Origenes contra Celso 233

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33. Jesús sufre porque quiere

Para burlarse, según él cree, de Jesús, el judío de Celso escribe que conoce lo que dice el Baco de Eurípides: "El Dios mismo, con sólo que yo quiera, me desata" (Eurip., Bacchae 498).

Ahora bien, no son los judíos muy amigos de las letras griegas. Mas demos que algún judío lo haya sido hasta ese punto: ¿Se sigue que Jesús, por el hecho de que no se desató estando atado, no se pudiera desatar? Si no, crea por nuestras Escrituras que también Pedro, encadenado en la cárcel, desatándole un ángel las cadenas, salió de ella (Ac 12,6-9); y Pablo, juntamente con Silas, atado al cepo en Filipos, ciudad de Macedonia, fue desatado por virtud divina, en ocasión que se abrieron las puertas de la prisión (Ac 16,24-26). Pero lo probable es que Celso se ríe de todo esto, si no es que ni leyó de todo punto la historia. Porque seguramente hubiera dicho contra ella que también los hechiceros, con sus encantamientos, desatan cadenas y abren puertas. Y así equipararía los artilugios de los magos con lo que entre nosotros se cuenta.

"Mas ni siquiera el que lo condenó, dice, sufrió nada, como Penteo, que se volvió loco y se despedazó a sí mismo". Pero Celso no sabe que quien condenó a Jesús no fue tanto Pilato, que sabía que por envidia lo habían entregado los judíos (Mt 27,18), cuanto el pueblo judío, y éste sí que fue condenado por Dios, quedó desgarrado y disperso por toda la tierra, más despedazado que Penteo. ¿Y cómo es que pasó adrede por alto lo que se cuenta de la mujer de Pilato, la cual tuvo un sueño y quedó de él tan impresionada que le mandó decir a su marido: No te metas con ese hombre justo, pues por él he sufrido hoy mucho entre sueños? (Mt 27,19).

Y una vez más se calla Celso lo que pone de manifiesto la divinidad de Jesús, y trata de insultarlo por lo que está escrito en los evangelios. Y así trae a cuento los soldados que "hicieron de El chacota, lo cubrieron de un manto de púrpura, lo coronaron de espinas y le pusieron una caña en la mano". Ahora bien, ¿de dónde, Celso, has sabido todo eso, sino de los evangelios? Tú has visto que todo eso son cosas ignominiosas; mas los que las pusieron por escrito no consideraron que tú y los que a ti se parecen haríais burla de ellas, sino que otros tomarían de ahí ejemplo para despreciar a los que se ríen y mofan de quien muere voluntariamente por la religión. Admira más bien el amor a la verdad de los evangelistas y la nobleza de quien todo eso padeció voluntariamente por los hombres; y todo lo soportó con paciencia y magnanimidad, pues no se escribe que, por haber sido condenado a muerte, se "lamentara" ni pensara o dijera nada innoble.

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34. Preguntas viles

Prosigue Celso: "¿Por qué, si no antes, ahora al menos, no muestra algo divino, y se libra a sí mismo de esta vergüenza y se venga a sí mismo y a su Padre de quienes los insultan?" A esto hay que decir que tal pregunta vale tanto como preguntar a los griegos que introducen la providencia y admiten los signos divinos o milagros: ¿Cómo es que Dios no castiga a los que escarnecen a la divinidad y destruyen la providencia? La defensa que sobre este punto aleguen ellos, la alegaremos también nosotros y aún mejor. Por lo demás, algún signo divino se produjo, el eclipse de sol y demás milagros, que pusieron de manifiesto haber en el crucificado algo divino y muy superior al vulgo.

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35. La sangre de Jesús

Luego dice Celso: "¿Y qué dice cuando su cuerpo estaba puesto en el palo? ¿Qué icor salió de él 'cual a los dioses bienhadados correr suele' (Ilíada 5,340.)"?.

Celso habla en son de chunga, pero nosotros le demostraremos, mal que le pese, por los evangelios, que fueron escritos en serio, que del cuerpo de Jesús no corrió el icor mítico de que habla Hornero, sino que, estando ya muerto, uno de los soldados le hirió con la lanza su costado y salió sangre y agua. Y el que lo vio, lo atestigua y su testimonio 'es verdadero; y él sabe que dice la verdad (Jn 19,34). Ahora bien, la sangre de los cuerpos muertos se coagula y no brota de ellos agua limpia; pero la maravilla en el cuerpo muerto de Jesús fue que del costado del cuerpo muerto saliera sangre y agua. Pero la táctita de Celso es aducir frases de los evangelios, torcidamente interpretadas por añadidura, para acusar a Jesús y a los cristianos, y callar lo que demuestra la divinidad de Jesús; mas si se quiere escuchar los signos divinos, lea el Evangelio y vea cómo el centurión y su gente, que custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y los otros fenómenos, temieron sobremanera diciendo: Verdaderamente éste era hijo de Dios (Mt 27,54).

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36. La hiél y el vinagre

Después de esto, el judío '7, que sólo toma del Evangelio frases que cree prestarse a crítica, "le reprocha a Jesús el vinagre y la hiél, como si hubiera sido demasiado propenso a beber y no hubiera sido capaz de resistir la sed, como la resiste muchas veces cualquier otro". Esto tiene su explicación propia" en la tropología; pero aquí es menester10 dar la explicación ordinaria a la dificultad diciendo que fue predicho por los profetas. Efectivamente, en el salmo 68 se escribe en persona de Cristo: Y mezcláronme hiél en la comida, y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22). Digan los judíos quién es el que esto dice en la profecía y demuéstrennos por la historia quién tomó por comida hiél y fue abrevado en su sed con vinagre. Y si van tan lejos que digan que al Mesías que ellos piensan ha de venir le acontecerán estas cosas, nosotros les replicaremos: ¿Y qué inconveniente hay en que se haya cumplido ya lo profetizado? Y esto que se predijo con tantos años de anticipación, si se junta a las otras predicciones proféticas, es argumento bastante para mover a quien inteligentemente examine el conjunto de las cosas a admitir que Jesús es el Mesías profetizado e Hijo de Dios.

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37. Recriminaciones contra judíos

Después de esto nos dice a nosotros especialmente el judío: "¿Conque nos recrimináis a nosotros, ¡oh fidelísimos de vosotros!, porque no tenemos a éste por Dios ni convenimos con vosotros en que padeció todo eso en beneficio de los hombres, a fin de que también nosotros despreciáramos los suplicios?" A esto responderemos que, en efecto, recriminamos a los judíos que, criados a los pechos de la ley y los profetas que de antemano anuncian a Cristo, ni resuelven los argumentos con que nosotros demostramos que Jesús es el Mesías, resolución que les procuraría alguna excusa para no creer; ni, ya que no los resuelvan, creen en el que fue claramente profetizado y demostró a sus discípulos, aun después del tiempo de su encarnación, que todo eso lo sufrió por amor de los hombres. Y es así que el fin de su primer advenimiento no fue juzgar las obras de los hombres antes de enseñarles y darles ejemplo de cómo debían portarse, ni tampoco castigar a los malos y salvar a los buenos. No; el Señor quería primeramente sembrar su propia doctrina milagrosamente y con cierta virtud divina entre todo el género humano, tal como lo habían predicho también los profetas. Les recriminamos, además, que cuando les demostraba la virtud que habitaba en El 2° no le creyeron, sino que dijeron que, en virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, arrojaba del alma de los hombres a los' demonios (Mt 12,24 Mt 9,34). Les recriminamos también de que no reconocieran su amor a los hombres en no dejar no ya una ciudad, mas ni una aldea en que no anunciara el reino de Dios, sino que le calumniaron y vituperaron de vagabundo que andaba errante en un cuerpo innoble (I 61,69). Porque no es cuerpo innoble el que soportó tantos trabajos por el bien de quienes, dondequiera, pueden oír la palabra de Dios.

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38. Mentira patente

Mas ¿cómo no calificar de mentira patente lo que dice el judío de Celso, que "Jesús no convenció a nadie mientras vivió, ni siquiera a sus discípulos; fue castigado y sufrió tales ignominias"? Porque ¿de dónde nació la envidia contra El de los que entre los judíos eran príncipes de los sacerdotes, ancianos y escribas, sino de las muchedumbres que lo seguían hasta los mismos desiertos, persuadidas y subyugadas no sólo por la consecuencia de sus discursos-pues hablaba siempre tal como convenía a sus oyentes-, sino también por sus milagros, con que impresionaba a los mismos que no creían por la consecuencia de sus discursos? ¿Cómo no tener por mentira patente "que no convenciera ni a sus discípulos"? Cierto que, por miedo (pues no estaban aún ejercitados en la fortaleza), sufrieron lo que suelen sufrir los hombres, pero no hasta el punto de perder su fe en El como Mesías. Y es así que Pedro, des-.pués de negarle, al darse cuenta del mal que había hecho, salió afuera y lloró amargamente (Mt 27,75). En cuanto a los otros, si es cierto que se desalentaron ante lo que sucedió, aún lo siguieron admirando, y luego, al aparecérseles resucitado, se fortalecieron en la fe, mucho más que antes, de que El era Hijo de Dios.

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39. Indigno de un filósofo

Algo indigno de un filósofo sufrió Celso al imaginar que la superioridad de Jesús entre los hombres no consiste en su doctrina de salud y en su carácter puro: Jesús debiera haber obrado contra lo que pedía la persona que asumiera y, habiendo asumido la mortalidad, no morir, o, caso de morir, no con muerte que pudiera servir de ejemplo a quienes, justamente por ese hecho, sabrían morir por la religión y confesarla francamente ante quienes yerran en materia de religión e irreligión. Son los que tienen a los hombres religiosos por los más irreligiosos y se imaginan ser religiosísimos los que yerran sobre Dios y aplican a cualquier cosa menos a Dios la recta idea de Dios. Lo cual es señaladamente cierto cuando se abalanzan hasta quitar la vida a quienes se han rendido con toda el alma, hasta la muerte, a la evidencia de un Dios único y supremo.

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40. El ejemplo de Sócrates

Celso acusa además a Jesús por boca del ficticio judío de que "no se mostró puro de todos los males". Díganos entonces ese sabio de Celso de qué males no se mostró puro> Jesús. Porque si afirma que no estuvo limpio de los males propiamente dichos, demuestre claramente una sola obra mala en El; pero si entiende por males la pobreza y la cruz y las insidias de hombres malvados, es evidente que afirma haberle también sucedido males a Sócrates, que no había podido mostrarse limpio de todo mal2I. Ahora bien, cuan grande sea la muchedumbre de filósofos griegos pobres y que voluntariamente abrazaron la pobreza, el vulgo mismo lo sabe por lo que de ellos se escribe. Así, de un Demócrito, que dejó sus campos para pastos de ovejas; de un Grates, que se liberó a sí mismo haciendo merced a los tebanos de todo el dinero que logró de la venta de todos sus bienes (Dioc. LAERT., VI 87). Y Diógenes, por su extrema parquedad, vivía en un tonel, y nadie que tenga siquiera mediana inteligencia dirá que por ello viviera Diógenes entre males (Dioc. LAERT., VI 23).

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41. La fe en Jesús se acrece constantemente

Niega Celso, además, que Jesús "estuviera exento de toda reprensión". Pues demuéstrenos quién de los que abrazaron su doctrina consignó por escrito nada verdaderamente reprensible en Jesús. Y si su acusación de reprensible no se funda en ellos, muéstrenos dónde se informó para decir que no fue irreprensible. Jesús hizo creíbles sus promesas por los beneficios que hizo a los que se le adhirieron. Y nosotros, que vemos continuamente cómo se cumple lo que El dijo antes que sucediera: que este evangelio se predica en todo el mundo (Mc 13,10), que sus discípulos marchan a todos los pueblos y por dondequiera se anuncia su palabra (Mt 28,19) y son llevados ante gobernadores y reyes no por otra causa que su enseñanza (Mt 10,18), lo admiramos atónitos y día a día fortalecemos nuestra fe en El. Yo no sé con qué hechos mayores y más patentes quería Celso hiciera Jesús creíbles sus profecías; a no ser que, a lo que se ve, el Lagos, que es Jesús hecho hombre, no quisiera que sufriera nada humano, ni se convirtiera para los hombres en noble ejemplo de cómo haya que soportar los acontecimientos adversos. Estos le parecen acaso a Celso la cosa más lamentable e ignominiosa, pues para él el dolor es el mayor de los males, y el placer, el bien sumo. Mas pareja opinión no la sostuvo ninguno de los filósofos que creen en la providencia y confiesan que el valor, la constancia y magnanimidad son virtudes. En conclusión, no desacreditó Jesús la fe en El por lo que sufrió; más bien la fortaleció en quienes están dispuestos a abrazarse con el valor y saben, enseñados por El, que la vida propia y verdaderamente bienaventurada no es de este mundo, sino del que, según sus propias palabras, se llama siglo presente (Mt 12,32). El vivir, empero, en el que se llama siglo presente (Ga 1,4) es una desgracia o el primero y mayor combate del alma.

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42. El "descensus ad inferos"

Luego se vuelve a nosotros y nos dice: "No diréis, por cierto, que, no habiendo logrado persuadir a los de la tierra, marchó al Hades a convencer a los de allá". Ahora, pues, mal que pese a Celso, le diremos que, mientras estuvo en el cuerpo, no persuadió a pocos, sino a tantos en número, que, por razón de su muchedumbre, se conspiró contra su vida; y, cuando vino a ser alma desnuda del cuerpo, conversó con almas desnudas del cuerpo y de ellos convirtió las que quisieron convertirse o las que, por las razones que El sabía, vio eran más idóneas.

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43. Los discípulos de Jesús, crucificados nentre ladrones"

Después de esto, no sé por qué razón dice algo por extremo tonto: "Si vosotros, inventándoos defensas absurdas sobre cosas en que ridiculamente habéis sido engañados, creéis realmente defenderos, ¿qué inconveniente hay en que también otros que fueron condenados a término aún más miserable sean tenidos por mensajeros de Dios más grandes y divinos que Jesús?" Pero es patente a todo el mundo que Jesús, que padeció lo que de El se escribe haber padecido, nada tiene que ver, absoluta y evidentemente, con quienes salieron de este mundo "de manera aún más miserable" por hechicerías o por cualquier otro crimen. Nadie, en efecto, puede presentar una obra de hechiceros que convierta a las almas de los muchos pecados que se dan entre los hombres y toda la inundación de la maldad.

Además, el judío de Celso, comparando a Jesús con ladrones, dice: "Con impudencia semejante pudiera alguien decir de un ladrón y asesino ejecutado: Este no era ladrón, sino un dios, pues predijo a su banda que padecería las cosas que efectivamente padeció". A esto puede decirse primeramente que no es el haber predicho que sufriría lo que sufrió, la razón por que nosotros tenemos tan alta idea de Jesús como cuando, por decirlo así, proclamamos con franqueza que vino a nosotros de parte de Dios. En segundo lugar decimos que esa comparación fue de algún modo predicha en los evangelios, pues Dios fue contado por los inicuos entre los inicuos (Mc 15,28); ellos, que prefirieron se diera libertad a un ladrón que por una sedición y homicidio había sido echado en la cárcel y se crucificara a Jesús, como en efecto lo crucificaron, entre dos ladrones (Mt 20,23 Mt 38). Y todavía sigue Jesús siendo crucificado entre ladrones en sus genuinos discípulos, que dan testimonio de la verdad, y sufre de parte de los hombres la misma condenación que los ladrones. Decimos, pues, que, si quienes aceptan todo tormento y todo género de muerte por su piedad para con el Creador y a trueque de conservarla sincera y pura conforme a la enseñanza de Jesús; si ésos, decimos, tienen algo de común con ladrones, es claro que también Jesús, padre de esta doctrina, es lógicamente comparado por Celso con ladrones. Pero ni El, que murió por el común provecho; ni sus discípulos, que padecen por la religión y son los únicos de entre los hombres a quienes se persigue por razón del modo de honrar a Dios que a ellos les parece mejor, son justamente ejecutados; ni en la conjura contra Jesús hubo rastro de religión.

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44. Flaqueza y valor de los apóstoles

De ver es también la superficialidad con que habla de los discípulos que Jesús tuvo en vida, diciendo: "Además, los que en vida convivieron con El y escucharon su voz y lo tenían por maestro, cuando lo vieron morir entre suplicios, no murieron con El ni por El, ni soñaron en despreciar los tormentos. Es más, negaron ser sus discípulos. ¡Y ahora vosotros morís con El!" Una vez más, para acusar nuestra doctrina, cree Celso en el pecado que cometieran los discípulos, apenas aún iniciados y débiles e imperfectos, y que se consigna en los evangelios, pero pasa completamente en silencio lo que después de su pecado llevaron a cabo: con qué libertad hablaron a los judíos, los infinitos padecimientos que de parte de ellos soportaron y cómo, finalmente, dieron su vida por la doctrina de Jesús. No quiso Celso oír que Jesús le predijo a Pedro: Mas, cuando seas viejo, extenderás tu mano, etc. A lo que añade la Escritura: Esto lo dijo significando con qué género de muerte glorificaría a Dios (Jn 21,18); ni que Santiago, apóstol y hermano de un apóstol, fue muerto a filo de espada por Herodes por causa de la doctrina de Cristo (Ac 12,2); ni cuánto hicieron Pedro y los otros apóstoles predicando libremente la palabra de Dios y cómo, después de azotados, salieron gozosos de la presencia del sanhedrin, porque habían sido tenidos por dignos de sufrir afrenta por el nombre de Jesús (Ac 5,41). De ese modo superaban muchas de las cosas que se cuentan entre los griegos sobre la constancia y valor de los que se consagraron a la filosofía. Así, pues, desde el principio se afianzó, sobre todo entre los oyentes de Jesús, su enseñanza sobre el desprecio de la vida que sigue el vulgo y el empeño por vivir vida semejante a la de Dios.

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45. Repeticiones de Celso

Mas ¿cómo absolver de mentira al judío de Celso cuando dice: "Mientras vivió en este mundo sólo pudo ganarse a diez marinos y alcabaleros, gentes perdidísimas (cf. I 62), y ni siquiera a todos"? Porque es evidente que los mismos judíos pueden confesar que no fueron sólo diez los que ganó, ni sólo cien, ni mil, sino, de golpe, una vez cinco mil (Mt 14,21) y otra cuatro mil (15,38). Y hasta punto tal los ganó que le siguieron hasta el desierto, único capaz de contener tanta muchedumbre de gentes que creían en Dios por medio de Jesús. Y allí les ofreció no sólo discursos, sino también obras. Por lo demás, Celso, al repetirse, nos obliga también a repetirnos, pues queremos evitar piense nadie que pasamos por alto acusación alguna de las que nos hace. Y en el punto de que tratamos, según el orden que seguimos, dice: "Si viviendo no pudo El mismo convencer a nadie y, una vez muerto, todo el que quiere convence a tantos, ¿no será esto por extremo absurdo?" Mas si hubiera querido hablar consecuentemente, debiera haber razonado así: Si, una vez muerto El, persuade no simplemente todo el que quiere, sino el que quiere y puede a tanta gente, ¿cuánto más razonable no será pensar que, mientras estuvo en vida, persuadió a muchos más por su poderosa palabra y por sus obras?.

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46. Por qué creemos en Cristo... según Celso

Luego, Celso nos hace esta pregunta: "¿Con qué razonamiento os movisteis a creer que éste era Hijo de Dios?" Y él mismo se da la respuesta como si fuera nuestra; pues finge que nosotros respondemos "habernos movido, porque sabemos que su suplicio fue para destruir al padre de la maldad". Pero nosotros nos movimos por otros infinitos motivos, de los que hemos expuesto anteriormente una parte mínima y, con la ayuda de Dios, expondremos otros, no sólo en la refutación que llevamos entre manos del que Celso tiene por Discurso verdadero, sino en muchos otros lugares. Y, como si nosotros dijéramos que tenemos a Jesús por hijo de Dios por haber sufrido suplicio de muerte, dice Celso: "¿Pues qué? ¿No fueron también otros ajusticiados, y no menos ignominiosamente?" En lo que hace Celso algo semejante a los más míseros enemigos de nuestra religión, los cuales se imaginan que, por contarse haber sido Jesús crucificado, es natural que demos culto a todos los crucificados.

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47. Vuelta sobre los milagros de Jesús

Muchas veces ya (I 6,68.71; II 32), incapaz de negar los milagros que se escribe haber hecho Jesús, trata Celso de desacreditarlos como hechicerías; y muchas veces, según nuestras fuerzas, hemos replicado a sus razones. Mas ahora habla como si nosotros respondiéramos que hemos tenido a Jesús por Hijo de Dios "porque curó a cojos y ciegos". Y añade: "Y, según vosotros decís, resucitó también muertos" 23. Ahora bien, que curó cojos y ciegos, por lo cual lo tenemos por Mesías Hijo de Dios, es para nosotros patente por el hecho de que también está escrito en las profecías: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos; entonces saltará el cojo como ciervo (Is 35,5). También resucitó muertos, y que tales resurrecciones no sean ficción de los autores de los evangelios pruébase por esta consideración: de tratarse de una ficción, se hubieran consignado muchos más muertos resucitados y que llevaran más días en los sepulcros; pero, como no se trata de ficción, son muy contadas las resurrecciones de que se habla: la de la hija del presidente de la sinagoga, de la que, no sé por qué razón, dijo Jesús : No está muerta, sino que duerme (Lc 8,52), diciendo sobre ella algo que no conviene a todos los muertos; y la del hijo único de la viuda, del que tuvo compasión y lo resucitó haciendo parar a los portantes del féretro (Lc 7,11-17), y la tercera, la de Lázaro, que llevaba ya tres días en la tumba (Jn 11,38-44). Y añadiremos a este propósito para los de mejor inteligencia y, señaladamente, para el judío, que, como en los días del profeta Elíseo había muchos leprosos y ninguno de ellos fue curado, excepto Naamán, sirio; y como había muchas viudas en tiempo del profeta Elias, y a ninguna fue Elias enviado, excepto a Sarepta de Sidonia (Lc 4,27-29), pues sólo ella, por cierto juicio divino, fue digna del milagro que el profeta obró sobre los panes (1R 17,11-16); así, muchos muertos había en los días de Jesús, pero sólo resucitaron los que el Logos creyó idóneos para la resurrección, a fin de que lo que el Señor hacía no sólo fuera símbolo de ciertas cosas, sino que atrajera también por ello a muchos a la admirable doctrina del Evangelio.

Pero yo diría, además, que, conforme a la promesa de Jesús (Jn 14,12), sus discípulos hicieron mayores milagros que los que El hizo en el orden sensible. Y es así que continuamente se abren los ojos de ciegos de alma; y los oídos de quienes estaban sordos a las palabras de la virtud oyen de buena gana hablar de Dios y de la vida bienaventurada en Dios; y muchos cojos de los pies del que la Escritura llama hombre interior (Rm 7,22), ahora, curados por el Verbo, no saltan simplemente, sino que saltan como un ciervo, animal enemigo de las serpientes y superior al veneno de las víboras. Y estos cojos, una vez curados, reciben de Jesús potestad de pisar con los pies de que antes cojeaban por encima de las serpientes y escorpiones de la maldad y, en absoluto, sobre toda la maldad del enemigo (Lc 10,19). Y, al pisarlo, no reciben daño, pues también ellos se han hecho superiores a toda maldad y al veneno de los démones.

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48. Nuevo ataque a los milagros

Ahora bien, Jesús no quiso simplemente avisar a sus discípulos que no prestaran atención a hechiceros y a quienesquiera prometen milagros por la vía que fuere (sus discípulos no necesitaban de este aviso), sino precaverlos más bien contra los que se proclamaran ser el Cristo de Dios y, por medio de ciertos aparentes prodigios, trataran de atraerse a los discípulos de Jesús. En este sentido dice una vez Jesús: Si alguno os dijere entonces: "Mirad, aquí o allí está el Cristo" (o Mesías), no lo creáis. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios hasta el punto de extraviar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que os lo he dicho de antemano. Si, pues, os dijeren: "Mirad que está en el desierto", no salgáis; "Mirad que está en los graneros", no lo creáis. Porque, como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre (Mt 24,23). Y en otro lugar: Muchos me dirán aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos comido en tu nombre, y en tu nombre hemos bebido, y en tu nombre hemos arrojado los demonios y hemos hecho muchos milagros?" Y yo les responderé: "Apartaos de mí, porque sois obradores de iniquidad" (Mt 7,22).

Celso, empero, queriendo equiparar los milagros de Jesús con la magia humana, dice textualmente: "¡Oh luz de la verdad! Con sus propias palabras, según vosotros mismos consignasteis por escrito, anuncia que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes siendo unos malvados hechiceros". Y hasta nombra a un cierto Satanás como autor de tales tramoyas. Así, ni él mismo niega que todo esto no tiene nada de divino, sino que son obras de hombres malvados. Y, forzado de la verdad, descubrió los artilugios de los otros y desacreditó, a par, los suyos propios. Ahora bien, ¿no es cosa miserable tener, por las mismas obras, a uno por un dios y a otros por hechiceros? ¿Por qué razón, si a esos hechos nos atenemos, tener por más malvados a los otros que a éste, más que más que él nos vale de testigo? Todo eso confesó él mismo no ser signos de naturaleza divina, sino de gentes embusteras y padrones de toda maldad". Veamos en estas palabras si no queda Celso convicto de tergiversar nuestra doctrina, pues una cosa es lo que dice Jesús sobre los que obrarán milagros y prodigios, y otra la que afirma el judío de Celso. A la verdad, si Jesús dijera simplemente a sus discípulos que se guardaran de los que profesan hacer milagros y no añadiera quiénes dirán que son, tendría acaso algún lugar la sospecha del judío; pero de quienes quiere Jesús que nos guardemos es de los que afirman ser el Mesías, cosa que no hacen los hechiceros. Como dice, además, que algunos, no obstante vivir mal, harán milagros en el nombre de Jesús y arrojarán de los hombres los demonios, más bien se destierra, por decirlo así, por ese pasaje " la hechicería y toda sospecha de la misma. Se demuestra, en cambio, lo que hay de divino en Cristo y en sus discípulos, pues resulta posible que alguien, valiéndose del nombre de Cristo y movido, no sé cómo, por cierta potencia, parezca realizar milagros parecidos a los de Cristo para darse él mismo por Cristo; y otros, en el nombre de Jesús, otros parecidos a sus auténticos discípulos.

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49. El misterio de la iniquidad

Y Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses, declara cómo un día se revelará el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, el que se opone y se levanta sobre todo el que se dice Dios o cosa santa, hasta el punto de sentarse en el templo de Dios y hacer él mismo ostentación de Dios. Y a los mismos tesalonicenses les dice: Y ahora ya sabéis lo que lo retiene para que se revele en su propio tiempo. Porque ya está operando el misterio de la iniquidad, sólo hasta que sea quitado del medio el que retiene. Y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor Dios matará con el aliento de su boca, y lo aniquilará con la manifestación de su advenimiento; a él, cuyo advenimiento es según la operación de Satanás en todo poder y signos mentirosos, y en todo linaje de embuste inicuo para los que se pierden. Y explicando la causa de que se le permita al inicuo venir al mundo, dice: Por no haber recibido el amor de la verdad para salvarse. Y por eso les envía Dios una operación de error para que crean en la mentira, y así sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad ().

Pues diga ahora quienquiera si hay algo en el Evangelio o en el Apóstol que pueda dar lugar a sospecha de que, en ese pasaje, se preconiza la magia. Y a mano de quienquiera está tomar de Daniel la profecía sobre el anticristo (7,23-26). En conclusión, Celso tergiversa las palabras de Jesús, pues El no dice que vendrán quienes hagan milagros semejantes, siendo hombres malvados y hechiceros, y Celso afirma que eso dice. No, así como la virtud de los hechiceros de Egipto no era semejante a la gracia maravillosa de Moisés (Ex 7,8-12), sino que el fin demostró que en los egipcios se trataba de trucos y lo de Moisés era divino, así las obras de los anticristos y de quienes pretenden hacer milagros como si fueran discípulos de Jesús, se dicen ser signos y prodigios de mentira, que tienen fuerza en todo engaño de iniquidad para los que perecen; mas las obras y milagros de Cristo y de sus discípulos no dan por fruto el engaño, sino la salud de las almas. Porque ¿quién con un adarme de razón dirá proceda del engaño la enmienda de la vida y la represión, mayor cada día, de la maldad?

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50. Disquisición origeniana

Algo vio, sin duda, Celso en la Escritura cuando le hizo decir a Jesús que "cierto Satanás armaría todas esas tramoyas". Pero saca una conclusión precipitada diciendo que "ni Jesús mismo niega que nada tiene todo eso de divino, sino que son obras de malvados". Con ello pone en el mismo género cosas que son género distinto. Como el lobo y el perro, aunque aparentemente se asemejan en la forma del cuerpo y en el aullido, no son de la misma especie, como no lo son tampoco la paloma torcaz y la doméstica; así nada tiene de semejante lo que se hace por virtud divina y lo que procede de la magia.

Pero, además, a las malignas argucias de Celso diremos también lo que sigue: ¿Conque pueden darse milagros de la magia en virtud de los malos espíritus y no podrá realizarse milagro alguno que proceda de la naturaleza divina y bienaventurada? ¿Conque la vida de los hombres tendrá que soportar lo peor y no le quedará por ningún cabo lugar para lo mejor? A mi parecer hay que sentar en todo este principio: Dondequiera hay algo malo que pretende ser de la misma especie que el bien, allí tiene por fuerza que haber algo bueno que se le oponga. Así, dado que hay cosas que se llevan a cabo M por magia, es de absoluta necesidad haya en la vida cosas que se realizan por operación divina. Y, lógicamente, o hay que negar ambas cosas y decir que no se da ni una ni otra, o, afirmada una y, señaladamente, la mala, hay que confesar también la buena. El que afirmara lo que procede dé la magia, pero negara lo que viene de la operación divina, me parecería a mí como el que afirmara que existen sofismas y proposiciones persuasivas, carentes de verdad, no obstante pretender demostrar la verdad, pero no verdad alguna entre los hombres, ni dialéctica con derecho de ciudadanía, opuesta a los sofismas. Ahora bien, si admitimos ser consecuente haya de haber entre los hombres algo que se opera por virtud divina desde el momento que es una realidad la magia y hechicería operada por malos espíritus, encantados por curiosos encantamientos y obedientes a las órdenes de los magos, ¿por qué no hemos de examinar con diligente examen a los que prometen realizar milagros, por su vida y carácter y circunstancias de los milagros, y ver si los hacen para daño de los hombres o para corrección de las costumbres? Así averiguaremos quién hace todo eso en servicio de los démones, y quién, estando en tierra limpia y santa (Ex 7,8), según alma y espíritu y hasta (opino yo) según el cuerpo delante de Dios, habiendo recibido cierto espíritu divino, realiza esas cosas para bien de los hombres y para incitarlos a creer en el verdadero Dios. Ahora bien, si es menester indagar, sin prejuicios, sobre los milagros, quién los hace con buen fin y quién con malo, de suerte que ni los condenemos todos, ni todos los admiremos y aceptemos como divinos, ¿cómo no ha de saltar a los ojos, por las circunstancias que concurrieron en Moisés y Jesús, pues por sus milagros se constituyeron pueblos enteros, haber hecho por virtud divina lo que de ellos se escribe que hicieron? A la verdad, por maldad y arte de encantamiento no se hubiera constituido todo un pueblo, que no sólo abandona los ídolos y templos, obra de hombres, sino que sobrepasa toda la naturaleza creada y se remonta al principio increado del Dios del universo.


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