LEON XIII, MAGISTERIO - 15. Nuevo Motivo: Las afrentas hechas a la Virgen.


16. La profanación del nombre del Salvador.

En estos últimos meses no se ha perdonado siquiera a la augustísima Persona de Jesucristo, Salvador Nuestro. No ha habido la menor vergüenza en llevarla a escenas escabrosas del teatro, éste no pocas veces contaminado por obscenidades y en representarla despojada de la majestad propia a su divina naturaleza, quitada la cual ya no hay necesidad de negar la redención misma del género humano. No se han avergonzado de intentar arrancar de su eterna infamia a aquel hombre que es reo del crimen y de la perfidia muy aborrecible por su suprema monstruosidad, la mayor de que haya memoria entre los hombres, al traidor de Cristo.

A raíz de lo que se ha perpetrado o se intenta perpetrar a través de las ciudades de Italia, se ha desatado una ola de general indignación, deplorándose amargamente que se haya violado el sacratísimo derecho de la Religión, violado y conculcado precisamente en aquel pueblo cuyos habitantes principalmente y con razón se glorían de su nombre católico. La vigilante solicitud de los Obispos, como era su deber, se enardeció entonces, dirigiendo sus protestas justísimas a quienes incumbe el sagrado deber de proteger la dignidad de la Patria y de la Religión. No solo advirtieron a su grey de la gravedad del peligro sino que también la exhortaron a reparar con especiales solemnidades religiosas la nefanda injuria hecha al amantísimo Autor de nuestra salvación.



17. Renovada protesta por estos sacrilegios.

Nos, ciertamente, aprobamos íntegramente el fervor de los buenos, gloriosamente manifestado de muchas: maneras lo cual contribuyo a suavizar el dolor que sentíamos por ello en lo más íntimo del corazón. En esta oportunidad en que os dirigimos la palabra, ya no podemos sujetar la voz de Nuestro supremo cargo, y, con las protestas de los Obispos y fieles, Nos unimos Nuestras más enérgicas protestas. Por

Por virtud de este mismo sentimiento que Nos mueve a quejarnos del atentado sacrílego y de execrarlo, Nos exhortamos vivamente a las Naciones cristianas, y en particular a la Italiana, a que guarden incólume la Religión de sus padres que es su herencia más preciosa, que la defiendan con decisión y no cesen de propagarla con la honestidad de sus costumbres y su gran piedad.



18. Celebración fervorosa del mes de Octubre.

Por eso, Nos deseamos que por esta razón también, se empeñen a porfía, en el mes de Octubre, los fieles y las cofradías, mostrando un fervor constante para honrar a la Augusta Madre de Dios, poderosa protectora de la sociedad cristiana y gloriosísima Reina del Cielo. Nos, con todo corazón confirmamos las mercedes de las sagradas indulgencias que, a este efecto, hemos concedido en años anteriores.

El Dios, empero, Venerables Hermanos, que nos había reservado con toda su misericordiosa providencia al medianera (S. Bernardino. De las 12 Pre), y que ha querido que todo lo recibamos por María (S. Bernardino Serm. in Nativ. ) se digne por medio de su intercesión y gracia atender Nuestros ruegos comunes y colmar Nuestras esperanzas. Para ayudar a su realización, Nos os impartimos de todo corazón la Bendición Apostólica a vosotros, al Clero y al rebano confiado a cada uno de vosotros.

Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 8 de Septiembre de 1894, en el decimoséptimo de Nuestro Pontificado LEON PAPA XIII








AUDITRIUCEM POPULI: Sobre la devoción del Rosario Mariano a favor de los disidentes

Del Papa LEON XIII

5 de octubre de 1895

Venerables Hermanos: Salud y Bendición apostólica



1. Pruebas del florecimiento de la devoción a María.

Justo es celebrar con magnificencia cada día mayor y rogar con una confianza más decidida a la Santísima Virgen, Madre de Dios, auxilio constante y clementísimo del pueblo cristiano. Pues, la variedad y abundancia de mercedes que ella, con generosidad siempre más amplia para el bien común, prodiga por todo el mundo aumenta los motivos que tenemos de confiar en ella y ensalzarla; y los católicos responden, naturalmente, a tanta generosidad con la expresión de su más rendido afecto, pues, si jamás en otro tiempo, ciertamente en estos tiempos tan arduos para la Religión, es dable contemplar en todas las capas sociales manifestaciones vivas y encendidas de amor y culto a la Santísima Virgen.

Un testimonio claro de ello lo constituyen las asociaciones que bajo su patrocinio se restablecieron y se multiplicaron por doquiera; los hermosos templos que se dedicaron a su augusto nombre; las peregrinaciones que con concurrencia piadosísima se realizaron a sus mas venerados santuarios; los congresos que se convocaron para dedicarse al estudio del incremento de su gloria, y tantas otras manifestaciones parecidas que eran en si excelentes y prometían un porvenir aún mas feliz.


Florecimiento especial de la devoción del Rosario.

Es un hecho singular y para nosotros un recuerdo gratísimo como, entre las múltiples formas de la devoción mariana, se vigorizaba siempre mas, en el aprecio y en la práctica este modo tan eximio de orar, lo cual, dijimos, era gratísimo para Nos, porque si consagramos una no pequeña parte de Nuestras preocupaciones a promover el establecimiento del rezo del Rosario vimos claramente que la Reina celestial invocada con estas fervorosas plegarias nos ayudo con benignidad en Nuestras labores; y confiamos en que Nos asistirá para consolar Nuestras tristezas y para aliviar Nuestras preocupaciones que el día de mañana ha de traer.



2. Poder del Rosario para la reconciliación de los disidentes con la Iglesia

Abrigamos sobre todo la esperanza de que la virtud del Rosario nos ayude con abundantes auxilios a extender lo reino de Jesucristo.

Hemos dicho ya más de una vez que la obra que en las actuales circunstancias deseamos impulsar con mayor empeño es la reconciliación de las naciones disidentes con la Iglesia; al mismo tiempo, hemos declarado que el éxito de la empresa debe buscarse ante todo en las oraciones y suplicas dirigidas a Dios. No hace mucho manifestamos lo mismo también, cuando con motivo de las solemnidades de la fiesta de Pentecostés recomendamos para idéntico efecto especiales preces en honor del espíritu Santo; recomendación que en todas partes fue obedecida con gran fervor.



3. Perseverancia en esa oración por la reconciliación de los disidentes.

Pero atendiendo a que el problema es muy arduo y la constancia engendra toda virtud, conviene recordar la exhortación del Apóstol que dice: "Perseverad en la oración" (Col 4,2); y esto tanto más, cuanto que los felices comienzos de la empresa parecen invitarnos con suavidad a continuar incansables en esta oración. En el próximo mes de Octubre, pues, no habrá nada tan útil a este propósito ni nada tan grato a Nuestro corazón como la instancia con que por todo el mes imploréis vosotros, Venerables Hermanos, y vuestro pueblo, en unión con Nos, a la Virgen y piadosísima Madre, mediante el rezo del Rosario y las oraciones prescritas de costumbre. Eximias son, pues, las causas que nos impulsan a encomendar a su protección Nuestras empresas y deseos, movidos por una confianza firmísimo.



4. María nuestra madre.

El misterio de la excelsa caridad que Cristo tuvo para con nosotros se revela luminosamente por el hecho de haber querido, al morir, entregar su Madre a JUAN para que fuese su madre, por virtud de aquel memorable testamento: He ahí tu hijo (Jn 19,26). Según la interpretación constante de la Iglesia, Jesucristo quiso designar en la persona de JUAN a todo el género humano; y más especialmente a los que se adhiriesen a Él por la fe. Y en este sentido pudo decir SAN ANSELMO DE CANTORBERY: ¿Qué puede concebirse más digno sino que Vos, oh Virgen santísima, sois Madre de aquellos que tienen a Jesucristo por padre por hermano? (San Anselmo, Or. 47, antes 46).

Ella aceptó, pues, el ministerio de este singular y laborioso oficio y lo desempeño con magnanimidad, auspiciándose su iniciación en el Cenáculo. Ella ayudo admirablemente a los cristianos primitivos por la santidad de su ejemplo, la autoridad de su consejo, la dulzura de su consuelo y la eficacia de sus santas plegarias. Y en efecto, mostrase, pues, madre de la Iglesia y maestra y Reina de los apóstoles a quienes comunico parte de las divinas sentencias que conservaba en su corazón (Lc 2 Lc 19 Lc 2,51).



5. María, medianera universal.

Al ser elevada a la cumbre de su gloria, al lado de su divino Hijo, es casi imposible decir cuánto añadiera a la amplitud y eficacia de intercesión, lo cual convenía a la dignidad y claridad de sus méritos. Pues, desde allí, por disposición divina, Ella comenzó a velar por la Iglesia y a asistirnos a nosotros y a protegernos como madre; de tal modo que después de haber sido cooperadora en la administración del misterio de la redención humana, ha venido a ser igualmente la dispensadora de la gracia que por todos los tiempos fluye de aquel misterio, concediéndosele para ello un poder casi ilimitado. Por este motivo las almas cristianas, llevadas por cierto impulso natural, se sienten con razón arrastradas hacia MARIA, para depositar en Ella confiadamente sus pensamientos y obras, sus angustias y alegrías y para encomendarle, como hijos, a su cuidado y bondad a sí mismos y todo lo suyo.

Por este motivo también se elevan con toda razón magnificas alabanzas en todas las naciones y en todos los ritos las que se acrecientan con el aplauso de los siglos: entre otras alabanzas, las de: Nuestra Señora misma, medianera nuestra ("Dominam nostram", "mediatricem nostram", San Bernardo serm. 2 in adv. Domini n. 5), la misma reparadora del mundo (Ipsam "reparatricem totius orbis", S. Tharasius or. in praesent. Deip.), la misma medianera de los dones de Dios (Ipsam "donorum Dei conciliatricem". in offiC. graeC. VII deC., Theotokion, post oden IX).



6. A Dios por María.

Y por cuanto la fe es el fundamento y el principio de los dones divinos que elevan al hombre sobre el orden natural al celestial, para obtener esta fe y desenvolverla saludablemente, se celebra con razón cierta acción secreta de aquella que nos dio al Autor de la fe (He 12,2) y que por su fe fue saludada bienaventurada (Lc 1,52). Nadie hay, oh Virgen santísima, que se imbuya del conocimiento de Dios sino por Vos; nadie hay que se salve sino por Vos; nadie, que consiga misericordia sino por Vos (S. German de Constantinopla or. 2 in dormit. B.M.V). Ni parece tener menos razón aquel que afirma que, principalmente por su dirección y su auxilio, la sabiduría y la doctrina del Evangelio han llegado, haciendo tan rápidos progresos, a todas las naciones, pese a las inmensas dificultades e impedimentos que se oponían, estableciendo por doquiera un nuevo orden de justicia y paz. Este mismo pensamiento inspiraba también el ánimo y la oración de SAN CIRILO DE ALEJANDRIA cuando se dirigía de este modo a la Virgen: Por Vos predicaron los apóstoles la salvación a las naciones,; por Vos se celebra y se adora la Cruz bendita en todo el orbe; por Vos se ahuyentan los demonios; por Vos el hombre mismo es llamado al cielo; por Vos toda criatura, envuelta en el error de la idolatría, llego al conocimiento de la verdad; por Vos alcanzaron los fieles el santo bautismo, y se fundaron iglesias entre todos los pueblos (San Cirilo Alej. Hom. contra).



7. María baluarte de la verdadera fe.

Y, como lo proclamara el mismo santo doctor (San Cirilo Alej. Hom. contra Nest.) fue MARIA quien estableció y fortaleció muy especialmente el cetro de la fe verdadera; y por su ininterrumpido desvelo fue que la fe católica se mantuviera firme y próspera intacta y fecunda. Muchos documentos de esta clase existen y Son asaz conocidos, declarados a veces de un modo maravilloso.

En los tiempos y lugares en que, ante todo, había que deplorar el que la Fe o languideciera por la incuria o fuera atacada por la peste de los errores, se demostró presente y eficaz la benignidad de la poderosa Virgen auxiliadora. Bajo su impulso y en su virtud se levantaron hombres eminentes en santidad y espíritu apostólico aniquilando las audacias de los impíos y devolviendo los Corazones a la piedad de la vida cristiana e inflamándolos en ella.

Uno de ellos, representante de muchos, es SANTO DOMINGO DE GUZMAN quien se empeño con todo éxito en este doble apostolado, poniendo su confianza en el auxilio del Rosario mariano. Nadie ignora cuanta parte cupo a la misma Madre de Dios en los grandes méritos que se granjearon los Padres y Doctores de la Iglesia que tan egregios esfuerzos hicieron para defender e ilustrar la verdad católica.

En efecto, ellos mismos, con ánimo agradecido, confiesan que de Ella que es la Sede de la divina sabiduría, descendió sobre ellos, al escribir, la abundancia de los más eximios pensamientos y que, por consiguiente, la malicia de los errores fue vencida por Ella y no por ellos.

Por último, los príncipes y Pontífices romanos, custodios y defensores de la Fe -unos para mover las guerras santas y otros para promulgar solemnes decretos- invocaron el nombre de la Madre de Dios, y siempre experimentaron su gran poder y benignidad.

Por esta razón, la Iglesia y los Padres glorifican a MARIA con no menor verdad que magnificencia, diciendo: .Salve, lengua siempre elocuente de los apóstoles, sólido fundamento de la Fe, baluarte inconmovible de la Iglesia (Del Himno griego "Akatistos"). Salve, que por Vos hemos sido inscritos en el número de los ciudadanos de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica (San Juan Damasceno. or. in annuntiat. Dei Genitr. n. 9). Salve, manantial de divina abundancia del que fluyen los ríos de la celestial sabiduría, las aguas puras y límpidas de la ortodoxia que rechazan lejos las turbas de los errores (San German de Constantinopla or. iu Deip praesentat. n. 14). Regocijaos, porque Vos sola habéis destruido en el mundo todas las herejías (En el Oficio B.M.V).



8. Confianza en nuestra Madre.

Esta parte principalísima que cabe a la Madre de Dios en el desarrollo de los combates y en los triunfos de la Fe católica pone gloriosamente de manifiesto los designios divinos respecto a ella y debe inspirar a todos los buenos una firme esperanza de que se verán colmados los deseos comunes.

¿Qué no podrá hacer con su poder para apresurar el éxito a fin de que la profesión de la misma fe una las mentes de todas las naciones cristianas y el lazo de la perfecta caridad, ese nuevo y ansiado ornamento de la Religión, hermane las voluntades? ¡No querrá Ella conseguir que los pueblos todos por cuya estrechísima unión rogara fervorosamente su Hijo único y que por el mismo bautismo llamara a la misma herencia de la salud (He 1,14) por la cual había pagado un precio infinito, laboren unánimes en su luz admirable! (1P 2,9) ¿No querrá Ella emplear los tesoros de bondad y providencia, tanto para consolar a la Iglesia, Esposa de Cristo, en sus largos sufrimientos por causa de ellos como para llevar a la perfección, en medio de la familia cristiana, el don de la unidad que es el insigne fruto de su maternidad?



9, María es el vínculo de Unión.

Que la feliz realización de esa empresa no ha de demorarse mucho parece confirmarse por la creencia y la confianza que alienta en los corazones de los piadosos de que MARIA ha de ser el lazo bendito por cuya fuerza sólida y suave, todos cuantos amen en el mundo a Cristo, formaran un solo pueblo de hermanos que obedezcan a su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, como a su común Padre.

Llegados a este punto, Nuestro pensamiento remonta los anales de la Iglesia hasta los nobilísimos ejemplos de la edad primitiva y se detiene con un placer indecible en el recuerdo del gran Concilio de Éfeso. Una firmísimo unidad de fe y una misma comunión de culto que en aquellos tiempos vinculaba el Oriente con el Occidente parecieron reinar allí con singular firmeza y resplandecer con gloria, pues, cuando os Padres establecieron legítimamente el dogma de la Maternidad de la Santísima Virgen, la noticia de este hecho, partiendo de esta piadosísima ciudad que exultaba de gozo, llego a llenar de la misma celebérrima alegría a todo el orbe cristiano.



10. Rogar por la unidad de la fe.

Cuantos motivos, pues, apoyen y aumenten la confianza en la Virgen poderosa y benignísima de ser escuchados, tantas razones estimularan el celo, que recomendamos a los católicos, de implorar a MARIA. Consideren ellos cuan excelente y útil y ciertamente, cuan acepto y grato para la misma Virgen será esto, pues, poseyendo ya la unidad de la fe, declaran de este modo que aprecian muchísimo la fuerza de este beneficio y desean conservarlo más fielmente. Ni pueden demostrar de ninguna otra manera mas declara su amor fraterno a los disidentes que rogando fervorosamente por ellos para que recobren aquel bien de la unidad, que es el mayor de todos.

Pues, esta caridad cristiana de la fraternidad que reinaba en toda la historia de la Iglesia solía hallar su fuerza en la Madre de Dios como que es la favorecedora más eximia de la paz y de la unidad. SAN GERMAN DE CONSTANTINOPLA la invocaba en estos términos: Acordaos de los cristianos que Son vuestros servidores; recomendad las oraciones de todos; ayudad la esperanza de todos; consolidad la fe y unid todas las Iglesias (San German In Hist, a dormit, Deiparae). Tal es también la invocación de los griegos: Oh Virgen Purísima, que podéis acercaros a vuestro Hijo sin temor de ser desechada; rogadle, pues, oh Virgen santísima, a fin de que conceda la paz al mundo; que infunda un mismo sentir a todas las Iglesias; y todos os glorificaremos (Men. 5 de Mayo Theodokión post od. IX de S. Irene V. M).



11. El culto mariano en el Oriente y sus imágenes traídas del Oriente Son prendas de Unión.

Otra razón propia y especial por qué la Santísima Virgen acceda con mayor benignidad a las plegarias en favor de las Iglesias disidentes se añade aquí a la anterior; Son los egregios méritos que respecto de la devoción mariana tienen, especialmente las Iglesias orientales. Es a ellas que se debe en gran parte la propagación y el fomento de su veneración; en su seno surgieron varones memorables que afirmaban y defendían la dignidad de MARIA, importantísimos por el poder de su elocuencia y sus escritos, panegiristas ilustres por su ardor y la suavidad de sus palabras, emperatrices gratísimas a los ojos de Dios que siguieron el ejemplo de la Purísima Virgen, imitaron su munificencia y erigieron templos y basílicas para practicar el culto al Rey.

Será lícito agregar aquí un asunto no ajeno al tema y que redunda en gloria de la Santísima Madre de Dios. No hay quien ignore que gran número de las augustas imágenes de MARIA fueron traídas, en diversas épocas, del Oriente al Occidente, especialmente a Italia y a esta Urbe. Nuestros padres no solo las recibieron con suma piedad y las veneraron magníficamente sino que, con igual devoción, sus nietos las procuran honrar como sacratísimas. En este hecho el ánimo se goza reconociendo cierta señal y gracia de nuestra benignísima Madre; pues, Nos parece que estas imágenes se conservan entre nosotros como testigos de aquellos tiempos en que la familia de los cristianos vivía estrechamente unida por doquiera, y como prendas bien caras de la común herencia. El mirarlas (como si la Virgen misma exhortara a ello) invita los corazones a que recuerden piadosamente a aquellos a quienes la Iglesia llama con sumo amor a que tornen a la prístina concordia y a la alegría de su abrazo.



12. El Rosario provechosa oración de Unión.

De este modo, Dios mismo ofreció en MARIA una protección eficacísima para la unidad cristiana. Aunque no la merecerá un solo modo de oración, sin embargo creemos que el santísimo Rosario fue instituido para conseguirla en forma óptima y ubérrima. En otras ocasiones ya hemos indicado que no era la ventaja menor de este piadoso ejercicio que el cristiano posea en él un medio pronto y fácil para nutrir su fe y defenderse de la ignorancia y del peligro del error, como lo ponen de manifiesto los mismos orígenes del Rosario. Patente esta la relación estrecha que guarda con MARIA todo lo que en él se ejercita y se fomenta sea mediante las preces que se repiten, sea, sobre todo, mediante los misterios que se meditan. Pues, cuando ante Ella rezamos con devoción el Rosario volvemos a vivir, conmemorando, la obra admirable de la redención, de tal modo que contemplamos como hechos presentes que se desenvuelven ante nuestros ojos los acontecimientos cuyo desarrollo y efecto la vinieron a constituir al mismo tiempo en Madre de Dios y nuestra.

La grandeza de esta doble dignidad y los frutos de este doble ministerio aparecen con vivos fulgores cuando piadosamente meditamos como MARIA se asocia a su Hijo en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. De allí resulta que el alma se inflame en amor agradecido para con Ella, y, desdeñando todo lo caduco, se empeñe, con firme voluntad, en mostrarse digna de tal Madre y de sus beneficios. Y como esa frecuente y fiel recordación no puede menos de agradar muy íntimamente a esa Madre, por mucho la mejor de todas, y de moverla a misericordia para con los hombres, por eso, Nos hemos dicho, que el rezo del Rosario será el ejercicio más oportuno con qué encomendarle la causa de los hermanos separados; porque esto incumbe propiamente a su misión de Madre, por cuanto los que Son de Cristo no han sido concebidos por MARIA ni lo han podido ser si no en una misma fe y un mismo amor; pues, por ventura ¿Cristo está dividido? (1P 1), y todos debemos vivir la vida de Cristo a fin de que en el mismo cuerpo fructifiquemos para Dios (Rm 7,4).



13. María obtendrá la unidad si rezamos el Rosario.

Es necesario que la misma Madre que recibió de Dios el poder de engendrar continuamente nuevos hijos engendre nuevamente para Cristo, por así decirlo, a todos aquellos que por funestas circunstancias fueron separados de esta unidad. Es también lo que Ella, sin duda, desea vivamente conseguir. Si le donamos las coronas de esta oración agradabilísima, Ella implorara la abundancia de los auxilios del espíritu vivificador. Ojala los buenos no rehúsen secundar los propósitos de aquella Madre misericordiosa, y, atendiendo su propia salvación, escuchen la dulcísimo invitación de MARIA: ¡Hijitos míos, de nuevo sufro por vosotros dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros! (Ga 4 Ga 19).



14. El rezo del Rosario en el Oriente.

Ponderando así la gran virtud del Rosario mariano, algunos de Nuestros predecesores dedicaron especiales esfuerzos a su propagación entre las naciones orientales. En especial, EUGENIO IV en la Constitución Advesperascente, dada en el año 1439, luego INOCENCIO XII y CLEMENTE XI, cuya autoridad concedió, para este efecto, grandes privilegios a la Orden de Predicadores. Los frutos no se hicieron esperar, gracias al celo de los ministros de esa misma Orden; numerosos y esclarecidos documentos lo atestiguan aunque el largo tiempo transcurrido desde entonces y las circunstancias adversas hayan detenido después los progresos de esta obra.

En nuestra época, el fervoroso culto de esta misma devoción del Rosario, que Nos, desde el principio, hemos ensalzado, ha encontrado eco en el alma muchas personas de aquellas regiones. En cuanto esto, pues, responda a Nuestros esfuerzos iniciales, esperemos que sea muy provechoso para dar cumplimiento a Nuestros deseos.



15. El Templo de Ntra. Sra. del Rosario en Patras.

Con esta esperanza se une un hecho muy gozoso que interesa tanto al Oriente como al Occidente, y es muy conforme a Nuestros designios. Hablamos, Venerables Hermanos, del proyecto cuya iniciativa nació en el Congreso Eucarístico de Jerusalén, o sea el de erigir un Templo en honor de la Reina del Santísimo Rosario, y esto en Patras en Acaya, no lejos del sitio donde en los tiempos antiguos, bajo sus augurios, resplandeció el nombre cristiano. Según nos ha manifestado, para Nuestro gozo, la Comisión que con Nuestra aprobación, fue constituida para impulsar esta obra y preocuparse de ella, ya muchos de vosotros, acatando Nuestros ruegos, habéis organizado Colectas especiales al efecto, con toda diligencia, y aún prometisteis continuarlas en forma igual hasta la terminación de la empresa. Con ello, ya han afluido bastantes recursos, de modo que la construcción podrá iniciarse con aquélla amplitud que a tal obra conviene; y Nos hemos dado poder para que, próximamente, se coloque con auspiciosas y solemnes ceremonias la primera piedra del templo. Elevaras este santuario, en nombre del pueblo cristiano, como un monumento de perenne gracia a la Virgen Auxiliadora y Madre celestial, la cual se invocara allí asiduamente en ambos ritos, el latino y el griego, a fin de que Ella se digne colmar los antiguos beneficios aún con nuevos más eficaces.



16. Los beneficios del mes del santo Rosario.

Y ahora, Venerables Hermanos, vuelve Nuestra exhortación al punto de donde partió. Es, que todos, pastores y rebaños, se acojan, sobre todo durante el mes que se avecina, bajo el manto protector de la Santísima Virgen. Que en público y en privado, con alabanzas, plegarias y ofrecimientos, se unan todos para invocarla y suplicarla como a Madre de Dios y Madre nuestra, clamando: Mostrad que sois nuestra Madre (Del himno lit. A ve Maris Stella). Que su maternal clemencia conserve a su universal familia al abrigo de todos los peligros; que la haga gozar de prosperidad verdadera fundada en la santa unidad. Mire con benevolencia a los católicos de todos los pueblos, y, uniéndolos más estrechamente cada día con los lazos de la caridad, los vuelva prontos y constantes para sostener la gloria de la Religión, en la que van incluidos asimismo los mayores beneficios para el Estado.



17. Plegaria a María por los disidentes.

Dígnese Ella mirar asimismo con espacialísima benevolencia a los pueblos disidentes, naciones grandes e ilustres en que laten tantos corazones generosos, conscientes de sus deberes cristianos; dígnese suscitar en ellos anhelos saludables y nobles propósitos, y después de haberlos suscitado favorezca su realización.

En cuanto a los disidentes orientales quiera Ella recordar la devoción acendrada que le profesan y las gestas sublimes que sus antepasados realizaron por la gloria de su nombre. En cuanto a los occidentales baste rememorar el utilísimo patrocinio con que Ella reconoció y recompenso la eximia devoción que todas las clases sociales le manifestaran en el transcurso de muchos siglos.

Logre ser oída la voz suplicante del Oriente y del Occidente y de todas las naciones católicas dondequiera habiten; logre ser oída la Nuestra que desde lo más profundo del alma clama: Mostrad que sois Nuestra Madre.


Bendición Apostólica.

Entre tanto, y como testimonio de Nuestra benevolencia os impartimos con amor la bendición Apostólica a vosotros, a vuestro clero y al pueblo confiado a vuestro cuidado.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de Septiembre de 1895, año decimoctavo de Nuestro Pontificado.







SATIS COGNITUM: Sobre la Naturaleza de la Iglesia

CARTA ENCICLICA DEL SUMO PONTIFICE LEON XIII


Introducción



1. Bien sabéis que una parte considerable de nuestros pensamientos y de nuestras preocupaciones tiene por objeto esforzarnos en volver a los extraviados al redil que gobierna el soberano Pastor de las almas, Jesucristo. Aplicando nuestra alma a ese objeto, Nos hemos pensado que sería utilísimo a tamaño designio y a tan grande empresa de salvación trazar la imagen de la Iglesia, dibujando, por decirlo así, sus contornos principales, y poner en relieve, como su distintivo más característico y más digno de especial atención, la unidad, carácter insigne de la verdad y del invencible poder que el Autor divino de la Iglesia ha impreso en su obra. Considerada en su forma y en su hermosura nativa, la Iglesia debe tener una acción muy poderosa sobre las almas, y no es apartarse de la verdad decir que ese espectáculo puede disipar la ignorancia y desvanecer las ideas falsas y las preocupaciones, sobre todo aquellas que no Son hijas de la malicia. Pueden también excitar en los hombres el amor a la Iglesia, un amor semejante a la caridad, bajo cuyo impulso Jesucristo ha escogido a la Iglesia por su Esposa, rescatándola con su sangre divina; pues Jesucristo amo a la Iglesia y se entrego El mismo por ella (Ep 5,25).

Si para volver a esta madre amantísima deben aquellos que no la conocen, o los que cometieron el error de abandonarla, comprar ese retorno, desde luego, no al precio de su sangre (aunque a ese precio la pago Jesucristo), pero si al de algunos esfuerzos y trabajos, bien leves por otra parte, verán claramente al menos que esas condiciones no han sido impuestas a los hombres por una voluntad humana, sino por orden y voluntad de Dios, y, por lo tanto, con la ayuda de la gracia celestial, experimentaran por sí mismos la verdad de esta divina palabra: "Mi yugo es dulce y mi carga ligera" (Ep 5,25).

Por esto, poniendo nuestra principal esperanza en el "Padre de la luz, de quien desciende toda gracia y todo don perfecto" (Jc 1,17), en aquel que solo "da el acrecentamiento" (Jc 1,17). Nos le pedimos, con vivas instancias, se digne poner en Nos el don de persuadir.



2. Dios, sin duda, puede operar por sí mismo y por su sola virtud todo lo que realizan los seres creados; pero, por un consejo misericordioso de su Providencia, ha preferido, para ayudar a los hombres, servirse de los hombres. Por mediación y ministerio de los hombres da ordinariamente a cada uno, en el orden puramente natural, la perfección que le es debida, y se vale de ellos, aún en el orden sobrenatural, para conferirles la santidad y la salud.

Pero es evidente que ninguna comunicación entre los hombres puede realizarse sino por el medio de las cosas exteriores y sensibles. Por esto el Hijo de Dios tomo la naturaleza humana, El, que teniendo la forma de Dios…, se anonado, tomando la forma de esclavo y haciéndose semejante a los hombres (Ph 2,6-7): y así, mientras vivió en la tierra, revelo a los hombres, conversando con ellos, su doctrina y sus leyes.

Pero como su misión divina debía ser perdurable y perpetua, se rodeo de discípulos, a los que dio parte de su poder, y haciendo descender sobre ellos desde lo alto de los cielos "el espíritu de verdad", les mando recorrer toda la tierra y predicar fielmente a todas las naciones lo que El mismo había ensenado y prescrito, a fin de que, profesando su doctrina y obedeciendo sus leyes, el género humano pudiese adquirir la santidad en la tierra y en el cielo la bienaventuranza eterna.


Naturaleza sacramental de la Iglesia


3. Tal es el plan a que obedece la constitución de la Iglesia, tales Son los principios que han presidido su nacimiento. Si miramos en ella el fin último que se propone y las causas inmediatas por las que produce la santidad en las almas, seguramente la Iglesia es espiritual; pero si consideramos los miembros de que se compone y los medios por los que los dones espirituales llegan hasta nosotros, la Iglesia es exterior y necesariamente visible. Por signos que penetran en los ojos y por los oídos fue como los apóstoles recibieron la misión de enseñar; y esta misión no la cumplieron de otro modo que por palabras y actos igualmente sensibles, así su voz, entrando por el oído exterior, engendraba la fe en las almas: "la fe viene por la audición, y la audición por la palabra de Cristo" (Rm 10,17).

Y la fe misma, esto es, el asentimiento a la primera y soberana verdad, por su naturaleza, esta encerrada en el espíritu, pero debe salir al exterior por la evidente profesión que de ella se hace: "pues se cree de corazón para la justicia; pero se confiesa por la boca para la salvación" (Rm 10,17), así, nada es mas intimo en el hombre que la gracia celestial, que produce en él la salvación, pero exteriores Son los instrumentos ordinarios y principales por los que la gracia se nos comunica: queremos hablar de los sacramentos, que Son administrados con ritos especiales por hombres evidentemente escogidos para ese ministerio. Jesucristo ordeno a los apóstoles y a los sucesores de los apóstoles que instruyeran y gobernaran a los pueblos: ordeno a los pueblos que recibiesen su doctrina y se sometieran dócilmente a su autoridad. Pero esas relaciones mutuas de derechos y de deberes en la sociedad cristiana no solamente no habrían podido ser duraderas, pero ni aún habrían podido establecerse sin la mediación de los sentidos, intérpretes y mensajeros de las cosas.



4. Por todas estas razones, la Iglesia es con frecuencia llamada en las sagradas letras un cuerpo, y también el cuerpo de Cristo. "Sois el cuerpo de Cristo" (). Porque la Iglesia es un cuerpo visible a los ojos; porque es el cuerpo de Cristo, es un cuerpo vivo, activo, lleno de savia, sostenido y animado como esta por Jesucristo, que lo penetra con su virtud, como, aproximadamente, el tronco de la viña alimenta y hace fértiles a las ramas que le están unidas. En los seres animados, el principio vital es invisible y oculto en lo más profundo del ser, pero se denuncia y manifiesta por el movimiento y la acción de los miembros; así, el principio de vida sobrenatural que anima a la Iglesia se manifiesta a todos los ojos por los actos que produce.

De aquí se sigue que están en un pernicioso error los que, haciéndose una Iglesia a medida de sus deseos, se la imaginan como oculta y en manera alguna visible, y aquellos otros que la miran como una institución humana, provista de una organización, de una disciplina y ritos exteriores, pero sin ninguna comunicación permanente de los dones de la gracia divina, sin nada que demuestre por una manifestación diaria y evidente la vida sobrenatural que recibe de Dios.

Lo mismo una que otra concepción son igualmente incompatibles con la Iglesia de Jesucristo, como el cuerpo o el alma Son por sí solos incapaces de constituir el hombre. El conjunto y la unión de estos dos elementos son indispensables a la verdadera Iglesia, como la íntima unión del alma y del cuerpo es indispensable a la naturaleza. La Iglesia no es una especie de cadáver; es el cuerpo de Cristo, animado con su vida sobrenatural. Cristo mismo, jefe y modelo de la Iglesia, no está entero si se considera en El exclusivamente la naturaleza humana y visible, como hacen los discípulos de Fotino o Nestorio, o únicamente la naturaleza divina e invisible, como hacen los monofisitas; pero Cristo es uno por la unión de las dos naturalezas, visible e invisible, y es uno en las dos: del mismo modo, su Cuerpo místico no es la verdadera Iglesia sino a condición de que sus partes visibles tomen su fuerza y su vida de los dones sobrenaturales y otros elementos invisibles; y de esta unión es de la que resulta la naturaleza de sus mismas partes exteriores.

Mas como la Iglesia es así por voluntad y orden de Dios, así debe permanecer sin ninguna interrupción hasta el fin de los siglos, pues de no ser así no habría sido fundada para siempre, y el fin mismo a que tiende quedaría limitado en el tiempo y en el espacio; doble conclusión contraria a la verdad. Es cierto, por consiguiente, que esta reunión de elementos visibles e invisibles, estando por la voluntad de Dios en la naturaleza y la constitución intima de la Iglesia, debe durar, necesariamente, tanto como la misma Iglesia dure.



5. No es otra la razón en que se funda San Juan Crisóstomo cuando nos dice: "No te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra. No envejece jamás, su vigor es eterno. Por eso la Escritura, para demostrarnos su solidez inquebrantable, le da el nombre de Montaña " (Hom. De capto Eutropio n. 6) San Agustín añade: "Los infieles creen que la religión cristiana debe durar cierto tiempo en el mundo para luego desaparecer. Durara tanto como el sol; y mientras el sol siga saliendo y poniéndose, es decir, mientras dure el curso de los tiempos, la Iglesia de Dios, esto es, el Cuerpo de Cristo, no desaparecerá del mundo" (In Psalm. 71 n. 8). Y el mismo Padre dice en otro lugar: "La Iglesia vacilara si su fundamento vacila; pero ¿cómo podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueara jamás hasta el fin de los tiempos. ¿Donde están los que dicen: La Iglesia ha desaparecido del mundo, cuando ni siquiera puede flaquear?" (Enarrat. in Psalm. 103 serm. 2 n. 2).

Estos Son los fundamentos sobre los que debe apoyarse quien busca la verdad. La Iglesia ha sido fundada y constituida por Jesucristo nuestro Señor; por tanto, cuando inquirimos la naturaleza de la Iglesia, lo esencial es saber lo que Jesucristo ha querido hacer y lo que ha hecho en realidad. Hay que seguir esta regla cuando sea preciso tratar, sobre todo, de la unidad de la Iglesia, asunto del que nos ha parecido bien, en interés de todo el mundo, hablar algo en las presentes letras.



LEON XIII, MAGISTERIO - 15. Nuevo Motivo: Las afrentas hechas a la Virgen.