Suma Teológica III Qu.83 a.4

ARTíCULO 4 ¿Están debidamente establecidas las palabras que acompañan a este sacramento?

Objeciones por las que parece que las palabras que acompañan a este sacramento no están debidamente establecidas.
Objeciones: 1. Este sacramento se consagra con las palabras de Cristo, como dice San Ambrosio en su libro De Sacramentes z. Luego en este sacramento no deben decirse más palabras que las palabras de Cristo.
2. Nosotros conocemos las palabras y las acciones de Cristo por el Evangelio. Ahora bien, en la consagración de este sacramento hay algunas expresiones que no constan en el Evangelio. No consta en el Evangelio, por ejemplo, que Cristo en la institución de este sacramento elevara los ojos al cielo. Igualmente, en los Evangelios z se dice tomad y comed, pero no se dice todos. Mientras que en la celebración de este sacramento se dice: Elevados los ojos al cielo, y, seguidamente, tomad y comed todos. Luego estas palabras han sido introducidas indebidamente en la celebración de este sacramento.
3. Todos los demás sacramentos están destinados a la salvación de todos los fieles. Pero en la celebración de los demás sacramentos no se hace una oración común por la salvación de todos los fieles vivos y difuntos. Luego parece que tampoco deba hacerse en este sacramento.
4. Al bautismo se le llama especialmente sacramento de la fe. Luego las cosas que pertenecen a la institución de la fe, como es la doctrina de los Apóstoles y los Evangelios, deberían leerse en la celebración del bautismo, y no aquí.
5. Los sacramentos requieren la devoción de los fieles. Luego no hay motivo para estimularla más en este sacramento que en los otros con las alabanzas y requerimientos, como cuando se dice levantemos el corazón.
6. El ministro de este sacramento es el sacerdote, como se dijo en la III 82,1. Luego todo lo que se dice en este sacramento debería decirlo el sacerdote, y no parte los ministros y parte el coro.
7. Es absolutamente cierto que la virtud divina actúa en este sacramento. Luego es superflua la petición que hace el sacerdote de que se realice este sacramento, cuando dice: Santifica plenamente esta oblarían, etc.
8. El sacrificio de la nueva ley es mucho más excelente que el de los antiguos padres. Luego indebidamente pide el sacerdote que este sacrificio sea acepto como el sacrificio de Abel, de Abrahán y de Melquisedec.
9. De la misma manera que el cuerpo de Cristo no comienza a estar en este sacramento por un cambio de lugar, según la explicación dada (III 75,2), así tampoco deja de estar en él por movimiento local. Luego no tiene sentido la petición del sacerdote: Manda que por las manos de tu santo ángel sean llevados estos dones a tu altar del ríelo.
Contra esto: se dice en De Consecr. Dist. I can.47: Santiago, hermano del Señor según la carne, y Basilio, obispo de Cesárea, redactaron la celebración de la misa. Por cuya autoridad queda claro que cada una de las cosas que se dicen en la celebración de este sacramento son oportunas.
Respondo: Puesto que en este sacramento se compendia todo el misterio de nuestra salvación, por eso se celebra con mayor solemnidad que ninguno. Y porque está escrito en Si 4,17: Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y en Si 18,23: Antes de la orarían prepara tu alma, por eso, en primer lugar, antes de celebrar este misterio, se antepone una preparación que disponga a hacer dignamente lo que sigue. La primera parte de esta preparación es la alabanza divina, contenida en el Introito, según aquello de Ps 49,23: El que me ofrece sacrificios de alabanza me honra, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios. Las más de las veces, el introito se toma de los salmos, o al menos se canta intercalando en él un salmo, ya que, como observa Dionisio en III De Eccl. Hier.: en los salmos se contiene en forma de alabanza todo lo que hay en la Sagrada Escritura.
La segunda parte recuerda la miseria presente al pedir misericordia, diciendo Señor, ten piedad tres veces dirigiéndose al Padre; tres dirigiéndose al Hijo, cuando se dice: Cristo, ten piedad, y tres dirigiéndose al Espíritu Santo, al decir de nuevo Señor, ten piedad. Se dice tres veces contra la triple miseria de la ignorancia, de la culpa y de la pena; o también para significar que las tres personas están presentes la una en la otra.
La tercera parte recuerda la gloria celestial, a la cual estamos destinados después de la presente miseria, diciendo: Gloria a Dios en el cielo. Se canta en las fiestas porque en ellas se recuerda la gloria celestial, y se omite en los oficios de luto, que recuerdan nuestra miseria.
La cuarta parte contiene la Oración que hace el sacerdote por el pueblo, para que todos sean dignos de tan grandes misterios.
En segundo lugar, sigue la instrucción del pueblo fiel, porque este sacramento es misterio de fe, como se ha dicho más arriba (III 78,3 ad 5). Esta enseñanza tiene lugar inicialmente con la doctrina de los Profetas y de los Apóstoles, que viene proclamada en la Iglesia por los lectores y los subdiáconos. Después de esta lectura, el coro canta el gradual, que significa el progreso de la vida, y el aleluya, que significa la alegría espiritual, o el tracto, en los oficios luctuosos, que significa el llanto espiritual. Estos son, en efecto, los frutos que debe producir en los fieles la doctrina indicada.
Ahora bien, al pueblo se le instruye de modo perfecto con la doctrina de Cristo, contenida en el Evangelio, leído por los ministros más importantes, o sea, por los diáconos. Y puesto que creemos a Cristo como a la Verdad divina, según aquello de Jn 8,46: Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?, una vez leído el Evangelio, se canta el símbolo de la fe con el que el pueblo manifiesta su asentimiento a la doctrina de Cristo por la fe. El símbolo, sin embargo, se canta en las fiestas de quienes se hace alguna mención en él, como son las fiestas de Cristo, de la Santísima Virgen y de los Apóstoles, que fundamentaron nuestra fe, y en otras semejantes.
Y, una vez que el pueblo ha sido preparado e instruido de esta manera, se pasa a la celebración del misterio. Un misterio que se ofrece como sacrificio, y se consagra y se toma como sacramento. Porque primero se hace la oblación, después se consagra la materia ofrecida y, finalmente, se recibe esta ofrenda. En la oblación hay que distinguir dos momentos: la alabanza del pueblo con el canto del ofertorio, que significa la alegría de los oferentes, y la oración del sacerdote, que pide que la oblación del pueblo sea agradable a Dios. Por eso en 1Ch 29,17 dice David: Con sendlletz de corazón te he ofrecido todas estas cosas, y ahora veo que tu pueblo, aquí reunido, te ofrece espontáneamente tus dones. Y después (v. 18) ora diciendo: Señor, Dios, manten siempre en ellos esta disposición de ánimo. En lo que se refiere después a la consagración, que se realiza por virtud sobrenatural, primeramente se suscita la devoción del pueblo en el prefacio con el que se invita a levantar el corazón al Señor. Y, por eso, una vez terminado el prefacio, el pueblo alaba devotamente tanto la divinidad de Cristo, diciendo con los ángeles (Is 6,3: Santo, santo, santo, como su humanidad, cantando con los niños (Mt 21,9: Bendito el que viene. Posteriormente, el sacerdote recuerda secretamente en primer lugar a aquellos por quienes se ofrece este sacrificio, o sea: la Iglesia universal, a los que están constituidos en autoridad (1Tm 2,2), y especialmente a quienes ofrecen o por quienes se ofrece este sacrificio. En segundo lugar recuerda a los santos, cuyo patrocinio implora sobre las personas ya recordadas diciendo: Unidos en la misma comunión, veneramos la memoria, etc. Finalmente, concluye la petición con las palabras: Acepta, pues, esta oblación, etc., para que esta oblación sea salutífera para aquellos por quienes se ofrece.
Y, seguidamente, llega el sacerdote a la consagración misma. Y pide primeramente que la consagración obtenga su efecto diciendo: santifica plenamente esta ofrenda. En segundo lugar, realiza la consagración con las palabras del Salvador diciendo: El cual, la víspera de su pasión, etc. En tercer lugar, el sacerdote se excusa de esta audacia declarando haber obedecido al mandato de Cristo, con las palabras: Por tanto, nosotros tus siervos, recordando tu pasión. En cuarto lugar, suplica que el sacrificio realizado sea acepto a Dios, cuando dice: Dígnate, Señor, mirar propido, etc. Y, finalmente, invoca el efecto de este sacrificio y sacramento: para los mismos que lo toman al decir: Humildemente te rogamos; para los muertos, que ya no lo pueden recibir, cuando dice: Acuérdate también, Señor, etc., y especialmente para los mismos sacerdotes que lo ofrecen, diciendo: También a nosotros, pecadores, etc.
Y así se pasa a la consumación de este sacramento. Primeramente se prepara al pueblo para recibirlo. Primero, por la oración común de todo el pueblo, que es el Padrenuestro, en la que pedimos que nos dé nuestro pan de cada día; y también por la oración privada, que el sacerdote presenta especialmente por el pueblo cuando dice: Líbranos, Señor. Segundo, se le prepara al pueblo con la paz, que se le da cuando se dice el Cordero de Dios. Este sacramento es, efectivamente, sacramento de unidad y de paz, como más arriba se dijo. Ahora bien, en las misas de difuntos, en las que este sacrificio se ofrece no por la paz presente, sino por el descanso de los muertos, la paz se omite.
Seguidamente viene la recepción del sacramento. Primeramente lo recibe el sacerdote, y después se lo da a los demás. Porque, como dice Dionisio en III De Eccl. Hier., quien entrega las cosas divinas a los demás, debe participar de ellas primeramente él.
Y, finalmente, toda la celebración de la misa termina con la acción de gracias. El pueblo exulta de alegría por haber participado en el misterio, y ése es el significado del canto después de la comunión; y el sacerdote da gracias con la oración, de la misma manera que Cristo, una vez celebrada la cena con sus discípulos, recitó el himno, como se narra en Mt 26,30).
A las objeciones:
Soluciones: 1. La consagración se realiza con las solas palabras de Cristo. Pero fue necesario añadir lo restante para la preparación del pueblo que comulga.
2. Se declara en Jn 21,25) que el Señor hizo y dijo muchas cosas que los evangelistas no han consignado por escrito. Y entre esas cosas está el que el Señor en la cena elevó los ojos al cielo, según consta a la Iglesia por tradición apostólica. Parece razonable, en efecto, que si elevó los ojos al Padre en la resurrección de Lázaro y en la oración que hizo por sus discípulos, según se dice en Jn 11,41 y Jn 17,1 respectivamente, mucho más haya podido elevarlos al instituir este sacramento, tratándose de algo mucho más importante.
Y el hecho de que diga manducad en lugar de comed no cambia el sentido. Además de que no importa una locución u otra, puesto que, como ya se dijo (III 78,1 ad 2.4), esas palabras no pertenecen a la forma.
En lo que se refiere a la adición del término todos, hay que decir que está implícito en las palabras evangélicas, aunque no esté expreso. Porque el mismo Cristo había dicho en Jn 6,54: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, no tendréis vida en vosotros.
3. La eucaristía es el sacramento de la unidad de toda la Iglesia. Y, por eso, en este sacramento más que en otros debe hacerse mención de todo lo que pertenece a la salvación de toda la Iglesia.
4. Hay dos tipos de instrucción. Una, que se dirige a los que comienzan, o sea, a los catecúmenos. Y esta instrucción tiene lugar con ocasión del bautismo.
Otra, que es la que se da al pueblo fiel que toma parte en el misterio eucarístico. Y ésta se hace en la celebración de este sacramento. Sin embargo, de esta instrucción no están excluidos ni los catecúmenos ni los infieles. Por lo que se dice en De Consecr. Dist. I can.67: El obispo no prohíba a nadie, sea gentil, hereje o judío, entrar en la iglesia y oír la palabra de Dios durante la misa de los catecúmenos, en la cual se dan las enseñanzas de la fe.
5. Este sacramento requiere una devoción mayor que los otros sacramentos por contener a Cristo en su totalidad, y una devoción más extensa por requerir la devoción de todo el pueblo, por el que se ofrece este sacrificio, y no solamente de los que le reciben, como sucede con los otros sacramentos. Por eso, como dice San Cipriano, el sacerdote con el prefacio prepara el ánimo de los hermanos diciendo: "levantemos el corazón", para que con la respuesta: "lo tenemos levantado hacia el Señor", el pueblo se dé cuenta de que no debe pensar en otra cosa más que en Dios.
6. En este sacramento, como acabamos de exponer (ad 3), se hace mención de cosas que interesan a la Iglesia entera. Por eso, algunas de ellas las dice el coro, y que pertenecen al pueblo. Algunas de éstas las dice en su totalidad el coro, son las que se inspiran en todo el pueblo. Otras, sin embargo, las continúa el pueblo, después de la incoación del sacerdote, que representa a Dios, como signo de que tales cosas vinieron al pueblo por revelación divina, como la fe y la gloria celestial. Esta es la razón de que el sacerdote comience el símbolo de la fe y la Gloria a Dios en el cielo. Otras cosas, por el contrario, las dicen los ministros, como es la lectura del Nuevo y Antiguo Testamento, para indicar que esta doctrina ha sido anunciada a los pueblos por medio de ministros enviados de Dios.
Y hay otras cosas que las dice el sacerdote solamente: son las que pertenecen al propio oficio del sacerdote, o sea, al oficio de ofrecer dones y preces por el pueblo, como se dice en He 5,1). Algunas de estas cosas las dice en voz alta: son las que pertenecen al sacerdote y al pueblo conjuntamente, como son las oraciones comunes. Otras, sin embargo, pertenecen solamente al sacerdote, como es la oblación y la consagración. Y, por eso, las fórmulas que se refieren a estos ritos son recitadas por el sacerdote en voz baja. No obstante, en ambos casos el sacerdote reclama la atención del pueblo diciendo: El Señor esté con vosotros. Y espera su consentimiento expreso con el Amén. Y, por eso, las oraciones que dice en secreto van precedidas de El Señor esté con vosotros y las termina con por los siglos de los siglos.
También pueden interpretarse algunas fórmulas de las que el sacerdote dice en secreto como signo de que durante la pasión de Cristo los discípulos profesaron su fe en él ocultamente.
7. La eficacia de las palabras sacramentales puede ser impedida por la intención del sacerdote. Y no puede decirse que sea superfluo pedir a Dios lo que sabemos que él realizará con absoluta certeza, de la misma manera que Cristo, según Jn 17,1 Jn 17,5, pidió su propia glorificación.
Sin embargo, no parece que el sacerdote ore ahí para que se realice la consagración, sino para que nos sea fructuosa, por lo que expresamente dice que se haga para nosotros cuerpo y sangre. Y esto es lo que, según San Agustín, significan las palabras anteriores: Dígnate hacer que esta oblación sea bendita, o sea, que nosotros seamos bendecidos por ella, esto es, por su gracia; adscrita, es decir, que por ella seamos inscritos en el cielo; ratificada, o sea, que seamos considerados como miembros de Cristo; razonable, a saber, que seamos despojados de la sensualidad bestial; aceptable, es decir, que nosotros, que nos desagradamos a nosotros mismos, seamos aceptables por ella al Hijo de Dios.
8. Aunque este sacrificio sea preferible por sí mismo a todos los antiguos sacrificios, sin embargo los sacrificios de los antiguos fueron aceptísimos a Dios a causa de su devoción. Pide, pues, el sacerdote que este sacrificio sea acepto a Dios por la devoción de los que ofrecen, como fueron aceptos a Dios aquéllos.
9. El sacerdote no pide que las especies sacramentales sean transportadas al cielo, ni que lo sea el cuerpo real de Cristo, el cual nunca dejó de estar allí. Sino que pide esto para el cuerpo místico, significado en este sacramento, o sea, que el ángel asistente de los divinos misterios presente a Dios las oraciones del pueblo y del sacerdote, según aquello de Ap 8,4: El humo del incienso subió de la mano del ángel con las oblaciones de sus santos. El altar del cielo significa aquí o la misma Iglesia triunfante, a la que pedimos ser llevados, o el mismo Dios, del cual imploramos la participación, ya que de este altar se dice en Ex 20,26: No subirás por las gradas a mi altar, o sea, no admitirás grados en la Trinidad.
También se entiende por el ángel el mismo Cristo, que es el ángel del gran consejo (Is 9,6), quien une su cuerpo místico a Dios Padre y a la Iglesia triunfante.
Por todo esto, al sacrificio eucarístico también se le llama misa (enviada), porque el sacerdote envía preces a Dios a través del ángel, como el pueblo las envía a través del sacerdote. O porque Cristo es para nosotros la víctima enviada. De ahí que el diácono en los días festivos despida al pueblo diciendo: Marchaos, ha sido enviada, a saber, la hostia a Dios por el ángel para que sea acepta a Dios.

ARTíCULO 5 ¿Son oportunas las ceremonias que se hacen en la celebración de este sacramento?

Objeciones por las que parece que las ceremonias que se hacen en la celebración de este sacramento son inoportunas.
Objeciones: 1. Este sacramento pertenece al Nuevo Testamento, como consta por su propia forma. Ahora bien, en el Nuevo Testamento no se han de observar las ceremonias del Antiguo Testamento, a las cuales se remonta la ablución con agua que los sacerdotes y ministros practicaban cuando se acercaban a ofrecer. Se lee, efectivamente, en Ex 30,19-20: Aarónj sus hijos se lavaron las manos y los pies al subir al altar. Luego no es oportuno que el sacerdote se lave las manos durante la misa.
2. En el mismo lugar (Ex 30,7) el Señor mandó que el sacerdote quemase incienso de suave olor sobre el altar que estaba delante del propiciatorio. Lo cual también pertenecía a las ceremonias del Antiguo Testamento. Luego no conviene que el sacerdote utilice en la misa el incienso.
3. Las ceremonias que se hacen en los sacramentos de la Iglesia no deben repetirse. Luego el sacerdote no debe hacer tantas cruces sobre este sacramento.
4. Dice el Apóstol en He 7,7: Es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior. Pero Cristo, que después de la consagración está presente en este sacramento, es muy superior al sacerdote. Luego es inadecuado que el sacerdote, después de la consagración, bendiga este sacramento con la señal de la cruz.
5. En los sacramentos de la Iglesia no debe hacerse nada que parezca ridículo. Ahora bien, los gestos que el sacerdote hace en la misa, como extender los brazos, juntar las manos, plegar los dedos, inclinar el cuerpo, parecen ridículos. Luego no deben hacerse estas cosas en este sacramento.
6. Parece ridículo también que el sacerdote se vuelva tantas veces hacia el pueblo y que otras tantas le salude. Luego no deberían hacerse estas cosas en la celebración de este sacramento.
7. El Apóstol en 1Co 1,13 juzga inconveniente que Cristo esté dividido. Pero después de la consagración Cristo está presente en este sacramento. Luego el sacerdote no debería fraccionar la hostia.
8. Todavía.más: las cosas que se hacen en este sacramento representan la pasión de Cristo. Pero en la pasión de Cristo su cuerpo fue abierto en los cinco lugares de las llagas. Luego el cuerpo de Cristo debería fraccionarse en cinco partes, y no en tres.
9. En este sacramento el cuerpo de Cristo se consagra separado de la sangre. Luego no hay por qué mezclar una parte del cuerpo con la sangre.
0. De la misma manera que el cuerpo de Cristo se nos ofrece en este sacramento como comida, así también su sangre se nos ofrece como bebida. Pero en la celebración de la misa, después de la comunión con el cuerpo de Cristo, no se toma ningún otro alimento corporal. Luego no parece conveniente que el sacerdote, después de asumir la sangre de Cristo, beba vino no consagrado.
1. Y todavía más: la verdad debe corresponder a la figura. Pero con respecto al cordero pascual, que fue figura de este sacramento, se manda que no permanezca de él nada para la mañana siguiente. Luego no es conveniente que se reserven las hostias consagradas y que no se asuman seguidamente.
2. El sacerdote habla en plural a los oyentes, como cuando dice: El Señor esté con vosotros y demos gracias al Señor, nuestro Dios. Pero parece inadecuado hablar en plural a uno solo, muy especialmente si es un menor. Luego no parece conveniente que el sacerdote celebre la misa en presencia de un solo ministro asistente.
Así pues, parece que en la celebración de este sacramento se hacen inconvenientemente algunas cosas.
Contra esto: está la costumbre de la Iglesia, que no puede equivocarse como instruida que está por el Espíritu Santo.
Respondo: Como ya se declaró más arriba (III 60,6), para que la significación en los sacramentos sea perfecta debe realizarse de dos maneras: mediante las palabras y los hechos. Ahora bien, en la celebración de este sacramento, mediante las palabras se significan cosas pertenecientes: a la pasión de Cristo, representada en él; al cuerpo místico, significado en él; o al uso de este sacramento, que debe hacerse con devoción y respeto. Y, por eso, en la celebración de este misterio algunas cosas se hacen: para representar la pasión de Cristo, o para indicar las disposiciones del cuerpo místico, o para fomentar la devoción y el respeto en el uso de este sacramento.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En la celebración de la misa se hace el lavatorio de las manos por respeto hacia el sacramento. Y esto por dos motivos. Primero, porque no solemos tocar ciertas cosas preciosas sin lavarnos antes las manos. De tal manera que sería indecoroso que alguien se acercase a tan gran sacramento con las manos sucias, aun en el sentido corporal de la palabra.
Segundo, por el significado de este rito. Porque, como dice Dionisio en III De Eccl. Hier., la ablución de las extremidades significa la limpieza aun de los pecados más leves, conforme al texto de Jn 13,10: Quien ja está limpio no necesita lavarse más que los pies. Y esta limpieza se requiere en quien se acerca a este sacramento. Y esto es lo que significa la confesión que se hace antes del introito de la misa. De la misma manera que esto es lo que significaba la ablución de los sacerdotes de la antigua ley, como hace notar Dionisio en el mismo lugar.
Pero la Iglesia no mantiene este rito como una ceremonia prescrita por la antigua ley, sino como una ceremonia instituida por ella, muy adecuada a sí misma. Por eso no se observa del mismo modo que entonces. De hecho, se omite la ablución de los pies, y se hace sólo la ablución de las manos, que es más rápida, y es suficiente para significar la perfecta limpieza. Porque, siendo la mano el órgano de los órganos, como se dice en III DeAnimaz, todas las obras son atribuidas a las manos. Por eso se dice en Ps 25,6: Lavaré mis manos entre los inocentes.
2. No utilizamos la incensación como una ceremonia prescrita por la antigua ley, sino como un rito establecido por la Iglesia, por lo que no la usamos como se utilizaba en la antigua ley.
Esta incensación tiene dos finalidades. Primera, fomentar el respeto hacia este sacramento: ya que sirve para eliminar con un perfume agradable los malos olores que podrían existir en el lugar, provocando el desagrado.
Segunda, representar el efecto de la gracia, de la cual, como de buen olor, Cristo estaba lleno, según aquello del Gn 27,27: He aquí que el olor de mi hijo es como el olor de un campo florido. Un olor que de Cristo se comunica a los fieles por el oficio de sus ministros, según las palabras de 2Co 2,14: Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. De ahí que en todas partes, una vez incensado el altar, que representa a Cristo, son incensados todos los demás por orden.
3. El sacerdote hace la señal de la cruz en la celebración de la misa para representar la pasión de Cristo, que terminó en la cruz. Ahora bien, la pasión de Cristo fue desarrollándose como a través de etapas. La primera, efectivamente, fue la entrega de Cristo, que fue hecha por Dios, por Judas y por los judíos. Esto es lo que se significa con el triple signo de la cruz al decir las palabras: Estos dones, estas ofrendas, estos santos e inmaculados sacrificios.
La segunda etapa fue la venta de Cristo. Pero fue vendido por los sacerdotes, por los escribas y por los fariseos. Para significar lo cual se repite de nuevo la triple señal de la cruz a las palabras: bendita, adscrita, ratificada. Estos tres signos pueden significar también el precio de la venta, o sea, treinta monedas. Y se añade una doble señal de la cruz a las palabras: y que se convierta para nosotros en cuerpo y sangre, para designar la persona de Judas que le vendió, y la persona de Cristo que fue el vendido.
La tercera etapa fue el anuncio de la pasión de Cristo, hecho en la cena. Para designar el cual se hacen por tercera vez dos cruces, una en la consagración del cuerpo, y otra en la consagración de la sangre, cuando en ambos casos se dice: bendijo.
La cuarta etapa fue la misma pasión de Cristo. Y aquí, para representar las cinco llagas, se hace por cuarta vez una quíntuple señal de la cruz al pronunciar las palabras: hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada, pan santo de vida eterna y cáliz de eterna salvación.
En la quinta etapa se representa la extensión del cuerpo de Cristo sobre la cruz, la efusión de su sangre y el fruto de la pasión por la triple señal de la cruz que se hace al decir: que cuantos tomemos el cuerpo y la sangre seamos llenos de toda bendición.
En la sexta etapa se representa la triple oración que hizo en la cruz: una por los que le perseguían, cuando dijo: Padre, perdónalos. La segunda, por la liberación de su propia muerte, cuando dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La tercera, para conseguir la gloria, con la invocación: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y para significar esta triple oración se hace tres veces la señal de la cruz al decir las palabras: santificas, vivificas, bendices, etc.
En la séptima etapa se representan las tres horas que pendió de la cruz, o sea, desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde. Y para significar estas horas se hace la señal de la cruz con las palabras: Por El, con El y en El.
A la octava etapa corresponde la separación del alma y del cuerpo, significada por las dos cruces siguientes, hechas fuera del cáliz.
En la novena etapa se representa la resurrección al tercer día por las tres cruces que se hacen a las palabras: La paz del Señor esté siempre con vosotros.
Pero puede decirse más brevemente que la consagración de este sacramento, la aceptación del sacrificio y el fruto de éste proceden de la eficacia de la cruz de Cristo. Por eso, dondequiera que se hace mención de alguna de estas cosas, el sacerdote hace una cruz.
4. Después de la consagración, el sacerdote no hace la señal de la cruz para bendecir ni para consagrar, sino sólo para conmemorar la eficacia de la cruz y las circunstancias de la pasión de Cristo, como consta de lo dicho (ad 3).
5. Lo que hace el sacerdote en la misa no son gestos ridículos, porque lo hace para representar algo. La extensión de los brazos, efectivamente, después de la consagración, es para significar la extensión de los brazos de Cristo en la cruz.
Cuando eleva las manos para orar quiere significar que su oración por el pueblo se dirige a Dios, según las palabras de Lm 3,41: Elevemos nuestro corazón y nuestras manos a Dios que está en el cielo. Y en Ex 17,11 se dice que cuando Moisés elevaba las manos Israel vencía.
El hecho de que algunas veces junte las manos y se incline en oración suplicante y humilde, significa la humildad y la paciencia con que Cristo aceptó la pasión.
Y el hecho de juntar, después de la consagración, los dedos pulgar e índice, con los que había tocado el cuerpo de Cristo consagrado, es para que no se desprendan de ellos las partículas que podían habérseles adherido. Esto entra dentro del respeto debido al sacramento.
6. Las cinco veces que el sacerdote se vuelve hacia el pueblo son para indicar que el Señor se manifestó cinco veces el día de la Resurrección, como se ha dicho en el tratado de la resurrección de Cristo (III 55,3 obj.3).
Saluda siete veces al pueblo, o sea, cinco volviéndose hacia él, y dos sin volverse: antes de comenzar el prefacio cuando dice: El Señor esté con vosotros, y cuando dice: La paz del Señor esté siempre con vosotros, para designar los siete dones del Espíritu Santo.
El obispo, sin embargo, cuando celebra en las fiestas, en el primer saludo dice: La paz sea con vosotros, como dijo el Señor después de la resurrección (Lc 24,36), porque es el obispo quien representa principalmente su persona.
7. La fracción de la hostia significa tres cosas. Primera, la división sufrida por el cuerpo de Cristo en su pasión. Segunda, la división del cuerpo místico en varios estados. Tercera, la distribución de las gracias derivadas de la pasión de Cristo, como dice Dionisio en III De Eccl. Hier.. De donde se deduce que tal fracción no implica ninguna división de Cristo.
8. Como dice el papa Sergio, cuyas palabras se encuentran en Decretis, De Consecr. Dist. II can. 22: El cuerpo del Señor puede encontrarse en tres condiciones. La parte de la hostia introducida en el cáliz significa el cuerpo del Señor ya resucitado, o sea, el mismo Cristo, la Santísima Virgen y los santos que estén ya en la gloria con su cuerpo. La parte comida significa el cuerpo peregrino todavía sobre la tierra, o sea, que los que viven en la tierra se unen mediante el sacramento, y son triturados por el sufrimiento, como el pan es masticado por los dientes. La parte que permanece en el altar hasta el final de la misa significa el cuerpo de Cristo yacente en el sepulcro, porque hasta el final de los tiempos los cuerpos de los santos estarán en el sepulcro, mientras que sus almas estarán en el purgatorio o en el cielo. Este último rito, sin embargo, de reservar una parte de la hostia hasta el fin de la misa ya no se observa. No obstante, permanece el significado de las tres partes. Y algunos lo han expresado poéticamente diciendo: La hostia se divide en partes: la mojada designa a los plenamente bienaventurados, la seca a los vivientes, y la reservada a los sepultados.
Otros, sin embargo, dan la explicación de que la parte introducida en el cáliz significa a los que viven en este mundo. La parte reservada fuera del cáliz significa a los que son plenamente bienaventurados con su alma y con su cuerpo, y la parte comida significa a los demás.
9. El cáliz puede tener un doble significado. Primero, la pasión misma, representada en este sacramento. Y en conformidad con este significado, la parte echada en el cáliz significa a aquellos que todavía participan en los sufrimientos de Cristo.
Segundo, puede significar también la fruición beatifica, prefigurada también en este sacramento. En cuyo caso, la parte de la hostia echada en el cáliz significa a aquellos que con su cuerpo disfrutan ya plenamente de la bienaventuranza.
Hay que advertir que la parte introducida en el cáliz no puede darse al pueblo en el caso de que falten formas para comulgar, ya que pan mojado no lo dio Cristo más que a Judas, el traidor (Jn 13,20).
0. Puesto que el vino es un líquido, tiene alguna capacidad de limpiar. Y, por eso, se toma después de la comunión eucarística para limpiar la boca, de tal modo que no quede ningún fragmento, como exige el respeto debido a este sacramento. Por eso se dice en Extra: De Celebrat. Miss., cap.5, ex parte: El sacerdote debe lavarse la boca con vino después de haber asumido las especies eucarísticas, a no ser que en el mismo día tenga que celebrar otra misa, en cuyo caso el vino de la ablución se lo impediría. Por el mismo motivo se lava con vino los dedos con los cuales ha.bía tocado el cuerpo de Cristo.
1. La realidad debe corresponder a la figura en algún punto. Y, por eso, no se debe reservar para el día siguiente ninguna parte de la hostia consagrada con la que comulgan el sacerdote, los ministros y el pueblo. De ahí la disposición del papa Clemente, referida en De Consecr. Dist. II can. 23: Ofrézcanse en el altar tantas hostias cuantas sean suficientes para comulgar el pueblo. Y si sobran, no se reserven para el día siguiente, sino que, con temor y temblor, sean consumidas por el celo de los clérigos.
Pero, puesto que este sacramento se ha de tomar todos los días, y el cordero pascual no, es menester reservar algunas hostias consagradas para los enfermos. Por eso, en la misma distinción, can. 93, se lee: El presbítero tenga siempre pronta la eucaristía, de modo que, cuando alguien caiga enfermo, seguidamente comulgue, no sea que muera sin comunión.
2. En la celebración solemne de la misa deben estar presentes varias personas. Por lo que el papa Sotero, como se refiere en De Consecr. Dist. I can. 61, dice: Se ha establecido que ningún presbítero celebre la misa sin dos personas que le respondan, siendo él el tercero. Porque al decir él en plural: "El Señor esté con vosotros", y en la secreta: "Orad, hermanos…", es evidentemente oportuno que tenga una respuesta. De ahí que en el mismo lugar se establezca que el obispo celebre la misa en presencia de muchos.
En las misas privadas, sin embargo, basta la presencia de un solo ministro que representa a todo el pueblo católico, en cuyo nombre responde en plural al sacerdote.


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