Origenes contra Celso 268

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68. Elevaciones sobre la cruz y el sepulcro

Mas nosotros vamos a demostrar que el haber súbitamente desaparecido corporalmente del madero no hubiera sido tan provechoso al fin general de su encarnación. Lo que se escribe haber acontecido a Jesús no agota su verdad entera en la mera letra e historia. Más hay que contemplar. Y es así que se puede demostrar cómo cada uno de esos acontecimientos es símbolo de otra cosa para los que con mayor inteligencia leen la Escritura. Ahora bien, el haber sido crucificado significa la verdad que se expresa al decir: Estoy crucificado con Cristo; y lo que significan estas otras palabras: ¡Lejos de mí gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! (Ga 2,20 Ga 6,14). Y su muerte fue necesaria por lo que dice el Apóstol: Porque, en cuanto al morir, de una vez murió al pecado (Rm 6,10). Y por lo que se dice el justo: Configurado a su muerte (Ph 3,10), y por lo otro: Si con El hemos padecido, con El también viviremos (2Tm 2,11). Pues, por el mismo caso, su sepultura se extiende a los que se han configurado a su muerte, y a los que con El han sido crucificados y con El han muerto, según lo dice el mismo Pablo: Porque junto con El hemos sido sepultados por el bautismo (Rm 6,4) y junto con El hemos resucitado.

Por nuestra parte, tenemos propósito de comentar lo que se escribe sobre su sepultura y su sepulcro y sobre quién lo sepultó en momento más oportuno, con más pormenor y en obra cuyo objeto principal sea ése. Por ahora baste mentar la sábana limpia, en que debía ser envuelto el cuerpo puro de Jesús, y el sepulcro nuevo que excavó José en la roca, donde nadie había aún yacido o, como dice Juan, en que nadie había sido aún puesto (Jn 19,41). Y es de considerar si esa armonía de los tres evangelistas que tuvieron cuidado de notar que el sepulcro había sido cavado o labrado en la roca, no podrá mover a alguno a examinar las razones o sentido oculto de lo que está escrito y contemplar algo digno de cuenta sobre esos puntos, no menos que sobre la novedad del sepulcro, que notaron Mateo y Juan, y sobre la observación de Lucas y Juan de no haber sido allí puesto aún ningún cadáver (Mt 27,60 Jn 19,41 Lc 23,53). Convenía, efectivamente, que quien no era semejante a los otros muertos y hasta en su cadáver dio señales de vida en el agua y la sangre que brotó de su costado (cf. supra II 36); convenía, digo, que quien era, por decirlo así, muerto nuevo estuviera en sepulcro también nuevo. Y como su nacimiento fue más puro que todo otro nacimiento, pues no nació de comercio carnal, sino de una virgen, así su sepultura debía tener la pureza simbólicamente manifestada por el hecho de que su cuerpo fue depositado en sepulcro nuevo, no construido por piedras de acarreo y que no tuviera unidad natural, sino cavado y labrado en una sola roca y formando un solo bloque.

Ahora bien, explicar lo que está escrito y como remontarse de la letra a las cosas que la letra significa, es tarea mayor y más divina, que se llevaría más oportunamente a cabo en obra especialmente destinada a ese tema; mas, si nos atenemos a la letra, hay que conceder que, pues Jesús había determinado sufrir ser colgado de un madero, había de aceptar lo que de su determinación se seguía, y, pues, como hombre, había sido ejecutado, morir como hombre y ser sepultado como hombre. Pero es que, además, si supusiéramos que en los evangelios se escribe que Jesús desapareció súbitamente de la cruz, Celso y los incrédulos hubieran también maliciado sobre lo escrito y hubieran formulado así su crítica: "¿Por qué entonces desapareció después de puesto en la cruz y no lo procuró antes de la pasión?" Ahora bien, si ellos saben por el Evangelio que "no desapareció súbitamente del madero" y se imaginan criticar lo que dice porque no está inventado como juzgan ellos, en el sentido de que hubiera desaparecido inmediatamente del madero, sino que narraron la verdad, ¿no fuera entonces razonable que también ellos creyeran en la resurrección de Jesús, y que, cuando quiso, entró una vez a puertas cerradas y se puso en medio de sus discípulos y, otra, después de dar pan a dos de sus amigos y de hablarles unas palabras, desapareció de su vista?

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69. Jesús no se ocultó

Mas ¿de dónde tomó el judío de Celso que Jesús se escondió? Dice, en efecto, sobre El: "¿Y qué mensajero, enviado para dar el mensaje, se escondió jamás cuando su deber era darlo?" Pero no se ocultó o escondió el que dijo a los que fueron a prenderlo: Cada día he estado enseñando públicamente en el templo, y no me prendisteis (Mt 26,55). Lo que sigue es una repetición de Celso, a la que ya hemos respondido, y nos contentaremos, por lo tanto, con lo antes dicho. Escrito queda, en efecto, anteriormente (II 63-67) acerca de estas palabras de Celso: "¿O es que tiene algún sentido que, cuando en vida no se le creía, predicaba a todos indistintamente; cuando, en cambio, podía presentar prueba de fe tan fuerte como su resurrección de entre los muertos, sólo a una mujerzuela, sólo a sus propios cofrades se les apareció a escondidas y de pasada?" Pero ni siquiera es verdad que se apareciera "a una sola mujerzuela", pues en el evangelio de Mateo se escribe así: Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, vino María de Magdala y la otra María a ver el sepulcro; y, de pronto, se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó y removió la piedra. Y poco después añade Mateo: Y he aquí que Jesús les salió al encuentro (evidentemente, a las Marías antedichas) y les dijo: Dios os guarde. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron (Mt 28,1-2 Mt 9). Sobre lo que dice Celso: "Ajusticiado, pues, fue visto por todos, resucitado, sólo de unos cuantos", ya hemos dicho algo anteriormente (II 63ss), al responder a la objeción de que "no fue visto por todo el mundo". Sin embargo, diremos también aquí que lo que en Jesús había de humano era visible a todo el mundo; lo particularmente divino, empero (y no hablo de lo que tiene relación con otras cosas, sino de lo distinto en sí), no era aprehensible a todos. Pero veamos cómo Celso se contradice patentemente a sí mismo. Efectivamente, después de decir que Jesús se apareció sólo a una mujerzuela y a sus propios cofrades, a escondidas y de pasada, añade a renglón seguido: "Ejecutado, pues, fue visto por todo el mundo; resucitado, de uno solo; cosa que debiera haber sido al contrario". Mas oigamos qué entiende por esa necesidad de que pasara lo contrario de que, al ser ejecutado, fuera visto por todos y, resucitado, por uno solo. Si nos atenemos a sus palabras, quería Celso algo imposible y fuera de razón: que, al ser ejecutado, fuera Jesús visto por uno solo; resucitado, por todo el mundo. ¿O qué otra explicación admite eso de que "debiera haber sido al contrario"?

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70. La misión de Jesús

Por lo demás, Jesús nos enseñó también quién era el que lo envió cuando dijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mt 11,27), y: A Dios no lo ha visto nadie jamás. El Hijo unigénito, que es Dios, que está en el seno del Padre, El nos los explicó (Jn 1,18). El, disertando sobre Dios, reveló a sus verdaderos discípulos la naturaleza de Dios. Rastro de sus palabras hallamos en lo que está escrito, y de ellas partimos nosotros para hablar de Dios. Así leemos que una vez se dice: Dios es luz, y no hay en El tinieblas de ninguna clase (1Jn 1,5); y otra vez: Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (Jn 4,22). En cuanto a los fines para que el Padre lo envió, son innumerables, y el que quiera puede conocerlos, ora por los profetas que de El hablaron de antemano, ora por los evangelistas. Y no poco podrá también saber por los apóstoles, señaladamente por Pablo. Además, Jesús ilumina a los piadosos y un día castigará a los pecadores, cosa que no vio Celso cuando dijo: "Para iluminar a los piadosos y compadecerse de los pecadores, arrepiéntanse o no."

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71. La voz del cielo sólo la oye el que tiene oído adecuado

Seguidamente dice: "Si quería permanecer oculto, ¿por qué se oyó la voz del cielo que lo proclamaba hijo de Dios? Y si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado y por qué murió?" Sin duda se imagina Celso demostrar aquí una disonancia sobre lo que de Jesús se escribe, por no ver que ni quería que todo lo suyo fuera conocido de todo el mundo y del primero que viniera, ni tampoco que todo quedara oculto. Así, la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios y dijo: "Este es mi hijo amado, en quien me he complacido" (Mt 3,17), no se escribe haber llegado a los oídos de las turbas, como pensó sin duda el judío de Celso. Y la misma voz que en el monte elevadísimo resonó desde la nube, sólo fue oída de los que subieron con El (Mt 17,5). Y es que la voz divina es de tal calidad que sólo es oída de aquellos que el que habla quiere que la oigan. Y nada digo por ahora sobre que la voz de Dios de que habla la Escritura, no es en absoluto aire que vibre o percusión del aire o cualquier otra definición que se dé en los libros sobre la voz (cf. infra VI 62)31; por eso se percibe por un oído superior y más divino que el sensible. Y cuando el que habla no quiere que su voz sea oída por todos, el que tiene oídos superiores oye a Dios; mas el que está sordo del oído del alma, no se da cuenta de que Dios está hablando. Esto vaya contra las palabras de Celso: "¿Por qué se oyó la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios?" En cuanto a las otras: "Si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado o por qué murió?", basta lo que anteriormente, y con extensión, hemos dicho sobre la pasión (II 23-24.69).

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72. Inconsecuencia

Seguidamente, el judío de Celso saca una consecuencia que no es consecuente. Porque de que Jesús "quisiera enseñarnos por los tormentos que sufrió a despreciar incluso la muerte", no se sigue que, "después de resucitado de entre los muertos, tenía que llamar públicamente a todos a la luz y declarar el fin por que había bajado del cielo". Llamarlos a todos a la luz, ya los llamó antes cuando dijo: Venid a mí todos los que estáis cansados y vais cargados, y yo os aliviaré (Mt 11,28).Y en cuanto a la causa por que bajo del cielo, escrita está en los discursos bien extensos que pronunció sobre las bienaventuranzas y en los que se consignan seguidamente en las parábolas y en las disputas con los escribas y fariseos. Y el evangelio de Juan nos expone "3 todo lo que Jesús enseñó; por donde se ve que su magnilocuencia no consistía en palabras, sino en realidades; y por los otros evangelios aparece claro que su palabra era de autoridad y provocaba admiración (Mc 1,27).

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73. Los judíos negaron - y siguen negando - fe a Dios

A todo esto pone como epílogo el judío de Celso: "Ahora bien, todo esto os lo hemos dicho tomándolo de vuestros mismos escritos, fuera de los cuales no necesitamos de otros testigos, pues vosotros os refutáis a vosotros mismos". Pero ya hemos demostrado que en lo que el judío dice contra Jesús o contra nosotros hay muchas tonterías que nada tienen que ver con lo que escriben nuestros evangelios. Y yo no pienso haya logrado demostrar que nos refutamos a nosotros mismos, sino sólo que se lo imagina. Y luego añade su judío como principio absoluto: "¡Oh Altísimo y Celeste! (cf. I 24): ¿Qué dios, venido a los hombres, deja de ser creído?" A esto hay que decir que, según la ley de Moisés, Dios se escribe haber estado de la manera más clara entre los hebreos, no sólo por los milagros y prodigios obrados en Egipto, por el paso del mar Rojo, por la columna de fuego y la nube de luz, sino también cuando se proclamó el decálogo a todo el pueblo; y, sin embargo, no se le prestó fe por los que lo vieron. Porque, de haber creído al que vieron y oyeron, no se hubieran fabricado el becerro de oro, ni hubieran cambiado su gloria por la imagen de un becerro que come heno (Ps 105,20), ni se hubieran dicho unos a otros ante el becerro : Estos, Israel, son tus dioses, que te han sacado de la tierra de Egipto"? (Ex 32,4). Y es de ver si no son los mismos los que, durante toda la travesía del desierto, no creyeron antaño a tan grandes milagros y epifanías de Dios, como se escribe en la ley de los judíos, y los que, a la venida maravillosa de Jesús, no se convencieron por sus discursos, dichos con autoridad, ni por los milagros que obró en presencia de todo el pueblo.

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74. La vida habitó entre los hombres

Lo dicho me parece bastar para quien quiera demostrar que la incredulidad de los judíos respecto de Jesús se da la mano con lo que, desde el principio, está escrito acerca de este pueblo. Porque a lo que dice el judío de Celso: "¿Qué dios, que viene a los hombres, deja de ser creído, sobre todo si se presenta a " los que lo estaban esperando? ¿Y por qué, a la postre, no se da a conocer a los que de antiguo lo esperaban?", responderíamos lo que sigue: ¿Qué vais a responder, amigos, a nuestras preguntas? ¿Qué milagros, a vuestro juicio, aparecen mayores: los que se obraron en Egipto y en el desierto o los que afirmamos nosotros haber hecho Jesús entre vosotros? Sí, según vosotros, aquéllos son mayores que éstos, ¿no se demuestra inmediatamente decir bien con el carácter de quienes no creyeron los milagros mayores que desprecien también los menores? Pues menores se suponen ser los que nosotros atribuimos a Jesús. Mas si los milagros de Jesús son iguales a los que consignó Moisés, ¿qué extraño fenómeno aconteció a un pueblo 3S que no cree en ninguno de los comienzos de las alianzas de Dios? Y es así que con Moisés empezó la legislación, en que están escritos vuestros pecados de incredulidad; s" y todo el mundo confiesa que, para nosotros, la nueva legislación y alianza comenzó con Jesús. Y, a la verdad, al no creer en Jesús, dais testimonio de ser hijos de los que, en el desierto, negaron fe a las divinas apariciones. Y lo que dijo nuestro Salvador, se dirá también contra vosotros que no creísteis en El: Así sois testigos de que aprobáis las obras de vuestros padres (Mt 23,31). Y en vosotros se cumple la profecía que dice: Vuestra vida estará colgando delante de vuestros ojos, y no creeréis en vuestra vida (Dt 28,66), pues no creísteis a la vida que vino al género humano.

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75. Jesús, como los profetas, increpa y amenaza

Al introducir su ficticio judío, no tuvo Celso habilidad para poner en su boca cosas que no se pudieran retorcer contra él por los escritos de la ley y los profetas. Así, le echa en cara a Jesús cosas como ésta: "Amenaza y vitupera fácilmente, cuando dice: ¡Ay de vosotros!, y: De antemano os digo (). Con lo que derechamente confiesa que no tiene fuerzas para persuadir; y eso, no ya a un dios, pero ni a un hombre discreto le pudiera pasar". Pues veamos si todo esto no se retuerce derechamente contra el judío. Y es así que, en los escritos de la ley y los profetas, Dios amenaza e increpa no menos gravemente que los "ayes" de Jesús en el Evangelio. Así, en estos pasajes de Isaías: ¡Ay de los que pegáis casa con casa y alindáis campo con campo; y: ¡Ay • de los que madrugáis muy de mañana y bebéis licores fuertes!; y: ¡Ay de vosotros los que tiráis de los pecados como de una cuerda larga!; y: ¡Ay de los que decís al mal bien y al bien mal!; y: ¡Ay de vosotros, que sois fuertes para beber vino! (Is 5,8 Is 11 Is 18 Is 20 Is 22). Los ejemplos pudieran multi¿necesitarás de apología que te diga que el Hermes homérico habla así a Ulises para prevenirle? Porque el lisonjear y decir cosas al sabor del paladar, estilo es de sirenas, pilcarse hasta lo infinito. Y semejante a esas amenazas es este otro pasaje: ¡Ay de la nación pecadora, del pueblo cargado de pecados, raza malvada, hijos pervertidos!, etc. (1,4). A lo que añade el profeta amenazas que no van a la zaga de las que dice el judío de Celso haber pronunciado Jesús. ¿O no es amenaza grande la que dice: Vuestra tierra está desierta, vuestras ciudades incendiadas, a vuestra vista devoran los extraños vuestra tierra, y, desolada, la devastan pueblos extranjeros? (1,7). ¿Y no es vituperio contra el pueblo lo que, en Ezequiel, le dice el Señor al profeta: En medio de escorpiones estás tú viviendo? (Ez 2,6).

¿Será, pues, cierto, Celso, que te dieras cuenta de lo que ponías en boca del judío cuando le hiciste decir sobre Jesús: "Amenaza y vitupera fácilmente cuando dice: ¡Ay de vosotros!, y: De antemano os digo"? ¿No ves que cuanto tu judío dice para acusar a Jesús, se puede retorcer contra él acerca de Dios? Porque al Dios que habla por los profetas se le puede derechamente acusar de lo mismo que se imagina el judío y pensar que es impotente para persuadir.

Además, a los que piensan que el judío de Celso tiene razón de recriminar eso a Jesús, pudiera yo decirles a este propósito que en el Levítico y Deuteronomio están consignadas innumerables maldiciones. Pues bien, si el judío, saliendo por los fueron de las Escrituras las sabe defender, también y mejor defenderemos nosotros los vituperios y amenazas que se supone haber pronunciado Jesús. Es más, enseñados como estamos por Jesús a entender más a fondo las letras de la ley que el mismo judío, nosotros sabremos defender mejor que él la ley de Moisés. Pero, en fin, el judío mismo, si se percata de lo que significan los discursos proféticos, podrá también hacer ver que Dios no amenaza ni reprende a la ligera cuando dice: "¡Ay de vosotros!"; y: "De antemano os lo digo". Hará ver, digo, cómo Dios dice cosas para la conversión de los hombres, cuales Celso opina no diría un hombre discreto. En cuanto a los cristianos, que saben ser un solo Dios el que habló por los profetas y por el Señor, demostrarán lo razonable de las que Celso tiene por amenazas y contumelias y así las llama. Digamos, pues, sobre este punto unas palabras, hablando con este mismo Celso, que profesa ser filósofo y baladrona saber todo lo nuestro (I 12): Ven acá, amigo. Cuando en Hornero le dice Kermes a Ulises:

"¿Cómo así, infortunado, nuevamente,

por los altos y riscos vas errante?" (Odyssea 10,281),

¿necesitarás de apología que te diga que el Hermes homérico habla así a Ulises para prevenirle? Porque el lisonjear y decir cosas al sabor del paladar, estilo es de sirena,

"que un montón de cadáveres rodea",

y que dicen:

"Ven acá, Ulises, ven, el muy loado,

¡oh tú, de los aqueos alta gloria!" (Odyssea 12,45.184.)

Ahora bien, si los que yo tengo por profetas y el mismo Jesús emplean la imprecación "¡ay!" y las que tú tienes por contumelias, con el fin de convertir a sus oyentes, ¿no habrá en tal manera de hablar alguna traza y acomodación a los oyentes, a los que tales palabras se aplican como una medicina saludable? A no ser que, por lo visto, quieras tú que Dios, o el que participa de la naturaleza divina, mire muy bien cuando habla con los hombres lo que conviene a su propia naturaleza, pero no lo que es bien anunciar a los hombres mismos que su Logos gobierna y guía, y cómo haya de hablarse a cada uno según su carácter. ¡Y qué ridiculez decir que Jesús no fue capaz de persuadir! Celso lo equipara no solamente al judío, que de ello tiene muchos ejemplos en las profecías, sino también con los griegos, entre los cuales ninguno de los que se hicieron famosos por su sabiduría fue capaz de persuadir a los que conspiraron contra ellos, a sus jueces o a sus acusadores a que, abandonando la maldad, emprendieran el camino que, por la filosofía, conduce a la virtud.

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76. Jesús, primogénito de entre los muertos

Después de esto, dice su judío - y es evidente que lo dice como si" siguiera la doctrina judaica: "Nosotros esperamos - ¡ qué duda cabe! - que resucitaremos un día en nuestro propio cuerpo y gozaremos de una vida eterna, y tendremos por ejemplo y guía al que nos será enviado, el cual nos mostrará no ser imposible a Dios resucitar a uno en su propio cuerpo". No sabemos realmente si un judío dirá que el Mesías esperado mostrará en sí mismo un ejemplo de la resurrección; pero pase, demos que eso piensa y dice. Pues respondamos al que ha afirmado habernos hablado por nuestras propias Escrituras: Tú, amigo, ¿has leído aquellos pasos que te imaginas prestarte materia de acusación, y no has pasado los ojos por donde se cuenta la resurrección de Jesús, y donde se dice ser El el primogénito de entre los muertos? (Col 1,18 Ap 1,5). ¿O es que, porque tú no quieras que esto se haya dicho, ya por eso no se dijo? Mas, como quiera que el judío de Celso confiesa y admite la resurrección de los cuerpos, no me parece este momento oportuno para discutir este punto con quien cree y afirma darse la resurrección. Y, para el caso, lo mismo me da que tenga una idea exacta de esa doctrina y sea capaz de dar razón de ella, o no lo sea, y sólo se adhiera a ella ficticiamente.

Todo esto sea dicho contra el judío de Celso. Mas, como tras esto prosigue diciendo: "¿Dónde está, pues, para que lo veamos y creamos?", le responderemos así: ¿Dónde está, pues, ahora el que hablaba por los profetas e hizo prodigios para que lo veamos y creamos que sois 3* la porción de Dios? (Dt 32,9). ¿O es que a vosotros os es lícito justificar que Dios no se aparezca continuamente al pueblo hebreo, y a nosotros no se nos concede esa justificación respecto de Jesús, el cual, una vez resucitado, persuadió a sus discípulos de la verdad de su resurrección? Y hasta punto tal los persuadió, que, por lo que sufren, demuestran a todo el mundo cómo, puestos los ojos en la vida eterna y en la resurrección que les fue manifestada de palabra y obra, se ríen de todo lo que en la vida se tiene por doloroso.

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77. La vocación de los gentiles, consecuencia de la incredulidad de los judíos

Seguidamente dice el judío: "¿Acaso descendió del cielo para que no creamos?" A lo que diremos que no vino Jesús para provocar la incredulidad de los judíos. Eso sí, puesto que de antemano la conocía, la predijo, y de ella se valió para el llamamiento de los gentiles. Y es así que la caída de ellos vino a ser salud para las naciones (Rm 11,11). Sobre éstas dice Cristo mismo por boca de los profetas: Gentes para mí ignotas me han servido, apenas les hablé me obedecieron (Ps 17,44); y: Fui hallado por los que no me buscaban, me presenté ante quienes no preguntaban por mí (Is 65,1). Es además evidente que los castigos que los judíos han sufrido en esta vida, se deben a haberse portado como se portaron con Jesús. Digan, pues, lo que quieran los judíos, cuando, en acusación de ellos, nosotros decimos: Maravillosa fue en vosotros la providencia y benignidad de Dios, castigándoos y privándoos de Jerusalén y del llamado santuario y del culto veneradísimo. Porque, digan lo que quisieren en defensa de la providencia de Dios, nosotros la demostraremos aún mejor, y diremos haber sido maravillosa aquella providencia que se valió del pecado de aquel pueblo para llamar, por obra de Jesús, a su reino a los gentiles, ajenos que eran a los testamentos y extraños a las promesas (Ep 2,12). Y ya los profetas predijeron que, por los pecados justamente del pueblo hebreo, se escogería Dios no ya una nación particular, sino gentes selectas de todas partes; y, después de escoger lo necio del mundo (1Co 1,27), haría que un pueblo insensato poseyera las palabras divinas. El reino de Dios se les quitaría a ellos y sería dado a éstos (Mt 21,43). De entre muchos pasajes, baste, de momento, citar la profecía del cántico del Deuteronomio, acerca de la vocación de los gentiles, que dice así en persona del Señor: Ellos me han provocado a celos con dioses que no lo son, y me han irritado con sus ídolos; pues yo los provocaré a ellos a celos con un pueblo que no lo es, y los irritaré con una nación insensata (Dt 32,21).

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78. Jesús fue más que hombre

Finalmente, como colofón a todo lo dicho, termina así el judío: "Fue, pues, un puro hombre, y tal cual lo pone de manifiesto la verdad y demuestra la razón." Yo no sé si un puro hombre, que se aventure a propagar por todo el mundo su religión y doctrina, es capaz, sin la ayuda divina, de llevar a cabo su intento y de vencer todo lo que se opone a la difusión de aquella doctrina: emperadores y gobernadores, el senado romano, las autoridades de todas partes y el pueblo mismo. ¿Y cómo es posible que la mera naturaleza de un hombre que no lleve en sí algo superior, convierta a tanta muchedumbre de gentes? Y no fuera de maravillar que se conviertan hombres inteligentes; lo grande es que lo hagan también gentes ajenas a toda inteligencia, sujetas a sus pasiones y que, cuanto viven más irracionalmente, más difícilmente se pasan a una vida más morigerada. Mas como Jesús era el poder de Dios y la sabiduría del Padre (1Co 1,24), salió con su empeño, y sale todavía, mal que pese a judíos y griegos que no creen en su palabra.

En conclusión, nosotros jamás dejaremos de creer en Dios conforme a las enseñanzas de Jesús y nos esforzaremos de buen grado por convertir a los que padecen de ceguera en materia de religión; por más que los de verdad ciegos nos dirijan a nosotros el insulto de ceguera; y los que de veras embaucan a los que los siguen, lo mismo entre judíos que entre griegos, nos acusen a nosotros de embaucar a los hombres. ¡Bonito embaucamiento si, en vez de intemperantes, se tornan temperantes o que tienden a la templanza; y, en vez de injustos, justos o que tienden -a la justicia; y, en vez de insensatos, prudentes o que caminan a la prudencia; y en vez de cobardes y viles y afeminados, valerosos y constantes; cualidades que mostrarán sobre todo en sus combates por la religión del Dios que creara todas las cosas! Vino, pues, Jesucristo, de antemano anunciado no por uno solo, sino por todos los profetas. Y fue cosa de la ignorancia de Celso haber puesto en boca de su fingido judío haber predicho al Mesías un solo profeta (I 49; II4).

Esto es lo que se finge decir el judío de Celso, como si hablara en nombre de su ley, y aquí en realidad acaba su discurso, pues no vale la pena mentar otras cosas que aún dije; yo también acabo aquí mi segundo libro en respuesta a la obra de Celso. Mas si Dios nos hace esa merced y a nuestra alma viene a morar la virtud de Cristo, en el tercer libro nos ocuparemos de lo que seguidamente escribe Celso.

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LIBRO TERCERO

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1. Síntesis y nuevo plan

En el primer libro contra el arrogante título de Celso, que tituló Discurso de la verdad el escrito compuesto contra nosotros, refutamos, según nuestras fuerzas, conforme a tu mandato, Ambrosio fidelísimo, el preámbulo del mismo y lo que sigue', examinando punto por punto lo que dice hasta que llegamos al discurso que finge dirigir su judío contra Jesús. En el segundo respondimos, en cuanto fuimos capaces, a todo lo que dice contra los que hemos creído en Dios por medio de Cristo, en el discurso que pone en boca del mismo judío. Ahora acometemos este tercero, en que nos proponemos rebatir lo que dice en propia persona.

Dice, pues, que "no hay nada tan necio como las disputas entre judíos y cristianos", y prosigue que "nuestra mutua contienda sobre Cristo" no se diferencia en nada de la que, según el proverbio, se llama lucha por la sombra de un asno (cf. PLAT., Phaidor. 260c). Según él, nada tiene de sagrado la disputa de judíos y cristianos entre sí, "pues unos y otros están de acuerdo en que fue profetizado por espíritu divino haber de venir cierto salvador a morar entre el género humano; pero disienten sobre si el profetizado ha venido ya, o no". Los cristianos, en efecto, creemos en Jesús, que ha venido según las profecías; la mayoría, empero, de los judíos están tan lejos de creer en El, que los de su tiempo atentaron contra su vida, y los de ahora, aprobando el crimen que entonces se cometió contra El, lo calumnian de haber inventado no se sabe por qué arte de magia ser El el que los profetas anunciaron había de venir, llamado, según tradición de los judíos, Cristo o Mesías.

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2. Las profecías no son sombra de asno"

Pues que nos digan Celso y los que se complacen en sus acusaciones contra nosotros si les parece "sombra de asno" haber predicho los profetas de los judíos el lugar donde nacería el que había de ser caudillo de los que viven rectamente y son llamados porción de Dios (); que una virgen concibiría al Emmanuel (Is 7,14); que el profetizado haría estos y los otros milagros y prodigios (Is 8,18), y que su palabra correría tan de prisa, que a toda la tierra llegaría la voz de sus apóstoles (Ps 147,4 Ps 18,5); qué cosas padecería condenado por los judíos (Is 53,5) y cómo resucitaría (Ps 15,10). ¿Acaso dijeron todo eso al azar los profetas, sin convicción alguna que los moviera no sólo a decirlas, sino a tenerlas por dignas de ser consignadas por escrito? ¿O es que " la nación de los judíos, tan grande que de antiguo ocupó tierra propia que habitar, proclamó sin razón alguna a unos como profetas y rechazó a otros como pseudoprofetas? ¿Es que no hubo nada que los moviera a juntar a los libros de Moisés, que eran creídos como sagrados, los discursos de los que posteriormente fueron tenidos por profetas? Los que a judíos y cristianos nos acusan de simplicidad, ¿serán capaces de demostrarnos que hubiera podido subsistir la nación judía de no haber habido entre ellos alguna promesa de conocimiento de lo por venir? Los pueblos que los rodeaban, cada uno según sus tradiciones, creían recibir oráculos y adivinaciones de los que entre ellos eran tenidos por dioses; ¿y sólo los que habían sido enseñados a despreciar a los dioses todos de las naciones, por tenerlos, no como dioses, sino como demonios (pues de ellos decían sus profetas: Todos los dioses de las naciones son demonios: Ps 95,5), no habían de tener a nadie que profesara la profecía y retuviera a los que, por deseo de conocer lo por venir, se pasarían como tránsfugas a los démones o dioses de los otros? Considérese, pues| si no fue necesario que la nación enseñada a despreciar a los dioses de las otras naciones tuviera abundancia de profetas que demostraran por ahí mismo su superioridad y dejaran atrás todos los oráculos de cualquier parte.

Entre los judíos hubieron de darse también milagros

Además, en todas partes o, por lo menos, en muchas, se han dado milagros, como seguidamente (III 22.24.26) presenta el mismo Celso a Asclepio, que hace beneficios y predice lo futuro a ciudades enteras que le están consagradas, como Trica, Epidauro, Cos y Pérgamo; y a Aristeas de Proconneso, a un cierto clazomenio y a Cleomedes de Astifalea; ¿y sólo entre los judíos, que afirman estar consagrados al Dios del universo, no había de darse milagro ni prodigio alguno que confirmara y fortaleciera su fe en Dios y su esperanza de una vida mejor? ¿Cómo pueden pensar cosa semejante? Porque inmediatamente se hubieran pasado a dar culto a los démo-nes que adivinan y curan, abandonando al Dios que, teóricamente, creían los ayudaba, pero que, en realidad, no les mostraba por ningún cabo su presencia. Pero, si no aconteció así, sino que soportaron infinitas calamidades a trueque de no abjurar su judaismo y su ley judaica, unas veces en Asiría, otras en Persia, otras bajo Antíoco, ¿no es ello una demostración verosímil, para los que no creen en historias maravillosas y profecías, no ser ficciones esas cosas, sino que cierto espíritu divino que moraba en las almas puras de los profetas-hombres que por amor de la virtud habían abrazado todo linaje de trabajos-los movió a profetizar algunas cosas para sus contemporáneos, otras para los por venir, y, señaladamente, "sobre cierto salvador que vendría al género humano"?

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4. De nuevo "la sombra de un asno"

Siendo esto así, ¿cómo decir que cristianos y judíos disputan entre sí "sobre la sombra de un asno" al inquirir por las profecías, en las que creen sn común, si el que fue profetizado ha venido ya, o no ha aparecido aún en absoluto entre los hombres, sino que se le espera todavía? Y aunque, por hipótesis, concediéramos a Celso no ser Jesús el que de antemano anunciaron los profetas, no por eso sería disputa "sobre la sombra de un asno" inquirir el sentido de las escrituras profé-ticas, a fin de demostrar claramente el que fue de antemano anunciado, qué cualidades habría de tener según las profecías, qué había de hacer y, de ser posible, cuándo vendría entre nosotros. Ahora bien, anteriormente (I 51.53-54), hemos alegado algunas, de entre muchas, profecías y probado ser Jesús el Cristo o Mesías anunciado por los profetas. No yerran, pues, ni judíos ni cristianos al pensar que los profetas hablaron por inspiración divina; pero los que yerran esperando aún al que fue profetizado, piensan torcidamente acerca de quién fuera y de dónde vendría el que fue anunciado según la palabra verdadera de los profetas.


Origenes contra Celso 268