Suma Teológica II-II Qu.83 a.11

ARTíCULO 11 ¿Oran por nosotros los santos del cielo?

Objeciones por las que parece que los santos que están en la patria celestial no oran por nosotros.
Objeciones: 1. Los actos que uno realiza son más meritorios para sí que para los demás.
Pero los santos que están en la patria celestial ni merecen para sí ni oran por sí, por hallarse ya en el término. Luego tampoco oran por nosotros.
2. Los santos conforman perfectamente su voluntad con la voluntad divina, de suerte que no quieren sino lo que Dios quiere. Pero lo que quiere Dios se cumple siempre. Luego en vano orarían por nosotros los santos.
3. Además, lo mismo que los santos que están ya en la patria celestial son superiores a nosotros, lo son también aquellos otros que están en el purgatorio, pues ya no pueden pecar. Pero los del purgatorio no oran por nosotros, sino que más bien oramos nosotros por ellos. Luego tampoco los santos que están en la patria celestial oran por nosotros.
4. Por otra parte, si los santos que están ya en la patria celestial orasen por nosotros, sería más eficaz la oración de los santos superiores. Por tanto, no deberíamos implorar el sufragio de las oraciones de los santos inferiores, sino sólo el de las oraciones de los santos superiores.
5. El alma de Pedro no es Pedro. Por tanto, si las almas de los santos orasen por nosotros mientras están separadas de sus cuerpos, no deberíamos invocar a San Pedro, sino a su alma, para que rogara por nosotros. Lo contrario de lo que hace la Iglesia. Luego los santos, por lo menos antes de la resurrección, no oran por nosotros.
Contra esto: está lo que se lee en 2M 15,14: Este es el que ora mucho por su pueblo y por toda la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios.
Respondo: Que, como escribe San Jerónimo, el error de Vigilancio consistió en pensar que mientras vivimos podemos orar los unos por los otros; pero que, después de la muerte, no será escuchada a favor de otro ninguna de nuestras oraciones, como no lo fueron ni siquiera las de los mártires para poder impetrar la venganza de su sangre. Pero esto es del todo falso. Porque, proviniendo de la caridad la oración por los demás, conforme a lo dicho (a. 7.8), los santos que están en el cielo tanto más oran por los viadores, a quienes pueden ayudar con sus oraciones, cuanto más perfecta es su caridad; y sus oraciones son tanto más eficaces cuanto mayor es su unión con Dios. Pues lo normal, según el orden establecido por Dios, es que la excelencia de los superiores redunde en los inferiores, al igual que sobre el aire el resplandor que procede de la claridad del sol. Tal es también la razón por la que se dice de Cristo (He 7,25): El cual se acerca por sí mismo a Dios para rogar por nosotros. Y es por lo que San Jerónimo, Contra Vigilantium, dice: Si los apóstoles y los mártires, en su vida corporal, cuando aún debían preocuparse por sí mismos, podían orar por los demás, cuánto más después de haber alcanzado la corona, la victoria y el triunfo.
A las objeciones:
Soluciones: 1. A los santos que están en la patria celestial nada les falta sino la glorificación del cuerpo, por la que oran. Pero ruegan también por nosotros a quienes falta la perfección última de la bienaventuranza, y sus oraciones tienen eficacia impetratoria en virtud de sus méritos y de la divina aceptación.
2. Los santos impetran lo que Dios quiere que se lleve a efecto mediante sus oraciones. Y piden lo que juzgan que ha de cumplirse por medio de sus oraciones conforme a la voluntad divina.
3. Los que están en el purgatorio, aunque son superiores a nosotros por su impecabilidad, son, sin embargo, inferiores en cuanto a las penas que padecen.
Según esto, no están en estado de orar por nosotros, sino más bien de que se ore por ellos.
4. Dios quiere que los seres inferiores sean ayudados por todos los superiores.
Por este motivo nos es preciso implorar el auxilio no sólo de los santos superiores, sino también de los inferiores. De no ser así, deberíamos implorar únicamente la misericordia del Señor. Sin embargo, acontece a veces que la invocación de un santo inferior es más eficaz: o porque lo invocamos con más devoción, o porque Dios quiere darnos a conocer su santidad.
5. Puesto que los santos, durante su vida, merecieron poder orar por nosotros, por eso los invocamos con los nombres con que aquí se los llamaba y por los que nos resultan más conocidos. Un segundo motivo es el insinuar así nuestra fe en la resurrección, tal como se lee en Ex 3,6: Yo soy el Dios de Abrahán, etc.
(Mt 22,31).

ARTíCULO 12 ¿Debe ser vocal la oración?

Objeciones por las que parece que la oración no debe ser vocal.

Objeciones: 1. Como consta por lo expuesto anteriormente (a. 4), la oración se dirige principalmente a Dios. Pero Dios conoce el lenguaje interior del corazón. Luego es inútil el empleo de la oración vocal.
2. La mente humana debe ascender por la oración a Dios, como antes dijimos (a. 1 ad 2). Pero las palabras, como las demás cosas sensibles, tiran del hombre hacia abajo en su ascensión contemplativa hacia Dios. Luego en la oración no hay que utilizar palabras.
3. La oración a Dios debe hacerse en lugar oculto, conforme a aquel texto de Mt 6,6: Tú, sin embargo, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre a escondidas. Pero las palabras hacen que nuestra oración sea pública. Luego la oración no debe ser vocal.
Contra esto: está lo que se lee en el Ps 141,2: Clamé al Señor con mi voz; con mi voz supliqué al Señor.
Respondo: Que la oración es doble: pública y privada. Oración pública es la que los ministros de la Iglesia, en representación de la totalidad del pueblo fiel, ofrecen a Dios. Tal oración, por tanto, debe ser conocida por el pueblo en cuyo nombre se hace, lo que no podría lograrse si la oración no fuese vocal. De ahí el que se haya establecido razonablemente que los ministros de la Iglesia pronuncien en voz alta esta clase de oraciones, para que puedan llegar a conocimiento de todos.
La oración privada, en cambio, es aquella que, a título personal, ofrece cualquier orante por sí o por los demás. No es necesario que sea vocal. Pero, aun sin ser necesario, oramos en voz alta por tres razones. En primer lugar, para excitar la devoción interior con que nuestra mente se eleva hacia Dios. Y es que los signos exteriores, palabras u obras, son estímulos de la mente humana, no sólo en el orden del conocimiento, sino también, y como consecuencia, en el del afecto. A este propósito, escribe San Agustín, Ad Probam: Nos sirven de poderoso acicate las palabras y otros signos para acrecentar en nosotros el santo deseo. Por tanto, en la oración privada hemos de usar de tales palabras y signos en la medida en que sean convenientes para excitar interiormente nuestro espíritu. Pero si nuestra mente se distrae por este camino, o de cualquier modo se siente impedida, habrá que prescindir de tales recursos. Esto acaece principalmente en personas cuyo espíritu, sin necesidad de estos signos, se encuentran suficientemente preparadas para la devoción.
Por esto decía el salmista (Ps 26,8): Te dijo mi corazón. Y también leemos que Ana (1R 1,13) hablaba en su corazón.
En segundo lugar, empleamos la oración vocal como pago de una deuda: para así servir a Dios con todo lo que de El recibimos, esto es, no sólo con el alma, sino también con el cuerpo. Compete esto especialmente a la oración en cuanto satisfactoria. Por eso se lee en Os 14,3: Quita de nosotros toda iniquidad y acepta lo bueno, y te presentaremos, como sacrificio de terneros, la alabanza de nuestros labios.
En tercer lugar, añadimos a la oración la palabra por cierto desbordamiento del alma sobre el cuerpo, causado por la vehemencia del afecto, según aquello del Ps 15,9: Se alegró mi corazón y saltó de gozo mi lengua.

A las objeciones:
Soluciones: 1. No oramos vocalmente para manifestarle a Dios algo desconocido, sino para avivar el impulso de nuestra mente y de la de los demás hacia Dios.
2. Las palabras que no vienen al caso distraen la atención e impiden la devoción del que ora; pero las que significan algo relacionado con la devoción excitan las mentes, en especial las menos devotas.
3., como escribe el Crisóstomo, Super Mt.: El Señor nos prohíbe orar en público cuando lo que nos proponemos es que el público nos vea. Por eso el que ora no debe hacer nada que llame la atención, ya se trate de clamores, golpes de pecho o de extender las manos. Y, sin embargo, como dice San Agustín en el libro De serm. Dom. in monte, no hay nada de malo en ser visto por los hombres, sino en obrar así para que nos vean.

ARTíCULO 13 ¿Es necesaria la atención durante la oración?

Objeciones por las que parece que necesariamente la oración tiene que ser atenta.
Objeciones: 1. Se nos dice en Jn 4,24: Dios es espíritu, y los que lo adoran han de hacerlo en espíritu y en verdad. Pero no se ora en espíritu si la oración no es atenta.
Luego la oración tiene que ser necesariamente atenta.
2. La oración es la elevación del entendimiento a Dios. Pero nuestro entendimiento no se eleva hacia Dios cuando no oramos con atención. Luego la oración ha de ser necesariamente atenta.
3. Es condición necesaria de la oración el que carezca de todo pecado. Pero no carece de pecado el proceder de quien, mientras ora, permite que su espíritu divague, pues parece que una persona así se está burlando de Dios, como parecería que se burla quien conversa con otro hombre sin fijarse en lo que dice. Es por lo que escribe San Basilio que no se debe implorar el auxilio divino y con negligencia dejar divagar el pensamiento de acapara allá; porque quien así ora no sólo no impetrará lo que pide, sino que irritará más a Dios. Luego parece ser que la oración ha de ser necesariamente atenta.
Contra esto: está el hecho de que aun los santos tienen de vez en vez distracciones mientras oran, según aquello del Ps 39,13: Mi corazón me abandonó.
Respondo: Donde tiene lugar principalmente la cuestión aquí planteada es en la oración vocal. Al tratar de resolverla hay que tener en cuenta que decimos que una cosa es necesaria de dos modos. Primero, como es necesario aquello con que se llega mejor al fin. Y es así como la atención es absolutamente necesaria para la oración.
Del segundo modo se dice que algo es necesario cuando sin ello un agente no puede lograr su efecto. Ahora bien: los efectos de la oración son tres. El primero, común a todos los actos imperados por la caridad, es el mérito. Para este efecto no se requiere necesariamente que la atención se mantenga del principio al fin, sino que la virtualidad de la intención inicial con que alguien se acerca a orar hace meritoria la oración entera, tal como sucede en los demás actos meritorios. El segundo efecto es propio de la oración, y consiste en impetrar. También basta para lograrlo la primera intención, que es en la que Dios se fija principalmente. Pero si esta primera intención falta, ni es meritoria ni impetratoria: pues Dios no escucha la oración que se hace sin intención, como dice San Gregorio. El tercer efecto de la oración es el que se produce en el acto de orar, es decir, una cierta refección espiritual del alma. Para esto se requiere necesariamente la atención mientras se ora. De ahí lo que se lee en 1Co 14,14: Si oro sólo con mi lengua, mi espíritu no disfruta.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la atención que puede prestarse a la oración es de tres clases. Una es la atención a las palabras, para que no se deslicen errores; la segunda es la atención al sentido de las palabras; la tercera es la atención al fin de la oración, o sea, a Dios y a aquello por lo que se ora: ésta es, sin duda, la más necesaria, y pueden tenerla incluso los más ignorantes. Y a veces esta intención que eleva el alma olvida todo lo demás, como dice Hugo de San Víctor.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Ora en espíritu y verdad quien, por moción celeste del Espíritu, se pone en oración, aunque después su mente, por flaqueza, se distraiga.
2. El espíritu humano, por su natural flaqueza, no puede permanecer largo tiempo en las alturas; pues, por el peso de su propia debilidad, el alma se siente arrastrada hacia lo de más abajo. Y acontece por esta causa que, cuando la mente del orante ha logrado ascender a Dios por la contemplación, de repente, por debilidad, comienza a divagar.
3. Si alguien, de propósito, se distrae en la oración, tal distracción es pecado e impide el fruto de la oración. Ya contra esto dice San Agustín en la Regla: Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, meditad en vuestro corazón lo que pronunciáis con la boca. Pero la distracción del espíritu, cuando uno no se distrae de propósito, no quita el fruto de la oración. Por lo que sobre esto dice San Basilio: Con todo, si, debilitado por el pecado, no puedes orar con la debida atención, mantente tan atento como puedas y Dios te perdona; porque no procede de negligencia, sino de fragilidad lo de no poder estar como conviene en su presencia.

ARTíCULO 14 ¿Debe ser larga la oración?

Objeciones por las que parece que la oración no debe ser larga.
Objeciones: 1. Se lee en Mt 6,7: No habléis mucho cuando oráis. Pero tiene que hablar mucho quien ora durante largo tiempo, sobre todo si la oración es vocal. Luego no debe ser larga la oración.

2. orar es exponer un deseo. Pero un deseo es tanto más santo cuanto más se restringe a un solo objeto, según aquello del Ps 26,4: Una sola cosa pedía al Señor, eso buscaré. Luego la oración es tanto más acepta a Dios cuanto más breve.
3. Parece ilícito el que el hombre traspase los términos prefijados por Dios, principalmente en lo que al culto divino se refiere, según aquello de Ex 19,21: Conmina al pueblo, no vaya a ser que quiera traspasar los límites marcados para ver al Señor y perezca por este motivo muchísima gente. Pero Dios fijó de antemano los límites de la oración al instituir la oración dominical, como consta en Mt 6,9ss. Luego no es lícito alargar más que ésta nuestra oración.
Contra esto: está el que, según parece, debemos orar continuamente. Porque dice el Señor (Lc 18,21): Es necesario orar siempre y no desfallecer. Y en 1Th 5,17: Orad sin interrupción.
Respondo: Que podemos hablar de la oración de dos modos: primero, de la oración en sí misma; segundo, de la oración en su causa. Ahora bien: la causa de la oración es el deseo de la caridad, del cual debe proceder nuestra oración.
Tal deseo en nosotros debe ser continuo, actual o virtualmente: pues su virtud permanece en cuantas obras hacemos por caridad; y, conforme se nos dice en 1Co 10,31: Debemos hacerlo todo para gloria de Dios. La oración, según esto, debe ser continua. De ahí las palabras de San Agustín, Ad Probam: Mediante la fe, esperanza y caridad oramos siempre en virtud del deseo continuo.
Mas la oración, en sí considerada, no puede mantenerse ininterrumpidamente por la necesidad que tenemos de ocuparnos en otros quehaceres. Antes bien, como allí mismo dice San Agustín, por este motivo rezamos en determinadas horas y tiempos a Dios, incluso con palabras: para mantenernos vigilantes gracias a estos signos sensibles; para que vayamos conociendo los progresos que hacemos en nuestro deseo y para excitarnos más a acrecentarlo. Pero la medida de cada cosa debe guardar proporción con el fin, lo mismo que la dosis de la bebida medicinal con la salud. De ahí la conveniencia de que la oración dure tanto cuanto haga falta para excitar el fervor del deseo interior y de que, en cuanto rebase esta medida, de manera que no pueda continuarse sin hastío, no se la deba alargar más. Por eso escribe San Agustín, Ad Probam: Se dice que nuestros hermanos en Egipto oran con oraciones frecuentes, pero brevísimas, lanzadas, por así decirlo, como dardos, para que la atención tensa y vigilante, muy necesaria en quien ora, no se disipe ni embote por alargarse más de lo debido. Procediendo así, muestran también con bastante claridad que lo mismo que esa atención no debe ser mantenida con fatiga cuando no da más de sí, tampoco hay que interrumpirla prontamente si todavía perdura. E igual que hay que tener en cuenta esta advertencia en la oración privada refiriéndonos a la atención de la persona que ora, hay que tenerla en la oración común refiriéndonos a la devoción del pueblo.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como escribe San Agustín, Ad Probam: Por el hecho de que la oración se prolongue, eso no quiere decir que haya exceso de palabras. Una cosa es la palabrería y otra el afecto duradero. Pues del mismo Señor ha llegado a escribirse que pernoctaba en oración, y que oraba largamente para darnos ejemplo. Y añade después: Lejos de la oración el exceso de palabras; pero que tampoco se eche de menos en ella la súplica frecuente si la atención y el fervor perseveran. Pues el hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas. De ordinario, sin embargo, este negocio se realiza con gemidos más que con palabras.
2. La prolijidad de la oración no consiste en pedir muchas cosas, sino en mantenerse especialmente interesado en el deseo de una.
3. El Señor no instituyó esta oración para que sea la única, palabra por palabra, de que nos sirvamos al orar, sino porque nuestra única intención cuando oramos debe ser la impetración de lo que en ella se pide, sea cual fuere el modo de orar o de meditar.
4. Uno ora continuamente, o por la continuidad de su deseo, conforme a lo ya explicado (en la solución); o porque no omite la oración en los tiempos señalados; o por el efecto conseguido: ya en sí mismo, que después de orar se siente más devoto, ya en otras personas, cuando con sus beneficios las mueve a rogar por él, aun en aquel tiempo en que él deja de orar.

ARTíCULO 15 ¿Es meritoria la oración?

Objeciones por las que parece que la oración no es meritoria.
Objeciones: 1. Todo mérito procede de la gracia. Pero la oración precede a la gracia, puesto que la misma gracia se impetra por medio de la oración, según aquello de Lc 11,13: Vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden.
Luego la oración no es acto meritorio.
2. Si algo merece la oración, parece que habrá de ser, más que ninguna otra cosa, lo que se pide al orar. Pero esto no siempre se merece, pues muchas veces las oraciones, aun las de los santos, no son escuchadas, como no se escuchó a San Pablo cuando pedía verse libre del aguijón de la carne. Luego la oración no es acto meritorio.
3. La oración se basa principalmente en la fe, según lo que leemos en Jc 1,6: Mas pida basándose en su fe, sin vacilar. Ahora bien: la fe no es suficiente para merecer, como lo evidencia el caso de los que tienen fe informe. Luego la oración no es acto meritorio.
Contra esto: está lo que, sobre las palabras del Ps 34,13: Mi oración volverá a entrar en mi pecho, dice la Glosa: Aunque a ellos no les aprovechó, a mí sí, no dejándome sin premio. Luego la oración es meritoria.
Respondo: Que, tal como expusimos (a. 13), la oración, además del efecto presente, el consuelo espiritual, tiene una doble virtualidad con respecto a su efecto futuro: la de merecerlo e impetrarlo. Como cualquier otro acto virtuoso, la oración tiene valor meritorio en cuanto que procede de la raíz de la caridad, cuyo objeto propio es el bien eterno de que merecemos gozar. Pero no debemos olvidar que la oración procede de la caridad no inmediatamente, sino mediante la religión, de la que es acto, como antes dijimos (a. 3); y con el concurso de algunas otras virtudes que la bondad de la oración requiere, es decir, de la humildad y de la fe. A la religión, en efecto, le compete ofrecer a Dios nuestra oración, mientras que a la caridad le compete el deseo de lo que en la oración pedimos que se cumpla. La fe, a su vez, nos es necesaria por lo que respecta a Dios, a quien oramos: para que creamos que podemos obtener de él lo que pedimos. La humildad, en cambio, es necesaria por parte de la persona que pide, para hacerle reconocer su indigencia. Y necesaria es también la devoción, pero ésta pertenece a la religión, constituyendo el primero de sus actos, necesario para todos los demás, como ya queda dicho (a. 3 ad 1; q.82 a.1.2).
El valor impetratorio le viene de la gracia de Dios, a quien oramos, y que, incluso, nos invita a orar. De ahí lo que dice San Agustín en el libro De Verb.
Dom.: No nos aconsejaría que pidiésemos si no quisiera dar. Y el Crisóstomo dice: Nunca niega sus beneficios al que ora quien le instiga piadosamente para que nunca deje de orar.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Sin la gracia santificante no es meritoria la oración, lo mismo que no lo es ningún otro acto virtuoso. Y es que aun la misma oración con que se impetra la gracia santificante procede de una cierta gracia como de don gratuito, pues incluso el mismo orar es don de Dios, como dice San Agustín en el libro De Perseverantia.
2. El mérito de la oración tiene como objeto principal, a veces, algo distinto de lo que pedimos: pues el mérito se ordena principalmente a la bienaventuranza, mientras que la petición que hacemos en la oración directamente se refiere, a veces, a algunas otras cosas, como consta por lo dicho (a. 6). Por tanto, si esas otras cosas que alguien pide para sí no le van a ser útiles para conseguir la bienaventuranza, no sólo no las merece, sino que, a veces, por el mero hecho de pedirlas y desearlas, pierde el mérito: como en el caso de pedir a Dios el cumplimiento del deseo de pecar, modo de orar que nada tiene de piadoso.
Otras veces lo que se pide no es necesario para la salvación eterna ni manifiestamente contrario a la misma. En este caso, aunque el orante puede merecer con su oración la vida eterna, no merece, sin embargo, la obtención de lo que pide. De ahí las palabras de San Agustín en el libro Sententiarum Prosperi: A quien pide a Dios con fe verse libre de las necesidades de esta vida, no menor misericordia es desoírle que escucharle. Lo que conviene al enfermo, mejor que él lo sabe el médico. Por esta razón precisamente, porque no le convenía, no fue escuchado San Pablo cuando pidió verse libre del aguijón de la carne. En cambio, si lo que se pide es útil para la bienaventuranza del hombre, como conducente a su salvación, se lo merece en este caso no sólo con la oración, sino también con las demás obras buenas. Recibe por eso, sin la menor duda, lo que pide; pero a su debido tiempo. A este propósito escribe San Agustín, Super lo.: Algunas cosas no se las niega, sino que se las aplaza, para darlas en el momento oportuno. Y aun esto puede frustrarse si no se pide con perseverancia. Es por lo que dice San Basilio: La razón por la que a veces pides y no recibes es porque pides de mala manera, o sin fe, o con ligereza, o lo que no te conviene, o sin perseverancia. Ahora bien: puesto que un hombre no puede merecer con mérito de condigno la vida eterna para otro, como antes se dijo (I-II 114,6), tampoco, lógicamente, puede merecer en algún caso para otros con mérito de condigno lo que a ella conduce. Por esta razón, no siempre es escuchado quien ruega por otro, como antes se dijo (a. 7 ad 2).
Se ponen, en consecuencia, cuatro condiciones para que, si se dan juntas, uno impetre siempre lo que pide, a saber: pedir por sí mismo, pedir cosas necesarias para la salvación, hacerlo con piedad y con perseverancia.
3. La oración se basa principalmente en la fe, no en cuanto a su eficacia meritoria, pues ésta depende sobre todo de la caridad, sino en cuanto a su eficacia impetratoria. Por la fe, en efecto, el hombre tiene noticia de la omnipotencia y misericordia divinas, que es de donde la oración impetra lo que pide.

ARTíCULO 16 ¿Consiguen algo de Dios con su oración los pecadores?

Objeciones por las que parece que los pecadores, con su oración, no alcanzan nada de Dios.
Objeciones: 1. Leemos en Jn 9,3: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. Y algo semejante se nos dice en Pr 28,9: Será execrable la oración de quien aparta sus oídos para no oír la ley. Pero la oración execrable no impetra nada de Dios.
Luego los pecadores no impetran nada de Dios.
2. Los justos impetran de Dios lo que merecen, como ya expusimos (a. 15 ad 2).
Pero los pecadores no pueden merecer nada por carecer tanto de la gracia como de la caridad, que constituyen de hecho lo esencial de la piedad, conforme dice la Glosa sobre aquel texto de 2Tm 3,5: Que con apariencias de piedad niegan en realidad lo esencial de ella. No oran, por consiguiente, con piedad, requisito necesario, como antes dijimos (a. 15 ad 2), para que la oración tenga valor impetratorio. Luego los pecadores, con su oración, no impetran nada.
3. El Crisóstomo dice, en su comentario Super Mt.: El Padre no escucha de buena gana la oración que su Hijo no dictó. Pero en la oración dictada por Cristo decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,12), y esto los pecadores no lo cumplen. Luego o mienten al decirlo, y en tal caso no son dignos de ser escuchados, o se lo callan, y entonces tampoco se los escucha, por no atenerse a la forma de orar establecida por Cristo.
Contra esto: está lo que San Agustín dice en su comentario Super lo.: Si Dios no escuchase a los pecadores, en vano habría dicho el publicaría: "Señor, sé propicio a mí, pecador". Y el Crisóstomo dice Super Mt.: Todo el que pide recibe, sea justo, sea pecador.
Respondo: Que en el pecador se han de considerar dos cosas, a saber: la naturaleza, que Dios ama; y la culpa, a la que odia. Luego si el pecador, en su oración, pide algo en cuanto pecador, esto es, algo acorde con sus deseos de pecado, Dios, por misericordia, no lo escucha; aunque hay ocasiones en que sí, como castigo, cuando permite que el pecador se hunda todavía más en sus pecados. Como dice San Agustín: Dios niega cosas propicio que otorga enojado.
Dios, a pesar de todo, escucha la oración del pecador si procede de un buen deseo natural, no como si en justicia tuviese obligación de hacerlo, pues no se lo merece el pecador, sino por pura misericordia, con tal de que se cumplan las cuatro condiciones antes mencionadas (a. 15 ad 2), a saber: que pida para sí, que pida lo necesario para la salvación y que lo haga con piedad y con perseverancia.
A las objeciones:
Soluciones: 1., como escribe San Agustín en su comentario Super Io., pertenecen esas palabras a un ciego que, hasta ese momento, sólo ha sido ungido; pero que no ha sido todavía iluminado del todo. Por eso no merecen una aprobación total.
Aunque puede asegurarse que expresan una verdad, si se las aplica al pecador en cuanto tal. Y éste es también el sentido en que se dice que su oración es execrable.
2. El pecador no puede orar piadosamente, como si su oración estuviese informada por el hábito virtuoso de la piedad. Puede, sin embargo, ser piadosa su oración en cuanto que pide algo perteneciente a la piedad, del mismo modo que el que no tiene la virtud de la justicia puede desear una cosa justa, como consta por lo que hemos dicho anteriormente (II-II 59,2). Y, aunque su oración no es meritoria, puede, no obstante, ser impetratoria; porque el mérito se basa en la justicia, mientras que la impetración depende de la gracia.
3., como antes explicamos (a. 7 ad 1), las palabras de la oración dominical se profieren en nombre de la comunidad constituida por la Iglesia en su totalidad.
Por tanto, si uno que no quiere perdonar al prójimo sus deudas reza la oración dominical, no miente, aunque lo que está diciendo, por lo que respecta a su persona, sea falso, pues no lo es en cuanto que ora en nombre de la Iglesia, fuera de la cual se encuentra, y no sin motivo, y por eso se ve privado del fruto de su oración. Hay, a veces, pecadores que, a pesar de todo, están dispuestos a perdonar a sus deudores. En consecuencia, cuando oran son escuchados, según aquello del Si 28,2: Perdona a tu prójimo cuando te hace mal, y así, cuando tú pidas perdón, tus pecados serán perdonados.

ARTíCULO 17 ¿Está bien dicho eso de que las obsecraciones, "oraciones, peticiones y acciones de gracias", son las partes en que se divide la oración?

Objeciones por las que parece que no está bien que se diga que las obsecraciones, oraciones, peticiones y acciones de gracias, son las partes en que se divide la oración.

Objeciones: 1. La obsecración, según parece, no es otra cosa que una clase de conjuro.
Pero, como escribe Orígenes, Super Mt., es impropio del varón deseoso de vivir conforme al Evangelio conjurar a otro, pues, si no es lícito jurar, tampoco, lógicamente, el conjurar. Luego no está bien mencionar la obsecración entre las partes en que se divide la oración.
2. La oración, según el damasceno, es la petición a Dios de lo que conviene.
Luego no está bien contraponer oraciones y peticiones.
3. La acción de gracias se refiere al pasado, mientras que las otras partes mencionadas se refieren al futuro. Pero lo pasado es anterior a lo futuro. Luego la acción de gracias al final de la enumeración no está en su sitio.
Contra esto: está la autoridad de San Pablo (1Tm 2,1).
Respondo: Que para la oración se requieren tres cosas. La primera, que el orante se acerque a Dios, a quien ora. Tal es el significado de la palabra oración, ya que orar es levantar el alma a Dios. Se requiere, en segundo lugar, la petición, que es lo que la palabra postulación significa, ya en el caso de que la petición se proponga de forma determinada, que es a lo que algunos con propiedad llaman postulación; ya en el de que se la proponga de forma indeterminada, como cuando alguien sencillamente le pide a Dios que le ayude, y esto es a lo que llamamos súplica; o cuando se narra únicamente un suceso, como en aquel texto de Jn 11,3: Mira, aquel a quien amas está enfermo, y a esto se le da el nombre de insinuación. Se requiere, en tercer lugar, que haya una razón para alcanzar lo que se pide: y esto tanto por parte de Dios como por parte de la persona que pide. Por parte de Dios, la razón para alcanzar lo que pedimos es su propia santidad. Por ella pedimos ser escuchados, tal como lo hacía el profeta Daniel (Da 9,17-18): Por ti mismo, Dios mío, inclina tu oído y escucha. Esto es a lo que se llama obsecración, que es la súplica por motivos sagrados, como cuando decimos: Por tu nacimiento, líbranos, Señor. Mas la razón para impetrar, por parte de la persona que pide, es la acción de gracias, pues, como leemos en una colecta del misal, dando gracias por los beneficios recibidos, merecemos recibir otros mayores.
De ahí el que diga la Glosa (1Tm 2,1) que en la misa las preces que preceden a la consagración son las obsecraciones, y en ellas se hace mención de ciertas cosas sagradas; las que coinciden con la consagración, que es donde el alma más se eleva a Dios, son oraciones; son postulaciones las peticiones que vienen después; y al final están las acciones de gracias. En la mayor parte de las colectas de la Iglesia pueden encontrarse estos cuatro elementos. Por ejemplo, en la colecta de la Trinidad, las palabras Omnipotente y sempiterno Dios corresponden a la elevación del alma a Dios; las palabras que has concedido a tus siervos, etc., a la acción de gracias; estas otras: concédenos, te rogamos, pertenecen a la postulación; las que se ponen al fin: Por nuestro Señor, etc., a la obsecración.
En las Colaciones de los Padres se dice que la obsecración es la imploración por nuestros pecados; hay oración cuando ofrecemos algo a Dios; postulación, cuando pedimos por los demás. Con todo, la primera explicación es la mejor.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La obsecración no es un conjuro para exigir por la fuerza --tal conjuro se prohíbe--, sino para implorar misericordia.
2. La oración, entendida en sentido general, incluye todos estos elementos de que aquí hablamos. Pero en un sentido más preciso, por contraposición a otras palabras, significa propiamente elevación a Dios.
3., en sucesos diferentes, el pasado precede al futuro; pero que una misma cosa antes es futura que pasada. Por tanto, tratándose de beneficios diferentes, la acción de gracias por unos precede a la petición de otros; pero un mismo beneficio primeramente se pide y, finalmente, una vez que se haya recibido, se dan las gracias por él. La postulación, a su vez, va precedida de la oración, por la que nos acercamos a aquel a quien pedimos. Y la obsecración precede a la oración, pues por la consideración de la bondad divina es por lo que nos atrevemos a allegarnos a Dios.


Suma Teológica II-II Qu.83 a.11