Origenes contra Celso 251

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51. Paralelo entre Moisés y Jesús

Mas, puesto que es un judío el que habla en el libro de Celso, le podemos preguntar: ¿Cómo es, amigo, que tú crees ser cosas divinas las que tus Escrituras consignan haber hecho Dios por medio de Moisés y te esfuerzas en defenderlas contra los que las calumnian y las ponen al nivel de lo que hacen por arte de magia los sabios de Egipto, y niegas, en cambio, sea divino lo que tú mismo confiesas haber hecho Jesús, con lo que imitas a los egipcios, que están contra ti? El resultado, que fue constituirse toda una nación gracias a los milagros operados por Moisés, demuestra evidentemente haber sido Dios quien todo eso hizo por medio de Moisés. ¿Cómo no se demostrará lo mismo en el caso de Jesús, que llevó a cabo obra superior a la de Moisés? Y es así que Moisés sacó de Egipto a un pueblo que, por' tradición, como descendencia de Abrahán, guardaba la circuncisión y era celoso de las costumbres del mismo Abrahán, lo que lo disponía grandemente para seguirlo; y luego le dio leyes que tú crees ser divinas. Jesús, empero, acometió obra más audaz, pues introdujo la manera de vida conforme al Evangelio en modos de vivir de antes arraigados y en costumbres tradicionales y en formas de educación que seguían las leyes establecidas. Y, como Moisés necesitó de milagros para que le creyeran, no sólo el senado (de ancianos), sino también el pueblo-milagros que constan en las Escrituras-, ¿por qué no los había de necesitar también Jesús para ser creído de las gentes del pueblo, acostumbrados a pedir milagros y prodigios? Antes bien, debían ser mayores y más divinos en parangón con los de Moisés, pues tenían que apartar a los creyentes de las fábulas judaicas y de las tradiciones humanas que estaban vigentes entre ellos, y hacerles aceptar que quien esto enseñaba y llevaba a cabo era más grande que los profetas. ¿Y cómo no había de ser más grande que los profetas quien por los profetas había sido pregonado como Mesías y salvador del género humano?

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52. Se retuerce el argumento

Por lo demás,' todo lo que el judío de Celso dice contra los que creen en) Jesús puede retorcerse en contra de Moisés; de suerte que puede decirse que en nada se diferencian la magia de Jesús y la de Moisés; pues, de atenernos a lo que dice el judío1 de Celso, una y otra se prestan a los mismos reproches. Así, acerca de Cristo, dice el judío de Celso: "¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama eso Jesús sin ambages, según vosotros mismos lo consignasteis por escrito, pues vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros". Y sobre Moisés puede decir un incrédulo, sea griego, sea egipcio, sea cualquier otro, dirigiéndose al judío: "¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama Moisés sin ambages, como vosotros mismos lo consignasteis por escrito, que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros". Escrito está, efectivamente, en vuestra ley: Si se levantare en medio de ti un profeta o uno que sueña sueños, y te diere una señal o prodigio y se cumpliere la señal o prodigio y te dijere: "Vamos y sigamos a dioses extraños que tú no conoces, y adorémoslos, no escucharás las palabras de aquel profeta o soñador de sueños", etc. (Dt 13,1-3). El judío, para desacreditar las palabras de Jesús, dice: "Y nombra a cierto Satanás como armador de tales tramoyas"; mas el que quiera retorcer esto contra Moisés dirá que "nombra a un profeta soñador que arme tales tramoyas". El judío de Celso dice sobre Jesús que "ni El mismo niega que todo esto nada tiene de divino, sino que son obras de malvados"; y, por el mismo caso, el que no tenga fe en Moisés, dirá, alegando el texto susodicho, que "ni el mismo Moisés niega que en todo esto no hay nada de divino, sino que son obras de malvados". Y lo mismo hará con estotras palabras: "Forzado por la verdad, descubrió Moisés a par los artilugios de los otros y refutó los suyos propios". Y al judío que arguye así: "¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga por un dios y a los otros por hechiceros?", se le podría contestar por el texto citado de Moisés: "¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga-por profeta y servidor de Dios y a los otros por hechiceros?" Mas ya que Celso insiste en este punto y añade a lo que ya hemos expuesto como cosas que pueden aplicarse a una y otra parte: "Porque ¿qué razón hay, por estos hechos, para tener a los otros por más malvados que a éste, cuando lo podemos tomar a él mismo por testigo?", añadiremos por nuestra parte lo ^siguiente: ¿Qué razón hay, por estos hechos, para tener por malvados aquellos a quienes prohibe Moisés dar fe, aunque hagan ostentación de milagros y prodigios, más que al mismo Moisés, por el hecho de que desautorizó a otros en punto a milagros y prodigios? Y machacando sobre lo mismo, como quien urge el argumento, dice: "Todo esto confesó él mismo no ser señales de una naturaleza divina, sino de impostores, padrones de toda maldad". ¿Quién es, pues, ese "él mismo"? Tú, judío, dices que Jesús; pero el que te eche en cara las mismas faltas aplicará ese "él mismo" a Moisés.

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53. Nueva retorsión

Luego el judío de Celso (para guardar el papel que desde el principio se le concede) dice en la arenga a sus propios conciudadanos que han creído en Jesús, pero apuntando, desde luego, a nosotros: "¿Qué os movió a creer, si no es que predijo resucitaría después de muerto?" También esto, como lo anterior, se puede retorcer contra Moisés. Le preguntaremos, pues, al judío: ¿Qué os movió a creer, si no es haber escrito acerca de su muerte estas palabras: Y muño allí Moisés, servidor de Dios, en tierra de Moab, por mandato del Señor, y lo sepultaron en Moab, cerca de la casa de Fogor. Y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar de su sepultura (Dt 34,5-6). Porque, como el judío toma ocasión de calumniar a Jesús porque dijo que resucitaría después de muerto, a quien así habla le podrá otro replicar que también Moisés escribió en el Deuteronomio (del que es autor) que nadie, hasta el día de hoy, conoce su sepulcro, con intención de hacerlo más venerable y exaltarlo, como desconocido para el género humano .

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54. Celso, contra el argumento de la resurrección

Después de esto, dice el judío de Celso a sus compatriotas que creen en Jesús: "Pues sí, vamos a creer que eso se os ha dicho. Pero ¿cuántos otros no nos vienen con prodigios semejantes para persuadir a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Ahí está un Zamolxis, criado que fue de Pitágoras (HEROD., 4,94), y el mismo Pitágoras en Italia (Dioc. LAERT., VII 41), y Rapsinit en Egipto, de quien se cuenta nada menos que haber jugado a los dados con Deméter en el Hades y que subió de allí con un pañuelo de oro como regalo de ella (HEROD., 2,122); a los que hay que añadir a Orfeo entre los odrisas, a Protesilao en Tesalia, a Heracles en el Ténaro, y a Teseo. Mas lo primero que habría que examinar es si realmente resucitó nadie jamás, de verdad muerto, con su propio cuerpo. ¿O es que pensáis que lo de los otros es puro cuento, y así lo parece, pero que vosotros habéis hallado un desenlace más verosímil y convincente de vuestro drama: aquel grito que lanzó sobre el madero en el momento de expirar, el terremoto y las tinieblas? ¡Y no veis que, vivo, no pudo socorrerse a sí mismo, para que resucitara después de muerto y mostrara las señales de su suplicio y las manos tal como habían sido taladradas! ¿Y quién vio todo eso? Una mujer furiosa, como decís, y algún otro de la misma cofradía de hechiceros, ora lo soñara por alguna disposición especial de su espíritu, ora, según su propio deseo, se lo imaginara con mente extraviada; cosa, por cierto, que ha sucedido a infinitas gentes; o, en fin, lo que es más probable, quisiera impresionar a otros con este prodigio y dar, con parejo embuste, ocasión a otros charlatanes mendicantes".

Ya, pues, que es un judío el que dice esto, defenderemos a nuestro Jesús, como si realmente nuestro adversario fuera un judío, retorciendo una vez más el argumento contra Moisés y diciéndole: ¿Cuántos otros nos vienen con prodigios semejantes a los de Moisés, con el solo fin de embaucar a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Y en cuanto a mentar los prodigios de Zamolxis y Pitágoras, mejor diría con quien no tenga fe en Moisés que con un judío, que no suele tener muchas ganas de saber las leyendas de los griegos. Y más verosímil es que un egipcio, que no cree en los milagros de Moisés, aduzca el ejemplo de Rapsinit. El egipcio afirmará ser más probable que Rapsinit bajara a los infiernos y jugara a los dados con Deméter, le quitara a la fuerza un pañuelo de oro y lo mostrara como señal de haber estado en el Hades y que, en fin, subió de allá, que no lo que escribe Moisés de sí mismo sobre que penetró en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,21), y que él solo, con exclusión de los otros, se acercó a Dios. Escribió, efectivamente, así: Y sólo Moisés se acercará a Dios, mas los otros no se acercarán (Ex 24,2). Así, pues, nosotros, discípulos de Jesús, diremos al judío que así habla: Tú, que nos acusas de nuestra fe en Jesús, defiéndete ahora a ti mismo y di qué responderás al egipcio o a los griegos si las acusaciones que tú has presentado contra Jesús se retuercen contra Moisés. Y si denodadamente luchas por defender a Moisés como que, en efecto, hay razones convincentes y claras en su favor, sin darte cuenta, en lo que alegues en favor de Moisés, demostrarás, aun sin quererlo, que Jesús es más divino que Moisés.

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55. La vida y muerte de los discípulos de Jesús, prueba evidente de su resurrección

El judío de Celso tiene por puro truco los cuentos sobre los héroes que se dice haber bajado al Hades y subido de allí nuevamente. Los héroes, según él, podían haber desaparecido por algún tiempo y sustraerse de la vista de todo el mundo y reaparecer luego como si volvieran del otro (esto parece, en efecto, dar a entender el lenguaje del judío respecto de Orfeo entre los odrisas, de Protesilao en Tesalia, de Heracles en el Ténaro y hasta de Teseo). (Enhorabuena! Pero nosotros le vamos a demostrar que lo que se cuenta acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos no puede parangonarse con estas fábulas. Efectivamente, cada uno de esos héroes de que se habla en los diversos lugares pudo sustraerse a las miradas de las gentes y luego, cuando le pareciera bien, volver a los que antes dejara. Pero Jesús fue crucificado en presencia de todos los judíos y, a la vista del pueblo, fue su cuerpo bajado de la cruz. ¿Cómo se atreven entonces a decir haber él inventado algo parecido a lo de los héroes, que bajara a los infiernos y de allí subiera de nuevo? Nosotros afirmamos más bien que, justamente por razón de las fábulas de los héroes que se cree haber forzado el camino del Hades y bajado allá, puede alegarse en favor de la crucifixión algo como lo que sigue: si suponemos que Jesús murió de muerte oscura y no patentemente ante todo el pueblo judío, y luego resucitara realmente, algún lugar pudiera haber para que de El se dijera lo que se sospecha de los héroes. Acaso, pues, a las otras causas por que fue crucificado Jesús pueda añadirse la de que murió públicamente sobre la cruz para que nadie pudiera decir que se sustrajo voluntariamente de la vista de los hombres, y sólo aparentemente habría muerto, no en realidad; y luego, reapareciendo, habría armado la tramoya de su resurrección. Pero, en mi sentir, el argumento claro y evidente es el de la vida de sus discípulos, que se entregaron a una doctrina que ponía, humanamente, en peligro su vida; una doctrina que, de haber ellos inventado la resurrección de Jesús de entre los muertos, no hubieran enseñado 20 con tanta energía. A lo que hay que añadir que, conforme a ella, no sólo prepararon a otros a despreciar la muerte, sino que lo hicieron ellos los primeros.

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56. Incongruencia

Y es de ver con qué absoluta ceguera habla el judío de Celso, dando por imposible que nadie resucite de entre los muertos con su propio cuerpo: "Pero habría, dice, que examinar si alguien, muerto de verdad, resucitó jamás con su propio cuerpo". Ningún judío habría dicho eso, desde el momento que cree lo que se escribe en el libro tercero y cuarto de los Reyes sobre los dos niños, de los que al uno resucitó Elias (1R 17,21-22) y al otro Eliseo (2R 4,34-35). Yo pienso que Jesús no vino a otro pueblo que el judaico, precisamente porque allí estaban acostumbrados a los milagros; así, comparando los milagros que ya ellos creían con los que Jesús hacía y de El se contaban, vinieran a convencerse de que éste, a quien pasaban cosas mayores y ejecutaba por su parte otras más maravillosas, era superior a todos los otros taumaturgos.

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57. La resurrección de los dos niños y la de Jesús

Luego, ya que el judío ha alegado las leyendas de los que armaron la tramoya de su propia resurrección " de entre los muertos, dice a los creyentes de entre los judíos: "¿O es que os imagináis que lo de los otros son cuentos, y tales parecen, pero que vosotros habéis hallado un desenlace de vuestro drama más congruente y convincente : aquel grito suyo sobre el palo cuando expiró?" Sobre esto responderemos al judío: Esos que tú has alegado, los tenemos también nosotros por cuentos; mas lo que cuentan las Escrituras que nos son comunes a vosotros y a nosotros y no sólo veneráis vosotros, sino por igual nosotros, eso afirmamos no ser en modo alguno cuentos. Por eso no creemos contaran patrañas los autores que en ellas consignaron resurrecciones de muertos, y en la de Jesús creemos como predicha por El mismo y anunciada por los profetas. Y fue tanto más maravillosa la resurrección de Jesús respecto de la de los niños dichos, cuanto que a éstos los resucitaron los profetas Elias y Eliseo; a El, empero, no lo resucitó ningún profeta, sino su Padre del cielo (Ac 2,24). Por eso fueron también mayores los efectos de la resurrección de Jesús que la de aquellos niños. ¿Qué trajo, en efecto, al mundo la resurrección de aquellos niños por obra de Elias y Eliseo, que pueda compararse con los bienes de la resurrección de Jesús al ser predicada y, por virtud divina, creída?

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58. En qué se socorrió, o no se socorrió, Jesús a sí mismo

También tiene por fantasmagoría lo del terremoto y las tinieblas. A esto respondimos ya anteriormente (II 14,33), según nuestras fuerzas, alegando a Flegonte, que cuenta haber acaecido esos fenómenos al tiempo de la pasión de Jesús. Y prosigue diciendo Celso que "el que, vivo, no se socorrió a sí mismo, ¡ muerto iba a resucitar ! ". Y que Jesús "mostró las señales de su suplicio y cómo tenía taladradas las manos". Por nuestra parte le preguntamos a Celso a qué se refiere eso de que "no se socorrió a sí mismo". Porque si se refiere a la virtud, le responderemos que se socorrió en absoluto, pues nada indecoroso dijo ni hizo, sino que, verdaderamente, como oveja •fue conducido al matadero y, como cordero, estuvo mudo ante el que lo trasquila (Is 53,7); y el Evangelio atestigua que Jesús no abrió su boca (Mt 26,63 Mt 27,12-14). Mas si el "no socorrerse" lo toma de las cosas indiferentes y corporales, ya hemos demostrado por los evangelios que a ello fue de pleno grado.

Luego, ya que ha dicho, tomándolo del Evangelio, que Jesús, resucitado de entre los muertos, mostró las señales de su suplicio y las manos taladradas, pregunta así: "¿Y quién lo vio?" Y, a renglón seguido, calumniando a María Magdalena, que se escribe haberlo visto, se contesta: "¡Una mujer frenética, como vosotros decís!" Mas como no sólo se escribe haber visto ella a Jesús resucitado, sino también otros, también a estos trata de insultar el judío de Celso diciendo: "O algún otro de la misma banda de embaucadores".

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59. Falsa explicación de Celso sobre la fe en la resurrección

Luego, como si fuera posible que uno se imagine a un muerto como si estuviera vivo, prosigue diciendo Celso como buen epicúreo: "Eso lo soñó alguien por cierta disposición de espíritu o, conforme a su deseo, se lo imaginó con opinión extraviada, y así lo propaló; fenómeno, dice, que se ha dado ya en infinitas gentes". Esto parece decirse con mucha astucia; sin embargo, no prueba menos un dogma necesario, a saber: que subsiste el alma después de la muerte y que, quien ha abrazado este dogma, no cree en vano sobre la inmortalidad del alma, por lo menos en su pervivencia; y así Platón, en el diálogo sobre el alma, dice que fantasmas como sombras se les han aparecido a algunos en torno a las tumbas (PLAT., Phaid. 81D; cf. infra VII 5). Ahora bien, esas apariciones que se dan en torno a los sepulcros proceden de algo que subsiste, del alma que subsiste en el llamado cuerpo esplendoroso ". Mas Celso no admite nada de eso, sino que quiere que las gentes sueñen despiertas y se imaginen las cosas, con opinión extraviada, conforme a su deseo. Creer que así suceda entre sueños no está fuera de razón; pero no es verosímil en la vigilia, a no ser que se trate de gentes fuera de sí, que sufren delirio o melancolía. Seguramente, por haber previsto Celso esta objeción, llamó frenética a la mujer. Pero nada de eso indica la Escritura, de donde tomó Celso pie para sus acusaciones.

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60. El caso de Tomás

Así, pues, en opinión de Celso, también Jesús, después de su muerte, "emitía cierta apariencia de las llagas que se hizo en la cruz, pero no estaba verdaderamente herido". Mas, como cuenta el Evangelio, algunas de cuyas partes, según le viene en talante, cree Celso, si le dan pie para censurar, y otras no, Jesús llamó a sí a uno de sus discípulos que no creía y tenía el milagro por imposible. Cierto que también él aceptaba el dicho de la mujer que decía haberlo visto, pues no tenía por imposible que se viera el alma de un difunto; lo que no tenía por cierto es que Jesús hubiera resucitado en cuerpo semejante al primero. De ahí es que no dijo solamente : Si no veo, no creo, sino que añadió: Si no meto la mano en el lugar de los clavos y no palpo su costado, no creeré (Jn 20,25). Así hablaba Tomás, porque creía ser posible que un cuerpo de alma puede aparecer a los ojos sensibles, parecido en todo a la forma anterior:

"a ella en talla parecida y ojos bellos

y voz",

"en los vestidos

que el héroe infortunado vistió en vida" (Hom., Ilíada 23,66s).

Llamando, pues, Jesús a Tomás, le dijo: Trae tu dedo aquí y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente (Jn 20,27).

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61. Condición del cuerpo resucitado

Y era consecuente que todo lo que de El se había profetizado (y en las profecías entra también su resurrección), lo que El hizo y lo que le aconteció fuera coronado por este milagro señero. Efectivamente, en persona de Jesús, había pre-dicho el profeta: Mi carne descansará con confianza, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Ps 15,9-10). Por lo demás, después de su resurrección se hallaba Jesús en una especie de estado fronterizo entre la solidez del cuerpo antes de la pasión y la aparición de un alma desnuda del cuerpo. Así se explica que, estando reunidos los discípulos y Tomás con ellos, vino Jesús, a puertas cerradas, se puso en medio de ellos y dijo: La paz sea con vosotros. Y luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo, etc. (Jn 20,26-27). Y en el evangelio de Lucas, cuando Simón y Cleofás 2" iban conversando entre sí sobre todo lo que les había acaecido, Jesús se les juntó en el camino. Y los ojos de ellos estaban cerrados para no reconocerlo; y El les dijo: ¿Qué conversación es esa que lleváis uno con otro mientras vais caminando? Y cuando se les abrieron los ojos y lo reconocieron, dice literalmente la Escritura: Y El desapareció de su presencia (Lc 24,31). Así, pues, aunque Celso se empeñe en equiparar otras apariciones y otros aparecidos con lo que se escribe de Jesús y de quienes lo vieron después de resucitado, todo el que inteligente y discretamente examine los hechos verá patente que se trata de algo más maravilloso.

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62. Jesús no se apareció a todo el mundo

Después de esto, ataca Celso la Escritura de forma que no debe desdeñarse, y dice: "Si Jesús quería realmente hacer ostentación de poder divino, debiera haberse mostrado a los que lo insultaron, al juez que lo condenó a muerte y a todo el mundo en absoluto". Porque, realmente, también para nosotros es evidente que, según el Evangelio, no fue visto Jesús después de su resurrección de la misma manera que aparecía antes en público y a la vista de todos. Cierto que en los Hechos se escribe que, durante cuarenta días, fue visto por sus discípulos y El les daba instrucciones sobre el reino de Dios (Ac 1,3); mas en los evangelios no se dice que estuviera siempre con ellos, sino que una vez se les apareció después de ocho días a puertas cerradas, y se puso en medio de ellos (Jn 20,26), otras veces por modos semejantes. Y Pablo, al final de su carta primera a los corintios, da a entender que no se presentaba ya ante el pueblo como antes de su pasión, pues dice así: Porque yo os he transmitido, en primer lugar, lo mismo que recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y se apareció a Cejas y luego a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos de los que la mayor parte viven aún, y algunos han muerto; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció también a mí (1Co 15,3). Ahora bien, poner en claro la causa por qué Jesús, después de resucitar de entre los muertos, no se manifestó del mismo modo que antes, es punto que encierra grandes y admirables cosas y que superan la comprensión, no ya solamente del vulgo de los creyentes, sino también, en mi opinión, de los muy adelantados. Sin embargo, en una obra que se destina a refutar un discurso contra los cristianos y su fe, veremos, razonablemente, de presentar sólo algunos puntos que convenzan a los oyentes de nuestra defensa.

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63. Jesús uno y múltiple

Jesús, aun siendo uno solo, ofrecía muchos aspectos a la consideración, y no era igualmente visto por todos los que lo miraban. Que ofrecía muchos aspectos a la consideración se ve por dichos como éstos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y: Yo soy el pan; y: Yo soy la puerta (Jn 14,6 Jn 36 Jn 10,9), y por otros innumerables. Y que, visto, no aparecía igualmente a todos los que lo miraban, resultará claro a quienes consideren por qué, cuando iba a transfigurarse en el monte elevado, no tomó consigo ni siquiera a todos los apóstoles, sino sólo a Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, porque estos solos eran capaces de contemplar a Moisés y Elias aparecidos en su gloria, oír lo que hablaran entre sí y la voz que vendría del cielo (cf. Mt 17,1-5). Yo pienso también que, antes de subir al monte, donde se le acercaron sólo sus discípulos a los que instruyó sobre las bienaventuranzas (cf. Mt 5,lss), cuando luego estuvo abajo en algún paraje del monte, ya atardecido, y curó a todos los que le fueron presentados, librándolos de toda enfermedad y de toda dolencia, no parecía Jesús el mismo a los enfermos que necesitaban de su cura que a quienes, por su salud, habían sido capaces de subir con El al monte. Igualmente, cuando explicaba en particular a sus discípulos las parábolas (Mt 13,19) que a las turbas de fuera se decían entre velos, los que escuchaban las explicaciones de las parábolas tenían mejores oídos que quienes las oían sin explicación; pero también mejor vista, del alma, desde luego, y, a mi parecer, también del cuerpo. Que no apareciera siempre el mismo lo pone de manifiesto el hecho de que Judas, cuando lo iba a traicionar, dijo a las turbas que salieron con él como si no lo conocieran: Al que yo besare, ése es (Mt 24,48). Lo mismo creo ya da a entender el Salvador cuando dice: Cada día estaba enseñando en el templo, y no me prendisteis (ibid., 55).

Así, pues, teniendo nosotros esa idea de Jesús, no sólo en cuanto a su divinidad interior, oculta a las turbas, sino también en cuanto a su cuerpo, que se transfiguraba cuando quería y ante quienes quería, afirmamos que todos eran capaces de ver a Jesús antes de que despojara a los principados y potestades (Col 2,15) y antes de morir al pecado (Rm 6,10); mas una vez que despojó a principados y potestades y no tiene ya nada capaz de ser visto por las muchedumbres, no todos los que antes lo vieran eran ya capaces de verlo. De ahí que, por consideración a ellos, no apareció a todos después de su resurrección de entre los muertos.

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64. La presencia de Jesús resucitado con sus apóstoles no era continua

¿Qué digo a todos? Ni siquiera con sus mismos apóstoles y discípulos estaba continuamente ni se les aparecía siempre, pues no podían soportar continuamente su contemplación. Y es así que, una vez acabada su dispensación, el resplandor de su divinidad era más intenso. Este resplandor lo pudo soportar Cefas-Pedro, que era como las primicias de los apóstoles, y después de él los doce, agregado Matías en lugar de Judas (Ac 1,26); después de ellos, se apareció30 a quinientos hermanos juntos, luego a Santiago, luego a todos los otros apóstoles, distintos de los doce, acaso a los setenta discípulos; por último, a Pablo, como a un abortivo que sabía en qué sentido decía: A mí, el más pequeño de todos los santos, me ha sido dada esta gracia (Ep 3,8). Y acaso la expresión el más pequeño equivalga a abortivo.. Ahora bien, como nadie puede razonablemente reprochar a Jesús que no tomara consigo a todos los apóstoles para subir al monte elevado, sino solamente a los tres antedichos, cuando quiso transfigurarse y mostrar la brillantez de sus vestidos y la gloria de Moisés y Elias que hablaron con El; así "adié tiene tampoco derecho a censurar los discursos apostólicos, según los cuales, después de su resurrección, Jesús no se apareció a todo el mundo, sino sólo a los que sabía tenían ojos capaces de contemplar su resurrección.

Yo creo será también oportuno, para apoyar lo que estamos diciendo, alegar el dicho del Apóstol acerca de Jesús: Porque Cristo murió y resucitó para ser señor de vivos y muertos (Rm 14,9). Porque es de notar en este texto que Jesús murió para ser señor de los muertos, y resucitó para serlo, no sólo de los muertos, sino también de los vivos. Entiende el Apóstol por muertos, de los que es señor Cristo, a los que enumera así en su primera carta a los corintios: Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos (1Co 15,52); y por vivos, a ellos y a los que han de ser cambiados, que son distintos de los muertos que han de resucitar. El texto sobre esto dice así: Y también nosotros seremos cambiados, que viene seguidamente de éste: Los muertos se levantarán primero. Además, en la primera a los tesalonicenses, establece, con otras palabras, la misma distinción, diciendo ser unos los que duermen y otros los vivos. He aquí el texto: No queremos, hermanos, estéis en la ignorancia acerca de los que se duermen, para que no os pongáis tristes a la manera de los otros que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios reunirá con Jesús a los que se durmieron en EL' Con palabras del Señor os decimos, en efecto, que nosotros, los que vivimos, los que quedamos para el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se han dormido (). La interpretación que nos pareció mejor a este pasaje la expusimos en los comentarios que compusimos sobre la carta primera a los tesalonicenses.

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65. Dios se apareció a Abrahán, pero no siempre

Y no es de maravillarse que no todas las muchedumbres que creyeron en Jesús vieran su resurrección, cuando Pablo, escribiendo a los corintios, de los que piensa no son capaces de más, dice: Por mi parte, juzgué no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado (1Co 2,2). Lo mismo viene a decir este otro pasaje: Porque no erais aún capaces, ni lo sois aún, pues todavía sois carnales (1Co 3,2-3). De este modo, pues, la Escritura, que todo lo hace con juicio divino, consignó acerca de Jesús que, antes de su pasión, se manifestaba sencillamente a todos, aunque tampoco siempre; mas después de la pasión, ya no se manifestó así, sino con cierta selección que medía a cada uno lo que le convenía. Y como se escribe que Dios se apareció a Abrahán (Gn 12,7), o a alguno de los santos (48,3), pero esta aparición no era continua, sino a intervalos y no se concedía a todos, así hay que entender haberse aparecido el Hijo de Dios de modo semejante a lo que se dice de aquéllos sobre aparecérseles Dios.

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66. Jesús vino al mundo para manifestarse y estar oculto

Hemos, pues, respondido según nuestras fuerzas y en cuanto cabe en obra como la presente, a lo que dijo Celso: "Si quería realmente hacer ostentación de su poder, debiera haberse aparecido a los que lo insultaron, al juez que lo condenó y a todo el mundo absolutamente". Pero no, no tenía que aparecerse al juez que lo condenó ni a los que lo insultaron; pues Jesús quería justamente evitar que el juez que lo condenó y los que lo insultaron no fueran heridos de ceguera, como lo fueron los de Sodoma, cuando intentaron abusar de la hermosura de los ángeles hospedados en casa de Lot. Este episodio se narra con estas palabras: Alargando los hombres las manos, tiraron de Lot y lo metieron en casa, y cerraron la puerta; mas a los que estaban junto a la puerta de la casa los hirieron, del menor al mayor, de ceguera, de suerte que se cansaron buscando la puerta (Gn 19,10-11). Quería, pues, Jesús mostrar su propia virtud, que es divina, pero a quienes eran capaces de verla y en la medida que podían verla. Y no hay otra razón por que evitara mostrarse, sino la incapacidad de los que no lo podían contemplar.

Es vano, pues, lo que alega Celso: "Porque no iba a temer aún a nadie, una vez que había muerto y siendo, como afirmáis, un dios; ni fue en absoluto enviado para estar oculto". Fue, efectivamente, enviado no sólo para ser conocido, sino también para estar oculto (cf. II 72; IV 15.19). Y es así que ni siquiera los que lo conocieron, conocieron todo lo que era, sino que algo de El se les ocultaba; y algunos no lo conocieron en absoluto. El, ciertamente, abrió las puertas de la luz a los que se habían hecho hijos de las tinieblas y de la noche, pero se esforzaron en hacerse hijos del día y de la luz. Y el Señor salvador vino, como buen médico, más bien a los cargados de pecados que a los justos (Mt 9,12-13).

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67. Nueva pretensión de Celso

Mas veamos lo que sigue diciendo el judío de Celso: "Pero, como quiera que sea, si tan grande era, debiera, para demostrar su divinidad, por lo menos haber desaparecido súbitamente del madero" ". Esto me parece a mí semejante al razonamiento de los que se oponen a la providencia, se pintan a sí mismos las cosas distintas de lo que son, tras lo cual exclaman: ¡Cuánto mejor sería el mundo si fuera como lo acabamos de describir! Porque, cuando pintan cosas posibles, se ve que, en cuanto de ellos depende y por su pintura, hacen el mundo peor de lo que es; y cuando parece que no pintan cosas peores que las de la realidad, se les puede demostrar que quieren lo que repugna a la naturaleza, y así, por uno y otro cabo, hacen el ridículo.

Ahora bien, que, en el caso presente, no era imposible, dada su naturaleza divina, que Jesús desapareciera, cuando hubiera querido, es cosa que se cae de su peso, y que se ve además claramente por lo que de El está escrito, por lo menos para quienes no aceptan sólo unas partes de la Escritura con el fin de acusar nuestra fe, y tienen otras por ficciones. Se escribe, en efecto, en el evangelio según Lucas, que, después de su resurrección, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a Simón y Cleofás; y, así que ellos tomaron el pan, se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero El desapareció de su presencia (Lc 24,30-31).


Origenes contra Celso 251