Teresa III Cartas 30

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Carta XXX

Al mismo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la santa.

Jesús.


1. Sea el Espíritu Santo siempre con vuestra merced. Amén. Por cuatro partes he escrito a vuestra merced y por las tres iba carta para el señor Gerónimo de Cepeda; y porque no es posible, sino llegar alguna, no responderé a todo lo de vuestra merced. Ahora no diré más sobre la buena determinación, que nuestro Señor ha puesto en su alma, de que he alabado a su Majestad, y me parece muy bien acertado; que al fin, por las ocasiones que vuestra merced me dice, entiendo poco más, o menos, otras que puede haber: y espero en nuestro Señor será muy para su servicio. En todos nuestros monasterios se hace oración muy particular, y contina: que pues el intento de vuestra merced es para servir a nuestro Señor, su Majestad nos le traiga con bien, y encamine lo que más sea para su alma provechoso, desos niños.

2. Ya escribí a vuestra merced que son seis los conventos, que están ya fundados, y dos de frailes también Descalzos de nuestra Orden; porque van muy en perfección, y los de las monjas, todos como el de san José de Ávila, que no parecen sino una cosa: y esto me anima, ver cuán de verdad es alabado nuestro Señor en ellos, y con cuanta limpieza de almas.

3. Al presente estoy en Toledo. Habrá un año por la víspera de nuestra Señora de marzo que llegué aquí; aunque desde aquí fui a una villa de Ruigómez, que es príncipe de Éboli, a donde se fundó un monasterio de frailes, y otro de monjas, y están harto bien. Torné aquí por acabar de dejar esta casa puesta en concierto, que lleva manera de ser [156] casa muy principal. Y he estado harto mejor de salud este invierno; porque el temple de esta tierra es admirable, que a no haber otros inconvenientes (porque no lo sufre tener vuestra merced aquí asiento por sus hijos) me da gana algunas veces de que se estuviera aquí, por lo que toca al temple de la tierra. Más lugares hay en tierra de Ávila donde vuestra merced podrá tener asiento para los inviernos, que ansí lo hacen algunos. Por mi hermano Jerónimo de Cepeda lo digo, que antes pienso, cuando Dios le traiga, estará acá con más salud. Todo es lo que su Majestad quiere: creo que ha cuarenta años que no tuve tanta salud, con guardar lo que todas, y no comer carne nunca sino a gran necesidad.

4. Habrá un año tuve unas cuartanas, que me han dejado mejor. Estaba en la fundación de Valladolid, que me mataban los regalos de la señora doña María de Mendoza, mujer que fue del secretario Cobos, que es mucho lo que me quiere. Ansí que cuando el Señor ve que es menester para nuestro bien da salud; cuando no enfermedad. Sea por todo bendito. Pena me dio ser la de vuestra merced en los ojos, que es cosa penosa. Gloria a Dios, que hay tanta mejoría.

5. Ya escribió Juan de Ovalle a vuestra merced cómo fue a Sevilla de aquí. Un amigo mío lo encaminó tan bien, que el mesmo día que llegó, sacó la plata. Trájose aquí, a donde se darán los dineros a fin deste mes de enero. Delante de mí se hizo la cuenta de los derechos que han llevado: aquí la enviaré, que no hice poco yo entender estos negocios, y estoy tan baratona, y negociadora, que ya sé de todo, con estas casas de Dios, y de la Orden: y ansí tengo yo por suyos los de vuestra merced y me huelgo de entender en ellos. Antes que se me olvide: sepa que después que escribí a vuestra merced ahora, murió el hijo de Cueto harto mozo. No hay que fiar en esta vida. Ansí me consuela cada vez que me acuerdo, cuán entendido lo tiene vuestra merced.

6. En desocupándome de aquí, querría tornarme a Ávila, porque todavía soy de allí priora, por no enojar al obispo, que le debo mucho, y toda la Orden. De mí no sé qué hará el Señor, si iré a Salamanca, que me dan una casa; que aunque me canso, es tanto el provecho que hacen estas casas en el pueblo que están, que me encarga la conciencia haga las que pudiere. Favorécelo el Señor de suerte, que me anima a mí.

7. Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila, para criar bien esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio, a donde los enseñan gramática, y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos, que es para alabar a nuestro Señor. También leen filosofía, y después teología en santo Tomás, que no hay que [157] salir de allí para virtud, y estudios; y en todo el pueblo hay tanta cristiandad, que es para edificarse los que vienen de otras partes; mucha oración, y confesiones, y personas seglares, que hacen vida muy de perfección.

8. El bueno de Francisco Salcedo lo está. Mucha merced me ha hecho vuestra merced en enviar tan buen recaudo a Cepeda. No acaba de agradecerlo aquel santo, que no creo le levanto nada. Pedro de el Peso, el viejo, murió habrá un año; bien logrado fue. Ana de Cepeda ha tenido en mucho la limosna, que vuestra merced la hizo; con eso será bien rica, que otras personas la hacen bien, como es tan buena. No le faltaba adonde estar, sino que es extraña su condición, y no es para compañía. Llévala Dios por aquel camino, que nunca me he atrevido a meterla en una casa destas, y no por falta de virtud, sino que veo es lo que la conviene aquello; y ansí, ni con la señora doña María, ni con nadie, no estará, y está harto bien para su propósito. Parece cosa de ermitaña, y aquella bondad que siempre tuvo, y penitencia grande.

9. El hijo de la señora doña María, mi hermana, y de Martín de Guzmán, profesó, y va adelante en su santidad. Doña Beatriz, y su hija, ya he escrito a vuestra merced murió. Doña Madalena, que era la menor, está en un monasterio, seglar. Harto quisiera yo la llamara Dios para monja. Es harto bonita. Muchos años ha que no la vi. Ahora la traían un casamiento con un mayorazgo viudo; no sé en qué parará.

10. Ya he escrito a vuestra merced cuán a buen tiempo hizo la merced a mi hermana, que yo me he espantado de los trabajos de necesidad que la ha dado el Señor, y halo llevado tan bien, que ansí la quiera dar ya alivio. Yo no la tengo de nada, sino que me sobra todo; y ansí lo que vuestra merced me envía en limosna, dello se gastará con mi hermana, y lo demás en buenas obras; y será por vuestra merced. Por algunos escrúpulos que traía, me vino harto a buen tiempo algo dello: porque con estas fundaciones, ofrécenseme cosas algunas, que aunque más cuidado traigo, y es todo para ellas, se pudiera dar menos en algunos comedimientos de letrados (que siempre para las cosas de mi alma trato con ellos) en fin en naderías: y ansí me fue de harto alivio, por no los tomar de nadie, que no faltaría. Mas gusto tener libertad con estos señores, para decirles mi parecer. Y está el mundo tal de intereses, que en forma tengo aborrecido este tener. Y ansí no terné yo nada, sino con dar a la mesma Orden algo, quedaré con libertad, que yo daré con ese intento: que tengo cuanto se puede tener del general, y provincial, ansí para tomar monjas, como para mudar, y para ayudar a una casa con lo de otras.

11. Es tanta la ceguedad que tienen en tener crédito de mí, que yo [158] no sé cómo; y tanto el que yo tengo, para fiarme mil, y dos mil ducados. Ansí, que a tiempo que tenía aborrecidos dineros, y negocios, quiere el Señor, que no trate en otra cosa, que no es pequeña cruz. Plegue a su Majestad le sirva yo en ello, que todo se pasará.

12. En forma me parece he de tener alivio con tener a vuestra merced acá, que es tan poco el que me dan las cosas de toda la tierra, que por ventura quiere nuestro Señor tenga ese, y que nos juntemos entrambos, para procurar más su honra, y gloria, y algún provecho de las almas: que esto es lo que mucho me lastima, ver tantas pérdidas: y esos indios no me cuestan poco. El Señor los dé luz, que acá, y allá hay harta desventura: que como ando en tantas partes, y me hablan muchas personas, no sé muchas veces qué decir, sino que somos peores que bestias, pues no entendemos la gran dignidad de nuestra alma, y como la apocamos con cosas tan apocadas, como son las de la tierra. Denos el Señor luz.

13. Con el padre fray García de Toledo, que es sobrino del virrey, persona que yo echo harto menos para mis negocios, podrá vuestra merced tratar. Y si hubiere menester alguna cosa del virrey, sepa, que es gran cristiano el virrey, y fue harta ventura querer ir allá. En los envoltorios le escribía. También enviaba en cada uno reliquias a vuestra merced en el camino: harto querría llegasen allá.

14. No pensé alargarme tanto. Deseo que entienda la merced que le hizo Dios en dar tal muerte a la señora doña Juana. Acá se ha encomendado a nuestro Señor, y hecho las honras en todos nuestros monasterios; y espero en su Majestad, que ya no lo ha menester. Mucho procura vuestra merced desechar esa pena. Mire, que es muy de los que no se acuerdan de que hay vida para siempre sentir tanto a los que van a vivir, salidos destas miserias. A mi hermano el señor Gerónimo de Cepeda, me encomiendo mucho, que tenga esta por suya. Mucho me alegra decirme, no tenía dada orden, para si pudiese, venir de aquí a algunos años, y querría, si pudiese, no dejase allá sus hijos; y si no que nos juntemos acá, y nos ayudemos, para juntarnos para siempre.

15. De las misas están dichas muchas, y se dirán las demás. Una monja he tomado sin nada, que aun la cama querría yo dar, y he ofrecido a Dios, por que me traiga a vuestra merced bueno, y a sus hijos. Encomiéndemelos. Otra ofrezco por el señor Jerónimo de Cepeda. Hartas tomo ansí, de que son espirituales: y ansí trae el Señor otras, con que se hace todo.

16. En Medina entró una con ocho mil ducados: y otra anda por entrar aquí, que tiene nueve mil, sin pedirles yo nada: y son tantas, que son para alabar a Dios. En teniendo una oración, no quiere otra cosa, sino estas casas, a manera de decir, y no es el número más de trece en todas: porque como no se pide para nosotras, que es constitución, sino lo que nos traen al torno (comemos, que es demasiado) no se sufre ser muchas. Creo se ha de holgar mucho de ver estas casas. Son hoy 17 de enero. Año de 1570.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús, Carmelita.
Notas.


1. Con ser estas cartas de correspondencia para su hermano, y que habla santa Teresa de cosas domésticas, tienen tanto espíritu en lo que escribe, y junta de manera lo humano con lo divino, que pueden ser unas mudas, y elocuentes instrucciones, de cómo nos hemos de corresponder en lo temporal, a vista de lo espiritual; porque en el campo del negocio es la guarnición el espíritu; y a treinta palabras del mundo, dice cuatro de Dios, que hace de Dios todo lo que era del mundo.

2. En el número primero trata de su venida a España, y dice, que aquí habrá menos ocasiones de perderse, que en las Indias; porque aunque es cierto, que Caelum non animum mutat, qui trans mare currit, el mudar tierra, no muda naturaleza, siempre como corcobados de nuestra naturaleza, nos llevamos a nosotros mismos a cualquiera parte, que vamos, si malos, malos, y si buenos, buenos; pero no puede negarse, como decía santa Teresa (Fundac. 1, 4, c. 5), que en una parte deben de traer más licencia los demonios, que en otras, para tentarnos; y esto suele ser en tierra deliciosa, abundante, y colmada de riquezas. Y si allí ha de ser el mayor cuidado al servir a Dios, donde puede estar el mayor peligro de ofender a Dios; y de ese cuidado mucho he visto en la Indias, del peligro también.

3. En el número segundo le da razón de los progresos de los conventos de religiosos, y religiosas: Y los de las monjas (dice) son como san José de Ávila. ¡Qué dichoso es este convento, pues lo pone por copia, para que sean los demás sus traslados! Y siendo los demás traslados tan perfectos, muestran que será este convento perfectísimo; porque raras veces llega la copia al original. Aunque la Santa dice, que llega, y se iguala, pues dice: Que en todo no parecen sino una cosa; y puede ser diga el original una casa, y no una cosa.

4. Esto vio la Santa en su vida, que eran unos conventos, como otros. Pero yo mas he visto, después de su muerte, y gloriosa vida, que son unas monjas, como otras. Unidad de profesión en los conventos Carmelitas, no hay que admirarla, aunque es mucho de admirar, que haya en la Observancia unidad, e igualdad en esta vida; pero unidad en los religiosos, y que todos, siendo innumerables, parezcan uno sólo, o una sola, eso sí que es de admirar. Pero todo lo dijo la Santa; porque si es una la observancia en los conventos, unas serán, y aun una las religiosas [160] en la paz, y espíritu del convento. No hay esposas de Jesús, si no perseveran, y son siempre como lo dijo la Santa, y como lo vemos los pecadores, aunque siervos de la Santa.

5. En el número tercero avisa en dónde está; y luego habla de los conventos de Pastrana, y de la jornada de Salamanca, y como un capitán general, que tiene trozos de ejércitos, y ha menester acudir, y dar órdenes a todas partes, para esta espiritual. y santa conquista, que tanta guerra ha dado al demonio, está discurriendo en todo.

6. Y porque las notas permiten muchas llanezas, y menudencias, me ha parecido decir, con ocasión de hablar de este convento de Salamanca, sumamente santo, y fervoroso, que cuando llegó a fundarlo, vivió algunas noches en una casa harto desacomodada; y una religiosa, como no estaban ajustadas las puertas, ni las ventanas, suspiraba toda la noche; y preguntada de la Santa, dijo, que lo hacía de miedo de los ladrones. Y la Santa con gran gracia le dijo: Hermana, duerma hasta que vengan; y entonces tenga el miedo, y deje el sueño. Y la Santa dice en la fundación, que también le preguntó: ¿Qué haría si viniesen a matarla? A que respondió: Cuando vengan lo pensaré; ahora, hija, déjeme dormir un poco. Discretísima razón, no andar perdiendo el tiempo con los temores, antes que lleguen a nuestra casa los daños, y tal vez, ni aun los peligros.

7. En el cuarto hace mención de una gran señora, y devota de la Santa, la ilustre doña María de Mendoza, de las virtuosas, y ejemplares, que conocían aquellos tiempos, mujer del secretario Cobos, gran valido en su ocupación del señor emperador Carlos V, y aun del señor rey Felipe II, y su secretario de Estado, quien hizo la casa de Camarasa, por sus grandes, y señalados servicios. Después se ha unido a la Ricla, y a otras.

8. En el número quinto le dice lo que siente su enfermedad; y habla de negocios, y dice, con grande gracia de sí: Que está muy baratona, esto es, muy metida en negocios: Y que de todo entiende con estas fundaciones; y que cuanto más aborrece dineros, más se los da Dios, para estas cosas, y casas.

Mejor es que nos dé Dios los dineros, cuando los aborrecemos, que no cuando los amamos; porque de la una manera los arrojamos de nosotros; y de la otra nos cautivan a nosotros, y somos varones de riquezas, y no son ellas riquezas de los varones: Viri divitiarum, et non divitiae virorum (Ps 75,6); porque nos mandan, y no nos sirven a nosotros las riquezas. ¡Oh no lo permitáis, Señor!

9. En el número sétimo le dice dónde podrá vivir con quietud; porque vivir sin ella, no es vivir, sino morir. Y entre las partes sustanciales para su vivienda, advierte por la primera la educación de los hijos; y como hermana del padre, por serlo, quería ver bien criados a sus hijos, para que se salven ellos, y el padre: ellos con la educación, y el padre con el cuidado.

10. Dice que en Ávila hay padres de la Compañía, que enseñan la gramática, y virtud, y añade: Y también leen filosofía, y teología en santo Tomás (que es convento de la Orden de santo Domingo). Como si dijera: Sin salir de su patria tienen cuanto han menester, buenas letras, [161] y educación en la santa Compañía; la filosofía, y teología en santo Tomás, con que no tienen más que desear, ni pedir.

11. Luego habla, alabando de devota a la ciudad de Ávila. ¡Oh buena hija, que mira por la honra de su patria, y de su madre! No la alaba de noble; porque eso ¿quién lo ignora, siendo su nobleza de las mayores de España? Alábala de virtuosa, por ser esta la mayor nobleza, y la mayor alabanza; y ciudad que fue madre de tal hija, ¿qué duda hay que es noble, y santa ciudad?

12. Hasta el número undécimo habla la Santa de negocios, y de lo que ha sucedido en Ávila en casas, y personas, y muertes, y sucesos, y desdichas. Esto es el mundo, una variedad infinita de sucesos, y mudanzas.

13. En el número decimocuarto le consuela de la muerte de su mujer, que fue doña Juana de Fuentes y Guzmán, de igual nobleza, y virtud; y con devotísima razón le dice: Que no lo sienta sobrado: porque es muy de los que no se acuerdan que hay otra vida.Como si estuviera oyendo a san Pablo, donde dice: Nolumus vos ignorare Fratres de dormientibus, ut non contristemini sicut et caeteri, qui spem non habent (1Th 4,12). Hermanos, no os contristéis de los que mueren, como los que piensan que no hay otra vida; porque estos todo lo pierden con la vida; pero los que la aguardan eterna, ¿qué pierden al perder la temporal? Nada, o poco, o penoso, o desabrido, cuando van a gozar lo glorioso de lo eterno.

14. Últimamente habla de sus religiosas, y dice: Que cuantas más recibe sin dote, más la están buscando con él. La Santa se gobernaba con poco mundo, y mucho Dios, mucho espíritu, y poca naturaleza; y al paso que ella lo daba a la caridad, la socorría la providencia de Dios con su liberalidad. No hay igual providencia, como fiarse, y dejarse llevar de aquella infinita providencia. Buscadme a mí, y a mi gracia, dice la Verdad eterna, que luego tendréis todo lo demás: Quaerite primum Regnum Dei, et justitiam ejus: et haec omnia adjicientur vobis (Mt 6,33LC 12,13).



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Carta XXXI

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa.


1. Jesús sea con vuestra merced. Da tan poco lugar Serna, que no querría alargarme, y no sé acabar, cuando comienzo a escribir a vuestra merced; y como nunca viene Serna, es menester tiempo.

2. Cuando yo escribiere a Francisco, nunca se la lea vuestra merced, que he miedo trae alguna melancolía, y es harto declararse conmigo. Quizá le da Dios esos escrúpulos, para quitarle de otras cosas, mas para su remedio, el bien que tiene es creerme.

3. El papel claro estaba lo había enviado, aunque yo hice mal en no decirlo. Dilo a una hermana que lo trasladase, y no lo ha podido [162] más hallar. Hasta que de Sevilla envíen otro traslado, no hay remedio de llevarle.

4. Ya creo habrán dado a vuestra merced una carta, que por la vía de Madrid le envié; mas por si se ha perdido, habré de poner aquí lo que decía, que me pesa harto de embarazarme en esto. Lo primero, que me mire en la casa de Hernán Álvarez de Peralta, que ha tomado, me parece oí decir, que tenía un cuarto para caer: mírelo mucho.

5. Lo segundo, que me envíe la arquilla, y si hay algunos papeles más míos, fueron en los líos que me parece fue una talega con papeles, venga muy cosida. Si enviare doña Quiteria con Serna un envoltorio, que ha de enviar, dentro verná bien. Venga mi sello, que no puedo sufrir sellar con esta muerte, sino con quien querría que lo estuviese en mi corazón, como en el de san Ignacio. No abra nadie la arquilla (que pienso está aquel papel de oración en ella), si no fuere vuestra merced y sea de manera, que cuando algo viere, no lo diga a nadie. Mire que no le doy licencia para ello, ni conviene; que aunque a vuestra merced le parece sería servicio de Dios, hay otros inconvenientes por donde no se sufre, y basta; que si yo entiendo que lo dice vuestra merced guardaré de leerle nada.

6. Hame enviado a decir el Nuncio, que le envíe traslado de las patentes, con que se han fundado estas casas, y cuántas son, y a dónde; y cuántas monjas, y de dónde, y la edad que tienen, y cuántas me parece serán para prioras: y están estas escrituras en esa arquilla, o no sé si talega: en fin he menester todo lo que ahí está. Dicen que lo pide para que quiere hacer la provincia. Yo he miedo, no quiera que reformen nuestras monjas otras partes, que se ha tratado otra vez, y no nos está bien; que ya en los monasterios de la Orden súfrese. Diga eso vuestra merced a la supriora, y que me envíe los nombres de las que son desa casa, y los años de las que ahora están, y lo que ha que son monjas, de buena letra en un cuadernillo de a cuartilla, y firmada de su nombre.

7. Ahora me acuerdo que soy priora de allí, y que lo puedo yo hacer; y ansí no es menester firmar ella, sino enviarme lo demás, aunque sea de su letra, que yo lo trasladaré. No hay para qué lo entiendan las hermanas. Mire vuestra merced cómo los envía, no se mojen los papeles, y envíe la llave.

8. Lo que digo está en el libro, es en el de Pater noster. Allí hallará vuestra merced harto de la oración que tiene, aunque no tan a la larga, como está en el otro. Paréceme en Adveniat regnum tuum. Tórnele vuestra merced a leer, al menos el Pater noster, quizá hallará algo que le satisfaga. [163] 9. Antes que se me olvide: ¿cómo hace promesa, sin decírmelo? Donosa obediencia es esa. Hame dado pena, aunque contento la determinación. Mas me parece cosa peligrosa. Pregúntelo; porque de pecado venial, podría ser mortal, por la promesa. También lo preguntaré yo a mi confesor, que es gran letrado. Y bobería me parece; porque lo que yo tengo prometido, es con otros aditamentos: eso no lo osara yo prometer, porque sé que los Apóstoles tuvieron pecados veniales. Sólo nuestra Señora no los tuvo. Bien creo yo que habrá tomado Dios su intención; mas paréceme cosa acertada, que se lo comutasen luego en otra cosa; que con tomar Bula, si no la tiene, se puede hacer. Hágalo luego: este jubileo fuera bueno. Cosa tan fácil, que aun sin advertir mucho se puede hacer, Dios nos libre: pues Dios no puso más culpa en ello. Bien conoce nuestro natural. A mi parecer conviene remediarse luego, y no le acaezca más cosa de promesa, que es peligrosa cosa. No me parece es inconveniente tratar alguna vez de su oración, con los que se confiesa; que en fin están cerca, y le advertirán mejor de todo, y no se pierde nada.

10. El pesarle de haber comprado la Serna, hace el demonio; porque no agradezca a Dios la merced que le hizo en ello, que fue grande. Acabe de entender, que es por muchas partes mejor, y ha dado más que hacienda a sus hijos, que es honra. Nadie lo oye, que no le parezca grande ventura. ¿Y piensa que en cobrar los censos, no hay trabajo? Un andar siempre con ejecuciones. Mire, que es tentación. No le acaezca más, sino alabar a Dios por ello. Y no piense, que cuando tuviera mucho tiempo, tuviera más oración. Desengáñese deso, que tiempo bien empleado, como es mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración. En un momento da Dios más hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos.

11. Luego procure tener alguno en pasando estas fiestas, y entienda en sus escrituras, y póngalas como han de estar. Y lo que gastare en la Serna, es bien gastado, y cuando venga el verano, gustará de ir allá algún día. No dejaba de ser santo Jacob, por entender en sus ganados, ni Abrahán, ni san Joaquín, que como queremos huir del trabajo, todo nos cansa: que ansí hace a mí, y por eso quiere Dios, que haya bien en que me estorbe. Todas esas cosas trate con Francisco de Salcedo, que en eso temporal, yo le doy mis veces.

12. Harta merced de Dios es, que le canse lo que a otros sería descanso. Mas no se ha de dejar por eso, que hemos de servir a Dios como él quiere, y no como nosotros queremos. Lo que me parece que se puede excusar, es esto de granjerías: y por eso me he holgado en parte, que se lo deje a Dios en esto destas ganancias; que aun para eso del mundo, [164] se debe perder algún poco. Creo vale más irse vuestra merced a la mano en dar, pues Dios le ha dado para que pueda comer, y dar, aunque no sea tanto. No llamo granjerías, lo que quiere hacer en la Serna, que está muy bien, sino en estotro de ganancias. Ya le digo, que en todas estas cosas siga el parecer de Francisco de Salcedo, y no andará en esos pensamientos; y siempre me le encomiende mucho, y a quien más quisiere. Y a Pedro de Ahumada, que bien quisiera tener tiempo para escribirle, por que me respondiera, que me huelgo con sus cartas.

13. A Teresa diga vuestra merced que no haya miedo quiera a ninguna, como a ella: que reparta las imágenes, y no las que yo aparté para mí, y que dé alguna a sus hermanos. Deseo tengo de verla. Devoción me hizo lo que escribió vuestra merced della a Sevilla, que enviaron acá las cartas, que no se holgaron poco las hermanas, que las leyeron en recreación, y yo también. Que quien saca a mi hermano de ser galán, será quitarle la vida; y como es con santas, todo le parece bien. Yo creo lo son estas monjas. En cada cabo me hacen confusión.

14. Gran fiesta tuvimos ayer con el nombre de Jesús: Dios se lo pague a vuestra merced. No sé que le envíe por tantas como me hace, sino esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase, y he estado estas noches con ellas, y no supe cómo, sino ansí. Tienen graciosa tonada, si la atinare Francisquito para cantar. Mire si ando bien aprovechada. Con todo me ha hecho el Señor hartas mercedes estos días.

15. De las que hace a vuestra merced estoy espantada. Sea bendito para siempre. Ya entiendo por lo que se desea la devoción, que es bueno. Una cosa es desearlo, y otra pedirlo; mas crea que es lo mejor lo que hace, el dejarlo todo a la voluntad de Dios, y poner su causa en sus manos. Él sabe lo que nos conviene. Mas siempre procure ir por el camino que le escribí: mire, que es más importante de lo que entiende.

16. No será malo, cuando alguna vez despertare con esos ímpetus de Dios sentarse sobre la cama un rato, con que mire siempre tener el sueño, que ha menester su cabeza, que aunque no se siente, puede venir a no tener oración. Y mire, que procure no sufrir mucho frío, que para ese mal de hijada, no conviene. No sé para qué desea aquellos terrores, y miedos, pues le lleva Dios por amor. Entonces era menester aquello. No piense, que siempre estorba el demonio la oración, que es misericordia de Dios quitarla algunas veces. Y estoy por decir, que casi es tan gran merced, como cuando da mucha, por muchas razones, que no tengo lugar de decir. La oración, que Dios le da, es mayor sin comparación, que el pensar en el infierno, y ansí no podrá, aunque quiera, ni lo quiera, que no hay para qué. [165]

17. Hecho me han reír algunas de las respuestas de las hermanas. Otras están extremadas, que me han dado luz de lo que es; que no piense, que yo lo sé. No hice más que decírselo acaso a vuestra merced sobre lo que le diré, de que le vea, si Dios fuere servido.

18. La respuesta del buen Francisco de Salcedo me cayó en gracia. Es su humildad por un término extraño, que le lleva Dios de suerte con temor, que aun podría ser no le parecer bien hablar en estas cosas desta suerte. Hémonos de acomodar con lo que vemos en las almas. Yo le digo, que es santo; mas no le lleva Dios por el camino que a vuestra merced. En fin, llévale como a fuerte, y a nosotros como a flacos. Harto para su humor respondió.

19. Torné a leer su carta. No entendí el quererse levantar la noche que dice, sino sentado sobre la cama. Ya me parecía mucho, porque importa el no faltar el sueño. En ninguna manera se levante, aunque sienta fervor; y si duerme más, no se espante del sueño. Si oyera lo que decía Fr. Pedro de Alcántara sobre eso, no se espantara, aun estando despierto.

20. No me cansan sus cartas, que me consuelan mucho, y ansí me consolara poderle escribir más a menudo; mas es tanto el trabajo que tengo, que no podrá ser más a menudo; y aun esta noche me ha estorbado la oración. Ningún escrúpulo me hace, sino es pena de no tener tiempo. Dios nos le dé, para gastarle siempre en su servicio. Amén.

21. Terrible lugar es este para no comer carne. Con todo pensaba yo, que ha años, que no me hallo tan buena como ahora: y guardo lo que todas, que es harto consuelo para mí. Hoy es segundo día del año.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.

22. Pensé que nos enviara vuestra merced el villancico suyo; porque estos ni tienen pies, ni cabeza, y todo lo cantan. Ahora se me acuerda uno que hice una vez, estando con harta oración, y parecía que descansaba más. Eran (ya no sé si eran ansí) y por que vea que desde acá le quiero dar recreación.




¡Oh hermosura, que excedéis,





¡Oh ñudo, que ansí juntáis



A todas las hermosuras!


Dos cosas tan desiguales!



Sin herir, dolor hacéis;


No sé por qué os desatáis:



Y sin dolor, deshacéis


Pues atado, fuerza dais,




El amor de las criaturas.



A tener por bien los males.





Quien no tiene ser, juntáis



Con el ser que no se acaba:



Sin acabar, acabáis:



Sin tener que amar, amáis:



Engrandecéis nuestra nada. [166]


No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo, que me parecía estaba con harto, cuando dije esto. Dios se lo perdone, que me hace gastar tiempo: y pienso le ha de enternecer esta copla, y hacerle devoción; y esto no lo diga a nadie. Doña Guiomar y yo andábamos juntas en este tiempo. Dela mis encomiendas.
Notas


1. Cuando escribió la Santa esta carta, estaba su hermano en Ávila, según parece de su contestura.

En el primero número habla de algunos escrúpulos, que tenía su sobrino. Él saldría dellos, pues dice su tía: Que lo creía, que es el remedio único desta grande enfermedad.

2. En los números quinto, y sexto, le pide a su hermano algunos papeles, que tenía en Ávila, y entre ellos eran los tratados espirituales sobre el Pater noster, que andan con las Obras de la Santa.

3. Dice también: Que le envíe su sello, porque no puede sufrir sellar con esta muerte, sino con quien querría que lo estuviese en su corazón, como en el de san Ignacio. Es el caso, que la Santa sellaba al principio con una muerte, para tenerla presente en cuanto obraba. Después debió de encenderle Dios el corazón a más altos grados de amor, y hizo otro sello con el nombre de Jesús. Éste se dejó en Ávila, conque se hallaba necesitada de sellar con este otro.

Dice, pues, que no puede tolerar el sellar con el uno, cuando deseaba sellar con el otro. Como si dijera: No puedo sufrir el sellar con la muerte, cuando querría sellar con la vida. Es mi vida Jesús, y así quiero sellar con Jesús. Quiero poner el sello en la carta, que yo querría que sellase, y se estampase en mi corazón, como en el de san Ignacio. Habla de san Ignacio mártir, obispo de Antioquía, ternísimo amante de Jesús bien nuestro; de quien se refiere en su Vida, que después de martirizado, le hallaron en su corazón impreso con letras de oro el nombre dulcísimo de Jesús.

4. Luego dice: Que el Nuncio (éralo el ilustrísimo Nicolás Hormaneto, gran defensor de los Descalzos) le había enviado a pedir el número de religiosas que había, y las que podían ser para prioras, y que temía era para reformar otros conventos. Y añade: Y no nos está bien. Y esto con gran prudencia. Porque apenas nacida su reforma, o religión, no era bien exponerla, o arriesgarla a estos cuidados, y verdaderamente, si se mira bien el espíritu, y ejercicio de la Santa, más se ocupó en reformar su Orden, formando su santa, y esclarecida reforma, que en reformar las otras. Y así no quería que sus hijas entrasen en una empresa, que necesitaba de muy particular vocación.

5. También hace harta gracia el decir: Ahora me acuerdo el ser priora de ahí. Y es, que escribía esta carta desde Toledo, habiendo venido de la fundación de Sevilla, a la cual fue siendo priora de Ávila. Pero es buena luz de lo que la Santa despreciaba los puestos; pues teniéndolos muy presentes para el trabajo, se olvidaba luego dellos para la preeminencia. [167]

6. Encárgale mucho en el número quinto, que guarde con gran secreto sus papeles, y no los comunique a nadie. Porque no hay duda, que contendrían muchos, y grandes favores de Dios, y como parece por sus Obras, y vida que anda impresa en ellas.

En esto enseña la Santa el sumo secreto, y reverencia con que se han de tratar los favores de Dios; y cuán seguro, y excelente es el axioma de los espirituales, tomado del Espíritu Santo: Secretum meum mihi: Secretum meum mihi (Is 24,16), y que el verter los favores divinos sin gran discreción, es poco menos que desperdiciarlos; y no sé si diga despreciarlos.

7. Esta atención es utilísima para el espíritu, descansada para la vida, y segura para la opinión: Utilísima para el espíritu; porque asegura con la humildad, y el silencio, que no le destruya al alma el espíritu de soberbia, y de presunción. Descansada para la vida; porque la traerán sumamente quieta, y sosegada, y más recogida, y aun aprovechada, cuando menos caso hicieren en el mundo de su alma. Más segura para la reputación; porque en esta materia de favores interiores de Dios, visiones, y revelaciones, si veinte las creen, dos mil las murmuran, y se pierde más crédito del que se gana, aun cuando se buscase crédito por motivo del servicio de Dios. Y así nunca, sin grande necesidad, y a sus confesores se han de comunicar estas cosas.

8. Era grande el fervor del señor Lorenzo de Cepeda; y con la ansia que él tenía del aprovechamiento de su alma, dio la obediencia a su hermana, como ella dice en la carta siguiente, número segundo.

Santa Escolástica la dio a san Benito, hermana a hermano, y esto iba muy natural. Aquí el señor Lorenzo de Cepeda a su hermana. Y es que allí estaba el mayor espíritu del hombre; aquí estaba en la mujer. Et spiritus ubi vult spirat (Jn 1,8); y donde está el espíritu, es bien que esté la enseñanza; porque nunca lo grande enseña bien a lo bueno, mejor enseña lo bueno a lo grande.

Esto se entiende en magisterio privado, y particular; porque en el público, y de potestad, y de la Iglesia, siempre ha de correr por los hombres la doctrina, pues en ellos fundó Dios las llaves, y el magisterio.

9. Con los fervores de novicio en la virtud debió de hacer el señor Lorenzo de Cepeda alguna temeridad, y su hermana, y su maestra de espíritu lo contiene, y le dice: ¿Cómo hace promesa sin decírmelo? Donosa obediencia es esa. Donosa obediencia de penitente, hacer cosas graves, y tan graves, sin decirlo a su maestro.

Aquí enseña la Santa la obediencia, que se debe a los maestros de espíritu, y también, que no se dejen llevar los principiantes de los movimientos fervorosos del espíritu, sin que lo examine el consejo ajeno. Porque aunque, si es de Dios, todo es bueno cuanto hace; pero el calificar si es de Dios, es menester que siempre lo haga el maestro: Probate spiritus si ex Deo sint (Jn 4,1), dice san Juan. Probad si es espíritu de Dios. Eso se ha de probar con la ley de Dios, con sus preceptos, con las obras, con los consejos evangélicos, con medir el tiempo, la condición, la persona, el caso, y sus circunstancias: esto todo lo ha de pensar, y ponderar el juicio ajeno, y no el propio; porque el juicio propio sobre sí es falacísimo; el ajeno es más seguro en lo ajeno. [168]

10. En el número décimo le salva los escrúpulos de haber comprado una casa de campo, o heredad, distante una legua de la ciudad de Ávila, que llaman la Serna, y con muy buenas razones. Y entrambos la tenían para ello; el hermano de recelar arraigar en esta vida, cuando iba poniendo su corazón en la eterna; y la hermana, en que no dejase en su profesión lo que había menester para su mismo sustento. Como si dijera: ¿Tienes hijos? ¿Vives con ellos, y los has de prevenir el sustento, o decente lucimiento? Pues primero es la obligación, que la devoción.

11. En el número undécimo le pone ejemplar de santos, que lo fueron con haciendas, Jacob, Abrahán, y san Joaquín, como quien le propone la hacienda con las virtudes. Porque en un seglar las virtudes sin hacienda, y con hijos, e hijas, son virtudes; pero con grande peligro en los hijos, en las hijas, y familia; ¿pues a qué riesgo no se exponen las hijas, y los padres sin hacienda? Y por el contrario, la hacienda sin las virtudes, son lazos, y precipicio. Sólo es apetecible al seglar las virtudes con la hacienda; la hacienda con las virtudes.

12. Con todo eso en el número duodécimo le desvía de que tenga tratos, y contratos, y negociaciones; porque suelen ser lazos de la conciencia. San Agustín no quería a nadie aconsejar que fuese soldado, ni mercader: Séalo él (decía el santo) si quisiere: no yo lo quiero aconsejar.

Santos pueden ser los mercaderes; pero es peligroso oficio vivir en empleo codicioso sin codicia: en oficio de juntar plata sin extrañarse en la plata, y pasarla al corazón, y con dureza el corazón, y con la plata, ¿cómo oirá, ni tendrá a Dios en el corazón? Mas quiero tener en mi corazón madera, y pajas, que plata, porque veo que consagró el Señor la madera en la cruz, las pajas en el pesebre; pero no veo en parte alguna que bendijese la plata. Y así procuren los mercaderes salvarse en la tabla de la limosna, y la caridad: y ante todas cosas, en justificar los tratos, y los contratos, y recatarse de lo probable, embarcarse en lo seguro; porque es mejor no pecar, que tener que restituir.

13. En el número décimo tercio, con gracia familiarísima, habla de alguna honesta galantería de su hermano, y da recados a su sobrina, y todo con grandísimo donaire; porque todo les sabe bien a los buenos, y todo es santo en los santos. Al justo Omnia cooperantur in bonum. Dicite justo, quoniam bene (Rm 8,28, Is 3,10).

14. En el número decimocuarto dice una máxima muy buena. Porque parece que le envió su hermano a decir, que deseaba tener devoción, y estaba afligido con sequedades, y dice la Santa: Ya entiendo por qué desea la devoción. Una cosa es desearla: otra pedirla; mas crea que es lo mejor dejarlo todo a la voluntad de Dios.

Aquí la Santa enseña, que es bueno desear la devoción, esto es, desear fervoroso, y pronto el corazón a lo bueno. Y añade otra cosa también buena, que es pedirla. Añade otra mejor, que es, entregarse en la voluntad de Dios, sin pedir más de aquello que fuere su voluntad.

15. Esto explicaremos brevemente. El desear la devoción siempre es bueno, y nunca se ha de dejar. El pedirla también es bueno, y siempre se puede hacer. El promoverla, y procurarla también es bueno, por medios santos, y buenos, y también puede, y tal vez se puede, y se [169] debe hacer. Pero si después de haberlo deseado, pedido, y procurado Dios en lugar de devoción me envía tribulación, he de recibir tribulación con el mismo gusto, que si me enviara la devoción: y esto es, a mi parecer, lo que dice aquí la Santa. Y aun más dice: Que al desear, al pedir, al procurar la devoción, se haga todo con resignación a aquello que enviare Dios.

De suerte, que el principio, el medio, y el fin de nuestra oración, ha de ser: Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra (Mt 6,10). Señor, hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo. Pero con esta resignación muy bien se puede pedir caridad, y devoción, y todas las demás virtudes; y antes bien es muy bueno, y santo el pedirlas. Y es justo que las pidamos.

16. De aquí resulta, que no tengo por camino mejor que este el de los que dicen, que es lo mejor no pedir cosa a Dios, sino dejarlo todo a su voluntad, después de haberlo pedido todo con resignación a Dios: porque el orar es rogar, pedir, y suplicar; y sin pedir, rogar, y suplicar, apenas hay oración.

17. La Iglesia pide en todas sus oraciones; y es gran cosa seguir el espíritu de la Iglesia. Los santos piden por los pecadores. La Virgen está pidiendo por todos. Los apóstoles otra cosa no hacen que pedirle a Dios. ¿A quién hemos de pedir sino a Dios, cuanto habemos menester? El Pater noster, que nos enseñó el Señor por sus labios, cuando les dijo a sus discípulos cómo habían de orar, ¿no está lleno de peticiones? Sí. ¿Por ventura el Padre nuestro no es la oración domínica, norma, y regla de la perfecta oración? Claro está. Luego es santo, bueno, y necesario el pedir.

Y así aquella máxima: No es necesario pedir a Dios, sino que haga en todo su voluntad, no puede excluir el pedir, sino que se ha de entender que haya resignación: porque ni el hacer su voluntad se consigue sin pedir: pues es pedir que se haga su voluntad.

El Hijo de Dios pedía a su Padre eterno: y a cada paso, pedía la Virgen, cómo se vio en las bodas de Caná. Los Apóstoles santos siempre pedían, como habemos dicho; y así es bien que pidamos aquello que conviene a su servicio. Pero eso mismo se ha de pedir con resignación; y antes de pedir, al pedir, y después de haber pedido, acabar nuestra oración, diciendo: Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra; porque el no pedir a Dios puede causar sequedad, vanidad, soberbia, y temeridad; y todos en todo hemos menester a Dios.

18. En el número decimosexto le enseña dos máximas muy santas. La primera, que de tal manera se lleve de la oración, que no pierda la salud que ha menester para servir a Dios, que es quien le da la oración: conociendo, que la oración es medio de ejercitar las virtudes. Y si fatigando la cabeza, o no moderando los afectos, se pone el espíritu en estado que no está para ejercitar las virtudes con el cuerpo, pierde con el medio el fin, a que aspira el alma.

19. No hay quien no haya menester la salud para su estado, el prelado para gobernar, el súbdito para obedecer; y sin salud, ni el súbdito puede obedecer, ni el prelado gobernar. Pues si por tener oración días, [170] y noches, se perdiese la salud con el sueño, y sin él corre peligro también de perderse el juicio (como se ve que ha sucedido a muchos escrupulosos, y a otros enfermos deste espiritual achaque) es menester dar lo necesario al cuerpo, para que sirva al espíritu.

Por eso dice la Santa, que algunas veces no es el demonio, sino Dios el que quita la oración. Esto es, que viendo su divina Majestad la flaqueza del sujeto, le da sólo aquello que puede el sujeto tolerar.

20. La segunda máxima: que pues Dios había puesto a su hermano en más alto grado de oración de lo que es consideración del infierno, dejase esto, y se llevase de aquello que Dios le daba.

Yo no dudo, sino que en calentando Dios el corazón, y el alma en su amor, ya no le hace fuerza el temor, arrastrada, y llevada del amor, porque es su ley el amor, y no el temor.

21. Quien a Dios ama con perfecta caridad, no le ama porque hay infierno, y porque si no le ama se irá al infierno, ni porque hay cielo, y si le ama se irá al cielo; sino porque hay Dios, y aquel Dios es su bien, su criador, y su cielo; y le ama, y amará, aunque le tuviera, siendo posible, en las penas del infierno, y aunque le negara el cielo; porque le ama por quien es; y lo amara, porque ama al digno de todo amor, y le ama sin interés, ni amor servil, sólo con la caridad ardiente, desasida, pura, y santa; y es un temor reverencial, no servil, y el amor echa fuera el temor: Perfecta charitas foras mittit timorem (1Jn 4,48).

Todavía en todo tiempo es bien tener delante las Postrimerías algunas veces; porque pueden cesar los sentimientos del amor, y declinar a una vana presunción, de donde haya menester, para salir de allí, humillarse, y pensar en las últimas Postrimerías.

22. Tiene la vida espiritual grandes desigualdades de estados; y ya se toca con las estrellas; y ya en un instante se llega a los abismos: y suele criar el amor tal confianza, y esta una interior, y secreta presunción, y soberbia tal de que ama, que ha menester que se la quite el temor. Y así el buen espiritual ha de andar entre el amor, humillado; y entre el temor, confiado, considerando algunas veces, que por santo que sea, desde la gracia al infierno, ni hay en él más distancia que una delgada pared, que es su propia voluntad. Y otras: si está temeroso ha de pensar que entre él, y el infierno hay un larguísimo espacio; porque está Dios con su gracia, misericordia, y socorros.

23. En el número décimo sétimo habla de aquel celestial mote, Búscate en mí, que dio ocasión a la carta quinta, o vejamen. Y en el décimo octavo alaba el espíritu de Francisco de Salcedo, que fue uno de los conferentes; y alábalo de humilde, que es soberana virtud, y por eso muy singular la alabanza.

24. En el siguiente encomienda a su hermano, que conserve el sueño, para conservar la cabeza, y tener oración. No hay duda que es menester proporcionar la penitencia con los ejercicios de virtud; porque si en esta se excede, se faltará en aquellos; y todo debe templarlo, y moderarlo el espíritu de discreción.

25. Luego para recrear a su hermano la Santa le envía unos espirituales villancicos, y muy sentidos, y místicos, y que sobre ellos tienen [171] bien que discurrir sus hijos, e hijas en sus santas, y honestas recreaciones.

Explica la Santa el primero de ellos en la carta que se sigue, y yo explicara los segundos, aunque no lo han menester, para quien anda en espíritu, y en verdad; pero por no dilatarme, y molestar al lector con una no precisa explicación, me mortifico yo primero con el silencio.

26. Luego, después de escribir divinidades en estos villancicos llenos de sentimientos interiores de un espíritu enamorado de Dios, hace sobre sí misma refleja, y donaire de sí misma, acusándose, y diciendo a su hermano: ¿Mire qué seso de fundadora? Como si dijera: ¿Mire qué seso de fundadora, que hace coplas? ¿Qué seso de fundadora, que gasta en hacer versos el tiempo que había de gastar en hacer constituciones? ¿Qué seso de fundadora, que el tiempo que había de gastar en orar, y en gobernar, gasta en hacer versos, coplas, y villancicos?

27. Pero con licencia de la Santa, y de su humildad, debemos decir nosotros: ¿Miren qué seso de fundadora, que no cabiendo en el pecho los sentimientos de Dios, los pasa a la pluma, y al papel, para que otros tengan estos mismos sentimientos? ¿Qué seso de fundadora, que alaba a Dios perpetuamente, en prosa, y en verso, con su pluma con su voz, y con sus obras? ¿Qué seso de fundadora, que como otro David, le hace versos a su Esposo, y a su Dios? ¿Qué seso de fundadora, que hace el milagro grandioso de no abrasar el papel con el fuego de su amor en estas coplas?

28. ¿Y qué seso no tenía, y manifestaba en sus cánticos Moysén? ¿Qué seso Ana la madre de Samuel en el cántico, que hizo en el templo delante del sacerdote? ¿Qué seso David en sus inefables salmos? ¿Qué seso la Virgen santísima nuestra Señora en su Magnificat admirable? ¿Qué seso no tenía Zacarías en el cántico del Benedictus? ¿Qué seso no tuvieron los santos al componer sus himnos a Dios, de que se compone el rezo? ¿Qué seso no tuvieron san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio, y san Bernardo, y otros infinitos santos, que ocupaban el tiempo en hacer himnos, coplas, villancicos a Dios? Este seso, y espíritu, este amor, estos vivos sentimientos tenía esta soberana fundadora.




Teresa III Cartas 30