Origenes contra Celso 114

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14. Los judíos, excluidos por Celso del concierto de los pueblos sabios

Opina Celso que hay un parentesco entre muchos pueblos que profesan la misma doctrina; mas, al enumerar a todas las naciones que desde sus orígenes mantuvieron esa común doctrina, no sé por qué, sólo calumnia a los judíos, no poniendo su nación en el catálogo de las restantes en el sentido de que hubiera colaborado y sentido como ellas o hubiera profesado en muchos casos dogmas parecidos. Vale, pues, la pena preguntarle por qué razón del mundo da fe a las historias de bárbaros y griegos acerca de las antigüedades de los pueblos que nombra, y sólo tacha de falsas las historias del pueblo judío. Si todos narraron sus cosas con amor a la verdad, ¿por qué sólo a los profetas de los judíos hemos de negarles fe? Y si Moisés y los profetas escribieron mucho acerca de lo que entre ellos acaeciera con intento de favorecer su propia doctrina, ¿por qué no decir cosa semejante de los escritores de las otras naciones? Cuando los egipcios, en sus propias historias, maldicen de los judíos, son fidedignos en lo que de ellos cuentan; ¿mentirán los judíos cuando dicen lo mismo de los egipcios y narran lo mucho que hubieron de sufrir injustamente de parte de ellos y cómo por eso fueron castigados por Dios? Y no digamos esto solamente respecto de los egipcios, pues también entre asirios y judíos hallaremos colisiones que se narran en las antigüedades de aquéllos; y, por modo semejante, los escritores de los judíos (escritores, digo, no parezca voy prevenido llamándolos profetas) narraron haber sido los asirios enemigos de su pueblo. He ahí, pues, la parcialidad de quien presta fe a unas naciones, que se imagina sabias, y condena a otras como de todo punto insensatas. Oigamos, en efecto, las propias palabras de Celso: "Hay una antigua tradición, desde los orígenes, en que han convenido siempre las naciones más sabias, las ciudades y los hombres sabios"; pero no quiso llamar a los judíos nación sapientísima, siquiera a semejanza de los "egipcios, asirios, indios, persas, odrisas, samotracios y eleusinios".

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15. Juicios más benévolos

¡Cuánto más equitativo con los judíos es el pitagórico Numenio, que, por sus escritos, se ve haber sido doctísimo, y, habiendo examinado muchos sistemas, de ellos reunió lo que le pareció ser verdadero! Numenio, pues, en el libro primero Sobre el bien, hablando de las naciones que concibieron a Dios como incorpóreo, entre ellas contó a los judíos, y no vacila en alegar en su escrito palabras de los profetas, que él interpreta figuradamente ". Dícese también que Hermi-po, en el libro primero Sobre los legisladores, cuenta cómo Pitágoras llevó a los griegos su filosofía tomada de los judíos ". Y del historiador Mecateo corre un libro Sobre los judíos, en que los exalta hasta punto tal como nación sabia, que Herennio Filón, en su escrito sobre los judíos, duda primero que la obrasea del historiador, y dice luego que, si es del mismo, es probable que se dejara arrastrar de la elocuencia propia de los judíos, y se adhirió a su doctrina ".

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16. Moisés, excluido del catálogo de los sabios

Yo me admiro de cómo Celso puso entre "las naciones sapientísimas y antiquísimas a odrisas y samotracios, eleusi-nios e hiperbóreos", y no se dignó contar a los judíos ni entre los pueblos simplemente sabios y antiguos. Y eso que, entre egipcios, fenicios y griegos, corren escritos que atestiguan su antigüedad. Por mi parte, tengo por superfluo citarlos, pues todo el que quiera puede leer lo que escribe Flavio Josefo en sus dos libros Sobre la antigüedad de los judíos, donde se alega gran copia de escritores que atestiguan esa antigüedad 18. Y de Taciano ", que vivió posteriormente, corre el Discurso contra los griegos, en que, con gran alarde de erudición, se cita a los historiadores que han hablado de la antigüedad de los judíos y de Moisés. Parece, pues, que, al hablar así, no se mueve Celso por amor de la verdad, sino por odio, apuntando a desacreditar los orígenes del cristianismo, que se enlazan con los judíos. Es más, "los mismos galactófagos de Hornero (Iliada 13,6), los druidas de los gálatas y los getas dice ser naciones sapientísimas antiguas que admiten doctrinas emparentadas con las de los judíos" (de las que yo no sé se conserven escritos); sólo los hebreos, en cuanto de él depende, quedan excluidos de la antigüedad y sabiduría. Y luego, una vez más, trazando el catálogo de hombres antiguos y sabios que fueron en vida útiles a sus contemporáneos y, por sus escritos, a la posteridad, de la lista de sabios excluyó a Moisés. A la cabeza de sus hombres antiguos y sabios puso Celso a Lino, de quien no se conservan leyes ni discursos que hayan convertido y curado a pueblo alguno; las leyes, empero, de Moisés las observa un pueblo entero esparcido por toda la tierra habitada. He ahí, pues, cómo fue malignidad pura haber excluido a Moisés del catálogo de los sabios y decir que Lino, y Museo, y Ferecides, y el persa Zoroastro y Pitágoras disertaron acerca de estas cosas y consignaron sus doctrinas en libros que se conservan hasta el día de hoy.

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17. Moisés y la mitología

Y de industria pasó por alto el mito, compuesto principalmente por Orfeo, acerca de los supuestos dioses, a los que atribuye pasiones humanas 20; mas seguidamente, tratando de desacreditar los libros de Moisés, acusa a los que los interpretan figurada y alegóricamente. Sería caso de preguntar a este excelentísimo señor, que rotuló su propio libro: Doctrina verdadera: ¿Cómo es, amigo, que tus dioses, que cayeron en las calamidades que describen tus sabios poetas y filósofos, practicaron uniones nefandas, hicieron la guerra a sus propios padres y les cortaron sus miembros viriles; cómo es, digo, que tienes por sagrados esos mitos que se escriben sobre audacias, acciones y sufrimientos de tus dioses, y pienses que Moisés extravía y engaña a los que se someten a su ley, siendo así que nada semejante cuenta él, no ya de Dios, pero ni de los santos ángeles, y cosas mucho menores de los hombres (nadie, en efecto, se atrevió, según él, a hacer lo que Crono contra Urano, ni lo que Zeus contra su padre, ni cohabitó nadie con su propia hija, como "el padre de los hombres y los dioses"? (Riada I 544 et passim). Paréceme hacer Celso algo parecido a lo del Trasímaco, de Platón, que no le permite a Sócrates definir, como quería, la justicia, sino que le dice: "Cuidado con decir que lo justo es lo útil o lo necesario o cosa por el estilo" (PLAT., Pol. 336CD). Así Celso, después de acusar, según él se imagina, las historias de Moisés y de censurar a los que las interpretan alegóricamente, siquiera lo haga tras tributarles alguna alabanza en el sentido de que son "los más moderados" (cf. IV 38), parece querer impedir", censurándolos a su talante, a los que son capaces de defenderlas, explicando las cosas como son.

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18. Comparar libros con libros

Bien pudiéramos provocar a Celso a que compare libros con libros, y decirle: Ea, amigo, trae aquí los poemas de Lino, Museo y Orfeo, y el escrito de Ferecides 23, y confróntalos con las leyes de Moisés, contraponiendo historias a historias, y preceptos morales a leyes y mandatos: ¿Cuáles tienen más fuerza para convertir, aun instantáneamente, a los oyentes, cuáles los corromperían? Y considera que tu escuadrón de escritores se preocupó muy poco de los lectores sencillos y, por lo visto, sólo compusieron esa que tú llamas su filosofía para quienes fueran capaces de entenderla figurada y alegóricamente. Moisés, empero, hizo en sus cinco libros a la manera de un excelente orador, que estudia cuidadosamente la forma y presenta dondequiera el doble sentido de la dicción; así, a la muchedumbre de los judíos que se puso bajo su ley, no les dio ocasión alguna de daño en materia moral, ni, por otra parte, dejó de ofrecer a los pocos que pueden leer con mayor inteligencia una escritura que se presta sobradamente a la especulación para quienes sean capaces de inquirir su sentido. Además, de esos tus sabios poetas no parece se hayan conservado siquiera los libros, que, a buen seguro, se conservaran de haber hallado en ellos provecho sus lectores; los escritos, empero, de Moisés han movido a muchos, aun ajenos a la educación judaica, a creer que, según consta en ellos mismos, fue Dios, creador del mundo, quien dio esas leyes y se las confió a Moisés. Y, a la verdad, cosa conveniente era que el creador del universo, que impuso leyes a todo el mundo, diera a sus preceptos fuerza capaz de dominar dondequiera. Y esto digo, sin entrar por ahora en la cuestión de Jesús; solamente hablo de Moisés, que está muy por bajo del Señor, pero que, como mi discurso demostrará, descuella mucho por encima de tus sabios poetas y filósofos.

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19. ¿Mundo eterno o mundo creado?

Luego, queriendo disimuladamente atacar la cosmogonía de Moisés, según la cual el mundo no tendría aún diez mil años, sino muchos menos, se adhiere, aunque disimulando su propio sentir, a los que afirman ser el mundo increado. Efectivamente, afirmar que, "desde la eternidad, hubo muchas conflagraciones y diluvios y que el último de éstos fue el acaecido bajo Deucalión poco menos que en nuestros días", claramente da a entender para quienes sepan entenderlo que, según Celso, el mundo es increado (cf. IV 79). Pues díganos ahora el que recrimina la fe de los cristianos qué argumentos apodícticos le forzaron a él a admitir haberse dado muchas conflagraciones y muchos diluvios, el último de los cuales habría acontecido bajo Deucalión y la última conflagración bajo Faetonte. Y si nos alega los diálogos de Platón que tratan de esto (PLATÓN Tim. 22CD), le responderemos que también a nosotros nos es lícito creer que en el alma pura y piadosa de Moisés, que se levantó por encima de todo lo creado y se unió con el creador del universo, moró un espíritu divino, más lúcido que Platón y todos los sabios griegos y bárbaros, para darle a conocer las cosas de Dios. Y si Celso nos pide razones de esa fe, délas él primero acerca de lo que ha afirmado gratuitamente, y luego demostraremos nosotros ser así lo que decimos.

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20. La antigüedad del mundo

Por lo demás, aun contra su voluntad, vino Celso a atestiguar que el mundo es más reciente y no tiene aún diez mil años, pues dice que, "si los griegos tienen eso por antiguo, es porque, a causa precisamente de las conflagraciones y cataclismos, no pudieron ser testigos de cosas anteriores ni las recuerdan" (PLAT., Tim. 23C). Pero sean enhorabuena maestros de Celso en ese mito de las conflagraciones e inunda-ciones los, según él, sapientísimos egipcios, que nos han dejado rastro de su sabiduría en el culto que dan a animales irracionales y en los discursos que tratan de presentar como razonable, recóndito y misterioso parejo culto de Dios. Y es el caso que, cuando los egipcios, muy orgullosos de sus animales, dan una razón de su teología, son unos sabios; mas, cuando un judío que sigue su ley y su legislador, lo refiere todo al Dios único, creador del universo, ese tal, para Celso y sus congéneres, es reputado muy por bajo de quien degrada la divinidad, no sólo a animales racionales y mortales, sino a los mismos irracionales; absurdo mayor que la fabulosa reencarnación del alma, que caería de las bóvedas del cielo y vendría a parar no sólo a animales mansos, sino también a los más salvajes (PLAT., Phaidros 246BD). Y es igualmente el caso que, cuando los egipcios narran o comentan sus mitos, se los cree estar filosofando por enigmas y misterios; mas cuando Moisés escribe historias y deja sus leyes a todo un pueblo, se trata de "mitos vacuos, de discursos que no admiten ni la interpretación alegórica". Porque así le parece a Celso y a los epicúreos.

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21. Moisés debería su gloria a doctrinas que no le pertenecen

"Ahora bien-dice Celso-, habiendo Moisés oído esta doctrina, que era corriente entre las naciones sabias y los hombres ilustres, adquirió un nombre divino" M. Digamos a esto que sí; concedido que Moisés oyó doctrina más antigua y se la transmitió a los hebreos. Si oyó doctrina falsa, y no sabia y venerable, la aceptó y enseñó a los suyos, fuera de culpar; mas si, como tú mismo dices, se adhirió a dogmas sabios y verdaderos y por ellos educó a los suyos, ¿qué hizo en eso, por tu vida, de que se le pueda acusar? ¡Ojalá hubieran oído esa doctrina un Epicuro y hasta un Aristóteles Z4, que es poco menos impío que Epicuro contra la Providencia, y los estoicos que dicen ser Dios un cuerpo! No estaría el mundo lleno de una doctrina que destruye la providencia o la limita, ni de esotra que introduce un principio corporal corruptible, según el cual Dios mismo es para los estoicos un cuerpo. Estos no se empachan en decir que Dios es variable, que puede de todo punto cambiar y transformarse (cf. III 75) y ser sencillamente destruido si hubiera quien lo destruyera. Suerte tiene de no ser destruido, pues no hay nada que lo destruya. La doctrina, empero, de judíos y cristianos, que mantiene la invariabilidad e inmutabilidad de Dios, ¿s reputada impía, por no entrar en el coro impío de los que1 impíamente sienten de Dios. Según ella, le decimos a Dios en nuestras oraciones: Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y creemos haber dicho de sí: Yo no me mudo ()

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22. La circuncisión y Abrahán

Después de esto, si bien Celso no censura la circuncisión practicada entre los judíos, dice, sin embargo, que "les vino de los egipcios" ". Así da más crédito a los egipcios que a Moisés, que afirma haber sido Abrahán el primer hombre que se circuncidó (Gn 17,28). En cuanto al nombre de Abrahán, no es sólo Moisés quien lo escribe, haciéndolo amigo de Dios, sino que muchos conjuradores de démones emplean en sus fórmulas la frase: "El Dios de Abrahán", para lograr algún efecto mágico por el nombre y la familiaridad de Dios con aquel justo. Echan mano, digo, de la frase: "El Dios de Abrahán", sin saber quién sea Abrahán. Lo mismo se diga de los nombres de Isaac, Jacob e Israel, que, no obstante ser notoriamente hebreos, se insertan frecuentemente en conjuros egipcios para fines mágicos ". No es éste el momento de interpretar la razón de la circuncisión, que comenzó en Abrahán y fue prohibida por Jesús, pues no quiso que sus discípulos hicieran lo mismo. No tratamos ahora de eso, sino de impugnar y echar por tierra las acusaciones de Celso contra la doctrina de los judíos. Celso pensaba, efectivamente, que el camino más corto para demostrar la falsedad del cristianismo era atacar sus orígenes, que, por enlazarse con la doctrina judaica, quedaban, por el mismo caso, convictos de falsedad.

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23. El monoteísmo de "cabreros y pastores"

Seguidamente dice Celso: "Un atajo de cabreros y pastores que siguieron a Moisés como a su caudillo, engañados por rústicos embustes, se imaginaron que Dios es uno" (cf. V 41). Pues si "unos cabreros y pastores se apartaron, sin razón-como él piensa-, del culto de muchos dioses", háganos ver Celso cómo es capaz de demostrar que lo son la muchedumbre de los que griegos y bárbaros tienen por tales. Háganos ver la existencia y realidad de Atoémosme, de la que Zeus engendró las musas; o de Temis, de la que nacieron las horas; o demuéstrenos que las Carites (o gracias), siempre desnudas, pudieran tener alguna realidad. Mas, fundándose en la realidad, no será capaz de demostrar que son dioses las fantasías de los griegos, que parecen encarnar abstracciones. Porque ¿qué razón hay en el mundo para que los mitos de los griegos acerca de los dioses sean más verdaderos que, por ejemplo, los de los egipcios, que no conocen en su lengua a Mnemosine, madre de las nueve musas; ni a Temis, que lo es de las horas; ni a Eurínome, una de las gracias; ni los otros nombres de éstas? ¡Cuánto más luminoso, cuánto mejor también que todas esas fantasías es convencerse, por el espectáculo de las cosas visibles, del orden del mundo y dar culto al artífice de él, que es uno, como su obra es una! Todo en él conspira al todo, y por eso no pudo hacerse por muchos artífices, como tampoco puede el cielo entero conservarse por muchas almas que lo movieran. Una sola basta para mover, de oriente a occidente, la esfera fija, y comprender dentro de sí todo lo que el mundo necesita y no es en sí perfecto. Todo, en efecto, son partes del mundo, pero ninguna parte del todo es Dios, pues Dios no debe ser incompleto, como toda parte es incompleta. Y acaso un razonamiento más a fondo demostrará que Dios, propiamente, como no es parte, tampoco puede ser todo, pues el todo se compone de partes; y ninguna razón nos convencerá de que el Dios sumo se componga de partes, cada una de las cuales no puede lo que pueden las otras.

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24. Sobre los nombres divinos

Después de esto dice: "Los cabreros y pastores creyeron en un solo Dios, ora le den nombre de Altísimo, de Adonai, de Celeste y Sabaoth; ora llamen como mejor gusten a este mundo "; y nada más lograron entender". Y seguidamente añade: "¿Qué más da llamar al Dios supremo por el nombre de Zeus, corriente entre los griegos, o por el que le dan, por ejemplo, los indios o egipcios?" Sobre esto hay que decir que 27 el tema de la naturaleza de los nombres es profundo y misterioso. ¿Se deben los nombres, como piensa Aristóteles (De interpr. 2,16-27), a la convención ", o, como opinen los estoicos, a la naturaleza? Según los estoicos, las voces primigenias imitarían las cosas a que se refieren los nombres, y esto explica que introduzcan ciertos principios de etimología. ¿O se deben, como enseña Epicuro (si bien en sentido distinto que los estoicos), a la naturaleza, porque los primeros hombres habrían emitido determinados sonidos según las cosas? (Ep. fragm.334 Usener). Ahora bien, si pudiéramos exponer en un estudio especial la naturaleza de los nombres eficaces de que se valen los sabios de entre los egipcios, o los eruditos de entre los magos persas, o los bracmanes o samaneos, filósofos de la India, y así sucesivamente de las demás naciones; si lográramos demostrar que la llamada magia no es cosa de todo punto inconsistente, como opinan los secuaces de Epicuro y Aristóteles, sino, como demuestran los entendidos, algo muy coherente, pero cuyas razones alcanzan muy pocos; en ese caso habríamos de decir que los nombres de Sabaoth, de Adonai y otros que con gran reverencia se han transmitido " entre los hebreos, no se ponen a cualesquiera cosas creadas, sino a cierta teología misteriosa que se refiere al creador del universo. De ahí que estos nombres, dichos en cierto contexto que les es natural, pueden emplearse para determinados efectos; otros, pronunciados según la fonética egipcia, sobre ciertos démones que sólo pueden eso; otros, según la lengua de los persas, sobre otras potencias, y así sucesivamente conforme a cada una de las naciones. Y así se hallará que los nombres de los démones que moran en la tierra y a quienes han cabido en suerte distintos lugares se emplean en conformidad con las lenguas peculiares de lugares y naciones. En conclusión, quien haya adquirido en esta materia una inteligencia más excelente, siquiera sea en menor cuantía, se guardará bien de aplicar los nombres de unas cosas a otras, no le pase como a quienes dan erróneamente nombre de Dios a la materia inanimada, o trasladan la denominación de "bueno", de la causa primera o de la virtud y de lo bello, a la "ciega riqueza" (PLAT., Leges 631C), a la buena proporción de carnes, sangre y huesos que se da en la salud y bienestar, o a la supuesta nobleza de nacimiento.

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25. Poder evocador de un nombre. Los cristianos mueren antes que dar a Dios el nombre de Zeus

Y acaso no sea menor el peligro de aplicar el nombre de Dios o del bien a lo que no se debe, que el invertir los nombres que tienen una razón secreta, y aplicar los nombres de lo inferior a lo superior, y los de lo superior a lo inferior. Y nada digo ahora de que, al oír el nombre de Zeus, se nos sugiere inmediatamente que es el hijo de Crono y Rea, marido de Hera, hermano de Poseidón, padre de Atenea y Artemis, y que tuvo comercio carnal con su hija Perséfone (o Proserpina). Y al oír el nombre de Apolo se nos sugiere que fue hijo de Leto y Zeus (litada I 9), hermano de Artemis y, por parte de padre, también de Kermes (cf. IV 48); y todo lo demás que traen los sabios padres de los dogmas de Celso y los antiguos teólogos de los griegos. Porque ¿qué distinción puede hacerse para que se diga propiamente el nombre de Zeus y no se piense que su padre fue Crono y su madre Rea? Y lo mismo ha de hacerse el nombrar a los otros dioses. Mas pareja culpa no toca para nada a quienes, por una razón misteriosa, aplican a Dios el nombre de Sabaoth, el de Adonai o cualquiera de los otros. Y quienquiera esté versado en la arcana filosofía de los nombres, hallará también seguramente mucho que especular sobre la denominación de los ángeles de Dios, de los que uno se llama Miguel (Michael), otro Gabriel y otro Rafael, nombres que convienen a los ministerios que, por voluntad del Dios de todas las cosas, desempeñan en el universo30. Y la misma filosofía de los nombres hay que aplicar a nuestro Jesús, cuyo nombre se ha visto claramente que ha expulsado de almas y cuerpos a démones innumerables, obrando sobre aquellos de quienes fueron expulsados.

Y todavía hay que decir sobre este tema de los nombres lo que cuentan los entendidos en el uso de las fórmulas má gicas; a saber: que el mismo conjuro dicho en la lengua propia puede producir el efecto que promete; mas si se traslada a otra lengua cualquiera, es de ver cómo pierde todo su vigor y fuerza (cf. V 45; VIII 37). Así, no es el sentido de las cosas, sino las cualidades y propiedades de las voces las que encierran en sí poder mágico para este o el otro efecto. Y por aquí podemos defender a los cristianos, que luchan hasta la muerte antes que dar a Zeus el nombre de Dios o nombrarlo en cualquier otra lengua. Y es así que o confiesan de modo indeterminado el nombre común de Dios o le añaden los títulos de artífice del universo, creador del cielo y de la tierra, que envió al género humano estos o los otros sabios. Y es de ver cómo, al juntar el nombre de Dios al de estos sabios, opera entre los hombres cierta virtud prodigiosa (cf. IV 33-34). Mucho más pudiera decirse sobre el tema de los nombres contra quienes piensan ser indiferente el uso que de ellos se haga. Y si se admira a Platón porque dijo (Filebo 12C): "Mi reverencia, ¡oh Protarco!, para con los nombres de los dioses no es pequeña" (Conf. IV 48), ya que Filebo, interlocutor de Sócrates, había llamado dios al placer, ¿cuánto más de loar no será la cautela de los cristianos en no tomar ninguno de los nombres que aparecen en la mitología para aplicárselo a Dios, creador del universo? Pero basta ya, por ahora, sobre este punto ".

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26. La obra de Jesús, prueba de su misión divina

Pues veamos ahora cómo este Celso, que alardea de saberlo todo, calumnia a los judíos diciendo que "dan culto a los ángeles y practican la magia en que los iniciara Moisés". Díganos el que blasona de saber todo lo que a cristianos y judíos atañe en qué pasaje de los escritos de Moisés enseñe el legislador el culto de los ángeles Y en cuanto a la magia, ¿cómo darse entre los que siguen la ley de Moisés, cuando en ella leen este mandato: No acudáis a encantadores para no mancillaros con ellos? (Lv 19,31). Luego promete hacer ver "cómo erraron los judíos engañados por su ignorancia". A la verdad, si hubiera descubierto la ignorancia de los judíos acerca de Jesús, el Mesías, por no haber entendido las pro fecías que hablaban de El, hubiera hecho verdaderamente ver cómo erraron los judíos; pero en esto no quiere ni pensar, e imagina errores de los judíos que no son tales errores.

Pero, dejando para más adelante el tema de los judíos, se pone Celso a hablar primeramente de nuestro Salvador como fundador que fue de la sociedad por la que nosotros somos cristianos. Dice, pues, Celso que Jesús "introdujo esta doctrina hace muy pocos años (cf. 11 4; VI 10; VIII 12), y es tenido por los cristianos como hijo de Dios". Sobre eso de que Jesús viviera hace pocos años quiero decir lo siguiente: En esos años quiso Jesús sembrar su doctrina y enseñanza, y ha mostrado tal poder, que, por muchas partes de la tierra que habitamos, a su religión se han convertido no pocos griegos y bárbaros, sabios e ignorantes, dispuestos a luchar por el cristianismo hasta la muerte antes que renegar de él, cosa que no se cuenta haya hecho nadie por otra doctrina alguna". Ahora bien, ¿ha podido suceder eso sin disposición divina? Yo no trato de lisonjear mi propia religión, sino que intento examinar por pura razón las cosas, y digo que ni los mismos que curan los cuerpos enfermos logran, sin disposición divina, devolverles la salud (cf. I 9). Pues si alguien fuera capaz de sacar también a las almas de la ciénaga de la maldad, de sus disoluciones, iniquidades e indiferencia para lo divino y nos diera por prueba de tamaña hazaña haber mejorado a cien almas (baste como ejemplo este número), nadie afirmaría tampoco razonablemente que pudo ése, sin disposición divina, infundir en aquellas cien almas una doctrina que libera de tamaños males. Todo el que inteligentemente considere estas cosas convendrá en que nada superior acontece entre los hombres sin disposición divina. Pues ¿con cuánta mayor seguridad afirmará otro tanto acerca de Jesús quien compare la manera de vivir de muchos que han abrazado su doctrina antes y después que la abrazaran? Considérese en qué intemperancias, en qué iniquidades y avaricias vivía cada uno de ellos "antes de ser engañados", como dice Celso y los que piensan como él, y abrazar "una doctrina" que, según esos mismos, "corrompe la vida de los hombres" Mas desde el momento en que abrazaron la doctrina de Cristo es de ver cómo se hicie ron más moderados y firmes, hasta el punto de que algunos de ellos, por amor de una más alta pureza y para dar más limpiamente culto a la divinidad, se abstienen aun de los placeres de la carne permitidos por la ley ".

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27. No por predominar entre los cristianos el vulgo, es su doctrina vulgar

Quienquiera examine estos hechos reconocerá que Jesús acometió cosas que están por encima de la naturaleza humana y lo que acometió lo llevó a cabo. Y es así que, desde los orígenes, todo se conjuró para que su doctrina no se diseminara por toda la tierra habitada: los emperadores que se fueron sucediendo, los prefectos y generales a las órdenes de ellos, todos, en una palabra, cuantos gozaban de alguna autoridad, amén de los gobernadores de las ciudades, soldados y plebe. Mas todo lo venció; pues, como palabra de Dios, no era tal que nada ni nadie pudiera impedir su carrera. Victoriosa, pues, de tan poderosos adversarios, ha dominado a toda Grecia y la mayor parte de las tierras bárbaras, y ha convertido a incontables almas a la religión que ella enseña. Ahora bien, dentro de la muchedumbre de los que han sido dominados por el Logos, como quiera 3S que entre ellos son más los vulgares y rústicos que los instruidos, era forzoso que los primeros predominaran numéricamente sobre los más inteligentes. Pero Celso no quiere reconocer este hecho, y piensa que la humanidad o amor a los hombres del Logos, que alcanza a toda alma de la salida del sol, es cosa vulgar y, por vulgar y que no tiene en modo alguno su fuerza en los razonamientos, sólo ha conquistado a gentes vulgares. Sin embargo, ni el mismo Celso afirma que sólo gentes del vulgo hayan sido ganados por el Logos para la religión enseñada por Jesús, pues confiesa haber entre ellos algunos "moderados, equilibrados e inteligentes, que están dispuestos a explicar sus creencias alegóricamente".

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28. La prosopopeya del judío: ejercicio de chiquillo en clase de retórica

Ahora comete Celso una prosopopeya, imitando en cierto modo a un chiquillo que se ejercita en la clase de un retórico, e introduce a un judío que habla con Jesús verdaderas chiquillerías, indignas de las canas de un filósofo. Vamos, pues, a examinar también según nuestras fuerzas ese punto y arguyamos ante todo a Celso que ni siquiera mantiene siempre constante, en lo que dice, la persona del judío.

Después de esto introduce a un fingido judío ", que habla con Jesús mismo, a quien arguye, según él se imagina, sobre muchas cosas. Y, en primer lugar, "de que se inventara el nacimiento de una virgen". Échale igualmente en cara que "proviniera de una aldea judaica, y de una mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando"; y añade que "ésta, convicta de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero de oficio, anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado, dio a luz a Jesús". En cuanto a éste, "apremiado por la necesidad, se fue a trabajar de jornalero a Egipto, y allí se ejercitó en ciertas habilidades de que blasonan los egipcios "; vuelto a su patria, hizo alarde de esas mismas habilidades, y por ellas se proclamó a sí mismo por Dios". Yo no puedo dejar en el aire nada de lo que digan los incrédulos, sino que quiero examinar las cosas de raíz; así, todo eso me parece conspirar a demostrar que Jesús fue digno de la predicción según la cual era hijo de Dios.

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29. Jesús, menos que un seripio

Efectivamente, la familia de padres ilustres y eminentes, la riqueza de quienes criaron al hijo y pudieron gastar a manos llenas para su educación, una patria, en fin, grande y gloriosa, cosas son que contribuyen a que uno se haga famoso y conspicuo entre los hombres y a que sea celebrado su nombre. Pues demos que las circunstancias sean totalmente contrarias e imaginemos que uno, superando todos los obstáculos, se hace conocido y conmueve a sus oyentes y es celebrado y conspicuo por toda la tierra, que dice de él cosas sin igual; ¿cómo no admirar por el mero hecho a un carácter así y tenerlo por magnánimo y nacido para cosas grandes y dotado de no vulgar intrepidez? Y si examináramos aún más a fondo la vida de ese hombre, ¿cómo no inquirir de qué modo quien se criara en pobreza y miseria, sin haber recibido formación universitaria alguna, sin haber aprendido elocuencia y filosofía con que pudiera hablar elocuentemente a las muchedumbres y ponerse al frente del pueblo y atraerse a muchos oyentes, se lanza a predicar nuevos dogmas e introduce en el género humano una doctrina que, aun manteniendo la autoridad sagrada de los profetas, destruye las costumbres de los judíos y deroga las leyes de los griegos, señaladamente las que atañen a lo divino? ¿Cómo un hombre así, y así educado; un hombre que, como confiesan los que lo blasfeman, nada que valga la pena aprendió de los hombres, pudiera decir tales cosas acerca del juicio de Dios y de los castigos de lo malo y premios de lo bueno, y decirlas de forma no vulgar, de suerte que su palabra ha ganado no sólo a gentes rústicas e ignorantes, sino también a no pocos de superior inteligencia, capaces de penetrar en lo oculto de cosas que al parecer sólo prometen algo ordinario, pero contienen, en su interior, algo, digámoslo así, más misterioso?.

Aquel seripio de que habla Platón (Pol. 329E) que le echaba en cara a Temístocles, el que se hizo famoso por su mando del ejército, no deber su gloria a sus propias dotes, sino a la fortuna de haber tenido la patria más gloriosa de toda Grecia, oyó de Temístocles, que era inteligente y comprendía que también su patria había contribuido lo suyo a su gloria, esta respuesta: "Ni yo, de haber sido seripio, hubiera venido a ser tan glorioso, ni tú, de haber tenido la fortuna de nacer ateniense, hubieras venido a ser Temístocles" ". Nuestro Jesús, empero, a quien se le echa en cara provenir de una aldea que ni siquiera es helénica, y de una nación que no está en predicamento entre las gentes; nuestro Jesús, a quien se quiere difamar de ser hijo de una mujer pobre, que se ganaba la vida hilando, y de haber tenido que abandonar por pobreza su pa tria y puéstose a trabajar de jornalero en Egipto; 1, que (para seguir con nuestro ejemplo) no sólo fue seripio, oriundo de la isla más minúscula y desconocido, sino, digámoslo así, el más innoble de entre los seripios, ha sido capaz de conmover el orbe entero, no sólo más profundamente que el ateniense Temístocles, sino más también que Pitágoras y Platón y cuantos otros sabios, reyes y generales en el mundo han sido.


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