PIO IX MAGISTERIO 123

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23. Epílogo. - Plegaria y Bendición Apostólica.

Para que todo esto se realice próspera y felizmente, acudamos, Venerables Hermanos, al trono de la gracia, roguemos unánimemente con férvidas preces, con humildad de corazón al Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que por los méritos de su Hijo se digne colmar de carismas celestiales nuestra debilidad, y que con la omnipotencia de su virtud derrote a quienes nos acometen, y en todas partes aumente la fe, la piedad, la devoción, la paz, con lo cual su Iglesia santa, desterrados todos los errores y adversidades, goce de la deseadísima libertad, y se haga un solo rebaño bajo un solo pastor. Y para que el Señor se muestre más propicio a nuestros ruegos y atienda a nuestras súplicas, roguemos a la intercesora para con El, la Santísima Madre de Dios, la Inmaculada Virgen MARÍA, que es Nuestra madre dulcísima, medianera, abogada y esperanza fidelisima, y cuyo patrocinio tiene el mayor valimiento ante Dios. Invoquemos también al Príncipe de los Apóstoles, a quien el mismo Cristo entregó las llaves del reino de los cielos y le constituyó en piedra de su Iglesia contra la que nada podrán nunca las puertas del infierno, y a su Coapóstol PABLO, a todos los santos de la corte celestial, que ya coronados poseen la palma, para que impetren del Señor la abundancia deseada de la divina propiciación para todo el pueblo cristiano.

Por fin, recibid la bendición apostólica, henchida de todas las bendiciones celestiales y prenda de Nuestro amor hacia vosotros, la cual os damos salida de lo íntimo del corazón, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todos los clérigos y fieles todos encomendados a vuestro cuidado.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, el día 9 de Noviembre del año 1846, primer año de Nuestro Pontificado.

PIO PAPA IX.

NOTAS

* (1) Gregorio XVI se extendió sobre este tema en la Enciclica Mirari vos 15-Vill-1832; Pío IX hablará más tarde de él en Cuanta Cura, 8-XII- 1864, luego Pío X en la Encicl. Pascendi, 8-IX-1907 y Pío XI en la Encicl. Mil brennender Sorge, 14-III-1937.


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UBI PRIMUM ARCANO: Sobre la conservación de la disciplina en las Familias Religiosas

PÍO IX, 17 de junio de 1847

Amados hijos varones religiosos, salud y bendición apostólica

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1. Elogio de las Órdenes Religiosas

Apenas por un secreto designio de la divina Providencia fuimos elevados al gobierno de toda la Iglesia, entre los principales cuidados y solicitudes de nuestro Apostólico ministerio nada tuvimos más presente que abrazar con singular afecto de Nuestra paternal caridad a vuestras Familias Religiosas, prodigarles toda Nuestra atención, protegerlas, defenderlas y mirar y proveer con todas Nuestras fuerzas a un mayor bien y esplendor.

Pues ella, instituidas por varones santísimos, inspirados por el divino espíritu para procurar la mayor gloria de Dios Omnipotente y la salvación de las almas, y confirmadas por esta Sede Apostólica, realizan con sus múltiples formas aquella hermosísima variedad que maravillosamente circunda a la Iglesia y constituyen los selectísimos escuadrones auxiliares de soldados de Cristo, que fueron siempre un máximo ornato y defensa para uso tanto de la república civil como de la cristiana. Como quiera que sus hijos llamados por singular beneficio de Dios a profesar los consejos de la sabiduría evangélica, y juzgándolo todo detrimento por la eminente ciencia de Jesucristo, despreciando con excelso e invicto ánimo todo lo terrestre y teniendo fijos los ojos únicamente en las cosas celestiales, siempre se mostraron insistiendo en egregias obras y realizando gloriosos trabajos con los que merecieron bien tanto de la Iglesia Católica como de la sociedad civil. nadie ciertamente ignora o puede ignorar, que las Familias Religiosas, ya desde su primera institución brillaron con casi innumerables varones insignes en todo género de doctrina y cúmulo de erudición, y esclarecidos con el ornato de todas las virtudes y la gloria de la santidad, ilustres también en honrosísimas dignidades, encendidos en ardiente amor de Dios y de los hombres, hechos espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres y que solamente se deleitaron en aplicarse con todo cuidado, afición y empeño, de día y de noche, a llevar sobre su cuerpo la mortificación de Jesús propagar la fe y doctrina católicas desde el sol naciente hasta el ocaso, luchar valientemente por ella, soportar alegremente cualquier género de severidades, tormentos y suplicios hasta dar la misma vida, atraer a los pueblos rudos y bárbaros, sacándolos de su tinieblas, fiereza de costumbres y encenegamiento en los vicios, a la luz de la verdad evangélica, a toda virtud y a la cultura de la sociedad civil, cultivar y proteger las letras, disciplinas y artes y librarlas cíe la destrucción, modelar maduramente las tiernas mentes de lo jóvenes y sus corazones blandos como la cera en la piedad y la honestidad, volver a los errantes al camino de la salud. Ni es esto sólo sino que, revestidos de entrañas de misericordia, no hay ningún género de caridad heroica que ellos, aun exponiendo su vida, no hayan ejercido, como proporcionar amorosamente los oportunos subsidios de la cristiana beneficencia y providencia a los cautivos, encarcelados, enfermos, moribundos y a todos los desgraciados, necesitados y afligidos, suavizando sus dolores, enjugando sus lágrimas y proveyendo a sus necesidades con todo género de auxilios y obras.

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2. Las famillas religiosas y los Pontífices

De aquí ciertamente proviene que los padres y Doctores de la Iglesia con toda razón y derecho han honrado a los cultores de la perfección evangélica con sumas alabanzas y hayan combatido acérrimamente a sus impugnadores que afirman con temeridad que estos sagrados institutos son inútiles y perjudiciales a la sociedad. Los romanos Pontífices Predecesores Nuestros, demostrando siempre benévolo afecto hacia las mismas Ordenes Regulares, no dejaron por su parte de protejerlas y de defenderlas con el patrocinio de la autoridad apostólica, ni de honrarlas con los más grandes honores y privilegios, reconociendo muy bien cuales y cuántos bienes y utilidades hayan redundado en todo tiempo de esas mismas Órdenes a la universal república cristiana. Los mismos predecesores Nuestros se mostraron tan solícitos por esta principalísima parte del campo del Señor, que apenas supieron que el hombre enemigo disimuladamente sembraba cizaña en medio del trigo (1), y que las pequeñas zorras destrozaban los florecientes retoños (2) sin ninguna dilación pusieron todo cuidado en arrancar y destruir de raíz cuanto pudidiera impedir los ubérrimos y venturosísimos frutos de la semilla sembrada. Por esta causa, sobre todo CLEMENTE VIII de piadosa memoria y también URBANO VIII, INOCENCIO XII, CLEMENTE XI, PÍO VII y LEÓN XII predecesores Nuestros, ya tomando saludables determinaciones, ya publicando sapientísimos decretos y constituciones, no dejaron de tener tensos todos los nervios de la vigilancia y providencia pontificias para remover totalmente cuantos males se habían introducido en las Familias Religiosas por las tristísimas vicisitudes de las cosas y de los tiempos, y para proteger y restaurar en ellas la disciplina regular.

Nosotros pues, según la suma caridad que sentimos hacia las mismas Ordenes, emulando los ilustres ejemplos de Nuestros Predecesores y siguiendo las sapientísimas sanciones sobre todo de los Padres Tridentinos (3) según la obligación de Nuestro Supremo Apostolado, determinamos dirigir todos nuestros cuidados y pensamientos, con todo el afecto de nuestro corazón, a vuestras Familias Religiosas, con la mira de consolidar lo débil si lo hay, sanar lo enfermo, restablecer lo resquebrajado, reducir lo perdido y levantar lo decaído, para que revivan en todas partes y cada día prosperen y florezcan más la integridad de las costumbres, santidad de la vida, observancia de la disciplina regular, las letras, las ciencias, sobre todo las sagradas, y las leyes propias de cada Orden.

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3. Empeño del Sumo Pontífice en conservar la disciplina religiosa.

Si bien, pues, intensamente nos alegramos en el Señor de que haya muchos hijos de estas Familias Sagradas que, teniendo presente su santísima vocación y aventajándose en el ejemplo de toda virtud y doctrina, con todo empeño procuran seguir las huellas de sus ilustres Padres, trabajar en el ministerio de la salvación y difundir en todas partes el buen olor de Cristo, con todo lamentamos de que haya algunos, que olvidados de su profesión y dignidad declinen en tal manera del instituto que los había aceptado, que no sin grandísimo daño de las mismas Ordenes y de los fieles, lleven tan sólo la apariencia y el hábito de la piedad, y contradigan con su vida y costumbres la santidad, el nombre y la vestimenta del instituto que profesan. Os damos pues a vosotros, amados Hijos, que sois los superiores de las mismas Ordenes, esta carta que os manifiesta nuestra afectuosísima voluntad hacia vosotros y vuestras Ordenes Religiosas y por la que os hacemos saber las decisiones que hemos tomado para instaurar la disciplina regular. Esta determinación tiende enteramente estatuir y perfeccionar con l a ayuda de Dios, todas aquellas cosas que puedan conducir más y más a proteger y conseguir la incolumidad y prosperidad de cada Familia Religiosa, a procurar el bien de los pueblos, y a amplificar el culto divino y promover la gloria de Dios. Puesto que al instaurar la disciplina en vuestras Ordenes, Nuestro celo y Nuestros deseos se dirigen principalmente a que podamos tener de las mismas Ordenes operarios instruidos y laboriosos, provistos no menos de ciencia que de piedad, perfectos hombres de Dios y preparados para toda obra buena, cuya actividad podamos aplicar en el cultivo de la viña del Señor, en la propagación de la fe católica, sobre todo entre los pueblos infieles y en el manejo de los gravísimos negocios de la Iglesia y de esta Santa Sede. Y para que un asunto de tanta importancia para la Religión y para las mismas Ordenes Regulares se desenvuelva, como grandemente anhelamos, próspera y felizmente y obtenga el deseado éxito, siguiendo las huellas de Nuestros Predecesores, hemos instituido una Congregación peculiar de Venerables Hermanos Nuestros, Cardenales de la Santa Romana Iglesia, que hemos denominado del Estado de las Ordenes Regulares, para que los mismos Venerables Hermanos Nuestros, según su singular sabiduría, prudencia, consejo, uso y pericia en el manejo de los negocios, nos proporcionen una ayuda en este asunto tan importante. También a vosotros, amados hijos, os llamamos a colaborar en la misma empresa y os advertimos, exhortamos y rogamos ardientemente en el Señor, que queráis unir vuestro esfuerzo con toda diligencia a Nuestros cuidados y celo, para que vuestra Orden brille con la primitiva dignidad y esplendor. Así, pues, por el lugar que ocupáis y el cargo que os han señalado, no dejéis nada por hacer para que los varones religiosos que están sujetos a vosotros, meditando seriamente la vocación con que han sido llamados, caminen dignamente en ella y procuren cumplir siempre religiosamente los votos que un día ofrecieron a Dios.

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4. Exhortación a los superiores religiosos - Ideal religioso - Noviciado.

Atended pues con toda vigilancia a que, siguiendo ellos las insignes huellas de sus mayores, custodiando la santa disciplina y rechazando enteramente las seducciones, espectáculos y negocios del mundo a los que renunciaron, insistan sin intermisión en la oración, meditación, doctrina y lectura de las cosas divinas y se dediquen a la salud de las almas según el propio instituto de su Orden, y mortificados en la carne, y vivificados en el espíritu, se muestren al pueblo de Dios modestos, humildes, sobrios, benignos, pacientes, justos, irreprensibles en la integridad y la castidad, fervientes en la caridad, honorables por la sabiduría, no siendo obstáculo para nadie sino dando a todos ejemplo de buenas obras, para que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de ellos. Por cuanto muy bien sabéis con qué santidad de vida y ornato de todas las virtudes de ben absolutamente brillar quienes, des preciando todos los halagos de las co sas humanas, voluptuosidades, falacia y vanidades, prometieron y profesaron dedicarse únicamente a Dios y al culto divino, para que el pueblo Cristiano mirándolos a ellos como nitidísimo es pejo, reciban de ellos aquellas enseñan zas de piedad, religión y toda virtud con las que más dichosamente cami ne por las sendas del Señor. Y com el estado y decoro de toda la familia sagrada depende enteramente de la diligente admisión de los novicios y de su óptima institución, os exhorta mos vehementemente a que averigüéis antes con cuidado la índole, el ingenio y las costumbres de los que ha brán de ingresar en vuestras Familias Religiosas y solícitamente investiguéis qué determinación, espíritu y razón los llevan a comenzar la vida regullar. Y después que hayáis entendido que ellos no pretenden otra cosa al abrazar la vida religiosa, que la gloria de Dios, utilidad de la Iglesia y la salvación propia y de los demás, procurad con toda diligencia, cuidado e industria, que durante el tiempo del noviciado sean educados pía y santamente, por óptimos maestros, según las leyes de la propia Orden y sean informados en toda virtud y en el instituto, por ellos iniciado, de la vida regular.

Estudios. - Trabajo y Unión. Ya que uno de los principales e ilustres títulos de gloria de las Ordenes Regulares fue siempre el cultivo y fomento de |las letras y la ilustración de la ciencia de las cosas humanas y divinas adquirido con muchos trabajos eruditos, doctos y laboriosos, os exhortamos y advertimos con gran encarecimiento que, según las leyes de vuestra Orden y con el mayor cuidado e ingenio, promováis una recta organización de los estudios y lo intentéis todo para que estros alumnos religiosos se ocupen constantemente en el aprendizaje de letras humanas y de las más severas disciplinas, sobre todo las sagradas, con lo que inmejorablemente cultivados en las óptimas y sanas doctrinas puedan desempeñar religiosa y sabiamente tanto las obligaciones del propio cargo como los ministerios sagrados. Ahora pues, como grandemente anhelamos que todos los que militan en los ejércitos del Señor a una voz glorifiquen unánimes a Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, y perfectos en el mismo sentir y opinar se muestren solícitos en conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, os rogamos una y otra vez que unidos con estrechísimo lazo de concordia y caridad y perfecto consenso de ánimos con los Venerables Hermanos, Obispos y el clero secular nada consideréis más estimable que emplear todas las energías en unión de aspiraciones, para la realización de la obra del ministerio y edificación del Cuerpo de Cristo, emulando siempre los carismas mejores (2). Siendo pues una la Universal Iglesia de los Prelados Regulares y Seculares, de los Subditos exentos y no exentos, /uera de la cual absolutamente nadie se salva, de todos los cuales es uno el Señor, una la Fe y uno el Bautismo, conviene que sea una la voluntad de todos los que pertenecen al mismo cuerpo y estén ligados entre sí, como hermanos, por el vinculo de la caridad (3).

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5. Conclusión.

Estas son, amados hijos, las cosas que juzgamos deber Nuestro exponeros y advertiros en esta Carta Nuestra, para que claramente entendáis cuánta benevolencia sintamos hacia vosotros y vuestras Familias Religiosas y con cuánto empeño queramos proveer a las normas, utilidades, dignidad y esplendor de las mismas Familias. No dudamos pues, que vosotros, según vuestra eximia religión, piedad, virtud, prudencia y el mismo amor hacia vuestra Orden, os gloriaréis en responder lo mejor posible a nuestros deseos, cuidados y disposiciones. Confiados en esta fe y esperanza, como testimonio de Nuestro intensísimo afecto y caridad hacia vosotros y a todos vuestros compañeros religiosos y como auspicio de todos los celestiales dones, os impartimos a vosotros, amados hijos, varones religiosos y también a ellos, amorosamente, la Bendición Apostólica, salida de lo íntimo del corazón.

Dado en Roma, junto a Santa María la Mayor, el día 17 de Junio del año 1847, de Nuestro Pontificado en el año primero.

NOTAS

* (*) Pii IX, P. M., Acta Romae, Pars 1, 46. Traducción especial para la 1ª edición.

* (1) Marcos 13, 25. 3

* (2) Cantar de los Cantares, 2, 15.

* (3) Concilio de Trento, sesión 25. sobre los Regulares y Monjas (Mansi, C. Conc. 33, 172-181).


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UBI PRIMUM NULLIS: Con motivo de la preparación del estudio sobre la Inmaculada Concepción

PÍO IX 2 de febrero de 1849

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1. Introducción - Consuelo del Papa &nnbsp;

Apenas elevados, ciertamente no por mérito nuestro, sino por secreto designio de la divina Providencia, a la sublime cátedra del Príncipe de los Apóstoles, tomando, para dirigirlo, el timón de toda la Iglesia, experimenta mos suma consolación, Venerables Hermanos, cuando entendimos cómo había revivido maravillosamente, durante el Pontificado de Nuestro Predecesor GREGORI0 XVI de piadosa memoria, en todo el orbe católico, un ardentísimo deseo de que fuese decretado, por fin, en solemne sentencia por la Sede Apostólica, que la Santísima Madre de Dios y madre nuestra, la Inmaculada Virgen MARÍA fue concebida sin pecado original.

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2. El deseo de la cristiandad

Clara y abiertamente atestiguan y demuestran este piadosísimo deseo las postulaciones continuamente presentadas tanto a Nuestro Predecesor como a Nosotros mismos, en las que esclarecidísimos obispos, ilustres Colegios de Canónigos, Familias Religiosas, entre ellas la ínclita Orden de los Predicadores, con apremio solicitaron que la Sagrada Liturgia y sobre todo en el Prefacio de la Misa de la Beatísima Concepción de la Virgen fuese licito enunciar y añadir abierta y públicamente aquella palabra INMACULADA. A estos pedidos accedimos gustosísimamente tanto Nosotros como el mismo Predecesor Nuestro. A esto se agrega, Venerables Hermanos que muchísimos miembros de vuestro Orden no han cesado de enviar cartas al mismo Predecesor Nuestro y a Nosotros en las que con reiteradas súplicas y renovado afecto pidieron que quisiéramos definir como doctrina de la Iglesia Católica que la concepción de la Beatísima Virgen María fue enteramente inmaculada y totalmente inmune a toda culpa original. Ni faltaron tampoco en nuestros tiempos varones destacados en ingenio, virtud, piedad y doctrina, que con sus doctos y laboriosos escritos de tal manera ilustraron este argumento y esta piadosísima sentencia, que no pocos se admiran de que aún la Iglesia y la Sede Apostólica no otorguen a la Santísima Virgen este honor, que la común piedad de los fieles tan intensamente anhela sea concedido a la misma Virgen por solemne juicio de la misma Iglesia y Sede. Ciertamente, tales votos fueron muy gratos y muy gozosos a Nosotros que desde Nuestros tiernos años nada tuvimos por más estimable y mejor que honrar con íntimo afecto de corazón a la Beatísima Virgen María y hacer todo aquello que parecía conducir a procurar una mayor gloria y alabanza de la misma Virgen y a promover su culto. Así, pues, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado dirigimos Nuestros cuidados y Nuestros pensamientos a un negocio de tanta importancia y no omitimos dirigir humildes y fervorosas plegarias a Dios, Óptimo y Máximo, para que quisiera ilustrar Nuestra mente con la Luz de su celestial gracia, para que pudiéramos entender qué debíamos hacer en este asunto.

Nos apoyamos sobre todo en la esperanza de que la Beatísima Virgen, que elevó el vértice de sus méritos sobre todos los coros de los Ángeles hasta el solio de la Deidad (S. Gregorio Papa, De Exposit, in libros Regum), y que aplastó la cabeza de la antigua serpiente con el pie de la virtud, y que constituida en Cristo y la Iglesia (S. Bernardo, Sermón in Apocalipsis, c. 12), y toda suave y llena de gracias, libertó siempre al pueblo cristiano de las mayores calamidades, de las insidias y el ímpetu de todos los enemigos, y la preservó de la ruina, compadeciéndose como suele con el amplísimo afecto de su ánimo maternal de las tristísimas y luctuosísimas vicisitudes Nuestras, acerbísimas angustias, trabajos y necesidades, querrá, con su patrocinio ante Dios siempre presente y potentísimo, apartar los flagelos de la ira divina con los que somos afligidos por Nuestros pecados y detener y disipar las turbulentísimas tempestades de males, con las que, con increíble dolor de Nuestro ánimo, la Iglesia en todas partes es agitada, y convertir en gozo Nuestro llanto. Bien conocéis, Venerables Hermanos, que todo el fundamento de Nuestra confianza está colocado en la Santísima Virgen, como quiera que Dios puso en María la plenitud de todo bien, de manera que si hay en nosotros algo de esperanza, algo de gracia y de salud, debemos reconocer que de Ella nos proviene... porque tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tuviéramos por María (S. Bernardo, In Nativit. S. Mariae, de Aquaeductu).

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3. Se prepara un examen detenido del asunto

De aquí que hayamos elegido algunos varones eclesiásticos, respetables por la piedad y muy peritos en la disciplinas teológicas y algunos Venerables Hermanos Nuestros, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, ilustres por su virtud, religión, consejo, prudencia y ciencia de las cosas divinas, y les hayamos encomendado que según su prudencia y saber se encargasen de examinar detenidamente este gravísimo asunto y luego Nos trasmitieran diligentísimamente su parecer. Al obrar así creíamos seguir las ilustres huellas y emular los ejemplos de Nuestros ilustres Predecesores.

Por lo cual os escribimos esta carta, Venerables Hermanos, por la que excitamos con todo empeño vuestra egregia piedad y pastoral solicitud y os inculcamos una y otra vez que cada uno de vosotros procure según su propio arbitrio y prudencia que se digan y hagan en sus diócesis públicas plegarias para que el clementísimo Padre de las luces se digne esclarecernos con la suprema luz de su divino Espíritu e ilustrarnos con su inspiración, de manera que en este asunto de tanta importancia tomemos aquella determinación que redunde tanto en la mayor gloria de su santo Nombre como alabanza de la Beatísima Virgen y utilidad de la Iglesia. Deseamos también vehementemente que lo antes posible nos hagáis saber cuánta sea la devoción que anime a vuestro clero y pueblo fiel hacia la Inmaculada Concepción de la Virgen, y qué deseos los inflamen de que este asunto sea discernido por la Sede Apostólica; en primer lugar deseamos saber con máximo interés qué sentís vosotros mismos, Venerables Hermanos, según vuestra eximia sabiduría, acerca de esto y qué anheláis, habiendo ya concedido al Clero Romano que pueda recitar las peculiares horas canónicas de la Concepción de la Beatísima Virgen, recientísimamente compuestas e impresas, en lugar de las que aparecen en el Breviario común, por carta os concedemos a vosotros, Venerables Hermanos, la facultad de otorgar si os place, a todo el clero de vuestras Diócesis que pueda recitar lícitamente las mismas horas canónicas de la Concepción de la Santísima Virgen, que usa ahora el Clero Romano, sin que para ellos debáis implorar permiso de Nosotros o de Nuestra Sagrada Congregación de Ritos.

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4. Conclusión

De ningún modo dudamos, Venerables Hermanos, de que os alegraréis, según vuestra singular piedad hacia la Santísima Virgen María, en acceder gustosísimamente y con todo cuidado y celo a estos deseos Nuestros y de que os apresuraréis a enviarnos las oportunas respuestas que os pedimos. Mientras tanto recibid, como auspicio de todos los celestiales dones y testimonio de Nuestra particular benevolencia, la Bendición Apostólica que os impartimos amantísimamente de lo más hondo de Nuestro corazón a vosotros, Venerables Hermanos y a todos los Clérigos y fieles laicos confiados a vuestra vigilancia.

Dado en Gaeta el día 2 de febrero de 1849 de Nuestro Pontificado el año tercero.


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NOSTIS ET NOBISCUM: A los Obispos de Italia sobre los Estados Pontificios

PÍO IX 8 de diciembre de 1849

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica

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1. Motivos de esta Encíclica. - Los desmanes de los enemigos de la Igleesia.

Lo mismo que Nos, sabéis y estáis viendo vosotros, Venerables Hermanos, con cuánta malignidad cobraron fuerza ciertos hombres depravados, enemigos de toda verdad, justicia y honestidad, los cuales ora valiéndose del fraude y de toda clase de intrigas, ora abiertamente lanzando como mar embravecida la espuma de sus confusiones, se esfuerzan por esparcir por doquiera entre los pueblos fieles de Italia la desenfrenada licencia de pensar, de hablar y de cometer audazmente toda suerte de impiedades y de echar por tierra la Religión Católica en Italia, y si posible fuere, destruirla de raiz. Todo el plan de sus designios diabólicos se descubrió en diversos lugares, pero, sobre todo, en Nuestra ciudad, Sede de Nuestro Supremo Pontificado, donde, luego que Nos vimos obligados a abandonarla, han podido entregarse, más libremente, si bien por pocos meses, a toda de desmanes; y a tal extremo llevaron su furia de mezclar, con nefasta audacia las cosas divinas y humanas, que entorpeciendo las funciones y despreciando la autoridad del Clero de Roma y de sus Prelados, que, por Nuestra orden, cuidaban intrépidos de las cosas sagradas, obligaban a los pobres enfermos que luchában ya con las angustias de la muerte, privados de todo auxilio religioso, a exhalar su último suspiro entre los halagos de infames prostitutas.

Aunque después, tanto la ciudad de Roma como las otras provincias del dominio pontificio, hayan sido restiuidas por la misericordia de Dios y mediante las armas de las naciones católicas a Nuestro gobierno temporal y haya cesado igualmente el tumulto de la guerra en otras regiones de Italia, sin embargo estos infames enemigos de Dios y de los hombres, no desistieron ni desisten de su nefanda empresa e impedidos de valerse de la violencia abierta, recurren a otros medios ciertamente fraudulentos, no siempre del todo ocultos. En medio de tan grandes dificultades de toda la grey del Señor sobre Nuestros débiles hombres y embargados del más vivo dolor, a causa de los graves peligros que amenazan a todas las iglesias de Italia, no pequeña consolación en medio de las pesadumbres Nos proporciona vuestra pastoral solicitud, de la cual, Venerables Hermanos, tantas pruebas nos habéis dado en medio de la pesada borrasca y que se manifiesta cada día de nuevo con mayor claridad. Entre tanto, la misma gravedad de las cosas nos apremia, a fin de que, en cumplimiento de las obligaciones de Nuestro cargo pastoral, os estimulemos más vivamente aún, con Nuestra palabra y Nuestras exhortaciones, Venerables Hermanos, llamados a la participación de Nuestra solicitud a pelear con constancia a Nuestro lado las batallas del Señor y a tomar de común acuerdo con Nosotros todas las disposiciones necesarias, a fin de que, con la bendición de Dios se remedien todos los males que Nuestra santa Religión ya ha sufrido en Italia, y se conjuren los inminentes peligros del porvenir.

Uno de los múltiples artificios de que los mencionados enemigos de la Iglesia se han acostumbrado a servir para alejar de la fe católica los ánimos de los italianos ha consistido en aseverar y propalar desvergonzadamente por todas partes, que la Religión católica es un obstáculo a la gloria, al esplendor y a la prosperidad de la Nación italiana, y que, por consiguiente, para hacer volver Italia a la grandeza de sus antiguos tiempos, es decir, de los tiempos paganos, es necesario sustituir la Religión católica por las enseñanzas de los protestantes y sus asambleas. No es, por cierto, fácil juzgar que hay de más detestable en esta invención, si la perfidia de su necia impiedad o la audacia de sus inicuas mentiras.

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2. La Religión salvó a Italia de la ruina.

Pues, el bien espiritual de haber sido librados del poder de las tinieblas y trasladados a la luz de Dios, justificados por la gracia de Cristo y hechos herederos en la esperanza de la vida eterna, este bien de las almas, que mana de la santidad de la Religión católica, es ciertamente de tan alto valor que no hay gloria ni felicidad en este mundo que en su comparación pueda ser tenido en cuenta. Pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? o ¿con qué cambio podrá el hombre rescatarla? Pero está tan lejos el que la profesión de la verdadera fe haya causado a italia estos daños temporales que antes bien, hay que atribuir a la Religión católica el que, al caer el Imperio Romano, no hubiere ido a parar en la misma triste situación de los asirios, caldeos, medos, persas y macedonios, que dominando antes por muchos años, decayeron al cambiar la suerte de los tiempos.

En efecto, ninguna persona instruida ignora que la santa Religión de Cristo no sólo ha arrancado a Italia de las tinieblas de tantos y tan graves errores como la cubrían, sino que ella, entre las ruinas de aquel antiguo Imperio y las invasiones de los bárbaros que devastaban toda Europa, se vio también elevada sobre todas las naciones del mundo, a tanta gloria y grandeza que, por colocar Dios en sus eno, como singular privilegio, la sagrada Cátedra de Pedro, posee por medio de la Religión divina un dominio más vasto y sólido que el que tuviera en otro tiempo por la dominación terrena.

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3. Otros beneficios reportados por la Religión

De este singular privilegio de poseer la Sede Apostólica y de echar, en consecuencia, la Religión Católica en los pueblos de Italia sus más firmes raíces han surgido para Italia otros innumerables e insignes beneficios. En realidad, la santísima Religión de Cristo, maestra de la verdadera sabiduría, protectora de la humanidad, y madre fecunda de todas las virtudes, arrancó del alma de los italianos esa funesta sed de gloria y esplendor, que incitaba a sus mayores a llevar perpetuamente a la guerra a los otros pueblos, a oprimirlos, a reducir -según el derecho de guerra entonces vigente- a una inmensa muchedumbre de seres humanos a durísima servidumbre; y a la vez impulsó poderosamente a los italianos, iluminados con la claridad de la verdad católica, a la práctica de la justicia y de la misericordia, a las obras más preclaras de piedad para con Dios y de caridad para con los hombres. Por eso, os es dado admirar en las principales ciudades de Italia los sagrados templos, y otros monumentos de la era cristiana, los cuales no son por cierto obra de una multitud reducida a dolorosa servidumbre, sino únicamente del celo sincero animado por la vivificadora caridad; y las piadosas instituciones de toda especie, consagradas ya a la práctica de los ejercicios religiosos, ya a la educación de la juventud, o al cultivo de las letras, las artes, las ciencias, ya, en fin al alivio de las enfermedades y la miseria de los desgraciados. ¿Es pues esta Religión divina, que por tantos títulos ha procurado la salud, la gloria y la felicidad de Italia, la que con tanto empeño pretenden que debe desarraigarse de los pueblos de Italia?

No podemos contener las lágrimas, Venerables Hermanos, al ver ciertos italianos, tan malvados, y tan miserablemente engañados que aplaudiendo tan nefastas doctrinas, no temen contribuir con ellas a una desgracia tan grande de su patria.

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4. Por último: empujar a los pueblos al socialismo.

Pero tampoco ignoráis, Venerables Hermanos, que los principales autores de esta tan abominable intriga, no se proponen otra cosa que impulsar a los pueblos, agitados ya con todo viento de perversas doctrinas, al trastorno de todo orden humano de las cosas, y a entregarlos a los nefandos sistemas del nuevo Socialismo y Comunismo. Se dan perfecta cuenta y lo han comprobado con la experiencia de largos años, que ninguna transigencia pueden esperar de la Iglesia Católica, que en la custodia del sagrado depósito de la divina Revelación, no permitirá que se le sustraiga un ápice de las verdades de fe propuestas, ni que se le añadan las invenciones de los hombres. Por lo mismo han formado ellos el designio de atraer a los pueblos de Italia a sus opiniones y conventículos protestantes en que, engañosamente les dicen una y otra vez para seducirlos que no deben ver en ello más que una forma diferente de la misma Religión cristiana verdadera, en que lo mismo que la Iglesia Católica se puede agradar a Dios. Entre tanto, en modo alguno ignoran que aquel principio básico del protestantismo, a saber, el libre examen e interpretación de la Sagrada Escritura, por el juicio particular de cada uno, en sumo grado aprovecharía su impía causa. De este modo confían en que se les tornará más fácil la tarea de hacer que, abusen primero de la interpretación arbitraria de las Sagradas Letras para difundir, en nombre de Dios, sus errores, y luego impulsen a la duda de los p rincipios fundamentales de la justicia y de la honestidad a los hombres inflamados de la orgullosa presunción de juzgar libremente de las cosas divinas.

Plegue a a Dios, Venerables Hermanos, que Italia de donde, por el privilegio de poseer en Roma la Sede del magisterio apostólico, las otras naciones han sólido beber las aguas puras de su sana doctrina, no se vaya a convertir al fin para ellas en piedra de tropiezo y de escándalo; plegue a Dios que esta porción escogida de la viña del Señor no sea entregada a la depredación de todas las bestias del campo; ni permita, que los pueblos italianos después de haber sorbido la demencia de la copa emponzoñada de Babilonia, tomen sus armas parricidas contra su madre la Iglesia. En verdad, tanto Nosotros como vosotros, en estos tiempos llenos de tantos peligros que por oculto designio de Dios nos han sido deparados, debemos cuidarnos de temer los artificios y agresiones de los hombres que conspiran contra la fe de Italia como si con nuestras solas fuerzas hubiéramos de vencerlos, siendo que Cristo es nuestro Consejero y nuestra Fortaleza, sin el cual nada podemos, pero con el cual lo podemos todo (1).


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