y reconoce, orando, que necesita de El, como autor de sus bienes. Por tanto, es cosa manifiesta que la oración es acto propio de la religión.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La voluntad mueve hacia el fin propio de ella a las otras potencias del alma, como antes dijimos (q. 82 a.1 ad 1). Por consiguiente, la religión, que reside en la voluntad, ordena los actos de las demás potencias a la reverencia a Dios.
Ahora bien: el entendimiento es entre las distintas potencias del alma la superior y más próxima a la voluntad. Luego, después de la devoción, que es acto de la misma voluntad, es la oración, que pertenece a la parte intelectiva, el principal entre los actos de la religión, y ella es por la que la religión mueve hacia Dios el entendimiento humano.
2. Caen bajo precepto no sólo la petición de lo que deseamos, sino también nuestros buenos deseos. Pero los deseos caen bajo el precepto de la caridad, mientras que la petición cae bajo el precepto de la religión. Es un precepto que figura expresamente en Mt 7,7, cuando dice: Pedid y recibiréis.
3. Mediante la oración el hombre hace entrega de su mente a Dios, sometiéndola a Dios por reverencia y, en cierta manera, poniéndola delante de sus ojos, como se deduce del texto citado de Dionisio. Por consiguiente, así como la mente humana destaca sobre lo exterior, ya se trate de los miembros del cuerpo, ya de las cosas exteriores consagradas al servicio de Dios, así también la oración supera a los demás actos de la religión.

ARTíCULO 4 ¿Se debe orar sólo a Dios?

Objeciones por las que parece que sólo se debe orar a Dios.
Objeciones: 1. La oración es, como acabamos de decir (a. 3), un acto de religión. Pero la religión debe dar culto únicamente a Dios. Luego se debe orar únicamente a Dios.
2. En vano se dirige la oración a quien no se entera de ella. Pero sólo Dios es capaz de conocer nuestra oración, ya porque, generalmente, la oración, más que con palabras, se hace con actos interiores, que sólo Dios conoce, según aquel texto del Apóstol (1Co 14,15): Orará con el espíritu y también con la mente; ya porque, como dice San Agustín en el libro De cura pro mortuis agenda, los muertos, incluso los santos, no saben qué hacen los vivos, ni siquiera lo que hacen sus hijos. Luego la oración a nadie debe dirigirse sino a Dios.
3. Si dirigimos nuestra oración a algunos santos, no es sino en cuanto que ellos están unidos a Dios. Pero algunos de los que viven en este mundo, o incluso en el purgatorio, están íntimamente unidos a Dios por la gracia y, a pesar de todo, nuestra oración no va dirigida a ellos. Luego tampoco a los santos que están en el paraíso debemos dirigir nuestra oración.
Contra esto: está lo que se lee en Jb 5,1: Llama, si es que hay quien te responda; y vuelve tu vista hacia alguno de los santos.
Respondo: La oración va dirigida a alguien de dos maneras: la primera, como para que él personalmente conceda lo que se pide; la segunda, como para que por su mediación se impetre de otro. Del primer modo dirigimos nuestra oración únicamente a Dios, porque todas nuestras oraciones deben ordenarse a la consecución de la gracia y de la gloria, que sólo Dios da, según aquellas palabras del Ps 83,12: El Señor dará la gracia y la gloria. Del segundo modo nos encomendamos a los santos ángeles y a los hombres; no para que por medio de ellos conozca Dios nuestras peticiones, sino para que, por sus preces y sus méritos, nuestras oraciones obtengan el efecto deseado. Por eso se lee en Ap 8,4 que subió el humo de los perfumes, esto es, las oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia del Señor. Y esto se pone de manifiesto asimismo por la misma forma de orar de la Iglesia, pues a la Santísima Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros; mientras que a cualquiera de los santos, que ore por nosotros.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Al orar, solamente damos culto religioso a aquel de quien nos proponemos conseguir lo que pedimos, puesto que, obrando así, lo reconocemos como autor de nuestros bienes a El, no a los que invocamos como nuestros intercesores ante Dios.
2. Los muertos, considerada su condición natural, desconocen lo que sucede en este mundo y, sobre todo, los movimientos interiores del corazón. Pero a los bienaventurados, como dice San Gregorio en XII Moral., se les manifiesta en el Verbo lo que les conviene conocer de nuestras cosas, e incluso de cuanto se refiere a los movimientos internos del corazón. Con todo, lo que cuadra mejor con su excelencia es que conozcan las peticiones a ellos dirigidas de palabra o mentalmente. Y por eso se enteran, porque Dios se las da a conocer, de las peticiones que les hacemos.
3. Los que están en este mundo o en el purgatorio todavía no gozan de la visión del Verbo para que puedan conocer lo que nosotros pensamos o decimos. Y ésta es la causa de que no imploremos en nuestras oraciones sus sufragios. A los vivos, en cambio, se los pedimos en nuestras conversaciones.

ARTíCULO 5 ¿Debemos pedir a Dios en la oración algo determinado?

Objeciones por las que parece que no debemos pedir algo determinado a Dios en la oración.
Objeciones: 1. Como dice el Damasceno, la oración es la petición a Dios de lo que nos conviene. Por consiguiente, es ineficaz la oración en que se pide lo que no conviene, según aquel texto de Jc 4,3: Pedís y no recibís, porque pedís mal.
Por otra parte, como se dice en Rm 8,26: No sabemos pedir lo que nos conviene. Luego no debemos pedir en la oración algo determinado.
2. Todo aquel que pide a otro algo determinado pone empeño en inclinar su voluntad para que haga lo que él quiere. Pero no debemos pretender que quiera Dios lo que queremos nosotros, sino más bien que queramos nosotros lo que quiere Dios, como dice la Glosa sobre aquellas palabras del Ps 32,1: Alegraos, justos, en el Señor. Luego no debemos pedir a Dios algo determinado.
3. No se debe pedir lo malo a Dios; y a lo bueno, Dios mismo nos invita. Pero es inútil pedir a uno aquello que nos invita a tomar. Luego nada determinado se debe pedir a Dios en la oración.
Contra esto: está el que el Señor, en Mt 6,9ss y en Lc 11,2ss, enseñó a sus discípulos a pedir de forma determinada los bienes que se hallan contenidos en la oración dominical.
Respondo: Que, según refiere Máximo Valerio, Sócrates opinaba que a los dioses inmortales sólo se les deberían pedir bienes en general, porque ellos saben perfectamente cuáles convienen a cada uno, mientras que nosotros solemos pedir en nuestros ruegos cosas que lo mejor sería que no se nos concediesen. Esta opinión, ciertamente, tiene su parte de verdad en lo tocante a las cosas que pueden acabar mal, y de las que el hombre, de hecho, puede hacer buen o mal uso. Tales son, por ejemplo, las riquezas, las cuales, como allí mismo se nos dice, causaron la ruina a muchos; los honores, que hundieron a mucha gente; los reinos, cuyo desenlace, con frecuencia, fue a ojos vista miserable; los matrimonios rumbosos, que, en ocasiones, fueron la ruina total de las familias. Hay, sin embargo, algunos bienes de los que el hombre no puede usar mal, cuales son manifiestamente aquellos que no pueden terminar siendo un desastre. Son los que constituyen nuestra bienaventuranza y los que hacen que la merezcamos. Los santos, en sus oraciones, piden estos bienes de forma absoluta, según aquellas palabras del Ps 79,4: Muéstranos tu faz y seremos salvos; y aquellas otras del Ps 118,35: Guíame por la senda de tus mandatos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Aunque el hombre por sí mismo no puede saber qué es lo que debe pedir, sin embargo, como allí mismo se dice, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza en este caso, porque, inspirándonos santos deseos, hace que pidamos lo que nos conviene. Por ello dice el Señor (Jn 4,23-24) que es preciso que los verdaderos adoradores adoren en espíritu y en verdad.
2. Cuando al orar pedimos algo que pertenece a nuestra salvación, conformamos nuestra voluntad con la de Dios, de quien se dice (1Tm 2,4) que quiere que todos los hombres se salven.
3. Dios nos invita a lo bueno, de tal modo que nos vayamos acercando a ello, no con los pasos del cuerpo, sino con deseos piadosos y devotas oraciones.

ARTíCULO 6 ¿Debe pedir el hombre en la oración bienes temporales?

Objeciones por las que parece que el hombre no debe pedir a Dios en la oración bienes temporales.
Objeciones: 1. Pedimos en la oración lo que buscamos. Pero los bienes temporales no debemos buscarlos, pues se nos dice en Mt 6,33: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo esto se os dará por añadidura. Se refiere, sin duda, a los bienes temporales, de los que nos dice que no hay que buscarlos, sino que se añadirán a lo buscado. Luego no se deben pedir a Dios en la oración bienes temporales.
2. Nadie pide sino aquello por lo que anda solícito. Pero no debemos tener solicitud por los bienes temporales, según leemos en Mt 6,25: No estéis solícitos por vuestra vida, pensando en qué comeréis. Luego no debemos pedir, cuando oramos, bienes temporales.
3. Por otra parte, nuestro espíritu debe elevarse a Dios mediante la oración.
Pero, con la petición de bienes temporales, desciende hacia lo que se halla a un nivel más bajo que él, contra lo que dice el Apóstol (2Co 4,18): No ponemos los ojos en lo visible, sino en lo invisible; pues las cosas que se ven son temporales; las invisibles, eternas. Luego el hombre no debe pedir a Dios en la oración bienes temporales.
4. El hombre no debe pedir a Dios sino lo que es bueno y útil. Pero a los bienes temporales se los ha considerado en ocasiones nocivos, no sólo en el orden espiritual, sino también en el temporal. Luego no se los debe pedir a Dios en la oración.
Contra esto: está lo que leemos (Pr 30,8): Dame sólo lo necesario para la vida.
Respondo: Que, como escribe San Agustín, A Proba, sobre el modo de orar a Dios, es lícito pedir lo que lícitamente se puede desear. Ahora bien: los bienes temporales nos es lícito desearlos, no como lo principal, hasta el extremo de poner en ellos nuestro fin, sino a manera de ayudas para avanzar en el camino hacia la bienaventuranza, es decir, en cuanto que con ellos se sustenta nuestra vida corporal, y asimismo en cuanto que nos sirven instrumentalmente para la práctica de las virtudes, como dice a este propósito el Filósofo en I Ethic..
Según esto, pues, es lícito orar para obtener bienes temporales. Es lo que dice San Agustín, A Proba: Quien desea lo suficiente para la vida, y nada más, nada desea que no sea bueno desear. Esta suficiencia, por supuesto, no se la apetece por sí misma, sino en orden a la salud corporal y para poder presentarse dignamente ante aquellos con quienes se tiene que convivir. Así, pues, debemos orar para que estos bienes, si ya los tenemos, se conserven, y si no, para poder adquirirlos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Los bienes temporales no se han de buscar como fin principal, sino secundariamente. Por esto dice San Agustín en el libro De serm. Dom. in monte: Cuando dijo que aquello, o sea, el Reino de Dios, era lo primero que había que buscar, quiso dar a entender que esto, los bienes temporales, debe ocupar un segundo lugar, no en el tiempo, sino en dignidad: lo primero, como nuestro bien; lo segundo, como algo de que necesitamos.
2. No toda solicitud por los bienes temporales está prohibida, sino sólo la superflua y desordenada, como anteriormente hemos expuesto (II-II 55,6).
3. Cuando nuestro espíritu va en busca de los bienes temporales para hallar en ellos su reposo, queda esclavizado a ellos. Pero cuando los busca en orden a la bienaventuranza, no es arrastrado hacia bajo por ellos, sino que más bien es él quien los eleva a un nivel superior.
4. Al pedir lso bienes temporales, no como los bienes que buscamos principalmente, sino en orden a otra cosa, los pedimos a este tenor a Dios, para que nos sean concedidos según que son convenientes para la salud.

ARTíCULO 7 ¿Debemos orar por los demás?

Objeciones por las que parece que no debemos orar por los demás.
Objeciones: 1. En la oración debemos ajustamos al modelo que nos dio el Señor. Pero en la oración dominical pedimos por nosotros, no por los demás, cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, etc. Luego no debemos orar por los demás.
2. Si se hace oración es para que se la escuche. Pero una de las condiciones requeridas para que la oración sea escuchada es la de orar por sí mismo: de ahí el que, sobre aquellas palabras de Jn 16,23: Si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará, San Agustín haga este comentario: Todos son escuchados cuando piden por sí mismos; no cuando oran por todos. Por eso se dijo os lo dará, y no, sin matízación alguna, lo dará. Luego, según parece, no debemos orar por los demás, sino por nosotros solamente.
3. Por los demás, si son malos, se nos prohíbe orar, según aquello de Jr 7,16: Tú no ores por este pueblo, y no te opongas a mis planes, porque no te escucharé. Por los buenos tampoco vale la pena el que se ore, porque ya son escuchados cuando oran por sí mismo. Luego, según parece, no debemos orar por los demás.
Contra esto: en Jc 5,6 se nos dice: Orad los unos por los otros para que os salvéis.
Respondo: Conforme a lo dicho (a. 6), debemos pedir en la oración lo que debemos desear. Pero debemos desear bienes no sólo para nosotros, sino también para los demás, pues esto pertenece a la esencia misma del amor debido al prójimo, como resulta evidente por lo anteriormente dicho. A este propósito dice el Crisóstomo en su comentario Super Mt.: La necesidad obliga a cada uno a orar por sí mismo; la caridad fraterna nos exhorta a hacerlo por los demás. Pero la oración más grata a Dios no es la que eleva al cielo la necesidad, sino la que la caridad fraterna nos encomienda.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como escribe San Cipriano en el libro De Orat. Dominica, la razón por la que no decimos Padre mío, sino nuestro, y dame, sino danos, es porque el maestro de la unidad no quiso que las súplicas se hiciesen con carácter privado, o sea, que cada cual pidiese solamente para sí. Quiso, más bien, que orase uno por todos, lo mismo que El, siendo uno, a todos nos llevó en sí.
2. El orar por sí mismos se señala como condición de la oración, no porque sea necesaria para merecer, sino porque lo es para impetrar indefectiblemente. Y es que, a veces, acontece que la oración a favor de otro, aunque se haga piadosa y perseverantemente, y se pidan bienes conducentes a la salvación, no los impetra porque hay algún impedimento por parte de la persona por quien se ora, según aquello de Jr 15,1: Aunque se me pongan delante Moisés y Samuel, mi alma no está de parte de ese pueblo. Con eso y con todo, la oración será meritoria para el que ora por caridad, según aquello del Ps 34,13: Mi oración se volverá a mí en mi seno, esto es, dice la Glosa interlineal: Aunque a ellos no les aprovechó, yo no quedé sin recompensa.
3. También por los pecadores se ha de orar, para que se conviertan; por los justos, para que perseveren y progresen. Sin embargo, no se escucha la oración que se hace por todos los pecadores, sino sólo por algunos: se escucha a los que oran por los predestinados, no a los que lo hacen por los precitos a la muerte. Otro tanto ocurre con la corrección fraterna: surte efecto en los predestinados, no en los reprobos, según aquello del Qo 7,14: Nadie puede corregir a quien Dios ha desechado. Y por esta razón se nos dice (1Jn 5,16): Quien sabe que su hermano comete un pecado que no lleva a la muerte, ore y alcanzará vida ese pecador cuyo pecado no es de muerte. Pero así como a nadie, mientras vive en este mundo, se le debe privar del beneficio de la corrección, porque no podemos distinguir a los predestinados de los reprobos, como dice San Agustín en el libro De corr. et gratia, tampoco, por igual motivo, debemos negar a nadie el sufragio de nuestras oraciones.
Por los justos también debemos orar por tres razones. La primera, porque las súplicas de muchos son escuchadas más fácilmente. Por lo cual, sobre aquello de Rm 15,30: Ayudadme en vuestras oraciones, la Glosa comenta: Con razón pide el Apóstol a sus inferiores que rueguen por él, pues muchos que, aisladamente, son muy poca cosa, al congregarse unánimes se agrandan: y no es posible que las súplicas de muchos dejen de impetrar lo que piden, siempre que se trate, claro está, de algo impetrable. La segunda, para que sean muchos los que den gracias a Dios por los beneficios que otorga a los justos: beneficios que, por otra parte, redundan en beneficio de muchos, como consta por las palabras del Apóstol (2Co 1,11). La tercera, para que los mayores no se ensoberbezcan, al caer en la cuenta de que también ellos necesitan los sufragios de los menores.

ARTíCULO 8 ¿Debemos orar por nuestros enemigos?

Objeciones por las que parece que no debemos orar por nuestros enemigos.
Objeciones: 1. Según se dice (Rm 15,4), todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza está escrito. Pero en la Sagrada Escritura se lanzan no pocas imprecaciones contra los enemigos, pues leemos en el Ps 6,11: Ruborícense y llénense de confusión mis enemigos: ruborícense y llénense de confusión lo antes posible.
Luego también nosotros, más que orar por nuestros enemigos, debemos orar contra ellos.
2. vengarse de los enemigos redunda en perjuicio de ellos. Pero los santos piden venganza de sus enemigos, según aquello del Ap 6,10: ¿Hasta cuándo esperas para vengar nuestra sangre castigando a los que habitan en la tierra? De ahí el que se alegren también de que se tome venganza de los impíos, según aquellas palabras del Ps 57,11: Se alegrará el justo al ver la venganza.
Luego no se ha de orar en pro, sino más bien en contra de los enemigos.
3. La conducta del hombre y su oración no deben ser contrarias. Pero los hombres, a veces, combaten lícitamente contra sus enemigos, ya que, en otro supuesto, toda guerra sería ilícita, lo que está en contra de lo antedicho (II-II 40,1). Luego no debemos orar por los enemigos.
Contra esto: está lo que se nos dice en Mt 5,4: Orad por los que os persiguen y calumnian.
Respondo: Orar por los demás es deber de caridad, como acabamos de exponer (a. 7). Por lo que, del mismo modo que estamos obligados a amar a los enemigos, lo estamos a orar por ellos. De qué manera estamos obligados a amar a los enemigos, se ha explicado anteriormente al tratar de la caridad (q. 25 a.8-9), a saber: que debemos amar en ellos la naturaleza, no la culpa; y que es de precepto el amor de los enemigos en general, mientras que el amarlos con un amor especial no es de precepto, a no ser en la disposición de ánimo. El hombre, en efecto, debe estar preparado para mostrar un amor especial a su enemigo, y para ayudarlo en caso de necesidad, o si le pide perdón. Pero en absoluto mostrar un amor especial al enemigo y ayudarlo es de perfección. De manera similar, es necesario el que en nuestras oraciones comunes, las que nacemos por los demás, no excluyamos a nuestros enemigos.
Pero el orar especialmente por ellos es de perfección, no de necesidad, a no ser en casos especiales A las objeciones:
Soluciones: 1. Las imprecaciones contenidas en la Sagrada Escritura pueden entenderse de cuatro maneras. La primera, como una forma de apostrofar, maldiciendo, que los profetas suelen emplear al predecir el futuro, como escribe San Agustín en el libro De serm. Dom. in monte. La segunda se funda en el hecho de que Dios manda a veces al pecador ciertos males temporales para que se corrija. La tercera es que se increpa porque se entiende que tales increpaciones van dirigidas no contra la persona en sí, sino contra el reino del pecado, es decir, que lo que se pretende es que, con la enmienda de los hombres, quede destruido el pecado. La cuarta es como una conformación de la propia voluntad con la divina en lo que se refiere a la condenación de los que permanecen en pecado.
2., como escribe San Agustín en el mismo libro, la venganza de los mártires consiste en la destrucción del reino del pecado, bajo cuya dominación padecieron tantos males. O, conforme dice en el libro De quaest. Vet. et Novi Test., piden no con palabras, sino con la justicia de su causa, ser vengados, a la manera como la sangre de Abel hizo oír su clamor desde la tierra. Se alegran, pues, de la venganza, no por lo que tiene de venganza, sino por ser el cumplimiento de la justicia divina.
3. Es lícito combatir contra los enemigos para que dejen de pecar, lo cual redunda en bien de ellos y de los demás. Del mismo modo, también es lícito pedir en la oración para los enemigos males temporales a fin de que se corrijan.
De este modo no habrá contradicción alguna entre nuestra oración y nuestras obras.

ARTíCULO 9 ¿Están formuladas convenientemente las siete peticiones de la oración dominical?

Objeciones por las que parece que las siete peticiones de la oración dominical no están formuladas convenientemente.
Objeciones: 1. En vano se pide que sea lo que siempre es. Pero el nombre de Dios es siempre santo, según aquello de Lc 1,49: Su nombre es santo. Con respecto a su reino, hay que decir que es un reino sempiterno, según aquellas palabras del Ps 144,13: Tu reino, Señor, reino por todos los siglos. Y en cuanto a la voluntad de Dios, se cumple siempre, según se lee en Is 46,10: Toda voluntad de Dios se cumplirá. Luego en vano se pide que el nombre de Dios se santifique, que venga a nosotros su reino y que se haga su voluntad.
2. Más aún: para conseguir el bien, primero hay que apartarse del mal. Luego parece que no se ordenan convenientemente las peticiones al ir antes las que se refieren a la consecución del bien que las que tratan de la remoción del mal.
3. Además, si pedimos las cosas, es para que nos las den. Pero el don principal de Dios es el Espíritu Santo y los dones que por él nos llegan. Luego parece que las peticiones no se proponen convenientemente al no haber la debida correspondencia entre ellas y los dones del Espíritu Santo.
4. Por otra parte, en la oración dominical según San Lucas figuran sólo cinco peticiones, como puede verse (Lc 11,2ss). Luego resulta superfluo el que se pongan siete en Mt 6,9ss.
5. parece inútil nuestro empeño en captarnos la benevolencia de quien, en lo de mostrarse benévolo, se anticipa a nuestros planes. Pero Dios, en lo de mostrarse benévolo, nos toma la delantera, como leemos en 1Jn 4,10: El nos amó primero. Luego la invocación que va en cabeza -Padre nuestro, que estás en los cielos-es superflua, pues, según parece, lo que con ella pretendemos es captarnos su benevolencia.
Respondo: Que la oración dominical es perfectísima, porque, como escribe San Agustín, Ad Probam, si oramos digna y convenientemente, no podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos propuso. Y puesto que la oración es, en cierto modo, intérprete de nuestros deseos ante Dios, sólo aquello lícitamente pedimos que lícitamente podemos desear. Pero en la oración dominical no sólo se piden las cosas lícitamente deseables, sino que se suceden en ella las peticiones según el orden en que debemos desearlas, de suerte que la oración dominical no sólo regula, según esto, nuestras peticiones, sino que sirve de norma a todos nuestros afectos.
Ahora bien: es cosa manifiesta que lo primero que deseamos es el fin, y en segundo lugar, los medios para alcanzarlo. Pero nuestro fin es Dios. Y nuestra voluntad tiende hacia El de dos maneras: en cuanto que deseamos su gloria y en cuanto que queremos gozar de ella. La primera de estas dos maneras se refiere al amor con que amamos a Dios en sí mismo; la segunda, al amor con que nos amamos a nosotros en Dios. Por esta razón decimos en la primera de las peticiones santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la gloria de Dios.
La segunda de las peticiones es: Venga a nosotros tu reino. Con ella pedimos llegar a la gloria de su reino.
Los medios nos ordenan a dicho fin de dos maneras: por sí mismos o accidentalmente. Nos ordena por sí mismo al fin el bien que es útil para conseguirlo. Y una cosa es útil para conseguir el fin de la bienaventuranza de dos modos:
Objeciones: 1.°, directa y principalmente, por razón del mérito con que nos hacemos dignos de la bienaventuranza obedeciendo a Dios. Es por lo que aquí pedimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; 2.°, instrumentalmente, como algo de que nos servimos para merecerla. A esto se refiere lo que aquí decimos: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, ya se trate del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es saludable a los hombres, y en el que se sobrentiende que están incluidos todos los demás sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan se entienda toda clase de alimentos, conforme a las palabras de San Agustín, Ad Probam: pues lo mismo que la eucaristía es el principal entre los sacramentos, también es el pan el alimento principal. De ahí el que en el Evangelio de San Mateo (Mt 6,11) se lo llame supersustandal, o sea, principal, como expone San Jerónimo.
De manera accidental nos conduce a la bienaventuranza la eliminación de obstáculos. Y son tres los obstáculos que nos cierran el paso hacia la bienaventuranza. En primer lugar, el pecado, que excluye directamente del reino, según aquello de 1Co 6,9-10: Ni los fornicarios, ni los idólatras, etc., poseerán el reino de Dios. Y a esto se refiere lo que aquí se dice: Perdónanos nuestras deudas. En segundo lugar, la tentación, que pone trabas al cumplimiento de la voluntad divina. Y a este propósito decimos: Y no nos dejes caer en la tentación; con lo cual no pedimos vernos libres de tentaciones, sino que no seamos vencidos por la tentación, lo que equivaldría a caer en ella. En tercer lugar, las penalidades de la vida presente, que impiden el que tengamos lo suficiente para vivir. Es por lo que aquí pedimos: Líbranos del mal.
A las objeciones:
Soluciones: 1., como escribe San Agustín en el libro De sen". Dom. in monte, cuando decimos santificado sea tu nombre, no hacemos esta petición como si el nombre de Dios no fuera santo, sino que pedimos que los hombres lo tengan por tal, lo que lleva a propagar la gloria de Dios entre los hombres. Y cuando decimos venga a nosotros tu reino, no queremos decir con ello que Dios no reine actualmente, sino que, como escribe San Agustín, Ad Probam, avivamos nuestro deseo de tal reino, con el fin de que venga a nosotros y nosotros reinemos en él. En cuanto a la petición hágase tu voluntad, la recta interpretación es ésta: que sean obedecidos sus preceptos así en la tierra como en el cielo, esto es, que los obedezcamos los hombres como los ángeles. Estas tres peticiones, por tanto, se refieren a las necesidades de la vida presente, como dice San Agustín en el Enchir..
2., por ser la oración intérprete de nuestros deseos, el orden de las peticiones no se corresponde con el orden de ejecución, sino con el de deseo o intención, en el que el fin es anterior a los medios para conseguirlo y en donde la consecución del bien precede a la remoción del mal.
3. San Agustín, en su libro De serm. Dom. in monte, adapta las siete peticiones a los dones y las bienaventuranzas en estos términos: Si, gracias al temor de Dios, son bienaventurados los pobres de espíritu, pidamos que el nombre de Dios sea santificado con casto temor entre los hombres. Si por la piedad son fieles los mansos, pidamos que venga a nosotros su reino para que nos vayamos sosegando y ofrezcamos menos resistencia. Si por la ciencia son bienaventurados los que lloran, pidamos que se haga su voluntad, porque así dejaremos de llorar. Si la fortaleza es la que hace que sean bienaventurados los que padecen hambre, pidamos que se nos dé el pan nuestro de cada día. Si el consejo es el don por el que son bienaventurados los misericordiosos, perdonemos las deudas ajenas para que las nuestras nos sean perdonadas. Si el entendimiento hace que sean bienaventurados los limpios de corazón, oremos para no tener un corazón impuro, que anda en pos de los bienes temporales, de donde dimanan nuestras tentaciones. Si la sabiduría hace que sean bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios, oremos para vernos libres del mal, ya que tal liberación nos traerá la libertad de los hijos de Dios.
4., como escribe San Agustín en el Enchir., en San Lucas la oración dominical consta de cinco peticiones, no de siete; como queriendo indicar que la tercera es en cierta manera repetición de las dos anteriores; así nos lo da a entender al omitirla: porque, indudablemente, el objeto principal de la voluntad de Dios es que conozcamos su santidad y reinemos con El. San Lucas omitió también la petición que San Mateo puso en último lugar, Líbranos del mal, para que cada cual sepa que se le libra del mal al no dejarlo caer en la tentación.

5. No dirigimos nuestra oración a Dios para ganar su favor, sino para excitar en nosotros mismos confianza en la petición. Y, en efecto, tal confianza se excita principalmente al considerar esa caridad suya hacia nosotros con que quiere nuestro bien, y es el motivo por el que nosotros le llamamos Padre nuestro; y su excelencia, con que puede hacerlo, y es la causa por la que decimos que estás en los cielos.

ARTíCULO 10 ¿El orar es propio de la criatura racional?

Objeciones por las que parece que el orar no es propio de la criatura racional.
Objeciones: 1. Según parece, propios de una y la misma persona son los actos de pedir y recibir. Pero el recibir conviene incluso a las personas increadas, es decir, al Hijo y al Espíritu Santo. Luego también el orar; y, en efecto, dice el Hijo (Jn 14,16): Yo rogaré a mi Padre; y del Espíritu Santo nos dice el Apóstol (Rm 8,26): El Espíritu ruega por nosotros.
2. Aún más: los ángeles, por ser sustancias intelectuales, están por encima de las criaturas racionales. Pero orar es acción de ángeles, según aquello del Ps 96,7: Adoradlo todos sus ángeles. Luego el orar no es propio de la criatura racional.
3. ora, propiamente, el ser que invoca a Dios, pues se hace la invocación principalmente orando. Pero pueden invocar a Dios incluso los seres irracionales, según aquello del Ps 146,9: El que da al ganado su pasto, y a los polluelos de los cuervos que lo invocan. Luego el orar no es propio de la criatura racional.
Contra esto: está el que la oración es acto de la razón, como antes dijimos (a. 1). Pero a la criatura racional se la llama racional por la razón. Luego orar es propio de la criatura racional.
Respondo: Que, como consta por lo que antes expusimos (a. 1), la oración es el acto de la razón por el que se suplica a un superior; lo mismo que el imperio es el acto de la razón por el que se dispone del inferior como medio para conseguir un fin. El orar, por consiguiente, es acto propio de quien está dotado de razón y tiene un superior a quien pueda suplicar. Ahora bien: nada hay superior a las divinas personas; y los animales brutos, por su parte, no tienen razón. Luego, propiamente hablando, la oración no se da ni en las personas divinas ni en los animales irracionales, sino que es un acto propio de la criatura racional.
A las objeciones:
Soluciones: 1. A las personas divinas les conviene el recibir por razón de su naturaleza, mientras que el orar es propio de quien recibe por gracia. Se dice, a pesar de todo, que el Hijo ruega o que ora, refiriéndose a su naturaleza asumida, esto es, a la humana; y que el Espíritu Santo pide, porque hace que nosotros pidamos.

2. La razón y el entendimiento no son en nosotros facultades diversas, como antes dijimos (I 69,8), sino que difieren entre sí como lo perfecto y lo imperfecto. Por eso, en algunas ocasiones, a las criaturas intelectuales, es decir, a los ángeles, se las distingue de las racionales; mientras que otras veces se las incluye en el conjunto de las racionales. Y éste es el sentido en que se dice que la oración es propia de la criatura racional.
3. Se dice que los polluelos de los cuervos invocan a Dios por el deseo natural que hace que todos los seres, a su modo, deseen alcanzar la bondad divina. Del mismo modo se afirma que los animales irracionales obedecen a Dios por el instinto natural con que por Dios son movidos.


Suma Teológica II-II Qu.83 a.3