Origenes contra Celso 130

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30. La gloria de Jesús, aun en lo humano, es única y señera

Así, pues, quien inquiera, y no de pasada, la naturaleza de las cosas, no podrá menos de admirar profundamente a Jesús que pudo vencer y saltar por encima de todo lo que pudiera convertir una gloria en infamia, y dejó atrás a cuantos gloriosos en el mundo han sido. Y es de notar haber sido raros entre los hombres gloriosos los que fueron capaces de ganar renombre por más de un concepto. Unos han sido admirados y se han hecho gloriosos por su ciencia; otros, por el arte de la guerra; algunos bárbaros, por los prodigios obrados en virtud de sus fórmulas mágicas; otros, en fin, por otros motivos que nunca han sido muchos a la vez; Jesús, empero, es admirado, entre otras cosas, por su sabiduría, por sus prodigios y por su don de mando. Y es así que no persuadió a los suyos, como persuade un tirano, a que, como él, se aparten de las leyes, ni como arma un forajido a sus bandas contra los hombres, ni como un ricachón que provee a cuantos se le acercan, ni como otro alguno de los que, por universal censura, merecen reprobación. No, Jesús habló como maestro de la doctrina acerca del Dios supremo, del culto que se le debe y de toda la materia moral, que puede unir con el Dios de todas las cosas a quienquiera viviera como El enseña. Y añadamos que, en Temístocles y demás hombres gloriosos, nada hubo que se opusiera a su gloria; Jesús, empero, aparte todo lo dicho, que bien pudiera oscurecer en-la ignominia el alma del hombre mejor dotado, sufrió la muerte de cruz, que era tenida por infame y era capaz de desvanecer toda su gloria anterior y hacer que los antes por El engañados (como piensan los que no siguen su enseñanza) se desengañaran de todo en todo y condenaran al que los había engañado.

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31. La predicación de los apóstoles, obra también maravillosa

Habría además que preguntar de dónde les vino a los discípulos de Jesús, que, según los que lo blasfeman, no lo vieron resucitado de entre los muertos ni estaban persuadidos hubiera en El nada de particularmente divino, que no temieran correr la misma suerte que su Maestro, sino que se lanzaran intrépidamente al peligro y abandonaran sus patrias para enseñar, conforme al mandato de Jesús, la doctrina que El les confiara. En mi opinión, nadie que examine inteligentemente las cosas40 podrá decir que los apóstoles se entregaron a vida tan azarosa por razón de la doctrina de Jesús sin una profunda convicción que El les infundió, enseñándoles no sólo a conformarse ellos íntimamente con sus enseñanzas, sino a trabajar por que también se conformaran los otros; y se conformaran a sabiendas de que, por lo que a la vida humana atañe, todo el que dondequiera y entre quienesquiera se atreve a innovar, tiene la perdición al ojo y no puede contar con la amistad de quienes mantienen las viejas creencias y costumbres. ¿Acaso no vieron " eso los discípulos de Jesús cuando se atrevieron, no sólo a demostrar a los judíos por las profecías que El era el profetizado, sino también a proclamar entre las otras naciones que el que hacía, como quien dice, unos días había sido crucificado, aceptó voluntariamente ese género de muerte por la salvación del género humano, a la manera de quienes murieron por sus patrias para librarlas de una peste asoladora, de una mala cosecha o de una tormenta? Porque verosímil es haya en la naturaleza de las cosas, según razones secretas y difíciles de captar por el vulgo, no sabemos qué causas por las que un solo justo, muriendo voluntariamente por el común, aleja a los malos espíritus, que son los que producen las pestes y malas cosechas, tormentas y calamidades semejantes (cf. VIII 31). Dígannos, pues, los que se niegan a creer que Jesús muriera en la cruz por los hombres, si tampoco aceptarán las muchas historias que corren entre griegos y bárbaros sobre haber muerto algunos por el común a fin de librar a ciudades y pueblos de los males que les sobrevinieran. ¿O habrá que creer que sucedió eso, pero que no hay nada que persuada haber muerto el que era tenido por un hombre, para acabar con un gran demón y príncipe de los démones, que había subyugado todas las almas de los hombres venidas a este mundo?.

Viendo, pues, los discípulos de Jesús estas cosas, y muchas más que es probable oyeran secretamente de Jesús; llenos además de fuerza singular (pues no fue una fingida virgen la que les infundió ánimo y ardimiento, sino la verdadera inteligencia y sabiduría de Dios), se apresuraron "a descollar entre todos", no sólo entre los argivos, sino entre todos los griegos y bárbaros juntos, "y la más alta gloria conquistarse" (Ilíada 5,1-3).

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32. El nacimiento de Jesús hubo de ser extraordinario

Mas volvamos a la prosopopeya del judío, en que éste cuenta cómo la madre de Jesús, encinta, fue echada de casa por el carpintero que la había desposado, convicta de adulterio, y cómo dio a luz un hijo habido de cierto soldado por nombre Pantira" ". Pues veamos si los que inventaron el cuento del adulterio de la Virgen con el Pantira, y del carpintero que la echa de casa, no se imaginaron todo eso a ciegas para destruir la concepción milagrosa por obra del Espíritu Santo. Pudieron, en efecto, haber forjado su mentira de otro modo, dado que la historia resulta demasiado prodigiosa y no, corno sin querer, venir a confesar que Jesús no nació de casamiento corriente entre los hombres. Era, desde luego, lógico que quienes no aceptan el nacimiento milagroso de Jesús, se inventaran una mentira; pero no supieron mentir con habilidad. Por el hecho de mantener el punto de que la Virgen no concibió de José a Jesús, quedaba patente la mentira para quienes saben entender y argüir fantasías. ¿Era, en efecto, razonable que quien llevó a cabo tamaña hazaña en favor del género humano, como hacer, en cuanto de El dependía, que todos los griegos y bárbaros, ante la expectación del juicio divino, se apartaran del mal y lo ordenaran todo al agrado del creador del universo, no tuviera un nacimiento milagroso, sino el más ilegítimo y vergonzoso que cabe imaginar? Voy a hablar como quien habla a griegos y señaladamente a Celso, que, siéntalas o no, cita sentencias o ideas de Platón. El que de lo alto envía las almas a los cuerpos de los hombres, ¿había de dar el origen más feo de todos al que tan altas cosas llevó a cabo, a tantos hombres enseñó y a tantos sacó de la ciénaga de la maldad? ¿No había siquiera de introducirlo en la vida humana por el legítimo matrimonio? ¿No es más razonable que cada alma, según ciertas secretas razones (y hablo ahora de acuerdo con Pitágoras, Platón y Empédocles, a quienes cita Celso con frecuencia), al ser infundida en el cuerpo, lo sea según su dignidad y anteriores costumbres? Luego verosímil es también que esta alma que, al venir al género* humano, le fue más provechosa que otros muchos (y no digo "todos" para no parecer prevenido), necesitó de un cuerpo no sólo distinguido entre los cuerpos humanos, sino el mejor de todos los cuerpos (cf. VI 74).

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33. Especulaciones fisionómicas

Puede darse el caso de que un alma no sea de todo punto merecedora de morar en el cuerpo de un irracional, pero tampoco puramente en el de un racional, y así entra en un cuerpo monstruoso, de suerte que quien así nace no puede realizar cumplidamente la función racional, por tener la cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo y ser demasiado corta; otra asume un cuerpo que le permite ser un poco más racional que el otro; y otra todavía más, según la naturaleza del cuerpo corresponde más o menos a la función de la razón. Siendo esto así, ¿por qué no habrá un alma que tome un cuerpo de todo en todo prodigioso, que tenga desde luego algo de común con los hombres a fin de poder convivir con ellos, pero algo, a par, de excelente y señero, a fin de que el alma pueda permanecer sin mácula de maldad? Si son además exactas las teorías de los fisionomistas, trátese de un Zópiro", de Loxo o Polemón o de otro cualquiera que haya escrito sobre este tema y proclame saber cosas maravillosas, todos los cuerpos son acomodados a las costumbres de las almas. Ahora bien, a un alma que había de venir prodigiosamente al género humano y realizar tan altas cosas, ¿era bien se le diera un cuerpo nacido, como se imagina Celso, de un adúltero Pan-tira y de una virgen seducida? De parejas impúdicas uniones lo natural es que naciera algún insensato, pernicioso para los hombres y maestro de intemperancia, de injusticia y demás vicios; no un maestro de templanza, justicia y demás virtudes ". No, según lo predijeron los profetas, Jesús tenía que nacer de una virgen, la cual, según la promesa del signo, daría a luz al que llevaba nombre conforme a la realidad y significaba que, a su nacimiento, Dios estaría con los hombres (cf. infra).

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34. El signo de la virgen que concibe

A lo que dice el fingido judío paréceme oportuno oponer la profecía de Isaías, según la cual Emmanuel había de nacer de una virgen. Celso no la alegó, ora porque la ignorara-él que pretende saberlo todo-, ora porque, leída, la calló adrede, para no dar la impresión de que, aun sin querer, confirma lo que va contra su propósito. Como quiera que sea, he aquí el texto: Y continuó el Señor hablando con Acaz y le dijo: Pide para ti un signo de parte del Señor, Dios tuyo, en lo profundo o en lo alto. Y respondió Acaz: No lo pediré, pues no quiero tentar al Señor. Y dijo: Escuchad ahora, casa de David: ¿Os parece poco contender con los hombres, que contendéis también con mi Dios? Por eso, el Señor mismo os dará un signo. Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que se interpreta "Dios con nosotros" (Is 7,10). Ahora bien, que Celso no citara esta profecía por malignidad, me parece evidente por el hecho de que alega muchas cosas del evangelio de Mateo, como la estrella que saliera al nacer Jesús y otros milagros; de la profecía, empero, de Isaías () no se acordó para nada. Mas si el judío nos viene con triquiñuelas sobre que el texto no dice: "Sabed que una virgen", sino: "Sabed que una muchacha joven", le responderemos que la palabra aalma, que los Setenta trasladaron por parthénos (virgen) y otros por neanis (muchacha joven), se halla, según dicen, también por "virgen", en el Deuteronomio, en este texto: Si una joven virgen está desposada con un hombre, y, hallándola otro en la ciudad, yace con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos: a la joven, porque no gritó estando en la ciudad; al hombre, porque deshonró la mujer de su prójimo. Y prosigue: Mas sí el hombre halla a la joven desposada en el campo, y la fuerza y yace con ella, sólo mataréis al hombre que yació con la joven; a ésta, empero, no le haréis nada; no hay en ella crimen de muerte (Dt 22,23-26)".

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35. Engendrar una joven no sería signo

Mas no quisiéramos dar la impresión de que, por una expresión hebraica, queremos sugerir a los que no comprenden si deben o no aceptarla, dijera el profeta que nacería de una virgen Aquel a cuyo nacimiento se diría: "Dios con nosotros". Vamos, pues, a demostrar lo que decimos sobre el texto mismo. Dice la Escritura haber dicho el Señor a Acaz: Pide para ti un signo de parte del Señor Dios tuyo en lo profundo o en lo alto. Y seguidamente el signo dado: Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo. Ahora bien, ¿qué signo fuera que una muchacha no virgen dé a luz? " ¿Y a quién conviene más concebir al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros: a la mujer que ha tenido comercio carnal y ha concebido por pasión femenina, o a la que es aún virgen, pura y casta? A ésta, sin género de duda, le conviene engendrar un hijo, a cuyo nacimiento se dice: Dios con nosotros. Mas si el judío puntilleara aún diciendo habérsele dicho a Acaz: "Pide para ti un signo de parte del Señor Dios tuyo", nosotros preguntaremos: ¿Quién nació en tiempo de Acaz, a cuyo nacimiento se dijera: Emmanuel, es decir, Dios con nosotros? No se hallará a nadie; lo cual demuestra que lo dicho a Acaz fue dicho a la casa de David, como quiera que, como está escrito, de la descendencia de David nació el Salvador según la carne (Rm 1,3). Además, este signo se dice ser "en lo profundo o en lo alto", pues el que bajó es el mismo que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo (Ep 4,10). Estoy hablando como cumple hablar con un judío que cree en las profecías. En cuanto a Celso o cualquiera de sus congéneres, díganos con qué espíritu dice el profeta acerca de lo porvenir estas y otras cosas que están escritas en las profecías. ¿Las dice con espíritu présago de lo futuro, o no? Si con espíritu présago de lo futuro, luego los profetas tenían espíritu divino. Si con espíritu no présago de lo futuro, explíquenos Celso el espíritu de quien así se atreve a hablar de lo por venir y tanta admiración se granjea entre los judíos por su profecía.

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36. Los profetas judíos

Mas ya que hemos venido a hablar de los profetas, lo que vamos a añadir no sólo será de provecho para los judíos que creen haber aquéllos hablado por espíritu divino, sino también para los griegos que juzguen discretamente. A éstos les diremos que, si los judíos habían de mantenerse en las leyes que se les habían dado, creer en el Creador, tal como se les enseñara y (en cuanto de la ley dependía) no habían de tener pretexto para pasarse al politeísmo de los gentiles, es menester admitir que también ellos tuvieron profetas. Tratemos de probar esta necesidad. Las naciones, como se escribe en la ley misma de los judíos, consultan a hechiceros y adivinos (Dt 18,14); pero a aquel pueblo se le dice: Mas a ti nada de eso te permite el Señor Dios tuyo (ibid.). Y luego se añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre tus hermanos (18,15). El hecho es, pues, que los gentiles practicaban la adivinación ora por oráculos, augurios y auspicios, ora por medio de ventrílocuos, ora acudiendo a los que profesan la ciencia de los sacrificios, o a los caldeos que dan sus horóscopos; y todo eso les estaba vedado a los judíos. Ahora bien, si por ningún cabo les quedara el consuelo que trae el conocimiento de lo por venir, acuciados por el mismo apetito humano de saber lo futuro, hubieran despreciado a sus propios hombres, imaginando no haber en ellos nada de divino, y, después de Moisés, no hubieran prestado atención a ningún profeta ni hubieran consignado por escrito sus oráculos. Como tránsfugas de su religión, se hubieran pasado a los oráculos y templos de los gentiles, o hubieran intentado establecer algo parecido entre ellos mismos. De ahí que nada tenga de extraño que, para consuelo de quienes lo deseaban, profetizaran sus profetas acerca de cosas corrientes, como Samuel acerca de las pollinas perdidas (1S 9,20), o el otro de quien se escribe en el libro tercero de los Reyes (1R 14,1-18) sobre la enfermedad de un niño regio. ¿Cómo, en otro caso, pudieran reprender los representantes de la ley a quien quisiera acudir a la adivinación de los ídolos, como se ve haber reprendido Elias a Ocozías cuando le dijo: ¿Es que no hay Dios en Israel, para que vayáis a consultar a Baal, (señor de) las moscas, dios de Acarón? (2R 1,3).

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37. Otros casos de partenogénesis

Paréceme, pues, queda suficientemente demostrado no sólo que nuestro Salvador nacería de una virgen, sino también que hubo profetas entre los judíos, los cuales predijeron, no sólo cosas generales, por ejemplo, lo referente a Cristo mismo, a los imperios del mundo, a los acontecimientos de Israel y a las naciones que creerían en nuestro Salvador y otras muchas cosas acerca del mismo, sino también sucesos particulares, por ejemplo, cómo se encontrarían las pollinas perdidas de Gis o la enfermedad que aquejó al hijo del rey de Israel o algún otro caso semejante que esté escrito.

En cuanto a los griegos que no creen naciera Jesús de una virgen, hay que decirles, además, que en la generación de varios animales demostró el Creador que, si quería, le era posible hacer en los mismos hombres lo que hace en uno que otro animal. Se hallan, en efecto, algunas hembras de animales que no se cubren con los machos, como de los buitres " escriben los zoólogos; y, sin embargo, este animal, sin necesidad de unión sexual, conserva la sucesión de su especie. ¿Qué tiene, pues, de extraño que, queriendo Dios enviar al género humano un maestro divino, le hiciera nacer de modo distinto que el ordinario de transmitirse la razón seminal por la unión del varón con la mujer? Y aun según los mismos griegos, no todos los hombres han nacido de varón y mujer. En efecto, si el mundo es creado, como place incluso a muchos griegos, es forzoso que los primeros hombres no nacieran de comercio sexual, sino de la tierra, es decir, de ciertas razones seminales que existen en la tierra. Cosa por cierto que tengo yo por más prodigiosa que haber nacido Jesús sólo a medias como los demás hombres. Y, pues hablamos a griegos, no estaría fuera de lugar nos aprovechemos de historias griegas, porque no parezca ser nosotros los únicos que admitimos esta prodigiosa historia. Ha habido, en efecto, algunos-y aquí no se trata de cosas antiguas y del tiempo de los héroes, sino de acontecimientos, como quien dice, de ayer o anteayer-que creyeron poder consignar como posible que Platón nació, desde luego, de Anfictione, pero a Aristón se le prohibió acercarse a ella hasta que diera a luz al que fuera engendrado por Apolo (cf. VI 8). Mas éstos son verdaderamente cuentos que se forjaron sobre un hombre a quien, por su sabiduría y poder, se tenía por superior al común de los hombres y se supuso, consiguientemente, había de recibir el principio de la constitución de su cuerpo de gérmenes superiores y más divinos, como decía con sus dotes más que humanas.

Por lo demás, introducir Celso al judío que habla con Jesús y se burla de su pretensión (como él se imagina) de ha ber nacido de una virgen, para lo que trae a cuento las fábulas sobre Dánae, Melanipa, Auge y Antíope, cosas son que dicen bien con un farsante, pero no con quien toma en serio el tema de que trata.

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38. Magia y milagros

Además, aunque toma del evangelio de Mateo la historia que allí está escrita (l,13ss) sobre la marcha de Jesús a Egipto, no cree en los milagros que en este caso se dieron, ni que se debió al oráculo de un ángel, ni le pasa por las mientes qué misterio pudiera significar el hecho de que Jesús abandonara la Judea y se fuera a vivir a Egipto. Celso prefiere inventarse otro cuento, en que reconoce hasta cierto punto los milagros que Jesús obró y por los que persuadió a muchos a que lo siguieran como a Mesías, pero trata de desacreditarlos como hechos por arte de magia y no por virtud divina. Dice, en efecto, que, "criado a escondidas, se puso de jornalero en Egipto, y, después de ejercitarse en ciertas artes mágicas, volvió de allí, a su patria, y por ellas se proclamó a sí mismo Dios" (ut supra I 28). La verdad es que yo no comprendo cómo un mago pudiera tener empeño en predicar una doctrina que enseña a hacerlo todo pensando que Dios ha de juzgar a cada uno de cuanto hiciere, e inspirar " ese mismo espíritu a los discípulos de que había de valerse como ministros de su predicación. Porque, pregunto: ¿Aprendieron los discípulos de Jesús a hacer milagros como su maestro y convencían así a sus oyentes, o no hicieron tampoco ellos milagros? Decir que no hicieron milagro de ningún linaje, sino que, creyendo a ciegas, sin persuasión alguna de razonamiento a la manera de la ciencia dialéctica de los griegos, se entregaron a enseñar, por dondequiera viajaban, una doctrina nueva, es cosa de todo en todo absurda. Porque ¿qué les daba ánimo para enseñar una doctrina que era toda una novedad? Pero, si también ellos hicieron milagros, ¿en qué cabeza cabe que unos magos se abalanzaran a tantos peligros a trueque de implantar una doctrina que prohibe la magia?

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39. Blasfemias de un escurra

No me parece valga la pena rebatir lo que seguidamente dice Celso, no ciertamente en serio, sino en son de fisga: "¿Es que era bella la madre de Jesús y, por bella, se unió Dios carnalmente con ella, Dios que, por su naturaleza, no puede enamorarse de un cuerpo corruptible? ¿No es más bien inverosímil se enamorara Dios de ella, pues no era rica ni de regia estirpe, ni la conocía nadie ni aun entre sus vecinos?" Y sigue bromeando cuando dice que, "aborrecida y echada de casa por el carpintero, no la salvó una potencia divina ni discurso elocuente. Nada de esto, por tanto, dice, tiene que ver con el reino de Dios" (cf. III 59; VI 17; VIH 11). ¿Qué diferencia va de este lenguaje al de quienes se insultan por las esquinas de las calles y no dicen cosa que merezca tomarse en serio?

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40. Celso procede sin orden ni concierto

Luego toma del evangelio de Mateo (3,16 par.) y acaso también de los otros evangelios lo que se cuenta de la paloma que voló sobre nuestro Salvador al ser bautizado por Juan, y trata de desacreditarlo como una invención. Pero, después de burlarse, según él se imagina, del nacimiento virginal de nuestro Salvador, no expone lo que a éste se sigue por su orden, pues la ira y el odio no saben lo que es orden. Los que se airan y odian lanzan contra los que odian todo lo que les viene a la boca, pues la pasión no les permite decir sus recriminaciones serenamente y en debido orden. De haber guardado Celso el orden, debiera haber tomado el evangelio, que se proponía impugnar, y, atacada la primera historia que cuenta, pasar por sus pasos contados a la segunda, y así sucesivamente a las otras. Pero este Celso, que blasona de saber todo lo nuestro, tras impugnar el nacimiento virginal, se mete con el Espíritu Santo, aparecido en figura de paloma en el bautismo de Jesús; luego niega que fuera profetizado el advenimiento de nuestro Salvador; y ahora se vuelve atrás, a lo que se escribe haber seguido al nacimiento de Jesús: la aparición de la estrella y la venida de los magos de Oriente a adorar al niño. Tú mismo, a poco que lo observes, puedes hallar muchas cosas dichas confusamente por Celso a lo largo de su libro; lo cual, para quienes saben guardar y buscar el orden, es un argumento más de haber sido harto audaz y arrogante al dar a su libro el título de Doctrina verdadera. Ninguno de los ilustres filósofos hizo nada semejante. Así Platón dice (Phaidon, 114D) no ser de hombre inteligente afirmar nada acerca de estas cosas y otras más oscuras; y Crisipo, que expone siempre las razones que a él lo mueven, nos remite a quienes halláremos que hablan mejor que él. Este, empero, que es más sabio que Platón y Crisipo y que el resto de los griegos, era lógico que, pues lo sabía todo, rotulara su libro: Doctrina verdadera.

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41. La aparición del Espíritu Santo en figura de paloma (@Mt 3,16ss@)

Mas no queremos dar la impresión de que, por no tener a mano respuesta, nos saltamos de buena gana los puntos que opone Celso. Por eso hemos decidido resolver, según nuestras fuerzas, cada una de sus objeciones, sin preocuparnos del contexto y consecuencia natural de las cosas, sino tomándolas por el orden en que están escritas en su libro. Veamos, pues, lo que dice para desacreditar que el Salvador viera, como corpo-ralmente, al Espíritu Santo en figura de paloma. Y sigue siendo el judío quien le dice a Jesús, a quien nosotros confesamos por Señor: "Cuando te bañabas-dice-junto a Juan, afirmas haber volado hacia ti, del aire, un fantasma de pájaro". Luego el fingido judío pregunta: "¿Qué testigo digno de crédito vio esa aparición, o quién oyó la voz del cielo que te adoptaba por hijo de Dios, si no es que tú lo dices y alegas a uno solo, de los que fueron, lo mismo que tú, castigados de muerte?"

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42. Advertencias metodológicas

Digamos, antes de comenzar nuestra defensa, que el intentar demostrar como realmente sucedidas casi todas las historias, por más que sean verdaderas, de manera que se logre sobre ellas una certeza completa (VIII 43), es de las cosas más difíciles y, en algunos casos, imposible. Supongamos que alguien da en la flor de decir no haber existido la guerra de Troya, fundándose sobre todo en que con ella se entreteje la leyenda imposible de cierto Aquiles, que sería hijo de la diosa marina, Tetis, y del hombre Peleo, o Sarpedón de Zeus, Ascá-lafo y Jálmeno de Ares, y Eneas de Afrodita. ¿Cómo demostraríamos el hecho, apurados sobre todo por esa mezcla inextricable de fantasía con la opinión dominante entre todos de que hubo realmente, en Ilio, una guerra entre griegos y tro-yanos? Supongamos, por el mismo caso, que alguien no crea en la leyenda de Edipo y Yocasta y los dos hijos que nacieron de ellos, Eteocles y Polinices, pues también con ella se entreteje cierta esfinge semivirgen. ¿Cómo demostrar la historicidad de tal leyenda? Dígase lo mismo de los Epígonos, aunque nada semejante se entreteja en su leyenda, o de la vuelta de los Heraclidas y de infinitas cosas más. Mas el lector inteligente de esas historias, que no quiere dejarse engañar por ellas, sabrá discernir qué cosas podrá aceptar simplemente, qué otras explicar figuradamente, indagando la intención de quienes inventaron tales leyendas; sabrá, en fin, a qué cosas negará todo crédito, como escritas para agradar a determinadas gentes.

Todo este prólogo a la historia entera de Jesús, que se cuenta en los evangelios, hemos antepuesto aquí, no para invitar a hombres de mayor pericia a una fe desnuda y sin razón, sino para advertir a los futuros lectores que habrán menester de mucha inteligencia e indagación, y adentrarse, como quien dice, en la mente de los escritores, a fin de hallar en qué sentido secreto fue escrita cada cosa.

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43. Jesús merece más fe que Ezequiel e Isaías

He aquí, pues, lo primero que decimos: Si el que niega crédito a la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma se escribiera ser un epicúreo, democríteo o peripatético, tendría alguna congruencia lo que se dice con la persona en cuya boca se pone. Mas tampoco aquí vio el sapientísimo Celso que atribuye parejo razonamiento a un judío que, por las escrituras de sus profetas, cree cosas mucho más prodigiosas que lo de la figura de paloma. Al judío que no cree en la aparición y se imagina poderla desacreditar como pura invención, cabe preguntarle: Y tú, buen hombre, ¿serías capaz de demostrar que dijo el Señor Dios a Adán y Eva, a Caín y Noé, a Abrahán, Isaac y Jacob lo que está escrito haberles dicho? Y comparando una historia con otra, yo le diría a ese judío: También tu Ezequiel escribió estas palabras: Se abrieron los cielos y vi una visión de Dios (1,1.28). Y, después de narrarla, añade: Esta es la visión de la semejanza de la gloria de Dios y me dijo (ut supra). Ahora bien, si lo que se escribe de Jesús es mentira, porque no podemos, como tú supones, demostrar con toda evidencia su verdad, dado que sólo por El fue visto y oído y, según tú crees haber observado, por uno que fue también ajusticiado, ¿no diremos con más razón que Ezequiel cuenta historias monstruosas cuando dice: "Se abrieron los cielos", etc.? E Isaías a su vez dice: " Vi al Señor Sabaoth, sentado sobre un trono excelso y elevado, y los serafines estaban en tomo suyo; seis alas tenía el uno y seis alas el otro", etc. (Is 6,1). ¿Y cómo demostrar que lo vio efectivamente? Y es así que tú, judío, crees que todo eso es verdad y que no sólo lo vio el profeta por obra de espíritu divino, sino que, por inspiración del mismo, lo dijo y consignó por escrito. Ahora bien, ¿quién merece más fe: Ezequiel e Isaías, que dijeron respectivamente habérseles abierto los cielos y oído una voz, y haber visto al Señor Sabaoth, sentado sobre un trono excelso y elevado, o Jesús? No se sabe de esos dos profetas obra alguna que pueda parangonarse con la de Jesús; mas la gran hazaña de Jesús no se limitó al tiempo en que vivió sobre la tierra. No, el poder de Jesús sigue obrando hasta ahora la conversión y mejora de los que por El creen en Dios. Y la prueba evidente de que esto se hace por poder suyo es que, a pesar de no haber, como El mismo dice (Mt 9,37), obreros que cultiven el campo de las almas, es tanta la cosecha de las que se recogen y congregan en las eras de Dios, por doquiera esparcidas, que son las iglesias.

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44. El Espíritu Santo, inspirador de la Escritura

Mas al hablar así al judío, no es porque yo, que soy cristiano, niegue fe a Ezequiel e Isaías; lo que intento es persuadirle, por lo que en común creemos, que merece Jesús más crédito que ellos cuando dice haber visto esas cosas y, como es verosímil, cuando contara a sus discípulos la visión que vio y la voz que oyó. Otro tal vez diga que no todos los que pusieron por escrito lo de la paloma y la voz del cielo se lo oyeron contar a Jesús mismo; en todo caso, el Espíritu que dictó a Moisés una historia más antigua que el historiador, empezando por la creación del mundo hasta Abrahán, padre suyo, ese mismo enseñó a los que escribieron el Evangelio el milagro acontecido al tiempo del bautismo de Jesús.

Por lo demás, el que esté adornado del carisma que se llama palabra de sabiduría (1Co 12,8), podrá explicar por qué se abrieron los cielos y por qué el Espíritu Santo se apareció a Jesús en figura de paloma, y no de otro animal. El tema presente no pide expliquemos ese punto, pues sólo nos hemos propuesto demostrar la incongruencia de Celso al atribuir al judío, con tales razones, falta de fe en una cosa más verosímil que las que él mismo cree.

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45. Recuerdo personal

Acuerdóme que, una vez, en cierta disputa con judíos (cf. 55; II 31) que se dicen sabios, ante un auditorio que había de juzgar de nuestras razones, me valí de este argumento: "Decidme, señores: Dos personajes han venido al género humano, de los que se escriben cosas prodigiosas y que están por encima de la naturaleza humana: Moisés, vuestro legislador, que escribió sobre sí mismo, y Jesús, nuestro maestro, que nada dejó escrito sobre sí mismo ", pero es atestiguado por sus discípulos en los evangelios. ¿Qué distinción es esa que se crea a Moisés como veraz, a pesar de que los egipcios lo calumnian de mago y afirman que por arte de magia obró sus aparentes milagros, y no dar crédito a Jesús, porque vosotros lo acusáis? A los dos los atestiguan naciones: A Moisés los judíos; en cuanto a los cristianos, sin negar la profecía de Moisés, antes demostrando por ella a Jesús mismo, aceptan como verdaderos los milagros que de El escriben sus discípulos. Y si nos pedís razón sobre Jesús, dádnosla vosotros sobre Moisés, que fue antes que El, y luego os la daremos nosotros sobre Jesús. Mas si os zafáis y rehusáis demostrar la misión divina de Moisés, lo mismo haremos de momento nosotros y no os daremos demostración. Confesad, sin embargo, que no tenéis prueba sobre Moisés y escuchad las pruebas sobre Jesús que ofrecen la ley y los profetas. Y lo paradójico es que las pruebas que la ley y los profetas ofrecen sobre Jesús demuestran que Moisés y los profetas eran profetas de Dios.

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46. Los milagros de Jesús y de los apóstoles, prueba de la verdad del Evangelio

Ahora bien, la ley y los profetas están llenos de milagros semejantes al que se escribe de Jesús, al bautizarse, sobre la paloma y la voz del cielo. Yo tengo por prueba de que el Espíritu Santo fue entonces visto en figura de paloma, los milagros obrados por Jesús, por más que Celso, para desacreditarlos, diga que aprendió a hacerlos entre los egipcios. Y no alegaré sólo ésos, sino también, como es natural, los que obraron los discípulos de Jesús. Y es así que, sin obrar milagros y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a abandonar, por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional y abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida. Y todavía se conservan entre los cristianos huellas de aquel Espíritu Santo que fue visto en figura de paloma. Ellos expulsan démones, realizan muchas curaciones y, según la voluntad del Logos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera se burle Celso, o el judío que introduce, sobre lo que voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han venido al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu, apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su mente y, de odiar al Lagos, pasaron a morir por El. De muchos de estos casos hemos sido testigos; sin embargo, de ponerlos por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos, los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así creerían que nos lo inventamos también nosotros. Pero testigo es Dios de nuestra conciencia que no quiere recomendar la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino por múltiple evidencia.

Mas ya que es un judío quien pone dificultades sobre-lo que se escribe del Espíritu Santo que descendiera sobre Jesús en figura de paloma, sería del caso preguntarle: Dime, amigo, ¿quién es el que dice en Isaías: Y ahora me ha enviado el Señor, y su Espíritu? (48,16). En el texto queda ambiguo si fue el Padre y el Espíritu Santo los que enviaron a Jesús, o fue sólo el Padre quien envió a Cristo y al Espíritu Santo. La verdad es esto último. Ahora bien, como fue enviado primero Jesús y luego el Espíritu Santo para que se cumpliera la profecía; como, por otra parte, ese cumplimiento debía ser conocido de la posteridad, de ahí que los discípulos de Jesús pusieron por escrito lo sucedido.


Origenes contra Celso 130