PIO IX MAGISTERIO 500

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ACERBISSIMUM VOBISCUM (Fragmento): Sobre el matrimonio civil

Alocución

PÍO IX 27 de septiembre de 1852

Nada decimos de aquel otro decreto por el que, despreciado totalmente el misterio, la dignidad y santidad del sacramento del matrimonio e ignorando y trastornando absolutamente su institución y naturaleza, desechada de todo en todo la potestad de la Iglesia sobre el mismo sacramento, se proponía, según los errores ya condenados de los herejes y contra la doctrina de la Iglesia Católica, que se tuviera el matrimonio sólo como contrato civil y se sancionaba en varios casos el divorcio propiamente dicho (cf. 1767), a par que todas las causas matrimoniales se sometían a los tribunales laicos y por ellos eran juzgadas (v. 1774). Pero ningún católico ignora o puede ignorar que el matrimonio es verdadera y propiamente uno de los siete sacramentos de la ley evangélica, instituído por Cristo Señor, y que, por tanto, no puede darse el matrimonio entre los fieles sin que sea al mismo tiempo sacramento, y, consiguientemente, cualquier otra unión de hombre y mujer entre cristianos, fuera del sacramento, sea cualquiera la ley, aun la civil, en cuya virtud esté hecha, no es otra cosa que torpe y pernicioso concubinato tan encarecidamente condenado por la Iglesia; y, por tanto, el sacramento no puede nunca separarse del contrato conyugal (v. 1773), y pertenece totalmente a la potestad de la Iglesia determinar todo aquello que de cualquier modo pueda referirse al mismo matrimonio.


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EXIMIAM TUAM: Sobre la falsa doctrina de Antonio Günter

Carta Apostólica

PÍO IX Al Cardenal de Geissel, arzobispo de Colonia 15 de junio de 1857

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1. Introducción

Tu eximio celo por defender la causa católica y tu pastoral solicitud que, por lo demás, Nos son bien conocidos, en verdad con no pequeño regocijo, de Nuestra alma, hemos visto brillar en la carta que, con fecha 16 del último abril Nos dirigiste, acerca del Decreto sancionado por Nuestra Pontificia Autoridad, y publicado por Nuestra Congregación del Índice el día 8 de enero de este año, por el cual fueron condenadas las obras de Nuestro amado Hijo, el Presbítero Antonio Günther.

En efecto Nos, sin perdonar jamás ningún cuidado ni trabajo en el empeño de Nuestro Oficio Pastoral y cuidando siempre de que el depósito de la fe, que nos ha sido encomendado por Dios, se conserve íntegro e inviolable, luego que muchos Venerables Hermanos, los más ilustres Obispos de Alemania, Nos hicieron saber que había en los libros de Günther no pocas cosas que cedían, según su parecer, en perjuicio de la pureza de la fe y la verdad católica, ordenamos sin demora a la misma Congregación, que, como es costumbre considerara, pesara y examinara detenida y exactamente las obras de Günther y nos diera cuenta luego de todo lo actuado.

Obediente, pues, a Nuestro mandato, la Congregación cumplió, a ciencia y conciencia, con su deber, poniendo todo cuidado y empeño en este asunto gravísimo y de suma trascendencia, y, no omitiendo ningún esfuerzo por conocer y ponderar, la doctrina Güntheriana mediante un examen muy prolijo, advirtió que en los libros de este autor se hallaban muchas cosas absolutamente reprobables y dignas de condenación, como quiera que están en abierta oposición con la enseñanza de la doctrina católica.

De aquí que considerado también por Nos maduramente todo este asunto, la misma Congregación, con el beneplácito de Nuestra Suprema Autoridad, publicó el Decreto por ti bien conocido, en el que se prohiben y se condenan las obras de Günther.

Este Decreto refrendado refrendado por Nuestra Autoridad y publicado por Nuestro mandato, debía bastar enteramente para que toda controversia al respecto se considerara terminada, y para que todos los que se glorían de llamarse católicos, entendieran clara y abiertamente que debían someterse, y que nadie podía considerar pura la doctrina contenida en los libros de Günther. Asimismo que a nadie le era lícito en adelante sostener y defender la doctrina allí expuesta, ni leer o retener sin la debida licencia tales libros. Nadie podía parecer y considerarse exento de este deber de obediencia y sumisión so pretexto de que en ese Decreto ninguna proposición se hubiese particularmente señalado, ni se enunciara ninguna censura cierta y determinada. El Decreto valía por sí mismo, no pudiendo nadie considerar lícito apartarse en cualquier forma de lo que Nos habíamos aprobado.

Pero se equivocan sobremanera quienes creen que la causa de esta prohibición general, proviene de que la misma Congregación no encontró en las obras de Günther ninguna sentencia u opinión determinada que mereciese precisamente una censura.

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2. Errores de Günther

Por el contrario, tuvimos el dolor de cerciorarnos muy bien de que en esas obras domina ampliamente el sistema del racionalismo, erróneo y perniciosísimo, y muchas veces condenado por esta Sede Apostólica; y también sabemos que en los mismos libros se leen, entre otras, no pocas cosas que se desvían en no pequeña medida de la fe católica y de la genuina explicación de la unidad de la divina Sustancia en tres Personas distintas y sempiternas. Averiguado tenemos igualmente que no es mejor ni más exacto lo que se enseña del misterio del Verbo encarnado y de la unidad de la persona divina del Verbo en dos naturalezas divina y humana. Sabemos que en los mismos libros se hiere el sentir y la enseñanza católica acerca del hombre, el cual de tal modo se compone únicamente de cuerpo y alma, que el alma (que es racional), es por si verdadera e inmediata forma del cuerpo. Tampoco ignoramos que en los mismos libros se enseñan y establecen cosas que se oponen claramente a la doctrina católica sobre la libertad de Dios, libre de toda necesidad en la creación de las cosas. Hay también que reprobar y condenar con la mayor energía el hecho de que en los libros de Günther se atribuya temerariamente el derecho de magisterio a la razón humana y a la filosofía que en las materias de religión no deben en absoluto mandar, sino servir, y se perturban, por ende, todas aquellas cosas que han de permanecer firmísimas, ora sobre la distinción entre la ciencia y la fe, ora sobre la perenne inmutabilidad de la fe, que es siempre una y la misma, mientras la filosofía y las enseñanzas humanas ni siempre son consecuentes consigo mismas ni se ven libres de múltiple variedad de errores.

Añádese que tampoco los Santos Padres son tenidos en aquélla reverencia que prescriben los cánones de los Concilios y que absolutamente merecen las más espléndidas lumbreras de la Iglesia; ni se abstiene el autor de aquellos dicterios contra las escuelas católicas que nuestro predecesor Pío Vl, de feliz memoria, condenó solemnemente (v. 1576). Tampoco pasaremos en silencio que en los libros güntherianos se viola de modo extremo la sana forma de hablar, como si fuera lícito olvidarse de las palabras del Apóstol Pablo (2 Tim. 1, 13) o de éstas en que gravísimamente nos advierte Agustín: "Es menester que hablemos conforme a regla cierta, no sea que la licencia en las palabras engendre también impía opinión sobre las cosas que con las palabras son significadas" (V, 1714 a).

Por Todo lo que antecede bien puedes ver, amado Hijo, con qué diligencia y celo deberás procurar, tanto tú como los Venerables Hermanos Obispos Sufragáneos tuyos, que desaparezcan de vuestras diócesis las obras de Günther, y con qué particular solicitud deberás evitar que nadie en adelante enseñe o defienda, tanto en el terreno filosófico como en el teológico, la doctrina ya condenada que esos libros contienen.

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3. Un motivo de alegría

Pero si bien es verdad que hemos juzgado y juzgaremos siempre dignas de reprobación las obras de Günther, no podemos dejar de manifestarte que Nuestro amado hijo, el mismo Presbítero Antonio Günter Nos colmó de un gran consuelo con la respetuosa carta que Nos dirigió el día 10 de febrero, donde haciéndose acreedor a suma alabanza, protesta una y varias veces con las más enérgicas expresiones que nada preferiría él a obedecer a Nuestra Suprema Autoridad y a la de esta Sede Apostólica y que, en consecuencia, se somete humildemente al Decreto promulgado acerca de sus obras.

Este egregio ejemplo de Günther fue imitado para igual gozo Nuestro por muchos amados hijos doctores en Teología, Filosofía, Historia Eclesiástica y Derecho Canónico en varios liceos de Alemania, los cuales habían sido los primeros propugnadores de las doctrinas de Günther y en cartas que Nos dirigieron declaran que se sometían humildemente al mencionado Decreto y que nada estimaban tanto como la obediencia a Nuestra Autoridad Pontificia y la de esta Sede Apostólica.

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4. Conclusión

Junto con alegrarnos pues sobremanera de estos hechos Nos alienta la esperanza de que los demás partidarios de la doctrina de Günther quieran emular, con la ayuda de Dios, la docilidad, cristiana obediencia y debida sumisión a Nuestro magisterio, incrementando así la gloria del mismo autor y deparándonos una sobreabundante y perfecta alegría. He aquí, amado hijo, cuanto pensábamos escribir acerca de este asunto. Nos es grato asimismo aprovechar esta ocasión para demostrarte y confirmarte una vez más la singular benevolencia con que te abrazamos en el Señor, de la que queremos sea certísimo testimonio la Bendición Apostólica que de todo corazón te impartimos a ti, amado hijo, y a la grey encomendada a tu cuidado.

Dado en Bolonia el día 15 de junio de 1857, en el año undécimo de Nuestro Pontificado.

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QUANTO CONFICIAMUR: Sobre la Iglesia y las misiones

PÍO IX 10 de agosto de 1863

Amados Hijos y Venerables Hermanos Nuestros, salud y bendición apostólica

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1. Introducción: El Papa congratula a los Obispos por su valiente y heroica conducta

Todos fácilmente comprenderéis, Amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, cómo nos agobia la tristeza a causa de la encarnizada y sacrílega guerra que, en casi todas partes del mundo, se ha desatado contra la Iglesia en estos azarosos tiempos, y ante todo en la infeliz Italia, donde ella desde hace muchos años fue declarada por el gobierno piamontés y estimulada de día en día; pero en medio de Nuestras gravísimas angustias, volviendo la vista a vosotros, Nos llenamos de sumo gozo y consuelo, pues vosotros, a pesar de haber sufrido contumelias, con toda clase de injusticias y de violencias, arrancados de vuestra grey, enviados al destierro, y hasta encerrados en la cárcel, sin embargo, revestidos con la fuerza de lo alto, nunca habéis dejado, ya de palabra, ya por escrito, de defender denodadamente la causa, los derechos y la doctrina de Dios, de su Iglesia y de esta Sede Apostólica, y de proveer a la salud de vuestro rebaño. Por esto, de todo corazón os congratulamos por vuestra alegría de haber sufrido contumelias por el nombre de Jesús y os tributamos las merecidas alabanzas, sirviéndonos de las palabras de Nuestro predecesores San León cuando dijo: Aunque me compadezca con todo mi corazón de los sufrimientos que habéis soportado por la defensa de la fe católica y de lo que vosotros habéis padecido; sin embargo, comprendo que hay más motivo para alegrarse que para entristecerse, al ver que, fortificados por Nuestro Señor Jesucristo, habéis permanecido invencibles en la doctrina evangélica y apostólica... Y mientras los enemigos de la fe cristiana os arrojaban de vuestras sedes, preferisteis sufrir las amargura del exilio a mancillaros con cualquier categoría de impiedad.

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2. Progresa el error y el mal. - Persecución religiosa

¡Ojalá pudiéramos anunciaros el fin de tantas calamidades para la Iglesia! Mas la corrupción de las costumbres que nunca puede deplorarse suficientemente, va en aumento por todas partes estimulada por los escritos antirreligiosos, vergonzosos y obscenos, por espectáculos teatrales, el establecimiento casi por doquiera de casas de prostitución y se promueve también con otras malas artes; los más monstruosos errores se difunden por doquiera; crece el nefando aluvión de todos los vicios y crímenes; el mortífero veneno de la incredulidad y del indiferentismo se propaga intensamente; displicentemente se desprecia la la potestad eclesiástica, las cosas sagradas y las leyes; injusta y violentamente se despoja a la Iglesia de sus bienes; feroz e ininterrumpidamente se persigue a los ministros sagrados, a los religiosos y a las vírgenes consagradas a Dios; se odia con odio perfectamente diabólico a Cristo, a la Iglesia, su doctrina, a esta Sede Apostólica. Un sin número de otros actos que los encarnizados enemigos de la Religión, que cada día nos vemos precisados a lamentar parece prolongar y diferir el tiempo tan deseado en que Nos será dado asistir al completo triunfo de Nuestra santísima Religión, de la verdad y de la justicia.

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3. El triunfo de la Iglesia

Este triunfo vendrá aunque Nos no conozcamos el tiempo que el omnipotente Dios le tiene señalado, quien con su admirable y divina Providencia todo lo rige y gobierna, encaminándolo a Nuestra utilidad. Pero, aunque el Padre celestial permita que su santa Iglesia, que milita en esta misérrima y mortal peregrinación sea atormentada y con muchas penalidades e infortunios afligida, sin embargo, estando fundada por Nuestro Señor Jesucristo sobre firmísima e inconmovible roca, no sólo ningún poder ni ningún embate puede jamás derribarla ni echarla por tierra, sino que lejos de disminuir con las persecuciones, aumenta y el campo del Señor se viste de una mies tanto más abundante cuanto que los granos, que caen uno a uno, nacen multiplicados.

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4. Pruebas de este triunfo actual. Tonkín y Cochinchina

Vemos que esto sucede también, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, por un singular beneficio de Dios en estos luctuosísimos tiempos, pues, aunque la inmaculada Esposa de Cristo se vea al presente en gran manera afligida por obra de los impíos, sin embargo triunfará de sus enemigos. Triunfa de ellos y resplandece maravillosamente, ya por la fidelidad, amor y respeto que todos vosotros y todos nuestros demás Venerables Hermanos, los prelados de todo el mundo católico manifestáis a Nos y a esta Cátedra de Pedro, por vuestra admirable constancia en defender la unidad católica: ya por medio de tantas obras piadosas de Religión y caridad cristiana, que con la gracia de Dios se multiplican más cada día en el orbe católico: ya por medio de la luz de la sagrada fe, con la cual se iluminan siempre más los países: ya por el egregio amor y solicitud de los católicos hacia la Iglesia, hacia Nos y esta Santa Sede; ya por la inmortal e insigne gloria del martirio. Pues sabéis cómo en las regiones de Tonkín principalmente y Cochinchina, los Obispos, sacerdotes, los laicos, y hasta las débiles mujeres y tiernas jovencitas y jovencitos, emulando los antiguos ejemplos de los mártires, con ánimo invicto y heroico valor desprecian los tormentos más crueles, y llenos de regocijo se glorían sobre manera de poder dar la vida por Cristo. Todo lo cual debe servir, en verdad para Nos y para vosotros de gran consuelo en medio de las mayores amarguras que nos agobian.

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5. Renovada condenación de los errores modernos

Mas el cargo de Nuestro Ministerio Apostólico exige perentoriamente que con todo cuidado defendamos la causa de la Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado y que recobremos a todos aquellos que no vacilan en combatir y conculcar a la misma Iglesia y sus sagrados derechos, a sus ministros y a esta Sede Apostólica, por estas Letras confirmamos, declaramos y condenamos nuevamente todas y cada una de aquellas cosas que en muchas de nuestras Alocuciones consistoriales y en otras Letras Nuestras, con mucha pena de Nuestra alma, nos hemos visto obligados a lamentar, señalar y condenar.

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6. Error de la bondad de todas las religiones

Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación . Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima Religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.

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7. Solo la Iglesia Católica salva

Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los consumases contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, "a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña", no pueden alcanzar la eterna salvación. Son en efecto muy claras las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: Quien no oyere a la Iglesia, sea para ti como un gentil o un publicano (1). El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y el que a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado (2). El que no creyere se condenará (3). El que no cree ya está juzgado (4). El que no está conmigo está contra mí, el que conmigo no recoge, desparrama (5). De aquí que el Apóstol San Pablo diga que estos hombres están corrompidos y condenados por su propio juicio (6). Y que el Príncipe de los Apóstoles los llame maestros de la mentira que introducen sectas de perdición, niegan a Dios y atraen sobre sí una pronta condenación. (7)

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8. Socorro a los errantes y cismáticos

Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquellos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena (Col. 1, 10), consigan la eterna salvación.

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9. Amor propio y la codicia - Advertencia de la Biblia

Ahora, empero, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, no podemos pasar por alto otro error y mal perniciosísimo que, en nuestra infaustísima época miserablemente arrebata y perturba el espíritu y las almas de los hombres. Hablamos pues de aquel desenfrenado y perjudicial amor propio y aquella codicia con que muchos, sin preocuparse en lo más mínimo del prójimo, no buscan otra cosa ni tienden sino a sus propias utilidades y bienestar; hablamos de aquella insasiable pasión de dominar y de ganar, con la cual, desechando las normas de la honestidad y de la justicia, no dejan de juntar y de cualquier modo acumular las riquezas con codicia; y, concentrados ansiosamente sólo en las cosas terrenas, olvidados de Dios, de la Religión y de sus almas, ponen criminalmente toda su felicidad en amontonar riquezas y tesoros pecuniarios. Recuerden estos hombres y mediten seriamente las palabras muy graves de Nuestro Señor: ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (8), y reflexionen cuidadosamente sobre lo que enseña el Apóstol San Pablo cuando dice: Los que quieren hacerse ricos caen en la tentación y en el lazo del diablo, en muchos deseos inútiles y nocivos los que van sumiendo al hombre en la muerte y en la perdición; porque la avaricia constituye la raíz de todos los males; por causa suya se desviaron muchos de la fe y se precipitaron en una multitud de dolores (9).

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10. Diversidad de trabajo, unidad del fin

Cierto es que los hombres, según la propia y diversa condición de cada uno deben procurarse con sus fatigas los recursos necesarios para vivir ora cultivando las letras y las ciencias ora ejerciendo las artes liberales o profesionales ora desempeñando cargos públicos y privados, ora dedicándose al comercio; pero es de todo punto indispensable lo hagan con honestidad, con justicia con integridad y caridad; que siempre tengan a Dios presente, y guarden cuidadosamente sus mandamientos y preceptos.

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11. Asociaciones condenables del Clero

Ya no podemos, empero, ocultar que Nos aflige un acerbísimo dolor por haber en Italia miembros de uno y otro clero que, a tal extremo se han olvidado de su santa vocación que no se avergüenzan en lo más mínimo de difundir, aun por escritos perniciosos, falsas doctrinas, instigando lo s ánimos de los pueblos contra Nos, contra esta Silla Apostólica, atacando el principado civil de esta misma Sede Nuestra y favoreciendo descaradamente con todo empeño y diligencia a los perversísimos enemigos de la Iglesia Católica y de esta Silla. Estos Clérigos, después de separarse de sus Prelados, de Nos y de esta Santa Sede, y, apoyados en el fervor y auxilio del Gobierno Subalpino (piamontés) y de sus Magistrados, llegaron a tanta audacia, que, despreciando totalmente las censuras y penas eclesiásticas no temían en lo más mínimo establecer ciertas sociedades del todo reprobables, llamadas Clérigo-liberales, De socorro mutuo, Emancipadora del Clero Italiano y otras más, animadas del mismo espíritu; y aunque sus obispos, con toda justicia los hayan suspendido del sagrado ministerio, sin embargo, no trepidan en absoluto en ejercerlo a guisa de intrusos de un modo criminal e ilícito, en muchos templos.

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12. Reprobación y amonestación del Clero extaviado

Por eso, reprobamos y condenamos las detestables sociedades mencionadas y la mala conducta de dichos eclesiásticos, amonestando y exhortando al mismo tiempo una y otra vez a estos infelices clérigos a que se arrepientan, se conviertan y atiendan a su propia salvación, considerando seriamente que ningún prejuicio tolera Dios menos que el causado por los sacerdotes, al ver que, habiéndolos puesto para que sirvan de corrección a los demás, dan ejemplos de depravación. Mediten atentamente que han de dar rigurosa cuenta ante el Tribunal de Cristo. Plegue a Dios que estos desgraciados clérigos obedezcan a Nuestras paternales amonestaciones, dándonos el consuelo que otros varones de uno y otro clero nos han proporcionado y que ellos miserablemente engañados y arrastrados al error, acudan conpungidos por días a Nos para implorar con humildad e insistencia el perdón de sus pecados y la absolución de las censuras eclesiásticas.

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13. El Papa señala los males de la hora presente

Conocéis muy bien, Dilectos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, los escritos de toda clase salidos de las tinieblas y llenos de dolo, mentiras, calumnias y blasfemias, conocéis las escuelas confiadas a maestros anticatólicos, en sinnúmero de otras acechanzas realmente diabólicas, las artimañas y los esfuerzos con que los enemigos de Dios y de los hombres se empeñan en destruir, si les fuese posible, hasta los cimientos de la Iglesia Católica en la desgraciada Italia, en depravar y corromper cada día más, principalmente a la inexperta juventud y en extirpar de todos los corazones Nuestra santísima fe y Religión.

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14. Misión de los Obispos: la defensa de la grey

Por eso, no dudamos que vosotros, Amados Hijos y Venerables Hermanos, fortalecidos con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, continuaréis en vuestro esclarecido celo episcopal, como hasta ahora con gran alabanza de vuestro nombre lo habéis practicado, oponiendo con constancia, espíritu unánime y redoblados esfuerzos un muro protector para la casa de Israel, combatiendo por la buena causa de la fe, defendiendo de las asechanzas de los adversarios a los fieles encomendados a vuestros cuidados, advirtiéndoles y exhortándolos continuamente a que conserven siempre la fe santísima, sin la cual es imposible agradar a Dios, la que la Iglesia ha recibido de Cristo por medio de los Apóstoles y que enseña, que permanezcamos firmes e inconmovibles en Nuestra santa Religión, la única verdadera, que prepara para la vida eterna, que conserva también en forma extraordinaria y hace feliz a la sociedad civil.

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15. Enseñanza religiosa - Los males que causa la ignorancia

Por eso, no dejéis de enseñar, siempre y con exactitud, los venerables misterios de Nuestra augusta Religión, su doctrina, preceptos, y su disciplina, a los pueblos confiados a vuestros cuidados, valiéndoos principalmente de los párrocos y de otros clérigos que se distingan por la integridad de su vida, la gravedad de su conducta y la santa y sólida doctrina, sea por medio de la predicación de la divina palabra, sea por el catecismo. Pues, vosotros sabéis muy bien que una parte notabilísima de los males nacen en la mayoría de los casos de la ignorancia de las cosas divinas que son necesarias para la salvación, por consiguiente comprenderéis perfectamente que debe emplearse todo cuidado y empaño para alejar del pueblo este mal.

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16. Elogio del Clero fiel

Antes de terminar esta Nuestra Carta, no podemos menos de rendir el tributo de las merecidas alabanzas al Clero italiano que en su mayoría permaneció íntimamente unido a Nos, a esta Cátedra de Pedro y a sus Prelados, no se ha desviado en lo más mínimo del recto camino, sino que, siguiendo los insignes ejemplos de sus Obispos y, sobrellevando con muchísima paciencia las cosas más arduas, cumple agregiamente con su deber. Abrigamos la esperanza de que el mismo Clero, con el auxilio de la divina gracia, camine en forma digna a la vocación con que ha sido llamado, luchando siempre por dar pruebas cada vez más espléndidas de su piedad y virtud.

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17. Alabanzas a las religiosas

Tributamos también el homenaje de Nuestro encomio a tantas vírgenes consagradas a Dios, que arrojadas violentamente de sus monasterios, expoliadas de sus rentas y reducidas a la mendicidad, no quebrantaron, sin embargo, la fe que prometieron a su Esposo sino que, soportando con toda constancia su tristísima situación, no cesan día y noche de alzar sus manos al cielo , pidiendo a Dios por la salvación de todos y también la de sus perseguidores, esperando con paciencia la misericordia del Señor.

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18. El Papa celebra la fidelidad heroica del pueblo

Nos complacemos también en alabar a los pueblos de Italia que, egregiamente animados de sentimientos católicos, detestan tantas impías maquinaciones contra la Iglesia y ardientemente se glorían en permanecer fieles a Nos, a esta Santa Sede y a sus Prelados con filial piedad, respeto y obediencia, y, pese a las dificultades sobremanera grandes y a los peligros a que están expuestos, no dejan de darnos todos los días y de todas maneras pruebas inconfundibles de su singular amor e interés y de aliviar Nuestras penosísimas angustias y las de esta Sede apostólica, ya con fondos reunidos, ya con otros donativos.

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19. Confianza en Dios en la tribulación

En medio de tantas amarguras y tal tempestad levantada contra la Iglesia, no nos desanimemos nunca, amadísimos Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, puesto que Cristo es nuestro consejo y nuestra fortaleza (10), sin el cual nada podemos (11) y por el cual lo podemos todo (12), quien al confirmar a los predicadores del Evangelio y a los ministros de los Sacramentos, les dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos (13), y de cierto sabemos que las puertas del infierno nunca prevalecerán contra la Iglesia que siempre se ha erguido y se erguirá inconmovible, siendo su custodio y protector Nuestro Señor Jesucristo, quien la edificó y quien fue ayer, hoy y en todos los siglos (14).

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20. Plegarias por la Paz y por la vuelta de los extraviados

Mas no dejemos de ofrecer, amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, día y noche, con un celo cada vez , más ardiente y con humildad de corazón, las oraciones y súplicas a Dios por mediación de Jesucristo, a fin de que, deshecha esta turbulentísima tempestad, su santa Iglesia respire aliviada, después de tantas calamidades, disfrute en todas partes de la paz y libertad tan anheladas, y obtenga sobre sus enemigos nuevos y más espléndidos triunfos, a fin de que todos los extraviados, iluminados con la luz de su divina gracia, vuelvan del camino del error al sendero de la verdad y de la justicia, y, haciendo dignos frutos de penitencia, posean el perpetuo amor y temor de su santo nombre.

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21. Ayuda de la Santísima Virgen y de los Santos. Bendición Papal

Y para que Dios, rico en misericordia, acceda más fácilmente a Nuestra fervorosísimas plegarias, invoquemos el poderosísimo patrocinio de la Inmaculada Madre de Dios, la Santísima Virgen María e imploremos la intercesión de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos del cielo para que con sus poderosísimas súplicas pidan a Dios en tiempo oportuno misericordia y gracia para todos, y aparten con poder de la Iglesia todas las calamidades que en todas partes, y principalmente en Italia la afligen.

Finalmente, como prenda segurísima de Nuestra singular benevolencia hacia vosotros, afectuosamente os damos de lo íntimo del corazón la Bendición Apostólica a vosotros, amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos y a la grey confiada a vuestros cuidados.

Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 10 de agosto de 1863, año décimo de Nuestro Pontificado. Pio XI

NOTAS

* (1) 3Mateo 18, 17.

* (2) Lucas, 10, 16.

* (3) Marcos 16, 16.

* (4) Juan 3, 18.

* (5) Lucas 11, 23.

* (6) Tito 3, 11.

* (7) II Pedro 2, 1.

* (8) Mateo 16, 26.

* (9) I Timoteo 6, 9.

* (10) II Pedro 1, 16; II Corintios 12, 9.

* (11) Juan 15, 5. volver)

* (12) Filipenses 4, 13.

* (13) Mateo 28, 20.

* (14) Hebreos 13, 8.

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TUAS LIBENTER (Fragmento): Sobre los congresos de teólogos en Alemania

PÍO IX Carta al arzobispo de Murlich-Frisinga 21 de diciembre de 1863

... Sabíamos también, Venerable Hermano, que algunos de los católicos que se dedican al cultivo de las disciplinas más severas confiados demasiado en las fuerzas del ingenio humano, no temieron, ante los peligros de error, al afirmar la falaz y en modo alguno genuina libertad de la ciencia, fueran arrebatados más allá de los límites que no permite traspasar la obediencia debida al magisterio de la Iglesia, divinamente instituído para guardar la integridad de toda la verdad revelada. De donde ha resultado que esos católicos, míseramente engañados, llegan a estar frecuentemente de acuerdo hasta con quienes claman y chillan contra los Decretos de esta Sede Apostólica y de nuestras Congregaciones, en que por ellos se impide el libre progreso de la ciencia (v. 1712), y se exponen al peligro de romper aquellos sagrados lazos de la obediencia con que por voluntad de Dios están ligados a esta misma Sede Apostólica, que fue constituida por Dios mismo maestra y vengadora de la verdad.

Tampoco ignorábamos que en Alemania ha cobrado fuerza la opinión falsa en contra de la antigua Escuela y contra la doctrina de aquellos sumos Doctores (v. 1713) que por su admirable sabiduría y santidad de vida venera la Iglesia universal. Por esta falsa opinión, se pone en duda la autoridad de la Iglesia misma, como quiera que la misma Iglesia no sólo permitió durante tantos siglos continuos que se cultivara la ciencia teológica según el método de los mismos doctores y según los principios sancionados por el común sentir de todas las escuelas católicas; sino que exaltó también muy frecuentemente con sumas alabanzas su doctrina teológica y vehementemente la recomendó como fortísimo baluarte de la fe y arma formidable contra sus enemigos...

A la verdad, al afirmar todos los hombres del mismo congreso, como tú escribes, que el progreso de las ciencias y el éxito en la evitación y refutación de los errores de nuestra edad misérrima depende de la íntima adhesión a las verdades reveladas que enseña la Iglesia Católica, ellos mismos han reconocido y profesado aquella verdad que siempre sostuvieron y enseñaron los verdaderos católicos entregados al cultivo y desenvolvimiento de las ciencias. Y apoyados en esta verdad, esos mismos hombres sabios y verdaderamente católicos pudieron con seguridad cultivar, explicar y convertir en útiles y ciertas las mismas ciencias. Lo cual no puede ciertamente conseguirse, si la luz de la razón humana, circunscrita en sus propios límites, aun investigando las verdades que están al alcance de sus propias fuerzas y facultades, no tributa la máxima veneración, como es debido, a la luz infalible e increada del entendimiento divino que maravillosamente brilla por doquiera en la revelación cristiana. Porque, si bien aquellas disciplinas naturales se apoyan en sus propios principios conocidos por la razón; es menester, sin embargo, que sus cultivadores católicos tengan la revelación divina ante sus ojos, como una estrella conductora, por cuya luz se precavan de las sirtes y errores, apenas adviertan que en sus investigaciones y exposiciones pueden ser conducidos por ellos, como muy frecuentemente acontece, a proferir algo que en mayor o menor grado se oponga a la infalible verdad de las cosas que han sido reveladas por Dios.

De ahí que no queremos dudar de que los hombres del mismo congreso, al reconocer y confesar la mentada verdad, han querido al mismo tiempo rechazar y reprobar claramente la reciente y equivocada manera de filosofar, que si bien reconoce la revelación divina como hecho histórico, somete, sin embargo, a las investigaciones de la razón humana las inefables verdades propuestas por la misma revelación divina, como si aquellas verdades estuvieran sujetas a la razón, o la razón pudiera por sus fuerzas y principios alcanzar inteligencia y ciencia de todas las más altas verdades y misterios de nuestra fe santísima, que están tan por encima de la razón humana, que jamás ésta podrá hacerse idónea para entenderlos o demostrarlos por sus fuerzas y por sus principios naturales (v. 1709). A los hombres, empero, de ese congreso les rendimos las debidas alabanzas, porque rechazando, como creemos, la falsa distinción entre el filósofo y la filosofía, de que te hablamos en otra carta a ti dirigida (v. 1674), han reconocido y afirmado que todos los católicos deben en conciencia obedecer en sus doctas disquisiciones a los decretos dogmáticos de la infalible Iglesia Católica.

Mas al tributarles las debidas alabanzas por haber profesado una verdad que necesariamente nace de la obligación de la fe católica, queremos estar persuadidos de que no han querido reducir la obligación que absolutamente tienen los maestros y escritores católicos, sólo a aquellas materias que son propuestas por el juicio infalible de la Iglesia para ser por todos creídas como dogmas de fe (v. 1722). También estamos persuadidos de que no han querido declarar que aquella perfecta adhesión a las verdades reveladas, que reconocieron como absolutamente necesaria para la consecución del verdadero progreso de las ciencias y la refutación de los errores, pueda obtenerse, si sólo se presta fe y obediencia a los dogmas expresamente definidos por la Iglesia. Porque aunque se tratara de aquella sujeción que debe prestarse mediante un acto de fe divina; no habría, sin embargo, que limitarla a las materias que han sido definidas por decretos expresos de los Concilios ecuménicos o de los Romanos Pontífices y de esta Sede, sino que habría también de extenderse a las que se enseñan como divinamente reveladas por el magisterio ordinario de toda la Iglesia extendida por el orbe y, por ende, con universal y constante consentimiento son consideradas por los teólogos católicos como pertenecientes a la fe.

Mas como se trata de aquella sujeción a que en conciencia están obligados todos aquellos católicos que se dedican a las ciencias especulativas, para que traigan con sus escritos nuevas utilidades a la Iglesia; de ahí que los hombres del mismo congreso deben reconocer que no es bastante para los sabios católicos aceptar y reverenciar los predichos dogmas de la Iglesia, sino que es menester también que se sometan a las decisiones que, pertenecientes a la doctrina, emanan de las Congregaciones pontificias, lo mismo que a aquellos capítulos de la doctrina que, por común y constante sentir de los católicos, son considerados como verdades teológicas y conclusiones tan ciertas, que las opiniones contrarias a dichos capítulos de la doctrina, aun cuando no puedan ser llamadas heréticas, merecen, sin embargo, una censura teológica de otra especie.


PIO IX MAGISTERIO 500