LEON XIII, MAGISTERIO - QUAMQUAM PLURIES: Sobre el Rosario y el Patrocinio de San José



SAPIENTIAE CHRISTIANAE: Acerca de las obligaciones de los cristianos

Encíclica

LEON XIII

10 de enero de 1890




1. Dios es el fin del individuo

Cada día se deja sentir mas y más la necesidad de recordar los preceptos de cristiana sabiduría, para en todo conformar a ellos la vida, costumbres e instituciones de los pueblos. Porque, postergados estos preceptos, se ha seguido tal diluvio de males, que ningún hombre cuerdo puede, sin angustiosa preocupación, sobrellevar los actuales ni contemplar sin pavor los que están por venir.

Y a la verdad, en lo tocante a los bienes del cuerpo y exteriores al hombre, se ha progresado bastante; pero cuanto cae bajo la acción de los sentidos, la robustez de fuerzas, la abundancia grande de riquezas, si bien proporcionan comodidades, aumentando las delicias de la vida, de ningún modo satisfacen al alma, creada para cosas más altas y nobles. Tener la mirada puesta en Dios y dirigirse a Él, es la ley suprema de la vida del hombre, el cual, creado a imagen y semejanza de su Hacedor, por su propia naturaleza es poderosamente estimulado a poseerlo. Pero a Dios no se acerca el hombre por movimiento corporal, sino por la inteligencia y la voluntad, que Son movimientos del alma. Porque Dios es la primera y suma verdad; es asimismo la santidad perfecta y el bien sumo, al cual la voluntad solo puede aspirar y acercarse guiada por la virtud.


Dios, fin de la sociedad doméstica y civil

Y lo que se dice de los individuos se ha de entender también de la sociedad, ya sea doméstica o civil. Porque la sociedad no ha sido instituida por la naturaleza para que la busque el hombre como fin, sino para que en ella y por ella posea medios eficaces para su propia perfección. Si, pues, alguna sociedad, fuera de las ventajas materiales y progreso social, con exquisita profusión y gusto procurados, ningún otro fin se propusiera; si en el gobierno de los pueblos menosprecia a Dios y para nada se cuida de las leyes morales, se desvía lastimosamente del fin que su naturaleza misma le prescribe, mereciendo, no ya el concepto de comunidad o reunión de hombres, sino más bien el de engañosa imitación y simulacro de sociedad.



2. La Religión despreciada

Ahora bien: el esplendor de aquellos bienes del alma, antes mencionados, los cuales principalmente se encuentran en la práctica de la verdadera religión y en la observancia fiel de los preceptos cristianos, vemos que cada día se eclipsa mas en los ánimos por el olvido o menosprecio de los hombres, de tal manera que, cuanto mayor sea el aumento en lo que a los bienes del cuerpo se refiere, tanto más caminan hacia el ocaso los que pertenecen al alma. De cómo se ha disminuido o debilitado la fe cristiana, Son prueba eficaz los insultos con que a vista de todos se injuria con desusada frecuencia a la religión católica: injurias que en otra época, cuando la religión estaba en auge, de ningún modo se hubieran tolerado.



3. La paz confiada a la sola fuerza

Por esta causa es increíble la asombrosa multitud de hombres que ponen en peligro su eterna salvación; los pueblos mismos y los reinos no pueden por mucho tiempo conservarse incólumes, porque con la ruina de las instituciones y costumbres cristianas, menester es que se destruyan los fundamentos que sirven de base a la sociedad humana. Se fía la paz pública y la conservación del orden a la sola fuerza material, pero la fuerza, sin la salvaguardia de la religión, es por extremo débil: a propósito para engendrar la esclavitud más bien que la obediencia, lleva en sí misma los gérmenes de grandes perturbaciones. Ejemplo de lamentables desgracias nos ofrece lo que llevamos de siglo, sin que se vea claro si acaso no han de temerse otras semejantes.



4. Remedios de los males.


La norma cristiana

Y así, la misma condición de los tiempos aconseja buscar el remedio donde conviene, que no es otro sino restituir a su vigor, así en la vida privada como en todos los sectores de la vida social, la norma de sentir y obrar cristianamente, única y excelente manera de extirpar los males presentes, y precaver los peligros que amenazan. A este fin, Venerables Hermanos, debemos dirigir Nuestros esfuerzos, y procurarlo con todo ahínco y por cuantos medios estén a Nuestro alcance; por lo cual, aunque en diferentes ocasiones, según ofrecía la oportunidad, ya enseñamos lo mismo, juzgamos, sin embargo, en esta Encíclica, señalar mas distintamente los deberes de los cristianos, porque, si se observan con diligencia, contribuyen por maravillosa manera al bienestar social. Asistimos a una contienda ardorosa y casi diaria en torno a intereses de la mayor monta; y en esta lucha, muy difícil es no ser alguna vez engañados, ni engañarse, ni que muchos no se desalienten y caigan de ánimo. Nos corresponde, Venerables Hermanos, advertir a cada uno, enseñar y exhortar conforme a las circunstancias, para que nadie se aparte del camino de la verdad.



5. Los deberes de los cristianos para con la Iglesia

No puede dudarse de que en la vida practica Son mayores en número y gravedad los deberes de los cristianos que los de quienes, o tienen de la religión católica ideas falsas, o la desconocen por completo. Cuando, redimido el linaje humano, Jesucristo mando a los apóstoles predicar el Evangelio a toda criatura, impuso también a todos los hombres la obligación de aprender y creer lo que les enseñaren; y al cumplimiento de este deber va estrechamente unida la salvación eterna. El que creyere y fuere bautizado será salvo; pero el que no creyere se condenara (Mc 16,16). Pero al abrazar el hombre, como es deber suyo, la fe cristiana, por el mismo acto se constituye en súbdito de la Iglesia, como engendrado por ella, y se hace miembro de aquélla amplísima y Santísima sociedad, cuyo régimen, bajo su cabeza visible, Jesucristo, pertenece, por deber de oficio y con potestad suprema, al Romano Pontífice.



6. Disposición de los cristianos para con la Iglesia

Ahora bien: si por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aún la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo para con la Iglesia. Porque la Iglesia es la ciudad santa del Dios vivo, fundada por Dios, y por Él mismo establecida, la cual, aunque peregrina sobre la tierra, llama a todos los hombres, y los instruye y los guía a la felicidad eterna allá en el cielo. Por consiguiente, se ha de amar la patria donde recibimos esta vida mortal, pero mas entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres Son incomparablemente mas sagrados los que tenemos para con Dios.



7. Son compatibles los dos amores: a la Iglesia y a la Patria

Por lo demás, si queremos sentir rectamente, el amor sobrenatural de la Iglesia y el que naturalmente se debe a la patria, Son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, puesto que de entrambos es causa y autor el mismo Dios; de donde se sigue que no puede haber oposición entre los dos. Ciertamente, una y otra cosa podemos y debemos: amarnos a nosotros mismos y desear el bien de nuestros prójimos, tener amor a la patria y a la autoridad que la gobierna; pero al mismo tiempo debemos honrar a la Iglesia como a madre, y con todo el afecto de nuestro corazón amar a Dios.



8. El recto orden de los dos amores se trastorna

Y, sin embargo, o por lo desdichado de los tiempos o por la voluntad menos recta de los hombres, alguna vez el orden de estos deberes se trastorna. Porque se ofrecen circunstancias en las cuales parece que una manera de obrar exige de los ciudadanos el Estado, y otra contraria la religión cristiana; lo cual ciertamente proviene de que los que gobiernan a los pueblos, o no tienen en cuenta para nada la autoridad sagrada de la Iglesia, o pretenden que ésta les sea subordinada. De aquí nace la lucha, y el poner a la virtud a prueba en el combate. Manda una y otra autoridad, y como quiera que mandan cosas contrarias, obedecer a las dos es imposible: Nadie puede servir al mismo tiempo a dos señores (Mt 6,24); y así es menester faltar a la una, si se ha de cumplir lo que la otra ordena. Cual deba llevar la preferencia, nadie puede ni dudarlo.


En caso de conflicto, primero Dios

Impiedad es por agradar a los hombres dejar el servicio de Dios; ilícito quebrantar las leyes de Jesucristo por obedecer a los magistrados, o bajo color de conservar un derecho civil, infringir los derechos de la Iglesia…: Conviene obedecer a Dios antes que a los hombres (Ac 5,29); y lo que en otro tiempo San Pedro y los demás apóstoles respondían a los magistrados cuando les mandaban cosas ilícitas, eso mismo en igualdad de circunstancias se ha de responder sin vacilar. No hay, así en la paz como en la guerra, quien aventaje al cristiano consciente de sus deberes; pero debe arrostrar y preferir todo, aún la misma muerte, antes que abandonar, como un desertor, la causa de Dios y la Iglesia.



9. Esto no es revolución - El espíritu de la ley

Por lo cual desconocen seguramente la naturaleza y alcance de las leyes los que reprueban semejante constancia en el cumplimiento del deber, tachándola de sediciosa. Hablamos de cosas sabidas y Nos mismo las hemos explicado ya otras veces. La ley no es otra cosa que el dictamen de la recta razón promulgado por la potestad legitima para el bien común. Pero no hay autoridad alguna verdadera y legitima si no proviene de Dios, soberano y supremo Señor de todos, a quien únicamente pertenece el dar poder al hombre sobre el hombre; ni se ha de juzgar recta la razón cuando se aparta de la verdad y la razón divina, ni verdadero bien el que repugna al bien sumo e inconmutable, o tuerce las voluntades humanas y las separa del amor de Dios. Sagrado es, por cierto, para los cristianos el nombre del poder público, en el cual, aún cuando sea indigno el que lo ejerce, reconocen cierta imagen y representación de la majestad divina; justa es y obligatoria la reverencia a las leyes, no por la fuerza o amenazas, sino por la persuasión de que se cumple con un deber, porque el Señor no nos ha dado espíritu de temor (2Tm 1,7); pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición al derecho divino, si con ellas se ofende a la Iglesia o si contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, la obediencia es un crimen, que por otra parte envuelve una ofensa a la misma sociedad, pues pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado.

Échase también de ver nuevamente cuan injusta sea la acusación de rebelión; porque no se niega la obediencia debida al príncipe y a los legisladores, sino que se apartan de su voluntad únicamente en aquellos preceptos para los cuales no tienen autoridad alguna, porque las leyes hechas con ofensa de Dios Son injustas, y cualquiera otra cosa podrán ser menos leyes.



10. Amor a la Iglesia y la Patria es doctrina apostólica

Bien sabéis, Venerables Hermanos, ser ésta la mismísima doctrina del apóstol San Pablo, el cual como escribiese a Tito que se debía aconsejar a los cristianos que estuviesen sujetos a los príncipes y potestades y obedecer a sus mandatos, inmediatamente añade que estuviesen dispuestos a toda obra buena (Tt 3,1), para que constase ser licito desobedecer a las leyes humanas cuando decretan algo contra la ley eterna de Dios. Por modo semejante, el Príncipe de los apóstoles, a los que intentaban arrebatarle la libertad en la predicación del Evangelio, con aliento sublime y esforzado respondía: Si es justo delante de Dios, juzgadlo vosotros mismos. Pero no podemos no hablar de aquellas cosas que hemos visto y oído (Ac 4,19-20).

Amar, pues, a una y otra patria, la natural y la de la ciudad celestial, pero de tal manera que el amor de ésta ocupe lugar preferente en nuestro corazón, sin permitir jamás que a los derechos de Dios se antepongan los derechos del hombre, es el principal deber de los cristianos, y como fuente de donde se derivan todos los demás deberes. Y a la verdad que el libertador del linaje humano: Yo, dice de sí mismo, para esto he nacido y con este fin vine al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37), y asimismo, he venido a poner fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda? (Lc 12,49). En el conocimiento de esta verdad, que es la perfección suma del entendimiento, y en el amor divino, que de igual modo perfecciona la voluntad, consiste toda la vida y libertad cristiana. Y ambas cosas, la verdad y la caridad, como patrimonio nobilísimo legado a la Iglesia por Jesucristo, lo conserva y defiende ésta con incesante esmero y vigilancia.



11. La guerra del naturalismo a la Iglesia

Pero cuan encarnizada y múltiple es la guerra que ha estallado contra la Iglesia, ni siquiera es preciso decirlo. Porque como quiera que le ha cabido en suerte a la razón, ayudada por las investigaciones científicas, descubrir muchos secretos velados antes por la naturaleza y aplicarlos convenientemente a los usos de la vida, se han envanecido los hombres de tal modo, que creen poder ya lanzar de la vida social de los pueblos a Dios y su divino gobierno.

Llevados de semejante error, transfieren a la naturaleza humana el principado arrancado a Dios; propalan que solo en la naturaleza ha de buscarse el origen y norma de toda verdad; que de ella provienen y a ella han de referirse cuantos deberes impone la religión. Por lo tanto, que ni ha sido revelada por Dios verdad alguna, ni para nada ha de tenerse en cuenta la institución cristiana en las costumbres, ni se debe obedecer a la Iglesia; que ésta ni tiene potestad para dar leyes ni posee derecho alguno; más aun: que no debe hacerse mención de ella en las constituciones de los pueblos Ambicionan y por todos los medios posibles procuran apoderarse de los cargos públicos y tomar las riendas en el gobierno de los Estados, para poder así más fácilmente, según tales principios, arreglar las leyes y educar los pueblos. Y así vemos la gran frecuencia con que o claramente se declara la guerra a la religión católica, o se la combate con astucia; mientras conceden amplias facultades para propagar toda clase de errores y se ponen fortísimas trabas a la pública profesión de las verdades religiosas.



12. Estudio y oración por la fe

En circunstancias tan lamentables, ante todo es preciso que cada uno entre en sí mismo, procurando con exquisita vigilancia conservar hondamente arraigada en su corazón la fe, precaviéndose de los peligros, y señaladamente siempre bien armado contra varios sofismas engañosos. Para mejor poner a salvo esta virtud, juzgamos sobremanera útil y por extremo conforme a las circunstancias de los tiempos el esmerado estudio de la doctrina cristiana, según la posibilidad y capacidad de cada cual; empapando su inteligencia con el mayor conocimiento posible de aquellas verdades que atañen a la religión y por la razón pueden alcanzarse. Y como quiera que no solo se ha de conservar en todo su vigor pura e incontaminada la fe cristiana, sino que es preciso robustecerla mas cada día con mayores aumentos, de aquí la necesidad de acudir frecuentemente a Dios con aquélla humilde y rendida suplica de los apóstoles: Aumenta en nosotros la fe (Lc 17,5).


Obligación del individuo y de la Iglesia de propagar la fe

Es de advertir que en este orden de cosas que pertenecen a la fe cristiana hay deberes cuya exacta y fiel observancia, si siempre fue necesaria para la salvación, lo es incomparablemente más en estos tiempos. Porque en tan grande y universal extravió de opiniones, deber es de la Iglesia tomar el patrocinio de la verdad y extirpar de los ánimos el error; deber que esta obligada a cumplir siempre e inviolablemente, porque a su tutela ha sido confiado el honor de Dios y la salvación de las almas. Pero cuando la necesidad apremia, no solo deben guardar incólume la fe los que mandan, sino que cada uno esté obligado a propagar la fe delante de los otros, ya para instruir y confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles (Ga 2,20). Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos.



13. Condenación de la desidia

Y tanto más se ha de vituperar la desidia de los cristianos cuanto que se puede desvanecer las falsas acusaciones y refutar las opiniones erróneas, ordinariamente con poco trabajo; y, con alguno mayor, siempre. Finalmente, a todos es dado oponer y mostrar aquella fortaleza que es propia de los cristianos, y con la cual no raras veces se quebrantan los bríos de los adversarios y se desbaratan sus planes. Fuera de que el cristiano ha nacido para la lucha, y cuanto ésta es más encarnizada, tanto con el auxilio de Dios es más segura la victoria. Confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y no oponga nadie que Jesucristo, conservador y defensor de la Iglesia, de ningún modo necesita del auxilio humano; porque, no por falta de fuerza, sino por la grandeza de su voluntad, quiere que pongamos alguna cooperación para obtener y alcanzar los frutos de la salvación que Él nos ha granjeado.







AB APOSTOLICI SOLII: Sobre la obra de la masonería

LEON XIIIA los Obispos, al clero y al pueblo de Italia

15 de octubre de 1890

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica


INTRODUCCION:




1. El motivo: No el agravio personal sino el peligro de las almas.

De lo alto de la Sede Apostólica, donde la divina Providencia Nos ha colocado para velar por la salvación de todos los pueblos, Nuestra mirada se posa frecuentemente sobre Italia, en cuyo seno, por arte de singular predilección puso Dios la Sede de su Vicario, y de donde, por otra par te, Nos vienen ahora múltiples y dolo rosas amarguras. No Nos contristan las ofensas personales ni las privaciones y sacrificios impuestos por la actual situación de las cosas, ni las injurias y dicterios que una prensa procaz tiene plena libertad de lanzar contra Nos todos los días. Si se tratase solo de Nuestra persona y no viésemos que Italia, amenazada en su fe marcha derecha mente a su ruina llevaríamos en silencio las ofensas, contentos con repetir también N os aquello que decía de sí mismo uno de nuestros mas ilustres predecesores: "Si terrae meae captivitas per quotidiana momenta no excresceret, de despectione mea atque irrisione laetus tacerem" (S. Gregor. Magno, Epist. ad Maurit. Imperat. Registo 5: "Si la esclavitud de mi país no aumentara de día en día, gozoso callaría frente escarnio y la irrisión de que me hacen objeto").

Pero además de la independencia y dignidad de la Santa Sede, se trata de la religión misma y de la salud de toda una nación, y de nación tal, que desde los primeros tiempos abrió gozosa su seno a la fe católica y siempre la conservo cuidadosamente.

Parece increíble, pero es verdad: hemos llegado al punto de temer que nuestra Italia pierda la fe. A menudo hemos dado la voz de alerta anunciando el peligro; pero no por eso creemos haber hecho bastante.


Los renovados ataques obligan a hablar.

Ante los continuos y cada vez más fieros asaltos, sentíamos más poderosa la voz de la conciencia que estimulaba a hablaros de nuevo a otros, Venerables Hermanos, a vuestro clero y al pueblo italiano. Como no da tregua el enemigo, así no Nos es licito permanecer silenciosos u ociosos ni a Nos ni a vosotros, que por divina merced fuimos constituidos en custodios y paladines de la Religión de los pueblo que nos fueron encomendados, Pastores y asiduos vigilantes de la grey de Cristo por la cual debemos estar prontos a sacrificarlo todo, si es preciso, hasta la vida.

No hablaremos en modo alguno hechos nuevos; pues, los que ocurrieron antes permanecen en el mismo estado; de ellos hemos hablado oficialmente otras veces conforme lo reclamaba la ocasión. Pero aquí queremos recapitularlos en cierto modo y agruparlos como en un solo haz para que sirvan de oportuna enseñanza para todas las consecuencias que de ellos se deriven. No Son hechos dudosos o controvertidos sino acaecidos a la plena luz del día, y esto, no en forma aislada sino conexos entre sí, de suerte tal que denotan evidentemente un sistema del cual Son la realización y el desenvolvimiento. El sistema no es nuevo, pero es nueva la audacia, el encarnizamiento y la rapidez con que ahora se va realizando ante Nuestros ojos.



2. La Masonería y Roma.

Es el plan preestablecido de las sectas que con celeridad se desarrolla ahora en Italia, especialmente en la parte que toca a la Iglesia y a la Religión católica, cuyo propósito último y muy notorio es reducirla, si fuese posible, a la nada. Hoy día, huelga formar el proceso de las sectas que se dicen masónicas; el juicio sobre ellas ya esta dado; los fines, los medios, sus dogmas, la acción, todo esta averiguado y conocido con tanta certeza que ya no cabe controversia al respecto. Imbuidos del espíritu de Satanás, cuyos instrumentos son, arden, como su inspirador, el demonio de tal modo en odio mortal e implacable a JESUCRISTO, a la Iglesia por El fundada, que tratan esforzadamente de abatirla o por lo menos coartar su acción. Esta guerra se mueve hoy más que en otra parte cualquiera, en Italia, donde la Religión echo raíces mas hondas, máxime empero en la Urbe romana donde esta el centro y la cabeza de la unidad católica, v tiene su sede el Pastor de la Iglesia universal



3. Historia de los ataques sucesivos: supresión de las órdenes religiosas y del patrimonio eclesiástico. Leyes anticristianas.

Conviene recordar desde el principio las diversas fases de esta guerra. Se empezó arrebatando so color político, el principado civil de los Papas; pero su rendición a los que real mente eran los jefes de esa secta, había de servir conforme a los acuerdos secretos, más tarde abiertamente declarados, a la destrucción del supremo poder espiritual de los mismos Romanos Pontífices, o por lo menos para reducirlos a una esclavitud cargada de cadenas. Y para que a nadie cupiese la menor duda adonde realmente apuntaban sus acuerdos, en seguida procedían a la supresión de las Órdenes religiosas por la que disminuyo considerablemente el número de operarios evangélicos que se destinan al sagrado ministerio y a la asistencia religiosa que se presta a esta Santa Sede, como también a la propagación de la Fe entre los infieles. Luego, mediante la dictación de una ley, los jóvenes clérigos fueron obligados a prestar servicio militar, de lo cual resultaron necesariamente muchos y muy graves obstáculos para la elección de los clérigos, y adversos al cumplimiento conveniente aún de la instrucción del clero secular.

Además, poniendo violenta mano en el patrimonio eclesiástico, en parte lo adjudicaron al Fisco, en parte, empero, lo agobiaron con enormísimos tributos, dejándolo extremadamente extenuado, naturalmente, con la intención de reducir al clero y a la Iglesia a la miseria, de privarla de los medios que necesitan para vivir y para promover en la tierra los institutos y las obras pías que coadyuvan a su divino apostolado. Así lo han declarado abiertamente los mismos adeptos de la masonería: "Para disminuir la influencia moral del clero y de las asociaciones, que ellos llaman, clericales, se ha de emplear un solo medio muy eficaz: despojarlos de todos los bienes y reducirlos a una pobreza ex trema".

Por lo demás, la misma acción del Poder civil se encamina directa y constantemente a borrar íntegramente de la Nación italiana el carácter religioso y cristiano: las leyes y cuanto constituye lo que llaman la vida oficial procuran desterrar toda inspiración e idea religiosa en forma general y constante cuando no lo combate directamente; cualquier manifestación pública de Fe y piedad católica o se prohíbe o, de mil modos, con razones especiosas se impide.

A la familia se ha quitado su base y constitución religiosa proclamando el así llamado matrimonio civil e imponiendo una enseñanza escolar que des de los rudimentos de las primeras letras hasta las lecciones de los Colegios de superiores se enseña en forma total mente laica, de donde resultara que las nuevas generaciones, en cuanto dependa del poder civil, se verán casi obligados a desenvolverse sin tener ideas religiosas y sin poseer las primeras y esenciales nociones de sus deberes para con Dios.

Esto es poner la segur a la raíz del árbol, ni cabe imaginar medio más universal ni más eficaz para arrancar a la influencia de la Iglesia y de la Fe, la sociedad, la familia y también a los individuos. Debilitar por todos los medios el clericalismo (o sea el catolicismo) en sus fundamentos y en sus mismas fuentes de vida, eso es, en la escuela y en la familia, es la declaración auténtica de los escritores masónicos.



4. En muchas regiones es un sistema de gobierno.

Pero alguien dirá que esto sucede no solo en Italia sino que es un sistema de gobierno, al que generalmente, se conforman hoy todas las naciones. Esto, empero, no destruye, respondemos Nosotros, sino antes bien confirma lo que decimos sobre los propósitos y acción de la masonería tal cual existe en Italia. Ciertamente aquel sistema se adopta y se pone por obra donde quiera que la Masonería ejercite su impía y nefasta acción, y como ésta esta tan ampliamente difundida, aquel sistema anticristiano se aplica, en toda extensión, al orden público, y la aplicación se hace más rápida y universal en aquellas regiones cuyos gobernantes se sujetan mas a la secta y secundan con mayor interés sus inicuas empresas.

Y lo que consideramos un gran infortunio, en el número de estos países se halla hoy día la misma nueva Italia. Sin embargo, no solo hoy comprobamos que Italia comenzó a sucumbir al influjo impío y maléfico de las Sectas, sino que desde hace algunos años, éstas en su prepotencia, apoderándose de las cosas en forma absoluta, y dominadora, a su antojo, a modo de tiranos las sujetan. De allí que las normas de administración pública en cuanto a la Religión toca, favorecen casi todas y sirven a las aspiraciones de las Sectas las que para ejecutar sus designios encuentran en los gobernantes supremos del Estado sus favorecedores y dóciles instrumentos. Las leyes bastante contrarias a la Iglesia que decretan y las medidas para ella ofensivas que toman, se proponen, se resuelven y definitivamente estatuyen primero en sus Congresos sectarios. Basta que cualquier cosa tenga aún la apariencia aunque dudosa de ser injuriosa o dañina para la Iglesia para que en seguida la veamos adoptada y promovida.




5. El nuevo Código penal ofensivo para el Clero y las Obras pías.

Entre los hechos más recientes recordaremos la aprobación del Código penal, en que había algunos articulo s de ley contrarios al Clero que constituyen, efectivamente, una ley de excepción, la cual con la mayor pertinacia posible y pese a todas las razones en contrario plugo a los legisladores aprobar, y en que -¡cosa increíble!- se consideran criminales algunos actos que Son deberes sacrosantos de su ministerio.

La ley sobre las Obras pías, por la cual todo el patrimonio que reunieron la piedad y la Religión de nuestros abuelos, a la sombra y con la tutela de la Iglesia, queda substraído a la intervención eclesiástica; esta ley la habían insinuado ya las sectas masónicas algunos años hacia para escarnecer Iglesia, disminuir su influencia social y suprimir de una plumada las grandes sumas de los delegados, destinadas a sufragar los gastos del culto religioso.



6. Monumento al apostata.

Añádase a esto la obra eminentemente sectaria de la erección del monumento publico al famoso apostata de NOLA, decretada desde hace mucho por la secta masónica e insistentemente promovida y, finalmente, ejecutada con la ayuda y el favor de los gobernantes.



7. Declaraciones y obras del gobierno contrarias a la Iglesia.

Mucho atribuyeron a ello la declaración explicitas y públicas del jefe de Gobierno, que así se expresan: "La lucha real y verdadera que el Gobierno tiene el mérito de haber emprendido, es la que traba la Iglesia y el Estado, y el libre examen y la razón por otra parte".

Que la Iglesia quiere obrar y encadenar de nuevo la razón y la libertad del pensamiento, es lo que se añade.

El Gobierno en esta lucha se declara abiertamente en favor de la razón contra la fe, y cree su deber hacer que el Estado italiano sea el intérprete de esta razón y libertad; triste deber que vemos con repetición afirmado en tales ocasiones.

A la luz de estos hechos y declaraciones, se ve que la idea principal respecto la Religión es la que preside a la política italiana y forma la realización del programa masónico. Se ve cuánto va ya realizado, se sabe cuánto falta por hacer, y ciertamente puede preverse que, mientras Italia y su suerte estén en manos de jefes sectarios o siervos de las sectas, se seguirá obrando más o menos rápidamente, según las circunstancias, hasta realizar todo el plan.


Detalles del programa persecutorio del gobierno masónico.

Ahora se dirige su acción a los fines siguientes, según los votos y resoluciones de las más autorizadas Asambleas, todo inspirado en odio mortal contra la Iglesia:

"Abolición en las escuelas de toda instrucción religiosa; fundación de institutos en que se substraiga a los niños de toda influencia clerical, cualquiera que sea, ya que el Estado, que debe ser absolutamente ateo, tiene derecho y deber de formar el corazón y el espíritu de los ciudadanos, y ninguna escuela debe substraerse a su inspiración y vigilancia; aplicación rigurosa de todas las leyes vigentes a asegurar la independencia absoluta de la sociedad civil de las influencias clericales, observación estricta de las leyes que suprimen las asociaciones religiosas y el uso de los medios que puedan hacerlas eficaces; organización de todo el patrimonio eclesiástico, partiendo del principio de que su propiedad pertenece al Estado y su administración al poder civil; exclusión de todo elemento católico y clerical de todas las públicas administraciones, obras pías, hospitales, escuelas y consejos en que se preparen los destinos de la patria: de las academias, círculos asociaciones, comisiones y familia; exclusión general, eterna, en todas partes. Debe hacerse sentir la influencia masónica y hacerse dueña de todo. Con esto se allanara la vía para abolir el Pontificado, y quedara Italia libre de su implacable y mortal enemigo; y Roma, que antes fue el centro de la teocracia universal, será desde hoy el centro de la secularización universal, y desde ella se promulgara para el mundo la magna carta de la libertad humana".

Estas Son las aspiraciones, declaraciones y acuerdos auténticos de los francmasones y de sus conciliabulos.

Sin exageración tal es el estado presente y tal el porvenir que presentimos para la Religión en Italia.

Error funesto seria el disimular tamaña gravedad. Reconocerlo tal cual es y afrontarlo con evangélica prudencia y fortaleza, deducir los deberes que esto impone a todos los católicos y Nos especialmente, que como Pastor debemos velar sobre ellos, Nos toca conducirlos a la salvación, vigilar por las miras de la Providencia y obrar con sabiduría y celo pastoral.




8. Enérgica protesta y llamado a los Obispos y fieles.

Por lo que respecta a Nos, se Nos impone el deber apostólico de protestar de nuevo enérgicamente contra todo lo que con tanto daño de la Religión se ha hecho, se hace o se intenta llevar a cabo en Italia: defensores y tutores que somos de los sagrados derechos de la Iglesia y del Pontificado, abiertamente rechazamos y denunciamos a todo el orbe católico las ofensas que la Iglesia y el Pontificado reciben de continuo especialmente en Roma, y que Nos hacen mas fatigoso el gobierno del Catolicismo y Nos arrastran a un estado grave e indigno de nuestra condición.

Por lo demás, estamos firmemente animados a no omitir ni dejar de hacer por Nuestra parte nada de lo que pueda ayudar a mantener viva y vigorosa la fe entre el pueblo italiano y protegerla contra los asaltos y ataques de los enemigos. Apelamos por esto, Venerables Hermanos, a todo vuestro celo y vuestro amor por la salvación de las almas, aumentado por la gravedad del peligro, a fin de que busquéis los medios que estén en nuestra mano; todos los resortes de la palabra, toda la industria de la acción, todo el tesoro y ayuda de la gracia que la Iglesia nos concede, tienen que emplearse en la formación de un clero instruido y lleno de espíritu de JESUCRISTO por la cristiana educación de la juventud, por la extirpación de las malas doctrinas, la propagación de la verdad católica, por la conservación del carácter y del espíritu cristiano dentro de las familias.



LEON XIII, MAGISTERIO - QUAMQUAM PLURIES: Sobre el Rosario y el Patrocinio de San José