Origenes contra Celso 147

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47. El testimonio de Josefo

Mas ya que Celso introduce ese judío, favorable hasta cierto punto a Juan Bautista, que bautizó a Jesús, quisiera decirle cómo un escritor no muy posterior al mismo Juan y a Jesús dejó consignado haber existido un Juan Bautista, que bautizaba para la remisión de los pecados. Efectivamente, en el libro dieciocho de las Antigüedades judaicas (5,2 (116-119)) Josefo da testimonio de Juan como de un bautista que prometía la purificación a los bautizados. Josefo no cree que Jesús sea el Mesías; y así, indagando la causa de la caída de Jerusalén y de la destrucción del templo, cuando debía haber dicho que la causa fue la conjura contra Jesús y la muerte que dieron al Mesías profetizado, no lo dice; si bien, acercándose un poco, como sin querer, a la verdad, afirma que aquellas calamidades les acaecieron a los judíos para vengar a Santiago, el Justo, hermano que era de Jesús, el llamado Mesías; pues siendo hombre justísimo, le dieron la muerte". A este San tiago, dice Pablo, el genuino discípulo de Jesús, haber visto (), y lo llama "hermano del Señor", no tanto por el parentesco de la sangre o la común crianza cuanto por las costumbres y el espíritu. Ahora bien, si dice Josefo que la desolación de Jerusalén les advino a los judíos pos causa de Santiago, ¿no fuera más razonable afirmar que fue por causa de Jesús, que es el Mesías? Testigos de su divinidad son tantas iglesias, que se componen de hombres que, salidos de la ciénaga de los vicios, viven unidos a su Creador y todo lo enderezan al agrado del mismo.

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48. Explicación de las visiones proféticas

Ahora, pues, aunque el judío no defenderá a Ezequiel e Isaías, al identificar nosotros lo que se cuenta de que a Jesús se le abrió el cielo y oyó la voz consabida con cosas semejantes que hallamos escritas en Ezequiel, en Isaías o en cualquier otro profeta, vamos por lo menos nosotros a fundar, en lo posible, nuestra razón diciendo lo siguiente: Para todos los que admiten una Providencia es cosa axiomática que muchos tienen sus visiones, entre sueños, que les anuncian cosas divinas, o acontecimientos por venir de la vida diaria, ora con claridad, ora por enigmas. ¿Qué tendrá, entonces, de extraño que la fuerza que impresiona la mente entre sueños pueda también impresionarla durante la vigilia, para bien y provecho de quien recibe la impresión o de quienes se lo oyeren referir? Y como nos figuramos entre sueños que estamos oyendo y que se impresiona nuestro oído sensible y que vemos por nuestros ojos, siendo así que ni los ojos corporales ni el oído sensible se impresiona, sino que todo eso sucede pasivamente en el alma; así, nada tendría de extraño que lo mismo aconteciera en los profetas cuando se escribe que vieron cosas prodigiosas, que oyeron palabras del Señor y que contemplaron los cielos abiertos. Personalmente, no me imagino que para escribir Ezequiel lo que escribe fuera menester que el cielo sensible se abriera y se dividiera su masa, al abrirse, en dos partes. ¿Por qué, pues, no ha de suponer algo semejante respecto del Salvador quien prudentemente lea el Evangelio? A riesgo, eso sí. de escandalizar a los demasiado simples, que, justamente por su demasiada simpleza, ponen al cosmos en movimiento, partiendo por gala en dos, por muy compacto que esté, tamaño cuerpo como el cielo entero.

Pero el que examine más a fondo este punto dirá que hay, cómo dice la Escritura, un sentido general divino que sólo el bienaventurado encuentra ya en esta vida, según se dice en Salomón: Hallarán un sentido divino (Pr 2,5). De este sentido existen varias especias: de visión, que naturalmente ve cosas superiores a los cuerpos, entre las que hay, evidentemente, que contar a querubines y serafines; de oído, que percibe voces que no tienen su consistencia en el aire; de gusto, que saborea el pan vivo que bajó del cielo y da la vida al mundo (lo 6,33); de olfato, igualmente, que huele cosas por las que Pablo dice ser buen olor de Cristo para Dios (2Co 2,15); de tacto, según el cual dice Juan haber palpado con las manos al Verbo de la vida (1 lo 1,1). Ahora, pues, los bienaventurados profetas, que hallaron ese sentido divino, ven divinamente, oyen divinamente, gustan de igual modo; huelen, por así decir, con sentido no sensible, y tocan por la fe al Logos, de quien les viene una emanación que los cura, y así veían lo que escriben haber visto, y oían lo que dicen haber oído, les pasaban cosas parecidas a las que escriben, como el comerse el volumen de un libro que se les daba (Ez 3,2). Por modo semejante olió también Isaac los vestidos espirituales de su hijo, y con bendición espiritual dijo: He aquí el olor de mi hijo, como de campo lleno, al que bendijo el Señor (Gn 27,27). De modo semejante a éstos, más bien espiritual que sensiblemente, tocó también Jesús al leproso (Mt 8,3), a fin de limpiarlo, a mi ver, doblemente, librándolo no sólo, como entiende la gente, de la lepra sensible por el toque sensible, sino también de la otra por toque suyo verdaderamente divino. Así, en fin, dio Juan testimonio, diciendo: He visto al Espíritu bajar del cielo, como una paloma, y posarse sobre El. Yo no lo conocía; mas el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza en Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios ().

También a Jesús se le abrieron los cielos, y, si bien es cierto que no se escribe hubiera entonces quien, fuera de Juan, viera los cielos abiertos, sin embargo, el Salvador mismo predice a sus discípulos que verían un día los cielos abiertos, diciéndoles: En verdad, en verdad os digo, veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del hombre (Jn 1,51). Y de este modo Pablo, por ser discípulo de Jesús, fue arrebatado al tercer cielo, que antes viera abierto. Ahora, explicar por qué diga Pablo: Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe (2Co 12,1), no es cosa de este lugar y momento.

Todavía voy a añadir a mi razonamiento lo que piensa Celso sobre haber sido Jesús mismo quien contara lo de la apertura del cielo y la bajada sobre El del Espíritu Santo en figura de paloma junto al Jordán. Mas por la Escritura no consta haber dicho El mismo que tuvo esa visión. No se percató el excelentísimo sefior no armonizarse con quien dijo a sus discípulos con ocasión de la aparición del monte: A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos (Mt 17,9), contar a sus discípulos lo que junto al Jordán fue visto y oído por Juan. Ello es de ver también por el carácter mismo de Jesús, que evita dondequiera hablar de sí mismo, y por eso dice: Si yo hablo de mí mismo, mi testimonio no es verdadero (Jn 5,31). Y como evitaba hablar de sí mismo y quería demostrar, más por obras que por palabras, ser el Mesías, le dicen en una ocasión los judíos: Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente (Jn 10,24).

Mas ya que es un judío a quien Celso pone en la boca, contra la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma, aquello de: "Si no es porque tú lo dices o aduces a uno solo de los que fueron castigados de muerte contigo", hay que advertirle que tampoco acertó en atribuir esas palabras a su fingido judío, pues los judíos no juntan a Juan con Jesús ni relacionan el suplicio de Juan con el de Jesús. Un punto más en que se demuestra que este fanfarrón, que alardea de saberlo todo, no supo qué palabras contra Jesús había de poner en boca de su ficticio judío.

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49. Nueva incongruencia de Celso

Luego, no sé por qué, se pasa Celso, adrede, por alto el argumento capital en favor de la autoridad de Jesús, que es haber sido anunciado por los profetas judíos, por Moisés y los que le siguieron y hasta por los anteriores a Moisés; y se lo pasa, a lo que yo opino, por alto porque no puede rebatir la razón de que ni los judíos ni cuantas sectas heréticas existen niegan que el Mesías fue profetizado. Tal vez ni conocía las profecías sobre Jesús. En otro caso, de haber comprendido lo que dicen los cristianos sobre que fueron muchos los profetas que predijeron el advenimiento del Salvador, no hubiera puesto en boca del supuesto judío lo que pegaría mejor con un sama-ritano o un saduceo; ni el judío de su prosopeya hubiera dicho: "Mas antaño dijo un profeta en Jerusalén que vendría un hijo de Dios para juzgar a los santos y castigar a los inicuos". Porque no fue un solo profeta (cf. II 4,79) el que predijo acerca del Mesías. Y aun cuando samaritanos y saduceos, que no reciben más que los libros de Moisés, digan que en ellos está profetizado el Mesías, no dirán que la profecía se dijo en Jerusalén, cuyo nombre no se conocía aún en tiempos de Moisés. ¡Ojalá todos los que acusan nuestra doctrina ignoraran hasta ese punto no ya sólo las cosas de la Escritura, sino el simple tenor de su texto! En tal caso, sus discursos no tendrán la más mínima fuerza para apartar, no diré de la fe, sino de la poca fe, a los poco firmes y que creen de momento (Le 8,13). Un judío de verdad jamás confesaría que algún profeta haya predicho la venida de un hijo de Dios. Lo que los judíos dicen es que vendrá el Mesías o Ungido de Dios. Y es frecuente que los judíos nos vengan de pronto con preguntas acerca del Hijo de Dios, que ellos no creen exista ni que fuera profetizado. Y no es que nosotros afirmemos no haber sido profetizado un hijo de Dios; lo que decimos es que no se concierta poner en boca de un judío, que no confiesa nada de hijos de Dios, aquello de: "Dijo antaño un mi profeta en Jerusalén que vendría un hijo de Dios".

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50. Fantásticos "hijos de Dios"

Luego, como si sólo se hubiera profetizado de Cristo que "juzgaría a los santos y castigaría a los inicuos", y nada se hubiera predicho sobre el lugar de su nacimiento, ni de la pasión que sufriría por obra de los judíos, ni de su resurrección, ni de los milagros maravillosos que obraría, pregunta Celso: "¿Por qué has de ser tú, con preferencia a infinitos otros que han venido después de la profecía, el sujeto de quien eso fue profetizado?" Y no sé cómo ni por qué, queriendo aplicar a otros la posibilidad de suponer que fueron el objeto de la profecía, dice que "también los que están fuera de sí (extáticos) y los mendicantes dicen ser hijos de Dios s° venidos de lo alto". No sabemos que nada de eso se confíese haber sucedido entre los judíos.

Digamos, pues, primeramente haber sido muchos los profetas que, de mil modos, predijeron las cosas de Cristo, unos por expresiones enigmáticas, otros por alegorías o de otro modo y algunos también con palabras propias. Y, pues más adelante (II 28) dice Celso por boca del fingido judío a los que han creído de su propio pueblo que "las profecías referidas a Cristo pueden aplicarse también a otras cosas", lo cual sólo astuta y malignamente puede decir, vamos nosotros a exponer, de entre muchas, unas pocas, para cuya refutación diga, el que quiera, algo realmente convincente y capaz de apartar de la fe aun a los que inteligentemente creen".

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51. La profecía sobre el lugar de nacimiento

Pues ya, acerca del lugar de su nacimiento, se dice que de Belén saldría el caudillo, con estas palabras: Y tú, Belén, casa de Efrata, no eres la más pequeña para estar entre los miles de Judá, pues de ti me saldrá el que será principe en Israel; y las salidas de él desde el principio, desde los días eternos (). Ahora bien, esta profecía no puede acomodarse a ninguno de los que dice el judío de Celso, a extáticos y mendicantes que dicen haber venido del cielo, a no ser que se demuestre con toda evidencia que nacieron en Belén o, como diría otro, haber salido de Belén para ser caudillos del pueblo. Mas si, aparte la profecía de Miqueas y la historia escrita por los discípulos de Jesús en los evangelios, se quiere otra prueba de haber nacido Jesús en Belén, basta considerar que, en armonía con lo que en los evangelios se cuenta, en Belén se muestra la cueva en que nació y, dentro de la cueva, el pesebre en que fue reclinado envuelto en pañales ". Y lo que "n aquellos lugares se muestra es famoso aun entre gentes ajenas a la fe; en esta cueva, se dice, nació aquel Jesús a quien admiran y adoran los cristianos.

Yo pienso que, aun antes del nacimiento de Cristo, los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo enseñaban ya, dada la claridad y evidencia de la profecía, que el Mesías nacería en Belén. Y esta tradición se extendió incluso entre el vulgo de los judíos, y así se explica lo que se escribe de Herodes, que preguntó a los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo, y cómo éstos le contestaron que el Mesías nacería en Belén de Judea, de donde era David (Mt 2,5). Además, en el evangelio de Juan se dice haber dicho los judíos que el Mesías nacería en Belén, de donde era David (Jn 7,42). Mas después del advenimiento de Cristo hubo quienes tuvieron empeño en destruir la idea que se hubiera de antiguo profetizado su nacimiento y desterraron tal doctrina de entre el pueblo. En lo cual hicieron algo parecido a los que sobornaron a los soldados de la guardia del sepulcro que lo vieron resucitar de entre los muertos y propalaban la noticia, dándoles dinero y diciendo a los que lo vieron: Decid que durante la noche, mientras nosotros dormíamos, lo robaron sus discípulos; y si la cosa llega a oídos del gobernador, nosotros lo persuadiremos y os libraremos de todo cuidado (Mt 28,13-14).

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52. Fuerza de la educción y prejuicios

Dura cosa es la porfía y prevención que hace cerrar los ojos a la evidencia, a fin de no abandonar doctrinas con que uno se ha habituado y dan como tinte y calidad al alma. Y es de notar que con más facilidad dejará el hombre otros hábitos, por muy pegado que esté a ellos, que no los referentes a la religión. Si bien tampoco se desprenden fácilmente de lo otro quienes están hechos a ello. Así vemos que quienes antes se han aficionado a ellas, no quieren abandonar de buena gana sus casas, ciudades y aldeas y gentes conocidas. Ahora bien, ésta fue la causa de que muchos judíos cerraran entonces los ojos a la evidencia de las profecías, de los milagros que hizo y de lo que se escribe haber sufrido Jesús. Y que algo así sea accidente propio de la naturaleza humana, lo verá claro quien considere cómo los que, una vez se han formado en las tradiciones de sus padres y conciudadanos, por vergonzosas y absurdas que sean, no se pasan fácilmente a otras. Por lo menos, nadie persuadirá fácilmente a un egipcio que desprecie lo que ha aprendido de sus padres hasta el punto de no tener por dios a ese bruto animal y no se abstenga, aun bajo pena de muerte, de comer las carnes del mismo (cf. III 36).

Ahora, pues, si nos hemos detenido un tanto en el examen de este punto y explicado largamente lo de Belén y la profecía que a esta ciudad se refiere, creemos haber hecho cosa necesaria para defendernos de los que pudieran decirnos: Si tan claras eran las profecías sobre Jesús entre los judíos, ¿cómo es que, una vez venido, no aceptaron su enseñanza, ni se pasaron al superior género de vida que El les mostraba? Reproche semejante no podrá hacer nadie a los que creemos en El, pues ve no ser despreciables las razones que abonan la fe en Jesús y que nos presentan los que saben predicarla.

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53 La profecía de Jacob (@Gn 49,10@)

¿Será menester aducir otra profecía que nos parece referirse claramente a Jesús? Pues expongamos la que fue consignada por Moisés muchos, muchísimos años antes del advenimiento de Jesús. Dice, en efecto, Moisés que Jacob, estando a punto de salir de esta vida, profetizó a cada uno de sus hijos, y a Judá, entre otras cosas, le dijo: No faltará príncipe de Judá, ni caudillo salido de su muslo hasta que vengan las cosas que le están reservadas (Gn 49,10). Quien leyere esta profecía que, en realidad de verdad, es más antigua que Moisés, pero que algún incrédulo supondría dicha por Moisés mismo, no podrá menos de admirarse de cómo pudo predecir Moisés que, siendo doce las tribus de Israel, de la tribu de Judá precisamente nacerían los reyes de los judíos y que ellos mandarían al pueblo (de ahí que el pueblo entero se llamen judíos, del nombre de la tribu reinante). Y no dejará tampoco de admirar en segundo lugar el que atentamente leyere la profecía, cómo, ya que dijo que de la tribu de Judá saldrían los príncipes y caudillos del pueblo, fijó también el término de su mando diciendo: No faltará príncipe de Judá ni caudillo salido de su muslo hasta que vengan las cosas que le están reservadas, y El será la expectación de las naciones (ut supra). Vino, en efecto, Aquel para quien estaban reservadas las cosas, el Ungido de Dios, el príncipe a quien se refieren las promesas de Dios ". Y, evidentemente, sólo El, de entre todos los que le precedieron y, sin miedo puedo decir, de entre todos los que le siguieron, fue la expectación de las naciones. Y es así que de todas las naciones han creído por El en Dios y, como dice Isaías, en su nombre han esperado los pueblos: En su nombre, dice, esperarán los pueblos (Is 42,4). El fue también el que dijo a los que estaban entre cadenas -pues cierto es que cada uno está atado por las cuerdas de sus pecados (Pr 5,22)-: "Salid afuera", y a los que estaban en la ignorancia: "Venid a la luz"; pues también esto fue profetizado con estas palabras: Te he puesto por alianza de las naciones para que restaures la tierra y heredes la he renda del desierto y digas a los que están entre cadenas: Salid afuera, y a los que están entre- tinieblas: Salid a la luz (Is 49,8-9). Y es de ver cómo, al advenimiento de Jesús, se cumplió en quienes, por todo el orbe, creen con fe sencilla la otra parte de la profecía: Y se apacentarán por todos los caminos y en todas las sendas habrá pastos (Is 49,9).

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54. La profecía del siervo paciente (@Is 52s@)

Mas ya que Celso, que blasona saber todo lo que a la palabra divina se refiere, le echa en cara al Salvador "no haber sido ayudado por su Padre en la pasión ni haberse podido El ayudar a sí mismo", a eso hay que responder que su pasión fue de antemano profetizada, juntamente con la causa de ella, el bien que los hombres reportarían de su muerte y de las heridas a que fue condenado. Predicho fue igualmente que lo conocerían los gentiles, entre los que no vivieron los profetas, y que aparecería entre los hombres con figura sin gloria. He aquí el texto: Mirad que mi siervo entenderá y será exaltado y glorificado y levantado sobremanera. Al modo que muchos quedarán atónitos sobre ti, así tu figura será sin gloria entre los hombres, y de entre ellos desaparecerá tu gloria. Así gentes muchas se maravillarán sobre ¡El, y los reyes cerrarán su boca, pues lo verán aquellos a quienes o fue anunciado, y entenderán los que no oyeron. Señor, ¿quién creyó a lo que de nosotros oyera? Y el brazo del Señor, ¿a quién fue revelado? Lo hemos anunciado como un niño pequeño delante de ti, como raíz en tierra sedienta. No tiene forma ni gloria; lo vimos y no tenía forma ni hermosura. Su forma era deshonrosa y la más mísera entre los hombres. Hombre que sufre azote y sabe lo que es sufrir enfermedad, cuyo rostro está torcido; fue deshonrado y no considerado. El carga con nuestros pecados y por nosotros soporta dolores. Y nosotros consideramos que estaba en trabajo, en azote y maltratamiento; pero fue llagado por causa de nuestros pecados, y maltratado por nuestras iniquidades. La disciplina de nuestra paz pesa sobre El, y por su llaga hemos sanado nosotros. Todos nos descarriamos como ovejas, cada uno se descarrió por su camino, y el Señor lo entregó por nuestros pecados, y El, al ser maltratado, no abrió su boca. Como oveja fue llevado al matadero, y, como un cordero está mudo ante el que lo trasquila, asi tampoco El abrió su boca. En su humillación fue alzado su juicio: ¿Quién contará su generación? Porque su vida es arrebatada de la tierra, por las iniquidades de mi pueblo fue conducido a la muerte (Is 52,13-53,1).

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55. Disquisición de Orígenes con rabinos

Acuerdóme que, una vez, en una disquisición con los que entre los judíos se llaman sabios, me valí de estas profecías. Según el judío, esto fue profetizado sobre el pueblo entero, como si fuera un solo individuo ". El pueblo habría sido disperso y azotado, a fin de que, con ocasión de la dispersión de los judíos entre muchas naciones, muchos se hicieran prosélitos, y en este sentido explicaba el paso: Tu forma será sin gloria entre los hombres; y lo otro: Lo verán aquellos a quienes no fue anunciado, y lo de: Hombre que sufre azote. Muchas cosas dije yo entonces, en la discusión, para demostrar que no tenían razón de referir al pueblo entero lo que fue profetizado sobre un solo individuo. Así les preguntaba qué persona decía: Este carga sobre sí nuestros pecados y sufre dolores por nuestras iniquidades. Y lo otro: El fue llagado por nuestros pecados y maltratado por nuestras iniquidades. ¿Y qué persona dice: Por su llaga hemos sanado nosotros? Eso lo dicen, evidentemente, por boca del profeta, que lo vio de antemano y, por inspiración del Espíritu Santo, cometen esa prosopopeya, los que, enfermos antes por sus pecados, fueron sanados por la pasión del Salvador, ora procedieran de aquel mismo pueblo, ora de la gentilidad. Pero lo que, a mi parecer, los puso en mayor aprieto fue el texto que dice: Por las iniquidades de mi pueblo fue conducido a la muerte. Porque si, como ellos dicen, el pueblo es el objeto de la profecía, ¿cómo puede decirse haber sido conducido este hombre a la muerte por las iniquidades del pueblo de Dios, de no ser distinto del pueblo de Dios? ¿Y quién es este hombre sino Jesucristo, por cuyas llagas hemos sanado los que creemos en El? El, que despojó a los principados y potestades que nos dominaban y las expuso a la ignominia sobre el madero (Col 2,15).

Ahora, declarar punto por punto la profecía y no dejar nada sin averiguar, no es tema de este momento. Ya lo dicho se ha dilatado un tanto, forzosamente, a lo que creo, por razón del texto alegado del judío de Celso.

Libro primero

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56. El "almo 44

Mas a Celso y al judío que por él habla se le pasó por alto, como se les pasa a cuantos no creen en Jesús, que las profecías hablan de doble advenimiento de Cristo: el primero, sujeto a los padecimientos humanos y humilde; en éste, conviviendo Cristo con los hombres, tenía que enseñarles el camino que lleva a Dios y no dejar a nadie de este mundo posible excusa en el sentido de ignorar el venidero juicio de Dios. El segundo será glorioso y sólo divino, sin que a la divinidad afecte sufrimiento alguno humano. Ahora bien, citar todas las profecías sería cosa demasiado larga. Baste de momento alegar el salmo 44, que se titula ser, entre otras cosas: "Cántico sobre el amado", y en que claramente se lo proclama Dios con estas palabras:

Tus labios de la gracia están bañados,

así Dios te bendijo para siempre.

Pues ciñe ya tu espada, ¡oh Poderoso!,

tu prez y tu hermosura.

Con próspera ventura monta el carro,

por la fe y la justicia,

y tu diestra te enseñe claros hechos.

Tus flechas son agudas, ¡oh Potente!,

los pueblos se te rinden y, de miedo,

¡desfallecen del rey los enemigos! (v.3-6).

Atiende cuidadosamente a lo que sigue, en que se le llama Dios:

Y durará tu trono, ¡oh Dios!, por mil edades,

cetro justo es el cetro de tu reino.

Amas lo justo y bueno,

y aborreces lo inicuo.

Por eso te ungió Dios, el que es Dios tuyo,

con óleo de alegría, con ventaja

sobre tus pares (v.7-8).

Y considera que hablando el profeta con Dios, cuyo trono es por los siglos del siglo y tiene por cetro de su reino la vara o cetro de justicia, este Dios dice haber sido ungido por el Dios que era Dios suyo; y fue ungido porque, con ventaja sobre sus compañeros, amó la justicia y aborreció la iniquidad. Yo recuerdo haber puesto completamente en aprieto al judío reputado por sabio con este texto; no sabiendo cómo desentenderse de él, dijo por fin lo que se ajustaba a su judaismo, a saber, que las palabras: Y durará tu trono, ¡oh Dios!, por mil edades, cetro justo es el cetro de su reino, se dijeron por el Dios del universo; por Cristo, empero, estotras: Amas lo justo y bueno y aborreces lo inicuo; por eso te ungió Dios, el que es Dios tuyo, etc.

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57. Filiación señera de Jesús

El judío por cuya boca habla Celso, le dice además al Salvador: "Si dices que todo hombre que nace por disposición de la providencia divina, es hijo de Dios, ¿en qué te diferencias tú de cualquier otro?" A esto le diremos que, ciertamente, todo el que, en expresión de Pablo, no se guía ya por el temor, sino que abraza el bien por el bien mismo, es un hijo de Dios; mas Jesús se diferencia mucho y muchísimo de quienquiera recibe, por razón de su virtud, nombre de hijo de Dios, pues El es como la fuente y principio (PLAT., Phaidros 245c; cf. IV 44,53; VIII 17) de los que son tales. He aquí el texto de Pablo: Porque no habéis recibido otra vez espíritu de servidumbre para temer, sino espíritu de filiación, por el que gritamos: Abba!, Padre (Rm 8,15). "Mas habrá miles", como dice el judío de Celso, "que argüirán a Jesús afirmando haberse dicho de ellos lo que de El fue profetizado". Realmente no sabemos si Celso conoció algunos que, mientras vivieron, quisieron hacer algo semejante a Jesús, proclamándose a sí mismos hijos de Dios o poder de Dios (Ac 8,10). Mas, como quiera que estamos examinando por amor a la verdad cada punto, diremos que, antes del nacimiento de Jesús, apareció entre los judíos un tal Teudas que afirmaba de sí ser hombre grande (Ac 5,36); pero, apenas murió, se dispersaron los que habían sido por él engañados. Después de éste, en los días del empadronamiento, cuando parece haber nacido Jesús, un tal Judas de Galilea arrastró tras sí a muchos del pueblo judío, dándoselas de hombre sabio y en parte revolucionario. Mas, cuando también éste sufrió el rigor de la justicia, se deshizo su enseñanza, que sólo se mantuvo en muy pocos y hasta poquísimos (Ac 5,36-37). Después de los días de Jesús, el samaritano Dositeo quiso persuadir a sus paisanos ser él el Mesías profetizado por Moisés, y parece haber atraído a algunos a su predicación. Mas no será fuera de razón alegar aquí el dicho de aquel Gamaliel de quien se escribe en los Hechos de los Apóstoles, para mostrar que todos ésos fueron ajenos a la promesa y no son ni hijos de Dios ni poderes del mismo; Jesucristo, empero, fue verdaderamente Hijo de Dios. Dijo, pues, allí Gamaliel: St este consejo o esta doctrina es de los hombres, él mismo se deshará, como se deshicieron los planes de todos aquéllos una vez que murieron; mas si es de Dios, no podréis acabar la doctrina de éste, y debéis temer no parezca hacéis la guerra a Dios (Ac 5,38-39).

También el samaritano Simón Mago quiso engatusar a algunos con su magia, y entonces, efectivamente, los engañó; pero ahora no creo se pueda hallar en todo el orbe una treintena de simonianos, y acaso me exceda en el número. En Palestina son escasísimos, y en el resto de la tierra, por donde Simón quiso esparcir su gloria, no se le conoce ni de nombre. Entre quienes aún lo pronuncian, lo toman de los Hechos de los Apóstoles, y son cristianos quienes hablan de él. En fin, la evidencia misma ha demostrado que nada divino había en Simón.

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58. Magos y caldeos

Luego, el judío de Celso, en lugar de los magos de que habla el Evangelio (), dice que unos caldeos, "según relato de Jesús mismo, se habrían puesto en movimiento, cuando él naciera, y vinieron a adorarlo, siendo aún infante, como a Dios, y se lo comunicaron al tetrarca Herodes ". Este habría mandado gentes que mataran a cuantos habían nacido por el mismo tiempo, pensando envolver a éste en la general matanza; no fuera que, a su debido tiempo, se alzara por rey".

Es de ver en todo esto el disparate de no distinguir entre magos y caldeos y no haber visto la diferencia de sus profesiones, falseando así la escritura evangélica. Tampoco se me alcanza la razón por que se calló Celso el hecho que movió a los magos a ponerse en movimiento, y no dijo haber sido la estrella que vieron en Oriente, según está escrito (Mt 2,2)5". Veamos, pues, qué haya de responderse a todo esto.

Yo creo que la estrella vista en Oriente fue nueva", y no se parecía a ninguna de las ordinarias, ni a las esferas fijas ni a las de las esferas inferiores. Por su especie, hubo de ser semejante a los cometas que aparecen de cuando en cuando, o a los meteoros, o a las estrellas con barba o en forma de tonel, o como gusten los griegos de llamar a sus diferentes especies. Y voy a demostrar mi opinión de la siguiente manera.

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59. La superstición astral

Se ha observado que, en los grandes acontecimientos, en los trastornos mayores de la tierra, nacen estrellas semejantes que anuncian cambios de dinastías, guerras o cuanto puede acaecer entre los hombres, capaz de sacudir las cosas de la tierra. Sin embargo, en el libro del estoico Queremón Sobre los cometas hemos leído haberse dado, de algún modo, casos en que los cometas aparecieron también como buen augurio de lo futuro, y él cuenta algunos de esos casos 5!. Ahora bien, si al advenir nuevas dinastías o en otras grandes calamidades aparece un llamado cometa u otra estrella semejante, ¿qué tendrá de sorprendente que apareciera una estrella al nacer Aquel que tamaña novedad venía a traer al género humano e introducir su doctrina no sólo entre los judíos, sino también entre los griegos y muchos pueblos bárbaros? Yo diría que de ningún cometa existe profecía sobre que hubiera de aparecer al advenir este o el otro reino o por este o el otro tiempo; mas del que se levantó al nacer Jesús, profetizó antaño Balaán, según escribió Moisés: De Jacob nacerá una estrella, y un hombre se levantará de Israel (Nb 24,17).

Mas si fuera menester examinar despacio lo que se escribe sobre los magos y la estrella que vieron al nacer Jesús, diríamos lo que sigue, parte a los griegos; parte, distinta, a los judíos.

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60. Falló a los magos su magia

Digo, pues, a los griegos que los magos son gentes que tienen trato con los démones y los invocan para lo que ellos saben y quieren. Y logran sus efectos mientras no aparece o se pronuncia algo más divino y fuerte que los démones y el encanto que los evoca; pero, si se produce una aparición más divina, caen por tierra las energías demónicas, que no pueden resistir a la luz de la divinidad. Ahora bien, es verosímil que también al nacer Jesús, cuando la muchedumbre del ejército celeste (según escribió Lucas y yo lo creo) alabó a Dios diciendo: (Moría a Dios en lo más alto y en la tierra paz, complacencia entre los hombres (Lv 2,13-14), los démones, descubierto su embuste y destruida su energía, perdieran por ello todo su vigor y quedaran debilitados. Y fueron derribados no sólo por los ángeles que acudieron a la región de la tierra por razón del nacimiento de Jesús, sino también por la fuerza " de Jesús mismo y la divinidad que moraba en El. Los magos, pues, al querer continuar sus prácticas habituales que antes ejecutaban por medio de encantamientos y hechizos, como no lo lograran, se dieron a inquirir la causa, que conjeturaban había de ser grande; y, como vieran un signo divino en el cielo, quisieron saber su sentido. Ahora bien, a mi parecer, los magos hubieron de poseer la profecía de Ba-laán, que consignara Moisés, maestro, al cabo, aquél en materia mágica, y en ellas encontraron lo de la estrella y lo otro: Lo veré, pero no ahora; lo tengo por feliz, pero no se acercará (Nb 24,17)". De ahí conjeturaron haber venido ya al mundo el hombre profetizado por la estrella, y, juzgando de antemano que era superior a todos los démones que a ellos se les solían aparecer y obrar entre ellos, se decidieron a irlo a adorar. Vinieron, pues, a Judea, persuadidos que estaban de que había nacido un rey y sabiendo " el lugar donde había nacido, pero ignorando el reino sobre que reinaría. Y trajeron sus dones, que convenían, si cabe decirlo así, a alguien compuesto, a par, de Dios y de hombre mortal, y, una vez conocido el lugar de su nacimiento, se los ofrecieron como símbolos: el oro como a rey, la mirra como a quien había de morir y el incienso como a Dios. Mas como el Salvador del género humano, que es superior a los ángeles, ayudadores de los hombres, era Dios verdadero, un ángel premió la piedad de los magos en" adorar a Jesús, avisándoles por un oráculo que no volvieran a Herodes, sino que marcharan a su patria por otro caminó (Mt 2,12).


Origenes contra Celso 147