Suma Teológica III Qu.53 a.4

ARTíCULO 4 ¿Fue Cristo causa de su resurrección?

Objeciones por las que parece que Cristo no fue causa de su propia resurrección.
Objeciones: 1. No es causa de su propia resurrección cualquiera que es resucitado por otro.
Pero Cristo fue resucitado por otro, según aquellas palabras de Ac 2,24: A quien Dios resucitó, librándole de los dolores del infierno; y Rm 8,11: El que resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales, etc. Luego Cristo no es causa de su resurrección.
2. No se dice que uno merezca, o que pida a otro, aquello de lo que él mismo es causa. Pero Cristo, con su pasión, mereció la resurrección, pues, como dice Agustín, In Ioann.: La humildad de la pasión es el mentó de la gloría de la resurrección. Incluso el propio Cristo pide al Padre que le resucite, según el (Ps 40,11: Pero tú, Señor, ten misericordia de mí y resucítame. Luego Cristo no fue causa de su resurrección.
3. Como demuestra el Damasceno, en el libro IV, la resurrección no es propia del alma sino del cuerpo, que sucumbe por la muerte. Ahora bien, el cuerpo no fue capaz de unir a sí el alma, porque ésta es más noble que él. Luego lo que resucitó en Cristo no pudo ser causa de su resurrección.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Jn 10,17-18: Nadie me quita mi alma, sino que la entrego yo mismo y vuelvo a tomarla. Pero resucitar no es otra cosa que volver a tomar el alma. Luego parece que Cristo resucitó por su propia virtud.
Respondo: Como antes hemos expuesto (II-II 50,2-3), por la muerte no se separó la divinidad ni del alma de Cristo, ni de su cuerpo. Así pues, tanto el alma de Cristo muerto como su cuerpo pueden considerarse de dos maneras: Una, por razón de la divinidad; otra, por razón de su naturaleza creada. Por consiguiente, de acuerdo con el poder de la divinidad, tanto el cuerpo reasumió el alma de la que se había separado, como reasumió el alma el cuerpo del que se había despojado. Y esto es lo que se dice de Cristo en 2Co 13,4, pues aunque fue crucificado por nuestra debilidad, vive, sin embargo, por el poder de Dios.
En cambio, si consideramos el cuerpo y el alma de Cristo muerto de acuerdo con el poder de la naturaleza creada, no pudieron volver a unirse el uno con el otro, sino que fue necesario que Dios resucitase a Cristo.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El Padre y el Hijo tienen una misma virtud y operación divina. De donde se sigue esta doble realidad: Que Cristo fue resucitado por la virtud del Padre, y por la suya propia.
2. Cristo, orando, pidió y mereció su resurrección en cuanto hombre, pero no en cuanto Dios.
3. El cuerpo, según su naturaleza creada, no es más poderoso que el alma de Cristo; pero sí lo es conforme a su naturaleza divina. Y el alma, a su vez, en cuanto unida a la divinidad, es más poderosa que el cuerpo considerado según su naturaleza creada. Y por tanto, según el poder divino, el cuerpo y el alma se reasumieron mutuamente, pero no según el poder de la naturaleza creada.

CUESTIÓN 54 Sobre las cualidades de Cristo resucitado Corresponde a continuación tratar de las cualidades de Cristo resucitado.

Y sobre esto se plantean cuatro problemas: 1. ¿Cristo tuvo verdadero cuerpo después de la resurrección? 2. ¿Resucitó con toda la integridad de su cuerpo? 3. ¿Fue glorioso su cuerpo? 4. Sobre las cicatrices que aparecían en su cuerpo.

ARTíCULO 1 ¿Cristo tuvo verdadero cuerpo después de la resurrección?

Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su resurrección.
Objeciones: 1. El verdadero cuerpo no puede estar junto con otro cuerpo en el mismo lugar.
Pero el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, estuvo junto con otro cuerpo en el mismo lugar, pues entró donde los discípulos, estando las puertas cerradas, como se dice en Jn 20,26). Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su resurrección.
2. El verdadero cuerpo no desaparece de la vista de los que le miran, a no ser que, por casualidad, se corrompa. Ahora bien, el cuerpo de Cristo desapareció de ante los ojos de los discípulos cuando le miraban, como se escribe en Lc 24,31). Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su resurrección.
3. Cada cuerpo tiene su propia figura. Pero el cuerpo de Cristo se manifestó a los discípulos en otra figura, como es notorio por (Mc 16,12). Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo humano después de la resurrección.
Contra esto: está lo que se lee en Lc 24,37), cuando Cristo se les aparece: sobresaltados y aterrados, creían ver un espíritu, esto es, como si no tuviese un cuerpo verdadero sino fantástico. Para ahuyentar ese error, añade El mismo (v. 39: Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Por consiguiente, no tuvo un cuerpo fantástico sino verdadero.
Respondo: Como escribe el Damasceno, en el IV libro: Se dice que resucita aquello que ha caído. Ahora bien, el cuerpo de Cristo cayó por causa de la muerte, es a saber, en cuanto de él se separó el alma, que era su perfección formal. Por eso fue necesario que, para que la resurrección de Cristo fuese verdadera, el mismo cuerpo de Cristo se uniese otra vez a la misma alma. Y, como la verdad de la naturaleza del cuerpo proviene de la forma, sigúese que el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, fue verdadero cuerpo y tuvo la misma naturaleza que antes había tenido. En cambio, si su cuerpo hubiera sido fantástico, su resurrección no hubiese sido verdadera sino aparente.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como enseñan algunos, el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, no por un milagro sino por su condición gloriosa, entró donde los discípulos, cerradas las puertas, estando en el mismo lugar junto con otro cuerpo. Pero si el cuerpo glorioso puede, por alguna propiedad suya, lograr existir en el mismo lugar junto con otro cuerpo, se investigara más adelante, al tratar de la resurrección común (véase Suppl., q.83 a. 2). Para nuestro propósito basta por ahora decir que, no por la naturaleza del cuerpo sino más bien por el poder de la divinidad que le está unida, entró aquel cuerpo, a pesar de ser verdadero, donde los discípulos, cerradas las puertas. Por lo que Agustín dice, en un Sermón de Pascua, que algunos discutían este problema: Si era cuerpo, si resucitó del sepulcro el cuerpo que pendió en la cruz ¿cómo pudo entrar a través de unas puertas cerradas? Y responde: Si comprendes el modo, deja de existir el milagro. Donde la razón desfallece, allí está la edificación de la fe.
Asimismo, In Ioann. escribe: Las puertas cerradas no se opusieron a la masa del cuerpo en que se hallaba la divinidad, pues por ellas pudo pasar aquel que, al nacer, conservó intacta la virginidad de su madre. Y lo mismo dice Gregorio en una Homilía de la Octava de Pascua.
2. Como se ha expuesto (II-II 53,3), Cristo resucitó a una vida gloriosa inmortal. Y es condición del cuerpo glorioso el ser espiritual, es decir, el estar sujeto al espíritu, como dice el Apóstol en 1Co 15,44). Pero para que el cuerpo esté totalmente sujeto al espíritu, es necesario que todas las acciones del cuerpo se sometan a la voluntad del espíritu. Ahora bien, el que una cosa se vea, se consigue por la acción de lo visible sobre la vista, como es evidente por lo que dice el Filósofo, en II De anima. Y, por consiguiente, quien tiene un cuerpo glorificado, cuenta con el poder de ser visto cuando quiere, y de no ser visto cuando no le place. Y esto lo tuvo Cristo no sólo por la condición gloriosa de su cuerpo, sino también por el poder de la divinidad. Esta puede hacer que incluso los cuerpos no gloriosos dejen de ser vistos por un milagro, como le fue concedido milagrosamente a San Bartolomé, de modo que si quería, era visto, y no lo era si no quería. Se dice, pues, que Cristo desapareció de la vista de los discípulos, no porque se corrompiese o se desintegrase en algunos elementos invisibles, sino porque por su propia voluntad dejó de ser visto por ellos, hallándose presente, o porque se retiró de allí por la dote de agilidad.
3. Como explica Severiano, en un Sermón de Pascua, nadie piense que Cristo cambió la figura de su cara con la resurrección. Lo cual debe entenderse en cuanto a la contextura de sus miembros, porque en el cuerpo de Cristo, concebido del Espíritu Santo, no hubo nada desordenado y deforme que precisase ser corregido en la resurrección. Sin embargo, en la resurrección recibió la gloria de la claridad. Por lo cual añade el mismo autor: Pero se cambia su figura al hacerse, de mortal, inmortal, de modo que esto equivaliese a adquirir la gloria del rostro, no a perder la naturaleza del mismo.
Y sin embargo no apareció a los discípulos en forma gloriosa, sino que, como estaba en su mano el que su cuerpo fuese visto o no lo fuese, así estaba en su poder el que en los ojos de quienes lo veían se formase una forma gloriosa, o no gloriosa, o incluso mezclada, o de cualquier otra manera. Al fin, basta una pequeña diferencia para que alguien dé la impresión de aparecer en una figura extraña.

ARTíCULO 2 ¿Resucitó glorioso el cuerpo de Cristo?

Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no resucitó glorioso.
Objeciones: 1. Los cuerpos gloriosos son resplandecientes, según aquellas palabras de Mt 13,43: Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Pero los cuerpos resplandecientes son vistos por causa de la luz, no por razón del color. Por consiguiente, habiendo sido visto el cuerpo de Cristo bajo la forma del color, como también era visto antes, da la impresión de que no fue glorioso.
2. El cuerpo glorioso es incorruptible. Pero el cuerpo de Cristo parece no haber sido incorruptible, puesto que fue palpable, como El mismo dice: Palpad y ved (Lc 24,39). Dice Gregorio, efectivamente, en una Homilía: Es necesario que se corrompa lo que se palpa, y no puede palparse lo que no se corrompe. Luego el cuerpo de Cristo no fue glorioso.
3. El cuerpo glorioso no es animal sino espiritual, como es manifiesto por (1Co 15,35ss). Ahora bien, parece que el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, fue animal, puesto que comió y bebió con los discípulos, como se lee en Lc 24,41ss. y en Jn 21,9ss). Luego da la impresión de que el cuerpo de Cristo no fue glorioso.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Ph 3,21: Transformará nuestro cuerpo humilde, conformándolo con su cuerpo glorioso.
Respondo: El cuerpo de Cristo fue glorioso en su resurrección. Y esto déjase ver por tres motivos. Primero, porque la resurrección de Cristo fue el ejemplar y la causa de nuestra resurrección, como se lee en 1Co 15,12ss). Y los santos, en su resurrección, tendrán cuerpos gloriosos, como se dice en el mismo pasaje (v. 43: Se siembra en vileza y se levantará en gloria. De donde, por ser la causa superior a lo causado y el ejemplar a lo copiado, con mucha mayor razón fue glorioso el cuerpo de Cristo resucitado.
Segundo, porque mediante la humillación de la pasión mereció la gloria de la resurrección. Por lo cual decía El mismo en Jn 12,27: Ahora mi alma está turbada, cosa que pertenece a la pasión; y luego añade (v. 28: Padre, glorifica tu nombre, con lo que pide la gloria de la resurrección.
Tercero, porque, como antes se dijo (III 34,4), el alma de Cristo fue gloriosa desde el principio de su concepción a causa de su perfecta fruición de la divinidad. Pero, por una disposición divina, sucedió, como arriba queda expuesto (II-II 14,1 ad 2; II-II 45,2), que la gloria no redundase del alma en el cuerpo, a fin de que con su pasión realizase el misterio de nuestra redención. Y, por tanto, una vez cumplido el misterio de la pasión y la muerte de Cristo, su alma comunicó en seguida la gloria al cuerpo, reasumido en la resurrección. Y, de este modo, aquel cuerpo se tornó glorioso.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Lo que se recibe en un sujeto, se recibe en conformidad con el modo de ser de quien lo recibe. Por consiguiente, como la gloria del cuerpo se deriva del alma, según dice Agustín, en la Epístola Ad Dioscorum, el resplandor o la claridad del cuerpo glorioso es conforme al color natural del cuerpo humano, así como el cristal de diversos colores recibe el resplandor de la iluminación del sol en conformidad con el modo de ser de su propio color. Así como está en manos del hombre glorificado el que su cuerpo se vea o deje de verse, como antes se ha dicho (a. 1 ad 2), así también está en su poder el que se vea o no se vea su claridad. Por lo cual puede ser visto en su propio color sin claridad de ninguna clase. Y éste es el modo en que Cristo se apareció a sus discípulos después de la resurrección.
2. Se afirma que un cuerpo es palpable, no sólo por razón de la resistencia, sino también por razón de su consistencia. Pero a lo ralo y a lo denso siguen lo grave y lo leve, lo cálido y lo frío, y otras cualidades contrarias por el estilo, que son los principios de la corrupción de los cuerpos elementales. De donde, el cuerpo que es palpable al tacto humano, es corruptible por naturaleza. Mas si existe algún cuerpo resistente al tacto que no esté dispuesto conforme a las cualidades predichas, que son los objetos propios del tacto humano, como acontece con el cuerpo celeste, tal cuerpo no puede llamarse palpable. Ahora bien, el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, siguió compuesto de elementos, conservando en sí mismo las cualidades tangibles, de acuerdo con lo que requiere la naturaleza del cuerpo humano; y, por tal motivo, era naturalmente palpable. Y, de no haber tenido algo que sobrepasase la naturaleza del cuerpo humano, hubiera sido incluso corruptible. Pero tuvo alguna otra cosa que lo volvía incorruptible; no, por cierto, la naturaleza del cuerpo celeste, como algunos sostienen, sobre lo que luego se investigará más (véase Suppl., q.82 a. 1), sino la gloria que redunda del alma bienaventurada, porque, como dice Agustín Ad Dioscorum, Dios hizo el alma de una naturaleza tan poderosa, que de su bienaventuranza, plenísima redundase sobre el cuerpo la plenitud de la salud, es decir, la fuerza de la incorrupción. Y por eso, como escribe Gregorio, en el pasaje aducido, el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, muestra que era de la misma naturaleza, pero de distinta gloria.
3. Como escribe Agustín, en XIII De Civ. Dei I Nuestro Salvador, después de la resurrección, ya en una carne espiritual sin duda, pero verdadera, comió y bebió con sus discípulos, no porque tuviese necesidad de alimentos, sino por el poder que para esto tenía. Porque, como dice Beda In Lúe., de una manera absorbe el agua la tierra sedienta, y de otra el rayo ardiente del sol; aquélla, por necesidad; éste, por su fuerza. Comió, por consiguiente, después de la resurrección, no como si necesitase de comida, sino para demostrar de ese modo la naturaleza del cuerpo resucitado. Y por esto no se sigue que su cuerpo fuese animal, que es el que necesita comida.

ARTíCULO 3 ¿El cuerpo de Cristo resucitó integro?

Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no resucitó íntegro.
Objeciones: 1. A la integridad del cuerpo pertenecen la carne y la sangre, que Cristo parece no haber tenido, pues en 1Co 15,50) se dice: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios. Pero Cristo resucitó en la gloria de Dios. Luego parece que no tuvo carne y sangre.
2. La sangre es uno de los cuatro humores. Por consiguiente, si Cristo tuvo sangre, por igual razón tuvo los otros humores, de los que se origina la corrupción en los cuerpos de los animales. Así pues, se seguiría que el cuerpo de Cristo sería corruptible, lo que es inaceptable. Luego no tuvo carne ni sangre.
3. El cuerpo de Cristo que resucitó, subió al cielo. Pero en algunas iglesias se conserva como reliquia algo de su sangre. Luego el cuerpo de Cristo no resucitó con la integridad de todas sus partes.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Lc 24,39), hablando con sus discípulos después de la resurrección: El espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Respondo: Como antes se ha expuesto (a. 2 ad 2), el cuerpo de Cristo resucitado tuvo la misma naturaleza, pero una gloria distinta. Por lo que, cuanto pertenece a la naturaleza del cuerpo humano, estuvo íntegramente en el cuerpo de Cristo resucitado. Pero es evidente que a la naturaleza del cuerpo humano pertenecen las carnes, los huesos, la sangre y las demás cosas de este género.
Y, por este motivo, en el cuerpo de Cristo resucitado existieron todas estas cosas. Y, por cierto, íntegramente, sin ninguna disminución; de otra manera la resurrección no sería perfecta, en el caso de que no hubiera sido reintegrado todo lo que por la muerte había caído. De donde también el Señor lo promete a sus fieles, diciendo, en Mt 10,30: Todos los cabellos de vuestra cabera están contados. Y en Lc 21,18) está escrito: No perecerá un solo cabello de vuestra cabera.
Decir, en cambio, que el cuerpo de Cristo no tuvo carne y huesos, y las demás partes naturales del cuerpo humano por el estilo, es propio del error de Eutiques, obispo de la ciudad de Constantinopla, quien sostenía que nuestro cuerpo, en la resurrección gloriosa, será impalpable, y más sutil que el viento y el aire; y que el Señor, una vez que confirmó los corazones de los discípulos que le habían palpado, lo convirtió en algo sutil. Lo cual es condenado por Gregorio en el mismo lugar, porque el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, no se cambió, conforme a las palabras de Rm 6,9: Cristo, al resucitar de entre los muertos, ya no muere. Por lo que también aquél, a la hora de la muerte, se retractó de lo que había dicho. Pues si es inconveniente que Cristo, en su concepción, recibiese un cuerpo de otra naturaleza, por ejemplo celeste, como defendió Valentín, resulta mucho más incongruente que, en su resurrección, reasumiese un cuerpo de otra naturaleza, porque en la resurrección reasumió, para una vida inmortal, el cuerpo que, en su concepción, había tomado para una vida mortal.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En el pasaje aducido, la carne y la sangre no significan la naturaleza de carne y sangre, sino la culpa de la carne y de la sangre, como dice Gregorio, en XIV Moral.; o la corrupción de la carne y de la sangre, porque, como escribe Agustín, en Ad Consentium, de Resurrectione Camis, no habrá allí corrupción ni mortalidad de la carne y de la sangre. Por consiguiente, la carne, según su sustancia, posee el reino de Dios, conforme a lo dicho (Lc 24,39: El espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. En cambio, la carne, entendida en cuanto a su corrupción, no lo poseerá. Por lo cual se añade al instante en las palabras del Apóstol: Ni la corrupción (poseerá) la incorrupción (1Co 15,50).
2. Según comenta Agustín en el mismo libro, tal vez¡ tomando ocasión de la sangre, nos estrechará más nuestro importuno opositor, y dirá: Si en el cuerpo de Cristo resucitado hubo sangre, ¿por qué no también pituita, esto es, flema?, ¿por qué no también hiél amarilla, esto es, cólera, y hiél negra, es decir, melancolía; los cuatro humores de que se compone la naturaleza de la carne, según enseña la medicina? Pero, cualquiera que sea lo que cada uno añada, guárdese de añadir la corrupción, no sea que corrompa la salud y la purera de su fe. Porque el poder divino es capaz de suprimir de esta naturaleza visible y tratable de los cuerpos las cualidades que quiera, dejando algunas, de suerte que esté ausente la mancha de la corrupción, presente, en cambio, la figura; presente el movimiento, (y) ausente la fatiga; presente la facultad de comer, (y) ausente la necesidad de tener hambre.
3. Toda la sangre que fluyó del cuerpo de Cristo, por pertenecer a la realidad de su naturaleza humana, resucitó en el cuerpo de Cristo. Y la misma razón vale para todas las pequeñas partes que pertenecen a la realidad e integridad de la naturaleza humana. Y la sangre que en algunas iglesias se guarda con cuidado como reliquia, no fluyó del costado de Cristo, sino que se dice que brotó milagrosamente de alguna imagen de Cristo golpeada.

ARTíCULO 4 ¿El cuerpo de Cristo debió resucitar con las cicatrices?

Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no debió resucitar con las cicatrices.
Objeciones: 1. En (1Co 15,52) se dice que los muertos resucitarán incorruptos. Pero las cicatrices y las heridas implican una cierta corrupción y una especie de defecto.
Luego no fue conveniente que Cristo, autor de la resurrección, resucitase con las cicatrices.
2. El cuerpo de Cristo resucitó íntegro, como acabamos de decir (a. 3). Pero las aberturas de las heridas son contrarias a la integridad del cuerpo, porque rompen la continuidad del cuerpo. Luego no parece haber sido conveniente que quedasen en el cuerpo de Cristo las aberturas de las heridas, aun cuando permaneciesen en él ciertas señales de éstas; las suficientes para la figura ante la que creyó Tomás, a quien le fue dicho: Porque me has visto, Tomás, has creído (Jn 20,29).
3. escribe el Damasceno en el libro IV que, después de la resurrecáón, ciertas cosas se dicen de Cristo con verdad, pero no conforme a la naturaleza, sino por divina disposición, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo que padeció; tal acontece con las cicatrices. Pero, al cesar la causa, cesa el efecto.
Luego parece que, una vez certificados los discípulos sobre su resurrección, no tuvo en adelante las cicatrices. Pero no convenía a la inmutabilidad de la gloria que tomase cosa alguna que no permaneciese perpetuamente en El. Parece, por consiguiente, que, en la resurrección, no debió reasumir el cuerpo con las cicatrices.
Contra esto: está lo que dice el Señor a Tomás, en Jn 20,27: Mete aquí tu dedo,y mira mis manos; alarga tu mano y métela en mi costado.
Respondo: Fue conveniente que el alma de Cristo reasumiese, a la hora de la resurrección, el cuerpo con las cicatrices. Primero, por la gloria del propio Cristo. Dice, en efecto, Beda, In Lúe., que conservó las cicatrices no por la incapacidad de curarlas, sino para llevar siempre los honores del triunfo de su victoria. Por lo cual también escribe Agustín, en XXII De Civ. Dei, que, tal veZj en aquel reino veremos en los cuerpos de los mártires las cicatrices de las heridas que sufrieron por el nombre de Cristo; no será en ellos una deformidad sino un honor; y brillará en su cuerpo cierta belleza, no del propio cuerpo sino de la virtud.
Segundo, para confirmar los ánimos de los discípulos en lo tocante a la fe de su resurrección.
Tercero, para mostrar siempre al Padre, al rogar por nosotros, la clase de muerte que sufrió por el hombre.
Cuarto, para dar a conocer a los redimidos con su muerte cuan misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles delante las señales de esa misma muerte.
Finalmente, para hacer saber en el mismo lugar cuan justamente son condenados en el juicio. De donde, como escribe Agustín, en el libro De Symbolo, Cristo sabía la razón de conservar las cicatrices en su cuerpo. Así como las mostró a Tomás, que no estaba dispuesto a creer sin tocar y ver, así también habrá de mostrar sus heridas a los enemigos, para que, convenciéndolos, la Verdad diga: He aquí el hombre a quien crucificasteis. Veis las heridas que le hicisteis. Reconocéis el costado que atravesasteis. Porque por vosotros, y por vuestra causa, fue abierto; pero no quisisteis entrar.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las cicatrices que permanecieron en el cuerpo de Cristo no atañen a corrupción o defecto, sino a un mayor cúmulo de gloria, porque son unas señales de virtud. Y en los lugares de las heridas se dejará ver una especial hermosura.
2. La abertura de las heridas, aunque implique cierta discontinuidad, todo eso queda compensado con un mayor resplandor de la gloria, de modo que el cuerpo no es menos íntegro sino más perfecto. Tomás no sólo vio sino que también tocó las heridas, porque, como dice el papa León, bastó para su propia fe ver lo que había visto; pero a nosotros nos benefició, tocando lo que veía.
3. Cristo quiso conservar en su cuerpo las cicatrices de las heridas no sólo para confirmar la fe de sus discípulos, sino también por otros motivos. Por ellos se deja ver que aquellas cicatrices quedarán siempre en su cuerpo. Porque, como escribe Agustín, en Ad Consentium, de resurrectione carnis: Yo creo que el cuerpo del Señor está en el cielo tal como era cuando subió al cielo. Y Gregorio, en XIV Moral., dice que si alguna pudo mudarse en el cuerpo de Cristo después de la resurrección, el Señor, después de la resurrección, volvió a la muerte, contra el dictamen verídico de Pablo. ¿Quién, o qué necio, se atreverá a decir esto, sino el que niegue la verdadera resurrección de la carne? De donde resulta evidente que las cicatrices que Cristo muestra en su cuerpo, después de la resurrección, nunca desaparecieron en adelante de su cuerpo.

CUESTIÓN 55 Sobre las manifestaciones de la resurrección Corresponde ahora tratar de las manifestaciones de la resurrección.

Y sobre esto se plantean seis problemas: 1. ¿La resurrección debió manifestarse a todos los hombres, o sólo a algunos particulares? 2. ¿Fue conveniente que resucitase viéndolo ellos? 3. ¿Después de la resurrección debió vivir con sus discípulos? 4. ¿Fue conveniente que se apareciese a los discípulos en otra figura? 5. ¿Debió poner en claro su resurrección con argumentos? 6. Sobre la suficiencia de tales argumentos.

ARTíCULO 1 ¿La resurrección de Cristo debió ser manifestada a todos?

Objeciones por las que parece que la resurrección de Cristo debió ser manifestada a todos.
Objeciones: 1. Como al pecado público se le debe un castigo público, según aquel pasaje de 1Tm 5,20: Al que peca, corrígele delante de todos, así al mérito público le es debido un premio público. Ahora bien, la gloria de la resurrección es el premio de la humildad de la pasión, como dice Agustín, In Ioann.. Luego habiendo sido manifiesta a todos la pasión de Cristo, que padeció en público, parece que la gloria de su resurrección también debió ser conocida por todos.
2. Como la pasión de Cristo se ordena a nuestra salvación, así también su resurrección, según aquellas palabras de Rm 4,25: Resucitó para nuestra justificación. Pero lo que es útil para todos, a todos debe ser manifestado.
Luego la resurrección de Cristo debió ser manifestada a todos, y no particularmente a algunos.
3. Aquellos a quienes fue manifestada la resurrección fueron testigos de la misma, por lo cual se dice en Ac 3,15: A quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y daban este testimonio predicando en público. Lo cual no conviene, ciertamente, a las mujeres, según aquellas palabras de 1Co 14,34: Las mujeres cállense en las asambleas; y (1Tm 2,12: No permito que la mujer enseñe. Luego no parece acertado el que la resurrección fuese manifestada a las mujeres antes que a todos los hombres en general.
Contra esto: está lo que se dice en Ac 10,40-41: A quien Dios resucitó al tercer día, y le concedió el manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos escogidos por Dios de antemano.
Respondo: Entre las cosas conocidas, unas lo son por una ley común de la naturaleza; otras, en cambio, por un don especial de la gracia, como acontece con las cosas reveladas por Dios. Sobre éstas, la ley establecida por Dios, como dice Dionisio en De Cael. Hier., es que Dios las revele inmediatamente a los superiores, para que, por medio de ellos, lleguen a los inferiores, como es manifiesto en la ordenación de los espíritus celestiales. Ahora bien, lo que toca a la gloria futura, excede el conocimiento común de los hombres, según estas palabras de Is 64,4: El ojo no ha visto sin ti, ¡oh Dios!, lo que has preparado para los que te aman. Y, por tal motivo, este género de cosas no es conocido por el hombre, a no ser que Dios se lo revele, como dice el Apóstol, en 1Co 2,10: A nosotros nos lo reveló Dios por medio de su Espíritu. Por consiguiente, al haber resucitado Cristo con una resurrección gloriosa, ésta no fue manifestada, por esa causa, a todo el pueblo, sino a algunos, por cuyo testimonio llegaría a conocimiento de los demás.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La pasión de Cristo se realizó en un cuerpo que tenía todavía una naturaleza pasible, que todos conocen por ley natural. Y por eso, la pasión de Cristo pudo ser inmediatamente manifestada a todo el pueblo. En cambio, la resurrección de Cristo tuvo lugar por la gloria del Padre, como dice el Apóstol, en Rm 6,4. Y, por tal motivo, no fue manifestada a todos, sino a algunos.
Que a los pecadores públicos se les imponga un castigo público, ha de entenderse del castigo de la vida presente. Y, del mismo modo, es justo que los méritos públicos sean recompensados públicamente, para que los demás sean estimulados. Pero las penas y los premios de la vida futura no son manifestados públicamente a todos, sino particularmente a aquellos escogidos por Dios de antemano.
2. La resurrección de Cristo, así como es para la salvación común de todos, así llegó a noticia de todos; no, en verdad, de modo que fuese manifestada inmediatamente a todos, sino a algunos, por cuyo testimonio fuese llevada a los demás.
3. No está permitido a las mujeres enseñar públicamente en las asambleas, pero sí se les permite instruir a algunos en privado mediante la exhortación familiar. Y por eso, como dice Ambrosio, In Lúe., la mujer es enviada a aquellos que son de su casa y familia, pero no es enviada para llevar al pueblo el testimonio de la resurrección.
Así pues, apareció en primer lugar a las mujeres, a fin de que la mujer, que fue la primera en traer a la humanidad el principio de la muerte, fuese también la primera en anunciar los principios de Cristo resucitado en gloria. De donde dice Cirilo: La mujer, que fue algún tiempo sirvienta de la muerte, percibió y anunció la primera el venerable misterio de la resurrección. En consecuencia, el sexo femenino logró la absolución de su ignominia y el repudio de la maldición.
Con esto se demuestra al mismo tiempo que, en lo que atañe al estado de la gloria, el sexo femenino no sufrirá detrimento de ninguna clase, sino que gozará incluso de mayor gloria en la visión divina, en caso de haber estado lleno de mayor claridad; puesto que las mujeres amaron más intensamente al Señor, hasta el extremo de no apartarse de su sepulcro cuando los discípulos se apartaron, vieron primero al Señor resucitado para la gloria.

ARTíCULO 2 ¿Hubiera sido conveniente que los discípulos vieran a Cristo resucitar?

Objeciones por las que parece haber sido conveniente que los discípulos viesen resucitar a Cristo.
Objeciones: 1. Correspondía a los discípulos dar testimonio de la resurrección de Cristo, según aquellas palabras de Ac 4,33: Los Apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el testimonio más cierto es el de la vista. Luego hubiera sido conveniente que viesen la resurrección de Cristo.
2. Para tener la certeza de la fe, los discípulos vieron la ascensión de Cristo, conforme al pasaje de Ac 1,9: Viéndolo ellos, fue levantado. Ahora bien, es igualmente necesario tener una fe cierta de la resurrección de Cristo. Luego da la impresión de que Cristo hubiera debido resucitar a la vista de sus discípulos.
3. La resurrección de Lázaro fue una señal de la futura resurrección de Cristo.
Pero el Señor resucitó a Lázaro viéndolo sus discípulos. Luego parece que también Cristo hubiera debido resucitar a la vista de sus discípulos.
Contra esto: está lo que se dice en Mt 16,9: Resucitado el Señor en la madrugada, el primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena. Pero María Magdalena no le vio resucitar, sino que, buscándolo, oyó del ángel: El Señor ha resucitado, no está aquí. Luego nadie le vio resucitar.
Respondo: Como escribe el Apóstol en Rm 13,1, lo que viene de Dios, está ordenado. Y Dios ha establecido este orden: Que cuanto está por encima de los hombres, sea revelado a éstos por medio de los ángeles, como es manifiesto por lo que dice Dionisio, en el c. 4 de Cael. Hier.. Ahora bien, Cristo, al resucitar, no volvió a una vida comúnmente conocida por todos, sino a una vida inmortal y conforme con Dios, según aquellas palabras de Rm 6,10: Viviendo, vive para Dios. Y, por este motivo, la resurrección de Cristo no debió ser vista inmediatamente por los hombres, sino que debieron comunicársela los ángeles.
Por lo cual dice Hilario, Super Matth., que un ángel es el primer mensajero de la resurrección, a fin de que ésta fuera anunciada mediante una servidumbre de la voluntad del Padre.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Los Apóstoles pudieron dar testimonio de la resurrección de Cristo incluso de vista, porque con fe de testigos oculares vieron a Cristo vivo después de la resurrección, cuando sabían que había muerto. Mas, así como a la visión bienaventurada se llega por la audición de la fe, así los hombres llegaron a la visión de Cristo resucitado mediante lo que antes escucharon de los ángeles.
2. La ascensión de Cristo, por lo que se refiere al punto de partida, no trascendía el conocimiento común de los hombres, sino sólo en lo que atañe al término de llegada. Y, por este motivo, los discípulos pudieron ver la ascensión de Cristo en cuanto al punto de partida, esto es, en cuanto que se levantaba de la tierra. Pero no la vieron en cuanto al término de llegada, porque no vieron cómo fue recibido en el cielo. Ahora bien, la resurrección de Cristo trascendía el conocimiento común lo mismo en lo que se refiere al punto de partida, cuando su alma volvió de los infiernos y su cuerpo salió del sepulcro cerrado, que en lo que atañe al término de llegada, cuando alcanzó la vida gloriosa. Y, por consiguiente, la resurrección no debió realizarse de suerte que fuese vista por los hombres.
3. Lázaro resucitó para volver a la misma vida que había tenido antes, la cual no excede el conocimiento ordinario de los hombres. Y, por tanto, la razón es distinta.


Suma Teológica III Qu.53 a.4