LEON XIII, MAGISTERIO - Todos los obispos y cada uno en particular

Todos los obispos y cada uno en particular


41. Seria apartarse de la verdad y contradecir abiertamente a la constitución divina de la Iglesia pretender que cada uno de los obispos, considerados aisladamente, debe estar sometido a la jurisdicción de los Pontífices romanos; pero que todos los obispos, considerados en conjunto, no deben estarlo. ¿Cual es, en efecto, toda la razón de ser y la naturaleza del fundamento? Es la de poner a salvo la unidad y la solidez más bien de todo el edificio que la de cada una de sus partes.

Y esto es mucho más verdadero en el punto de que tratamos, pues Jesucristo nuestro Señor ha querido para la solidez del fundamento de su Iglesia obtener este resultado: que las puertas del infierno no puedan prevalecer contra ella. Todo el mundo conviene en que esta promesa divina se refiere a la Iglesia universal y no a sus partes tomadas aisladamente, pues éstas pueden, en realidad, ser vencidas por el esfuerzo de los infiernos, y ha ocurrido a muchas de ellas separadamente ser, en efecto, vencidas.

Además, el que ha sido puesto a la cabeza de todo el rebano, debe tener necesariamente la autoridad, no solamente sobre las ovejas dispersas, sino sobre todo el conjunto de las ovejas reunidas. ¿Es acaso que el conjunto de las ovejas gobierna y conduce al pastor? Los sucesores de los apóstoles, reunidos, ¿serán el fundamento sobre el que el sucesor de Pedro debería apoyarse para encontrar la solidez?

Quien posee las llaves del reino tiene, evidentemente, derecho y autoridad no solo sobre las provincias aisladas, sino sobre todas a la vez; y del mismo modo que los obispos, cada uno en su territorio, mandan con autoridad verdadera, así a los Pontífices romanos, cuya jurisdicción abraza a toda la sociedad cristiana, tiene todas las porciones de esta sociedad, aún reunidas en conjunto, sometidas y obedientes a su poder. Jesucristo nuestro Señor, según hemos dicho repetidas veces, ha dado a Pedro y a sus sucesores el cargo de ser sus Vicarios, para ejercer perpetuamente en la Iglesia el mismo poder que El ejerció durante su vida mortal. Después de esto, ¿se dira que el colegio de los apóstoles excedía en autoridad a su Maestro?



42. Este poder de que hablamos sobre el colegio mismo de los obispos, poder que las Sagradas Letras denuncian tan abiertamente, no ha cesado la Iglesia de reconocerlo y atestiguarlo. He aquí lo que acerca de este punto declaran los concilios: "Leemos que el Pontífice romano ha juzgado a los prelados de todas las Iglesias; pero no leemos que él haya sido juzgado por ninguno de ellos" (Adriano II, In allocutione III ad Synodum Romanam (a. 869). Ac VII Concilii Constant. IV). Y la razón de este hecho esta indicada con solo decir que "no hay autoridad superior a la autoridad de la Sede Apostólica" (Nicolás, In epist. 86 Ad Michael imp.: Patet profecto Sedis Apostolicae cuius auctoritate maior nón est, iudicium a nemine fore retractandum, neque cuiquam de eius liceat iudicare iudicio).

Por esto Gelasio habla así de los decretos de los concilios: "Del mismo modo que lo que la Sede primera no ha aprobado no puede estar en vigor, así, por el contrario, lo que ha confirmado por su juicio, ha sido recibido por toda la Iglesia" (Gelasio, Epist. 26 ad episcopos Dardaniae n. 5). En efecto, ratificar o invalidar la sentencia y los decretos de los concilios ha sido siempre propio de los Pontífices romanos. León el Grande anulo los actos del conciliábulo de Éfeso; Dámaso rechazo el de Rimini; Adriano I el de Constantinopla; y el vigésimo octavo canon del concilio de Calcedonia, desprovisto de la aprobación y de la autoridad de la Sede Apostólica, ha quedado, como todos saben, sin vigor ni efecto.

Con razón, pues, en el quinto concilio de Letrán expidió León X este decreto: "Consta de un modo manifiesto no solamente por los testimonios de la Sagrada Escritura, por las palabras de los Padres y de otros Pontífices romanos y por los decretos de los sagrados canones, sino por la confesión formal de los mismos concilios, que solo el Pontífice romano, durante el ejercicio de su cargo, tiene pleno derecho y poder, como tiene autoridad sobre los concilios, para convocar, transferir y disolver los concilios.

Las Sagradas Escrituras dan testimonio de que las llaves del reino de los cielos fueron confiadas a Pedro solamente, y también que el poder de atar y desatar fue conferido a los apóstoles conjuntamente con Pedro; pero ¿donde consta que los apóstoles hayan recibido el soberano poder sin Pedro y contra Pedro? ningún testimonio lo dice. Seguramente no es de Cristo de quien lo han recibido.

Por esto, el decreto del concilio Vaticano I que definió la naturaleza y el alcance de la primacía del Pontífice romano no introdujo ninguna opinión nueva, pues solo afirmo la antigua y constante fe de todos los siglos".



43. Y no hay que creer que la sumisión de los mismos súbditos a dos autoridades implique confusión en la administración.

Tal sospecha nos esta prohibida, en primer término, por la sabiduría de Dios, que ha concebido y establecido por sí mismo la organización de ese gobierno. Además, es preciso notar que lo que turbaría el orden y las relaciones mutuas seria la coexistencia, en una sociedad, de dos autoridades del mismo grado y que no se sometiera la una a la otra. Pero la autoridad del Pontífice es soberana, universal y del todo independiente; la de los obispos esta limitada de una manera precisa y no es plenamente independiente. "Lo inconveniente seria que dos pastores estuviesen colocados en un grado igual de autoridad sobre el mismo rebano. Pero que dos superiores, uno de ellos sometido al otro, estén colocados sobre los mismos súbditos no es un inconveniente, y así un mismo pueblo esta gobernado de un modo inmediato por su párroco, y por el obispo, y por el papa" (Santo Tomas de Aquino, 4SN 17,4 ad c. 4 ad 13).

Los Pontífices romanos, que saben cuál es su deber, quieren más que nadie la conservación de todo lo que esta divinamente instituido en la Iglesia, y por esto, del mismo modo que defienden los derechos de su propio poder con el celo y vigilancia necesarios, así también han puesto y pondrán constantemente todo su cuidado en mantener a salvo la autoridad de los obispos.

Y más aun, todo lo que se tributa a los obispos en orden al honor y a la obediencia, lo miran como si a ellos mismos les fuere tributado. "Mi honor es el honor de la Iglesia universal. Mi honor es el pleno vigor de la autoridad de mis hermanos. No me siento verdaderamente honrado sino cuando se tributa a cada uno de ellos el honor que le es debido" (San Gregorio Magno, Epistolarum VIII epist. 30 ad Eulogium).


Exhortaciones finales


44. En todo lo que precede, Nos hemos trazado fielmente la imagen y figura de la Iglesia según su divina constitución. Nos hemos insistido acerca de su unidad, y hemos declarado cual es su naturaleza y por qué principio su divino Autor ha querido asegurar su conservación.

Todos los que por un insigne beneficio de Dios tienen la dicha de haber nacido en el seno de la Iglesia católica y de vivir en ella, escucharan nuestra voz apostólica, Nos no tenemos ninguna razón para dudar de ello. "Mis ovejas oyen mi voz" (Jn 10,27). Todos ellos habrán hallado en esta carta medios para instruirse más plenamente y para adherirse con un amor más ardiente cada uno a sus propios Pastores, y por éstos al Pastor supremo, a fin de poder continuar con más seguridad en el aprisco único y recoger una mayor abundancia de frutos saludables.

Pero "fijando nuestras miradas en el autor y consumador de la fe, Jesús" (He 12,2), cuyo lugar ocupamos y por quien Nos ejercemos el poder, aunque sean débiles nuestras fuerzas para el peso de esta dignidad y de este cargo, Nos sentimos que su caridad inflama nuestra alma y emplearemos, no sin razón, estas palabras que Jesucristo decía de sí mismo: "Tengo otras ovejas que no están en este aprisco; es preciso también que yo las conduzca, y escucharan mi voz" (Jn 10,16). No rehúsen, pues, escucharnos y mostrarse dóciles a nuestro amor paternal todos aquellos que detestan la impiedad, hoy tan extendida, que reconocen a Jesucristo, que le confiesan Hijo de Dios y Salvador del género humano, pero que, sin embargo, viven errantes y apartados de su Esposa. Los que toman el nombre de Cristo es necesario que lo tomen todo entero. "Cristo todo entero es una cabeza y un cuerpo, la cabeza es el Hijo único de Dios; el cuerpo es su Iglesia: es el esposo y la esposa, dos en una sola carne. Todos los que tienen respecto de la cabeza un sentimiento diferente del de las Escrituras, en vano se encuentran en todos los lugares donde se halla establecida la Iglesia, porque no están en la Iglesia.

E, igualmente, todos los que piensan como la Sagrada Escritura respecto de la cabeza, pero que no viven en comunión con la autoridad de la Iglesia, no están en la Iglesia" (San Agustín, Contra donatistas epist. sive de unitate ecclesiae c. 4 n. 7).



45. Nuestro corazón se dirige también con sin igual ardor tras aquellos a quienes el soplo contagioso de la impiedad no ha envenenado del todo, y que, a lo menos, experimentan el deseo de tener por padre al Dios verdadero, creador de la tierra y del cielo. Que reflexionen y comprendan bien que no pueden en manera alguna contarse en el número de los hijos de Dios si no vienen a reconocer por hermano a Jesucristo y por madre a la Iglesia.

A todos, pues, Nos dirigimos con grande amor estas palabras que tomamos a San Agustín: "Amemos al Señor nuestro Dios, amemos a su Iglesia: a El como a un padre, a ella como una madre. Que nadie diga: Si, voy aún a los ídolos, consulto a los poseídos y a los hechiceros, pero, no obstante, no dejo a la Iglesia de Dios, soy católico. Permanecéis adherido a la madre, pero ofendéis al padre. Otro dice poco mas o menos: Dios no lo permita; no consulto a los hechiceros, no interrogo a los poseídos, no practico adivinaciones sacrílegas, no voy a adorar a los demonios, no sirvo a los dioses de piedra, pero soy del partido de Donato: ¿De qué os sirve no ofender al padre, que vengara a la madre a quien ofendéis? ¿De qué os sirve confesar al Señor, honrar a Dios, alabarle, reconocer a su Hijo, proclamar que esta sentado a la diestra del Padre, si blasfemáis de su Iglesia? Si tuvieseis un protector, a quien tributaseis todos los días el debido obsequio, y ultrajaseis a su esposa con una acusación grave, ¿os atreveríais ni aún a entrar en la casa de ese hombre? Tened, pues, mis muy amados, unánimemente a Dios por vuestro padre, y por vuestra madre a la Iglesia" (San Agustín, Enarratio in Psalm. 88 serm. 2 n. 14).

Confiando grandemente en la misericordia de Dios, que pueda tocar con suma eficacia los corazones de los hombres y formar las voluntades más rebeldes a venir a El, Nos recomendamos con vivas instancias a su bondad a todos aquellos a quienes se refiere nuestra palabra. Y como prenda de los dones celestiales, y en testimonio de nuestra benevolencia, os concedemos, con grande amor en el Señor, a vosotros, venerables hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo la bendición apostólica.

Dado en Roma, en San Pedro, a veintinueve de junio del año 1896, decimonoveno de nuestro pontificado.






Apostolicae Curae (FRAGMENTO): Sobre las ordenaciones anglicanas

LEON XIII 13 de septiembre de 1896

En el rito de realizar y administrar cualquier sacramento, con razón se distingue entre la parte ceremonial y la parte esencial, que suele llamarse materia y forma. Y todos saben que los sacramentos de la nueva Ley, como signos que Son sensibles y que producen la gracia invisible, deben lo mismo significar la gracia que producen, que producir la que significan (v. 695 y 849). Esta significación, si bien debe darse en todo el rito esencial, es decir, en la materia y la forma, pertenece, sin embargo, principalmente a la forma, como quiera que la materia es por sí misma parte no determinada, que es determinada por aquélla. Y esto aparece mas manifiesto en el sacramento del orden, cuya materia de conferirlo, en cuanto aquí hay que considerarla, es la imposición de las manos, la que ciertamente por sí misma nada determinado significa y lo mismo se usa para ciertos ordenes que para la confirmación.

Ahora bien, las palabras que hasta época reciente han sido corrientemente tenidas por los anglicanos como forma propia de la ordenación presbiteral, a saber: Recibe el espíritu Santo, en manera alguna significan definidamente el orden del sacerdocio o su gracia o potestad, que principalmente es la potestad de consagrar y ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor en aquel sacrificio, que no es mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz (v. 950). Semejante forma se aumento después con las palabras: para el oficio y obra del presbítero; pero esto más bien convence que los anglicanos mismos vieron que aquella primera forma era defectuosa e impropia. Mas esa misma añadidura, si acaso hubiera podido dar a la forma su legitima significación, fue introducida demasiado tarde, pasado ya un siglo después de aceptarse el Ordinal Eduardiano, cuando, consiguientemente, extinguida la jerarquía, no había ya potestad alguna de ordenar.

Lo mismo hay que decir de la ordenación episcopal. Porque a la formula: Recibe el espíritu Santo, no solo se añadieron más tarde las palabras: para el oficio y obra del obispo, sino que de ellas hay que juzgar, como en seguida diremos, de modo distinto que en el rito católico. Ni vale para nada invocar la oración de la prefación Omnipotens Deus, como quiera que también en ella se han cercenado las palabras que declaran el sumo sacerdocio. A la verdad, nada tiene que ver aquí averiguar si el episcopado es complemento del sacerdocio o un orden distinto de éste; o si conferido; como dicen, per saltum, es decir, a un hombre que no es sacerdote, produce su efecto o no. Pero de lo que no cabe duda es que él, por institución de Cristo, pertenece con absoluta verdad al sacramento del orden y es el sacerdocio de más alto grado, el que efectivamente tanto por voz de los Santos Padres, como por nuestra costumbre ritual, es llamado sumo sacerdote, suma del sagrado ministerio. De ahí resulta que, al ser totalmente arrojado del rito anglicano el sacramento del orden y el verdadero sacerdocio de Cristo, y, por tanto, en la consagración episcopal del mismo rito, no conferirse en modo alguno el sacerdocio, en modo alguno, igualmente, puede de verdad y de derecho conferirse el episcopado; tanto más cuanto que entre los primeros oficios del episcopado está el de ordenar ministros para la Santa Eucaristía y sacrificio…

Con este intimo defecto de forma esta unida la falta de intención, que se requiere igualmente de necesidad para que haya sacramento… así, pues, asintiendo de todo punto a todos los decretos de los Pontífices predecesores nuestros sobre esta misma materia, confirmándolos plenísimamente y como renovándolos por nuestra autoridad, por propia iniciativa y a ciencia cierta, pronunciamos y declaramos que las ordenaciones hechas en rito anglicano han sido y Son absolutamente invalidas y totalmente nulas…






FIDENTEM PIUMQUE: Sobre la devoción del Rosario

Del Papa LEON XIII

Septiembre 20 de 1896


#2801

1. Amor del Papa a la Sma. Virgen y respuesta del pueblo a sus exhortaciones.

Muchas veces en el transcurso de Nuestro Pontificado, atestiguamos públicamente Nuestra confianza y piedad respecto a la Bienaventurada Virgen, sentimientos que abrigamos desde nuestra infancia, y que durante la vida hemos mantenido y desarrollado en Nuestro corazón.

A través de circunstancias funestísimas para la religión cristiana y para las naciones, conocimos cuan propio era de Nuestra solicitud recomendar ese medio de paz y de salvación que Dios, en su infinita bondad, ha dado género humano en la persona de su augusta Madre, y que siempre se vio patente en la historia de la Iglesia.

En todas partes el celo de las naciones católicas ha respondido a Nuestras exhortaciones y deseos; por donde quiera se ha propagado la devoción al Santísimo Rosario, y se ha producido abundancia de excelentes frutos. No podemos dejar de celebrar a la Madre Dios, verdaderamente digna de toda alabanza y recomendar a los fieles el amor a MARIA, madre de los hombres, llena de misericordia y de gracia.

Nuestro ánimo, henchido de apostólica a solicitud, sintiendo que se acerca, cada vez más el momento último de la vida, mira con mas gozosa confianza a la que, cual aurora bendita, anuncia la ventura de un día interminable.

Si Nos es grato, Venerables Hermanos, el recuerdo de otras cartas publicadas en fecha determinada en loor del Rosario, oración en todos conceptos agradable a la que tratamos de honrar, y utilísima a los que debidamente la rezan, grato Nos es también insistir en ello y confirmar Nuestras instrucciones.



2. Necesidad de la oración.

Excelente ocasión se Nos ofrece de exhortar paternalmente a las almas y corazones para que aumenten su piedad y se vigoricen con la esperanza de los inmortales premios.

La oración de que hablamos recibió el nombre especial de Rosario, como si imitase el suave aroma de las rosas y la belleza de los floridos ramilletes. Tan propia como es para honrar a la Virgen, llamada Rosa mística del paraíso, y coronada de brillante diadema, como Reina del Universo, tanto parece anuncio de la corona de celestiales alegrías que MARIA otorgara a sus siervos.

Bien lo ve quien considera la esencia del Rosario; nada se Nos aconseja más en los preceptos y ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y de los apóstoles, que invocar a Dios y pedir su auxilio. Los Padres y doctores nos hablaron luego de la necesidad de la oración, tan grande que si los hombres descuidaren este deber, en vano esperaran la salvación eterna.



3. La asiduidad en la oración.

Más si la oración por su misma índole y conforme a la promesa de Cristo es camino que conduce a la obtención de las mercedes, sabemos todos que hay dos elementos que la hacen eficaz: la asiduidad y la unión de muchos fieles.

Indicase la primera en la bondadosísima invitación que nos dirige Cristo: Pedid, buscad, llamad (Mt 7,7).

Parécese Dios a un buen Padre que quiere contestar los deseos de sus hijos; pero también que éstos con instancia acudan a él y que, con sus ruegos, le importunen, de suerte que unan a Él su alma con los vínculos mas fuertes.



4. La oración en común.

Nuestro Señor mas de una vez hablo de la oración en común: "Si dos de entre vosotros se reúnen en la tierra, mi Padre que está en los Cielos les concederá lo que pidan, porque donde se hallaren dos o tres reunidos en mi nombre, yo estaré entre ellos" (Mt 18,19-20), así dice audazmente TERTULIANO: "Nos reunimos para sitiar a Dios con nuestras oraciones y como si nos tomásemos de las manos, para hacer violencia agradable a Dios" (Apologet. c. 39).

Son de SANTO TOMAS DE AQUINO estas memorables frases: "Imposible que las oraciones de muchos hombres no sean escuchadas, si, por decirlo así, forman una sola" (In Evang. Matth., 18).

Ambas recomendaciones se pueden aplicar bien al Rosario. Porque en él, en efecto, para no extendernos, redoblamos Nuestras suplicas para implorar del Padre celestial el reinado de su gracia y de su gloria, y asiduamente invocamos a la Virgen MARIA para que por su intercesión, nos socorra, ya porque durante la vida entera estamos expuestos al pecado, ya porque en la última hora estaremos a la puerta de la eternidad.



5. El Rosario familiar y en el templo.

Apropiado es también que el Rosario se rece como oración en común. Con razón se le ha llamado Salterio de María. Debe renovarse religiosamente esa costumbre de Nuestros mayores; en las familias cristianas, en la ciudad y en el campo, al finalizar el día y concluir sus rudos trabajos, reuníanse ante la imagen de la Virgen y se rezaba una parte del Rosario. Vivamente interesada por esta piedad filial y común, MARIA, como la madre al hijo, protegía a estas familias y les concedía los beneficios de la paz doméstica, que era presagio de la celestial.

Considerando esa eficacia de la oración en común, entre las decisiones que en varias épocas tomamos respecto al Rosario, dictamos ésta: deseamos que diariamente se recite en las catedrales y todos los días de fiesta en las parroquias (Letras apostólicas, "Salularis ille" de diciembre de 1883). Obsérvese esta práctica con celo y constancia y alegrémonos de que se observe, acompañada de otras manifestaciones solemnes de la piedad publica y de peregrinaciones a los santuarios célebres cuyo número debemos desear que aumente.

Esa asociación de rezos y alabanzas a MARIA tiene mucho de tierno y saludable para las almas. Sentímoslo Nosotros, y Nuestra gratitud Nos hace recordar que cuando en ciertas circunstancias solemnes de Nuestro Pontificado, Nos hallamos en la Basílica Vaticana, Nos rodeaban gran número de personas de todas condiciones, que, uniendo sus ánimos, votos y confianza a los Nuestros, rezaban con ardor los misterios y oraciones del Rosario a la misericordiosa protectora de la Religión católica.



6. María mediadora entre Dios y los hombres.

¿Quién pudiera pensar y decir que la viva confianza que tenemos en el socorro de la Virgen sea exagera da? Ciertamente el nombre y representación de perfecto Conciliador solo viene a Cristo, porque solo El, Dios y hombre a la vez, volvió al género humano a la gracia del Padre Supremo "Solo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se entrego a sí mismo como Redentor de todos" (Mt 1). Mas si, como en sena el DOCTOR ANGÉLICO, nada impide que otros sean llamados, secundum quid, mediadores entre Dios y los hombres, porque colaboran a la unión del hombre con Dios, dispositive et ministerialiter (S. Tomás III 26,1-2, según su disposición y oficio), como los Ángeles, Santos, Profetas y Sacerdotes de ambos Testamentos, entonces la misma gloria conviene plenamente a la Santísima Virgen.

Es imposible concebir que nadie para reconciliar a Dios y a los hombres haya podido o en adelante pueda obrar tan eficazmente como la Virgen. A los hombres que marchaban hacia su eterna perdición les trajo un Salvador, al recibir la nueva de un misterio pacifico que el ángel anuncio a la tierra, y dar admirable consentimiento en nombre de todo el género humano (S. Tomás III 30,1). De Ella nació JESUS. Ella es su verdadera madre, y por ende digna y gratísima mediadora para con el Mediador.



7. El Rosario nos recuerda estos misterios.

Como estos misterios se incluyen en el Rosario y sucesivamente se ofrecen a la memoria y meditación de los fieles, se ve lo que significa MARIA en la obra de Nuestra reconciliación y salvación.

Nadie puede substraerse a un tierno afecto viendo presentarse a MARIA en hogar de ISABEL como instrumento de las gracias divinas y cuando presenta a su Hijo a los pastores, a los Reyes y a SIMEON.

Pero ¿qué se ha de sentir pensando que la Sangre de Cristo vertida por nosotros y los miembros que presenta a su Padre con las llagas recibidas en precio de nuestra libertad, Son el mismo cuerpo y la sangre misma de la Virgen? La carne de Jesús es, en efecto, la de María, y aunque haya sido exaltada por la gloria de la resurrección, su naturaleza quedo siendo la misma que se tomo en María (De Assumpt. BMV. c. 5, entre las obras de San Agustín).



8. El Rosario fortifica la fe.

También hay otro fruto notable del Rosario, en relación con las necesidades de nuestra época. Ya hemos recordado que consiste en que viéndose expuesta a tantos ataques y peligros la virtud de la fe divina, el Rosario da al cristiano con qué alimentarla y fortificarla eficaz mente. Las divinas Escrituras llaman a Cristo autor y consumador de la fe (); "autor de la fe" porque Él mismo en seno a los hombres un gran número de verdades que debían creer, sobre todo las relativas a Dios mismo y al Cristo en que reside toda la plenitud de Divinidad (Col 2,9), y porque por su gracia y de algún modo por la unión del espíritu Santo, les da afectuosamente los me dios de creer; "y consumador" de la misma fe porque El hace evidente en el Cielo cuanto el hombre no percibe en su vida mortal más que a través de un velo, y allí cambiara la fe presente en gloriosa iluminación.

Ciertamente la acción de Cristo se hace sentir en el Rosario de una manera poderosa. Consideramos y meditamos su vida privada en los misterios gozosos, la pública hasta la muerte entre los mayores tormentos, y la gloriosa que, después de la resurrección triunfante, se ve trasladada a la Eternidad, donde está sentado a la diestra del Padre.



9. El Rosario profesión de fe.

Y dado que la fe para ser plena y digna debe necesariamente manifestarse, porque se cree en el corazón para la justicia, pero se confiesa la fe por la boca para la salvación (Rm 10,10), encontramos precisamente en el Rosario un excelente medio de confesarla. En efecto, por las oraciones vocales que forman su trama podemos expresar y confesar nuestra fe en Dios, nuestro Padre, lleno de providencia; en la vida de la eternidad futura, en la remisión de los pecados, y también nuestra fe en los misterios de la Trinidad santísima, del Verbo hecho carne, de la divina maternidad y en otros.

Nadie ignora cuál es el valor y el mérito de la fe. Ni es otra cosa la fe que el germen escogido del que nacen actualmente las flores de toda virtud, por las que nos hacemos agradables a Dios, donde nacerán más tarde los frutos que deben durar para siempre. Conocerte es, en efecto, el perfeccionamiento de la justicia, y su virtud es la raíz de la inmortalidad (1P 5,4)



10. Penitencia.

Conviene añadir a este propósito algo de los deberes de virtud que necesariamente exige la fe. Entre ellos se halla la penitencia, que comprende la abstinencia, necesaria y saludable por más de un concepto. Si la Iglesia en este punto obra cada día con mayor indulgencia para con sus hijos, comprendan éstos, en cambio, su deber de compensar con otros actos esa maternal indulgencia. Añadimos con gusto este motivo a los que nos han hecho recomendar el Rosario, que también puede producir buenos frutos de penitencia, sobre todo meditando los sufrimientos de Cristo y su Madre.



11. Fácil uso del Rosario.

En nuestros esfuerzos para lograr el supremo bien, ¡con qué sabia providencia se Nos indica el Rosario como socorro que a todos conviene, fácilmente aprovechable, sin comparación posible con otro alguno! Aun el medianamente instruido en asuntos de Religión puede servirse de él fácilmente y con utilidad, y el Rosario no toma tanto tiempo que perjudique a cualesquiera ocupaciones.

Los anales sagrados abundan en ejemplos famosos y oportunos, y se sabe que muchas personas cargadas de importantes quehaceres y grandes trabajos jamás han interrumpido un solo día esta piadosa costumbre.



12. La sagrada Corona.

Bien se concilia la devoción del Rosario con el intimo afecto religioso que profesamos a la Corona sagrada, afecto que a muchos les lleva a amarla como compañera inseparable de su vida y fiel protectora y a estrecharla contra su pecho en lo último de la agonía, considerándola como el dulce presagio de la incorruptible corona de la gloria (S. Bernardino Serm. in Nativ. BMV n. 7). Presagio que se apoya en la copia de sagradas indulgencias, si el alma se encuentra en disposición de recibirlas.

De ellas ha sido enriquecida la devoción del Rosario cada vez mas por Nuestros predecesores y por Nos mismo, concedidas en cierto modo por la manos mismas de la Virgen misericordiosa, utilísimas a los moribundos y a los difuntos, para que cuanto antes gocen de los consuelos de la paz tan deseada y de la luz eterna.

Estas razones, Venerables Hermanos, Nos mueven a alabar siempre y recomendar a los pueblos católicos tan excelente formula de piedad y de devoción, Pero aún tenemos otro muy grave motivo que ya en Nuestras cartas y alocuciones os hemos manifestado, abriendo de par en par nuestro corazón.



13. Reconciliación entre los disidentes.

Nuestras acciones, en efecto, se inspiran mas ardientemente cada día en el deseo concebido en la divina razón de Jesús de favorecer la tendencia a la reconciliación que apunta en los disidentes.

Comprendemos que esa admirable unidad no puede prepararse y realizarse por mejor medio que por la virtud de las santas oraciones. Recordamos el ejemplo de Cristo, que en una oración dirigida a su Padre le pidió que sus discípulos fuesen uno solo en la fe y en la caridad; y que su Santísima Madre dirigiera la misma ferviente oración, es indudable recorriendo la historia apostólica.

Ella nos representa la primera Asamblea de los apóstoles, implorando a Dios y concibiendo gran esperanza, la prometida efusión del espíritu Santo y a la vez a MARIA presente en medio de ellos y orando especialmente, Todos perseveraban en la oración con María, la Madre de Jesús (Ac 1,14). Por eso también la Iglesia en su cuna se unió juntamente a María en la oración, como promovedora y custodio excelente de la unidad, y en Nuestro tiempo conviene obrar así en el mundo católico, todo en el mes de Octubre, que ha mucho tiempo, por razón de los días infaustos que corren para la Iglesia, se ha destinado a la expresada devoción, y por eso hemos querido dedicarlo y consagrarlo a María invocada en rito tan solemne.



14. Exhortación final.

Redóblese, por tanto, esa devoción, sobre todo para obtener la santa unidad. Nada puede ser más dulce y agradable para MARIA, que íntimamente unida con Cristo, desea y anhela que los hombres todos, favorecidos con el mismo y único bautismo de JESUCRSTO, se unan a Él y entre sí por la misma fe y una perfecta caridad.

Loa augustos misterios de esta Fe, por el culto del Rosario, penetren más hondamente en las almas para obtener el dichoso resultado de imitar lo que contiene y lograr lo que prometen.

Entre tanto, como prenda de las divinas mercedes y testimonio de Nuestro afecto, os concedemos benignamente a cada uno de vosotros y a vuestro clero y pueblo la bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 20 de Septiembre del año 1896, de Nuestro Pontificado el decimonono. LEON PAPA XIII





DIVINUM ILLUD MUNUS: Sobre la admirable presencia y virtud del espíritu Santo y su culto

LEON XIII 9 de mayo de 1897



1. El espíritu Santo completa la obra de Jesucristo

Aquélla divina misión que, recibida del Padre en beneficio del género humano, tan santísimamente desempeño Jesucristo, tiene como último fin hacer que los hombres lleguen a participar de una vida bienaventurada en la gloria eterna; y, como fin inmediato, que durante la vida mortal vivan la vida de la gracia divina, que al final se abre florida en la vida celestial. Por ello, el Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los hombres de toda nación y lengua para que vengan al seno de su Iglesia: Venid a mi todos; Yo soy la vida; Yo soy el buen pastor (Mt 11,28 Jn 16,6 Jn 10,11 Jn 10,14). Más, según sus altísimos decretos, no quiso El completar por sí solo incesantemente en la tierra dicha misión; sino que como El mismo la había recibido del Padre, así la entrego al espíritu Santo para que la llevara a perfecto término. Place, en efecto, recordar las consoladoras frases que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronuncio ante los apóstoles: Os conviene que yo vaya: si yo no partiere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si partiere, os le enviaré (Jn 16,7).

Y al decir así, dio como razón principal de su separación y de su vuelta al Padre, el provecho que sus discípulos habían de recibir de la venida del espíritu Santo; al mismo tiempo que mostraba como Este era igualmente enviado por El y, por lo tanto, que de El procedía como del Padre; y que como abogado, como consolador y como maestro concluiría la obra por El comenzada durante su vida mortal. La perfección de su obra redentora estaba providentísimamente reservada a la múltiple virtud de este espíritu, que en la creación adorno los cielos (Jg 26,13) y lleno el orbe de la tierra (Sg 1,72).



LEON XIII, MAGISTERIO - Todos los obispos y cada uno en particular