EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - CAPITULO VI.


CAPITULO VII.


De las Pinturas de la Muerte, Asuncion, y Coronación de la Sacratísima Virgen.

I Ninguno, á mi parecer, por mediana instrucción que tenga, ignora quanto podria decirse sobre lo que comprehende la inscripción del capítulo. Pero quien quiera, que este sea, acuérdese, que no he tomado yo á mi cargo, tratar principalmente de las cosas Eclesiásticas, ni tampoco hacer de muy severo crítico: antes he procurado, quanto me ha sido posible, huír el cuerpo, por ser esto, como dice el Lyrico, periculosæ plenum opus aleæ; una obra llena de mucha dificultad. Con efecto, como todo hombre Católico, y sólidamente pio, deba CAPITULO IV. tener por cosa cierta, y explorada, no solo que la Santísima Virgen, ó ya sea en cuerpo, ó ya sin él, fué subida sobre los Angeles, conforme habla S. Agustin (1130), lo que ningún Católico duda ser cosa perteneciente á la Fé; sino también, que subió á los Cielos su santísima Alma juntamente con su cuerpo inmaculado (cuya sentencia parece ser el sentido de la Iglesia Católica, aunque no está expresamente definido, como advirtió bien el Cardenal Baronio) (1131): Debiendo, digo, tener esto por cierto todo hombre sabio, no hay para que detenerme mucho en aclarar mas estas cosas, puesto que solo hago el papel de quien únicamente pretende instruir, y advertir á los Pintores.

2 Esto supuesto, me queda poco que decir, y advertir al Pintor, acerca de las Pinturas, é Imágenes de este Misterio. Porque, el que pintando la muerte de la Santísima Virgen, nos la representen echada en una cama, y rodeada de Angeles por todas partes; sin embargo de ser esta una cosa muy freqüente, de suerte que no solo la vemos pintada, sino representada aun mas al vivo, en las Imágenes mas grandes de escultura: con todo yo nunca la aprobaré, ni aconsejaré á los Pintores eruditos, que pinten así á la Virgen, en quadros, ó lienzos, por mas que los colores estén dispuestos con la mayor oportunidad. No que con esto pretenda yo refutar la pía tradición (que llama antigua S. Damasceno) (1132) de que en el tiempo de la gloriosa muerte de la Virgen (son sus mismas palabras) todos los Santos Apóstoles, que andaban dispersos por el mundo, y que estaban ocupados en la salvación de los hombres, levantándose en un instante por el ayre, se juntaron en Jerusalen, &c. Ni me mueve tampoco, el que en esta CAPITULO V. Pintura añadan los imperitos varias cosas, que ningún hombre de juicio las aprobará jamas, como es, el que mojando S. Pedro el hisopo en agua bendita (la que alguno, afectando demasiadamente el Gentilismo, llamaria Lustral) esté rociando la cama de la Inmaculada Señora; y á otros dos Apóstoles, que abierto el libro, estan rezando las preces, del mismo modo que á los que ahora mueren, se les rezan aquellas oraciones, que llamamos Recomendación del alma, y otras cosas semejantes.

3 Digo, que no me muevo á esto, porque intente, quanto está de mi parte, desterrar la Pintura de la Sacratísima Virgen, quando estaba ya para morir una muerte preciosísima, por cuyo motivo la pintan echada en la cama. ¿Pues quál será la causa? Dirélo en pocas palabras. Este modo de pintar, supone la opinion del vulgo, ó por mejor decir, sigue ciegamente la imaginacion, que sin hacer ningún exámen de las cosas, se figura, que la Santísima Virgen, ó por enfermedad, ó por vejez (que tambien es enfermedad) acabó esta vida mortal. Esto es lo que yo tengo por falso. Ni soy el primero, que lo digo: lo mismo han dicho antes que yo, Theólogos de mucho nombre, y por todos puede verse el Doctor Exîmio (1133), que sigue á S. Damasceno, y á otros. Antes es muy probable, que murió la Soberana Reyna, no en fuerza de alguna enfermedad, sino de ardentísimos afectos, de una intensísima contemplacion, y de amor, el qual es tambien un deliquio, conforme á aquello: Quia amore langueo. Esto supuesto, sería lo mejor pintarla arrodillada en tierra, fixos los ojos en el Cielo, y extendidas las manos, antes que echada en la cama, como si estuviera enferma. Ni este quiero que pase por pensamiento mio. Un pío, y erudito Theólogo hablando sobre este punto, dice así (1134): La CAPITULO VI. Beatísima Virgen estuvo tan lejos de sentir algún dolor en su muerte, como lo había estado de toda corrupcion. Facilmente me persuado, que no estuvo echada en la cama á la manera de los que están enfermos, y que acaban su vida oprimidos por la enfermedad (dígolo con licencia de los Pintores, y Escritores); antes por el contrario, debemos creer, que entregó su espíritu al Señor, no en fuerza de alguna enfermedad, ó debilidad, sino orando de rodillas con mucha reverencia, y levantadas las manos al Cielo: el mismo modo que refiere S. Gerónimo haber muerto S. Pablo primer Ermitaño.

4 Como la Virgen hubiese entregado ya en manos de su Hijo su purísima, é inocentísima alma; es cierto, y unánimemente recibido, y lo refieren algunos Autores, que pueden verse en el Pintor erudito, á quien tantas veces hemos citado (1135), que su cuerpo fué llevado, y puesto en el sepulcro por manos de los Apóstoles, que lo envolvieron (segun era costumbre) en lienzos puros, y limpios, y que junto á él perseveraron por tres dias, percibiendo una armonía celestial en sus oídos, en que tenian ocupados inefablemente todos sus ánimos. Y que por la virtud de Dios, resucitase la Soberana Reyna despues de tres dias, y que así resucitada, fuese llevada sobre los Cielos, y Coros de los Angeles; es una verdad, que nadie podrá contradecir, si pía, y sobriamente quiere sentir con toda la Iglesia. Pero (descendiendo á lo que es mas de mi intento) podria representarse este triunfo de la Virgen, del modo que ya algunos lo han practicado; á saber, pintando á la Sacratísima Virgen, y Madre de Dios, adornada con ricos vestidos, y con un semblante hermosísimo (que de ningún modo se le debe pintar con el semblante viejo; pues fuera de que permaneció siempre Virgen intacta, ya estaba adornada, y revestida con las dotes de la gloria) CAPITULO VII. afianzada en el hombro de su amado Hijo, conforme lo que leémos en los Cantares (1136): ¿Quién es esta que sube del desierto, abundando en delicias, y recostada sobre su amado? y encaminándose á lo mas alto de los Cielos, rodeada por todas partes de muchedumbre de Angeles. Pero, por ser comun, y freqüente, el pintarla subiendo á los Cielos por mano de Angeles (bien que no necesitaba de este auxîlio el cuerpo glorioso, y dotado ya de admirable agilidad), es justo, que tambien se pinte así, y mas conforme á la piedad popular. Subida ya á los Cielos, suelen representárnosla (y con razon) hermosísima; pero muy modesta, juntas las manos ante el pecho, y recibiendo una corona de oro en su cabeza de manos del Padre Eterno, y de su Hijo, sobre los quales se dexa ver en la acostumbrada forma de paloma, despidiendo rayos de luz por todas partes, aquel Espíritu Divino, de quien había dicho el Angel á la misma Virgen: El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Elevada ya de este modo, y subida á los Cielos, la pintan alguna vez junto al Trono de Dios: esto es, á aquella Señora, de quien dice S. Gregorio el Grande, ó qualquiera que sea el Autor de los Comentarios sobre los Libros de los Reyes; que para llegar á concebir al Verbo Divino, erigió la cumbre de sus méritos sobre todos los Coros de los Angeles, hasta el solio de la Divinidad; y con cuyo auxîlio doy fin á este librito de sus Pinturas, é Imágenes.

El pintor christiano, y erudito, ó Tratado de los errores que suelen cometerse freqüentemente en pintar, y esculpir las Imágenes Sagradas.

dividido en ocho libros con un apéndice ... ; escrita en latín por ... Juan Interián de Ayala ... ; y traducida en castellano por D. Luis de Durán y de Bastéro Marc legal CAPITULO VIII.

El pintor christiano, y erudito, ó Tratado de los errores que suelen cometerse freqüentemente en pintar, y esculpir las Imágenes Sagradas. dividido en ocho libros con un apéndice ... ; escrita en latín por ...Juan Interián de Ayala ... ; y traducida en castellano por D. Luis de Durán y de Bastéro


LIBRO QUINTO.


DE LAS PINTURAS, É IMAGENES de los Santos, cuyas Festividades se celebran en los tres primeros meses del año.




CAPITULO PRIMERO.


Algunos avisos comunes, y generales sobre las Imágenes de los Santos.

I Llegamos ya á un campo algo mas abierto, y espacioso, donde en gran parte tendrémos, que probar los hechos, no por las Sagradas Letras, ó Escrituras Canónicas, sino por las Historias Eclesiásticas, bien que dignas de fé, y unánimemente recibidas. Lo que deseo se tenga presente: pues no me pararé en lo que se dice en otras historias obscuras, que nos han dexado Escritores de poco nombre, y que no me atrevo á decir, si las han fingido, ó si las han escrito seriamente; aunque no negaré haber sido llevados dichos Autores de un cierto zelo (como lo confieso) de piedad Christiana: pero de un zelo, que como dice S. Pablo, no es conforme á la sabiduría. Ni en esto pienso hacer otra cosa, sino lo que hizo ya en sus gravísimos escritos, un Theólogo de grande nombre, y digno siempre de mucha recomendación (1137); cuya autoridad, y peso de razones, si hubieran atendido, no solamente los Pintores, CAPITULO IX. sí también muchos Escritores, ciertamente hubieran sido mas cautos en no dar varias veces ocasion á los Lectores, de tomar lo apócrifo por cierto, y (por decirlo mas sencillamente) lo verdadero por lo falso. Ni por esto pretendo tomar á mi cargo un empeño tan grande, como sería el de refutar todas estas narracioncillas. Si alguna vez lo pidiere la necesidad, lo haré brevemente: pero sino, lo omitiré. Vamos ahora á nuestro asunto. Como ya antes hemos dicho mucho por lo perteneciente á nuestro propósito, no es mi ánimo repetir lo mismo aquí, e inculcarlo otra vez, sí solo notar lo que parezca mas digno de advertencia. Por este motivo nada diré ahora de particular sobre la honestidad, que siempre se ha de observar en pintar las Imágenes de los Santos; por juzgar, que basta lo que acerca de esto he dicho arriba, donde me he detenido largamente en ello, y será del caso, que lo repase el Lector pío, y erudito. En dichas Imágenes de Santos, y Santas, como en qualesquiera otras, deben atenderse principalmente tres cosas. La primera, que quanto lo permita la industria, y habilidad, sea conforme la Imágen, en el semblante, en los lineamentos de la cara, en la estatura, y otros accidentes con el original. La segunda, que en los vestidos, y demas adornos del cuerpo, se procure imitar la verdad, ó verisimilitud, que sea mas conforme á razon. Y la tercera, que la Pintura se conforme tambien con el original, en la edad, y demas gestos del cuerpo. Con efecto, por lo que mira á la primera de estas cosas, sería de desear, que como nos restan aun Imágenes muy parecidas de algunos Santos, que vivieron en los últimos tiempos, las tuviéramos tambien de los Santos antiguos, cuya forma (por explicarme así) se nos ha desaparecido: por tener siempre un no sé qué de mayor peso, y autoridad para conmover los ánimos, las Imágenes de aquellos, á quienes amamos, y reverenciamos; quando se miran como sacadas al vivo, LIBRO SEXTO. y muy conformes con el original. Sin que, para confirmar, é ilustrar esta materia, sea menester vaciar aquí un poco de erudición vulgar, y trivial: porque ¿quién ignora, que por este motivo acostumbraron los Antiguos conservar con sumo cuidado, y diligencia, y ostentar en los atrios de sus casas los retratos de sus mayores? Y que, por mas que fuesen ellos muy desemejantes de la virtud de sus antepasados, procuraron, quanto podian, ostentar en los retratos, que en nada degeneraban de sus abuelos, y bisabuelos, ni de aquellos, á quienes llamó el Satírico, Fumosos equitum cum Dictatore magistros.

Y, lo que es mas, que por el abuso de esta costumbre, que por otra parte podia parecer tolerable, y pía, traxese su origen en aquellos tiempos un mal tan grande, como es la idolatría, nos lo enseña el Autor del Libro de la Sabiduría, con estas palabras (1138): Doliéndose el padre acerbamente, hizo una imagen del hijo, que se le había quitado antes de tiempo; y á aquel que entonces había muerto como hombre, empezó despues á honrarle como á Dios, y á constituir entre sus siervos ceremonias, y sacrificios, &c. En tanto es verdad, y tan convencido por la experiencia, que los retratos de aquellos, á quienes amamos, ó aborrecemos, conmueven en gran manera los ánimos, particularmente quando se sacan al vivo. Por esta misma causa (lo diré, ya que hemos llegado aquí), no solamente practicaron esto los Antiguos con sus padres, hijos, ó demas hombres, sí tambien con las bestias irracionales, procurando pintarlas tan al vivo, quanto era posible. Hace mención de esta costumbre un Poeta Español, el qual hablando de una perrita, dixo elegantemente con mucha gracia, y agudeza: CAPITULO PRIMERO.

Hanc ne lux rapiat suprema totam Picta Publius exprimit tabella, In qua tam similem videbis Issam, Ut sit tam similis sibi nec ipsa. Issam denique pone cum tabella: Aut utramque putabis esse veram, Aut utramque putabis esse pictam.

Pero volvamos á nuestro camino. Sería, digo, de desear, que al Pueblo Christiano le quedáran verdaderas Imágenes, y efigies de los Santos, y Santas antiguas. Pero esto ya no puéde ser; y de aquí viene (por lo que respeta á lo que vamos tratando), que los Pintores, quando representan las Imágenes de los Santos, ó nada piensan acerca de la verdad del hecho, ó (lo que es muy freqüente) las desfiguran de mil maneras, aun en lo que podian poner mas diligente cuidado, como tal vez lo manifestarémos en sus propios lugares: sin embargo, no por esto debe desmayar el Pintor erudito, antes debe buscar, en quanto pueda, los medios mas oportunos para suplir esta falta. Porque en primer lugar, se ven efigies sacadas bastante al vivo, de los Santos, que vivieron en los últimos tiempos, cuyos retratos pueden servir de pauta, y modelo al Pintor diligente, y estudioso. Pues, aunque descendiendo dichos retratos de unos á otros, hayan perdido un poco de su nativa propiedad, como suele suceder; con todo pueden servir de algún modo, para no apartarse de la verdad, y para no tomar (como dicen) lo negro por lo blanco. Mas ocasion de tropiezo hay en las Pinturas de los Santos antiguos, de que apenas nos han quedado ningúnas Imágenes: pero el Pintor diligente deberá evitar, ó vencer este escollo. Porque primeramente puede recurrir (recurso á la verdad, que ni puede dexar de aprobarse, ni es enteramente expuesto á error) á los mas diligentes CAPITULO II. Escritores de sus vidas, muchos de los quales, bien que no todos, tomaron sobre sí el cuidado de describir á la posteridad, qual fué el Santo (cuyos esclarecidos hechos referian) por lo perteneciente á la estatura del cuerpo, á la simetría del semblante, y á los lineamentos de la cara. Lo que podria confirmarse con exemplos, á no haber tantos á cada paso. Fuera de que, por la misma serie de su vida, se trasluce algo, con que semblante, y lineamentos puedan describirse bastante bien qualesquiera Santos. Porque los que se dieron á un género de vida mas austera, y á continuos ayunos, sería cosa ridícula el pintarlos robustos, llenas, y coloradas sus mexillas; ni seria tampoco cosa proporcionada, y conforme á razon, que los Santos, que, exîgiéndolo así su particular vocacion, y la mayor gloria de Dios, eligieron otro género de vida menos áspero, y menos austéro, se les pintára enteramente macilentos, horribles, y sin ningún aséo, como si hubieran vivido siempre en los desiertos de Nitria, ó de la Thebaida. Tambien el genio, é índole de los Santos, suministra en esta parte un grande campo para conjeturas. Pues nadie pondrá duda, en que los que fueron muy apacibles, mansos, y afables, deban pintarse regularmente con la frente despejada, con alegría en el semblante, y en los ojos, sin salir de los límites de la compostura, y de la modestia: Mas, los que tuvieron un genio, y natural mas sevéro (sin oponerse esto á la gracia, que no suele destruir, sino perficionar la naturaleza); se han de representar á la vista de otro modo: lo que facilmente se entenderá tambien de las otras dotes del alma. Finalmente, en los Santos, que han escrito, tenemos, segun me parece, un campo mas dilatado para conjeturar su semblante, sus gestos, y su modo. Porque, ademas que sus mismos escritos, hacen en alguna manera las veces de sus efigies, é Imágenes, que por esto, el mas ingenioso de los Poetas, escribió CAPITULO III. graciosamente á un amigo suyo, que llevaba esculpida su imagen en el anillo:

Grata tua est pietas: sed carmina major imago Sunt mea:

Ademas desto, digo: ¿Quien habrá que haya leído los escritos de los SS. Padres, y Doctores, que por ellos no haya de algún modo conjeturado prudentemente su semblante? Y por tanto (si el mismo que los ha leído fuera Pintor) ¿como dexaría de pintar al Grande Augustino, con frente grave, y despejada, aguda la nariz, y los ojos sobre manera vivos? ¿A S. Gerónimo, en forma, y figura de un viejo adusto, lleno de arrugas, algún tanto mal acondicionado, y regañon, la barba inculta, y sin aséo, secas sus manos, á causa del rigor, y de la vejez, qual se describe él mismo en alguna parte de sus obras? ¿A S. Ambrosio finalmente, y á S. Gregorio, quien leería sus escritos, que no les pintára, á aquel con un semblante lleno de decoro, y magestad, aunque con algún aséo; y á este, que por lo comun andaba ocupado en meditaciones tristes, con el semblante pálido, y macilento? Confieso ser todo esto algo incierto: pero en cosas de este género, el que desea saber con moderacion, debe contentarse con lo verisimil. Baste esto por lo que toca á la primera de las cosas que notamos arriba: porque, si bien podian decirse otras muchas, estas puede conocerlas por sí mismo el Pintor erudito.

2 En quanto á la segunda, es mayor (espontaneamente lo confieso) la variedad de las cosas, á que ha de atender el perito artífice, por lo que respeta al vestido, y adornos del cuerpo; de suerte que á no hacerlo, es indecible, quanto ofenderá la vista de los que miren sus Pinturas. Pues, como los Santos florecieron en muy distintas regiones, y en siglos muy diversos, sería ridículo (por no decir otra cosa peor) el atribuir á los CAPITULO IV. Santos sin ningúna distincion, los mismos adornos, y vestidos. No puedo menos de alabar aquí á mi amigo D. Antonio Palomino de Velasco, á quien, habiéndole mandado pintar para la Iglesia de Córdoba, á aquellos dos jóvenes dignísimos de toda alabanza, ambos Patronos de la misma Iglesia, é invictísimos Mártires de Jesu-Christo; á saber, á S. Acisclo, y á S. Pelagio, procuró con mucho cuidado, y diligencia, representar al primero con coraza, y en trage de un soldado Romano; y al segundo, en trage de Arabe, ó Morisco. Cosa, en que se hubiera descuidado otro Pintor menos diligente; vistiendo á los dos, ó con aquel género de manto, que usan los Arabes, y que ellos mismos llaman Alquizel; ó, á que mas me inclino, pintando á ambos con coraza, y calzado á la Romana: para que así todo fuera ridículo. Mas, como los Santos se dividen en varias clases, me parece muy del caso (por lo que toca al presente asunto) advertir algunas cosas sobre cada una de ellas.

3 Quanto á los Patriarcas, y Profetas, un Autor de gravísimo, é integérrimo juicio (1139), con su acostumbrada modestia, y gravedad, reprehende á los Pintores, por pintarlos no de otro modo, sino como se ven alguna vez en Europa los Turcos, y Armenios: sin embargo de que aquellos antiguos Patriarcas, y Profetas (segun piensa el mismo erudito Escritor) vestian mas sencillamente, lo que prueba, y convence, aunque de paso, por algunos lugares de la Escritura. Pero ¿que hubiera dicho, á haber tropezado con las Imágenes de un artífice por otra parte excelente (1140), en las quales se ve pintado el Rey, y Profeta David, como si fuera algún Emperador de Alemania, y asimismo sus Cortesanos, con capitas cortas, calzones, y medias largas; y otras mil boberías de este género, que no tanto les adornan, CAPITULO V. quanto les sirven de deformidad, y les desfiguran? Pero esta es la decantada potestad, que justa, ó injustamente está concedida á los Pintores (como á los Poetas), de la que, quien no abusa, le parece, que sabe muy poco.

4 Acerca de los vestidos, y trages de los Apóstoles, ó de su modo de vestir, pobre, y sencillo, bastará lo que hemos dicho arriba, que fué lo que nos pareció mas verisimil: aunque confieso ingenuamente, que acaso habrá tambien sobre esto otras muchas cosas, que ignoro, que si tuviera conocimiento de ellas, darían no poca luz para ilustrar, y proponer mejor, lo que hay sobre esta materia. Mas por lo que respeta á los Santos Mártires, quando se nos proponen padeciendo los tormentos, que les dieron, los pintan desnudos, como realmente lo estaban. Sobre lo qual, ya dexamos notado lo que me pareció mas conveniente. Esto debe entenderse, por lo que toca á los cuerpos de los SS. Mártyres, en el acto de padecer los tormentos; porque, por lo perteneciente á los demas adornos, y á los guardias, que les custodiaban, conforme se echa de ver en semejantes Pinturas, por no omitir lo que es mas digno de observacion; digo, que las invenciones de algunos artífices poco eruditos, exceden algunas veces, y pasan los límites de lo creíble. Pondré aquí un exemplo, á quien sin violencia podria aplicarse aquello del Poeta:

:::: Hinc crimine ab uno Disce omnes ::::

Ví yo mismo, en una Pintura por otra parte bastante hermosa, y de buen pincel, en que se representaba la pasion, y victoria de S. Lorenzo Martyr; á un Capitan, que mandaba á los demas soldados, el qual había desmontádose ya de su caballo, que lo traía enjaezado con adornos, que se usan en el dia de hoy, y son mas propios nuestros, que del tiempo de los Romanos. Pero no CAPITULO VI. paró en esto. Oye, Lector mio, otro disparate de mayor estofa; facinus majoris abollæ. El mismo caballo, al que tenía por el freno un criado, estaba aparejado, no como acostumbraban los Romanos, sino con una silla del mismo modo que hoy la usan los militares. Pero ¿que mas? En la parte anterior de la silla, en aquellas fundas, ó cañoneras, estaban colocadas las que nosotros llamamos Pistolas, de suerte que quien contemplase aquella Pintura, antes se movería á risa por el adorno del caballo, que se conmovería por la pasion, y constancia de S. Lorenzo. Pero esto de paso: vamos á otra cosa. Quando se representan los mismos tormentos, sería del caso tener bien conocida la forma, que tuvieron los instrumentos del Martirio: quales fueron los azotes, las uñas, los peynes, las láminas encendidas, que aplicaban muchas veces á los costados desnudos de los Mártires, y que solo estaban armados de paciencia. Fuera de esto, convendria saber, qué forma, ó figura tenian la catasta, el potro, la garrucha con que estiraban freqüentemente sus cuerpos, de tal modo que muchas veces se quebrantaban todas sus coyunturas. Lo que, por haberlo exâminado diligentemente un erudito Cáballero Italiano (1141), y propuéstolo á la vista de todos en un librito, remito allá al Lector, pues no es mi ánimo detenerme escrupulosamente hasta en las mas pequeñas menudencias.

5 Mas, quando pintan á los mismos Mártires con una pequeña corona, y una palma en la mano, debería atenderse al estado, y condicion, que tuvieron cada uno de ellos: á que, si hubieran atendido los Pintores, y puesto en ello la debida diligencia, se evitarían muchos inconvenientes; y no se nos presentaría á la vista un Médico, como realmente fué S. Pantaleón, vestido en trage Militar; ni á los SS. Hemeterio, y Celedonio, que fueron soldados, los veríamos vestidos con túnicas, y CAPITULO VII. capas; casi del mismo modo que pintarían á un Filósofo Griego: Dirán, que estas son menudencias. Yo no pienso así; pues no son cosas tan menudas, que se escapen á los ojos de los medianamente doctos. Pero sea así, enhorabuena: Sean, quanto quieran, para muchos menudencias; sin embargo no deben parecer tales al Pintor erudito, el qual, no de otro modo, que el buen Orador debe tener bien entendidas todas aquellas cosas de que ha de hablar; debe asimismo tener bien exâminadas las cosas, que ha de proponer á la vista. Porque si no, qué otra cosa le podrá suceder, sino lo que de un mal Pintor, y de otro mal Poeta, dixo Horacio; esto es, que cada uno de ellos, Delphínum silvis appinget, fluctibus aprum.

Pero pasémos adelante.

6 Nada hay mas freqüente, que pintar á los SS. Prelados de la Iglesia, ora fuesen Mártires, ó no, en trage, y con los adornos Pontificales, que ha recibido la Iglesia de mucho tiempo á esta parte; esto es, con Alba, Capa pluvial, Báculo, Mitra de dos puntas, y otras cosas semejantes. Y esto, ya les describan haciendo oracion, ya escribiendo en casa, ó confesando la Fé de Jesu-Christo ante los jueces tyranos. Es extraño por cierto, que esto no parezca ridículo aun á los mismos, que se deleytan en semejantes Pinturas. Primeramente, estos adornos Pontificales fueron diversos entre los Prelados del Occidente, y los del Oriente: lo que nadie puede ignorar, con tal que haya visto las Pinturas de los Santos Obispos Griegos, y demas Orientales, como lo convence por lo menos la de S. Nicolás Obispo de Misa, y otras muchas. Sobre lo qual puede verse el Cardenal Bona, Varon de mucha piedad, y erudicion, en sus libros De Rebus Liturgicis (1142). Ademas: démos que fuese enteramente semejante, y uniforme el adorno, de CAPITULO VIII. que usaban los SS. Obispos, y Prelados: ¿acaso usaban de dicho adorno, quando trataban sus cosas particulares, y quando estaban en su casa, ó en el campo? No me parece podrá afirmar nadie una cosa tal, si está en su sano juicio. Pero esto, poco, ó nada detiene, ni embaraza á los Pintores, que no procuran indagar, ni investigar las cosas, como era razon; de suerte que han pintado algunas veces á S. Pedro, adornado con la misma forma de vestiduras Pontificales, de que usan hoy los Sumos Pontífices en los actos mas solemnes. Mas, por no parecer, que quiero apretar esto demasiado, parecerá á muchos, que lo dicho debe referirse á las Pinturas simbólicas; de suerte que por ellas no se signifique otra cosa, sino que en el Beatísimo Apostol S. Pedro, residió el mismo poder, y autoridad dada por Christo, que hoy reside en el Papa Benedicto XIII. que felizmente reyna, lo que es, y debe tenerlo por muy cierto todo Católico.

7 Acerca de los demas Santos Confesores no Pontífices (por hablar en frase de la Iglesia) nada hay al presente que notar con particularidad: si algo se ofreciere lo irémos notando en sus propios lugares. Pero, por lo que respeta á las Santas Vírgenes, incluyendo tambien á las Mártires, me haría reo de un grave delito, si no dixera aquí abiertamente, quanto me desagrada el modo de vestir, con que casi siempre las representan los Pintores poco cautos: á saber, rizado, y encrespado el cabello, hermoso el semblante, pero no con modestia, sino muchas veces sobrado resplandeciente, y poco conforme á su santidad, y candor virginal: vestidas con batas largas de tela de oro, y, lo que me avergüenzo de decirlo, descubiertos los pechos; de modo que las mas veces, están tan lejos de parecer exemplares, y dechados de candor, y pureza Christiana, como verdaderamente lo fueron; que antes por el contrario, se representan á los ojos castos, y serios, como vanísimas CAPITULO IX. seguidoras (por no decir otra cosa mas dura) de un culto profano. Esto es á lo que deberian estar mas atentos, los que pintan, y representan los modelos mas santos de pureza, é integridad Christiana.

8 Finalmente, por lo que mira á lo último, que advertimos arriba, hase de tener siempre presente la edad de aquel, cuya imagen se quiere representar, lo que observan diligentemente artífices de otras Imágenes; de suerte que despues de haber puesto el nombre, cuya es la imagen, es muy comun entre ellos, añadir, de su edad, por exemplo 56. En lo qual, aunque debieran haberlo tenido presente, tropezaron sin embargo (y no raras veces) Pintores por otra parte sobresalientes. Y sino ¿qué otra cosa es, el pintar al Bautista lleno de canas, con ser constante, que tenia solo seis meses mas, que el Señor, á quien precedió en el triunfo del martirio? Que? ¿el pintar á S. Juan Evangelista estando junto á la Cruz, en figura de un joven sin barbas, quando tenia ya entonces cerca de treinta años? Que? ¿el pintar á el mismo escribiendo el Evangelio, y su admirable Apocalypsis, de edad (segun parece) que apenas pasaba de treinta años? Sin embargo de ser certísimo haber escrito el Apocalypsis, quando ya era viejo: pues este beatísimo Apostol llegó á la vejez, y aun (como dice S. Gerónimo) (1143) á una extrema decrepitud: de suerte que sus Discípulos apenas podian llevarle, aun en brazos, á la Iglesia. Al mismo género de error pertenece tambien, el pintar viejos, ó á lo menos, de una edad muy avanada, á aquellos Santos, y Santas de los quales consta ciertamente, que apenas pasaron de la mocedad, ó de una edad robusta, y varonil; lo que sin embargo, notamos con bastante freqüencia en las Imágenes Sagradas, por no haber puesto los Pintores, y Artífices, la debida diligencia en hacerlas. Una sola cosa CAPITULO X. me resta que advertir, y es, que á todos los Santos se les debe pintar con luces, y resplandores en el semblante, y con aquellas insignias correspondientes al martirio, ó empleo, que exercieron; para que así, se dén mas á conocer á los que miran sus Imágenes: pero en esto, no he advertido hasta aquí, que hayan faltado tan freqüentemente los Pintores.




CAPITULO II.


De las Pinturas de S. Pablo Ermitaño, y de S. Antonio Abad.

I Para tratar con cierto orden lo que ocurre mas digno de advertencia acerca de las Imágenes de los Santos, he preferido el método, que ya de mucho tiempo, había observado un Escritor de estas materias bastante diligente: á saber, ir siguiendo sus Festividades, segun las celebra la Iglesia Latina; antes que seguir el orden de las Letanías, cuyo método había determinado adoptar el Cardenal Gabriel Paleoto, y sin duda lo hubiera conseguido, á no haberle cogido la muerte, quando estaba ocupado en tan pías, y sabias empresas. Mas, como ya tratamos arriba, lo que se nos ofreció acerca de Christo Señor nuestro, de su Santísima Madre, y de los Angeles; omitiré aquí lo que pertenece á estas solemnidades, contentándome con remitir al Lector á sus propios lugares, si es que hubiere alguno, que se dignare leér este mi tal qual trabajo. Por lo que, en el mes de Enero (que, así por lo tocante á lo Civil, como á lo Eclesiástico, es el primer mes de todos) el primer Santo, á quien se celebra, es el Grande Autor, y Maestro de Ermitaños S. Pablo, cuya Fiesta trasladó la Iglesia Romana al dia quince de dicho mes, por estar ocupado el dia diez (que es su dia propio) con la Infraoctava de la Epifanía. CAPITULO XI.

2 Quando seriamente, y á mis solas, estoy pensando en este Santo, acostumbro yo (séame lícito decir esto de él) llamarle el mas feliz entre los mortales. Pues que habiendo salido apenas de su juventud, movido primero de la persecución de Decio; de Decio, digo, aquella bestia feroz, que en varias Provincias del Imperio despedazó á tantos millares de Christianos; pero movido mas de la caridad, y abrasado en deseos de servir mas libremente á Dios, determinó irse á vivir, y con efecto lo executó, en las vastas, y desiertas soledades del Egipto: donde, con el sustento, y vestido que le suministraban las palmas, y con el agua de una fuente, vivió casi cien años, no solamente apartado quanto es decible, de los negocios del mundo, y del siglo (que esto seria poco); sino, lo que es mas de admirar, tan apartado, y distraído de la compañía, y sociedad de los hombres, que ni los veia, ni tenia noticia de ellos; de suerte que, á no haber hecho Dios (que procura se sepan las cosas grandes, que pueden servir de exemplo, y consuelo para los mortales) que Antonio ya de noventa años, fuera á visitarle, nadie habria el dia de hoy, que supiera, ni hubiera oído, que un Varon tal, y tan grande había vivido en el mundo. Pero yo dexo gustoso á mayores ingenios el referir los hechos admirables de tan gran Santo.

3 Por lo que mira á la efigie de este Varon (que es el objeto de que tratamos) hase de advertir lo siguiente. He visto alguna vez, y considerado atentamente su Imagen en figura de un anciano sobradamente viejo, y decrépito; pero sin embargo, desnudo enteramente, por lo menos de medio cuerpo, y la barba sin canas, y no muy larga, como debiera ser la de un hombre, que vivía en un desierto vastísimo, donde no había barbero, ni navaja. Sus miembros parecian tambien de un hombre anciano, sino que acaso ostentaban mas robustez de lo que era regular, ni se veían cerdosos, y macilentos, CAPITULO XII. sino algo blancos, y con aquella blandura, y suavidad, que los Pintores llaman morbidez: lo que me acuerdo haberlo ya reprehendido arriba. Esta es la causa, porque justamente no me agrada semejante modo de pintar á S. Pablo Ermitaño.

4 Otros al contrario, le pintaron vestido, como era razon: ¿pero con qué vestido? á saber, con un vestido texido de box, que no puede darse cosa mas ridícula, por no ser el box, arbol, ó mata, de que se pueda texer ningún vestido: como bien, y prudentemente (pues no todo lo que han dicho aquellos, á quienes justamente reprehendemos, son absurdos, bien que hayan dicho muchos) lo notó Erasmo. Pero, si los Pintores hubiesen leído, aunque de corrida, la vida de S. Pablo, que describió S. Gerónimo, la qual anda en manos de todos, aun en lengua vulgar; sin duda hubieran sabido que el vestido, que el Santo Ermitaño se había texido con sus propias manos, no lo había trabajado de ramos de box, sino de hojas de palma, y con puntas adentro, de suerte que cubria á un tiempo, y punzaba el cuerpo de dicho Santo. Todo esto es cosa muy sabida, y que solo la puede ignorar el vulgo mas baxo. Por lo que, si en este particular, parece que me detengo algo mas, el motivo es, porque vestido S. Pablo con un aparato tan ligero, y casi ninguno, se me representa con esta túnica de palma (mas excelente que las pintadas túnicas de los Cónsules Romanos); así como el mas pobre de los mortales, que hay, y ha habido; así también el mas feliz entre ellos. Quien deseare saber mas, lea la vida de este Santo, que pía, y elegantemente escribió el Doctor Máxîmo S. Gerónimo.

5 Descendamos ahora á su compañero aquel Grande, y famoso Antonio, que el Egipto fecundo en monstruos, produxo en otro tiempo: de quien, si fuera otro mi intento, se podria decir tanto, que habria para llenar muchas páginas, y libros enteros: pero (quiero repetirlo CAPITULO XIII. otra vez) me ceñiré dentro los límites, que me he propuesto. La imagen del Grande Antonio, es freqüentísima, como la que mas, en toda la Iglesia; pues aun á la parte de afuera de las casas, particularmente de los nobles, hubo costumbre antiguamente de pintarla. El que quiera representarla bien, si quiere oirme, la describirá como un anciano ya muy grande, pues que llegó á la última vejez, y murió á los I05. años de su edad, y á los 356. de Christo, habiendo nacido el año de 25I. como notó el Cardenal Baronio (1144): su barba, no muy espesa, pero larga, por haber sido esta una cosa muy freqüente entre aquellos antiguos, y Santos Monges, de los quales, á lo menos de muchos de ellos, fué el Patriarca S. Antonio: cana la cabeza, y llegándole el pelo, por lo menos hasta el colodrillo, aunque otros le pintan calvo por cima de la cabeza: señales que indican su venerable dignidad. Su vestido (por lo que observó prolijamente en las vidas de los Santos el P. Juan Bolando (1145), Escritor de mucha fama) no debe ser otro (pues no usó otro tampoco) que el de una túnica compuesta de pieles de cabra, ó de oveja, y sujetada con una correa tambien de pellejo; ademas de esto, se le debe pintar su capucha, y capa exterior, que, segun se colige, era de un paño vasto, y de color pardo, qual es el color natural de la lana. Píntanle tambien en el hombro izquierdo la señal de la Cruz con la figura del Tau, lo que es muy comun en todas sus Imágenes: ó porque en el lugar de Ezechîel, que referimos arriba, se describen los elegidos con esta señal; ó porque con ella se da á entender, que el Grande Antonio, fué de Egipto; donde es constante haber retenido la Cruz, la forma de la letra T, como observó un excelente Escritor de estas materias (1146). LIBRO SEPTIMO. Tambien se le ha de pintar con un báculo en la mano: ó ya por decir esto muy bien á un viejo, como asimismo lo insinuó S. Gerónimo; ó ya porque solian usarlo los Monges, como observó Casiano (1147). Mas, sobre si debe pintarse con los pies enteramente desnudos, no me atrevo á asegurarlo. Sin embargo yo creería, que á causa de los ardores de la arena de Egipto, usó á lo menos de sandalias. Suelen tambien, y deben ponerle un libro en las manos: no para significar, que el santísimo viejo hizo el oficio de Doctor, ó que se ocupó en escribir libros, aunque es constante haber disputado con los Hereges, y Filósofos, y escrito tambien ó dictado Epístolas, de las quales se leen algunas el dia de hoy: sino para denotar, que este esclarecido Varon, aunque ignorante de la lengua Griega (cosa que parece milagrosa) sabía tan de memoria las Sagradas Escrituras, y la interpretación de las cosas mas recónditas, que causaba pasmo, y admiración á los hombres mas sabios, como lo dá á entender aquel grande Escritor de su Vida S. Atanasio.

6 Será tambien del caso advertir al Pintor erudito sobre las demas cosas, que suelen añadirse á la Imagen de S. Antonio. Porque primeramente suelen ponerle en la mano izquierda, una campanilla, ó esquiloncillo, lo que, á mi parecer, no tiene otro origen, sino que los Monges Antonianos, solian llevar dicha campanilla, quando por las plazas, y calles de las ciudades, andaban solícitos recogiendo limosna para el sustento de los pobres del hospital. Mas extraño parece, y fuera de lo regular, el pintar freqüentemente un cerdo junto á la Imagen de S. Antonio. Aymaro, Escritor á quien nunca he leído, pero que le cita Bolando (1148), dice: A los pies del beatísimo Varon, está pintado, ó esculpido un cerdo, por haber Dios obrado tambien milagros en CAPITULO PRIMERO. dicho animal por intercesion de su siervo. Pero Juan Molano, Escritor diligente de estas materias (1149), á quien palabra por palabra copia el citado Bolando, dice: Se le pinta un cerdo, para que entienda el pueblo, que sus bestias, por la intercesion del Santo, son preservadas de enfermedades: de suerte que por baberle invocado, y en protestación de este beneficio, en muchos lugares mantiene el comun un cerdo, que llaman de S. Antonio. Tambien puede ser, que nuestros antepasados, quando la primera vez pintaron junto á él un cerdo, antes que otro animal, no atendieron á esto, sino á los insultos, que padeció de los demonios, por significarse estos oportunamente por los cerdos. Por esto, quando en Roma se dedicaba con rito católico una Iglesia, que había sido de Arrianos, salió de ella un cerdo, invisible á la verdad, pero que causó la admiración de todos aquellos por entre quienes había pasado. Esto, dice S. Gregorio, lo manifestó la piedad del Señor, para que á todos se hiciese patente, que de aquel lugar salía el espíritu inmundo, que hasta entonces había habitado en él. Y así como nuestros mayores, visitando las memorias de los Santos, ofrecian de buena gana por sí una pequeña imagen del Santo, así tambien colgaban del pescuezo de sus animales una pequeña campanilla en memoria de S. Antonio; protestando de este modo, que por los méritos del Santo Confesor, pedian, y confiaban, que sus bestias estarian libres de la peste. Y los versos de Ambrosio Novidio dan á entender ser tambien esta costumbre de los Romanos. Pues tratando del cerdo, que se pinta junto á S. Antonio, añade:

.............Collo mea concutit æra, Noscere quo possit ne noceatur, ait.

Æsque meum gestat, baculo quod cernis in isto, Quodque rogans æger, collaque multa gerunt. CAPITULO II.

Hasta aquí Molano, que trata todo este punto, docta, y difusamente: y no teniendo yo nada que añadir á lo dicho, juzgué mas del caso copiar sus mismas palabras, que vender el pensamiento como mio.

7 Con ser esto así, y ser una costumbre recibida, no solo de los Pintores, sí tambien generalmente de todos, no han faltado, ni faltan en el dia, quienes discurren de otro modo. Dicen, que el animal, que se pinta comunmente junto á los pies de S. Antonio, ya desde muy remota antigüedad, no es un cerdo, sino un raton Egipcio muy parecido á un cerdo pequeño: Cuya especie de animales, un Varon, y testigo de la mayor excepcion, no menos esclarecido por su doctrina, que por su nobleza, me aseguró haberlos exâminado con mucho cuidado, y diligencia, y tenido él mismo en sus propias manos. Dicen tambien, que pintan dicho animalillo junto á S. Antonio, no por otro fin, ó motivo, sino para denotar, que aquella Imagen no es de otro Antonio, sino del de Egipto: á saber, de aquel Santo, á quien se le dió el renombre de Magno, y que fué conocido, no solo en todo el Egipto, sino casi en todo el universo. Pero yo, que no me aparto facilmente de las costumbres, que verisimilmente se han usado, y recibido, aunque no quise, ni debia pasar enteramente en silencio lo que acabo de referir, por no omitir un vestigio de la mas recóndita erudicion; adhiero sin embargo á lo que dixe arriba, afirmando, que en las Imágenes de S. Antonio se debe añadir un cerdo, ademas de otras causas, por creerse piadosamente, que aquel Santo expelia los males de los irracionales: de suerte que qualquiera de los Fieles invocando á este Santo, puede decirle con razon: Rerum tutela mearum.

8 Añaden tambien fuego en la Imagen de este Grande Padre: lo que hacen por dos razones; ó por creerse muy piadosamente, que los que le son afectos, y devotos, CAPITULO III. tienen un patrocinio contra el fuego infernal, á que parece se inclina Santo Thomas (1150), Autor, que siempre pesa, y exâmina las cosas con mucha prudencia, y madurez; ó porque es defensor, y muy poderoso contra un mal tan grande, como es el incendio de las casas; ó finalmente, por ser este Santo el único, que se venera como Patrono, contra aquel mal hediondo, que los Médicos llamaron Sacro, y que hoy lo llaman vulgarmente fuego de S. Antonio; el qual en empezando á cundir, de tal modo come, y quema los miembros, que á no cortarlos (si es posible), muere el hombre como quemado por el fuego, sin tener la medicina remedio alguno para atajarlo. Con esta enfermedad, se lée tambien haber castigado algunas veces el Santo á los profanadores sacrílegos de sus Imágenes, como el citado Bolando, Autor digno de alabanza, lo convence con muchos exemplos, que si yo quisiera ponerlos aquí, sería una cosa agena de mi propósito.

9 Nadie ignora, que á este Santo, le tentaron los demonios con varias, y extrañas tentaciones, que muchos Pintores suelen representar: pero algunos de ellos, incautamente (por no decir otra cosa peor); los quales, no contentándose con describir varias, y monstruosas formas de demonios, añadieron tambien muchas cosas obscenas, que no solo los ojos no se atrevieran á mirar, pero ni á escucharlas los oídos. Digo, que esto lo hicieron imprudentemente; pues todo Pintor sensato, y erudito debe guardarse muy bien, quando pone á la vista las victorias espirituales de los Santos, de no dar ocasion á los mas débiles, y frágiles, sino de caer vencidos, á lo menos, de experimentar ellos mismos las tentaciones, y de incurrir en ellas. Por lo que, el Pintor, que muchas veces he citado (1151) refiere una cosa verdadera (pues que él seriamente la afirma); pero, casi CAPITULO IV. increíble. Dice haber visto él una Pintura, sacada de otra original de un esclarecido Artífice, y de mucho nombre (1152), en la que se representa al Santo, como un anciano de avanzada edad; pero enteramente desnudo, mirando al Cielo, y como que está hablando con Christo, que se le aparece, aunque no adornado con vestido decente, y proporcionado: fuera de esto, había pintadas quatro imágenes de demonios. Pero ¡buen Dios! ¿Qué imágenes eran estas? No otras, que las de demonios pintados en figura de mugeres desnudas, y junto al mismo Santo, estaba pintada la cabeza de un javalí, el rosario, la campanilla, el báculo, y lo que aun es mas ridículo, había un bonete á sus pies, semejante á los que hoy usan los Clérigos. A tanto puede llegar la ignorancia de las cosas, ó el querer seguir libremente su antojo, y fantasía.




EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - CAPITULO VI.