EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - CAPITULO II.


CAPITULO III.


Que con pretexto, y baxo el nombre de Imágenes Sagradas, no se deben pintar aquellas Historias, que puedan ser peligrosas á la vista, ó inducir al mal á los incautos.

I Los Egipcios, aunque segun Platon (41) eran sumamente CAPITULO II. aficionados á símbolos, y geroglíficos de cosas sagradas; sin embargo reprimian con leyes la nimia licencia de los Pintores, y con mucha razon. Porque (como dice él mismo) juzgaron los sabios, que en toda Ciudad bien morigerada, debian acostumbrarse los ojos de los jóvenes á Pinturas honestas, y decentes, y sus oidos á canciones modestas. Lo mismo, como cosa de suyo bastante clara, quiso Aristóteles que se observára en su Ciudad, ó República, quando dixo (42): Velen los Magistrados para que no haya Pintura alguna, ni estatua de cosas semejantes (esto es de cosas deshonestas), que excite á su imitacion. Así es sin duda. Pero no parece que piensen de este modo algunos, que en pintar, y representar los hechos, é Historias Sagradas (porque no me meto en lo tocante á las Pinturas de fábulas, y cosas profanas, dexando gustoso á otros el tratar esta materia), eligen principalmente aquellas que excitan á los incautos, y en especial á los jóvenes que las miran, á la maldad, torpeza, y perniciosos deleytes. No es fábula lo que digo, ni cosa forjada en mi imaginacion. Dos Artífices hubo en el siglo próxîmo pasado, ambos excelentes, cada qual por su término, á quienes dexo ahora de nombrar, porque no quiero alabarlos. Uno de ellos emprendió pintar en Italia, no solamente con el pincel, sí tambien con la pluma, y con los adornos de la Retórica, algunas Imágenes Sagradas: con colores tan vivos, aunque con una eloqüencia tan mal aplicada, que no parecian las cosas escritas, ó referidas en un papel, sino verdaderamente pintadas en una tabla. En tanto es verdad que los antiguos apenas hicieron distinción del Arte de pintar al de escribir; y así, para expresar á qualquiera de ellas, se valian de unas mismas palabras. Porque lo que los Griegos dicen , igualmente significa pintar, ó escribir; sobre la Pintura del Nombre de Jesus, resplandeciente en medio de los rayos del Sol. y los Latinos á semejanza de aquellos, confunden uno, y otro. De aquí es que dixo Estacio (43):

Apelleæ cuperent te scribere ceræ.

Y Virgilio, el mirar, y registrar con los ojos la pintura, lo llamó leer (44):

...........................Quin protinus omnia Perlegerent oculis.........................

Sobre cuya palabra, perlegerent, notó Servio: El mirar la Pintura, llamólo el Poeta con bastante propiedad, leer; porque la voz Griega significa escribir, y pintar. Esto he dicho de paso. ¿Pero quáles son las Historias sacadas de la Sagrada Escritura, que nos dexó escritas, ó pintadas aquel buen Retórico, ó Pintor? No otras ciertamente, sino las que podian incitar, y avivar mas el fuego de la concupiscencia. Tales son las Pinturas de las hijas de Loth enteramente desnudas, y sin el menor pudor, ni recato, dando vino á su viejo padre con mucha abundancia para embriagarle, y hacerle cometer el abominable incesto: tal es tambien la Pintura de aquella muger de Egipto, provocando al casto Joseph al adulterio: tal la de Bethsabé, que se prostituía al antojo, y concupiscencia de David: tal la de Susana, quando se estaba lavando; y otras de este género: y estas mismas son las que quiso tambien pintar, antes que otras decentes, y honestas, un célebre Pintor Español (que es el otro de los dos, de quienes sin decir sus nombres, hice poco hace mencion) con mucha valentía del pincel, aunque malísimamente aplicada: y lo que es de admirar, ó mucho mas de sentir, que si alguna vez pintaba otros CAPITULO III. hechos, ó historias, se echaba menos en ellas aquel primor, y delicadeza del Arte, que resaltaba en las antecedentes.

2 Facilmente podria yo manifestar aquí, quán malamente, y contra lo que pide el decoro, y la honestidad se portaron estos dos en haber escogido semejantes asuntos para ostentación de su ingenio, y habilidad. Pero por lo que toca mas de cerca á nuestro intento, escogeré lo mas selecto, contentándome por ahora con advertir á todos, que los que de este modo usan, ó (por mejor decir) abusan de las dos esclarecidas, y nobilísimas Artes de la Retórica, y de la Pintura, estos no siguen el camino que verdaderamente prescriben estas Artes; sino que introducen, y subrogan otras adulterinas, y supuestas en lugar de las propias, y verdaderas. Porque así como el que se vale del Arte de la Retórica para otro fin que el de hacer mejores á sus Ciudadanos, este no usa de la verdadera Retórica, sino de un cierto artificio adulatorio, como sabia, y prudentemente escribió Platon (45); así el que convierte el Arte de la Pintura para representar cosas deshonestas, y se vale de ella para pintar aquellas cosas, que San Gregorio Niceno (46) llama infames espectáculos, y Taciano (47) incentivo de los vicios; este no usa del Arte de la Pintura, sino de otra bastarda, y que induce á la deshonestidad, y luxuria. El Poeta Propercio (para que se eche de ver, que aun los que pasan plaza de insignes licenciosos, enseñan que nada debe pintarse que pueda escandalizar á los ojos recatados) reprehendió con bastante elegancia esta desenfrenada licencia de los Pintores. Hé aquí sus versos (48):

Quæ manus obscenas depinxit prima tabellas, Et posuit casta turpia visa domo; CAPITULO IV.

Illa puellarum ingenuos corrupit ocellos, Nequitiæque suæ noluit esse rudes.

Non istis olim variabant tecta figuris, Cum paries nullo crimine pictus erat.

Por esto Plinio (49), entrando con su acostumbrada severidad, y energía á reprehender las costumbres, y luxuria de su siglo, hace mención de los vasos, y cálices, donde se esculpian figuras de adulterios, y de semejantes cosas deshonestas, diciendo: Como si la embriaguez por sí sola fuese causa de pocas liviandades. De este modo se saca el vino de la misma luxuria, y con este premio convidan á emborracharse. Por esta misma razon Sidonio Apolinar en la eloqüente descripción que hace de su casa de campo, dice, que entre las reglas de modestia, que observó con el mayor rigor, una de ellas fué el que careciese de pinturas deshonestas. Estas son sus palabras (50): No hay aquí ningúna historia obscena de cuerpos desnudos, y hermosos, que quanto sirven de adorno al Arte, tanto afrentan al Artífice. Por esto finalmente el eloqüentísmo S. Pedro Chrisólogo (51) reprehende doctamente, y con la mayor acrimonia á los Pintores, que se dedican á pintar cosas semejantes, quando dixo: Representan adulterios en los simulacros, sus imágenes están llenas de figuras de fornicaciones, y de incestos sus pinturas.

3 Y para hacer ver los daños que estas Pinturas, aunque sean de Historias Sagradas, ocasionan á los incautos, que las miran; puede servirnos de convincente prueba la misma doctrina de los Gentiles. Porque los que tenian sus Dioses ladrones, y adúlteros, y como á tales les daban adoracion, solian representar en tablas estos hechos, como esclarecidos monumentos CAPITULO V. de su religion: pero qué conseqüencias se originasen de esto algunas veces, lo dá claramente á entender aquel Joven de la Comedia de Terencio, que contemplando con suma curiosidad una tabla, en que estaba pintado Júpiter, el qual convirtiéndose en oro, iba entrándose por el techo á manera de lluvia, e introduciéndose en el regazo de Danae; determinó desde luego cometer el estupro sin el menor reparo. Pero óiganse las mismas palabras del Poeta (pues se pueden oir sin que por esto se ofendan los oidos castos), el qual pinta maravillosamente el caso (52):

............Dum aptatur virgo in conclavi sedet Suspectans tabulam quandam pictam, ubi inerat pictura hæc: Jovem Quo pacto Danaæ misisse ajunt quomdam in gremium imbrem aureum. Egomet quoque id spectare cSpi: et quia consimilem luserat Jam olim ille ludum, impendio magis animus gaudebat mihi; Deum sese in hominem convertisse, atque in alienas tegulas Venisse clamculum per impluvium, fucum factum mulieri.

At quem Deum? Qui templa cSli summa sonitu concutit.

Estos son los efectos de la mirada de dicha pintura, estos los halagos de la maldad, y la fuerza, y poder de un exemplar pernicioso. Pero véase en qué paró el caso, ó cómo se aníma él mismo á cometer la maldad: pues añade luego:

Ego homuncio hæc non facerem? Ego illud verò ita feci, ac lubens.

Dùm hæc mecum reputo, cet....... CAPITULO VI.

Prudentemente advirtió aquí Donato, que el Poeta, no como Cómico, sino como Filósofo, hizo patentes los estragos que causaban en las Ciudades, y en las costumbres de los hombres el pintar fábulas fingidas por los Poetas, subministrando por este medio varios modos, y exemplos para cometer la maldad, y el pecado. Y añade haber sido admirable invención del Poeta el atribuir dicha pintura á la casa de una ramera prostituida á los amores de todos, contra toda continencia, pudor, y honestidad. Lo mismo agriamente había reprehendido antes Ciceron en la Poesía (53), (que, como llevamos dicho, es una pintura que habla) singularmente en la Cómica: porque debiendo de ser esta la maestra, y formadora de la vida humana, y que por tal se gloría; era muy reprehensible, que con ser ello así, se atreviese á poner á nuestra vista imágenes de impureza, y de maldad: ¡O excelente escuela de las costumbres (exclama Ciceron) la Poesía, que coloca en el número de sus Dioses al Amor, autor de tantas extravagancias, y delitos! Hablo de la Comedia, de quien no se haría ningún caso, si careciese de aprobadores de semejantes delitos, y extravagancias. De este mismo caso, que hemos referido antes, hace mención tambien en varios lugares, que omito, el Gran Padre San Agustin (54): pues así los parages en que habla de esto el Santo, como el exemplo mencionado, manifiestan bastante quán nocivo sea á las buenas costuinbres el que se pinten historias de hechos menos honestos, aunque estos se saquen de exemplos memorables, y aun de la misma Sagrada Escritura.

4 Por lo que, á fin de precaver este abuso, y para que con pretexto de Imágenes Sagradas no se pinten estas historias, ú otras semejantes, está mandado, así CAPITULO VII. por el Decreto de los Padres, que se congregaron en el Oriente en el Palacio del Emperador, que llamaron Trulo (55), como por el citado del Concilio de Trento; y últimamente por el Papa Urbano VIII. cuyas son las siguientes palabras: Que en ningúna Iglesia, de qualquier modo que se entienda, ni en sus portadas, ó atrios, se expongan a la vista imágenes profanas, ni otras indecentes, y deshonestas (56).




CAPITULO IV.


Que no solo se han de evitar las pinturas de cosas torpes, y deshonestas; sí que se ha de excusar tambien, en quanto se pueda, toda indecencia, y desnudez en las Imágenes Sagradas.

I Son por lo comun los ojos de los hombres muy resvaladizos, é inclinados al mal: lo que si quisiera yo probar, y confirmar con pruebas sacadas de diferentes partes, con sentencias de los sabios antiguos, ó bien con testimonios de la Sagrada Escritura; paréceme que no haría otra cosa, sino perder el tiempo, y abusar del ocio de mis lectores. Bastante, si no me engaño, y si no queremos engañarnos, nos ha enseñado á todos, y á cada qual en particular nuestra propia experiencia, en quantas caidas, ó peligros hemos incurrido por la falta de cautela, y circunspección en mirar cosas provocativas. Por esto el Pintor que quisiese seguir mi dictamen, y lo mas acertado, no solo no pintará hechos torpes, y deshonestos, aunque estos sean tomados de la Sagrada Escritura, sino que en pintar, y esculpir las Imágenes Sagradas guardará tambien toda honestidad, y decoro, evitando en quanto sea posible toda desnudez. CAPITULO VIII.

2 Ciertamente los Christianos Griegos, que no solo en los tiempos antiguos, sí tambien en el dia, tienen un gran respeto, y veneración á las Imágenes Sagradas (57); no solamente las pintan con mucha decencia, y honestidad, sino que, como advirtió Guillelmo Durando (58), y otros despues de él, no las pintan regularmente, sino de medio cuerpo, para precaver de este modo la ocasion de algún pensamiento impuro, ó impertinente. Y por lo que respeta á pintar las Imágenes desnudas, lo aborrecen esto en tanto grado, que los Moscovitas, que sin embargo de seguir obstinadamente el cisma de los Griegos, son muy tenaces en observar los ritos que heredaron de sus mayores; abominan enteramente las Imágenes de los Santos que están desnudas: singularmente si la desnudez (aunque sea solo de alguna parte) es de las inferiores del cuerpo. Ni debe esto causarnos admiracion; porque los Moscovitas (segun lo atestigua Antonio Posevino (59), quien ciertamente estuvo bien enterado de sus costumbres), son tan circunspectos, y casi nimios en esta parte, que llevan muy mal el ver una Cruz pendiente de la cintura, y que llegue casi hasta los lomos: por juzgar que esto es demasiado indecente, y ageno de la veneración que se debe tener à la Santísima Cruz. Los mismos tambien (para que se vea con quánta mas razon no pueden sufrir las Imágenes desnudas) se ofenden en gran manera (dice el citado Posevino) de los vestidos cortos de los Italianos, Franceses, Españoles, y Alemanes, por exponer á la vista aquellas partes, que deberian cubrirse con mas cuidado (60).

3 Siendo esto así, y conforme á lo que exige el debido decoro, y honestidad, con todo no soy tan rígido, CAPITULO IX. ni pido á los Pintores que observen un método tan exâcto, y escrupuloso en pintar las Imágenes Sagradas. Quisiera sí seriamente, que se pusiera límites, y freno á cierto escandaloso modo de pintar. Porque, pregunto, ¿qué utilidad se puede sacar de las Imágenes, no solamente de Santos, y Santas, sino tambien de las de la Santísima Virgen, que vemos á cada paso, así en las casas, como en los Templos, en las quales se deberian cubrir, y corregir muchas cosas, si hiciéramos el debido aprecio de la santidad, y pureza? Por esto sabiamente dixo Ambrosio Catharino (61): Lo que es mas sensible, y abominable en nuestros tiempos es ver en Templos, y Oratorios magníficos pinturas tan lascivas, que allí es donde se puede contemplar lo mas torpe que ocultó nuestra naturaleza: pinturas, que sirven para excitar movimientos, no de devocion, sino de lascivia, aun en la carne mas mortificada. Se ven tambien a cada paso, y se contemplan muchachos ya grandecillos pintados enteramente desnudos, que segun la mente, y voluntad de los Pintores representan ser unos Angeles; mas sin embargo por el mal, é inmodesto abuso que hacen de su Arte, no parecen sino unos provocativos, y deshonestos Cupidillos. Vemos igualmente con bastante freqüencia Imágenes de la Sacratísima Virgen; esto es, de aquella Señora, que es exemplar de toda pureza, y castidad; y que fué tal (como pía, y elegantemente escribió S. Ambrosio) (62), que su vida es la enseñanza de todos: vemos, digo, muchas de sus Imágenes no enteramente desnudas (que no ha llegado á tanto la audacia, y desenfreno de los Pintores Católicos), pero sí pintadas caido su cabello rubio, desnudos su cuello, y hombros, y aun sus purísimos, y virginales pechos, y otras veces con los pies enteramente descubiertos; de suerte, que ninguno podrá persuadirse CAPITULO. Mas, supuesto que lo que voy á decir, servirá no poco para su mayor ilustracion, añado brevemente, que quando muchas veces se pintan los Apóstoles acompañando á Christo, se les debe pintar casi de la misma manera, por lo que toca al trage, que sea este un exemplar, y dechado perfectísimo de Vírgenes, y de todo pudor virginal; antes bien creerá que es un retrato de alguna Diosa de los Gentiles, y aun que es la misma Venus de Gnydo. Por esto dixo muy bien, y sabiamente un erudito Católico (63): Acordémonos que las Imágenes de Christo son exemplares de perfecta honestidad, y religion, no de una depravada liviandad; y por tanto importa mucho que resalten en ellas todo pudor, y modestia. ¿Qué tiene que ver con la Santísima Virgen, dechado perfectísimo de honestidad, aquel adorno casi propio de una ramera? ¿Y qué, con los Santos Mártires, y Confesores de Christo unos adornos mas que profanos? ¿Pero para qué me canso? Es tan constante, que al mismo Christo como de edad de dos, ó tres años, le vemos todos los dias pintado, y esculpido enteramente desnudo, que seria necedad querer manifestarlo con exemplos. Qué cosa haya en esta desnudez, que mueva á piedad, y edificacion, véanlo los inteligentes: yo, por lo que á mí toca, nada encuentro en esto que pueda excitar la piedad, y devocion; antes sé muy bien que este modo de pintar, y de esculpir sirve no pocas veces de tropiezo á los débiles, y flacos.

4 ¿Para qué me he de cansar yo ahora en referir varias Imágenes de Santos Mártires, y de Vírgenes? ¿Quién no echará de ver quánto hay en ellas que corregir, y que enmendar? Pintó un insigne Artífice á dos Mártires quando les llevaban al suplicio, cuya pintura, entre otras muchas, y excelentes (pues nada finjo), se guarda en un célebre lugar. En ella se representa á dichos Mártires de un talle regular, y proporcionado; pero desnudos, como suele decirse, de pies á cabeza. En quanto á las reglas del Arte, y al gusto de los antiguos Romanos, parece no había mas que desear: pero CAPITULO X. no se puede decir otro tanto por lo que respeta á la modestia, y circunspección christiana. Sucede no pocas veces que miran estas pinturas las mugeres, las que, si quedan escandalizadas, ó no, de ver semejantes objetos, júzguenlo los demas. Lo cierto es, que en una famosa Ciudad de Italia, un célebre Pintor (no nombraré en mi obra al que no quiera alabarle) pintó al Martir San Sebastian: si enteramente desnudo, ó no, no lo puedo asegurar; pero sí con colores tan vivos, que no parecía sino una carne tersa, y pura, con la frente tan despejada, el semblante tan risueño, y de tan bello parecer, que habiéndose averigüado que este retrato servía de tropiezo á muchas mugeres, mandaron los Superiores quitarle de la Iglesia (64). Pero todavía es mas, y casi increible, lo que me refirió un sugeto muy veraz, y de singular probidad, y autoridad. Este me contó haber visto él mismo en una célebre Ciudad de nuestra España, y en un magnífico Templo á una Santa Virgen, y Martir, Tutelar de aquella Iglesia, clavada en la Cruz en la postura (lo que es mas de extrañar) que describe Lipsio (65), y en la que vemos comunmente al Apostol S. Andres; esto es, cruzados los palos á manera de la letra X. ¿Pero con qué vestidura? No os escandalicéis ojos, ni oidos: enteramente desnuda: Como si (exclama, no un Italiano, ó Español, sino un Historiador del Norte) (66) la misma fragilidad del hombre, y su interior concupiscencia, no fueran bastantes por sí solas para hacerle caer en mil tentaciones, si no se le añadian tambien los halagos externos de la lascivia. ¡Y que esto se vea, no en los Palacios profanos de los Príncipes, sino en las mismas casas sagradas, y en los Templos! Oxalá esté siempre en su fuerza, y vigor el Decreto del Santo Concilio de Trento, el qual en el lugar CAPITULO XI. citado antes (67), manda que en las Imágenes Sagradas se quite toda deshonestidad; de manera, que no se pinten, ni adornen Imágenes de provocativa hermosura.




CAPITULO V.


Qué desnudez, y en qué circunstancias se puede permitir en las Imágenes Sagradas, sin escándalo de los timoratos.

I El que no llega á conocer, que en todo quanto hacemos, y obramos, debemos observar una cierta regla, y medida; este á la verdad tiene poco, ó ningún conocimiento de las cosas. Apenas se puede establecer una regla general, que no tenga alguna justa excepcion. Muchas cosas hay, dirá luego alguno, que no solo permitan en las Imágenes Sagradas la desnudez; sino que de su naturaleza la exîjan. Así ha pintado siempre desnudos la antigüedad á nuestros primeros Padres, y así los pintan aun hoy los Pintores sabios, y timoratos. Y que esto no lo hayan reprehendido los Ilustrísimos Señores Fr. Angel Manriquez, y Fr. Joseph de la Cerda, Theólogos doctos, y gravísimos, y que regentaron la Cáthedra de Prima de Theologia en la Universidad de Salamanca, á quienes seriamente se les consultó sobre este punto, lo atestigua un Autor de bastante nota (68). Además, que si á los Mártires no se les pinta desnudos, no se pueden bastantemente manifestar las penas, y tormentos que padecieron por Jesu-Christo. Y últimamente las Imágenes de los Santos de ambos sexôs, que hicieron penitencia en los desiertos; como piden que se les pinte pálidos, y macilentos, así exîgen tambien que se nos representen con alguna desnudez, y desabrigo.

CAPITULO XII.

2 Estas, y semejantes razones son las que se pueden objetar en apoyo, y defensa de la desnudez de las Imágenes Sagradas; y para decir ingenuamente lo que siento, no parece fuera de propósito el reparo: pero primero es menester exâminar clara, y distintamente el asunto, separando lo cierto de lo incierto, que así facilmente conocerémos qué desnudez, y en qué circunstancias se pueda esta tolerar, y permitir en las Imágenes Sagradas. Con efecto por lo que toca á nuestros primeros Padres, confieso desde luego, que es tolerable el que les pinten enteramente desnudos; ya porque esto lo vemos apoyado por una costumbre antiquísima; ya porque de otra manera acaso no se podría representar aquel estado felicísimo de donde cayeron, en el qual, como dice la Sagrada Escritura: Ambos, estaban desnudos, á saber, Adan, y su muger, sin que esto les causase rubor (69); no porque se portasen con poca decencia, y honestidad, que esto sería juntar, como dice grave, y elegantemente S. Agustin (70), dos extremos muy puestos entre sí, á saber, la inocencia, y la deshonestidad; sino porque en aquel estado de felicidad, en que así el fomes, como la concupiscencia estaban perfectamente sujetos, y subordinados á la razon; como nada reconocían en sí mismos que no fuese perfecta obra de Dios, y por consiguiente cosa buena: ó en efecto no conocian que estuviesen desnudos, lo que dá bastante á entender el Sagrado Texto (71); ó nada se les podia ocurrir, de que con razon debieran avergonzarse. Sea, pues, tolerable el que se pinten desnudos, con tal que los Pintores honestos, y timoratos tengan particular cuidado de que no se vea la menor indecencia en tales Imágenes. Lo que se conseguirá perfectamente, si el Pintor con darles cierto gesto, ó postura CAPITULO XIII. de cuerpo, ó por medio de alguna cosa, como es un tronco, ó ramo de arbol, sabe ocultar en especial aquellas partes, que el mismo pudor, y decencia pide que no se expongan á la vista. Esto deberá observarse en caso que se pinten nuestros primeros Padres en el estado de la inocencia. Porque si se pintan despues de haber caido en el pecado, por exemplo, quando les reprehende Dios, ó el Angel les arroja del Paraiso, entonces de ningún modo será lícito pintarlos del todo desnudos, sino, ó con aquello mismo con que ellos inmediatamente se cubrieron (72), ó bien con las túnicas de pieles, de que les vistió el mismo Dios (73), quando mandó echarles del Paraíso.

3 Por lo que toca á representar los tormentos de los Mártires, en ningúna manera puedo aprobar, ó permitir que se pinten enteramente desnudos, no solo las Sagradas Vírgenes, ó Matronas; pero ni los Santos jóvenes, ó hombres hechos: sino que, bien se representen quando están padeciendo los tormentos, ó bien quando les llevaban al suplicio, siempre se deberán pintar con algún lienzo, ó paño, tapando principalmente aquellas partes, que el mismo pudor, y la naturaleza procuran encubrir. Y esto no porque ignore que los Gentiles, y entre ellos Romanos rerum dominos gentemque togatam (74),

los quales poco, ó ningún alto hacian sobre la total desnudez en las Pinturas; pues que en sus mismas fiestas veían Exultantes Salios nudosque Lupercos (75).

dexando ahora á un lado sus baños, sus juegos gladiatorios, los gymnásticos, y otros todavía mas indecentes: CAPITULO XIV. aunque no ignoro, que por lo mismo no merecieron aquellos exercicios la aprobación de los hombres mas cuerdos, y sabios de aquellos tiempos: entre los quales, ó el primero de todos es Ciceron, el qual hablando de los amores torpes, y viciosos, dice (76): á mí me parece que esta costumbre ha tenido su origen en la palestra de los Griegos, donde libremente, y sin recato se han permitido semejantes amores. Por esto dixo muy bien Ennio:

Flagitii principium est nudare inter cives corpora.

Y así por mas que estos sean castos (lo que no tergo por imposible); sin embargo están con grande zozobra, y anxîedad, singularmente porque se contienen, y se están haciendo violencia. No, vuelvo á decir, he dicho todo esto, porque ignore que los antiguos Gentiles Griegos, y Romanos, para atormentar, y castigar á los reos, ó condenarles á muerte, solian desnudarles enteramente, sin reparar en la honestidad, y decoro; porque sé muy bien ser esto así por los monumentos antiguos, que cita á la larga el eruditísimo Antonio Calonio (77), el que despues de haberlo probado con mucha elegancia, concluye diciendo: De aquí se echa claramente de ver, que los verdugos mataron á los reos, estando estos enteramente desnudos (78). Y á la verdad por lo que mira á los Mártires, que es ahora nuestro principal asunto, es constante que padecieron ellos la ignominia de la desnudez, no solo en los tiempos de los perseguidores Gentiles, sí tambien baxo el imperio de los Arrianos. Así lo afirman Eusebio (79), S. Atanasio (80), y muchos otros Escritores Eclesiásticos: entre los quales S. Hilario maravillosamente CAPITULO XV. lo describe (81): Los Sacerdotes (dice) están presos en las cárceles: prepárase la plebe obligada á custodiar á los que están atados con cadenas: desnudan á las doncellas para ser atormentadas: los cuerpos consagrados á Dios, expuestos á la vista de todos, son el objeto del espectáculo, y de la tortura. Lo mismo atestigua S. Pedro Alexandrino (82) en otra bella descripción que hace de esto mismo, el qual despues de muchas otras cosas, dice así: Comenzaron (los ministros) á rasgar las vestiduras de las Santas Vírgenes de Jesu-Christo, cuya piadosa vida era la misma que la de los Santos, y desnudas como habían nacido, las llevaban por la Ciudad á manera de triunfo, y para satisfacer su luxuria las burlaban atrevida, y desvergonzadamente. Pero es digno de consideracion, y tambien de admiración lo que sucedió algunas veces, que colgando á las Santas mugeres por los pies, quedaron inmobles sus vestiduras sin baxar á sus rostros, manifestando Dios con este milagro quánto zelaba su pudor, y honestidad: escríbelo el citado S. Hilario con estas palabras (83): Derramóse en todas partes la sangre de los Santos Mártires: á su presencia braman los demonios, cúranse las enfermedades, y se admiran obras prodigiosas, como elevarse los cuerpos en alto, y no caerse los vestidos á la cara de las mugeres colgadas por los pies, &c. Luego, no porque no sepamos estas, y otras cosas semejantes, como decíamos mas arriba, hemos sentado que los Mártires no deben pintarse enteramente desnudos en sus tormentos, sino porque este modo de pintar á los Santos, es muy ageno de la gravedad, y modestia christiana. Ni negaré tampoco que los Santos Mártires padeciesen mucho por Christo en esta misma desnudez; mas lo que fué para ellos una cosa muy meritoria, y gloriosa, CAPITULO XVI. y digna del mayor triunfo, no debemos nosotros, que estamos sujetos á los afectos de impureza, y sensualidad, pintarlo, y contemplarlo del mismo modo que pasó. Pero de esto volveré á hablar quando trate de la desnudez, que padeció Christo Señor nuestro en su Sagrada Pasion.

4 Y para que nada de lo que pertenece á nuestro asunto quede sin tocarse, advertiré aquí, que los Santos padecieron muchas cosas, que no es decente, ni conveniente pintarlas. Quáles sean estas, dirélo en pocas palabras. Primeramente, quando leémos en sus Actas, ó hechos, que mandaron los Tiranos despedazar, y atormentar sus cuerpos con bolas, ó planchas de plomo, con tenazas, con hachas encendidas, y con otras diabólicas invenciones; es cierto que eso no se debe pintar del mismo modo, por ser constante que no puede esto executarse sin aquella absoluta, y total desnudez, que antes decíamos, y que pretendo apartar, y desterrar de las Imágenes Sagradas. Ademas, sabemos por el testimonio de un gravísimo Escritor (84), que llegó á tanto algunas veces la impiedad, y fiereza de los perseguidores del nombre Christiano, que con ciertas máquinas levantaban en alto á las mugeres totalmente desnudas, y descubiertas, y que atándolas por el un pie, y poniéndolas su cabeza hácia abaxo, presentaron á la vista de los circunstantes el espectáculo mas feo, el mas cruel, y mas ageno de toda humanidad. ¿Quién podrá pintar esto, y representarlo á los ojos, singularmente de los mas rudos, sin perjuicio, y menoscabo de la honestidad?

¿Quién ignora que á algunos Santos Mártires, particularmente á los muchachos, mandaron los Tiranos castigarles, y azotarles á la manera que se hace con ellos en la Escuela? Esto se significa por aquellas palabras del Martirologio Romano (85): CAPITULO XVII. Catomis, ó Catomo cæedi; esto es, que levantándoles en alto sobre hombros agenos, de medio cuerpo abaxo les azotaban con correas, y vergas, como lo advirtieron ya, demostraron hombres muy sabios (86), movidos principalmente por el claro testimonio de Prudencio (87), cuyo pasage, aunque algo largo, por ser tan elegante, no tengo reparo en ponerlo entero. Prudencio pues, hablando de Barula niño Christiano, que delante de Asclepíades profesaba la Fé de Christo, dice así:

Vix hæc prSfatus, pusionem præcipit, Sublime tollant, & manu pulsent nates; Mox et remota veste virgis verberent, Tenerumque ductis ictibus terguin secent, Plus unde lactis, quam cruoris defluat. Quæ cautis illud perpeti spectaculum

Quis ferre possit æris, aut ferri rigor? Impacta quotiens corpus attigerat salex, Tenui rubebant sanguine uda vimina, Quem plaga fierat roscidis livoribus.

Y lo que es mas (porque ni esto debo pasarlo en silencio), no solo fueron los muchachos los que padecieron este género de tormento, sino que para mayor ignominia, y afrenta, atormentaron del mismo modo á muchos viejos gravísimos, y venerandos, y á matronas honestísimas, como lo convencen las Historias Eclesiásticas.

5 En prueba de lo primero tenemos el testimonio de Victor Uticense, de quien Thomas Obispo dice (88): Porque no siempre debemos pasar en silencio las impiedades de los Hereges, ni podrá parecer vergonzoso lo que es materia de alabanza para el paciente. El que ordenó tiempo hace á dicho Sacerdote, y se llamaba Thomas, CAPITULO XVIII. puesto en varios aprietos por las asechanzas de los Hereges, fué en su venerable vejez azotado ignominiosamente á la vista de todos. Y en confirmación de lo segundo, dan claro testimonio de ello, las Actas de Santa Afra Martir (89), en que el Juez le habla de este modo: Catomis nudam te cædi jubebo; esto es, te mandaré azotar de aquel modo ignominioso, y contumelioso, que llevo explicado. Pero óiganse sus Actas, que entre otras cosas las mas selectas, recogió un Varon bastante erudito (90), donde se lee: Díxole el Juez Gayo: Ofrece sacrificio, no sea caso que te mande azotar afrentosamente delante de tus amantes, que torpemente han vivido contigo. Respondió Afra: Yo no tengo confusion alguna, sino de mis pecados. Como si dixera: Con efecto será esto para mí cosa afrentosa, é ignominiosa; pero en ningún modo será bastante para apartarme de la Fé, y Religion de Jesu-Christo; pues ningúna cosa es capaz de causarme mayor confusion, y vergüenza, sino los pecados que he cometido: lo que despues declara mas la misma Santa. Porque instándola el Tirano á que sacrificára á los ídolos, que á no hacerlo así la atormentaría primero de mil maneras, y despues la mandaría quemar, respondió: Sea enhorabuena atormentado de mil maneras este mi cuerpo, en que he pecado; pero no mancharé mi alma ofreciendo sacrificios á los demonios. Otra cosa semejante (que me ha parecido añadirla por no ser cosa muy vulgar) se lee en las Actas, y martirio de S. Elías el mozo, que de un viejo manuscrito publicó en Griego, y en Latin el sabio, y erudito Padre Fr. Francisco Combefis (91), ornamento grande de su Sagrada Orden de Predicadores. Allí se leen las siguientes palabras, que transcribiría conforme están en el Griego, á no temer la falta de caractéres, ó la impericia CAPITULO XIX. de los Impresores, que así van nuestras cosas (92). Manda pues (á saber el juez Sarraceno, Prefecto Mahometano de Damasco en la Siria), que hombres robustos le azotasen segunda vez con nervios de buey, y luego que se supurase, y corriese la mucha materia, y postema de su carne, que se había podrido con la contusion de los azotes, hasta caerse de ella los gusanos, y exhalar á gran distancia un hedor intolerable. Entonces el Juez, no pudiendo sufrir la vista de tanta postema, mandó que se postrase en tierra boca abaxo, y le apaleasen por ambos costados desde los lomos hasta los pies. Cuyo género de tormento usan en el dia de hoy los Turcos Mahometanos con los delinqüentes, con sola la diferencia de que, segun personas fidedignas me han informado, no descargan los azotes sobre la carne enteramente desnuda, sino cubierta con alguna tela ligera, y delgada; pero con tanta ferocidad, que muchas veces para curar á los que así han sido maltratados, es preciso cortarles casi libras enteras de la carne, que les han molido con la violencia de los azotes.

6 Finalmente, sabemos por las Historias Eclesiásticas, que algunos Tiranos igualmente bárbaros que obscenos, martirizaron con la mayor injuria, y torpeza á los Santos Confesores de la Fé de Jesu-Christo con un género de tormentos no menos crueles, que indecentes. Tal es el que refiere el Martirologio Romano (93) haber padecido S. Isquirion, al qual, como le quisiesen obligar con injurias, y baldones á que sacrificára á los Idolos (en la Ciudad de Alexandría), y él no hiciese caso, le mataron pasándole un palo muy agudo por en medio de sus entrañas. Este género de suplicio es el mismo que hoy usan los Turcos con los reos mas famosos, LIBRO QUARTO. y algunas veces con los Christianos, al que vulgarmente llamamos los Españoles Empalar: cuyo suplicio, además del vehementísimo dolor que causa, no se puede executar sin la mayor obscenidad. Porque para este fin, meten los verdugos por la parte inferior del cuerpo un agudísimo palo, que fixándolo despues en la tierra, hacen que con el mismo peso del cuerpo salga por la boca, ó por los hombros del paciente. Modo ya antiguo, y verdaderamente cruel de atormentar á los reos, como bella, y lindamente lo describe Lipsio (94), confirmándolo con monumentos de Autores antiguos, principalmente de Séneca, el qual dice (95): Veo aquí tormentos, no de una sola especie, sino fabricados de diversa manera. A unos colgaron sus cuerpos cabeza abaxo, y á otros les traspasaron un palo por la parte inferior del cuerpo. Y aunque este hecho despues de concluido pueda pintarse con toda decencia, y yo mismo he visto alguna vez pintado con mucha honestidad á un valeroso Atleta de Christo, que padeció este género de martirio; sin embargo, quando el asunto es de una cosa indignísima, la misma razon, y la honestidad persuaden que no se pinte. Lo que de ningún modo podrá representarse á la vista es, lo que de Benjamin, esforzado Mártir de Christo, refiere Theodoreto (96), el qual, hablando de Isdegerdas, Rey de los Persas, dice: Al ver que este Santo (Benjamin) tenia como por cosa de juego este tormento, manda (Isdegerdas), que le metan por el miembro viril otra aguda caña, que metiéndosela, y sacándosela muchas veces, le causára acerbísimos dolores. De Theodoreto parece haberlo tomado Casiodoro (97), el qual, hablando del mismo Benjamin Diácono de Persia, dice: Habiéndole cogido segunda vez, le martirizaron clavándole veinte cañas en los veinte dedos, y otra en aquella CAPITULO PRIMERO. parte, de donde tiene su principio la humana generacion.

7 Quede, pues, advertido el Pintor Christiano de no pintar cosas semejantes: no porque no haya sido de mucha gloria para los Mártires (como hemos dicho muchas veces) el padecer tales tormentos; sino porque no es decente que se nos representen á nuestra vista del mismo modo que se executaron. En una palabra: debe el Pintor usar de tal cautela, y circunspección en las Pinturas de los Santos, por quanto, segun dixo un pio, y sabio Doctor (98), hablando de otra materia, á nosotros nos tiene cuenta, y no á ellos.

8 Finalmente, por lo que toca á los Anacoretas, y Ermitaños de ambos sexôs, he visto varias veces pintados á los viejos desnudas las espaldas, y el pecho, y en parte tambien los muslos, y piernas. No que, segun á mí me parece, se haya executado lo dicho con grande, ó notable detrimento de la devocion, y honestidad: mas, sobre si esto es conforme, ó no, á lo que naturalmente sucede, júzguenlo los inteligentes. Porque vemos al mismo tiempo, que los pintan con los miembros firmes, y robustos, la carne blanca, lampiña, y (como suelen explicarse los Pintores) mórbida; siendo así que es constante, que los hombres, que usaron algún tiempo de vestido, si despues andan desnudos, y á toda inclemencia, expuestos al Sol, y al ayre, no solo se vuelven muy morenos, y casi negros, y su pellejo áspero, y hórrido, sí que tambien de tal manera les crecen los pelos, que casi llegan estos á cubrirles todo el cuerpo. Lo que sabemos ciertamente por varios testimonios haber acontecido á muchos, y en especial á aquel célebre Juan Serrano, el que habiendo padecido naufragio, dió nombre á una pequeña Isla del Océano Meridional. Este pues, segun refiere un Escritor de mucha fé, y autoridad (99), habiéndose libertado CAPITULO II. del naufragio, y llegado casi desnudo á aquella Isla, donde moró algunos años, destituido, como pienso, de todo auxîlio humano, y casi enteramente separado de todo comercio con los hombres, y con las fieras; pasó allí una vida, no me atrevo á afirmar si feliz, ó mas presto miserable. Pero volviéndo al caso, como este, y otro compañero, con motivo de un naufragio hubiesen sido arrojados á aquella Isla, y destrozádoseles enteramente los vestidos, de tal manera se desfiguraron, que creciéndoles mucho el pelo por todo su cuerpo, casi tomaron la forma, y aspecto de fieras; de suerte que dexando á parte muchas cosas, que no es de mi instituto el referirlas, como hubiesen arribado á aquella Isla unos navegantes, se los llevaron consigo, determinando el Virrey de aquel distrito enviarlos por cosa rara, y prodigiosa al Emperador, y Rey Carlos Quinto. Lo que de paso he querido referir, para que se eche de ver, que no es conforme á la misma naturaleza de las cosas el pintar con la carne blanca, y el cutis sin pelos ásperos, á los hombres que vivieron mucho tiempo desnudos.

9 Por lo que, dexando á parte esta desnudez, que suelen afectar muchas veces los Pintores para hacer ostentación de su habilidad, será lo mejor pintar á los Anacoretas con túnicas, sacos, ó semejantes vestiduras, supuesto que sabemos por la vida de S. Pablo, que fué el primer autor, y maestro de la vida Eremítica, haberse texido él mismo con sus propias manos una túnica de hojas de palma, que despues de su muerte se la apropió á sí S. Antonio. Pero oigamos al venerable viejo S. Gerónimo (100), que lo describe maravillosamente, como acostumbra. Despues (dice) que amaneció el otro dia, para que no dexára de poseer el pio heredero (S. Antonio) los bienes del difunto, que le pertenecian CAPITULO III. ab intestato, apropióse la túnica, que á la manera que se texen las espuertas, se había texido él mismo de hojas de palma...... y en los dias solemnes de Pasqua, y de Pentecostés usó siempre de la tunica de Pablo. Y si esta regla debe guardarse en las pinturas de los hombres, mucho mas en las de las mugeres: la que si, como debian, hubieran tenido presente los Pintores, no veríamos en el dia pintadas algunas Pelagias, Marías Egipciacas, Magdalenas, y otras mugeres Anacoretas, gran parte desnudas, ó á lo menos vestidas con poca decencia, cuyas Imágenes, sin embargo de que se nos proponen estando en el desierto, y haciendo penitencia en él, excitan muchas veces tales movimientos, y afectos en los que las miran, que causan gran daño en el alma, si no se borran despues con lágrimas, y suspiros.

I0 No será aquí fuera del caso indicar brevemente (que no es mi ánimo decirlo, y explicarlo con la extension que pudiera) cómo, y de qué manera se podrán pintar algunos hechos que acontecieron á los Santos en el desierto, y aun en su mayor retiro. Sabido es lo del gran Padre S. Benito, el qual (como mas largamente lo refiere el Santo Escritor de su vida) (101), siendo un dia vehementísimamente tentado del demonio á luxuria, arrojóse desnudo en un horrible espinar, donde se revolvió hasta tanto que despedazado su pellejo, y derramando mucha porción de sangre, consiguió por este medio con los agudísimos dolores que sintió, y por esta maceración de la carne, apagar la concupiscencia del apetito. ¡Noble hazaña, y digna de la piedad christiana! la que el R. P. Fr. N. Ricci, Monge Benedictino, hermano del célebre Pintor Francisco Ricci (cito á entrambros por el honor que se merecen), representó varias veces con primoroso pincel; pero con tal habilidad, y destreza, que sin embargo de reprentársenos CAPITULO IV. aquel purisimo Joven enteramente desnudo entre las espinas, nada se dexa ver que ofenda á la modestia christiana. Sobre este tan grande exemplar de castidad, compuse yo en otro tiempo un epigrama, y esperando que no lo llevará á mal el lector, lo pongo aquí con su epígrafe.

Á S. BENITO REVOLVIÉNDOSE ENTRE LAS ESPINAS.

Quid te spinetis, juvenis sanctissime volvis, Atque latus tenerum sentis acerbus arat?

Jam scio: perstrinxit purum mala flamma cruorem;

Hoc nisi quàm fuso perdere posse negas.

Vicisti, extincta est flamma hæc, quo canduit igne, Seque videns victam, protinus erubuit.

Quam bene! nam mollis spinas dea Cypris abhorret, Et fugit armatos cautior illa rubos.

Semejantes exemplos se leen de otros Santos, y en especial de S. Bernardo, y de S. Francisco. Del primero refiere un piadoso, y grave Historiador de su vida, que aun quando mozo (102): Como mirando una vez con demasiada curiosidad, hubiese fixado por algún tiempo la vista en cierta muger, volviendo luego sobre sí, y avergonzándose de ello en su interior, se vengó severísimamente de sí mismo; y metiéndose en un estanque vecino de aguas heladas, que le cubrian hasta el cuello, permaneció allí tanto tiempo, que perdido todo el vigor de la sangre, quedó libre enteramente del calor de la concupiscencia carnal, por virtud de la gracia cooperante. El segundo, viéndose acometido tambien de una fuerte tentación de la carne, se metió desnudo dentro de la nieve, y apretando fuertemente á su cuerpo pelotones de ella, venció la tentacion, y apartó de sí aquel ardor CAPITULO V. nocivo, como lo cuenta el Santo Escritor de su vida, y de su Historia (103).

II Nadie ignora que Varones muy santos, para imitar mas la Pasion de Jesu-Christo, y satisfacer á Dios por sus pecados propios, ó por los agenos, han acostumbrado muchos siglos hace, castigar freqüentemente sus carnes con azotes. De este modo vemos excelentes Pinturas de Santo Domingo, de quien, como casa muy laudable, refieren sus Historiadores (104), que solia usar consigo este castigo. En ellas pintan al Santo Padre arrodillado delante de un Crucifixo, desnudo de medio cuerpo, teniendo en la izquierda la Corona de la Virgen, que vulgarmente llamamos Rosario, y en la derecha una cadena de hierro, con la que está ensangrentando, y despedazando cruelmente sus espaldas. Cuya Imagen, sin embargo de su desnudez, no infunde al pecador, y á quien la mira sino un santo horror. El lector pio, y erudito me perdonará el que ponga aquí otro epigrama, que hice años há sobre este asunto, el qual decía así:

A Santo Domingo, que con una mano se está disciplinando, y en la otra lleva la Corona de la Virgen, que llaman Rosario.

Quid placet heu! flagro, pater ò sanctissime, terga

Scindere, et innocuo sanguine terra madens?

Ut placeam Domino cura est. Hinc noveris ipse, Quam mihi displiceam judicis ante pedes.

Insuper atque tuas hoc sanguine perluo noxas, Quo magis incipiant displicuisse tibi.

Fundo preces, numeroque simul cum verbere verba:

Convenit haud aliter promere verba reos. CAPITULO VI.

Et Divæ tandem pertexo florida serta, Quasque lego pariter pingo cruore rosas.

Estas, y otras cosas semejantes, especialmente si se pintan Imágenes de hombres, se representan con toda decencia, y honestidad, aunque siempre es preciso usar de mucha circunspeccion. Porque como antes diximos, padecieron los Santos muchas cosas, que si bien las sufrieron por Christo, y fueron para ellos de mucha gloria, y triunfo; sin embargo no es decente ponerlas á la vista.




EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - CAPITULO II.