Origenes contra Celso 546

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46. £1 cristiano morirá antes que confesar que Zeus es Dios

Ahora bien, Moisés y los profetas, que sabían estos misterios y otros semejantes, prohiben se tome el nombre de otros dioses en una boca que se ocupa en orar al solo Dios supremo, ni los recuerden en trn corazón al que se enseña a conservarse limpio de toda vanidad de pensamientos y palabras (Ex 23,13; Ps 15,4). Por eso estamos prontos a soportar cualquier tormento antes que confesar que Zeus es Dios. Porque no creemos que Zeus y Sabaoth son el mismo; es más, ni siquiera creemos que Zeus tenga nada de divino, sino que algún demon gusta de que se le llama así, un demon, digo, enemigo de los hombres y del Dios verdadero. Y si los egipcios nos presentaran a Amón para adorarlo, amenazándonos de muerte, moriríamos antes que proclamar Dios a Amón, nombre que se emplea, como es natural, en ciertos conjuros egipcios que invocan a este demon. Digan también en hora buena los escitas que Papeo es el Dios supremo; afirmamos ciertamente al Dios supremo, pero no lo llamamos, como si fuera su nombre propio, con el de Papeo, que es como gusta llamarse el demon a quien cupo en suerte la soledad de la Escitia, su nación y su lengua. No peca, en efecto, quien llama a Dios con el nombre que lo designa en lengua escita, en egipcio o en cualquiera otra en que cada uno se ha educado.

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47. La circuncisión judaica

En cuanto a la circuncisión, no la practican los judíos por la misma causa que los egipcios o coicos, por lo que no debe considerarse la misma circuncisión. El que sacrifica, no sacrifica al mismo dios, por más que parezca practicar los mismos ritos en el sacrificio; ni el que ora, ora al mismo dios, por más que pida lo mismo en sus oraciones; así tampoco el que se circuncida dejará, por el mero hecho, de distinguirse de la circuncisión de otro. Efectivamente, el propósito, la ley y la voluntad del que circuncida hace diferente la cosa misma. Para que mejor se comprenda todo este punto, digamos que la palabra "justicia" es la misma para todos los griegos; sin embargo, bien demostrado está que una es la justicia según Epicuro, otra según los estoicos, que niegan la tripartición del alma3", y otra según los platónicos, para quienes la justicia es un acto individual de las partes del alma (PLAT., Pol. 441-443)2T. Por el mismo caso, una es la fortaleza de Epicuro, que aguanta trabajos para huir de otros mayores; otra la del estoico, que abraza la virtud por la virtud; otra la del platónico 2", que afirma ser virtud de la parte irascible del alma y le asigna su asiento en torno al pecho (PLAT., Pol. 442c; Tim. 69e-70a). Así, según las doctrinas de los que circuncidan, puede ser distinta la circuncisión, sobre la que no hay por qué hablar en escrito como el presente. El que quiera saber lo que sentimos sobre este punto, lea lo que sobre él decimos en nuestro comentario a la carta de Pablo a los romanos (II 12-13).

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48. Razón, según Orígenes,

de la circuncisión

Así, pues, si los judíos se glorían de la circuncisión, la distinguirán no sólo de la que practican los coicos y egipcios, sino también de la de los árabes ismaelitas, por más que Ismael desciende de su antepasado Abrahán y juntamente con él fue circuncidado (Gen 17,23-27). Dicen, por otra parte, los judíos que la circuncisión hecha al octavo día es la principal; cualquier otra es de circunstancias. Y acaso fue introducida por algún ángel hostil al pueblo judío, ángel que

p'odía dañar a quien no se circuncidara de entre ellos, pero era impotente con los circuncidados. Diríase que así aparece por lo que se escribe en el Éxodo, cómo el ángel tenía poder contra Moisés antes de circuncidar a Eleazar, pero nada pudo después de circuncidado. Eso debió de entender Séfora, que tomó una piedra y curcuncidó a su hijo, y, según los códices corrientes, se escribe que dijo: Ha parado la sangre de la circuncisión de mi hijo; pero, según el texto hebreo: Esposo de sangre eres para mí (Ex 4,24-26; el otro texto, iuxta LXX). Sabía, en efecto, la naturaleza de este ángel, que tenía poder antes de la efusión de la sangre y se calmaba por la sangre de la circuncisión; de ahí que dijera: Esposo de sangre eres para mí.

Mas ya que hemos dicho todo esto, con algún peligro, por parecer más bien curioso y no acomodado a los oídos del vulgo, añadiré un solo punto, más propio de cristianos, para pasar a lo que sigue. Según mi opinión, este ángel tenía poder contra los no circuncidados del pueblo y, en general, contra todos los que daban culto al solo Creador; pero ese poder lo tuvo hasta que Jesús tomó cuerpo humano. Una vez que lo tomó y fue circuncidado en su cuerpo, quedó destruido todo su poder contra tes no39 circuncidados en esta religión, pues Jesús destruyó a ese ángel con su inefable divinidad. De ahí que a sus discípulos les esté prohibido circuncidarse, y se les diga: Si os circuncidáis, Cristo no os valdrá de nada (Gal 5,2).

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49. £1 comer, cosa indiferente

Mas tampoco se glorían, como de magna hazaña, los judíos de abstenerse de comer cerdo, sino de que saben distinguir la naturaleza de los animales puros e impuros y de conocer la causa de esta distinción, por lo que ponen al cerdo entre los impuros. Pero todo esto eran símbolos de ciertas cosas hasta el advenimiento de Jesús. Después de éste, a un discípulo suyo que no comprendía aún la razón de estas prescripciones y decía: Nada profano ni impuro ha entrado jamás en mi boca, se le dice: Lo que Dios ha purificado no lo llames tú impuro (Act 10,14-15). Así, pues, ni con los judíos ni con nosotros tiene nada que ver eso de que los sacerdotes egipcios se abstengan no sólo de los cerdos, sino también de cabras, ovejas, bueyes y peces. No mancha al hombre lo que entra por la boca (Mt 15,11.17), ni la comida

nos recomienda ante Dios (1 Cor 8,8); de ahí que no nos envanecemos demasiado por no comer, ni vamos tampoco a comer por mera gula. Por lo mismo y en cuanto a nosotros toca, alégrense los pitagóricos de abstenerse de todo lo animado. Lo que importa es la diferente causa por que los discípulos de Pitágoras se abstienen de comer seres vivos y por la que lo hacen nuestros ascetas. Aquéllos se abstienen de lo animado por razón del mito de la transmigración de las almas:

"Y alguien, gran insensato, al hijo caro levantando, lo inmolará, entre preces, sobre el ara"

(EMFÉDOCLES, fragm.137, Diels)30;

mas nosotros, si algo de eso hacemos, es que abofeteamos nuestro cuerpo y lo reducimos a servidumbre (1 Cor 9,17) y queremos mortificar los miembros que están en la tierra, la fornicación, la impureza, la disolución, la pasión y el mal deseo (Col 3,5), y todo lo ordenamos a matar las acciones del cuerpo (Rom 8,13).

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50. La predilección de Dios

por los judíos ha pasado a

los .cristianos

Continuando el tema de los judíos, dice Celso: "Tampoco es probable que tengan particular crédito delante de Dios ni sean de El amados con preferencia a otros pueblos por el hecho de haberles cabido en suerte una tierra que fuera como el país de los bienaventurados, para mandarles a ellos solos sus mensajeros, pues a la vista tenemos qué suerte hayan corrido ellos y su tierra". Refutemos también esto diciendo que el crédito de este pueblo delante de Dios se pone de manifiesto, entre otras cosas, por el hecho de que aun gentes ajenas a nuestra fe invocan como a Dios supremo al Dios de los hebreos (cf. IV 34). Y, como acreditados delante de Dios mientras no fueron de El abandonados, a pesar de su corto número, fueron constantemente custodiados por el poder divino. Así, ni siquiera bajo el reinado de Alejandro de Ma-cedonia hubieron de sufrir nada por parte suya, a pesar de que, a causa de ciertas alianzas y juramentos, no quisieron tomar las armas contra Darío. Y en esta ocasión dicen que el sumo sacerdote judío, revestido de sus ornamentos sacerdotales, fue adorado por el propio Alejandro, que dijo que alguien así revestido 3I le había anunciado entre sueños que conquistaría el Asia entera (FLAV. IOSEPH., Ant. iud. XI 8,3-5.317-339). Así, pues, los cristianos decimos que, en efecto, los judíos gozaron de todo punto de crédito ante Dios y fueron amados de El con preferencia a otros; pero esta dispensación y gracia ha pasado a nosotros, pues Jesús traspasó el poder que obraba en los judíos a los que de entre las naciones creen en El. De ahí es que, si bien los romanos han maquinado muchas cosas contra los cristianos a fin de impedir que siguieran existiendo, no lo han logrado, pues la mano divina luchaba en favor de ellos y quería que la palabra de Dios, desde un rincón (VII 68; IV 36) de la Judea, se esparciera por todo el género humano.

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51. Jesús, Dios

Mas ya que hemos respondido, según nuestras fuerzas, a las acusaciones citadas de Celso contra los judíos y su doctrina, citemos también lo que sigue y demostremos que no somos unos fanfarrones al afirmar que conocemos al Dios grande, ni nos hemos dejado embaucar, como opina Celso, de la magia de Moisés, ni de la del mismo Jesús, salvador nuestro. No, nosotros oímos para buen fin al Dios que habla en Moisés y recibimos a Jesús como Hijo de Dios, por haber sido atestiguado como Dios por Dios mismo, y tenemos las más bellas esperanzas si conformamos nuestra vida con su doctrina. Sin embargo, renunciamos de propósito a repetir lo que ya expusimos al indicar de dónde venimos, y a quién tenemos por fundador y la ley que nos ha dado (cf. V 33). Y si se aferra a que no hay diferencia entre nosotros y los egipcios que dan culto al macho cabrío, al carnero, al cocodrilo,

31 ÉwpaxÉvcn M: K. tr. propone

al buey, al hipopótamo, al cinocéfalo y al gato, allá se las haya Celso y quienquiera piense como él. En cuanto a nosotros, ya anteriormente, según nuestros alcances, hemos justificado con muchos argumentos el honor que tributamos a nuestro Jesús y demostramos que hemos hallado en El algo superior. Y si nosotros solos afirmamos que la verdad pura y sin mezcla de mentira se halla en la enseñanza de Jesucristo, no nos recomendamos en ello a nosotros mismos, sino al maestro que ha sido atestiguado de formas varias por el Dios supremo, por los libros proféticos de los judíos y por la evidencia misma de los hechos. Pues probada cosa es que, sin asistencia de Dios, no pudiera hacer tan grandes cosas.

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52. ¿Fue Jesús un ángel?

El texto de Celso que queremos discutir ahora, es como sigue: "Vamos a dejar a un lado cuanto se les puede argüir sobre su maestro, y pase que sea realmente un ángel. Ahora pregunto: ¿Fue éste el primero y único que vino, o han venido otros antes? Si dicen que el único, se contradicen mentirosamente, pues muchas veces afirman que vinieron otros, una vez sesenta o setenta de golpe, que, por cierto, se volvieron malos y están encadenados en castigo bajo tierra, cuyas lágrimas son las fuentes termales (Henoch 10,67-69; cf. V 54-55). Además, al sepulcro de este mismo (de Jesús), cuentan, unos, haber ido un ángel; otros, dos, para comunicar a las mujeres que había resucitado. Y es que el Hijo de Dios, por lo visto, no podía ppr sí mismo abrir el sepulcro y necesitó de otro que le removiera la piedra. Además, en la preñez de María, fue enviado otro ángel al carpintero y otro para mandarles que tomaran al niño y huyeran. ¿Y para qué llevar la averiguación por menudoj y enumerar los ángeles que se cuenta haber sido enviados a Moisés y a otros? Si, pues, fueron otros enviados, es evidente que éste vino de parte del mismo Dios. Pase que su mensaje fuera de más importancia, por pecar en algo los judíos o adulterar la religión y no obrar piadosa y santamente. Eso, en efecto, se da a entender".

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53. Ángel del gran consejo

Ahora bien, lo anteriormente dicho al tratar especialmente de nuestro Salvador, bastará contra lo que dice aquí Celso; mas, para no dar la impresión de que nos saltamos adrede punto alguno de su escrito como si no pudiéramos refutarlo, aun a costa de repetirnos, puesto que a ello nos provoca Celso, vamos a resumir, en cuanto podamos, nuestro razonamiento. Acaso, volviendo sobre lo mismo, se nos ocurra algo más claro o de alguna novedad. Dice, pues, primeramente "dejar a un lado todo lo que se les puede argüir a los cristianos respecto de su maestro"; pero la verdad es que nada dejó a un lado de cuanto pudo decir, como se ve claro por lo que anteriormente dijo; habla, pues, aquí por mera figura retórica (cf. II 13; III 78). Mas que realmente nada se nos pueda argüir acerca de nuestro gran Salvador, por más que a nuestro acusador se lo parezca, será cosa patente para quienes con amor a la verdad y penetración crítica leyeren todo lo que sobre El fue profetizado y se consignó por escrito. Seguidamente, imagínase Celso hacer una concesión al decir del Salvador "que se le puede tener realmente por un ángel o mensajero". Pero nosotros afirmamos que no tomamos eso como concesión hecha por Celso, sino que vemos de hecho cómo vino a todo el género humano, por su doctrina y enseñanza, en la medida que la comprendía cada uno de los que lo recibieron. Ello no fue obra de un ángel cualquiera, sino, como lo llamó la profecía que a El se refiere, del ángel del gran consejo, pues El anunció, en efecto, a los hombres el gran consejo del Dios y Padre del universo acerca de ellos, a saber: que los que quieran vivir en religión pura subirán a Dios por medio de sus grandes acciones; mas los que no reciben al •Salvador, se alejan de Dios y, por su desobediencia a Dios, caminan a su perdición (Mt 7,13).

Seguidamente, dice: "Aun dado que éste viniera como un ángel a los hombres, ¿fue acaso el primero y solo que vino, o vinieron otros antes?". Y a cualquiera de los dos extremos cree que puede responder copiosamente. Pero nadie que sea de verdad cristiano dice haber sido Cristo el único que vino al género humano. Otros, dice Celso que aparecieron a los hombres, "si es que los cristianos dicen haber sido El solo".

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54. Celso oyó campanadas

Luego, como quien se responde a sí mismo, responde como quiere: "Así que no sólo de él se cuenta haber venido al género humano; hasta tal punto, que los que se apartaron, so pretexto de la enseñanza de Jesús, del Demiurgo o Creador, como de ser inferior, y se adhirieron, como a más poderoso, a cierto Dios, padre que es del que vino al mundo, afirman que antes de éste vinieron al género humano algunos de parle del Demiurgo". Como aqví estamos examinando el tema con amor a la verdad, diremos que Apeles, discípulo de Marción, padre que fue de cierta secta y que tenía por mito los escritos de los judíos, dijo efectivamente haber sido Jesús el único que vino al género humano (cf. IV 41) "2. Así, pues, ni siquiera contra éste, según el cual sólo Jesús vino de parte de Dios a los hombres, pudiera alegar Celso razonablemente eso de que también vinieron otros, pues (como hemos antes dicho) Apeles no cree en las Escrituras de los judíos que cuentan hechos milagrosos; y mucho menos admitiría lo que Celso presenta tomado, a lo que parece, de lo que se escribe en el Libro de Henoch y que él no entendió. Nadie, pues, nos convencerá de que mentimos y nos contradecimos afirmando haber sido sólo nuestro Salvador el que vino al mundo y que otros muchos vinieron también muchas veces. El, en cambio, con un embrollo completo en el recuento de ángeles que han venido a los hombres, pone lo que oscuramente le llegó de pasajes del Libro de Henoch, que no parece haber leído! como tampoco está enterado de que los libros que llevan el nombre de Henoch no son tenidos en las iglesias por enteramente divinos; de ellos parece haber sacado que bajaron juntos sesenta o setenta ángeles que se volvieron malos.

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55. Las lágrimas de los ángeles

Mas tratémoslo con más benignidad y concedámosle lo que él no vio de lo que se escribe en el Génesis (6,2), que, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, se tomaron de ellas mujeres, de todas las que escogieron. No por eso dejaremos de persuadir a los que son capaces de entender el sentido profético, que uno de los que nos han precedido (PHILO., De gig. 6-18) refirió este pasaje a la doctrina sobre las almas que desearon vivir en cuerpo humano ; y tropológlcamente decía él que se las llamaba hijas de los hombres. Mas, como quiera que se entienda eso de qué los hijos de Dios desearon a las hijas de los hombres, de nada le puede valer el pasaje contra la afirmación de que sólo Jesús vino como un ángel o mensajero a los hombres, y sólo El fue claramente salvador y bienhechor de todos los que se salen, por su conversión, del torrente de la maldad.



Luego, revolviendo y embrollando lo que oyó no sabemos dónde o leyó en este o el otro libro, sin pararse a considerar si son cosas que los cristianos tengan, o no, por divinas, dice

que "sesenta o setenta ángeles que bajaron de golpe al mundo, fueron castigados, aherrojados entre cadenas bajo tierra". Y del Libro de Henoch, aunque no lo nombra, trac aquello de que "las fuentes termales son lágrimas de ellos", cosa nunca dicha ni oída en las iglesias de Dios. Nunca, en efecto, ha habido nadie tan tonto que corporice, como las de los hombres, las lágrimas de unos ángeles bajados del cielo. Y, si fuera bien bromear sobre lo que Celso dice muy en serio contra nosotros, diríamos que nadie dirá que las fuentes termales, que por lo general son de agua dulce, sean lágrimas de los ángeles, pues las lágrimas son por naturaleza saladas; a no ser que, por lo visto, los ángeles de Celso lloren agua dulce".

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56. Los ángeles junto al sepulcro de Jesús

Seguidamente, mezclando lo que no puede mezclarse y comparando entre sí lo incomparable, después de hablar de los-como él dice-sesenta o setenta ángeles bajados del cielo, cuyas lágrimas, según él, son las fuentes termales, añade que "también al sepulcro de Jesús mismo se cuenta haber venido, según unos, dos ángeles; según otros, uno"; sin notar, a lo que creo, que Mateo y Marcos hablan de uno (Mt 28,2; Me 16,5), y Lucas y Juan de dos (Le 24,4; lo 20,12). Lo cual no implica contradicción. Porque los que hablan de uno, dicen haber sido el que removió la piedra del sepulcro; los que de dos, se refieren a los que se aparecieron, en vestidos radiantes, a las mujeres que fueron al sepulcro, o fueron vistos dentro sentados, vestidos de blanco. Ahora bien, demostrar cómo cada una de estas cosas fuera posible y real, a par que indicaba un sentido más oculto de lo que acontecía a los que estaban preparados para contemplar la resurrección del Logos no pertenece al presente trabajo, sino a los comentarios del Evangelio.

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57. Tenemos siempre ángeles

a nuestro lado

Por lo demás, que a veces hayan aparecido a los hombres cosas maravillosas, nárranlo también los griegos, no sólo aquellos de quienes cabe sospechar que se inventan mitos, sino los que en muchos casos 31 han dado pruebas de ser au-

tanticos filósofos y exponen con amor a la verdad lo que les acontezca. Cosas semejantes hemos leído en Crisipo de Solos, y algunas sobre Pitúgoras; y añado que también en escritores más recientes y, como quien dice, de ayer o anteayer, por ejemplo, Plutarco de Queronea en su obra Sobre el alma" (cf. Eus., Praep. Ev. 11,36,1) y el pitagórico Numenio en el libro segundo Sobre la inmortalidad del alma. Ahora bien, ¿es que, cuando los griegos, y señaladamente los que entre ellos profesan la filosofía, cuentan tales cosas, no se trata de cosas de burla y risa, ni son cuentos y fantasías (cf. III 27), y cuando hombres que están consagrados a Dios y que aceptarían cualquier tormento y la muerte misma antes que decir una mentira acerca de Dios, refieren haber visto apariciones de ángeles, no son juzgados dignos de crédito y ni se ponen sus palabras entre las verdaderas?

Mas no es ésta manera razonable de juzgar sobre los que dicen la verdad o los que mienten. Efectivamente, los, que tienen interés en que no se los engañe, indagan y examinan larga y puntualmente cada caso y sólo lentamente y con pies de plomo afirman que éstos dicen la verdad y estotros mienten en las cosas extraordinarias que cuentan, pues ni todos ostentan la marca de su credibilidad ni todos dejan ver claramente que están contando cuentos y fantasías a los hombres. Acerca, empero, de la resurrección de Jesús de entre los muertos hay que decir también que nada tiene de extraño se aparecieran uno o dos ángeles para anunciar que había resucitado y cuidar de los que, para su bien, habían de creer en aquel hecho; y a mí no me parece fuera de razón que quienes creen en la resurrección de Jesús y muestran como fruto no despreciable de su fe una vida moralmente sana, apartada del torrente del mal, no están nunca sin la compañía de ángeles que les ayudan a llevar a cabo su conversión a Dios.

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58. Acaba el tema de los ángeles

Ataca también Celso el paso en que se dice que un ángel removió la piedra del sepulcro donde había estado el cuerpo de Jesús, y nos da la impresión de un chiquillo a quien le han puesto en clase por tema atacar a uno. Y, como si hubiera

dado con un maravilloso argumento contra ese paso, dice: "No podía, a lo que parece, el Hijo de Dios abrir por sí mismo el sepulcro, sino que necesitó de otro que removiera la piedra". No voy a decir nada curioso sobre este punto ni expondré una interpretación figurada, dando la impresión de filosofar inoportunamente; me contentaré con decir acerca de la historia misma que parece evidentemente cosa de más reverencia que removiera la piedra el inferior y servidor que no hacer eso el que resucitaba para bien de los hombres. Y nada digo de que quienes atentaron contra el Logos (hecho hombre) y decidieron matarlo y mostrarlo a todos como muerto y reducido a nada, no querían que en modo alguno se abriera su sepulcro (Mt 27,64), para que nadie viera al Logos vivo después de su conspiración contra El. Mas el ángel de Dios (Jesús) (cf. V 52), que había venido para salvar a los hombres, por ser más poderoso que los que habían conspirado contra El, cooperó con el otro ángel y removió la pesada piedra. De este modo, los que pensaban que el Logos estaba muerto, se persuadirían de que no estaba entre los muertos, sino que vivía y se adelantaba a los que quisieran seguirle, a fin de enseñarles lo que aún faltaba a lo que antes les enseñara, al tiempo de su primera iniciación, cuando aún no podían comprender las cosas más altas (lo 16,57).

Después de esto, no sé por qué razón, trae a cuento lo del ángel que fue a José para anunciarle la preñez de María, cosa que no se me alcanza para qué pueda servir a su propósito; y luego lo del ángel que les mandó tomar al niño recién nacido, contra cuya vida se conspiraba, y huyeran a Egipto. Sobre esto discurrimos ya anteriormente (I 34-38), rebatiendo lo dicho por Celso. ¿Y qué tendrá que ver con Celso que las Escrituras cuenten haberse enviado ángeles a Moisés y a otros? Para mí es evidente que eso no favorece para nada su tesis, más que más que ninguno de ellos luchó, según sus fuerzas, por convertir al género humano y librarlo de sus pecados. Concluyamos, pues, que fueron enviados otros de parte de Dios, pero que Jesús trajo un mensaje más alto, y que, por pecar los judíos y adulterar la religión y no obrar santamente, traspasó el reino de Dios a otros labradores (Mt 21, 41.43), que son los que, dondequiera, en las iglesias de Dios, atienden a su propia salvación y no dejan piedra por

mover para atraer también a otros "', siguiendo las enseñanzas de Jesús, a) Dios del universo, por medio de una vida pura y palabras en consonancia con la vida.

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59. "La grande Iglesia"

Seguidamente dice Celso: "Luego el mismo Dios que los judíos tienen éstos", es decir, los cristianos. Luego, como si sacara una conclusión que no se le concediera, dice: "Así lo confiesan claramente los de la grande Iglesia3?, y aceptan por verdadera la cosmogonía que corre entre los judíos, con lo que se dice sobre los seis días, y sobre el séptimo", en que, como dice la Escritura, Dios cesó en sus obras, retirándose a la contemplación de sí mismo (PLAT., Politicus 272e); o, según Celso, que no miró bien lo escrito ni lo entendió, "descansó", palabra que no usa la Escritura. Ahora bien, acerca de la creación del mundo y del descanso sabático que se le reserva al pueblo de Dios, pudiera tenerse un razonamiento largo, misterioso y profundo y difícil de interpretar (Hebr 5,11; 4,9).

Luego, con el fin de hinchar su libro y que parezca grande, paréceme que añade lo que bien le viene; por ejemplo, lo que se dice sobre el primer hombre, que decimos nosotros ser el mismo que dicen los judíos y que de él tomamos la misma genealogía que ellos. Tampoco sabemos nada de "insidias de unos hermanos contra otros" (IV 43). Sabemos que Caín atentó contra la vida de Abel, y Esaú contra Jacob, pero no que Abel atentara contra Caín, ni Jacob contra Esaú. De haber sido así, hubiera podido decir Celso que "nosotros contamos la misma historia que los judíos sobre las asechanzas de unos hermanos contra otros". Pero demos que hablemos nosotros del mismo viaje a Egipto que ellos y de la misma salida de allí-no "fuga", como piensa Celso-, ¿qué tiene esto que ver para acusarnos a nosotros o a los judíos? Eso sí, donde Celso pensaba que había materia de burla en lo que decimos sobre los hebreos, habló de "fuga"; mas cuando era su deber examinar la historia sobre las plagas que, por orden de Dios, vinieron sobre Egipto, no suelta, adrede, una palabra.

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60. En qué estamos, y en qué no,

de acuerdo con los judíos

Mas si hemos de responder puntualmente a lo que piensa Celso sobre que opinamos lo mismo que los judíos acerca de los textos citados, diremos que unos y otros estamos de acuerdo en que los libros sagrados fueron escritos por inspiración del Espíritu Santo; pero ya no lo estamos cuando se trata de la interpretación del contenido de aquellos libros; y justamente no vivimos como los judíos, porque pensamos que la interpretación literal de las leyes no comprende plenamente la mente de la legislación. Así decimos que cuando se lee a Moisés, se tiende un velo sobre el corazón, pues a los que no siguen el camino trazado por Jesucristo se les esconde el sentido de la ley de Moisés. Sabemos, empero, que cuando uno se convierte al Señor (y el Señor es el Espíritu), alzado el velo, a cara descubierta, contempla como en espejo la gloria del Señor, que está en los pensamientos ocultos según la letra, y participan, para su propia gloria, de la llamada gloria divina (2 Cor 3,15-18). Figuradamente se habla ahí de cara, que pudiera llamarse desnudamente la inteligencia, en que está la faz del hombre interior (Rom 7,22), que se llena de luz y gloria cuando se entiende la verdad de lo que atañe a las leyes.

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61. Uno solo es el Dios de judíos

y cristianos

Después de esto, dice: "Nadie se imagine ignore yo que algunos de ellos convendrán en que tienen el mismo Dios que los judíos; otros, otro, contrario a aquel de quien vino el hijo". Pero si piensa que el haber entre cristianos sectas varias es motivo de acusar al cristianismo, ¿no habría que considerar, por el mismo caso, como culpa de la filosofía, que, entre las sectas o escuelas de los filósofos, hay desacuerdo no sobre temas mínimos o cualesquiera, sino sobre los más importantes? Y éste fuera también el momento de acusar a la medicina por las escuelas varias que se dan en ella (III 12). Demos, pues, que haya entre nosotros quienes dicen no ser nuestro Dios el mismo que el de los judíos; mas no por eso son de culpar quienes, por las mismas Escrituras, demuestran ser uno y el mismo el Dios de los judíos y el de las naciones, de suerte que Pablo mismo, que de los judíos se pasó al cristianismo, dice claramente: Doy gracias a mi Dios, a

quien sirvo desde mis antepasados con pura conciencia (2 Tim 1,3).

Demos que haya aún un tercer género, "de los que llaman a unos psíquicos (o animales) y a otros pneumáticos (o espirituales)", con los que creo se refiere a los valenti-nianos. Pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros, que pertenecemos a la Iglesia (cf. V 59) y condenamos a quienes imaginan naturalezas que se salvan por su constitución y otras que por su constitución se condenan? Concedemos haber también "quienes se proclaman a sí mismos gnósticos" (o conocedores), al modo que los epicúreos se proclaman filósofos. Pero ni los que destruyen la providencia pueden ser verdaderos filósofos, ni los que enseñan extrañas fantasías, ajenas a la doctrina tradicional de Jesús, pueden ser cristianos. Demos también haber "quienes reciben a Jesús" y por ello blasonan de ser cristianos, pero que "se empeñan en vivir aún según la ley de los judíos, a la manera de la muchedumbre de los judíos". Es la doble secta de los ebionitas, de los que unos confiesan, como nosotros, que Jesús nació de una virgen; otros, que no nació virginalmente, sino como los otros hombres. Mas ¿qué dice eso contra nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia y nos apodó Celso los de la muchedumbre? *". Dijo también haber sibilistas, acaso por haber malentendido a quienes reprenden a los que se imaginan haber habido una profetisa Sibila, y a éstos llamó sibilistas ".

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62. Desfile de herejes

Luego, juntando un montón de nombres de sectarios entre nosotros, dice conocer a ciertos simonianos que dan culto a Helena o a Heleno como maestro, por lo que se llaman helenianos. Pero se le pasó por alto a Celso que los simonianos no reconocen para nada a Jesús por Hijo de Dios, sino que dicen ser Simón la fuerza de Dios (Act 8,10). De él

cuentan algunos prodigios, pues pensaba que, de hacer él los mismos aparentes milagros que, según él, había hecho Jesús, tendría tanto poder entre los hombres como el que tuvo Jesús entre las turbas. Pero ni Celso ni Simón fueron capaces de comprender que Jesús, como buen labrador de la palabra de Dios (lac 5,7), ha podido sembrar la mayor parte de Grecia y la mayor parte de las tierras bárbaras y llenarlas de doctrinas que apartan al alma de todo mal y la levantan al Creador de todas las cosas. Ahora bien, Celso conoce también a los marcelianos, que vienen de una tal Marcelina, y a los harpocracianos de Salomé, y a otros de Mariamne y a otros de Marta, pero nosotros jamás hemos topado con ninguno de ellos, a pesar de que, llevados de nuestro amor al saber, no sólo hemos estudiado nuestra doctrina y las distintas opiniones de los que las profesan, sino también, en lo posible y con amor a la verdad, los sistemas de los filósofos. Recuerda también Celso a los marcionitas, que tienen por cabeza a Marción.

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63. Actitud cristiana con los disidentes

Luego, para dar la impresión de que conoce a otros, aparte los que ha nombrado, dice, según su costumbre: "Unos se han inventado un maestro o demon que los presida, y otros, otro, errando míseramente y rodando de acá para allá, entre unas tinieblas más desaforadas y abominables que las de los cofrades de Antínoo en Egipto". Paréceme que, al tocar este punto, ha dicho algo de verdad; a saber, que unos se inventaron un demon y otros otro, andando míseramente errantes y rodando de acá para allá por las densas tinieblas de su ignorancia. Respecto, empero, de Antínoo, al que se compara con nuestro Jesús, ya hablamos de él anteriormente (III 36-38), y no queremos repetirnos aquí.

"Unos a otros, dice, se denuestan, lanzándose todo linaje de vituperios, decibles y no decibles, y, en el odio absoluto que se tienen, no hay modo de que cedan un punto por amor a la concordia". Contra esto hemos dicho ya que también en filosofía, no menos que en medicina, hay escuelas contra escuelas (III 12ss; V 61). Por lo demás, nosotros, que seguimos la doctrina de Jesús y nos esforzamos en pensar, hablar y obrar en consonancia con sus palabras, al ser maldecidos, bendecimos; perseguidos, lo soportamos, e injuriados, exhortamos (1 Cor 4,12), y no podemos lanzar vituperios decibles y no decibles contra los que opinan de modo distinto

que nosotros. Eso sí, si podemos, hacemos cuanto cabe para convertirlos a mejor conducta, cual es adherirse sólo al Creador y obrar en todo con la mira puesta en el juicio; mas si los heterodoxos no nos hacen caso, guardamos el precepto que nos ordena respecto de ellos: Al hereje, después de una o dos advertencias, evítalo, sabiendo que el tal está extraviado y peca, condenado por sí mismo (Tit 3,10). Además, los que han comprendido el dicho evangélico: Bienaventurados los pacíficos; y el otro: Bienaventurados los mansos, no pueden odiar a los que deforman el cristianismo, ni llamar a los que yerran "Circes" ni "revolvedores astutos".


Origenes contra Celso 546