LEON XIII, MAGISTERIO - Unidad de régimen

Unidad de régimen


23. Pero así como la doctrina celestial no ha estado nunca abandonada al capricho o al juicio individual de los hombres, sino que ha sido primeramente ensenada por Jesús, después confiada exclusivamente al magisterio de que hemos hablado, tampoco al primero que llega entre el pueblo cristiano, sino a ciertos hombres escogidos ha sido dada por Dios la facultad de cumplir y administrar los divinos misterios y el poder de mandar y de gobernar.

Solo a los apóstoles y a sus legítimos sucesores se refieren estas palabras de Jesucristo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio… bautizad a los hombres… haced esto en memoria mía… A quien remitierais los pecados le serán remitidos". Del mismo modo, solo a los apóstoles y a sus legítimos sucesores se les ordeno apacentar el rebano, esto es, gobernar con autoridad al pueblo cristiano, que por este mandato quedo obligado a prestarles obediencia y sumisión. El conjunto de todas estas funciones del ministerio apostólico esta comprendido en estas palabras de San Pablo: "Que los hombres nos miren como a ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1Co 4,1).

De este modo, Jesucristo llamo a todos los hombres sin excepción, a los que existían en su tiempo y a los que debían de existir en adelante, para que le siguiesen como a Jefe y Salvador, y no aislada e individualmente, sino todos en conjunto, unidos en una asociación de personas, de corazones, para que de esta multitud resultase un solo pueblo, legítimamente constituido en sociedad; un pueblo verdaderamente uno por la comunidad de fe, de fin y de medios apropiados a éste; un pueblo sometido a un solo y mismo poder.

De hecho, todos los principios naturales que entre los hombres crean espontáneamente la sociedad destinada a proporcionarles la perfección de que su naturaleza es capaz, fueron establecidos por Jesucristo en la Iglesia, de modo que, en su seno, todos los que quieran ser hijos adoptivos de Dios pueden llegar a la perfección conveniente a su dignidad y conservarla, y así lograr su salvación. La Iglesia, pues, como ya hemos indicado, debe servir a los hombres de guía en el camino del cielo, y Dios le ha dado la misión de juzgar y de decidir por sí misma de todo lo que atañe a la religión, y de administrar, según su voluntad, libremente y sin cortapisas de ningún género, los intereses cristianos.



24. Es, por lo tanto, no conocerla bien o calumniarla injustamente el acusarla de querer invadir el dominio propio de la sociedad civil o de poner trabas a los derechos de los soberanos. Todo lo contrario; Dios ha hecho de la Iglesia la más excelente de todas las sociedades, pues el fin a que se dirige sobrepuja en nobleza al fin de las demás sociedades, tanto como la gracia divina sobrepuja a la naturaleza y los bienes inmortales Son superiores a las cosas perecederas.

Por su origen es, pues, la Iglesia una sociedad divina; por su fin y por los medios inmediatos que la conducen es sobrenatural; por los miembros de que se compone, y que Son hombres, es una sociedad humana. Por esto la vemos designada en las Sagradas Escrituras con los nombres que convienen a una sociedad perfecta. Llámasela no solamente Casa de Dios, la Ciudad colocada sobre la Montaña y donde todas las naciones deben reunirse, sino también Rebano que debe gobernar un solo pastor y en el que deben refugiarse todas las ovejas de Cristo; también es llamada Reino suscitado por Dios y que durara eternamente; en fin, Cuerpo de Cristo, Cuerpo místico, sin duda, pero vivo siempre, perfectamente formado y compuesto de gran número de miembros, cuya función es diferente, pero ligados entre si y unidos bajo el imperio de la Cabeza, que todo lo dirige.

Y pues es imposible imaginar una sociedad humana verdadera y perfecta que no esté gobernada por un poder soberano cualquiera, Jesucristo debe haber puesto a la cabeza de la Iglesia un jefe supremo, a quien toda la multitud de los cristianos fuese sometida y obediente. Por esto también, del mismo modo que la Iglesia, para ser una en su calidad de reunión de los fieles, requiere necesariamente la unidad de la fe, también para ser una en cuanto a su condición de sociedad divinamente constituida ha de tener de derecho divino la unidad de gobierno, que produce y comprende la unidad de comunión. "La unidad de la Iglesia debe ser considerada bajo dos aspectos: primero, el de la conexión mutua de los miembros de la Iglesia o la comunicación que entre ellos existe, y en segundo lugar, el del orden, que liga a todos los miembros de la Iglesia a un solo jefe (Santo Tomas de Aquino, Suma teol. II-II 39,1).

Por aquí se puede comprender que los hombres no se separan menos de la unidad de la Iglesia por el cisma que por la herejía. "Se señala como diferencia entre la herejía y el cisma que la herejía profesa un dogma corrompido, y el cisma, consecuencia de una disensión entre el episcopado, se separa de la Iglesia" (San Jerónimo, Commentar. in epist. ad Titum c. 3 v. 10-11).

Estas palabras concuerdan con las de San Juan Crisóstomo sobre el mismo asunto: "Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la herejía" (San Juan Crisóstomo, Hom. 11 in epist. ad Ep n. 5). Por esto, si ninguna herejía puede ser legitima, tampoco hay cisma que pueda mirarse como promovido por un buen derecho. "Nada es mas grave que el sacrilegio del cisma: no hay necesidad legitima de romper la unidad" (San Agustín, Contra epist. Parmeniani II c. n. 25).


El Primado de Pedro


25. ¿Y cuál es el poder soberano a que todos los cristianos deben obedecer y cuál es su naturaleza? Solo puede determinarse comprobando y conociendo bien la voluntad de Cristo acerca de este punto. Seguramente Cristo es el Rey eterno, y eternamente, desde lo alto del cielo, continua dirigiendo y protegiendo invisiblemente su reino; pero como ha querido que este reino fuera visible, ha debido designar a alguien que ocupe su lugar en la tierra después que él mismo subió a los cielos.

"Si alguno dice que el único jefe y el único pastor es Jesucristo, que es el único esposo de la Iglesia única, esta respuesta no es suficiente. Es cierto, en efecto, que el mismo Jesucristo obra los sacramentos en la Iglesia. El es quien bautiza, quien remite los pecados; es el verdadero Sacerdote que se ofrece sobre el altar de la cruz y por su virtud se consagra todos los días su cuerpo sobre el altar, y, no obstante, como no debía permanecer con todos los fieles por su presencia corpórea, escogió ministros por cuyo medio pudieran dispensarse a los fieles los sacramentos de que acabamos de hablar, como lo hemos dicho más arriba (c. 74). Del mismo modo, porque debía sustraer a la Iglesia su presencia corporal, fue preciso que designara a alguien para que, en su lugar, cuidase de la Iglesia universal. Por eso dijo a Pedro antes de su ascensión: ‘Apacienta mis ovejas’" (Santo Tomas de Aquino, Contra Gentes IV c. 76).



26. Jesucristo, pues, dio a Pedro a la Iglesia por jefe soberano, y estableció que este poder, instituido hasta el fin de los siglos para la salvación de todos, pasase por herencia a los sucesores de Pedro, en los que el mismo Pedro se sobreviviría perpetuamente por su autoridad. Seguramente al bienaventurado Pedro, y fuera de él a ningún otro, se hizo esta insigne promesa: "Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,13). "Es a Pedro a quien el Señor hablo; a uno solo, a fin de fundar la unidad por uno solo" (San Paciano, Epist. 3 ad Sempronium n. 11).

"En efecto, sin ningún otro preámbulo, designa por su nombre al padre del apóstol y al apóstol mismo (Tu eres bienaventurado, Simón, hijo de Jonás), y no permitiendo ya que se le llame Simón, reivindica para él en adelante como suyo en virtud de su poder, y quiere por una imagen muy apropiada que así se llame al nombre de Pedro, porque es la piedra sobre la que debía fundar su Iglesia" (San Cirilo Alej., In evang. Ioann. II c. l v. 42).

Según este oráculo, es evidente que, por voluntad y orden de Dios, la Iglesia esta establecida sobre el bienaventurado Pedro, como el edificio sobre los cimientos. Y pues la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad y solidez de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble. Pero ¿como podría desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar; en una palabra: un poder de jurisdicción propio y verdadero? Es evidente que los Estados y las sociedades no pueden subsistir sin un poder de jurisdicción. Una primacía de honor, o el poder tan modesto de aconsejar y advertir que se llama poder de dirección, Son incapaces de prestar a ninguna sociedad humana un elemento eficaz de unidad y de solidez.



27. Por el contrario, el verdadero poder de que hablamos esta declarado y afirmado con estas palabras: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".

"¿Qué es decir contra ella? ¿Es contra la piedra sobre la que Jesucristo edifico su Iglesia? ¿Es contra la Iglesia? La frase resulta ambigua. ¿Será para significar que la piedra y la Iglesia no Son sino una misma cosa? Si; eso es, a lo que creo, la verdad; pues las puertas del infierno no prevalecerán ni contra la piedra sobre la que Jesucristo fundo la Iglesia, ni contra la Iglesia misma" (Origenes, Comment. in Matth. XII n. 11). He aquí el alcance de esta divina palabra: La Iglesia apoyada en Pedro, cualquiera que sea la habilidad que desplieguen sus enemigos, no podrá sucumbir jamás ni desfallecer en lo más mínimo.

"Siendo la Iglesia el edificio de Cristo, quien sabiamente ha edificado su casa sobre piedra, no puede estar sometida a las puertas del infierno; éstas pueden prevalecer contra quien se encuentre fuera de la piedra, fuera de la Iglesia, pero Son impotentes contra ésta" (Origenes, Comment. in Matth. XII n. 11). Si Dios ha confiado su Iglesia a Pedro, ha sido con el fin de que ese sostén invisible la conserve siempre en toda su integridad. La ha investido de la autoridad, porque para sostener real y eficazmente una sociedad humana, el derecho de mandar es indispensable a quien la sostiene.



28. Jesús añade aun: "Y te daré las llaves del reino de los cielos", y es claro que continua hablando de la Iglesia, de esta Iglesia que acaba de llamar suya y que ha declarado querer edificar sobre Pedro como sobre su fundamento. La Iglesia ofrece, en efecto, la imagen no solo de un edificio, sino de un reino; y además nadie ignora que las llaves Son la insignia ordinaria de la autoridad. Así, cuando Jesús promete dar a Pedro las llaves del reino de los cielos, promete darle el poder y la autoridad de la Iglesia. "El Hijo le ha dado (a Pedro) la misión de esparcir en el mundo entero el conocimiento del Padre y del Hijo y ha dado a un hombre mortal todo el poder de los cielos al confiar las llaves a Pedro, que ha extendido la Iglesia hasta las extremidades del mundo y que la ha mostrado mas inquebrantable que el cielo" (San Juan Crisóstomo, Hom. 54 int Matth. n. 2).



29. Lo que sigue tiene también el mismo sentido: "Todo lo que atares en la tierra será también atado en el cielo, y lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo". Esta expresión figurada: atar y desatar, designa el poder de establecer leyes y el de juzgar y castigar. Y Jesucristo afirma que ese poder tendrá tanta extensión y tal eficacia, que todos los decretos dados por Pedro serán ratificados por Dios. Este poder es, pues, soberano y de todo punto independiente, porque no hay sobre la tierra otro poder superior al suyo que abrace a toda la Iglesia y a todo lo que esta confiado a la Iglesia.



30. La promesa hecha a Pedro fue cumplida cuando Jesucristo nuestro Señor, después de su resurrección, habiendo preguntado por tres veces a Pedro si le amaba más que los otros, le dijo en tono imperativo: "Apacienta mis corderos… apacienta mis ovejas" (Jn 21,16-17).

Es decir, que a todos los que deben estar un día en su aprisco les envía a Pedro como a su verdadero pastor. "Si el Señor pregunta lo que no le ofrece duda, no quiere, indudablemente, instruirse, sino instruir a quien, a punto de subir al cielo, nos dejaba por Vicario de su amor… Y porque solo entre todos Pedro profesaba este amor, es puesto a la cabeza de los mas perfectos para gobernarlos, por ser él mismo mas perfecto" (San Ambrosio, Exposit. in evang. sec. Lc X n. 175-176). El deber y el oficio del pastor es guiar al rebano, velar por su salud, procurándole pastos saludables, librándole de los peligros, descubriendo los lazos y rechazando los ataques violentos; en una palabra: ejerciendo la autoridad del gobierno. Y pues Pedro ha sido propuesto como pastor al rebano de fieles, ha recibido el poder de gobernar a todos los hombres, por cuya salvación Jesucristo dio su sangre "¿Y por qué vertió su sangre? Para rescatar a esas ovejas que ha confiado a Pedro y a sus sucesores" (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio II).



31. Y porque es necesario que todos los cristianos estén unidos entre si por la comunidad de una fe inmutable, nuestro Señor Jesucristo, por la virtud de sus oraciones, obtuvo para Pedro que en el ejercicio de su poder no desfalleciera jamás su fe. "He orado por ti a fin de que tu fe no desfallezca" (Lc 22,32).

Y le ordeno además que, cuantas veces lo pidieran las circunstancias, comunicase a sus hermanos la luz y la energía de su alma: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Aquel, pues, a quien, designado como fundamento de la Iglesia, quiere que sea columna de la fe. Pues que de su propia autoridad le dio el reino, no podía afirmar su fe de otro modo que llamándole Piedra y designándole como el fundamento que debía afirmar su Iglesia (San Ambrosio, De fide IV n. 56).


Soberanía de Cristo


32. De aquí que ciertos nombres que designan muy grandes cosas y que "pertenecen en propiedad a Jesucristo en virtud de su poder, Jesús mismo ha querido hacerlas comunes a El y a Pedro por participación (San León Magno, Serm. 4 c. 2), a fin de que la comunidad de títulos manifestase la comunidad del poder. Así, El, que es la piedra principal del ángulo sobre la que todo el edificio construido se eleva como un templo sagrado en el Señor" (Ep 2,21), ha establecido a Pedro como la piedra sobre la que debía estar apoyada su Iglesia. "Cuando dice: Tu eres la piedra, esta palabra le confiere un hermoso titulo de nobleza. Y, sin embargo, es la piedra, no como Cristo es la piedra, sino como Pedro puede ser la piedra. Cristo es esencialmente la piedra inquebrantable, y por ésta es por quien Pedro es la piedra. Porque Cristo comunica sus dignidades sin empobrecerse… Es sacerdote y hace sacerdotes… Es piedra y hace de su apóstol la piedra" (San Basilio, Hom. de poenitentia n. 4).

Es, además, el Rey de la Iglesia, "que posee la llave de David; cierra, y nadie puede abrir; abre, y nadie puede cerrar" (Ap 3,7), y por eso, al dar las llaves a Pedro, le declara jefe de la sociedad cristiana. Es también el Pastor supremo, que a sí mismo se llama el Buen Pastor (Jn 10,11), y por eso también ha nombrado a Pedro pastor de sus corderos y ovejas Por esto dice San Crisóstomo:

"Era el principal entre los apóstoles, era como la boca de los otros discípulos y la cabeza del cuerpo apostólico… Jesús, al decirle que debe tener en adelante confianza, porque la mancha de su negación esta ya borrada, le confía el gobierno de sus hermanos. Si tu me amas, sé jefe de tus hermanos" (San Juan Crisóstomo, Hom. 88 in Ioann. n. 1). Finalmente, aquel que confirma "en toda buena obra y en toda buena palabra" (2Th 2,16) es quien manda a Pedro que confirme a sus hermanos.

San León el Grande dice con razón: "Del seno del mundo entero, Pedro solo ha sido elegido para ser puesto a la cabeza de todas las naciones llamadas, de todos los apóstoles, de todos los Padres de la Iglesia; de tal suerte que, aunque haya en el pueblo de Dios muchos pastores, Pedro, sin embargo, rige propiamente a todos los que Son principalmente regidos por Cristo" (San León Magno, Serm. 4 c. 11). Sobre el mismo asunto escribe San Gregorio el Grande al emperador Mauricio Augusto: "Para todos los que conocen el Evangelio, es evidente que, por la palabra del Señor, el cuidado de toda la Iglesia ha sido confiado al santo apóstol Pedro, jefe de todos los apóstoles… Ha recibido las llaves del reino de los cielos, el poder de atar y desatar le ha sido concedido, y el cuidado y el gobierno de toda la Iglesia le ha sido confiado" (San Gregorio Magno, Epistolarum V epist. 20).


Los sucesores de Pedro


33. Y pues esta autoridad, al formar parte de la constitución y de la organización de la Iglesia como su elemento principal, es el principio de la unidad, el fundamento de la seguridad y de la duración perpetua, se sigue que de ninguna manera puede desaparecer con el bienaventurado Pedro, sino que debía necesariamente pasar a sus sucesores y ser transmitida de uno a otro. "La disposición de la verdad permanece, pues el bienaventurado Pedro, perseverando en la firmeza de la piedra, cuya virtud ha recibido, no puede dejar el timón de la Iglesia, puesto en su mano" (San León Magno, Serm. 3 c. 3).

Por esto los Pontífices, que suceden a Pedro en el episcopado romano, poseen de derecho divino el poder supremo de la Iglesia. "Nos definimos que la Santa Sede Apostólica y el Pontífice Romano poseen la primacía sobre el mundo entero, y que el Pontífice Romano es el sucesor del bienaventurado Pedro, Príncipe de los apóstoles, y que es el verdadero Vicario de Jesucristo, el Jefe de toda la Iglesia, el Padre y el Doctor de todos los cristianos, y que a él, en la persona del bienaventurado Pedro, ha sido dado por nuestro Señor Jesucristo el pleno poder de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal; así como esta contenido tanto en las actas de los concilios ecuménicos como en los sagrados canones" (Concilio Florentino). El cuarto concilio de Letrán dice también: "La Iglesia romana…, por la disposición del Señor, posee el principado del poder ordinario sobre las demás Iglesias, en su cualidad de madre y maestra de todos los fieles de Cristo".



34. Tal había sido antes el sentimiento unánime de la antigüedad, que sin la menor duda ha mirado y venerado a los Obispos de Roma como a los sucesores legítimos del bienaventurado Pedro. ¿Quién podrá ignorar cuan numerosos y cuan claros Son acerca de este punto los testimonios de los Santos Padres? Bien elocuente es el de San Ireneo, que habla así de la Iglesia romana: "A esta Iglesia, por su preeminencia superior, debe necesariamente reunirse toda la Iglesia" (San Ireneo, Adr. haeres. III c. 3 n. 2).

San Cipriano afirma también de la Iglesia romana que es "la raíz y madre de la Iglesia católica (San Cipriano, Epist. 48 ad Cornelium n. 3), la Cátedra de Pedro y la Iglesia principal, aquella de donde ha nacido la unidad sacerdotal" (San Cipriano, Epist. 59 ad Cornelium n. 14). La llama "Cátedra de Pedro", porque esta ocupada por el sucesor de Pedro; "Iglesia principal", a causa del principado conferido a Pedro y a sus legítimos sucesores; "aquella de donde ha nacido la unidad", porque, en la sociedad cristiana, la causa eficiente de la unidad es la Iglesia romana.

Por esto San Jerónimo escribe lo que sigue a Dámaso: "Hablo al sucesor del Pescador y al discípulo de la Cruz… Estoy ligado por la comunión a Vuestra Beatitud, es decir, a la Cátedra de Pedro. Sé que sobre esa piedra se ha edificado la Iglesia" (San Jerónimo, Epist. 15 ad Damasum n. 2).

El método habitual de San Jerónimo para reconocer si un hombre es católico es saber si esta unido a la Cátedra romana de Pedro. "Si alguno esta unido a la Cátedra romana de Pedro, ése es mi hombre" (San Jerónimo, Epist. 16 ad Damasum n. 2). Por un método análogo, San Agustín declara abiertamente que en la Iglesia romana esta siempre contenido lo principal de la Cátedra apostólica (San Agustín, Epist. 43 n. 7), y afirma que quien se separa de la fe romana no es católico. "No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana" (San Agustín, Serm. 120 n. 13).

Y lo mismo San Cipriano: "Estar en comunión con Cornelio es están en comunión con la Iglesia católica" (San Cipriano, Epist. 55 n. l).

El abad máximo enseña igualmente que el sello de la verdadera fe y de la verdadera comunión consiste en estar sometido al Pontífice Romano. "Quien no quiera ser hereje ni sentar plaza de tal no trate de satisfacer a éste ni al otro… Apresúrese a satisfacer en todo a la Sede de Roma. Satisfecha la Sede de Roma, en todas partes y a una sola voz le proclamaran pío y ortodoxo. Y el que de ello quiera estar persuadido, será en vano que se contente con hablar si no satisface y si no implora .al bienaventurado Papa de la Santísima Iglesia de los Romanos, esto es, la Sede apostólica". Y he aquí, según él, la causa y la explicación de este hecho… La Iglesia romana ha recibido del Verbo de Dios encarnado, y según los santos concilios, según los santos canones y las definiciones posee, sobre la universalidad de las santas Iglesias de Dios que existen sobre la superficie de la tierra, el imperio y la autoridad, en todo y por todo, y el poder de atar y desatar. Pues cuando ella ata y desata, el Verbo, que manda a las virtudes celestiales, ata y desata también en el cielo (Máximo Abad, Defloratio ex epístola ad Petrum illustrem).



35. Era esto, pues, un articulo de la fe cristiana; era un punto reconocido y observado constantemente, no por una nación o por un siglo, sino por todos los siglos, y por Oriente no menos que por Occidente, conforme recordaba el sínodo de Éfeso, sin levantar la menor contradicción el sacerdote Felipe, legado del Pontífice Romano: "No es dudoso para nadie y es cosa conocida en todos los tiempos que el Santo y bienaventurado Pedro, Príncipe y Jefe de los apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano, las llaves del reino, y que el poder de atar y desatar los pecados fue dado a ese mismo apóstol, quien hasta el presente momento y siempre vive en sus sucesores y ejerce por medio de ellos su autoridad" (Concilio de Éfeso, actio). Todo el mundo conoce la sentencia del concilio de Calcedonia sobre el mismo asunto: "Pedro ha hablado… por boca de León", sentencia a la que la voz del tercer concilio de Constantinopla respondió como un eco: "El soberano Príncipe de los apóstoles combatía al lado nuestro, pues tenemos en nuestro favor su imitador y su sucesor en su Sede… No se veía al exterior (mientras se leía la carta del Pontífice Romano) más que el papel y la tinta, y era Pedro quien hablaba por boca de Agaton" (Concilio de Constantinopla III, actio 18). En la formula de profesión de fe católica, propuesta en términos precisos por Hormisdas en los comienzos del siglo VI y suscrita por el emperador Justiniano y los patriarcas Epifanio, Juan y Mennas, se expreso el mismo pensamiento con gran vigor: "Como la sentencia de nuestro Señor Jesucristo, que dice: "Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", no puede ser desatendida, lo que ha dicho esta confirmado por la realidad de los hechos, pues en la Sede Apostólica la religión católica se ha conservado sin ninguna mancha" (Formula de profesión de fe católica, post epist. 26 ad omnes episC. Hispan. n. 4).

No queremos enumerar todos los testimonios; pero, no obstante, nos place recordar la formula con que Miguel Paleólogo hizo su profesión de fe en el segundo concilio de Lyon: "La Santa Iglesia romana posee también el soberano y pleno primado y principal sobre la Iglesia católica universal, y reconoce con verdad y humildad haber recibido este primado y principado con la plenitud del poder del Señor mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, príncipe o jefe de los apóstoles, y de quien el Pontífice romano es el sucesor. Y por lo mismo que esta encargado de defender, antes que las demás, la verdad de la fe, también cuando se levantan dificultades en puntos de fe, es a su juicio al que las demás deben atenerse" (Concilio II de Lyon, actio 4: Formula de profesión de fe de Miguel Paleólog).


El Colegio episcopal


36. De que el poder de Pedro y de sus sucesores es pleno y soberano no se ha de deducir, sin embargo, que no existen otros en la Iglesia. Quien ha establecido a Pedro como fundamento de la Iglesia, también "ha escogido doce de sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles" (Lc 6,13). Así, del mismo modo que la autoridad de Pedro es necesariamente permanente y perpetua en el Pontificado romano, también los obispos, en su calidad de sucesores de los apóstoles, Son los herederos del poder ordinario de los apóstoles, de tal suerte que el orden episcopal forma necesariamente parte de la constitución intima de la Iglesia. Y aunque la autoridad de los obispos no sea ni plena, ni universal, ni soberana, no debe mirárselos como a simples Vicarios de los Pontífices romanos, pues poseen una autoridad que les es propia, y llevan en toda verdad el nombre de Prelados ordinarios de los pueblos que gobiernan.



37. Pero como el sucesor de Pedro es único, mientras que los de los apóstoles Son muy numerosos, conviene estudiar qué vínculos, según la constitución divina, unen a estos últimos al Pontífice Romano. Y desde luego la unión de los obispos con el sucesor de Pedro es de una necesidad evidente y que no puede ofrecer la menor duda; pues si este vinculo se desata, el pueblo cristiano mismo no es más que una multitud que se disuelve y se disgrega, y no puede ya en modo alguno formar un solo cuerpo y un solo rebano. "La salud de la Iglesia depende de la dignidad del soberano sacerdote: si no se atribuye a éste un poder aparte y sobre todos los demás poderes, habrá en la Iglesia tantos cismas como sacerdotes" (San Jerónimo, Dialogo Contra luciferianos n. 9).

Por esto hay necesidad de hacer aquí una advertencia importante. Nada ha sido conferido a los apóstoles independientemente de Pedro; muchas cosas han sido conferidas a Pedro aislada e independientemente de los apóstoles. San Juan Crisóstomo, explicando las palabras de Jesucristo (Jn 21,15), se pregunta: "¿Por qué dejando a un lado a los otros se dirige Cristo a Pedro?", y responde formalmente: "Porque era el principal entre los apóstoles, como la boca de los demás discípulos y el jefe del cuerpo apostólico" (San Juan Crisóstomo, Hom. 88 in Ioann. n. 1). Solo él, en efecto, fue designado por Cristo para fundamento de la Iglesia. A él le fue dado todo el poder de atar y de desatar; a él solo confió el poder de apacentar el rebano. Al contrario, todo lo que los apóstoles han recibido en lo que se refiere al ejercicio de funciones y autoridad lo han recibido conjuntamente con Pedro. "Si la divina Bondad ha querido que los otros príncipes de la Iglesia tengan alguna cosa en común con Pedro, lo que no ha rehusado a los demás no se les ha dado jamás sino con él". "El solo ha recibido muchas cosas, pero nada se ha concedido a ninguno sin su participación" (San León Magno, Serm. 4 c. 2).

Por donde se ve claramente que los obispos perderían el derecho y el poder de gobernar si se separasen de Pedro o de sus sucesores. Por esta separación se arrancan ellos mismos del fundamento sobre que debe sustentarse todo el edificio y se colocan fuera del mismo edificio; por la misma razón quedan excluidos del rebano que gobierna el Pastor supremo y desterrados del reino cuyas llaves ha dado Dios a Pedro solamente.


La necesaria unión con Pedro


38. Estas consideraciones hacen que se comprenda el plan y el designio de Dios en la constitución de la sociedad cristiana. Este plan es el siguiente: el Autor divino de la Iglesia, al decretar dar a ésta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro y a sus sucesores para establecer en ellos el principio y como el centro de la unidad. Por esto escribe San Cipriano: hay, para llegar a la fe, una demostración fácil que resume la verdad. El Señor se dirige a Pedro en estos términos: "Te digo que eres Pedro"… Es, pues, sobre uno sobre quien edifica la Iglesia Y aunque después de su resurrección confiere a todos los apóstoles un poder igual, y les dice: "Como mi Padre me envió…", no obstante, para poner la unidad en plena luz, coloca en uno solo, por su autoridad, el origen y el punto de partida de esta misma unidad (San Cipriano, De unitate Ecclesiae n. 4).

Y San Optato de Mileve: "Tu sabes muy bien -escribe-, tu no puedes negarlo, que es a Pedro el primero a quien ha sido conferida la Cátedra episcopal en la ciudad de Roma; es en la que esta sentado el jefe de los apóstoles, Pedro, que por esto ha sido llamado Cefas. En esta Cátedra única es en la que todos debían guardar la unidad, a fin de que los demás apóstoles no pudiesen atribuírsela cada uno en su Sede, y que fuera en adelante cismático y prevaricador quien elevara otra Cátedra contra esta Cátedra única" (San Optato De Mileve, De schismate donatistarum II).

De aquí también esta sentencia del mismo San Cipriano, según la que la herejía y el cisma se producen y nacen del hecho de negar al poder supremo la obediencia que le es debida: "La única fuente de donde han surgido las herejías y de donde han nacido los cismas es que no se obedece al Pontífice de Dios ni se quiere reconocer en la Iglesia un solo Pontífice y un solo juez, que ocupa el lugar de Cristo" (San Cipriano, Epist. l2 ad Cornelium n. 5).



39. Nadie, pues, puede tener parte en la autoridad si no esta unido a Pedro, pues seria absurdo pretender que un hombre excluido de la Iglesia tuviese autoridad en la Iglesia. Fundándose en esto, Optato de Mileve, reprendía así a los donatistas: "Contra las puertas del infierno, como lo leemos en el Evangelio, ha recibido las llaves de salud Pedro, es decir, nuestro jefe, a quien Jesucristo ha dicho: "Te daré las llaves del reino de los cielos, y las puertas del infierno no triunfaran jamás de ellas". ¿Como, pues, tratáis de atribuiros las llaves del reino de los cielos, vosotros que combatís la cátedra de Pedro?" (San Optato De Mileve, De schismate donatistarum II n. 4-5)

Pero el orden de los obispos no puede ser mirado como verdaderamente unido a Pedro, de la manera que Cristo lo ha querido, sino en cuanto esta sometido y obedece a Pedro; sin esto, se dispersa necesariamente en una multitud en la que reinan la confusión y el desorden. Para conservar la unidad de fe y comunión, no bastan ni una primacía de honor ni un poder de dirección; es necesaria una autoridad verdadera y al mismo tiempo soberana, a la que obedezca toda la comunidad. ¿Qué ha querido, en efecto, el Hijo de Dios cuando ha prometido las llaves del reino de los cielos solo a Pedro? Que las llaves signifiquen aquí el poder supremo; el uso bíblico y el consentimiento unánime de los Padres no permiten dudarlo. Y no se pueden interpretar de otro modo los poderes que han sido conferidos, sea a Pedro separadamente, o ya a los demás apóstoles conjuntamente con Pedro. Si la facultad de atar y desatar, de apacentar el rebano, da a los obispos, sucesores de los apóstoles, el derecho de gobernar con autoridad propia al pueblo confiado a cada uno de ellos, seguramente esta misma facultad debe producir idéntico efecto en aquel a quien ha sido designado por Dios mismo el papel de apacentar los corderos y las ovejas. "Pedro no ha sido solo instituido Pastor por Cristo, sino Pastor de los pastores. Pedro, pues, apacienta a los corderos y apacienta a las ovejas; apacienta a los pequeñuelos y a sus madres, gobierna a los súbditos y también a los prelados, pues en la Iglesia, fuera de los corderos y de las ovejas, no hay nada" (Bruno Obispo, Commentarium in Ioann. p.III c. 21 n. 55).



40. De aquí nacen entre los antiguos Padres estas expresiones que designan aparte al bienaventurado Pedro, y que le muestran evidentemente colocado en un grado supremo de la dignidad y del poder. Le llaman con frecuencia "jefe de la Asamblea de los discípulos; príncipe de los santos apóstoles; corifeo del coro apostólico; boca de todos los apóstoles; jefe de esta familia; aquel que manda al mundo entero; el primero entre los apóstoles; columna de la Iglesia".

La conclusión de todo lo que precede parece hallarse en estas palabras de San Bernardo al papa Eugenio: "¿Quién sois vos? Sois el gran Sacerdote, el Pontífice soberano.

Sois el príncipe de los obispos, el heredero de los apóstoles… Sois aquel a quien las llaves han sido dadas, a quien las ovejas han sido confiadas. Otros además que vos Son también porteros del cielo y pastores de rebaños; pero ese doble titulo es en vos tanto más glorioso cuanto que lo habéis recibido como herencia en un sentido más particular que todos los demás. Estos tienen sus rebaños, que les han sido asignados a cada uno el suyo; pero a vos han sido confiados todos los rebaños; vos únicamente tenéis un solo rebano, formado no solamente por las ovejas, sino también por los pastores; sois el único pastor de todos. Me preguntáis como lo pruebo. Por la palabra del Señor. ¿A quién, en efecto, no digo entre los obispos, sino entre los apóstoles, han sido confiadas absoluta e indistintamente todas las ovejas? Si tú me amas, Pedro, apacienta mis ovejas. ¿Cuales? ¿Los pueblos de tal o cual ciudad, de tal o cual comarca, de tal reino? Mis ovejas, dice. ¿Quién no ve que no se designa a una o algunas, sino que todas se confían a Pedro? Ninguna distinción, ninguna excepción" (San Bernardo, De consideratione II c. 8).



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